Celos

Los celos de una esposa se convertirán en la mejor sesión de sexo de sus vidas, y hasta su acercamiento a la dominación.

  • Bueeeeno…. Me voy a echar la partidiña de dominó. Hasta luego, chatita.

Eso había sido lo que había dicho Heliodoro al salir de casa después de la comida y de reposar cinco minutitos, como tenía por costumbre. Amelia, su mujer, "Mielita", como la llamaba de cariño su marido, había sonreído y asentido y se había puesto a retirar la mesa y fregar los cacharros con el jabón líquido, mientras cantaba aquello de "los chicos con las chicas, deben estar…", aparentemente muy animada… pero apenas Helio salió por la puerta y le oyó bajar las escaleras, apretó entre sus manos el frasco del lavavajillas con tal fuerza, que lo vació por completo con un sonido de ¡prrrrrrrrtzt!

Heliodoro era un hombre sencillo, un fontanero muy bueno que, sin nadar en la abundancia, cobraba un sueldo bastante majo… No era muy alto, pero tampoco era bajo. Era delgado, sin ser fibroso ni delgaducho, tenía algunas entradas en su pelo muy negro, nariz muy larga, bigotito, ojillos traviesos y un acento de su Galicia natal del que nunca había sido capaz de desprenderse, pese a que había llegado a Madrid a la edad de doce años. Había entrado a trabajar de aprendiz de fontanero pocas semanas después de su llegada, y hoy día podía presumir de tener taller propio, vivir en un pisito en una zona bastante respetable, y tener un pequeño "seiscientos" aparcado frente a ella, para llevar al campo a su mujer los domingos. En cuanto a su mujer, Amelia, ella había nacido en Madrid, había estudiado el bachillerato y trabajado como taqui-meca en una pequeña empresa en la que un día, después de un corte de agua rutinario, se estropeó toda la instalación, y hubieron de llamar a un fontanero. Heliodoro llegó con su uniforme azul, y pese a no ser un hombre particularmente guapo, consiguió interesar a Amelia… por su parte, él se quedó bobo mirándola, con su faldita negra, su blusita azul de manga corta y su sonrisa radiante y su pelo castaño sobre sus ojos negrísimos y brillantes. Y se casaron.

Amelia siempre se había sentido afortunada por tener a su lado a Helio; un hombre sensato, cabal, cariñoso, muy bueno, enemigo de discusiones, complaciente y muy trabajador… y sobre todo, no demasiado guapo. En el barrio decían que era "un feo casado con una guapa", pero a pesar de eso, nadie podía decir ni mu acerca de la virtud de Amelia… pero mucho se temía ella que quizá sí pudieran decirlo de su ingenuidad. Siempre había pensado que era una suerte que Helio no fuese guapo del todo, porque así podría vivir tranquila, sabiendo que ninguna lagartona se fijaría en un hombre tan común como él… pero era indudable que se había equivocado. Alguien quería quitarle a su Helio, y a no ser que ella hiciera algo pronto, quizá terminase por lograrlo.

La cosa había sido así: todos los días después de comer, Amelia insistía en apagar el televisor para que Helio se echase un sueñecito antes de volver al taller, mientras ella recogía los platos, pero desde hacía un mes, Helio había acortado su siesta a apenas una cabezada, y a veces ni eso, para ir a jugar una partida de dominó con los amigos del bar, después regresaba al taller, y cuando lo cerraba, subía a casa a cenar… esto, no hubiera tenido importancia, de no ser porque Amelia había bajado al bar hacía una semana para comprar un sifón, esperando encontrar allí a su marido, y no había rastro de éste. Preguntó por él a Antonio el del bar, pero éste le dijo que no había venido… ni ése día, ni ningún otro. Antonio le dijo que no se preocupase, ni se fuese a imaginar cosas raras, que Helio era un tipo muy serio, pero aquello no la tranquilizó… y menos cuando aquélla misma tarde, en el mercado, oyó cotillear a las vecinas acerca de que ya no había vergüenza ni decencia, porque los hombres ya no se esperaban ni a que oscureciese un poco para entrar en casa de Marisita, que todos sabían que trabajaba por las noches en un bar de copas, "de alterne", para entendernos. Amelia preguntó a qué se referían, y las vecinas callaron y se miraron entre sí… unas sonrieron con suficiencia, como pensando "pobre ilusa…", otras la miraron con lástima… finalmente, doña Angelita, le dijo:

-Yo, no he visto nada… si lo hubiera visto yo personalmente, hubiera ido enseguida a decírtelo a ti sola… pero me han contado que han visto a tu marido esta tarde, saliendo de casa de Marisita.

