Cena de empresa por Navidad. Continuación.

La insoportable tensión sexual de los protagonista empieza a resolverse...

ÉL

Salimos del coche Irene y yo y nos dirigimos al restaurante. Esther y su amigo, después de meterse las rayas, nos dijeron que se quedaban un rato más en el coche. En la última mirada que les dirigí estaban morreándose y metiéndose mano como Irene y yo pocos minutos antes. Entramos en el local y aquello se había convertido definitivamente en una locura. Sonaba música de baile y todo el mundo parecía divertirse. Alguna pareja se morreaba en algún rincón, pero era gente que todos sabíamos que acabaría follando. Además, todos eran o solteros o divorciados, y más allá de los chismes que pudiesen provocar, no habría ninguna consecuencia.

Irene y yo fuimos a la barra que se había montado en un lateral y nos pedimos un combinado. Saludábamos a unos y otros, que no nos prestaban la menor atención. Irene se hizo con un taburete y se sentó. Yo estaba frente a ella, casi entre sus piernas. Dimos un par de tragos en silencio. Pensaba todavía en que la aparición inesperada de Esther me había salvado de ese desliz que tanto deseaba y seguía deseando. Irene me miraba, casi con embeleso.

-¿Sigues caliente, Fernando? - me preguntó mientras rozaba una de sus rodillas en mi muslo.

-¿Tú qué crees?

Las conversaciones así de cachondas, cara a cara, con alguien que no fuera mi mujer también formaba parte de mis fantasías. “Me ha puesto perrísima notar tu polla en mi mano”, dijo. “Y a mí sentir tu coño abierto a través de las bragas, notar tu lengua en mi boca, tus tetas en mi pecho...” Me había vuelto a empalmar como un chiquillo. Irene me puso ojitos y, con el mayor disimulo posible, estiró un poco su pierna de forma que presionó mi polla. “Joder, nene, cómo estamos otra vez...” Bebí un largo trago del combinado mientras notaba la presión de su pierna en mi nabo. Separó un poco las piernas y con un gesto me obligó a acercarme a ella. Me cogió una mano y la llevó a sus bragas, cuya humedad me puso a cien. “Quiero mamarte la polla, que me comas el coño y que follemos hasta no poder más”, me dijo en un susurro, y me pasó la lengua por la oreja. Mis defensas estaban por los suelos, y ya pensaba en que, después de todo, un desliz es un desliz. Era tal mi estado, que me atreví a decirle: “¿Sabes que me he hecho un montón de pajas pensando en ti?” Irene me miró y me hizo contarle cómo fantaseaba con ella. Le conté la escena del baño de la planta donde trabajábamos. “¿Sabes?”, dijo sin dejar de apretar mi polla, “en ese cuarto de baño me he hecho más de un dedo. Te mentiría si te dijera que pensaba en ti, porque lo hacía mientras intercambiaba whatsapps con un amigo. Pero sí, la imagen que tanto te pone imaginar era esa. Sentada en la taza, con las bragas bajadas, una mano en el teléfono y otra en mi coño.” Y añadió: “me hubiera encantado que me descubrieras e hiciéramos lo mismo que fantaseas.”

Estaba tan caliente que dejé de pensar en nada que no fuera estar a solas con Irene y acabar con esa calentura. “Llevo toda la semana pensando en que esta noche te follaría”, me dijo. El hecho de no poder abrazarla, meterle la lengua en la boca y restregarme en su coño o en su culo allí mismo, de pie, me excitaba como no recordaba. Incluso pensé en ir al baño y hacerme una paja. Pero no, no iba a haber paja solitaria. Me había decidido a dar rienda suelta a mis deseos.

-¿Volvemos a tu coche? - le pregunté. - Y buscamos un sitio tranquilo para poder continuar…

-¿A tus años en un coche? - rio. -Eso es de jovencitos con el apretón, ¿no?

Claro que era de jovencitos con el apretón, pensé. De la misma forma que pensé en el morbo que me producía imaginarnos en el asiento de atrás, como hacía más de veinte años que no me pasaba. “Me da mucho morbo, precisamente por eso, porque hace tanto tiempo que no lo hago.” Sin decir nada, Irene se puso de pie y me dio la espalda. La barra estaba llena de gente. Se pegó a mí y me restregó el culo por la polla, despacio, apretándose fuerte. Yo baje una mano y la metí entre sus piernas hasta llegar otra vez a sus bragas. Las hice a un lado con dos dedos y se los metí. Los moví un instante y los saqué, empapados. Se los acerqué a la boca y los chupó, sin darse la vuelta.

