Celos

Mi Linda es perfecta, con ese pelo rojo, esos ojos verdes y juguetones y esa figura que quita el hipo a pesar de que es un poco bajita. Siempre perfecta y elegante con sus trajes chaqueta y sus altos tacones, solo tiene un pequeño defectillo, es la persona más celosa que conozco.

—Hola, cariño.

—Hola, Linda. ¿Sigue en pie la cena? —pregunté temiendo que algún nuevo cliente desesperado echase por tierra la cena que había estado planeando toda la semana.

Y es que sabía lo que le gustaba a mi mujer sentirse el centro del universo y de vez en cuando pedía el día libre y le preparaba un baño relajante, una cena y una intensa noche de sexo.

—Sí, claro. Mmm... aunque hay un problemilla... —conocía a mi mujer demasiado bien como para saber que ese diminutivo no traía nada bueno.

—Está bien, ¿Qué pasa?

—¿Te acuerdas de Clarisa? —preguntó mi mujer con tono zalamero.

—Sí, ¿Cómo no recordarla? La morena aquella que en la fiesta de la empresa se emborrachó un poco de más. Estuvo muy graciosa imitando al jefe delante de su cara.

—Esa misma. Bueno, resulta que su novio la ha dejado y está un poco depre. Ahora resulta que ella tiene la culpa de todo, que se ve gorda y fea y que piensa que ningún hombre se volverá a fijar en ella. Necesita que alguien le suba la moral, necesita que vea que alguien la entiende y la apoya. Me preguntaba si habría suficiente comida para los tres...

—No hay problema, añadiré un poco más de agua a la vichysoisse y al champán y partiré la carne en tres en vez de en dos. Espero que no tengáis mucha hambre. —dije yo ocultando cuidadosamente mi desilusión. Después de todo no se me debía notar que aquello me había trastocado los planes— ¿Tardaréis mucho?

—No, seremos puntuales. —prometió ella en un tono lo suficientemente dulce como para que yo notase lo mucho que sentía jorobarme los planes.

—No hay problema. Si tu amiga lo necesita, es lo primero. —dije yo  comprensivo mientras mi cerebro empezaba a maquinar un nuevo plan.

Como el primer plato ya estaba hecho, el segundo casi listo y la mesa puesta, solo tuve que añadir un juego de cubiertos y una silla para Clarisa para que todo quedase preparado. Solo me quedaba arreglarme así que tenía tiempo de sobra. Me acerqué a la nevera y abrí una botella de vino blanco, un godello con un delicioso toque de albaricoque.  Aspiré aquel suave aroma y me serví una copa antes de devolver la botella al frigorífico y sentarme en el salón a escuchar un poco de música y pensar.

Unas risas cantarinas y el sonido de las llaves al otro lado de la puerta me dieron el tiempo justo para llegar a la puerta y recibirlas de punta en blanco, con el traje azul de raya diplomática la camisa blanca y la corbata de seda roja que me había regalado Linda por mi cumpleaños.

Clarisa fue la primera en traspasar el umbral. Al parecer la joven se había enterado de la cena antes que yo y había tenido tiempo de arreglarse. Me bastó un vistazo para ver que no estaba en su mejor momento. A pesar de que tenía un pelo espeso y brillante de color castaño oscuro y unos ojos azules grandes y expresivos, se la veía un poco cohibida, quizás porque su figura  era un tanto excesiva. Con los pequeños tacones que llevaba, era casi tan alta como yo y estaba un poco  rellena aunque esa gordura solo añadía esplendidez a su figura. Le recogí el abrigo y después de echar un vistazo a la blusa de seda y la falda negra que le llegaba justo por encima de las rodillas, le di dos besos y la abracé reteniéndola lo justo para ver un chispazo en los iris verde malaquita de mi mujer.

Y es que mi Linda es perfecta, con ese pelo rojo, esos ojos verdes y juguetones y esa figura que quita el hipo a pesar de que es un poco bajita. Siempre perfecta y elegante con sus trajes chaqueta y sus altos tacones, solo tiene un  pequeño defectillo, es la persona más celosa que conozco. Basta que yo mire hacia una mujer, aunque la tenga justo frente a mí, para que frunza esos preciosos labios rojos, intentando controlarse, consciente de que no me gusta nada que muestre su enfado, aunque no siempre lo consigue.