Un rayo que hubiera abierto la tierra a sus pies, no habría espantado tanto a Amelia. No… aquello no… su Helio, no…. No podía ser verdad… su marido, tan honesto, al que tanto quería… Sintió que sus mejillas se incendiaban, que las piernas le temblaban y los ojos se le humedecían sin que pudiera evitarlo. Llamó en su auxilio a todos los recursos de su autodominio, de la confianza que tenía en su esposo, de su propio orgullo porque las vecinas no la viesen así… Logró balbucear que no lo creía, que sin duda había sido otro hombre, fontaneros morenos parecidos a Helio los había a millares… Algunas de sus interlocutoras asintieron, como quien le da la razón a un tonto, otras se sonrieron con complicidad… Amelia no supo bien dónde ponía los pies hasta que llegó a su casa y se echó a llorar sin consuelo.

Aquélla noche, Helio notó que algo le pasaba a su Mielita, pero ella le sonreía, diciéndole que no sucedía nada, que todo estaba bien. Helio no siguió indagando, y cuando aquélla noche intentó ponerse cariñoso con ella y ésta le rechazo, empezó a pensar si su costilla no estaría embarazada…

Desde aquél día, Amelia había perdido peso, y se sentía morir cada vez que miraba a su marido… pero se propuso descubrirle con las manos en la masa, dispuesta a matarle si era verdad, y matar también a Marisita o a la que fuese que hallase en sus brazos. Durante el tiempo que su esposo estaba en el taller, Amelia empezó a leer, a devorar, un género que nunca la había atraído: las novelas policíacas. Estaba dispuesta a aprender todo lo que fuese preciso sobre cómo cometer el crimen perfecto; cómo ocultar huellas digitales, cómo deshacerse del cadáver… en principio, pensó que quería matarlos a cuchilladas, ver brotar su sangre para quedar satisfecha… luego pensó que aquello dejaría manchas delatoras y que Helio tenía fuerza suficiente para poder con ella, y lo descartó. También descartó el uso de armas de fuego, que causarían mucho ruido, y no sería nada discreto andar por la calle con la escopeta de caza de su marido… finalmente, pensó en llevar una aguja de coser empapada en lejía. Según uno de los libros, eso funcionaba… claro que en el libro, usaban curare y no lejía, pero a ver dónde conseguía ella curare… si no lo mataba, seguro que al menos, lo dejaba bien servido. Recordó que había que llevar guantes, y escribió una nota de suicidio a nombre de su marido. En ella explicaba que se sentía celoso de los otros clientes de Marisita y por eso decidía matarla y matarse él mismo. Era un buen plan…. Realmente, esos libritos, eran muy útiles… no era de extrañar que don Demetrio, el cura, estuviera tan en contra de ellos; entre asesinatos, sexo, robos, sexo, delitos, y sexo, no había por donde cogerlos… porque Amelia había descubierto que en aquéllas novelas… ¡las chicas hacían cosas! Con su marido, el sexo era bueno, sí, ella no tenía queja… pero siempre era igual: besos, caricias, palabras subidas de tono, fuera camisón, su marido sobre ella y pis-pas hasta que acababan. La mayor parte de las veces, él ni siquiera se desnudaba, o ella tan sólo se subía el camisón hasta el pecho… siempre a oscuras, siempre la misma postura… a ella no se le había ocurrido pensar que la penetración fuera posible de otra manera, o que uno fuese tan atrevido de mostrarse desnudo y hacer el amor a plena luz, viendo la cara del otro… la idea le resultaba vergonzosa, pero perversamente atrayente; sus orejas ardían recordando los pasajes explícitos que había leído, cosas como: "Carolynn se dejó caer sobre el ardiente miembro de Cooper, viendo los nervios del cuello de su amante, tensos, y su cara sudorosa por el placer, mientras ella misma se sentía atravesada y poseída, suspirando profundamente…"

