Celebrando las buenas notas con un buen polvo

Al terminar el instituto, Samuel y sus compañeros de curso hacen una fiesta para celebrar que han acabado. Una cosa lleva a la otra y Samuel acaba follando con un compañero de su clase.

¡Buenas! Hoy os traigo un relato distinto, más guarro comparado con lo que suelo hacer, aunque no en exceso. No creo que lo continúe, pero como os dije, quería olvidarme un tiempo de los gemelos que tanto dolor de cabeza me han dado, jajaja. El siguiente será también un relato suelto, así que mientras lo termino, ¡espero que este os guste! Gracias por leerme.

___________________________________________________

Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Habíamos terminado los exámenes unos días atrás y, tras años y años de escuela, iba a poder dejar el instituto atrás. Nunca me ha gustado estudiar. Me parecía una pérdida de tiempo, ya que mi destino estaba fijado desde que nací: seguiría los pasos de mi padre y trabajaría en su taller. No se necesitan estudios para eso, claro. Simplemente conocer bien los vehículos, tanto por fuera como por dentro. ¿Y qué mejor para aprender que pasarme las tardes ayudando a mi padre?

Por eso, cuando me enteré de que había aprobado todo por la mínima, me alegré. Demasiado, quizá. Quien tenía a mi lado en aquel momento no era ni más ni menos que Juanjo, un compañero de clase al que había conocido al entrar al instituto. No pude evitar abrazarlo. Parecía tan feliz como yo.

-¡Me alegro, tío! Ahora ya puedes tocarte los cojones a dos manos, y sin preocuparte, jajajaja.

-Ya ves, tío. Aunque eso ya lo hacía, no te lo voy a negar… Jajajajaj.

En aquella época, solía pasarme las tardes vagueando y, cómo no, pajeándome hasta dejar mi polla ardiendo. No tenía mal tamaño, al menos para mí. Unos 16cm, rectos, aunque finos. Eso sí, mis cojones eran bastante grandes y recubiertos de una buena mata de pelo. En los vestuarios del instituto, cuando tocaba ducharnos después de Educación Física, mis compañeros de vez en cuando comentaban sobre mis huevos, entre envidiosos y burlones.

-Míralo, tío, es alucinante.

-Bueno, pero la polla no la tienes tan grande, ¿eh?

-¿Tú qué sabrás cómo se pone esto cuando se anima? No tendrás envidia, ¿no? -me burlaba yo.

He de decir que, por aquel entonces, ya me molaban los rabos. Había follado alguna vez, aunque esporádicamente, con un amigo del pueblo. Un par de mamadas y algún polvo con penetración, pero poco más, ya que apenas le veía un par de veces al año. Sin embargo, me había bastado para darme cuenta de que, efectivamente, me atraían los rabos, además que los momentos de las duchas siempre los recibía con ganas. Aun así, conseguía controlar mis impulsos y nunca se me empalmaba, lo que me libró de muchas coñas y, quizá, ostias por “maricón”. Lo cual habría sido erróneo, ya que yo era bisexual. Vamos, que me daba igual una polla del tamaño del Big Ben que un coñito bien baboso. Lo que yo quería era mojar, y me daba igual con quién.

Me pasé toda la adolescencia fantaseando con mis compañeros de clase. Elena, Carlos y Carmen eran algunos de los más habituales. Pero el que más me ponía, sin lugar a dudas, era Juanjo. Ese cuerpo de atleta bien definido, con unos abdominales alucinantes y unos pectorales que me podría pasar lamiendo todo el día. Me gustaba imaginarme cómo sería su polla empalmada. Dormida tenía buen tamaño, parecida a la mía solo que más gorda y con unos huevos algo más pequeños. Me la imaginaba dura, chorreando precum frente a mí, mirándome con su gran ojo e incitándome a comerla. Fue, sin duda, mi fantasía más común, y me acompañó en muchas de mis pajas. Claro que en mi vida habría pensado que acabaría pasando de verdad.

Como iba diciendo, fue después de los exámenes finales, en una fiesta de fin de curso que organiza el centro. Habían alquilado un edificio de dos plantas para los más de 100 chavales que éramos, y lo tendríamos para nosotros mismos. Claro, con cámaras de seguridad por si ocurría algo y bajo la atenta supervisión de dos seguratas que vigilaban, uno de ellos la puerta y la entrada, y el otro el resto de la planta baja. Realmente era simplemente un gran hall en el que había dispuestos una barra de bar, varias mesas y sillas y dos o tres sofás, así como un pequeño baño. La planta de arriba, por su parte, tenía cuatro habitaciones con camas y otro baño.

