Celda de Castigo (V)

Cuento carcelario. Narrado en primera persona por una prisionera. Quinta entrega. Estefanía suplica no ser enviada al módulo psiquiátrico. Su conversación con el oficial de guardia acaba en un encuentro explosivo. Después duerme y vuelve a tener sueños retrospectivos.

Celda de Castigo (V)

Sigo suplicando para que el oficial no llame y me denuncie como presa con problemas psiquiátricos. Hablo más de media hora, digo mil excusas, las repito, prometo mil veces que no pasará más… Él iba hacia el teléfono y ahora ha vuelto frente al sofá, me mira con cara dubitativa. Al menos lo he hecho dudar.

Creo que se cansa de oírme, pero se sienta en el sofá a mi lado. Yo dejo de hablar… va a ser lo mejor. Entonces, sin pensarlo, me la juego: apoyo la cabeza sobre su hombro. ¿Estoy pidiendo piedad de otra manera?, ¿Intento seducirlo? No sé muy bien pero no hay vuelta atrás… Presiono un poco para intentar llegar a su pecho. No me deja…

Yo me quedo apoyada en un hueso duro, los segundos pasan lentos como horas. He cerrado los ojos, no quiero ver. Él tampoco me aparta.

Ocurre… se rinde un poco. Me rodea con el brazo y me deja llegar al pecho. Me apetece quitarle la camisa pero va a ser arriesgado (y difícil, sigo esposada). Me acurruco, subo los pies al sofá y me voy acostando sobre él cada vez más recostada. Oigo tintinear la cadena de los grilletes al mover los pies. Llego con la cabeza a su regazo. De hecho tengo la oreja sobre su entrepierna.

Empiezo a estar cómoda… de alguna manera, desconecto las manos de mi cuerpo y me centro en el cuerpo cálido que me está acogiendo. No abro los ojos, no quiero ver su expresión. Descanso… descanso…

Despierto un tiempo después… bastante tiempo. Abro los ojos. El reloj de la pared marcaba las ocho de la tarde cuando me senté en el sofá… Son las once y ya ha anochecido. No he tenido malos sueños esta vez. Me atrevo a mirar su cara… plácidamente dormido.

Me vuelvo a recostar… ¿Qué es esto? Noto un inconfundible objeto duro en su entrepierna. No lo puedo evitar, aun esposadas, mis manos van solas. Empiezo a toquetearle el miembro con las dos manos, sobre el pantalón. Noto que se endurece aun más y se levanta un poco. Aun dormido, en su cara se dibuja una expresión de placer. Llevo toda la vida intentando controlar todo y, en los momentos cruciales, no sé por qué actúo. Sigo, sin prisa, suave… Él se despierta, me ve… por un momento pensé que se levantaría y me abofetearía, no lo hace, se rinde, relaja los músculos dejando caer todo su cuerpo en el sofá.

No puedo parar… con dificultad abro la bragueta, hurgo dentro, saco el miembro por la abertura del calzoncillo. Continúo el trabajo manual un rato. Me arrodillo delante de él. Meto el miembro en mi boca… Hacía tanto tiempo que no veía uno, que no lo tocaba… No es que me encante hacer mamadas (a ninguna mujer le entusiasma) pero sé que a ellos les vuelve locos. Me siento una puta. Ya era hora, puteada por todo el mundo por fin contraataco. Continúo chupando suavemente, con cariño… de reojo veo su cara de placer, ojos cerrados, cabeza hacia el techo…

Cuando por fin se corre escupo el líquido, me quedo con la cabeza en su entrepierna… Pasan segundos eternos esperando su reacción. Me castigará, me pegará, seguirá con su intención y acabaré esposada y medicada permanentemente.

Se levanta suavemente. Pone sus manos en mis axilas y me invita a levantarme yo, me ayuda suavemente. Me hace dar media vuelta como si me fuera a sentar en el sofá. Me dejo hacer, ni él ni yo mascullamos palabra alguna.

Dirige sus manos a mi ombligo… ¡¡¡Desata el cordel del pantalón!!! Me baja los pantalones y las bragas hasta los tobillos. No me las puedo quitar. Los grilletes siguen ahí, junto los pies al máximo. Me sienta suavemente en el sofá. Abre las piernas un poco a la altura de las rodillas, mete poco a poco la cabeza. ¡¡¡AAAAhhhhh!!! Me chupa con suavidad… con delicadeza… Viajo a otro mundo. Este tipo sabe lo que hace. Sigue suavemente hasta que estallo de placer. El líquido cae al suelo, el placer me hace tensionar los brazos… me duelen mucho las esposas. Es un dolor placentero.