El sexo de Amelia hacía cosas muy extrañas cuando ella leía o recordaba esas frases… picaba, su temperatura aumentaba y tenía muchas ganas de… bueno, para qué engañarse: de follar. De coger por banda a su marido y hacer con él todo lo que decían esas novelas… y empezó a pensar si no sería por eso que su marido veía a Marisita… porque ella no le daba el tipo de sexo que él deseaba. Por un lado, quería entenderle, perdonarle, no dejarle marchar… por otro, deseaba gritarle, abofetearle, insultarle y matarle por su traición. Así pasó la semana de preparativos, y aquél día, Helio había cogido su bufanda y bajado por las escaleras, dejándola fregando los platos, mientras iba a jugar "su partidiña",… aunque iba a ver a Marisita.

Amelia se calzó y cogió su abrigo a toda prisa, salió por la puerta y acertó a ver a su marido al final de la calle. Corrió, cuidando de no hacer ruido o delatarse, y permaneciendo a distancia prudencial, con serpientes en el estómago. Una parte de ella no quería saber, quería vivir engañada, no enterarse de nada… la otra rabiaba por ver dónde iba, y otra rezaba para que no fuese al portal de Marisita… Helio cruzó el mercado, totalmente vacío y con los puestos cerrados, con Amelia detrás, sin ser vista. Pasó por la plaza, también vacía de niños donde sólo había un par de abuelos echando la siesta en sendos bancos, pasó frente a la zapatería López, cerrada también, y finalmente, llegó al portal 51: el portal de Marisita. Fue como un mazazo para Amelia, y sintió ganas de llorar a gritos allí mismo, pero se contuvo: tenía que seguir a su presa. Agarró la puerta antes de que se cerrase del todo, y mientras su marido subía, entró en el portal y subió detrás, silenciosamente. Helio estaba frente a la puerta del Primero A, la casa de ella; llamó y le abrió la propia Marisita, que vivía sola:

-¡Hola, Helio! – Amelia sintió deseos de matarla allí mismo, ¡sólo ella le llamaba Helio! – Venga, que está a punto de empezar, pasa.

-Gracias, y perdona que te moleste.

-Qué va a ser molestia, anda ya…

Marisita estaba a punto de cerrar la puerta, cuando Amelia se lanzó por el vano, entrando en la casa como un toro en una tienda de porcelanas:

-¡TE SORPRENDÍ, MALDITO CANALLA, MAL HOMBRE! ¡CRÁPULA!

-¡Mielita! ¡¿Pero qué haces tú aquí?!

-¡Le vas a llamar "mielita" a tu madre, golfo sinvergüenza! ¡¿Con que "esto" era tu "partidiña de dominó", eh?!

Marisita había cerrado la puerta y miraba la escena con gesto divertido, mientras Amelia amenazaba a Helio a grito pelado y éste retrocedía, hasta dar con la espalda en la puerta de una alcoba.

  • Que no, Mielita, que te equivocas, que yo te explicaré…

-¿¡Que me equivoco, caradura, CANALLA!? – gritó Amelia agarrando a su marido por las solapas del abrigo, quien la miraba con gesto aterrado y sudoroso.

-Por favor, no se ponga así… - intervino Marisita, que llevaba una bata de pirineo y un café en la mano – Deje que se lo explique… ¿usted es la señora de Helio, verdad?