La noche empezó tranquila; estuvimos tomando algo de picar y, ya sobre las 11 o así, la gente empezó a beber. Yo también, claro. Estuvimos un par de horas bailando y jugando a juegos de beber subidos de tono. Las preguntas picantes y los retos sexuales fueron la atracción más popular de la noche. Aquello hizo que estuviera empalmado gran parte de la noche, intentando disimular mi erección. Y, cuando a Juanjo le pusieron de reto chuparme los pezones y él lo aceptó, pensé que me correría.

-Venga, va, quítate la camiseta -aclamaba el grupo.

No tuve más remedio que obedecer y mostrar mi torso, ni muy fuerte ni muy esquelético. Simplemente una cadera delgada, pero con un indicio de abdominales, y unos pectorales a medio formar acompañados por unos hombros anchos y fuertes.

-Juaaaanjo, Juaaanjo, Juaaaanjo -gritaban mis compañeros.

Su lengua se acercaba cada vez más a mi pezón izquierdo. Sus ojos estaban abiertos, pero cuando empezó a chuparme el pezón, los cerró, como si estuviera disfrutando de aquello. De hecho, estuvo más tiempo del que pensaba. Quizá 30 segundos durante los cuales mis amigos se descojonaban y yo me moría de la vergüenza. Cuando terminó, Juanjo me miró, riendo.

-Ten cuidado, no te vayas a empalmar -me dijo, burlón.

-Ya te gustaría, mariquita, que parece que te ha molado y todo.

Apartó la mirada, como dolido, pero rio al momento.

-Sí, sí, lo que tú digas. Venga, a quién le toca.

Me levanté y me excusé diciendo que iba a rellenar la copa, lo cual era en parte cierto. Sin embargo, después de rellenarla, me subí a la planta de arriba en lugar de volver con mi grupo. Entré en una de las habitaciones. Había una cama de matrimonio perfectamente hecha y varios muebles decorando el cuarto. Me tumbé en la cama e intenté relajarme, tratando de calmar mi erección. Cerré los ojos unos segundos y, al abrirlos, vi a Juanjo entrando en la habitación.

-¿Todo bien, tío?

Me incorporé rápidamente para taparme la entrepierna, pues la erección no se me había bajado del todo.

-S-Sí, sí. Me he mareado un poco y he venido a descansar un rato. ¿Me has seguido, o qué?

-Qué va, jajaja. Pero tardabas mucho y he dicho “pues voy a buscarlo” -calló de pronto, dejando varios segundos de silencio antes de lanzar la pregunta que lo desencadenó todo-. Oye… ¿te ha molestado lo de antes? Ya sabes, lo de…

-¿Lo del pezón? -inquirí, mirándolo. Asintió-. No… Es solo que me ha pillado por sorpresa. Parecía que lo estabas disfrutando de verdad. Y, honestamente, hasta me he puesto cachondo, tío. Jajajaja.

El alcohol ya empezaba a hacerme decir cosas que no debía.

-¿En serio? -rio, nervioso-. El caso… El caso es que a mí también me ha puesto un poco cachondo, Samu.

Me miró a los ojos y, lentamente, acercó su cabeza a la mía. Sin saber cómo reaccionar, me quedé quieto. Su mano se posó en mi mandíbula y, abriendo la boca ligeramente, me besó. Correspondí su beso con pasión. Me hizo tumbarme de nuevo en la cama, con la mitad de su cuerpo sobre mí. Su mano, que había estado apoyada en mi cuello, bajó hasta llegar a mi entrepierna, donde tocó mi paquete con ganas.

-Parece que los huevos no son lo único que tienes grande, ¿eh? -me dijo, separando nuestros labios un momento.

Volvió a besarme mientras metía su mano por dentro de mis pantalones. El contacto de sus fríos dedos con mi polla me hizo estremecerme, pero pronto me acostumbré a su tacto.

-E-Espera, Juanjo -le pedí-. Echa el cerrojo a la puerta…

-Buena idea -contestó, sonriendo.

