Cena con un cliente, putita.
Trabajo en un banco y un día acepté la invitación de uno de mis clientes un hombre maduro, muy insistente para ir a cenar, un viernes. Ese día me fui lo más guapa que pude y, lo que tenía que pasar pasó, cedí a las pretensiones de ese hombre y , desde entonces soy su putita.
CENA CON UN CLIENTE. PUTITA.
Resumen: Trabajo en un banco y un día acepté la invitación de uno de mis clientes – un hombre maduro, muy insistente – para ir a cenar, un viernes. Ese día me fui lo más guapa que pude y, lo que tenía que pasar pasó, cedí a las pretensiones de ese hombre y…, desde entonces soy su “putita”.
Hola, soy una mujer de 39 años de edad, divorciada, con una hija que ya no vive conmigo. Trabajo en un banco como “Ejecutiva”. Tengo varios clientes y todos son amables conmigo, por supuesto, para que los ayude y les haga las cosas un poco más fáciles. Así, uno de ellos, un señor Eusebio, que tiene un negocio de bombas de agua, agrícolas e industriales, siempre me llevaba “regalitos” y me echaba mis “flores”, hasta que un buen día, me comenzó a invitar a salir…, “a comer”…
- ¡No puedo, Don Euse…, comemos aquí…, con el horario que tenemos…!,
¡no puedo, muchísimas gracias…!.
Siempre le daba la vuelta, pero ese señor insistía, comenzando a invitarme a cenar.
Tanto va el cántaro al agua hasta que…, lo acepté…, un viernes…
Ese viernes por la noche quedé de verlo en un conocido restaurant argentino, de carnes, para que no fueran a vernos los compañeros.
Don Eusebio era un hombre maduro, quizás 55 o 60 años, alto, aún fornido, moreno claro, de bigote, alegre, “conquistador”. Yo soy una mujer muy delgada, de sólo 1.59 m de estatura, morena clara, senos bonitos, piernas delgadas, nalguitas levantadas, respingadas.
Ese día yo llevaba un vestido negro, entallado, de una textura muy elástica, así, como licra, que me llegaba muy por arriba de la rodilla, a la mitad de mis muslos, estando de pie. Lo llevaba con un cinturón – fajilla, ancho, negro, con una hebilla muy grande, muy ancha, muy alta, plateada, bonita, que era parte del conjunto. El vestido era sin mangas y con un cuello en V.
Al llegar al restaurant, ahí me estaba esperando Don Eusebio, en la puerta, sólo que no había mesas, por lo que nos pasaron a la barra del bar. Pedimos unas cervezas.
= Ese vestido ajustado te marca tus curvas…, te hace muy atractiva.
Me dijo Don Euse, un señor alto para mí, como de 1.75 m:
= ¡Resalta tus senos y sobre todo tus preciosas caderas y pompas!,
me dijo, describiendo lo que miraba, cosa que me hizo ruborizarme, y luego de ello, sin fijarse en mi rubor, Don Euse siguió:
= Intento imaginar si tu lencería: será blanca, porque se te transparenta ligeramente tu bra… Te imagino con ella…, ¡y me excito!.
¡Siempre me has gustado!, pero respeto mucho nuestra situación en el banco…, que me ha detenido de decirte lo mucho que me gustas, aunque se que estás
casada y tienes una hija, y al estar yo también casado y tener una hija…, mayor que tú…, y tres nietecitas. ¡Eso me había detenido!, pero me enteré hace
poco, que ya estás divorciada y…, ¡te quise decir que me gustaría “andar” contigo!.
No bien había ni terminado de decir esta “frasesota” Don Euse, cuando llegaron a decirnos que ya estaba la mesa, y nos llevaron allá.
La proposición de Don Euse y mi respuesta a esa proposición habían quedado truncadas.
El mesero que se ocupó de nosotros de inmediato nos llevó un “caballito” de tequila, “cortesía de la casa” y luego nos tomaron la orden. Yo dudaba un poco en qué pedir, pero Don Euse pidió una “parrillada” y…, volvimos a platicar del trabajo. Cenamos con otras cervezas y luego, trajeron el postre, el café, un brandi y…, tratamos de retomar el hilo de la conversación.
Don Euse me repitió que quería que “anduviera” con él. Me lo dijo tomándome mis manos entre sus manos, muy fuertes y ásperas, de gente de trabajo.
= No se si “andes” con alguien, si “salgas” con alguien, con uno o con varios…, la neta…, ¡no importa…!, los acepto…, ¡a todos…!,
tú eres joven y guapa y se que debes tener muchos pretendientes y “amores” pero…, además de ellos, quiero también que “salgas” conmigo…,
¡que seas mi putita…!.