-¿Y esto no te da morbo? - dijo.

ELLA

Veía a Sergio al final de la barra tonteando con la becaria y me pareció sentir algo parecido a los celos. Qué imbécil soy, pensé. Antonio estaba pasando de la impertinencia a la grosería a marchas forzadas, así que tuve que pararle los pies y ponerlo en su sitio. Se habían marchado ya algunos compañeros, y por un lado sentía la necesidad de irme para no cometer el disparate que tanto me apetecía, pero por otro no dejaba de pensar en Sergio, su polla y su boca. Nos mirábamos de vez en cuando. En una de esas miradas, le di a entender que salía a fumar. Salí. La calle estaba desierta, y a pesar de las fechas no hacía apenas frío. Encendí el cigarrillo mientras mi mente bullía en mil imágenes. Parecía sostener una batalla entre el ángel bueno y el demonio, como en los dibujos animados. El demonio ganaba terreno, y venció del todo cuando vi salir solo a Sergio del pub.

Se quedó de pie frente a mí. Miré a derecha e izquierda y le tomé la cara con las mano. Mirándole a los ojos acerqué mi boca a la suya y le metí la lengua. Nos fundimos en un morreo delicioso. Además de todo, el bandido besaba de maravilla. Nos metíamos las lenguas hasta el fondo de las bocas, nos repasábamos los dientes, los labios, los cuellos. Se pegó a mi cuerpo y noté por primera vez su virilidad. Me estoy poniendo cursi. Noté su polla, dura, muy dura, apretarse contra mi vientre. Metí una pierna entre las suyas. “Vámonos de aquí antes de que me arrepienta”, le dije sin separarme, con las mejillas llenas de su saliva.”

-Comparto piso con un amigo – me dijo. - No creo que esté. ¿Vamos allí?

Asentí. Sin despedirnos de nadie salimos a la avenida del final de la calle a por un taxi. Apareció uno enseguida. Sergio le dio la dirección y todo el trayecto fue un morreo ininterrumpido. Sentía la necesidad de montarme a horcajadas sobre Sergio, pero me controlé. Llegamos, pagó el taxi y entramos en el patio. Sin llegar al ascensor nos detuvimos en el patio. Otra vez mi espalda contra la pared, otra vez mi pierna entre las suyas, su polla frotando mi vientre. Ahora una mano de Sergio se había colado bajo mi vestido, y subía por mis muslos. Tenía una mano grande, fuerte y delicada a la vez. Cuando llegó a mi culo y lo magreó empujándome contra su cuerpo, sentí que iba a correrme allí. ¿Cuánto tiempo hacía que no notaba la llegada de un orgasmo sin estimular mi coño? ¿Desde que era una adolescente? Sergio notó mi agitación, que en ningún momento traté de disimular, y con una habilidad sorprendente, abrió los clecs de mi body. Sentir cómo se subía la prenda hasta mi vientre y quedaba mi coño al descubierto me enloquecía. Me metió dos dedos en el coño por detrás y ahí me corrí. Me apretaba a él, casi con desesperación. Llevaba tantas horas acumulando deseo que me corrí como una perra, sin soltarlo, sin sacar la lengua de su boca. Sentí hasta convulsiones. Y el flujo que brotó de mis entrañas en una cantidad salvaje. “Sergio”, dije cuando pude reaccionar y recuperé el aliento. “Me has vuelto loca.” Sergio sacó la mano de debajo del vestido y la puso entre nuestras bocas. Lamimos los dedos, uno a uno. Solo pensaba en una cosa: “quiero más.”

ÉL

Irene tomó un trago de la copa y la apuró. Aprovechó para ponerse detrás de mí. Pegó sus tetas a mi espalda y su mano se deslizó dentro del bolsillo, en la lado del pantalón donde estaba mi polla. La apretó con fuerza y me susurró al oído: “La quiero en mi boca, la quiero dentro de mí.”

Salí yo primero despidiéndome de aquellos con quienes me cruzaba antes de llegar a la puerta y me dirigí al coche de Irene. Cuando llegué, vi que Esther y su amigo seguían allí. Y no perdían el tiempo. Tengo un punto voyeur que siempre me ha gustado y nunca he ocultado a mi mujer, sobre todo cuando hemos estado en playas nudistas. Me acerqué a la ventanilla trasera y vi cómo Esther cabalgaba la verga de su amigo, con las tetas por fuera, apoyada en sus hombros. Solo me faltaba esto, pensé. Llevo empalmado horas. Noté que follaban sin condón; el culo de Esther se movía en círculos, subía y bajaba de la verga de su amigo. Una buena polla, todo sea dicho.