Él se levanta… pone una rodilla en el sofá y acerca su cara a la mía. Me besa… su lengua entra poco a poco. Disfruto un beso húmedo y largo. Me besa el cuello por los bordes del infame collar de cuero.

Me tumba en el sofá, mirando al techo, sube mi camiseta todo lo que puede. De nuevo no me la puedo quitar. ¡¡¡AAAAhhhhh!!! Me chupa las tetas, las aprieta firmemente con sus manos, acaricia los pezones con la lengua. No sé qué pasará pero esto mereció la pena.

Me intento abrir de piernas pidiendo penetración… “No puedes, dice él”. Me levanta suavemente, me lleva a saltitos contra una pared. Sigo con las bragas en los tobillos, eso restringe más que los grilletes.

¡¡¡AAAAhhhhh!!! Me muerde un hombro… me acaricia las tetas desde atrás. Noto su mano izquierda bajar por el culo. La derecha sigue en mi teta. ¡¡¡AAAAhhhhh!!! Me mete mano desde atrás… Noto su miembro, va avanzando, se ayuda con la mano para encontrar el camino.

¡¡¡AAAAhhhhh!!! me penetra con fuerza. Sigue arriba y abajo mucho tiempo. Sus manos aprietan mis tetas, me muerde los hombros con cuidado. Noto el estallido, se corre dentro de mí… Chillo, se retira. Va corriendo al baño adjunto. Me da papel para limpiarme. Lo hago, me subo braga y pantalón. Intento atar el cordel, no lo consigo… el toma mi mano suavemente. Abre las esposas… Me masajea él, me besa las muñecas.

Me quita la camiseta, juega un rato con los pezones… Me besa con la lengua hasta el fondo. Nos sentamos en el sofá. Él está derecho, yo me tumbo y me acurruco sobre él. Estoy desnuda de cintura para arriba, sigo teniendo los grilletes en los pies. Da igual, no quiero escapar.

Estoy cómoda… un poco cansada… creo que me estoy durmiendo. Creo que estoy empezando a tener un sueño…

En la cárcel del distrito la mayoría de los días eran de un solemne aburrimiento. Bueno, el reconocimiento médico fue duro. En unos días me enseñaron los resultados, todo normal. Un poco de sobrepeso. Nada que no supiera…

Al rato de ver ese papel, el aburrimiento se rompió. Hay dos guardianas paseándose continuamente por el módulo: jefa y ayudante. La jefa del módulo habla con la ayudante, Y la ayudante viene hacia mí… yo empiezo a temblar, es la misma del reconocimiento. Dos metros antes de llegar ya oigo su grito:

  • 265, en pie, tienes entevista con tu abogado.
  • Las manos en posición de oración -dijo cuando ya estaba casi encima de mi. Su mano derecha ya estaba buscando las esposas… las de bisagra, por supuesto.

Como siempre las aprieta firmemente, dejándome la libertad mínima. Luego las agarra por el centro, por donde la bisagra y tira por mí. Como ya me lo esperaba, evito casi por completo el tirón doloroso en la muñeca. Me lleva por los pasillos de la cárcel. Este edificio es un laberinto. No hay intercambio de palabras, ella feliz y yo preguntándome quién es mi abogado. Se pagará del fondo gratuito del estado, no puedes elegir, un día te llaman y lo conoces. Una o dos entrevistas antes del juicio y ya está… No hay para lujos.

Me sienta en una mesa, frente a un señor mayor con bigote. Tiene un montón de papeles delante. Se presenta. Me cuenta mi propio caso, de qué me acusan, cuáles son las pruebas. Al menos se lo ha leído todo bien.

Me pide que me cuente mi versión… Yo le cuento la historia completa, desde que a Jorge le empezaron a ir mal los negocios.

  • Entonces, ¿Ni él le dijo cuál era el contenido ni él lo vio? -preguntó.
  • No… yo sabía lo que era -respondí.
  • Pero por conjeturas, no por conocimiento fehaciente -replicó.
  • Sí -respondí, recordando conocimientos del derecho, a nadie se le puede condenar por conjeturar o no, legalmente yo no sabía el contenido.

“Entonces hay dos opciones” dijo él. Continuó:

  • Ante estas pruebas se puede declarar culpable. Se hace por escrito antes del juicio. Ya no habría juicio. Impondrían una pena menor a la que marca la ley. La ley dice de 20 años a perpetua… Según la sustancia hay una fórmula, metiendo la cantidad sale la pena. Para un kilo de coca son treinta y un años y 6 meses. Pueden redondearlo como quieran, treinta y uno o treinta y dos. Si se declara culpable podría quedar en dos tercios, eso es veinte.