—¿Qué tal, chicas? —les pregunté mientras recogía el abrigo de mi mujer y le daba un beso apresurado en los labios. —¿Por qué no os ponéis cómodas en el salón y os sirvo una copa?

Las dos mujeres me hicieron caso y yo, tras echar un vistazo al asado, les acerqué las dos copas. La música seguía sonando aunque ellas apenas hacían caso, enfrascadas en una intensa conversación.

—La comida estará en apenas diez minutos. —les dije apurando lo que quedaba de mi copa.

La cena transcurrió en un ambiente bastante relajado. Yo me mantuve al margen y me dediqué a observarlas sin perderme detalle y dejé que llevasen el peso de la conversación. Linda intentó distraer a su amiga y hablar de cualquier cosa y Clarisa intentaba sonreír pero sus ojos ligeramente apagados y el rictus de su boca demostraban que tenía la cabeza en otra parte.

No conocía a esa chica lo suficiente, pero a mí me parecía bastante atractiva y aun la recordaba en la última fiesta de la empresa de Linda. Era divertida y se mostraba muy dulce con su novio. No iba a juzgar a aquel tío, pero no podía pensar que tenía de malo aquella mujer.

—Entiendo por qué adoras a tu marido, Linda. —dijo Clarisa cuando terminó con el postre— Además sabe cocinar. Si mi ex cocinase así no entraría por las puertas —añadió pasando de nuevo la cucharilla de nuevo por la copa de mouse ya vacía.

—Gracias, eres muy amable. Pero no te creas que siempre es tan buen chico.—replicó Linda como si yo no estuviese— También tiene defectos.

En cuanto terminamos, Clarisa hizo el amago de levantarse para recoger la mesa. pero yo puse mis manos sobre las suyas para impedírselo. Noté como temblaban ligeramente y me sumergí en aquellos ojos claros hasta que ella terminó por apartarlos. Linda nos vio y me lanzó una mirada cargada de ira. Perfecto, me encantaba cuando ella se enfadaba.  Enfadada era como un potro salvaje, un salvaje alazán que tenía que dominar para poder montarlo.

Recogí los platos, los metí en el lavavajillas apresuradamente y volví al salón con unos margaritas. Las dos mujeres estaban sentadas una junto a la otra y yo me senté al lado de Clarisa en un extremo del sofá. Con toda la naturalidad del mundo, me acerqué un poco más a ellas. Bebimos y charlamos de naderías mientras esperaba el momento.

—Gracias, por todo. —dijo Clarisa— No sabéis lo que significa para mí una noche así.

—¿Qué tal lo llevas? Me dice Linda que estas... un poco afectada. —dije yo aprovechando el momento.

—Bueno, la verdad es que no muy bien. Todo fue tan repentino que me pilló totalmente por sorpresa. Un día tienes un novio, unos proyectos de futuro... en fin, una vida y al día siguiente te dice que ya no te ama, que has resultado ser una carga. Cuando intento que se salga de todas esas tonterías y me diga lo que realmente piensa, se cabrea, me insulta, me llama frígida y me dice que terminaré siendo una solterona. Es tan... frustrante. —dijo al borde de las lágrimas.

—Mírame. —le dije cogiéndola suavemente por la barbilla y obligándola a fijar sus ojos en mí. Aquellos ojos tan claros y dulces anegados en lágrimas hacían que su rostro resultase verdaderamente adorable— Si algo te puedo decir es que probablemente tú no eres el problema. Los hombres somos gilipollas, ese es el problema.

Clarisa abrió los ojos un poco más y terminó por girar todo su cuerpo subiendo las piernas al sofá y tocándoselas nerviosamente. Yo las eché un vistazo apreciando sus formas deliciosamente generosas, mientras que por el rabillo del ojo veía a mi mujer revolverse.

—No sé. Igual yo también tengo algo malo. Quizás él tenga razón y este demasiado gorda.

—Ni por un instante. A mí me pareces perfectamente deseable. —dije cogiéndole las manos nuevamente.

—Entonces ¿Qué es?

—Quizás consideraba que no hacías por él lo suficiente, quizás se ha enamorado de otra... ..

—Quizás, quizás, quizás... —intervino mi mujer intentando que yo dejase de ser el foco de su atención.