-¡Yo soy la señora de TU PADRE, cacho golfa, destrozahogares! ¡Y como le pongas una mano encima a MI HOMBRE, te la arranco de cuajo! Y tú… tú…. – dijo, volviéndose a Helio, acercándose más a él, notando su aliento nervioso sobre sus labios… no quería que sucediese aquello, pero no podía evitarlo… tenía un aspecto tan aterrado y ella se sentía tan dominante… era como en las novelas, llenas de chicas malas que hacían que los hombres hicieran lo que ellas desearan… se estaba poniendo muy caliente. Miró a los labios entreabiertos de su esposo, a escasos milímetros de los suyos, sintió su jadeo sobre su piel y le pareció que se derretía de deseo… - tú…. Eres MÍO… sólo mío, ¿entiendes? Sólo mío… - Helio intentó hablar nuevamente, pero la boca de su esposa se abalanzó sobre la suya, y sintió su lengua atravesar sus labios con furia desbocada. De pronto, estaban dentro de la alcoba, en lugar de fuera de ella, y la puerta estaba cerrada. Helio no supo qué había pasado, y Amelia menos, pero a ninguno le importó demasiado. Amelia bajó el abrigo de su esposo hasta sus antebrazos para inmovilizárselos, y de un fenomenal empujón le tumbó sobre la cama de la alcoba, y al instante estaba a caballito sobre él, saboreando la perversión de aquél salvaje momento.

Helio no podía ni tragar saliva, ¿qué le había sucedido a su Mielita, una mujer tan calladita, tan formalita, tan…? Estaba celosa, no cabía ninguna duda, pero… ¿de cuándo a acá su esposa podía ser tan feroz? Helio estaba un poco asustado, y Amelia podía notar ese miedo… era increíblemente excitante… le besó sin poder contenerse mientras ella misma se desabrochaba la blusa, y ante los ojos desorbitados de su marido, recordó que nunca había visto sus pechos a plena luz, tan sólo en penumbra, porque a ella siempre le había dado vergüenza, y él nunca había insistido, porque también tenía vergüenza de su propio cuerpo…

"Dios mío… es un poco como si yo fuera un pendón…" pensó Amelia, pero no se detuvo; una fuerza superior se había apoderado de ella, y su deseo tomó las riendas de su personalidad; se quitó la blusa y la lanzó a un rincón. Estuvo a punto de quitarse también el sujetador, pero antes de eso, beso de nuevo a su marido: quería que éste sintiese tanto deseo como ella, no quería hacerlo demasiado rápido… recordó lo que había leído en las novelas, y lo juntó a su imaginación y su deseo. Empezó a lamer los labios de su esposo, y su rostro, recogiendo en su lengua las gotas de sudor de la excitación. El pecho de Helio subía y bajaba en golpes secos y las piernas le temblaban… intentó recordar cuándo fue la última vez que había estado tan excitado, pero no lo consiguió: su mente estaba demasiado copada de sensaciones como para centrarse en recuerdos. Sus manos aferraban la colcha, hubiera querido lanzarse sobre su esposa, aprovechar su fuerza para ponerla debajo de él y penetrarla en ese mismo momento, pero apenas hizo además de moverse, su esposa le apretó con mayor fuerza entre sus piernas, y le cogió la cara, apretándole los carrillos:

-Ni se te ocurra, maldito canalla… tú eres mío, y sólo estás para darme placer, ¿lo entiendes? Eres mi juguete, eres mi esclavo… Si te mueves, te mato aquí mismo, te estrangulo con las piernas y las manos, ¿entendido? – Amelia le apretó más y dirigió una mano al cuello de su marido, que jadeó en parte por la excitación, en parte por el miedo. "Está irresistible así…." Pensó ella "tan sumiso… tan a mi merced… ¡oh, tengo que tenerle AHORA!"

Se desprendió de su sujetador y su marido abrió los ojos al máximo, devorando la visión de los pechos de Amelia. Firmes, turgentes, con los pezones oscuros erectos y desafiantes. Amelia los apretó con sus manos, como había leído que hacían algunas chicas, mirando mientras lo hacía a su marido, que se mordía los labios de puro deseo. Se inclinó hacia él y le enterró la cabeza entre ellos, apretándolos contra su cara. Helio dejó escapar un gemido mientras las tetas de su esposa acariciaban y apretaban sus mejillas… eran cálidos, suaves, grandes… en el pecho de su esposa parecían modestos, pero sobre su cara, parecían enormes, apenas podía respirar… abrió la boca buscando aire y su lengua se disparó sola hacia ellos, para lamerlos, besarlos… Amelia suspiró de placer y dirigió uno de sus pechos a la boca de su marido, para que lo mamase plenamente. Helio pescó el pezón entre sus labios y succionó de él, con fuerza, Amelia gritó y a él le pareció que se le iba la vida entera…. Notó sus calzoncillos mojados y pringosos, le pareció que se sentía mejor que en toda su vida… pero aquello sólo acababa de empezar.