Noté una mano en mi hombro que me sobresaltó. Era Irene. “¿Te gusta mirar?”, me preguntó. “Sí”, le respondí sin el menor asomo de vergüenza. “¿Y que te miren?”, me sorprendió. “¿Quieres decir mientras estoy follando?”. Asintió. “Que yo sepa nunca me han visto, aunque quién sabe, en alguna playa o en el coche cuando joven...”, respondí. “¿Y qué hacemos ahora? Esther puede pasarse media noche follando aquí dentro.” Estaba tan perturbado que pensé en entrar en el coche, saludar y sentarnos en los asientos delanteros. Decirle a Irene que arrancara y marcharnos a algún lugar discreto con el coche, algún aparcamiento, qué se yo… “Tengo mucha confianza con Esther. Nos hemos visto follar con otros bastantes veces, durante una temporada que compartimos piso. A mí no me importa entrar; lo que tu digas...”

Sin mediar palabra, le abrí la puerta del conductor y entró. Pasé yo al asiento del copiloto y me senté. Esther saludó a Irene como si se estuviera pintando las uñas y siguió a lo suyo. A su amigo no se le veía la cara.

  • Vamos a un sitio tranquilo – dije.

Irene arrancó y condujo despacio con mi mano entre sus muslos. De vez en cuando me daba la vuelta para ver el culo de Esther con esa polla taladrándole el coño. “¿Te dejo en casa?”, le preguntó Irene a su amiga. Entre jadeos, dijo, “como quieras, o nos montamos una fiesta los cuatro en el coche.” Irene me miró. No sabía que decir; en ese momento mi polla pensaba por mí. Tampoco me apetecía compartir a Irene ni follar con su amiga, aunque la idea de ver y que nos vieran me excitaba mucho.

-¿Y por qué no vamos los cuatro a tu casa? - preguntó Irene.

Sin dejar de follar, Esther dijo algo parecido a “vale”.

Y allí estábamos los cuatro, en un ascensor, cada pareja magreando a la suya, esperando a llegar al octavo piso.

ELLA

“Vamos arriba”, dijo Sergio. Llegamos abrazados al ascensor. Seguimos igual mientras subíamos hasta llegar a la puerta de su casa. “¿Me sacas las llaves del bolsillo?”, me preguntó Sergio. Era el bolsillo donde descansaba su polla. Me costó sacarlas. Entramos y fuimos directos al dormitorio. Su compañero no estaba. Me senté en el borde de la cama y le atraje hacia mí. Se dejó hacer. Estaba tan agradecida por el orgasmo que me había regalado que pensaba volverlo loco. Mientras se desabotonaba la camisa, le desabroché el cinturón y el botón de los pantalones, que cayeron al suelo. Delante de mi cara tenía unos slips negros con una verga dura y gruesa perfectamente perfilada. Le lamí el vientre agarrada a su culo. Pasé mi lengua por los bordes del slip, por arriba y por las ingles. La polla le palpitaba de excitación. No tenía una polla diferente a la de Fernando ante mi boca desde hacía muchos, muchísimos años. Me sentí muy puta y me gustó. Mordisqueé su verga por encima del slip, sintiendo cómo le excitaba. Agarré los slips por detrás y, muy poco a poco, se los fui bajando. La polla se liberó de su prisión y me golpeó en la cara. Era una verga más gruesa que la de Fernando, descapullada, preciosa. Le bajé los slips hasta que se los sacó por los pies. Empecé a besarle los huevos y subí por el tronco del rabo hasta llegar a su capullo, que engullí. Me agarraba a su culo, sobándolo, mientras no dejaba de succionar su polla. Llegué a metérmela entera en la boca, como tanto le gusta a mi marido. Su vientre se agitaba, me acariciaba el pelo.

Solo pensaba en darle placer. Quería ser mejor amante que sus dos amigas casadas; más golfa; más complaciente; más entregada. Le separé las nalgas y jugué con el agujero de su culo y sus huevos. Noté que le gustaba. “Mírame”, me dijo. “Mírame a los ojos mientras me la mamas.” Levanté la mirada y vi unos ojos de macho caliente, caliente gracias a mí. Me saqué un segundo la polla de la boca para decirle:

-Quiero que acabes en mi garganta, quiero notar los chorros de tu leche hasta atragantarme, quiero tragarme tu corrida hasta la última gota.

