Celda de Castigo (VI)

Cuento carcelario. Narrado en primera persona por una prisionera. Sexta entrega. Fani descubre que su estancia en la celda de castigo va a ser dura. Después duerme y tiene un sueño retrospectivo.

Celda de Castigo (VI)

Llevo casi una hora tumbada en la cama. La verdad es que, extrañamente, no me agobia el posible castigo severo. Creo que desde que hice el amor con Armando se me ha quedado una sonrisa idiota. Sí, eso se llama enamorarse y es peligroso. ¿Más en esta situación? Eso me llevó a esta situación… y lo sé. ¿Lo de ayer fue hacer el amor o fue un polvo, sólo sexo? Estaba engrilletada de pies y manos, eso lo convierte en un polvo tórrido, salvaje. Yo empecé con la mamada pero después él tomó el mando y lo ejerció hasta el final. Eso no es malo, el mando va cambiando de lado, otras veces no hay mando… eso es el sexo. Fue suave cuando me fue colocando en las diferentes posturas, sin mediar palabra. Fue cariñoso con mis pezones, con mis labios, pero me penetró con todas sus fuerzas, sigue estando bien… Me la chupó… a los hombres les suele dar asco, lo hacen si de verdad quieren que disfrutes. ¿Lo hizo para agradecer la mamada? Ninguno de los dos articuló palabra, bien: durante el sexo no se habla. Pero me gustaría haber hablado después… eso ya empieza a ser amor.

Me puede convenir tener un amigo entre los guardias. El sexo entre presos y guardias es un tema habitual de los rumores. Dicen que las de barracón cinco tienen todas affaires con guardianes o guardianas. Son las que trabajan en cocina, limpieza y lavandería… Trabajos mucho más llevaderos que el taller.

Suenan dos golpes firmes en la puerta. Se abre la ventana y veo a otro guardia, joven (más de mi edad), más alto… Con un seco “desayuno” me pasa una bandeja por la portezuela. Objetivamente es más guapo que Armando pero no tiene su voz dulce, su respeto aunque seas una presa.

El desayuno vuelve a ser la misma mierda de siempre. Me lo como aun así… No cené ayer y tengo hambre. El joven vuelve y retira la vajilla.

Me vuelvo a sentar en la cama. El castigo aquí cosiste, básicamente, en no tener nada que hacer en todo el día. En el recinto hay una biblioteca cutre, puedes leer por la tarde, puedes hablar con otras chicas… Mucha gente se puede volver loca si están aquí encerrados por un mes entero. Yo creo que puedo aguantarlo bien… Siempre he tolerado bien la soledad. Aun estando con Jorge, necesitaba soledad de vez en cuando. Para pensar, para dialogar conmigo misma… Lo que más hago aquí.

Al rato oigo un tremendo escándalo… Parece que un preso (un hombre) está ingresando en otra celda. El tipo se quiere poner violento, enseguida se oye ruido de golpes e insultos de los guardias, al menos hay dos. El preso pasa de la chulería a los lamentos. Llego a oír el ruido metálico de esposas, ¿abriéndose?, ¿cerrándose? “Ahora pónselas a la espalda”, oigo decir. “Trae grilletes de tobillo”, dicen después. Acabé oyendo la puerta cerrándose y a la “víctima” suplicando, “soltadme las manos, al menos ponédmelas por delante”.

El hombre ha estado chillando durante casi una hora. Ahora ya no se le oye. Creo que lo encerraron en el otro extremo del pasillo. Oigo un golpe en la puerta y oigo el chirrido de la ventana. Me levanto, veo la cara del inexpresivo muchacho. Sin hablar, abre la portezuela y me pasa un papel. Lo leo de pie junto a la puerta. Se ha dictado sentencia por mi falta de hace dos días. Se considera probado que escupí a una guardiana. No se considera delito pero sí falta de respeto. Falta muy grave. Se me condena a cien días en aislamiento, ¡¡¡Cien días!!! con restricciones completas.

  • ¿Restricciones completas? -pregunto.
  • Devuélveme el papel y deja las manos fuera -responde.