Amelia le agarró del jersey y tiró con fuerza para sacárselo por la cabeza, después tiró de la camisa para hacer saltar los botones y descubrir su pecho, peludo y sudado, pero a ella le pareció el hombre más irresistible del mundo, y deslizándose hacia abajo, empezó a lamerlo y besarlo, rozando sus pezones contra el estómago de su marido, que de nuevo comenzaba a jadear y notaba que su cuerpo reaccionaba ante el poderoso estímulo. Amelia llevó las manos al borde de su falda, la desabrochó y se la quitó, dejándola también tirada. Sus bragas eran muy blancas, pero mostraban una delatora mancha de humedad. A Helio le pareció que le salía humo de las orejas, mirando a su mujer sólo con las bragas y las mini medias, con los pechos húmedos de sudor y saliva y su sexo empapado de deseo…. ¿cómo era posible que fuera tan guapa? ¿Cómo podía ser tan guapa y que él no se hubiera dado cuenta hasta ahora?

Amelia llevó sus manos al bulto que había en el pantalón de su marido, y lo frotó con fuerza. Helio abrió la boca en un gemido mudo y se estremeció de gozo, luchando una vez más por liberarse y penetrarla, pero también intentando aguantar ese impulso… su esposa le estaba haciendo gozar muchísimo más que con la simple penetración, y deseaba esperar a ver todo lo que podía ofrecerle. Amelia sentía sus mejillas encendidas como brasas y una vergüenza espantosa… pero también un placer inmenso viendo gozar a su Helio y siendo mala, como las chicas de las novelas… Con deliberada lentitud, desabrochó el pantalón de su esposo y le retiró los calzoncillos. Helio asentía con la cabeza, pensando que por fin iba a poder ponerse sobre ella, por fin iba a poder penetrarla… pero se equivocaba. Su esposa se hizo un momento a un lado para quitarse las bragas, pero le miró con advertencia: no debía moverse. Helio obedeció, pese al trabajo que le costaba contenerse. De nuevo se sentó sobre él, sobre su pecho, frotando su sexo cálido y húmedo contra él. Su marido se retorcía de deseo, notando el maravilloso calor sobre su pecho… el sexo de su esposa le quemaba el corazón, le parecía que su sangre era lava hirviente…

Amelia subió por el pecho de su marido hasta dejar su sexo a la altura de su cara. Se acercó más y más, con deliberada lentitud, hasta que casi se rozaba con la punta de su nariz. Pensó que su esposo no entendería lo que ella deseaba, pero lo cierto es que boqueaba como un sediento a la vista de su humedad:

-Bésalo, miserable…. Pruébalo por primera y última vez antes de que te mate, maldito canalla… - susurró. Helio no se lo hizo repetir. Agarró las nalgas de su esposa con ambas manos para acercársela más y hundió su cara en su sexo, lamiendo los jugos de su Mielita como si en ello le fuera la vida. - ¡Aaaaaaaaaaaaah….. haaaaaaaaaaaaah, sí….. mmmmmmmmmmh….. no te pares….. No pares!

Amelia se retorcía de gozo, le parecía que estallaba, ella nunca había disfrutado así, jamás había sentido nada parecido. A Helio no se le había ocurrido nunca que el coño de una mujer pudiera ser besado, y menos aún con lengua, como una segunda boca, cálida y palpitante, y menos aún que una mujer pudiera gozar con ello… pero ahora que estaba en esas, le parecía lo más obvio del mundo, y siguió explorando con su lengua en el interior de su esposa. Rodeó los muslos de ésta con las manos y abrió sus labios para descubrir la perlita rosada que hasta entonces, nunca había visto, y sólo algunas veces había acariciado con los dedos. Apenas podía creer que algo tan hermoso, fuera para él, y la besó, succionando de ella. Amelia se mordió el puño en medio de salvajes gritos de placer:

-¡SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! ¡Más, sigue…. Por favor, no pareeeeeeeeeeeeeeees….! ¡Me encantaaaaaaaaaaah….!