¡Prometo hacerte feliz!. ¡Voy a sacar juventud de mi pasado!, como dice la canción…
¿Hace cuánto que no “has estado” con alguien…?.
- ¿Yo…?, ¿eeehhh…?. ¿Luego de divorciarme…?, eeehhh…, sólo tres veces…,
= ¿Con el mismo…?
- No…, con distintos…,
= ¿de tu edad…?
- Uno de ellos…, compañero de trabajo…, uno un poco mayor…, un señor de un Uber y…, otro, más joven que yo…, un vecinito…,
¡pero…, “estuve” varias veces con cada uno de ellos…!.
= ¿Y…, bien…?.
- Pues…, sí…, la pasamos bien…
= ¿Con todos…?.
- Sí…, con todos…, pero no los he vuelto a ver…, sólo se me aparecen…, de vez en cuando…,
le dije, con algo de tristeza pero mirándole a los ojos con intensidad, con la misma que él me miraba a mi cara.
= ¿Bailamos…?,
me preguntó, y nos fuimos hasta la pista.
Me jaló hacia su cuerpo y, sentí mis senos pegarse a su pecho y su mejilla a la mía, doblándose un poco, pues es más alto que yo.
= Estás muy flaquita…, ni parece que fueras señora…, y que tuvieras ya una hija…
¿Cuánto pesas…?
- 49 kg…, ¿y usted…?
= 79 kg…, te llevo 30, nomás… ¡Por cierto…, qué rico hueles…!
- ¿Le gusta...?
= ¡Sí... Tu aroma me encanta!.
En eso terminó la melodía y regresamos a la mesa, donde nos esperaba un anís, que había pedido Don Euse.
Le dimos un trago, brindamos y, Don Euse sacó de su saco una bolsita y me la entregó:
- ¿Y esto…?.
Pregunté.
Era una bolsita de tela, que estaba cerrada por un anillo metálico, dorado, con una piedra morada
= Es para ti…, por haber aceptado venir… Espero que te queden, pues no se bien tus tallas aun…
Me probé el anillo y…, ¡sí me quedaba…!, le ajustaba muy bien a mi dedo, y se lo mostré:
= ¡qué hermosa manita…!, de una niña preciosa…,
me dijo, tomando mi mano y dándole un beso, y luego de eso, añadió:
= el otro regalo, el de adentro de la bolsa, ese es de intercambio…, y te lo debes de ir a probar en el baño…, a condición de que lo sustituyas por el
que llevas puesto, y que me lo traigas a cambio…
No se qué cara haya yo puesto, pero Don Euse sonrió y:
= ¡Sí…, sí es eso que te imaginas…, sólo que es rojo…, rojo pasión…!, ¡como el de tus labios…!.
Sentí que me ponía muy colorada; sentí que mi sangre me ardía, que mi sexo se me comenzaba a mojar, con mucha abundancia y, al querer levantarme, sentí que mis piernas no me respondían: ¡acababa de obtener un orgasmo!, ¡muy rico!, ¡tan sólo con mi imaginación!.
Me detuve de la mesa y le sonreí a Don Eusebio y…, tomando aquella bolsita, le dije:
- Ya vuelvo Don Euse…, voy al baño…
y traté de caminar, aunque sentia que me temblaban las piernas.
Me fui caminando hacia el baño; ¡me habían dado ganas de ir al baño…!, tanto por esos comentarios como por ese regalo y por todo cuanto habíamos estado bebiendo…
Llegué al baño; entré y me fui a buscar un gabinete vacío. Me levanté mi vestido, me bajé mis pantaletas y oriné con muchísima fuerza. ¡Sentí un gran alivio!.
Comencé a pensar en esa “velada”: ¡me había gustado mucho sentir a ese hombre pegado a mí, sentir cómo iba despertando su pene al contacto contra mi cuerpo!.
Me quité las pantaletas blancas que llevaba yo puestas y saqué las otras, unas rojas, semi-transparentes, de encaje, muy sensuales, muy chiquitas, una tanga, con hilo dental posterior, y un breve triangulito, solamente en el frente.
Me las vi desde arriba, parada. Mis vellos púbicos escapaban por ambos lados de aquella tanguita: pareciera que fuera una mariposa atrapada, con sus alas abiertas y que escapaban por ambos lados. ¡Tendría que acostumbrarme a recortarme mi vello púbico o aún, hasta depilármelo, si es que Don Euse me lo pedía!.
