Cena de fin de año 1

Preparándome para la cena de fin de año. Me preparé para mi marido, y creo que también para mi sobrino.

El anuncio por parte de mi marido de que el hijo de su hermana vendría a pasar las navidades con nosotros me fastidió un poco. ¿Por qué teníamos que cuidar nosotros del hijo de mis cuñados? Además, que Juan, así se llamaba el chico, ya tenía 19 años y seguro que no le apetecería pasar las navidades con sus tíos.

El día que llegó a casa pude notar que en los primeros momentos él tampoco parecía encantado con la idea de estar con nosotros, pero después de saludarme y darme un repaso con la mirada de arriba a abajo su cara cambió por completo.

La verdad es que para mi edad, tengo 42 años, no me conservo mal, me mantengo delgada gracias al trajín que llevo en el trabajo y en casa y sobre todo, mis pechos se mantienen muy firmes a pesar de su considerable tamaño. Tengo el pelo largo y liso de un color castaño muy oscuro. Vamos, que mi edad a mi marido todavía le excita mi cuerpo.

Los primeros días transcurrieron con normalidad, y los pasamos entre visitas al centro de la ciudad para ver el alumbrado navideño y las compra de regalos para la familia. Y aquí es cuando empecé a sospechar que algo raro le pasaba a mi marido.

Estábamos en unos grandes almacenes y nos encontrábamos en la planta de ropa de señoras. Aunque no tenía planeado comprarme nada siempre me gustaba darme una vuelta para ver si encontraba alguna prenda de esas que aparecen como por arte de magia ante una. Vi como mi marido y mi sobrino se detenían en la sección de vestidos de fiesta y conversaban entre ellos mientras miraban las diferentes prendas.

Yo seguí a la caza de alguna ganga por la planta cuando mi marido se me acercó y me dijo que me probara un vestido que llevaba en la mano. Yo le dije que para qué quería que me lo probara, si no íbamos a salir a ninguna fiesta en fin de año, a lo que contestó que le gustaría que me lo probara, y que en fin de año quería que estuviera muy guapa y además lo habían elegido entre mi sobrino Juan y él.

La verdad es que parecía muy bonito así que pasé al probador y me desnudé para probarme el vestido que habían elegido para mí. Cuando terminé de subirme la cremallera y me contemplé en el espejo tuve una mezcla de sensaciones.

El vestido era de tirantes en un color rojo brillante, con tacto parecido al raso. La falda llegaba hasta un poco por encima de las rodillas y no quedaba muy ajustada. El problema era el escote, mejor dicho, el vertiginoso escote en forme de V que era incapaz de contener mis senos dentro del vestido, de hecho, si no tenía cuidado se podrían llegar a ver la aureola de mis pezones.

Llamé a mi marido para que viera el vestido y decirle que no pensaba comprarlo, pero cuán mi sorpresa cuando abrí la puerta del probador vi que mi marido estaba acompañado de mi sobrino, que no quitaba ojo de mi escote y de lo poco que este escondía.

Al principio me quedé sorprendida al verle plantado frente a mí, tiempo que el aprovechó para guardar mis formas en su memoria, para seguro usar luego esos recuerdos mientras se masturbaba pensando en mí.

Cuando pude reaccionar antepuse la puerta a la mirada de mi sobrino y le dije a mi marido que pasara. Cuando cerré la puerta le pregunte a mi marido en qué estaba pensado.

-Pero cómo se te ocurre traer a Juan a los probadores – le dije a mi marido con cara de fastidio – No te enfades mujer, que al niño le hacía ilusión ver cómo le quedaba el vestido a su tía -me respondió mientras recorría con la mirada mi cuerpo dentro del vestido – ¿Al niño? Pues si no te has dado cuenta tiene 19 años. ¿No te has fijado en la forma en la que me miraba las tetas? -Normal, a mi me pasa lo mismo -dijo mientras me metía una mano en el escote.

Traté de sacarle la mano de mis pechos, pero tenía más fuerza que yo y me fue imposible, y no contento con sobarme a placer me dijo:

-El vestido te lo llevas y te lo pondrás para la cena de fin de año. -Pero es que voy enseñando todo y

No pude terminar la frase ya que sus dedos apretaban un pezón y lo retorcían un poco, provocando en mí una mezcla de dolor y placer que nunca antes había sentido.