Y volví a comérsela. Mis palabras y mi mirada le habían convertido en una bestia sexual. Empezó a agitarse. El Sergio educado y discreto, cortés y caballeroso, era un tipo desatado y desinhibido, loco. “Toma mi leche, tómala, me voy a correr...”

En ese momento le metí la punta de un dedo en el ano y noté un aluvión de semen espeso y caliente golpeando mi campanilla. No paraba de venirse, y cada chorro era un espasmo que parecía llegarme a las mismas entrañas. Sergio gruñía, gemía, gritaba. “¡Qué gusto, joder qué mamada me has hecho, no puedo parar de correrme…!” Trataba de tragarme toda su corrida, pero tenía la boca llena de leche. Una cantidad que ya no recordaba. Parecía que había terminado y empecé a tragarme poco a poco la que se acumulaba en mi boca. Sin sacarle el dedo del culo, sin dejar de mirar su cara. Esa cara que pone un hombre en el momento de venirse y justo después de acabar.

“Uf, cariño, qué ganas tenía. Vaya mamadón me has hecho...”

Se agachó y me dio un beso profundo. Una mezcla de vicio y ternura. Su polla seguía dura. Ahora quería sentirla dentro de mí. Quería sentir lo mismo que sus amantes.

ÉL

En casa de Esther había una pequeña sala con dos sofás y dos puertas, que supuse que eran los dormitorios. “¿Nos quedamos aquí los cuatro?”, propuso Irene. Cada pareja se sentó en un sofá. Me sentía envuelto por una neblina de irrealidad, como si no pudiera estar pasándome eso a mí. Irene me empujó en el sofá hasta quedar completamente retrepado en el respaldo. Se puso de pie ante mí. “Quiero que me veas, querido Fernando voyeur...”, dijo. Separó las piernas y se quitó el blazer. Sacó los faldones de su blusa y empezó a desabotonarla. En el otro sofá habían ido más rápido y ambos estaban completamente desnudos, con Esther apoyada en el sofá y su amigo embistiéndola por detrás, con unos pollazos que la hacían gritar.

Irene se había quitado la blusa, y sus tetas, constreñidas por el precioso sujetador, me parecieron ese manjar que todo hombre desea probar al menos una vez en la vida. Bajó la cremallera lateral de la falda y ésta se deslizó hasta el suelo. Se alejó un poco para que pudiera verla bien.

Irene, la musa de mis pajas, estaba delante de mí tal y como desea cualquier hombre: en bragas y sujetador y medias y zapatos de tacón. “¿Te gusta lo que ves?” Asentí como si estuviera bobo. “Pues demuéstramelo”, dijo sin dejar de contonearse y acariciarse, obscena y preciosa. Me puse de pie, me quité la americana y la camisa. Dejé caer mis pantalones. La mirada de Irene estaba clavada en mis slips, que marcaban mi polla en su máximo esplendor. Me quité los calcetines y me quedé frente a ella. “Ven”, dijo.