—Linda tiene razón, pero solo en parte. —dije yo captando de nuevo su atención— Los hombres somos muy egocéntricos, pero no solo es eso. ¿Qué tal eráis en la cama?

—¡Cariño, no seas bestia! —me interrumpió Linda cabreada mientras Clarisa me miraba incómoda.

—No pretendía ser tan duro, lo que pasa es que me resulta difícil creer que un hombre te deje así, de la noche a la mañana. Deberías haber notado algo.

—No... No pasa nada. Pero la verdad es que el sexo era como siempre. Lino es... era muy atento, siempre me hacía sentirme cómoda y disfrutábamos mucho.

La miré y le puse la mano sobre la pierna. Era el momento de romper sus defensas, si lograba entenderse un poco mejor a sí misma, aquello le ayudaría.

—Aunque te hayan dicho muchas veces que el amor es lo más importante en una relación el sexo, sobre todo para nosotros, es muy importante también. Mira a Linda, basta que pase mi mano sobre tu hombro o tu pierna, —dije a la vez que hacía el gesto— para que eche fuego por los ojos. Y no es porque se sienta amenazada sino porque quiere que estas manos solo estén sobre ella. Cada vez que nos acostamos lo detectan todos los sismógrafos de este continente.

—Bueno, lo nuestro era más tranquilo en plan caricias y abrazos... ya sabes.

—Está bien la suavidad y el cariño, pero el sexo debe ser de vez en cuando un poco salvaje y sorpresivo, de manera que nunca sepas donde os va a llevar una caricia. —dije rozando su mandíbula con mi dedo.

Clarisa se estremeció de arriba abajo al percibir el roce, pero consciente de que tenía a su amiga a su espalda no se atrevió a mover ni un pelo. La verdad es que me estaba divirtiendo así que sonriéndole recorrí el perfil de su cara, los pequeños lóbulos de las orejas y enterré el dedo en su espeso pelo castaño, notando como su respiración se aceleraba.

—Lo que necesitas es un hombre que te comprenda. No busques con la vista. Busca con esto. —le dije posando mi mano justo en el nacimiento del escote de la blusa, y viendo de soslayo como mi chica estaba a punto de subirse por las paredes.

Clarisa suspiró y cogió la copa que le había servido, aunque estaba seguro de que aquello no era lo que deseaba agarrar.

—Eso es muy fácil de decir, pero yo no sé muy bien que hacer luego. Cuando me quedo desnuda frente a un hombre me quedo paralizada, temo hacer algo que lo espante....

Mi carcajada la interrumpió y la confundió todavía más.

—Precisamente eso es lo único que no tienes que hacer. No es tan complicado. Incluso el tipo más directo y dominante desea notar que estas ansiosa por follártelo. —dije posando mi mano sobre su pierna, justo por debajo del borde de la falda— Observa entonces sus reacciones, si intenta dominarte resiste lo justo, si es más pasivo imagínate que es un delicioso helado que hay que derretir.

Clarisa me miró ruborizada. Sus ojos exudaban deseo y seguramente su sexo se humedecía mientras imaginaba mi polla dentro de ella. Aquella mujer era tan hermosa y en cierta manera tan inocente que yo también estaba empezando a excitarme. Consciente de que Linda me vigilaba como un halcón estreché la pierna de su amiga con fuerza y retiré por fin mi mano.

Clarisa se dio cuenta de que estaba dando la espalda a su amiga y volvió a sentarse recta en el sofá. Mi Linda por fin se relajó un poco, aunque notaba perfectamente que seguía enfadada. Sin embargo siguió hablando con su amiga con total naturalidad, como si no hubiese dado importancia a la situación que yo había provocado. Acabamos el segundo margarita, charlamos y escuchamos música. Yo hablé poco y me dediqué a lanzar a mi mujer miradas cargadas de lujuria que ella intentaba obstinadamente ignorar, excitándome cada vez más. Finalmente, a eso de las dos de la mañana, Clarisa se levantó y se estiró la falda para colocarla en su sitió. Su boca dijo que tenía que hacer cosas al día siguiente y que tenía que irse, pero yo sabía que en el fondo de su mente lo que quería era quedarse y que yo terminase lo que había empezado, pero yo sé cuál es el límite y jamás lo sobrepasaría. Amo a mi mujer y por nada del mundo le haría daño. Aun así no iba a dejar irse a Clarisa sin un último empujón.