-Te lo vas a poner y punto -dijo mi marido que no paraba de acariciar y pellizcar mis pechos -Quiero verte vestida como a una golfa.

En ese momento me quedé paralizada. Mi marido nunca me había llamado golfa ni nada por el estilo y para mi sorpresa sentí un punto de excitación que se materializó en la humedad que comenzó a aparecer en mi vagina.

-No soy ninguna golfa – respondí sin mucha convicción, y añadí -si quieres que me lo ponga me tengo que comprar un sujetador a juego, que me las sujete – le dije mientras le indicaba que mirara el gran escote del vestido. -Compra lo que haga falta -respondió sacando la mano de mi escote, y mientras salía del probador añadió -Espero que sea tan sugerente como ese vestido.

Cuando me quedé sola contemplé la imagen que devolvía el espejo y vi a una mujer exuberante, con un escote que mostraba unos senos sugerentes y aun firmes que pedían ser besados y acariciados y unas piernas bien torneadas Y sobre todo le daba un cierto aire de buscona, como le había dicho su marido, y la verdad es que me excitaba la idea de sentirme deseada por otros hombres aparte de mi marido.

Así que decidí llevarme el vestido y tras pagarlo fui a la sección de lencería a buscar un conjunto de ropa interior que pudiera ponerme con el vestido. Al final me decanté por un conjunto de sujetador, braguita y liguero de encaje con transparencias. El sujetador era más pequeño de lo normal, por lo que no se veía al llevar el vestido.

El resto de la jornada transcurrió sin más sobresaltos y con el transcurrir de los días llegamos al día de fin de año. Por la mañana me dediqué a preparar la cena y mi marido y mi sobrino estuvieron decorando el salón y moviendo los muebles para que tuviera un aspecto especial. Eso fue lo que me dijeron.

A última hora de la tarde nos fuimos a las habitaciones a prepararnos para la cena. Cuando salí de ducharme mi marido ya estaba vestido con uno de sus mejores trajes y se encontraba sentado en un sillón que tenemos en la habitación. Puede ver como sobre la cama había puesto el vestido y el conjunto de ropa interior.

-Vístete -me dijo con voz ronca -Ahora voy al vestidor y -No, vístete aquí, delante de mí. -¿Pero por qué quieres que? -¡Cállate golfa! Quítate el albornoz y empieza a vestirte.

Nuevamente me había llamado golfa, y de nuevo noté como aumentaba la humedad en mi entrepierna. Así que le obedecí, me quité el albornoz y le mostré mi cuerpo desnudo, aun mojado por la ducha que acaba de tomar.

Comencé por ponerme las medías y noté un extraño placer al sentir el tacto de la seda al subir por mis piernas. Después me puse las braguitas, que me habían obligado a depilarme al vello que rodeaba mi sexo, ya que tenían muchas transparencias.

Cuando estaba a punto de abrocharme el sujetador mi marido se levantó del sillón y se puso detrás de mí. Yo tenía la respiración entrecortada, esperando ver qué era lo que tenía planeado. Pasados unos segundos pasó sus brazos bajo mis axilas y apresó mis senos con sus manos, acariciándoles y pellizcando los pezones mientras me besaba el cuello. Yo cerré los ojos y eché mi cabeza hacía atrás, dejándole hacer conmigo lo que quisiese. Acerco su boca a mi oído y me dijo:

-Hoy vas a hacer todo lo que yo te diga ¿de acuerdo golfa? -No me llames así, por favor cariño. -Te hablaré como quiera -me respondió mientras una de sus manos se adentraba en mis braguitas en busca de mi clítoris. -Para cariño -le dije entre jadeos -Vas a hacer que me corra.

Sus dedos separaron la labios de mi vagina, hinchados por la excitación, y acariciaron mi clítoris, enviando oleadas de placer, una tras otras, desde mi sexo, húmedo y caliente, hasta mi cabeza. El seguía magreándome a su voluntad, mi pezones ya estaban totalmente erectos, y deseaba que los metiera en su boca y los chupara con fuerza.

