Celebraciones familiares: La Boda de Sebastián

Ser un manitas suele generar compromisos familiares. Eso es lo que ocurre cuando se corre el rumor de que tienes buena herramienta y que además sabes utilizarla.

Hace un par de años, en un caluroso día del mes de junio, una de mis fantasías sexuales se hizo realidad cuando yo menos lo esperaba.

Me llamo Alberto, tengo cuarenta años y estoy casado con Teresa desde hace quince. Soy muy feliz con ella. Tenemos dos hijos y una vida normal de clase media española, con épocas mejores y peores.

Mi mujer tiene 45 años actualmente, y se conserva bien ya que asiste habitualmente a G.A.P. (Glúteos, Abdomen y Piernas. Es decir, Aeróbic). Es bonita, no es baja, tiene los pechos pequeños, pero eso sí, tiene un buen culo que atrae irresistiblemente las miradas de mis amigos. Ella lo sabe y no duda en vestir regularmente mallas de deporte o leggings de algodón que complementados por un escueto tanga moldean a la perfección su espléndido trasero. Sin embargo, cuando la conocí, Teresa me pareció excesivamente tímida y puritana, se había educado en un ambiente católico. Qué equivocado estaba, lo que ocurría es que mi mujer era y es tan reservada como prudente, pero nada melindrosa con una buena polla. De hecho, en nuestra tercera cita, mi chica ya no logró contenerse y quiso hacerme una mamada en el asiento de atrás. Al parecer, Teresa llevaba más de un año sin nada que llevarse a la boca... En materia sexual no nos va nada mal, mantenemos relaciones frecuentes, variadas y placenteras.

Lamentablemente, mi esposa no es ninguna garganta profunda, pero sí que tiene un culito acogedor, aunque no siempre fue así, al principio y durante bastante tiempo me dejó claro que por ahí no. Esta es una curiosa historia que narraré brevemente más adelante. De cualquier forma, baste decir que mi amada mujer sigue necesitando los mismos ardientes preliminares y mucho lubricante cada ocasión que decidimos introducir mi miembro en su agujerito más estrecho.

Por otra parte, aunque tengo entre las piernas lo que más le gusta, también soy cariñoso, apasionado e innovador con ella, que es lo fundamental. Además, hago deporte, mucho deporte, no por cuidar mi físico como ella si no porque me gusta salir a montar en bici y almorzar con mis amigos. Por último, mido casi un metro ochenta, peso setenta y cinco kilos, soy moreno y, si bien agrado a las mujeres, sigo siendo fiel a mi amor.

Por otro lado está Piedad, la verdadera protagonista de este relato. Piedad es prima de mi esposa y, a sus cuarenta años, sigue viviendo en el pueblo en casa de sus padres. Muy educada, sensata y refinada, la prima de mi mujer es una cristiana ejemplar, no faltando nunca a su misa semanal. En mi opinión, su apariencia siempre ha sido demasiado formal, sobre todo en su manera de vestir, y no sólo ahora a los cuarenta años, sino desde siempre. Con todo, Piedad no logra ocultar que es una hembra exuberante, ya que sus grandes tetas y su gran trasero siguen perfilándose bajo esas faldas anchas y blusas holgadas. Piedad es algo más alta que mi esposa y lleva siempre media melena lacia. Yo siempre he tenido buena relación con ella, tenemos un sentido del humor similar, sencillo, coloquial, además cuando se ríe se ensalzan sus tetas dando incluso unos pequeños botecitos que me encantan. Por último decir que, al contrario que a mí, a Piedad no le gusta mucho bailar, ya que detesta llamar la atención.