Volví a sentir un estremecimiento y…, me bajé mi vestido y salí de ese gabinete. Me vi en el espejo del baño: me retoqué mi peinado, mi pintura labial y regresé hacia mi mesa, a encontrarme con Don Eusebio, que me estaba esperando. Le sonreí al verlo y él…, no me dejó ni sentarme, de inmediato me invitó a ir a bailar nuevamente.
Me tomó entre sus brazos, me atrajo a su cuerpo y de inmediato me introdujo su pierna derecha a la mitad de las mías:
= ¿te gustó mi regalo…, putita…?
- ¡Muchas gracias Don Euse…, están…, exquisitas…!.
= ¿Me vas a dejar que yo vea cómo lucen en ti…, mi putita…!.
- ¡Claro Don Euse…!, ¡cuando Ud. lo disponga…!.
Le dije, sin prestar atención a ese adjetivo, que utilizaba hacia a mí de manera continua.
Regresamos a la mesa, pagó, pidió su auto y nos fuimos a un motel. Entramos y de inmediato se puso a fotografiarme: primero de pie y luego me pidió que yo me sentara. Mi vestidito no dejó de subir y traté de ponerme de lado, para que no se me vieran los “chones”, pero luego de un par de fotos, Don Euse me dijo:
- ¡gírate…, muéstrame tus calzones nuevos!,
y entonces lo complací.
Me tomó dos o tres fotos de esa manera y luego de ello, me levantó de la silla y se lanzó sobre de mí, a tratar de besarme en la boca, y yo le correspondí.
Nos enfrascamos en un beso muy largo y sensual, mientras que él no cesaba de toquetearme y acariciarme mis “pompas”, introduciéndome sus dedos en la mitad de mis glúteos, apretándomelos con mucha fuerza, como tomando posesión de ellos en ese mismo momento.
= ¡Me gustas mucho putita…, desde que te conocí he andado con muchas ganas de ti…!. ¡Siempre te me has figurado muy “cogelona”!,
y tenía muchas ganas de estar contigo..., en la intimidad….
- ¡Ay Don Euse…!, ¿qué le puedo decir…?.
= Puedes decir que me quieres, aunque nada de ello sea cierto…,
pero de esa manera me alegras y haces sentirme muy bien…
Y como no pude decirle más nada, le ofrecí de nuevo mi boca, y nos volvimos a besar con pasión:
- ¡Don Euse…, lo quiero…, Don Euse…!,
comencé a musitarle, mientras me tocaba las nalgas por encima de mi vestido, levantándolo hasta por arriba de mi cintura.
Para no parecer una tonta, estiré mi manita, por debajo de aquel abrazo y alcancé a tocarle su pene, por encima de su pantalón:
- ¡Don Euse…, papito…, lo tiene muy duro…!.
= ¡Es que me tuve que tomar un buen viagra antes de salir del restaurant…!, ¡para poder estar a tu altura…, putita…!.
Me dijo, mientras me empujaba contra de la pared.
Me pegó su cuerpo y sentí su pene, muy rígido, empujando contra mi vientre, mientras me besaba apasionadamente en la boca. ¡Sentí un delicioso calorcito invadir todo mi cuerpo!; sentí la mano de Don Euse subir a lo largo de todas mis piernas y llegarme hasta las redondeces de mis asentaderas.
Dócilmente levanté una pierna y la enredé alrededor de la cintura de Don Euse. ¡Estaba ya totalmente venida!.
= ¡Desnúdate, mi putita...!,
me dijo Don Euse, retirándose un poco de mí;
= ¡me gusta mucho que las putas se encueren enfrente de mí!.
Comencé a levantar mi vestido, a sacármelo por encima de mi cabeza, hasta que aparecí solamente con mi ropa interior y mis zapatillas, negras, de tacón alto.
Don Euse se me acercó y comenzó a tocarme mi cara, mis senos, mis piernas, mi sexo.
Cerré mis ojos y apreté mis nalguitas, una contra la otra. Sentí los dedos ágiles de ese hombre explorarme mi sexo mojado y escondido bajo mi tanguita roja, de encaje; comencé a gemir. Sus tocamientos eran precisos, su mano envolvía toda mi vulva con unas caricias insinuosas, de una implacable precisión. ¡Tenía la impresión de perder la cabeza!.
Presa de una agitación indescriptible, continué desnudándome. En cuanto me quité mi brasier emergieron mis senos, con mis pezones erectos y granulados. Luego de ello, me comencé a bajar la tanguita, esa que me acababa de regalar Don Eusebio, para que lo complaciera: ¡casi nunca usaba yo tanga!, solo cuando mis fantasmas sexuales, producidos por una excitación extrema me asaltaban...