Helio sintió que su polla gritaba igualmente de placer, intentó pensar en otra cosa, temeroso de que si se corría por segunda vez, quedaría agotado, pero lo que tenía delante era demasiado hermoso para no abandonarse a ello, estaba tan rico, era tan maravilloso ver gozar así a su Mielita… Con dos dedos, acarició sin piedad el clítoris, abultado y rojizo, mientras hundió de nuevo su boca en el coño de su mujer, y metió su lengua lo más profundo que pudo, rozando y apretando las paredes del sexo de su Mielita, explorando su interior, tragando sus salados jugos, notando cómo estos le empapaban el bigote y le chorreaban barbilla abajo. Movió la cabeza hacia uno y otro lado, sintiendo el maravilloso picor-cosquilleo que anunciaba su propio orgasmo, y lamió más profundamente, sin dejar de frotar entre sus dedos el indefenso clítoris, y pudo sentir cómo su cuerpo dejaba escapar un poderoso chorro de esperma hacia el techo, al tiempo que el sexo de su esposa temblaba, se contraía y palpitaba mientras ella se estremecía y gritaba de placer, y una potente ola de flujo le empapaba la cara.

Helio continuó acariciando las nalgas y muslos de su extenuada mujer, que temblaba aún de gozo después del orgasmo… "qué bueno ha sido…" pensaba "y pensar que tengo que matarle…" "Ha sido maravilloso" pensaba él "No sabía que me pudiese correr sin ni tocarme siquiera… y ella, cómo le tiembla el coñito cuando goza… es un encanto, mi Mielita…". Las manos de Amelia, curvada hacia atrás, sin darse ni cuenta, se acercaban al sexo de su marido… Estaba chorreante y cálido, pero aún seguía duro y dispuesto… la excitación había sido muy fuerte, aunque Helio ahora ya no tenía fuerzas para estar encima, pese a que seguía teniendo ganas…. Bueno, Amelia sabía que no era imprescindible que estuviese encima.

"¿¡Otro?!" pensó Helio viéndola acercarse decididamente a su miembro, pero no se le ocurrió poner ni media pega. Amelia miró detenidamente la polla de su esposo… hasta entonces, nunca la había visto. De pronto, pensó en lo tonta que había sido y en que aquello no tenía nada de qué avergonzarse, sino de qué enorgullecerse… un pene erecto era algo bellísimo. Se acercó con los ojos cerrados y olfateó su olor, potente, acre, pero atrayente… sacó la lengua y lamió golosamente los restos de la descarga anterior. Helio emitió un gemido derrotado y apretó la colcha con los puños para resistir el placer que de nuevo recorría su cuerpo desde los riñones a la nuca en deliciosos calambres… Amelia sintió que su deseo crecía nuevamente y no fue capaz de esperar más: montó a su marido y se ensartó sobre su polla húmeda y tórrida. Helio gritó sin poder contenerse, ¡era increíble! ¡Era fabuloso! ¡A pesar de haber eyaculado dos veces, al estar tan excitado, el placer era salvaje, y al estar debajo, entraba tan bien….! ¡Qué maravilla! Amelia se puso a cabalgar sobre su esposo y a pesar de que ella también acababa de correrse, notó que su placer crecía rápidamente, anunciando un nuevo orgasmo, ¡apenas lo podía creer…! ¡No sabía que se podían tener dos orgasmos seguidos!

Helio agarró a su Mielita de las caderas, suaves y redondeadas, para ayudarla a cabalgar, y su esposa le llevó una de las manos a sus pechos, que botaban al ritmo de la cabalgada. Helio quiso llorar de felicidad, pero apenas podía respirar por el placer. Sintió el sexo de su esposa, húmedo y lubricado como nunca, abrazar su polla, brincar sobre ella, llenarle de gozo y calor, mientras con una mano le apretaba las caderas y con la otra masajeaba y apretaba sus pechos. Amelia asentía con la cabeza, también incapaz de hablar, sintiendo en cada cabalgada cómo el frote con la polla de su marido aumentaba más y más el placer, el calor, el gozo… éste subía por su espina dorsal en olas cada vez más cálidas, hasta que al fin, una oleada más fuerte la dominó, el placer la atacó desde las corvas, lo sintió en sus riñones, y subió hasta sus hombros, haciendo que de nuevo su coño se convulsionara y abrazara la polla de su marido, que también se corrió en aquél momento al sentir las contracciones, derramándose dentro de ella, con las manos juntas en el momento…