Aquel sofocante día de junio teníamos una boda, se casaba uno de los primos de mi mujer. Como la ceremonia sería a las cinco de la tarde, mi mujer y yo quedamos media hora antes con su prima para acudir a la iglesia. Por supuesto, ese fin de semana habíamos dejado a los críos con mi madre. Cuando llegaron Piedad y su novio casi se me sale el corazón. La prima de mi esposa llevaba un vestido marca Desigual con falda por encima de la rodilla, manga larga, sin escote por delante pero muy abierto por atrás. En fin, Piedad iba tan elegante y discreta como siempre vista desde delante, pero muy sensual vista por detrás. Aun no teniendo escote, aquel vestido enmarcaba a la perfección sus grandes tetas, su generoso trasero y la desnudez de su espalda. Todavía no sé qué me pasó, pero cuando Piedad se acercó para darme la bienvenida mi mano se fue derecha a su culazo, estrujándoselo con fuerza mientras la miraba intensamente a los ojos. Piedad dio un respingo pero como de inmediato retiré la mano, no hizo comentario alguno.

La boda transcurrió entretenida y formal, salvo que yo lanzaba recurrentes y fugaces miradas sobre los encantos de la prima. No me importaba que ella se percatara, más bien lo contrario. Yo siempre había tenido debilidad por las tetas de la prima de mi esposa, y esa tarde deseaba que ella se diera cuenta de mis ganas de arrancarle aquel precioso vestido. Todo iba como si tal cosa hasta que, a eso de las dos de la mañana, el novio de Piedad se despidió arguyendo que el día siguiente debía coger un tren muy temprano.

Mi mujer, con cara de cansancio, me sugirió que también nos marchásemos. Viendo sola a la tentadora corderita, sugerí al muchacho que llevara a mi mujer a casa si no le importaba.

— Yo acompañaré a Piedad cuando acabe la música, no te preocupes ―le dije a Paco, el novio de la prima de mi esposa.

Antes de que ambos se marcharan, Piedad tranquilizó a su novio prometiendo que llamaría un taxi si tanto ella como yo terminábamos ebrios.

Los invitados que nos quedamos en la boda bajamos al Music Club reservado para los novios de esa y las otras dos bodas que se habían celebrado aquella tarde en ese gran hotel-restaurante. La prima de mi mujer y yo entramos charlando y nos fuimos derechos a pedir unas copas. Cuando Piedad cogió su vaso yo volví a poner mi mano en su trasero con total disimulo para no ser visto, pero esta vez hice un pequeño círculo palpándole completamente el pandero.

― Será mejor que nos apartemos un poco ―sugirió ella, y desaparecimos entre el tumulto de danzantes alcohólicos.

Durante un par de horas Piedad y yo estuvimos también bailando, charlando y riendo mezclándonos con todos los demás, pero siempre que nos volvíamos a encontrar mi mano le acariciaba el trasero sobre aquel lindo vestido de fiesta. En lugar de reprenderme por ello, la primita de mi esposa parecía buscarme para que lo hiciera.

Lo malo era lo incómodo que estaba a causa de mi erección. Al ir vestido de traje, el bulto saltaba a la vista, por lo que el rato que no bailábamos se me marcaba la polla de un modo indecoroso. Fue entonces cuando me fijé.

Parecía que a ella también se le marcaban los pezones bajo el vestido. A ciencia cierta debían ser unos pezones suculentos, pues ofrecían a la recatada prima de mi esposa un aspecto tan tentador como el queso en un cepo para ratones. La mosquita muerta debía estar en esos días que a ellas les pica entre las entrepiernas. Llegó un punto que al verme sonreía y sin más se acercaba dócil para que le sobara el culo. La muy zorrona debía tener tantas ganas como yo.

Ya a eso de las cinco de la madrugada, aunque no estoy seguro de las horas, los dos estábamos súper animados bailando canciones latinas, con todo lo que eso conlleva. Por eso nos habíamos situado en una de las esquinas del local para no llamar la atención. Yo hacía rato que no pensaba con claridad y me dejaba arrastrar por la testosterona.

Al bailar, una tras otra, las canciones de moda en aquel tiempo, nuestros cuerpos se soldaron en varios momentos. Sin más remedio, Piedad tuvo que percibir el estado de mi erección. Ya solo quedábamos los más jóvenes en la discoteca, y eran varias las parejitas que más parecían estar copulando que bailando.