Su mano abandonó mis senos y se introdujo en la parte posterior de mis braguitas, acariciando mis nalgas, comprobando su firmeza, hasta que empezó a separarlas, abriendo mi ano, cosa que nunca antes había hecho, y que para mi sorpresa me resulto muy agradable. Sacó la mano de mi culito y poniendo un dedo frente a mi boca me dijo:

-Chúpalo, déjalo bien mojado. -¿Para qué? -pregunte sorprendida -¿no crees que tengo el coñito bien mojado cariño?- le dije mientras le apretaba la mano que tenía dentro de mis braguitas contra la entrada de mi vagina. -No te voy a meter el dedo en el coño -me dijo mientras me metía el dedo en la boca, y acercando su boca a mi oído me susurró -te lo voy a meter por el culo. -Por ahí me haces daño cariño, ya sabes que

Pero no pude terminar la frase, me tumbó boca abajo en la cama, y la mano que hasta hace un momento me estaba haciendo un dedo ahora tapaba mi boca para evitar que mi sobrino escuchara los gritos de su tía.

Con la mano que le quedaba me apartó las braguitas, dejando descubierta la entrada a mi culito, y noté como su dedo hacía fuerza para adentrarse en mi culo, yo intentaba liberarme como fuera, pero mi marido es más fuerte que yo, así que decidí dejarme hacer. Me relajé y su dedo me penetró en toda su longitud,. Pude sentir como por primera vez en mi vida me penetraban analmente, y sentí una mezcla de placer y dolor, mitigándose este último a medida que mi marido metía y sacaba su dedo, que de forma constante me follaba el culo.

Mi marido me cogió una de mis manos y me la puso sobre su pene, que estaba durísimo, y no era para menos. La escena que protagonizábamos se podía ver en cualquier película erótica, se estaba follando con un dedo el culo de su mujer mientras esta llevaba unas medias, un liguero, las braguitas apartadas mostrando un culito dilatado y una espalda desnuda por cuyos laterales se intuían mis grandes tetas.

Pasados unos minutos la respiración de mi marido se hizo más rápida, señal de que estaba a punto de correrse, pero en lugar de dejar que le terminara de masturbar, sacó el dedo de mi culito, y apoyó su pene contra mi culo.

La respiración se me cortó, una cosa es que me metiera un dedo, al cual ya tenía mi culito acostumbrado, a que me introdujera su pene. Pero en lugar de eso sentí como su semen salía y me llenaba el culito, para ir escurriendo hasta llegar a mi vagina. Me iba a dar la vuelta cuando de nuevo mi marido me sorprendió

-No te muevas -me ordenó -Ábrete de piernas todo lo que puedas. -Como quieras cariño -le respondí mientras elevaba mi pelvis para poder separar mis piernas todo lo que podía -¿así te gusta cariño? -Me encanta verte así -susurró

Su mano comenzó a extender su semen por mis nalgas y mi vagina, al tiempo que me indicaba que no debía lavarme. Me acariciaba de forma lenta y suave, y unido a la lubricación que aportaba su semen estuvo a punto de hacerme llegar al orgasmo.

-No quiero que te corras aún -dijo, y mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta añadió -No quiero que te corras hasta que hayamos terminado contigo.

Y cerró la puerta. Me levanté de la cama y me arreglé las braguitas. Me puse el sujetador, y por último el vestido. Me miré en el espejo y me complació la imagen de mujer sexy que veía.

Pero una cosa me rondaba la cabeza. Algo que había dicho mi marido y que en principio atribuí a un despiste suyo. Me había dicho que no quería que me corriera “…hasta que hubieran terminado conmigo…”, en lugar de decirme “…hasta que hubiera terminado conmigo…” ¿Quizás quería meter a otra persona en nuestra cama? Seguro que no.

Salí de la habitación y al llegar al salón me detuve en la puerta y mi marido y mi sobrino giraron las cabezas para contemplarme de arriba a abajo.

Si hubiera sabido lo que me esperaba quizás no hubiera salido de mi habitación. Pero eso lo contaré más adelante.