Cena con el vecino

Continuación del relato EL VECINO.

CENA CON EL VECINO

Habían pasado cuatro días desde que Ana y Luismi echaron el polvo en casa de ellas. Aquel día, antes del encuentro entre ambos, Silvia, la mujer de él, le había comentado que le gustaría invitarla a cenar antes de que se marchara de nuevo a Madrid. Y hoy era el día elegido para cumplir esa invitación.

Ana sentía sensaciones contradictorias. Por un lado era un muy "heavy" aceptar la invitación de la mujer de un tío que le había partido el culo unos días antes. Por otro, era tremendamente morboso acudir a cenar con el marido infiel y la mujer cornuda. Al pensar esto último sintió um escalofrío por su espalda. Se sintió una auténtica puta.

En cualquier caso, había aceptado y a las 10 de la noche debía subir al primero C para cenar con aquellos vecinos. Imaginar que pudieran cenar los tres en el mismo lugar donde Luismi se deleitaba observando como ella se masturbaba mientras tomaba el sol era excitante. Notó como su coño rasurado se humedecía. Sentada en el sofá frente a la televisión mirándola pero son verla.

Cinco minutos después de la hora señalada, Ana se encontraba frente a la puerta de sus vecinos. Ahora dudaba de la conveniencia de haber aceptado. No había hablado con Luismi respecto a esta cena. Se limitó a aceptar la invitación formal que le propuso Silvia dos días antes. Ana, un tanto cortada, lo había hecho de manera precipitada. No quería estar demasiado tiempo sola con una mujer a la que ella había convertido en cornuda.

Ahora se arrepentía de su indumentaria, una falda corta floreada y la parte de arriba del bikini con el que solía tomar el sol en su terraza. Aquella idea morbosa de provocar a su vecino ahora le parecía una auténtica cabronada. Por fin se decidió a llamar a la puerta. Le abrió Luismi. Ana quedó paralizada durante unos segundos. Él vestía la misma camiseta que cuatro días antes cuando le dio por culo y un bañador azul. La saludó efusivamente y le dio dos besos en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios.

-¿Qué tal Ana? Gracias por aceptar la invitación. Estamos encantados

El hombre hablaba como si no hubiese pasado nada entre ellos, lo que tranquilizó bastante a la joven médico:

-Te estábamos esperando Ana -dijo Silvia antes de saludarla con otros dos besos.

Como había imaginado la chica, la hicieron pasar hasta la terraza de aquel piso donde habían dispuesto una mesa con tres sillas y sobre la cual se acumulaban distintos platos con pequeñas raciones. Se sentaron sin ningún orden aparente aunque dejaron que Ana ocupase la silla más cercana a la barandilla y Silvia la más cercana al interior del piso. A medio camino de ambas, Luismi:

-¿Bebes vino? - Le preguntó el hombre a la invitada.

-Sí, pero una copa nada más.

Luismi vertió el Rioja sobre la copa de Ana y luego sobre la dos restantes:

-Bueno ¿brindamos, no? Por la doctora Ana. -E hicieron chocar sus copas.

-Bueno, me queda aprobar dos exámenes en septiembre aún.

Silvia se interesó por la especialidad a que se dedicaría y Ana comentó cuál era su preferencia. Mientras hablaba la joven vecina se fijó en la esposa de Luismi. Era una mujer de la misma edad que él, guapa, de estatura media y cuerpo bien proporcionado. La invitada contestaba a sus preguntas de manera extendida, con la rutina de quien ha respondido muchas veces el mismo interrogatorio.

Después de más de una hora y más de una botella de Rioja (pese a la petición de Ana de una sola copa) el ambiente era tan agradable como distendido:

-¿Entonces? Tu terraza es esa que se ve ahí abajo, ¿no? -preguntó Luismi de manera inocente apoyado en la barandilla desde donde observaba Ana tomando el sol.

-Sí, esa es. ¿No me has visto nunca? A veces salgo a tomar el Sol. -La joven le siguió el juego levantándose y poniéndose junto a él.

