Celos, diablos y demás dulces.

¿Qué pasaría si juntasemos los celos con los dulces y encima fueran los diablos los catadores?

Celos. Celos por todos lados. Me lleva el diablo.

Dios, y la envidia. No puedo apenas soportarla.

Míralo. Ella. Es la única con la que tiene esa confianza. La coge de la cadera, la habla al oído, la acerca a su cuerpo. ¿Por qué a mí no? ¿Por qué no recibo esas maneras de él?

¡Y encima sé que son sólo amigos! Pero no puedo controlarme, estos celos me pueden.

¿Y la otra? Amiga mía, rompecorazones, partidaria de que se vean bien las virtudes femeninas. Conocedora de que a ella sí que la ha mirado con deseo, con amor.

Pobre infeliz. ¿Descorazonador fue descubrir que ese amor no fue correspondido? ¿Descorazonador fue revelar las intenciones no románticas de esa bella ilusión?

¿Y yo? Yo vagueo por el limbo.

¿Y qué más puedo pedir? ¿Un amor dulce? ¿Un amor cruel? ¿Quizá los dos? ¡Qué más quisiera yo que fuera siquiera un simple amor!

Una simple sonrisa, un simple gesto, y consigue con facilidad tenerme a sus pies. ¿Es que no aprendí la lección? Lo mío es masoquismo, dios mío.

Su mano cruzando el espacio y el tiempo, el choque contra la frágil piel, el desprecio de los desprecios… ¿no era eso suficiente para saber que él ignora o no presta atención a una servidora?

¡Y encima sin rechistar la presente!

Y su orgullo… eso era lo que más enervaba a los conquistadores de las palabras. Su posición apenas se veía alterada por las situaciones más críticas, lo que pasaba a su alrededor simplemente pasaba, nada más.

Ahora es cuando me pregunto si alguna vez se alteraba o si sentía pánico en algún momento. Lo hubiera sabido si alguna vez hubiera tenido ocasión de poner mi mano sobre su corazón. Me gustaría tener esa oportunidad… algún día.

Pero no todo es malo, ¡ni mucho menos!

Su lealtad, ánimo de defender a sus amigos, si no pudiera ser con espada y escudo tendría que ser con tenedor y cuchillo. ¡Y qué arte! Escéptico a más no poder, sin pruebas no había delito. Ahora sé y ahora entiendo que sus palabras esconden más de lo que quería decir en un principio. Si hubiera un secreto, él desviaría la atención de tal manía y lo remolcaría hasta la desviación más próxima. Un estilo efectivo, pero no al cien por cien.

Y su sonrisa.

Y su tozudez.

Y luego su sonrisa otra vez.

Sus gestos. Amable, retorcido, ese aire de independencia que parece rodearlo en todo momento.

Sensación de que parece no necesitar nada de nadie, nada de nada. ¡Cómo me encantaría saber qué piensa!

A estas alturas de la vida esto sería un desvarío en toda regla. Pero, ¿qué más da si ya si ya me ha vuelto loca de remate?

Y estos celos no me los quita nadie.

Debería ser una persona racional, que tiene en cuenta que no todo en esta vida está dicho, que no todo es blanco o negro, que la suerte viene con los que se preparan, que las buenas estrategias y la paciencia dan sus frutos.

Y la excusa más pobre que se puede dar es que los humanos se dejan llevar por sus sentimientos y sus deseos… ¡y al diablo con ellos!

Pienso todos los días que si no le hablara o si no le viera durante una larga temporada acabaría olvidándome de sus ojos. Ilusa de mí.

Siempre que le veo caigo en la nostalgia, pienso que los buenos momentos compensan los malos ratos y las lágrimas derramadas en frascos de crista.

Y fantaseo con las fantasías, sueño con los sueños.

Un día me dije a mí misma que si pudiera, aunque sólo fuera una vez, robarle un beso.

Pero admitámoslo, soy golosa, yo quiero el pastel entero, con la nata, con el chocolate y con el caramelo derritiéndose por los laterales.

¿Capricho? No. Eso lo tengo muy claro.

Yo también querría ser una tarta, vistosa para los ojos, deseada de ser catada, para atraerle y volverle goloso. Muy goloso.

Pero la pregunta final es… ¿qué tipo de dulce debería de llegar a ser?