Nos abrazamos así, en ropa interior, comiéndonos las bocas, sus tetas comprimidas contra mi pecho, mi polla frotándose en su pelvis. “Ahora vamos a mirar a estos dos, querido mirón”, dijo. Sin soltarnos ni dejar de magrearnos, ambos miramos hacia el sofá. Esther estaba completamente volcada en el respaldo, con la cabeza moviéndose en todas direcciones. Su amigo la seguía follando agarrada a sus caderas. Se escuchaba perfectamente el sonido de su coño empapado a cada acometida. Irene me apretó la polla. “¿Te pone cachondo eso que ves?” Dije que mucho, y mucho más al sentir su cuerpo pegado al mío. “A mí también”, confesó. Se veían perfectamente los brillos del flujo de Esther cayendo por sus muslos, y los cojones de su amigo chocando contra su culo. “Pajéame”, dijo Irene. Esa palabra, esa única palabra, me encendió más de lo que estaba, algo que parecía imposible. Le metí la mano por debajo de las bragas, por detrás, y llegué a su coño. Al mismo tiempo que le metía dos dedos, sentí su mano apretar mi verga por encima del slip. Me acarició el vientre y las ingles, y metió la mano por dentro de mi slip. La apretó con fuerza; me comía una oreja, metía la lengua dentro de ella. Dijo “voy a correrme, no pares por lo que más quieras.” Seguí con el movimiento de mis dedos, ahora tres. Arqueó la espalda, flexionó las rodillas y empezó a venirse gritando. “No pares hasta que te lo diga”, dijo. Seguí con mis movimientos, abriendo y cerrando los dedos dentro de su coño. Me apretaba la polla con fuerza, se abrazaba a mí, miraba las embestidas que recibía Esther. Era un orgasmo interminable, maravilloso. Mis dedos resbalaban dentro de su coño de gelatina. Empezó a decir procacidades, a pedirle a Esther y su amigo que la miraran, que se corrieran con ella. Le hicieron caso y el tipo se sentó en el borde del sofá; su polla ahora parecía más gorda, más venosa. Esther se sentó sobre él dándole la espalda. Se clavó la polla hasta los huevos y empezó a estimularse el clítoris. “¡Córrete nena”!, le gritó a Esther. Como si hubiera accionado un interruptor Esther empezó a moverse espasmódicamente, mirando fijamente a su amiga. Me di cuenta de que ahora el tipo no llevaba condón. “Para poco a poco”, me susurró Irene. Las tetas de Esther bailaban como locas. Se corría sin el menor pudor… “No me he puesto condón ahora, ¿puedo echártela dentro?”, le preguntó su amigo. Esther dio un salto y se arrodilló a su lado, para que la viéramos bien. Le comía los huevos mientras le hacía un paja propia de una experta. Al tercer movimiento, el tipo empezó a mover el culo sobre el asiento, lanzó un gruñido salvaje y escupió una cantidad de semen como no escupía yo desde que tenía diez años menos.

Poco a poco recuperaron la compostura los tres. La mano de Irene seguía apretando mi polla. “Ahora te toca a ti”, me dijo. Y se arrodilló sin dejar de mirarme; la cara de perra que ponía es difícil de describir. Era una hembra en celo. Saciada de momento, pero sin duda con ganas de más.

ELLA

Tumbé a Sergio en la cama, con la polla igual de dura. Apuntaba al techo, ligeramente curvada hacia la izquierda. “Voy a ser la más puta entre todas las putas”, le dije. Me saqué el vestido y me puse subí a la cama, con un pie a cada lado de él. El body abierto le ofrecía una visión perfecta de mi coño. Avancé un poco y puse los pies a la altura de su cabeza. Tenía el coño justo encima de los ojos. “¿Te gusta mi coño?”, le pregunté mientras me separaba los labios. Asintió en silencio. “¿Me lo vas a llenar de leche como haces con tus amigas?” Sergio respiraba agitadamente. Dijo, “no. Te lo voy a follar más y mejor. Me vuelves loco.” Sus palabras me provocaron un escalofrío. Me masturbé suavemente sobre su cabeza. Podía correrme en cualquier momento. Fui flexionando las rodillas hasta que mi coño abierto quedó sobre su cara. “Come”, le dije. Con las manos apoyadas en el cabezal de la cama y sin dejarme caer del todo sobre su cara, Sergio empezó a lamer mi clítoris. Lo tenía hinchado y brillante, hipersensible. No podía ni quería resistir más. “Voy a correrme en tu cara”, le dije. Siguió lamiendo y le solté un chorro de flujo en la boca, moviendo el culo somo si hiciera sentadillas. Cuando sintió mi corrida noté como se llevaba una mano a la polla, pero se lo prohibí. “Esa polla esta noche es mía”, le dije. Retrocedí y apoyé el culo en su pecho, fui bajando sin dejar de frotarme el coño hasta sentir su polla. Nos mirábamos. Me froté el tronco de su verga a lo largo de todo mi coño abierto, varias veces. Sergio disfrutaba. Los ojos brillantes, la boca entreabierta, la respiración agitada. “Mira bien esto”, le dije. Le cogí la polla por la base y coloqué el capullo justo entre mis labios. Yo también miraba. Quité la mano y me dejé caer. Quise que fuera poco a poco, pero estaba tan mojada que entró hasta el fondo de repente. Me quedé quieta; me sentía llena de polla. De un pedazo de polla joven que jamás había pensado que iba a tener dentro de mí. Sin retroceder, empecé a moverme con toda la verga clavada. Me frotaba el clítoris en su pelvis. Iba a correrme otra vez, santo cielo. ¿Era yo o estaba tratando de suplantar y mejorar a sus dos amantes para que nunca me olvidara? Pasé una mano por detrás y le masajeé los huevos y el ano. Me pellizcó los pezones cuando me saqué las tetas del body. “Qué gusto me das, Sergio. Qué bueno eres. Cómo me gusta tu verga, en mis entrañas...”