—Gracias a los dos. De verdad. No sabéis lo que lo necesitaba. —dijo la joven poniéndose el abrigo.

—De nada, pero me gustaría que antes de irte me hicieses un favor.

—¿Sí? —se apresuró ella a contestar ruborizada.

—Quiero que hagas dos cosas por mí. La primera, coge el móvil. —la ordené.

Como esperaba ella revolvió sin rechistar en el bolso y sacó un iphone de color rosa.

—Busca en la agenda el tío que más te ponga.

—Yo... no sé...  así en frío... ¿Qué quieres que...?

—Teo. —intervino Linda inmediatamente— Le llamamos el turco, un camarero donde tomamos el brunch todos los días, moreno, delgado, nariz afilada y sonrisa de lobo. Llevan toda la semana poniéndose ojitos.

—¡Eso es mentira! —intentó defenderse su amiga con el rostro arrebolado— Me parece un tipo divertido pero...

—Sí, por eso él dejó su número en una servilleta y tú te apresuraste a apuntarlo mientras creías que yo no estaba mirando. —replicó mi mujer.

Linda que había pillado mi juego, le arrebato el móvil a su amiga ya desbloqueado y abriendo la agenda buscó en los contacto.

—¡Ajá! Aquí esta, Teo el macizo. Buena descripción —rio mi chica mientras seleccionaba el contacto y apretaba el icono de llamada.

Linda le dio el teléfono a su amiga justo cuando el camarero contestaba. Clarisa acorralada no tuvo otra opción que saludar:

—Hola, soy Clarisa. Perdona por llamar a estas horas...

—...No, no pasa nada, solo es que he estado cenando con una amiga y a mí me apetecía salir a tomar algo, pero creo que estaba cortándole el rollo con su hombre. Me preguntaba sí... —dijo la joven jugueteando nerviosamente con su melena.

—... Sí, ahora... Si te viene bien...

—¡Estupendo! ¿Dónde te viene bien que quedemos?

—.... Sí, sé donde está. ¿Veinte minutos?

—... Perfecto ahí estaré. Nos vemos ahora. —dijo Clarisa con una amplia sonrisa antes de colgar.

—Gracias, chicos. Sin vosotros no me hubiese atrevido nunca. —dijo Clarisa metiendo el móvil en el bolso y asiendo el picaporte.

—Aun queda la segunda cosa que tienes que hacer por mí. —me adelanté.

—¿Qué quieres?

—Tus bragas. —le ordené con un gesto de la mano.

—¿Pero, qué ...? —aquellos ojos azules se abrieron aun más con la sorpresa.

—Confía en mí y dámelas. —mi tono no daba lugar a replicar.

Clarisa titubeó pero al final se inclinó y metiendo la mano bajo la falda luchó un momento con la prenda hasta que quedó enrollada en torno a sus tobillos. Yo, solícito, me agaché y la ayudé a deshacerse del fino tanga. Dentro de mi mano lo noté húmedo y caliente.

—Vamos, diviértete. —le dijo Linda a modo de despedida.

—Eres un cabrón. —me espetó mi chica cambiando inmediatamente en gesto en cuanto cerró la puerta tras su amiga.

—¿Eso crees? Pues no he empezado. —repliqué acorralándola contra la puerta, aun con el tanga caliente en mis manos.

Linda me miró con aquellos preciosos ojos echando chispas e intentó eludirme, pero yo se lo impedí interceptando sus movimientos con mis brazos y me incliné con intención de besarla.

—Si crees que vas a echarme un polvo hoy, lo llevas claro. —dijo apartando la cara.

Yo la ignoré y rocé su cuello con mis labios, provocando un leve temblor que Linda se esforzó por dominar inútilmente. Continué acariciando y besando con levedad, intentando superar sus defensas a medida que ella intentaba resistirse.

—Cabrón... Lo que has hecho con mi amiga no tiene nombre. —me reprochó.

—Tú querías animarla y la he animado. ¿Has visto como ha salido de casa? Casi no tocaba el suelo. —mis manos se unieron a mis labios recorriendo su cuello y desabrochando los botones de su blusa.

—¿Y lo del tanga? — dijo resintiéndose aun— Eso no tiene nombre...

—¿A que ha sido un buen toque? —la sorprendí— Si el Teo ese tiene alguna duda cuando descubra que Clarisa va sin bragas se va a poner como una moto.