Me continuó a bajar la tanguita, hasta llevármela a mis tobillos, de donde la saqué con un movimiento de piernas. Él estaba arrodillado frente de mí y se le quedó mirando muy fijamente a mi sexo. Saboreó la indecencia de mi “chochito”, peludo y se puso a escudriñar mis labios, rosados y brillantes. Yo retuve el aliento convencida de que me lo iba a mamar, hasta ponerme loquita.
Don Euse se levantó y se abrió su bragueta. Sentía cómo me miraba, de manera viciosa, todas y cada una de las partes de la anatomía de mi cuerpo.
Se sacó un pene moreno y un tanto "chipotudo" y se lo puso a acariciar mientras me contemplaba.
En cuanto se le paró totalmente, comenzó a acercárseme lentamente. Su pito, ya bien parado, se me hizo muy gordo y muy largo.
Con la respiración entrecortada sentí como ese chorizo de carne humana comenzaba a buscarse un camino en mi rajadita, entre todos mis pelos, batidos con mis venidas. Apenas me acarició mi clítoris, ¡me sacó un gran orgasmo!.
De nuevo le pasé la pierna alrededor de su cintura, más estrechamente esta vez, y sentía como ese pito parado me recorría toda mi rajadita, desde el ano hasta el clítoris y volvía a regresar; ¡estaba muy excitada!, y a la vez muy asustada con la idea de que me fuera a meter su “chorizo” en el fondo de mi vagina.
Me encontró mi rajadita luego de varios intentos, ya que tuvo que luchar contra mis labios pa' que se abrieran – luego de tres semanas sin sexo – y lo dejaran entrar.
Una vez que penetró su cabeza, sentí cómo se abría paso lentamente hacia el fondo, separando las estrechas paredes de mi vagina; sentí cómo se me abrían, de manera trabajosa y casi dolorosa para mí:
= ¿te gusta, putita...?
- sí, sí..., Don Eusebio…,
alcancé a decirle al tiempo de que daba una bocanada de aire y a continuación un profundo suspiro, cuando me lo metió muy hasta adentro. Sentía su pito todo entero, ocupando cada lugar de mi vaginita; sentía cómo palpitaba dentro de mí..., y tuve otro nuevo orgasmo, tan fuerte que me hubiera tirado, si Don Euse no me hubiera estado abrazando.
Así como estaba, toda flácida del placer, Don Euse se puso a tocarme los senos, a pellizcarme los pezones, a apretarme con toda su mano, y luego de ello, empezó a bombearme con fuerza, estrellándome repetidas veces en contra de la pared. Nuestros pubis chocaban entre sí; yo gemía como loca y él no dejaba de decirme:
= ¡puta, puta, puta...!.
Me vine como tres veces seguidas, y luego de eso él me llevó hasta la cama, poniéndome boca abajo; él se puso en cuclillas, me levantó las piernas y las abrió a la altura de su cintura, me colocó su verga y comenzó a metérmela.
¡Me la metía hasta muy adentro!, me lastimaba, pues tenía ya más de tres semanas sin sexo, ¡sentía que me desgarraba!, empujaba y empujaba. Mi cara estaba aplastada contra de la almohada. Él no cesaba de decirme:
= ¡puta, puta, puta...!.
¡No me gustaba que me dijera eso pero, deseaba que me siguiera cogiendo!.
Se volvió a venir e hizo que me viniera también. Sus chorros eran abundantes y muy ardientes. Parecía que no terminaría nunca de venirse.
Cuando al fin terminó, pasó un largo rato para que se le bajara y aún más largo rato para que se saliera de mi “cajita de amor".
Una vez que se zafó, se recostó en la cama, boca-arriba, a mi lado. Me jaló hacia él y me besó apasionadamente
= ¡estás muy sabrosa, putita...!, y además eres bien caliente..., te mueves muy rico..., se me hace que a ti no te cogen seguido...,
¿hacia mucho que no te cogían…?.
No contesté, ni tuve tiempo para hacerlo; con su mano tomándome del cuello, me empujó para abajo, dirigiendo mi cabeza a su verga:
= ¡chúpamela, mi putita…!.
Me dijo, y me acerqué a ella; la tomé con la mano. ¡Estaba llena de sus mecos y de mis venidas!; estaba resbalosa, untosa.
Empecé a jugarla con una mano y luego con las dos, hasta que sentí que me empujaba la cabeza y entonces, procedí yo a mamársela.
En cuanto comencé a pasarle mi lengua, el instrumento tomó vida nuevamente, y comenzó a palpitar y a aumentar de tamaño y de volumen.
Me aloqué y comencé a bombearla y a recorrerla desde la punta hasta la base, tardándome en sus testículos. La rajadita del pene parecía un ojo que me miraba. Yo le introducía la lengua.