Entiendo perfectamente, mi corazón empieza a saltar como un loco. Se me hace un nudo horrible en la garganta, pero obedezco, sé que acabaré engrilletada de todas formas y aun recuerdo la paliza que le dieron al otro tipo. Mecánicamente, me pone esposas con dos eslabones y bloquea los cierres.

  • Ponte de rodillas sobre la cama, mirando a la pared -ordena.

Obedezco, oigo abrirse la puerta. Oigo entrar al guardia, oigo tintineo de cadenas. No puedo evitar mirar de reojo, veo los grilletes de tobillo colgando de su mano.

  • Mirando a la pared -grita fuertemente.

Obedezco, siento un metal frío en los tobillos y oigo los clicks. Después del segundo hago ademán de bajar al suelo.

  • Sigue de rodillas hasta nueva orden -vuelve a gritar.

Obedezco, oigo cerrarse la puerta pero no me atrevo a moverme.

  • Ven aquí -me vuelve a gritar, obedezco.

Cierra la portezuela, la ventana sigue abierta. El hombre me “recita” las instrucciones.

  • Mientras tu comportamiento sea correcto, te quitaremos las esposas para comer. Cada dos días vendrá una guardiana para llevarte a la ducha y que te puedas duchar y cambiar de ropa. Cuenta cien días empezando mañana. El día número cien, después del desayuno, serás llevada a tu taller y tu condena continuará.

Me siento en la cama y rompo a llorar como una Magdalena. Creo que sigo llorando, sin dormir, al menos una hora. El guardia llega con la comida. Antes de darme la bandeja, me libera las manos y deja las esposas colgando en en tirador de la puerta. Al retirar la bandeja ya me dice “Deja las manos ahí, muñecas juntas” y procede a esposarme de nuevo.

Me siento para no tumbarme… comí todo, el cuerpo quiere hacer la digestión, o quiere enviar la basura al vertedero cuanto antes. Ya no puedo ni llorar. Busco una postura donde no mueva ni pies ni manos.

Intento evitarlo pero no puedo… Me voy cayendo sobre la cama. Me estoy durmiendo, lucho contra ello… no puedo dormir todo el día… voy a engordar de nuevo… ¡¡¡Qué me importa!!! me duermo… el sueño es más fuerte… Vuelvo a estar con el uniforme azul en la cárcel del distrito de la capital: Ciudad Océana.

Mi aburrimiento en la cárcel se convirtió en tormenta mental. ¿Qué hacer en el juicio? Dos opciones… Si me declaro culpable podrían ser “sólo” veinte años, si lucho podría ganar (a lo mejor una posibilidad entre cincuenta), si pierdo nos vamos a más de 30 años. Tengo veinticinco.. Con cuarenta y cinco tienes vida, con cincuenta y cinco o sesenta… Uff: difícil empezar de cero en cualquier caso. Ex-presidiaria… mi madre no me ayudará… No, mi madre ya habrá muerto. ¿Jorge? Si doy sus datos podría ir a la cárcel en Colombia, no duraría ni un año, si ingresa en la cárcel allí lo matan…

Me quedaba un día de plazo… El abogado vendría al día siguiente. Tenía que comunicarle mi decisión.

Estaba comiéndome la cabeza con estos pensamientos, sola, sobre la cama. En el salón común había cierto movimiento. Las 18:00… la hora de las llamadas. Cada módulo tenía su hora. Venía una guardiana con una lista de números (no traía nombres) y una caja llena de esposas. Iban llamando de cinco en cinco. Las llevaban esposadas a una especie de locutorio. Allí una guardiana encargada llamaba a centralita y hacían una llamada al familiar correspondiente. Dicho familiar tenía que haber solicitado la llamada con al menos una hora de antelación.

Oí las voces de mi guardiana preferida… La ayudante… Me enteré que allí la llamaban la “bulldog”. Era una mujer de cuarenta y muchos, realmente no era fea, pelo moreno largo y rizado, se adivinaba un cuerpo proporcionado bajo su uniforme pero su voz era como un ladrido. De repente la oigo gritar:

  • ¿Dónde está 265?, ¿265?, ¿Estefanía?, ¿Dónde está Fani-gordita?