Cuando acabó la canción y nos dirigimos a un rincón a terminar nuestras copas, Piedad me dijo sin más:

―Anda y ponte detrás de mí… que nadie vea eso que me has estado restregando.

Yo no supe que decir…

―Lo siento, creo que he bebido demasiado… ―me disculpé un tanto azorado.

― ¡Vaya chasco! Yo creía que pensabas follarme… ―replicó Piedad con sorna.

Ambos reímos un buen rato.

― Bueno y ahora, ¿qué vamos a hacer?... Si no puedes bailar… ―me dijo zalamera.

― Piedad, no te rías que es culpa tuya ―respondí recobrando la confianza.

― Entonces, te pido disculpas, aunque no esté del todo arrepentida ―puntualizó haciéndose la interesante.

― Pues cómo sigas portándote mal, tendré que darte unos azotes ―la avisé, riendo.

― La verdad es que me encantaría ―Piedad se tapó la boca con las manos, arrepentida de lo que acababa de decir.

La prima de mi mujer estaba, en efecto, algo bebida y había soltado lo primero que se le había pasado por la cabeza. Lo peor era que debía ser cierto, pues los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.

― Estoy cansada de bailar ―comentó al poco rato― No creo que debamos quedarnos, estamos llamando la atención. Además, creo que te acabaré comiendo la polla aquí mismo y no me parece apropiado, ¿no crees?

“De eso ni hablar”, pensé, y sin decir nada la cogí de la cintura para poner a Piedad de cara a la pared. Me puse a bailar detrás de ella y Piedad comenzó de inmediata a frotar su duro trasero contra mi erección. Eché una rápida ojeada para asegurarme que no había gente a nuestro alrededor y me la saqué con disimulo, detrás de ella, mientras bailábamos. Pronto la mano de Piedad agarró mi miembro, meneándolo arriba y abajo, y entonces le dije al oído.

― Vamos, hazlo.

― ¿El qué? ―pregunto ella, haciéndose la tonta.

― Ponte en cuclillas y cómeme la polla ―acompañando mi exigencia con una firme presión sobre sus hombros.

Tras mirar en derredor, Piedad se agachó con gesto zalamero.

Justo en ese instante, vi a dos jovencitas que se acercaban a buen paso. Una de ellas era Carla, sobrina de Piedad de unos catorce o quince años, pero me dio igual, ya sentía la cálida y delicada boca de su tía envolviendo mi glande. Le hice pues una seña para que no se acercara más aunque, en realidad, Carla se había quedado tan paralizada como la otra muchacha viendo mi miembro viril en la boca de su tía.

El pasmo de aquellas chicas al contemplar como su tía me chupaba la polla fue algo inédito y francamente excitante. Tras sus grandes gafotas de pasta, los ojos de Carla no perdían detalle de la felación de su Tita Piedad.

La verdad es que aquella presunta beata la mamaba de un modo excepcional. Piedad no sólo mamaba con ganas, también lamía de abajo arriba con largos lengüetazos y tragaba más de diez centímetros de recia polla.

Las muchachas atendían con aplicación, estaban recibiendo una enseñanza que les sería de gran utilidad en el futuro. La verdad es que en cierto modo incluso me sentí orgulloso de participar pasivamente en aquella lección.

No obstante, cuando mis ojos volvieron a cruzarse con los de Carla no pude contener una risita maliciosa. La muchacha me miraba asustada, acababa de comprender cuál era mi labor en aquella familia. Sentirme el semental de todas las Villalaín provocó que franqueara el punto sin retorno, iba directo hacia una tremenda eyaculación.

Llevaba varios días en blanco y la primita de mi esposa me estaba dejando la verga reluciente. Entonces la agarré del recogido y, cerrando los ojos, comencé a follarle la boca.