Don Euse me empujó a bombearlo y luego me jaló de las caderas para acomodarme sobre su cuerpo, pasándole una pierna de cada lado de su tórax y dejándole mi sexo en su boca, para que me lo chupara completamente.
¡Lo recorrió deliciosa e infinitamente con su lengua!, la cual se pasó hasta la raya de mi culo, el cual también me mamó y me lo llenó de saliva.
Luego me empezó a meter un dedo en la vagina, luego dos y luego..., creo que me metió toda su mano. ¡Me dolía…!, pero me encantaba ese tratamiento.
Su verga estaba muy erecta, y yo la tenía aprisionada con mis dos manos y la mamaba incansablemente.
De repente sentí sus manos separándome mis nalgas, y luego, un dedo lleno de saliva que se empezaba a introducir en mi culo, dilatándolo lentamente, dándole masaje a mi roseta, al esfínter. ¡Era deliciosa la sensación!.
Poco a poco mi esfínter cedió y se abrió suavemente al paso del dedo, el cual entró hasta la empuñadura y volvió a salir para regresar con otro dedo y querer entrar los dos a un mismo tiempo.
Entraron y permanecieron en mí un largo rato, dilatándome mi esfínter. Luego salieron y entraron tres juntos.
La dilatancia de mi ano me producía sensaciones muy placenteras, que me hicieron alcanzar un orgasmo múltiple, que hizo sonreír a Don Euse:
= ¡ya te veniste de nueva cuenta putita...!; ¡te está gustando!, ¿verdad putoncita...?.
Dijo esto empujándome hacia un lado de él, en la cama. Luego me abrió las piernas, las levantó hacia el techo, y comenzó a metérmela muy adentro, muy profundo, muy fuerte. Me vine en otro nuevo orgasmo múltiple y le bañé todo su sexo con mi venida.
En ese momento se zafó de mi vagina y así, en la misma posición en que me encontraba, procedió a metérmela por el culo. Me lo dilató nuevamente y cuando por fin logró meter la cabeza, ¡sentí una sensación deliciosa!.
Se estuvo estático un momento y luego procedió su viaje hasta estamparme sus pelos contra mis nalgas. ¡Hacía ligeros movimientos de cadera que estimulaban mi esfínter!, y éste, al abrirse y cerrarse presionaba a su verga hasta que, sin aguantar esa presión tan ajustada, lo hice venirse dentro de mis intestinos.
Nos quedamos dormidos, uno al lado del otro. Me desperté yo primero, me levanté y me dirigí al baño, a lavarme. Él me alcanzó y se metió a la regadera conmigo, me enjabonó, me pegó su cuerpo al mío, colocando su pene sobre mis asentaderas. Con sus manos me enjabonaba los senos y el sexo.
En ese momento, el jabón se cayó; él me enjuagó mientras su pene buscaba un huequito por donde colarse.
Me flexionó contra el escusado y me la metió por detrás. Me llegaba hasta adentro y me hacía gritar de dolor y de placer entremezclados, pero, para aumentar las sensaciones, comenzó a apretarme salvajemente los senos y a retorcerme los pezones. Me dolían enormidades pero me tenía muy caliente: ¡estaba pidiendo yo más!.
Él me leyó el pensamiento, y en la forma que me tenía, comenzó a darme de nalgadas con su mano mojada.
Yo gritaba de dolor y de placer. Lo recibía todo sin moverme de mi sitio. ¡No me gustaba!, pero me tenía hipnotizada con todo cuanto me hacía.
Se me hincó por detrás, y colocando su boca en mis nalgas adoloridas y enrojecidas por las nalgadas, me las comenzó a mordisquear. Yo me venía y me venía, alcanzando una serie de orgasmos en repetición.
Me separó las nalgas brutalmente e introdujo su cara en mi ano, mordiéndome todo el esfínter y la raya de enmedio. ¡Era misteriosa esa sensación!; ¡entre más me dolía, más me excitaba!.
Sentía que un orgasmo muy grande se gestaba dentro de mí y, cuando estaba a punto de alcanzarlo, él se retiró de mi culo, comenzando a morderme mi sexo, los labios y la vulva, mis pelos.
En una de esas mordidas eróticas, no pude contenerme y me vacié en su cara. ¡Era tan grande mi placer…, que mi venida parecían orines y me duró por varios minutos!.
Cuando logré recuperarme vi que él también se había venido sobre el azulejo.
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Saliendo del motel, le pedí que me acercara a la casa, y así lo hizo. Nos despedimos y…, desde entonces soy…, su putita.
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