—Eres un cerdo. Todos los hombres sois unos cerdos. Suelta ese tanga.

—Ni de coña. Es más tengo una cosa pensada. —repliqué deslizando mis manos por debajo de la falda de mi chica.

—¿Qué coño estas haciéndolo? —preguntó mientras yo le bajaba la ropa íntima de dos tirones.

De nuevo me agaché y la ayudé a desenredar el tanga de sus Manolos. Me demoré un instante más de lo necesario, acariciando sus tobillos y sus pantorrillas y noté como Linda comenzaba a relajarse. Era el momento que esperaba, con dos movimientos rápidos le colé el tanga por los pies y se lo subí hasta arriba. Linda pegó un respingo e intentó resistirse, pero ya era demasiado tarde.

—Lo notas... es el calor y la excitación de otra mujer. Puedo provocar a cualquier mujer hasta hacerla derretirse...

—Cabrón, hijo puta... —me gritó golpeando mi pecho con fuerza.

—...pero aun así solo quiero derretirte a ti.

—Esta vez no te va a ser tan fácil —se resistió.

—Te deseo en todo momento, cuando ríes, cuando lloras, cuando acabas de salir del gimnasio sudorosa y despeinada, cuando te preparas para una fiesta con uno de esos espectaculares vestidos, pero sobre todo cuando más me gustas es cuando sacas tu genio. —dije cogiéndola por la nuca y dándole un beso en los labios.

Esta vez ella no se resistió y me devolvió el beso, aun dubitativa como si no se fiase.de mí, pero una vez roto el hielo, aquel genio volcánico se estaba transformando en pura lujuria. Me aparté unos centímetros y la miré a los ojos, líquidos de emoción. Acaricie su cara con la mano, recorrí su mandíbula y avancé hasta hundirla en aquella melena ardiente justo por detrás de las orejas. Ella cerró los ojos y arqueó el cuerpo suspirando, totalmente concentrada en lo que sentía. Inclinándome, solté  los últimos botones de su blusa y recorrí con mis labios sus clavículas, el nacimiento de sus pechos y su vientre.

Linda apenas se dio cuenta cuando le subí la falda. Totalmente concentrada en la nube de placer que estaba empezando a rodearla, apenas hizo otra cosa que separar las piernas ligeramente. Me abalancé sobre sus muslos y aspiré el aroma dulce de su piel, detectando a la vez un sutil aroma, ligeramente más ácido, más ansioso, que debía provenir de la lencería de Clarisa. Sin pensarlo me lancé sobre su sexo envolviéndolo y acariciándolo a través del tanga. El sabor de las dos mujeres se mezcló en mi boca y una intensa excitación me invadió. Necesitaba penetrar a mi mujer ya, pero me contuve y seguí lamiendo y mordisqueando, cada vez con más intensidad. Los suspiros se convirtieron en gemidos mientras Linda se agarraba al picaporte para no caerse.

—¡Dios! Eres un demonio... Haces de mí lo que quieres. Tan pronto estoy insultándote como estoy jadeando como una perra en celo.  —se quejó mi mujer entre suspiros.

Me erguí y me separé. Satisfecho con el contraste, me coloqué el nudo de la corbata y estiré mi americana asegurándome que mi traje estaba de nuevo impecable mientras ella me miraba con la falda arremangada, las piernas abiertas y la blusa abierta dejando a la vista un sostén color aguamarina, casi transparente. Volví a besarla y estrujé uno de sus pechos. Mi chica se retorció y se mordió el labio inferior ahogando un suspiro.

No me lo pensé y la cogí en brazos. Ella soltó una risita y movió las piernas, jugando con sus Manolos exhibiendo sus piernas y sus talones. Con la facilidad que da la costumbre, avancé por el piso en la oscuridad. Linda aprovechó que yo tenía las manos ocupadas para deshacer el nudo de la corbata y colar las manos dentro de mi camisa. Las noté calientes y temblorosas.

Finalmente llegamos al dormitorio y la deposité sobre la cama. Linda se sentó y me miró desde abajo. Alargó la mano y acarició mi entrepierna. Mi polla se estremeció y se retorció ansiosa dentro de mis pantalones. Ahora era ella la que tenía el control. Con una sonrisa me abrió los pantalones. Mi polla saltó erecta, apuntando directamente a sus labios. Ella se relamió sonriendo y entreabrió sus labios. Estaba tan excitado que tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no abrirme paso entre ellos a la fuerza. Linda sonrió de nuevo. No había olvidado y ahora me lo iba a hacer pagar.