Yo había decidido a vaciarme las pelotas, pero no sabía si ella se molestaría cuando me corriese dentro de su boca. Hay mujeres a las que les repugna el sabor del esperma. De todos modos, no quería que ella se enfadara, así que paré un segundo para avisarla.

― No aguanto más, Piedad —dije

La santurrona de la familia siguió mamando con decisión y, tras un breve himpás, a Piedad se le llenó la boca de semen.

Fue brutal. ¡Alucinante! Deseaba que los espasmos no acabaran nunca, pero cuando las sacudidas se espaciaron en el tiempo, aquella golfa de buena familia retomó un lento pero amplio cabeceo chupando con fuerza decidida a tragarse hasta la última gota.

Después, cuando Piedad al fin comprendió y aceptó que mi semen se había terminado, se puso en pie.

― Sí que tenías ganas. ¡Menuda corrida! ―y, diciendo esto, me besó metiendo su lengua dentro de mi boca para que yo también notase el sabor de mi esencia.

Al oírla, volví a abrir los ojos, las muchachas habían desaparecido. Su tía en cambio tenía una sonrisa de oreja a oreja.

― Anda, guárdate el pajarito que no coja frío ―me avisó

― ¡¿Te lo has tragado?! ―dije sorprendido.

― Esa pregunta es bastante estúpida, además de insultante, que lo sepas. Soy una mujer decente y estoy prometida ―me advirtió conteniendo una carcajada.

Me maravilló el ignoto sentido del humor e inteligencia de aquella mujer.

― Creo que deberíamos irnos ―sugerí.

― Okey. Voy al baño… ―respondió.

Esperé pacientemente en la puerta de los aseos, meditando sobre dónde podríamos terminar nuestra aventura. Hacía una noche agradable y conocía un lugar solitario donde podría saciarla. Sin embargo, a ella se le había ocurrido una idea mejor, mucho mejor.

Al salir del baño me hizo desde lejos una seña sutil para que aguardara un momento y se fue a hablar con la novia. En seguida volvió y me dijo.

― Pídete algo de beber y dentro de cinco minutos sube a la cuarta planta, por las escaleras… Espera al final del pasillo, el de la izquierda.

Así lo hice, esperando que nadie me viera y aguardé inquieto. Poco después escuché que una puerta se abría.

― Sssh, sssh. Ven. Deprisa.

Cuando entré en la habitación me quedé pasmado. Piedad se había puesto un... ¡Vestido de novia!

― Le he pedido a mi cuñada la llave para recoger unos zapatos más cómodos, pero he visto el vestido de reserva y… ¿Te gusta cómo me queda?

― Perdona pero creo que esto está yendo demasiado lejos.

― ¡Que bobo eres! No pasa nada. Me ha gustado mucho chupártela, y me has puesto súper cachonda. Además tenía curiosidad. Tu mujer siempre alardea de que la tienes grande, ahora ya sé que es verdad. Además, no te hagas el santo, que me doy cuenta de cómo me miras las tetas, o qué te crees.

― Es que tienes un cuerpazo que… Aún recuerdo tu bikini del verano pasado, sabes. ¡Qué disparate! ―me defendí.

― Bueno no te disperses ―me cortó― ¿Cómo me sienta?

― Espectacular.

― Y lo mejor es que no llevo nada más, sabes. Cuando me case con Paco el verano que viene no me pondré bragas. El aroma de mi coño llenará todo el maldito salón de bodas. Será súper divertido ―dijo riendo― Todos los invitados empalmados... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

En ese momento, Piedad me agarró de la mano y me llevó contra la pared, besándome de manera salvaje. Ambos metimos nuestras lenguas en la boca del otro. Mientras yo amasaba su culo sobre el pomposo vestido, ella metió su mano entre nuestros cuerpos y tanteó mi polla sobre el pantalón.

― ¡Madre mía! Sé que es deTeresa, pero si ella supiera cuánto la necesito, no le importaría prestármela un ratito.