-Y tú, cómo me pones. Qué coño tan estrecho y caliente tienes, qué viciosa eres, qué perro estoy…

Las palabras siempre ayudan en la excitación sexual, y a mí personalmente me ponen muy guarra. “¿Notas como te la aprieto con los músculos de mi coño? ¿Vas a llenarme de leche hasta que me chorree por los muslos? No puedo dejar de correrme, eres un pedazo de polla con patas, cabronazo… Qué guarra me siento contigo, cómo me gusta sentirme así de perra...”

Sergio empujaba hasta el punto de que pensaba que iba a partirme en dos. “¿Puedo correrme dentro sin condón?”, acertó a decir, jadeante, sudoroso. “Lléname de leche, la estoy deseando... Dímelo, dime cómo me llenas de leche...” Sergio se agarró a mis caderas y me la clavó todavía más, aunque pareciera imposible. Le metí el dedo en el ano. “Toma leche, toma toda mi leche”, gruñó.

-Dime lo puta que soy, dime el gusto que sientes conmigo.

Noté un borbotón de leche casi en el estómago, y luego dos más. “Toma leche, guarra, eres la más guarra entre las guarras, eres la mejor de las hembras… Toma más leche.”

Sus palabras y sentir cómo me llenaba las entrañas y cómo empezaba a derramarse entre mis muslos hizo que me corriera otra vez. ¿O era el mismo e interminable orgasmo? Poco a poco fue relajándose.

-Perra, qué perro me has puesto…

Me tumbé en su pecho y le metí la lengua en la boca. “Y tú a mí… Esto es sexo y lo demás son tonterías”, reí.

ÉL

Me bajó los slips con los dientes, tirando de ellos hasta medio muslo. Mi polla emergió, agradecida. Me cogió de los muslos y se la metió en la boca. No se detuvo en besitos ni delicadezas. Me la mamaba entera, engulléndola. Miré hacia un lado y vi a Esther y su amigo. Ambos nos miraban. Me puso muy cerdo. Además de voyeur, me descubría exhibicionista… Irene se la había sacado, se había sentado sobre sus talones y se dedicaba a comerme el culo. Mi verga palpitaba, más allá del ombligo. Sabía que podía correrme en cualquier momento, y lo cierto es que me extrañaba no haberlo hecho aún, después de horas de una calentura tan intensa. Qué cierto es aquello de que el orgasmo no es la finalidad del sexo. Gozaba tanto o más como si me corriera, con los sentidos a flor de piel. Miraba a Esther, cuyos ojos estaban clavados en mi polla empalmada y sola. Tenía una sonrisa de golfa impresionante, y eso que parecía estar saciada. Irene me había metido un dedo en el culo, y me lamía el vientre y las ingles, sin tocarme el capullo. Posiblemente pensaba que con una simple pasada de lengua me vendría. Se pajeaba.

Me sentó en el sofá, se acercó con las piernas abiertas, se quitó las bragas solo por una pierna y me montó. Gemí. Tenía el coño caliente y acogedor. Habría dado cualquier cosa por quedarme allí dentro siempre. Le saqué las tetas del sostén y le comí los pezones. Se movía en círculos…

“No voy a aguantar mucho más...”, dije. “Yo no paro de disfrutar, hazlo cuando quieras.”

-¿Puedo hacerlo dentro de ti?

-Sí. Dame tu leche, nene malo.

Me puse muy cerdo, mucho. Noté una lengua en el agujero de mi culo. Eso me acabó de rematar. Esther estaba comiéndome el culo. Lancé un grito animal, salvaje. Noté cómo salía mi semen, a chorros, como hacía tiempo que no me pasaba. Fue un orgasmo intenso. Brutal. Puro sexo. Con mi boca todavía en sus tetas, Irene se salió de mí y se quedó de pie. Como si fuera un pacto o algo premeditado, Esther se colocó entre sus muslos y empezó a lamer y a tragarse la leche que iba cayendo de su coño. Me encontraba en otro mundo. Un mundo del que no quería regresar jamás.

(Continuará)

Gracias por leerme. Me gustan mucho los comentarios y los mails con vuestra opinión.