Cogiéndome la polla con la mano la acercó a su boca y le dio un suave beso. La punta de la lengua asomó y comenzó a juguetear con mi glande, recorriendo las partes más sensibles, haciendo que mi pene se estremeciese hambriento y palpitase a punto de estallar.  Yo solté un gemido ronco y solo la fuerza de voluntad y los tres margaritas que había bebido impidieron que me corriese sobre su cara.

Con un movimiento rápido se  quitó el sostén y cogiendo mi polla comenzó a golpearla contra sus pechos mientras me miraba traviesa.

—¿Vas a volver a tontear con mis amigas? —preguntó ella.

—Por supuesto. —contesté yo.

—Eres un terco y un cabrón. Sabes cómo me pone y aun así no dejas de provocarme. —dijo ella dando un apretón a mis huevos un poco más fuerte de los necesario.

—Y tú no puedes dominar tus celos. ¿No comprendes que no hay nada que supere la suavidad de tu piel, la calidez de tu cuerpo, la sensualidad y elegancia de tus movimientos? Al lado tuyo cualquier mujer es torpe y desmañada,  su belleza me resulta vulgar y su sexo no merece mi atención.

Ella me miró interrogativa. A aquellas palabras mil veces repetidas, de mil formas diferentes, siempre reaccionaba con aquella miraba incrédula que tanto me ponía..

—Sí. Puedes creértelo o no, pero esa es la verdad, ninguna mujer en este mundo merece la pena arriesgar lo que tengo contigo.

Linda siempre reaccionaba sonriendo como una colegiala y ruborizándose. Todo rastro de enfado desapareció por fin y esta vez cogió mi polla entre sus manos y la envolvió con su boca. La sensación de placer fue tan intensa que a punto estuve de correrme de nuevo. Ella, sin darme tregua, comenzó a chupar mi polla, metiéndosela profundamente en su boca y lamiendo toda su longitud cada vez que la sacaba. Sus lengua era seda que jugaba con las partes más sensibles de mi pene.  Ya no podía aguantar más, me separé y me deshice del resto de su ropa, ansioso por ver aquel esplendido cuerpo retorciéndose de deseo.  Linda abrió las piernas mostrándome su sexo rojo e hinchado y se acarició mientras yo la miraba. Lentamente me desnudé para ella hasta que solo me quedó la corbata con el nudo desecho.

Me acerqué y recorrí su cuerpo con mis manos, estrujé sus pechos y chupe sus pezones mientras ella movía sus caderas. Nuestros sexos se rozaron y ambos nos estremecimos a la vez hasta ese punto estábamos conectados. Sonreí y la besé de nuevo, un beso largo y retorcido. La saboreé sin prisa mientras ella agarraba mi polla y la dirigía hacia su interior. El calor de su cuerpo me envolvió y yo empujé profundamente dentro de él. Linda gimió y clavó las uñas en mi espalda.

—Vamos, mi amor. Dámelo todo...

No había pensado que estuviese tan excitada, pero apenas tardó poco más de un minuto en correrse. Conozco perfectamente a mi chica y sabía que aquello solo era el principio, así que en vez de parar le di varios fuertes pollazos mientras ella se estremecía antes de retirarme y enterrar la cabeza entre sus piernas. El aroma de su sexo me envolvió y lamí golosamente el resultado de su orgasmo. En cuestión de pocos segundos estaba gimiendo y apretando mi cabeza contra sus ingles.

Me encanta mi mujer y sus múltiples orgasmos. En cuestión de pocos minutos estaba jadeando. Con una sonrisa tonta marcada en la cara me aparté de su sexo y comencé a recorrer sus muslos y sus pantorrillas. Llegué hasta sus tobillos y le quite los zapatos de tacón. Linda arqueó los pies y movió sus dedos. Los mordisqueé y los lamí justo antes de agarrarla por los tobillos y voltearla. Apenas la di tiempo a ponerse a gatas y ya estaba sobre ella  penetrándola de nuevo. Con un movimiento rápido pasé la corbata por su cabeza y rodeé su cuello con ella. Tiré de la corbata y la penetré. Linda gimió, arqueó la espalda y retrasó su cuerpo todo lo posible para poder aliviar la tensión de la corbata. Yo aproveché para empujar con fuerza dentro de ella, golpes secos y duros, cada vez más rápidos a los que respondía gimiendo estranguladamente .