― Claro que no —ratifiqué— Teresa sabe lo dura que me la pones, no es tonta. Se ha llevado a tu novio a sabiendas de que me dejaba vía libre.

Nos volvimos a besar. Ella tenía su mano sobre mi pantalón, que estaba a punto de estallar. Su agitada respiración hacia palpitar sus pechos, demasiado voluminosos para aquel vestido.

― Ven ―dijo.

Creía que me iba a dar un infarto. La prima de mi mujer me colocó en medio de la suite, se remangó un poquito la mullida falda y se arrodilló entre mis piernas.

― Es hora de resucitar a esta fiera ―me dijo y comenzó a bajarme la cremallera del pantalón.

Mi polla palpitaba. Estaba demasiado tiesa para salir, por lo que Piedad hubo de forzar la abertura del pantalón hacia un lado para hacer saltar al exterior todo mi miembro.

― ¡Caray, Alberto! ¡Qué bien dotado, por Dios! ―dijo mirándome a los ojos mientras se mordía el labio inferior.

Piedad, catequista en la parroquia de Santa María, me estaba demostrando que hoy día la fé religiosa en una mujer no está reñida con su debilidad natural por la carne, la carne de la verga de un hombre.

Sin más dilación, la más santurrona de la familia se metió mi glande en la boca y lo saboreó, después lo besó con dulzura y me la empezó a mamar con fervor mientras yo le pellizcaba suavemente los pezones. No podía dejar de amasar sus magníficas tetazas.

― ¡Qué bien lo haces, preciosa! ¡Qué afortunado va a ser Paco!

Mientras nos besábamos, introduje una mano bajo la falda del vestido de novia hasta acariciar su sexo desnudo, y… ¡Cómo estaba! Empapada, hasta sus muslos se encontraban pringosos y resbaladizos. Seguí jugando con su chochito, pero Piedad parecía tan excitada que decidí probar a meterle el pulgar por el culo.

¡Ooogh! —oí que gemía Piedad al tiempo que daba un ligero respingo, pero entonces la besé con pasión para evitar que formulara una verdadera protesta. No fue difícil, pues en ese instante me estaba ocupando de sus tres orificios practicables.

Cuando estuve de nuevo con la polla como un mástil, Piedad me pidió que me tumbara. Se sentó sobre mí y me miró a los ojos mientras ponía la punta de mi ariete en su resbaladiza entrada. Sin esperar, se fue dejando caer.

― ¡Dios bendito!… Me vas a matar de gusto. ¡Qué maravilla! ―voceaba desinhibida, sin importarle que la oyeran desde el pasillo.

Conforme mi verga iba entrando el ella, Piedad iba estando más y más fuera de sí, hasta que al fin la tuvo toda dentro. ¡Qué calentito se sentía el interior de aquella soberbia mujer!

― ¡Vamos, cabalga sobre mí! —la animé— ¡Llénate de polla!

Tenía las tetazas de la prima de Teresa bamboleándose sobre mí, y no tardé en incorporarme para chupar sus enhiestos pezones.

La muy bendita empezó a agitarse, pidiéndome que le comiera las tetas.

― Ahora sé por qué Teresa es tan feliz. La muy puta tiene el coño bien jodido.

¡OOOOOOGH! ―barruntó al poco, tras un repentino orgasmo.

― ¡Y el culo también, preciosa! ―añadí con rabia— ¡A tu prima también le gusta por detrás! Ahí donde la ves...

― ¡No! ¡No puede ser! ―sollozó― ¡Por el culo no…!

― ¡¿Qué no puede ser?! ―grité empujando con tanta fuerza hacia arriba que la alcé un palmo sobre la cama— Pregúntale si quieres.

Enojado di un tirón al vestido dejando al aire las dos tetas más grandes que he visto en mi vida. Duras por la excitación sexual, los pezones tiesos y oscuros, con una areola redonda y parda. Puedo imaginar mi cara de bobo.