Dios, aquella sonrisa por poco me mata. Una vez echado el pestillo para evitar posibles interrupciones, Juanjo volvió al ataque. Me quitó la camisa, desabrochando los botones uno a uno mientras me daba besos en la piel que iba quedando al descubierto. Yo estaba en la gloria y solo podía sentir sus labios besando mi pecho y abdominales. Cuando llegó a la altura de la entrepierna, suspiré.

-Vamos a ver qué guardas aquí, Samu…

Lentamente fue desabrochándome el cinturón. Cuando lo consiguió, desabrochó el botón del vaquero y bajó la cremallera. Me los quitó con tranquilidad; quería disfrutar del momento lo máximo posible. Al ver mi bulto, Juanjo se sorprendió. Sin embargo, en lugar de bajarme los calzoncillos, comenzó a chuparme la polla con estos puestos, empapando la tela en su saliva. Unos segundos después, tiró de mis calzoncillos, liberando así mi cipote.

-Uff, Samuelito, menudo rabo gastas, capullo -la observó varios segundos antes de continuar-. No sabes el tiempo que llevo queriendo hacer esto. Y tú guardándotela para ti solo… Qué injusto…

Mientras decía aquello, iba aproximando su boca a mi polla, hasta que al fin la alcanzó. El contacto de su lengua con la piel de mi rabo me provocó un escalofrío. Jugueteó con mi glande varios segundos, lamiéndolo y rodeándolos con los labios con suavidad. Después pasó al tronco, el cual recorrió con su lengua una y otra vez, empapándolo en saliva. Por último, llegó a mis cojones, la joya de la corona.

-De cerca son aún más grandes -comentó.

Se los metió en la boca de uno en uno. Tiraba con precaución de ellos y los chupaba como si fueran caramelos. Sin que me dijera nada, quise pasar a la acción. Lo tumbé a mi lado, boca arriba. Le quité la camisa y empecé a darle chupetones por todo el cuerpo. Esos pectorales me ponían a mil, y quise devolverle el regalo de los pezones. Se los mordí con cautela, dándoles pequeños golpecitos con mi lengua mientras mi mano recorría las curvas de su abdomen.

-Yo también llevaba mucho esperando este momento… -le dije, bajando hasta su pantalón-. Ni te imaginas la de pajas que me he hecho pensando en esto, Juanjo.

De reojo, pude ver cómo sonreía. Se echó los brazos a la nuca, como diciendo “haz tu trabajo”, y eso hice. Desabrochado el pantalón, lo bajé hasta los tobillos. Llevaba unos finos calzoncillos blancos a través de los cuales se intuía a la perfección la silueta de su polla. Cuando la liberé, tuve que tragar saliva. 18cm de carne gruesa y curvada ligeramente hacia abajo y con un glande escondido bajo la piel de aquel cipote. En la base, un par de huevos firmes y, aunque no tanto como los míos, bastante bien de tamaño. El pubis estaba cubierto de una fina capa de pelo que había sido recortada poco tiempo antes, quizá el mismo día.

-¿De dónde has sacado esta polla? -pregunté, incrédulo-. Y decías de la mía…

-Samuelito, un mago nunca revela sus trucos… Tan solo hace magia con sus herramientas.

Negué con la cabeza, sonriendo.

-Me voy a atragantar…

-Esa es la idea. Ve con cuidado.

Sin más preámbulo, me lancé a por aquella polla. Nunca antes me había comido un rabo de tal tamaño, pero la práctica con mi amigo del pueblo había surtido efecto. Logré meterme cada centímetro del cipote de Juanjo, aunque no sin esfuerzo. Apenas podía mantener toda su polla en mi boca unos segundos, y me daban arcadas cuando terminaba. Su glande chocaba a presión con la pared de mi garganta, pero los gemidos de Juanjo me animaban a seguir. Agarré sus cojones con mi mano y tiré de ellos suavemente mientras le comía la polla, lo cual le volvía loco. Y unos minutos después, me interrumpió.

-Fóllame, Samu.

Alzó las piernas y las flexionó, dejando así su culo abierto. Las puertas del paraíso estaban ante mí.

-Cómeme el culo -pidió, casi suplicando.

No me hice de rogar y me lancé de lleno a por aquel culo. Era la primera vez que lo hacía, pero no me importó hacerlo. Lo único que se me pasaba por la mente era lo que venía después. Además, para mi sorpresa, me gustó más de lo que pensaba. Lamí el ano de Juanjo con ansias, como si me fuera la vida en ello, mientras mi amigo gemía con los ojos cerrados.