Silvia no notó el juego que se traían y se levantó a la cocina a preparar unas copas:

-Así qué nunca me has visto, ¿no?

  • Pues no... -dijo Luismi con media sonrisa. Ambos se miraron aumentando la tensión sexual entre ellos.

Cuando Silvia llegó se sirvieron las diferentes copas y la conversación comenzó a virar hacia el tema sexual. La mujer de Luismi era una persona a la que no le importaba hablar abiertamente de prácticas sexuales y Ana no tuvo ningún inconveniente en contar como habían sido las relaciones con su ex, con quién cortó antes de terminar el curso:

-Pues yo no tengo quejas del sexo con Luismi... -comentó Silvia de manera pícara mirando a su marido.

Después no tuvo reparos en contar que en una ocasión habían hecho un trío con una amiga suya. Que ya en la adolescencia se habían enrollado ellas dos en las duchas de un camping. Al parecer, en una ocasión, pasaron un fin de semana en casa de la amiga y acabaron montándoselo los tres. Y lo disfrutaron mucho:

-En la vida hay que probar de todo. -Sentenció Silvia. Ana no supo entender si aquello era algún tipo de proposición.

Habían pasado casi tres horas cuando Ana anunció que tenía que irse, que no quería molestar más. Silvia propuso a Luismi acompañar a la chica y de paso ir al garaje a buscar un par de cosas que debía recoger del coche. Ana se quedó blanca. La propia mujer de Luismi facilitaba una situación tremendamente peligrosa. El vecino se prestó de inmediato. Así que, tras despedirse ambas mujeres, Ana y Luismi salieron de la casa.

Hicieron el trayecto en silencio. Ella delante de él. A la altura de su casa, Ana paró y comenzó a abrir la puerta. Pasó al interior sin cerrarla. No lo habían hablado pero no había vuelta atrás. Luismi entró y cerró tras de sí. Sin mediar palabra agarró a Ana, la giró y contra la pared comenzó a besarla apasionadamente. Ana se dejaba hacer mientras se agarraba a su vecino por la nuca. Sus lenguas se entrelazaban. El hombre metió sus manos bajo la falda de la chica y descubrió que no llevaba braguitas.

Con sus dedos buscó su rajita rasurada. La encontró inundada, jugosa, ardiendo. La mujer gemía mientras el hombre la comenzó a masturbar. Con la otra mano arrancó la parte de arriba del bikini dejando al aire sus pequeñas tetitas de pezones gordos y duros. Luismi no dudó en morderlos y arrancar un grito de placer de su vecina:

-Fóllame cabrón. Métemela por el coño... me lo debes...

Luismi se bajó el bañador y liberó su polla con una tremenda erección. Levantó a su vecina con sus brazos y contra la puerta la penetró con fuerza. Ella dio un grito cuando la polla de aquel maduro se abrió pasó hasta el fondo de su vagina. Sin respiro comenzó a follársela con fuerza. Literalmente la estaba empotrando. El cuerpo de Ana golpeaba la puerta, con cada golpe de cadera, haciendo identificable la actividad para cualquiera que pasara por delante de la casa…

Después de cinco minutos de suspiros, gritos, gemidos y golpes contra la puerta, Luismi avisó que se corría y se la dejó clavada. A Ana le faltaba el aire a punto de llegar al orgasmo. El hombre se corrió abundantemente en el coño de la mujer. Ella apretaba sus músculos vaginales como si quisiera ordeñar la polla.

Aún con la polla dentro de su coño, Ana miró a su amante con media sonrisa:

-¿Te gusta correrte sin condón en el coño de una vecina más joven?

-¿A ti te gusta sentir la corrida de un vecino maduro inundando tus entrañas?

Se volvieron a besar antes de separarse. Luismi le dijo que tenía que volver a casa:

-No te limpies la polla... Por si tu mujer te la chupa. Me da morbo pensar que pruebe el sabor de mi coño...