Empecé a temblar… siempre tiemblo si ella me llama. Me fui armando de valor para levantarme. Alguien le indicó que estaba en la celda. Dejó de inventar insultos para llamarme. Me estaba levantando cuando la vi entrar por la puerta, esposas de cadena en mano.

Me dirigí hacia ella rindiendo las manos. Por una vez, no me puso las de bisagra (claro, cogió de las que traían en la caja) y tampoco apretó mucho (un detalle). Me llevó a la puerta tirando de las esposas donde ya había otras cuatro. La puerta del módulo realmente era una puerta de reja doble. Abrían la primera (corredera) pasabas al hueco central. Cerraban la corredera y abrían la segunda reja. Así nunca salía quien no debía.

Vigiladas por un par de guardias en el pasillo, fuimos caminando hacia el locutorio. ¿Tengo una llamada?, ¿Quién me puede llamar? Me dejé llevar. Al ser más presas que guardias no podían llevarnos por las esposas ni por el brazo. Más bien nos pastoreaban porra en mano. Era mejor caminar en silencio y mirar al suelo.

Llegada al locutorio tengo que esperar a que lancen la llamada. La oficial me llama y me da el teléfono en mis manos. No me cuesta ponerlo en posición. No sé qué decir… Digo:

  • Soy Fani.
  • ¡¡¡Hola!!! -suena al otro lado.

La voz es inconfundible… Es dura y seca, parece una guardiana del presidio. Sí, es mi madre.

  • No voy a perder el tiempo recordándote lo que has hecho mal. Llamo porque tengo que informar de algo -continúa.

Yo me quedo en silencio… Estoy a punto de llorar, pero aguanto. Discutir con ella también sería perder el tiempo. A los diez minutos cortan y te llevan de vuelta. Ella sigue:

  • Tu novio Jorge ha muerto. Ayer a las 9:00 (hora de Colombia) un sicario le vació el cargador encima.

Ya no puedo más y echo a llorar sonoramente… Sé que ella lo va a oír. No dice nada… Ella también echa a llorar. Oigo un sonido grave y silencio… Ha colgado. Coloco el teléfono en su soporte y me aparto. Sigo llorando con las manos delante de la cara. Una de las guardias me pregunta.

  • ¿Ya acabaste?
  • Sí -respondo entre lágrimas.
  • Me la llevo y vulevo ahora -dice a su compañera.

Me toma por las esposas y me lleva sin parar al módulo. Se lo agradezco. Me recibe la “Bulldog”, eso me gusta menos.

  • ¿Qué?, ¿Malas noticias de Medellín? -me pregunta.

La abofetearía… Las malas noticias son de Bogotá. Extiendo las manos a ver si me suelta. Lo hace a regañadientes, pasa un minuto entero buscando la llave.

Me voy a llorar a la celda, me siento en la cama y cierro los ojos. Llaman a cenar y no voy. La “bulldog” me pregunta “¿No cenas hoy?”, no contesto y se va. Pasa tiempo… no sé cuando. Oigo pasos de alguien entrando. Oigo la puerta cerrándose. Yo sigo allí, con los lacrimales secos y la cabeza entre las manos.

Fue el momento en que noté un brazo alrededor, es fuerte pero no agresivo, todo lo contrario, es suave y cálido. Me apoyo instintivamente y noto un cuerpo, entreabro los ojos. Es Paz. Sin poder evitarlo, me fui acurrucando cada vez más y ella me dejó, amparándome, hasta que mi cabeza estuvo en su regazo.

Empezó a acariciar mi pelo. Me encanta que me acaricien el pelo. Siempre lo llevo corto, pero aquí no lo puedo cortar… Ayer me dieron un soso pañuelo azul para que lo lleve recogido todo el día… El pañuelo cae al suelo y yo me dejo caer sobre su entrepierna.

Noto que ella se estira hacia arriba, miro y la veo sin camiseta… desnuda de cintura para arriba. Con cariño lleva mi cabeza a su obligo y acaricia mi pelo con sus senos.