-Aaahh… Hhhmm, Dios, qué gustazo… Así, sigue… Oohh…

Apenas unos segundos después, Juanjo cogió su cartera y sacó un condón de ella.

-O sea que venías preparado, ¿eh? -le dije, en tono burlesco.

-Nunca sabes lo que puede pasar en una fiesta… Es mejor venir con toda la artillería, por si acaso.

-Si por mí fuera, te follaba a pelo -confesé-. Pero si quieres con condón, que sea así.

-Venga, qué coño. Aquí hemos venido a jugar. Dame por culo, Samuelito.

Acaté su orden y, dos segundos después, ya tenía mi polla situada en la entrada de su ano.

-No te cortes -me dijo-. Me gusta que me den bien duro.

-Ah, ¿sí? O sea que a Juanjo le va que se lo follen sin piedad. Lo que descubre uno…

Ambos reímos. Comencé a meterle la polla, y lo hice con rapidez, tal y como me había pedido. Apenas se quejó y mi rabo se deslizó sin demasiados problemas.

-¿Tu culo ya ha probado las pollas?

-Las pollas, no. Pero sí que ha tenido visitas de algunos juguetitos. Tu polla es la primera que me folla…

-¿Te estoy desvirgando esta maravilla? Eso es alucinante, porque tu culo es el primero que prueba mi rabo…

Juanjo sonrió y posó sus manos en mis nalgas.

-Te he dicho que me folles duro, Samuelito.

Le devolví la sonrisa y comencé a follármelo sin piedad. Mi polla salía casi al completo y volvía a entrar hasta que mis cojones chocaban con su culo. Juanjo gemía con intensidad cada vez que mi glande rozaba su próstata. Su polla dura rebotaba con cada embestida y sus huevos se movían en cada movimiento. Me acerqué a besarlo y, a escasos centímetros de su boca, le escupí. Se relamió los labios.

-Joder, sí que obedeces bien… -me halagó.

-Ponte a cuatro. Ya.

Juanjo obedeció al momento y se puso a cuatro patas sobre la cama. Volví a introducir mi polla rápidamente. El cuerpo de mi amigo estaba totalmente arqueado, acabando con el culo en pompa. Le agarré del pelo con una mano mientras con la otra lo azotaba con fuerza.

-¡Aah! ¡Aaaahhh! ¡Ooohh! ¡Hhhhmm!

-¿Te gusta? ¿Te mola sentir mi polla dentro de ti, Juanjo?

-No sabes cuánto… Me encanta que me folles duro. Joder, fóllame. Ooohh…

-Juanjo, me voy a correr… en breve.

-Hazlo dentro. Quiero sentir tu lefa en mis entrañas.

-Menuda guarra eres. Hhhmm… Juanjo… Aaahh…

-Samu, me corro. Me… ¡ooohhh…! Hhmm… Aaahhh…

-Hhhmmm… Ohh…

Mi polla bombeó varios chorros de leche que recorrieron las entrañas de Juanjo. Él se corrió abundantemente sobre la sábana de la cama, sin siquiera tocarse. Cuando sentí mis huevos vacíos, saqué mi rabo de su culo.

-Límpiame el culo… -pidió Juanjo.

Me coloqué tras el y empecé a lamer los restos de lefa que salían de su culo, que se abría y cerraba sin parar. Cuando por fin dejó de salir, compartí lo que quedaba en mi boca con Juanjo, besándonos durante unos segundos.

-Joder, Juanjo, no sabía que eras tan buena puta.

-Ni yo que me podías follar de la manera en que lo has hecho… Uff, estoy agotado.

En ese momento, alguien llamó a la puerta, intentando entrar.

-¿Samu? ¿Estás ahí? ¿Juanjo?

-Creo que deberíamos salir antes de que nos pillen -susurré. Ya en voz alta, añadí-. ¡Sí, estoy aquí! Me sentía un poco mal y quería echarme un rato, pero ya estoy bien. Ahora salgo.

Juanjo empezó a darme besos en la polla, ya flácida, mientras la persona al otro lado de la puerta insistía en que saliera.

-Dame… Dame 5 minutos -le pedí-. Termino con esto y salgo…

Juanjo rio y, de nuevo, empezó a comerme la polla.