― ¡Pervertido…! —me insultó Piedad, entre jadeos— ¿Cómo has podido? ¡Pobrecita!

¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―la hice aullar, enlazando sus brazos por detrás de su espalda, ensartándola con todas mis fuerzas.

― ¡Nada de pobrecita! ―bramé apretando los dientes— ¡Tu prima se mea de gusto cuando la dan porculo! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―gemía la mosquita muerta.

― Pronto tu Paco perforará este agujerito… ―le advertí al tiempo que introducía todo mi dedo corazón a través de su esfínter― Te lo llenará de polla… y tú… Tú disfrutarás como una puta… Igual que tu prima…

¡Ah! ¡Ah! ¡AAAAAGH! ―volvió a gritar y sacudirse de placer.

― ¡A mí nadie me la va a meter por ahí! ―sentenció con escasa convicción.

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —yo me reí sin parar de clavar mi miembro una y otra vez dentro de su coño— Eso mismo decía tu prima… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Ambos estábamos súper alterados. Ella gemía mordiéndose el labio inferior para no gritar, mientras que yo sudaba de lo lindo bajo su cuerpazo.

¡AAAAAAGH! —gimió de modo indecente, apretándome entre sus muslos.

Noté como me empapaba con una jugosa y cálida corrida. Aquella hembra lo estaba poniendo todo perdido con sus flujos, hasta su coño se contraía espasmódicamente entorno a mi polla, suplicando su ración de esperma.

― ¡Córrete, Alberto! ¡Córrete, por favor! ―suplicó la primita de modo innecesario.

Supliqué que Piedad tomara precauciones, porque mi hinchada polla ya estaba rociando con espesos chorros de esperma sus paredes vaginales…

Después de aquella locura nos limpiamos y vestimos rápidamente. Como suele ocurrir, comprendimos demasiado tarde la gravedad de lo que acababa de ocurrir y nos entró la cordura de repente.

EPÍLOGO

De camino a casa le confesé a Piedad que al principio su prima también se negó a dejarse follar por el culo. Hasta entonces yo sólo había sodomizado a una mujer, una compañera de trabajo flacucha aficionada a los azotes y al masoquismo. Si bien traté durante largo tiempo de convencerla, no hubo manera de que mi esposa me dejara intentarlo.

Pasaron los años y yo daba por sentado que ella seguía siendo virgen por ahí. Fue quizás ese viejo embuste de la virginidad lo que mantuvo vivo en mí un rescoldo de esperanza de ensartar mi miembro entre sus nalgas, de abrirle el culo a mi amada esposa. Hasta que un día la suerte estuvo por fin de mi lado.

Aquella noche coincidí por casualidad con el primer novio de mi esposa en sus años de universidad, un dentista bastante estúpido. Era una tarde de comida de empresa, él estaba de cumpleaños y entre ron y ron conseguí que se le fuese soltando la lengua.

Según me contó, precisamente con su lengua hacía que una joven Teresa se derritiera en apenas tres minutos. Nos fuimos envalentonando como hacemos los tíos y, entre risitas, me acabó relatando como mi mujer le ofreció su culito como regalo de cumpleaños.

Al parecer, estaban de fin de semana con unos amigos en una casa rural. Y no sólo ellas escucharon con envidia sus gritos y gemidos mientras la enculaba con todas sus fuerzas, también la dueña, una señora viuda que vivía en la casa contigua se sonrojó al servirles el desayuno al día siguiente. La puta de mi esposa me lo había ocultado todo, haciéndome creer que no había mantenido jamás relaciones de ese tipo. Pero, como le expliqué a Piedad: “Nunca es tarde si la dicha es buena”. Ahora el moroso ano de mi esposa paga puntualmente el primer viernes de cada mes.

CONTINUARÁ

Avance de Celebraciones familiares (ll): El cumpleaños de Carla.

Cuando Carla sorprendió a su tía Piedad mamando la polla de un hombre, prendió entre sus piernas el meloso ardor del sexo.