Amelia se dejó caer junto a su marido, sudorosa, extenuada… pero satisfecha. Su pasión había sido aplacada, y se sentía tan bien, tan feliz… a su infiel marido podía matarle más tarde, de momento, se sentía en la Gloria… Helio tenía una sonrisa tonta en la cara… él siempre había estado muy contento de su Mielita, pero nunca se le había ocurrido pensar que el sexo pudiera ser tan bueno, tan salvaje, tan agotador, tan… fantástico. Estaba claro que su mujer había venido allí con el número cambiado, pero si eso les había proporcionado el nuevo descubrimiento del sexo, benditos fueran los celos mil veces.

-¿Que vienes aquí para QUÉ? - logró decir Amelia.

-Ya te dije, Mielita, que te equivocabas, pero no me dejaste explicártelo, vidiña… - dijo su esposo fumando el cigarrillo post-coital que le gustaba tanto echar – yo vengo aquí a ver al J.R. Como después de comer, siempre me apagabas la tele para que durmiera y no me dejabas ver el serial, pensé en verlo en el bar, pero allí na más que ponen fútbol, y no puede uno cambiar el canal, y si un hombre ve los seriales, le miran mal, así que pensé, "¿Dónde puedo yo ver al J.R. sin que nadie se meta conmigo?" Y me decidí a preguntar a Marisita, ella también lo ve, así que vine aquí todas las tardes a ver el serial, pero ella te puede decir que yo no le he tocado nunca ni un peliño de la ropa, ni le he aceptado ni un café siquiera.

-Pero… pero… ¿porqué no me lo dijiste? Te hubiera dejado verlo en casa…

-Como te me ponías siempre tan pesada con lo de la siesta, que si no, no descanso, que me levanto mu pronto, y que si no, no rindo… mujer, me daba nosequé llevarte la contraria… y también me podías haber preguntao tú que dónde estaba cuando no me encontraste en el bar… esa noche te lo hubiera contao todo, yo no tengo nada que ocultar y nada que temer.

Amelia apoyó la cabeza en las manos, aún tumbada desnuda sobre la cama de la casa de Marisita… Por una parte, aquello le sonaba a cuento chino, por otra… era algo que encajaba perfectamente con su Helio, siempre evitando cualquier discusión. De todos modos, cuando salió de la habitación, preguntó a Marisita, sin estar delante su marido, que qué había venido a hacer él a esa casa, y ella le explicó lo mismo que su esposo… O tenían la versión inventada de antemano, o era verdad.

-Amelia, su marido es una buenísima persona. – dijo Marisita – Entiendo que usted tiene motivos para desconfiar de mí, no es un secreto para nadie cómo me gano la vida… pero si todos los hombres fueran el suyo, créame que yo me tendría que dedicar a la costura. Si no se fía, pregúntele a su marido por dónde va la serie, verá como lo sabe.

Amelia no quería desconfiar, pero efectivamente no pudo resistir, y efectivamente, Helio se puso a contarle la serie entera, los nombres, los líos, los parentescos, los amoríos, las bodas, las infidelidades,… le gustaba mucho.

-Eso sí – dijo él, ya de camino a casa – desde mañana, la vemos en casita juntos tú y yo, para que nadie tenga que ir diciendo que yo soy un mal hombre, o que no hago feliz a mi Mielita.

Llegaron a casa, aquélla tarde Helio decidió no ir al taller y quedarse con su Mielita, que tenía muchas ganas de hacerla arrumacos después de lo bien que lo habían pasado.

-Oye, Mielita, una cosa, sin que te enfades, ni vayas a pensar que no me fío de ti o cosas raras, pero todo eso que hicimos…. ¿quién te enseñó a hacerlo, rapaciña?