Enseguida noté que volvía a correrse de nuevo así que tiré un poco más de la corbata, solo lo justo. Ella confiada se dejó hace mientras yo me dejaba caer sobre ella con todo mi peso. Solo hicieron falta un par de empeñones para que mi chica cayese bajo mi cuerpo estremeciéndose y gimiendo sin control.

Con un gruñido me aparté. Y tirando de la corbata con suavidad guie a mi mujer hacia mi polla. Linda me arrebató la corbata y envolvió mi polla con ella. La suavidad de la seda acariciando mi sexo mientras ella me masturbaba intensificó aun más mi placer. Creía que aquello no podía superarse, pero ella de nuevo me sorprendió chupándome el glande con suavidad haciendo que  perdiese el sentido del tiempo y del espacio. Solo estaba el placer. Dejé de contenerme y en cuestión de segundos me corrí.

Linda apretó la corbata en torno a la base de mi pene y siguió chupando recibiendo mi semilla,  prolongando mi placer más allá de lo que creía posible...


El ruido de la persiana al levantarse y una intensa claridad que me obliga a bizquear despejando las últimas telarañas de mi sueño.

—Vamos, dormilón. Son casi las once... Ya es hora de salir de la cama. —Linda siempre es la primera en levantarse.

—No.... un poquito más. —respondo yo cogiéndola de la muñeca y tirando hacia mí.

Ella intenta resistirse, pero cae encima de mí. Aun está desnuda, la atrapo entre mis brazos y aspiro el aroma de su cuerpo, una mezcla de madreselva, sudor y sexo.

—Venga, cariño. Tenernos muchas cosas que hacer. —refunfuña mi mujer intentando eludir mi abrazo sin éxito.

—Antes hay que hacer una llamada. —digo cogiendo su teléfono.

Antes de que ella pueda reaccionar, la volteo para poder inmovilizarla con el peso de mi cuerpo y llamo a su amiga Clarisa. En cuanto escucho el primer tono pongo el manos libres, agarro a Linda por la muñecas y comienzo a besar su cuello y sus pechos.

—Hola —saluda la amiga de mi chica al cuarto tono.

—Hola, cariño. —digo yo— ¿Qué tal la cita de ayer? ¿Te divertiste?

—¡Oh, sí! Estuvo genial. Gracias por todo.

—Nada de gracias, quiero todos los sucios detalles. —insisto mordisqueando a mi chica que no puede evitar un sordo jadeo— ¿Funcionó lo del tanga?

—Eres un genio. —responde ella— Cuando la cosa se puso seria yo volví aponerme nerviosa pero cuando el coló la mano por debajo de mi falda y notó que no llevaba bragas se puso como una moto. Jamás había hecho el amor de una forma tan salvaje. Ahora mismo no hay ni un centímetro de mi anatomía que no esté magullado o irritado. Teo es bárbaro. —exclama ella entre risas.

—Y seguro que tiene un pollón. —la animo deslizando mi miembro dentro de Linda que me mira tan excitada como enfadada por mi indiscreción.

—No está nada mal. Era como un cohete aunque ligeramente curvada, cuando la tenía entre mis manos, palpitando, podía sentir su potencia...

—¿Ah, sí? —pregunto yo agarrando a Linda por la cintura y empujando con fuerza.

—¿Estáis corriendo? Oigo a Linda jadear.

—Sí. Estamos haciendo un poco de ejercicio. Hay que quemar el asado de ayer. ¿Dónde está tu sultán?

—Ha ido a trabajar. Recuerdas que trabaja en un restaurante, ¿No?

—Entonces a que esperas a ir a tomar el brunch.

—¿Qué?

—Pues eso, vas. Te sirves un buen almuerzo, te comes todo y luego te llevas a tu chico a los baños. ¿Hace falta que te haga un esquema? Y no te olvides quitarte la bragas.

—Eres un pervertido. —dice ella entre risas— ¿Y qué diablos es eso? ¿No está gimiendo Linda? ¿Estáis follando mientras hablamos?