No sabía muy bien que estaba pasando pero no me disgusta… ¿Me voy a volver lesbiana? Puede ser normal en un mundo de sólo mujeres, puede ser normal en un momento duro. ¿Paz no tenía novio? No era una mujer dura, malvada como las guardianas, que ya se cobró una vida. Me desmontó cuando dijo, con infinito cariño:

  • Ya veo que nunca habías estado con una chica, si quieres parar dímelo. Si quieres seguir, no te preocupes, yo haré todo.

Me dejé ir… Me desnudó lentamente. Se acabó de desnudar ella, de pie, delante de mí… Tenía un gran cuerpo, proporcionado, atlético… la piel muy blanca y llena de pecas. El pelo largo y rizado. Con suavidad, me tumbó en la cama y ella se tumbó sobre mí.

Me besó con lengua… ¡¡¡Qué humedad!!! ¡¡¡Qué gusto!!! Jugueteó con mis pezones, los besó, chupó, lamió… me puso a 1000. Bajó al ombligo… jugueteó un poco, pero enseguida bajó más.

Apartó mi seca mata de pelo y lamió mi sexo como no lo había hecho nadie nunca. Sí… los tíos, en general, no tienen ni idea de chupar coños. ¿Debería pasarme al otro bando? Siguió lentamente haciéndome chillar, gemir, apretar los puños, clavarme las uñas en las palmas… Cuando me corrí, paró y se sentó pegada a los pies de la cama. Yo levanté las piernas y las dejé caer suavemente sobre su regazo.

Así, ella sentada y yo tumbada, empecé a hablarle sorprendida.

  • Lo siento… hasta ahora me parecías una bruta, una asesina. ¿No tenías novio?
  • Yo nunca he tenido novio -confesó-. Eso lo digo para hacerme la dura… Me enamoré hasta las trancas de una chica dulce, pequeña y débil. Ella tenía un novio cabrón que la chuleaba y que empezó a maltratarla cuando sospechó que tenía un amante. Él pensaba que el amante era un hombre. Un día me llamó de madrugada. Le había clavado un cuchillo de cocina en el pecho mientras dormía. Sólo una puñalada. Se quedó viéndolo morir. Estaban en el piso de él. Fui allí y le dije que se fuera, que quemara su ropa manchada de sangre. Yo me manché con esa sangre y llamé a la policía. Confesé que tenía una relación con el tipo engañando a mi amiga y que lo había matado. Incluso dije que la discusión fue porque él no quería dejarla.

Creo que nunca una persona me había sorprendido tanto. Siguió hablando:

  • Ella moriría en la cárcel. No aguantaría ni una semana. Se colgaría, atacaría a las guardias para que le dieran una paliza… Yo firmé la confesión judicial. No habrá juicio. Me han comunicado que mañana me llevan al penal. Cadena perpetua.
  • ¿No rebajan la pena cuando te declaras culpable? -pregunté.
  • En un asesinato no tanto… y, ojo, con el tráfico de drogas -respondió-. Sólo firmaron una revisión a los sesenta y cinco años, al llegar a esa edad si tengo buen comportamiento, me indultarán.

En ese momento rompió a llorar. Yo me senté junto a ella y la abracé. Aunque se me hiciera raro la besé en la boca y empecé a juguetear con sus pezones. Acabé metiéndole dos dedos en la vagina… La toqué suavemente hasta de se corrió. Dormimos abrazadas. Hasta la fecha, ha sido mi única experiencia con una mujer.

Por la mañana desayunamos juntas, en la misma mesa. Al terminar nos abrazamos. La “bulldog” nos cortó el rollo:

  • 210, pelirroja, de pie y manos en la nuca.

¡¡¡Sesenta y cinco años!!! No llega a treinta, saldrá de la cárcel a la edad de jubilación. Le darán la pensión mínima por el trabajo en prisión y malvivirá el tiempo que le quede.

Un par de horas después, la “bulldog” vino a buscarme a mí. Me llevó con el abogado. Con Jorge muerto ya no tenía nada que perder, o eso pensaba… Vamos a juicio.

CONTINUARÁ