Y continuó...

  • La otra opción es ir a juicio y pelear la teoría de que no conocía el contenido. El fiscal va a intentar machacarla. Conozco casos en que otros acusados argumentaron lo mismo, ninguno tuvo éxito. La ventaja es que podría salir absuelta pero si sale culpable aplicarán la fórmula sin más. Piense que si sigue esta opción le van a preguntar datos del tal Jorge Montenegro. Es posible que, la absuelvan o no, notifiquen a las autoridades de Colombia.

Yo quedé un poco aturdida con tal exposición. Lo hizo muy bien pero el número de años espanta a cualquiera. Me preguntó si lo había entendido, yo se lo expliqué con otras palabras.

  • Veo que lo entiende -continuó-. Nos queda el asunto de la navaja. Estoy de acuerdo en que es una acusación absurda pero formalmente es correcta. La pena máxima por arma blanca es de tres años, para llegar a cinco tendría que ser un arma de fuego. Yo creo que si se declara culpable seguramente ignorarán el cargo la absolverán porque usted no pretendía usarla como arma. Pero si alegamos inocencia y perdemos pueden interpretar que la tenía escondida en el momento de ser detenida, que la pudo haber usado contra los agentes.

Sentí una mezcla de risa y llanto que me debieron provocar una mueca horrible.

  • Estaba allí inmóvil, esposada con las manos en la espalda, no podía hacer nada -dije.
  • Sí, porque ellos hicieron bien su trabajo y aplicaron “inmovilización preventiva” antes de la detención formal -respondió.
  • Perdone… estoy hablando como hablará el fiscal -continuó-. Piense bien las dos opciones. Han fijado juicio para dentro de mes y medio.

Le agradecí su trabajo y nos despedimos, la verdad, desde que empezó el lío es la única persona que he visto un poco de mi parte. Mi amable amiga la guardiana me llevó al módulo de vuelta. Al entrar allí me dí cuenta de que pasaba algo. La jefa de módulo estaba en el centro y había puesto una caja sobre una mesa. No lograba ver el contenido pero todas mis compañeras estaban de pie, firmes y nerviosas en las puertas de las celdas. Había dos guardianas más junto a ella. ¿Qué pasaba?

  • Bien… Llegas justo para la fiesta -dijo la jefa.
  • Registro -gritó-. Todas en la puerta de sus celdas.

A mí me condujo la guardiana ayudante con fuertes tirones de las esposas. Las otras guardianas metieron la mano en la caja y sacaron cada una varios pares de esposas. Ví como iban por las celdas esposando a cada pareja de compañeras a su propia puerta: un grillete en la muñeca izquierda de una, se pasa el resto (grillete y cadena) por el tirador de la puerta (un tirador en forma de U con dos anclajes) y engrilleta a la otra presa en su muñeca derecha.

Yo seguía con las esposas de bisagra y las manos delante, apoyadas sobre mi cuerpo. La sádica que me custodiaba esperó a que su compañera esposara a la pelirroja para liberar mis manos. La otra guardiana me unió a ella por la muñeca derecha, afortunadamente no apretó mucho.

Las puertas abrían hacia afuera. Empezaron a entrar en las celdas y revisar todo. Me preguntaba qué pensaban encontrar. Todas salimos desnudas de una ducha y nos dieron ropa sin bolsillos. No hay visitas de familia ni amigos. ¿Estará algún abogado trayendo algo? Aunque mi abogado quisiera darme algo, estuvimos en presencia de una guardiana toda la entrevista. ¿Podría ocultar entre la ropa algo y traerlo? He llevado esposas toda la entrevista.

Por alguna razón todas evitábamos mirar a nuestra compañera. ¿Tendrá ella algo y creerán que es mío? Todas debíamos estar preguntándonos eso. Por un momento miré a la pelirroja, bueno a Paz. Se llama Paz y es asesina confesa… al menos aquí se lo confiesa a todos. Me siento muy débil ante ella… metro ochenta de mujer, hombros y brazos robustos.

Y sí, algo encontraron. En la cama de María, una mujer pequeña como yo y de aspecto frágil e inocente, apareció un estilete de madera, probablemente creado de forma artesanal pero capaz de matar. Se la llevaron. Mi guardiana preferida la esposó a la espalda provocando sus gritos al apretar los grilletes. Suponemos que está en una celda de castigo. Al acabar con las celdas nos cachearon a nosotras, no se cortaron en meter mano descaradamente. Antes de que nos liberaran la jefa nos aleccionó (o informó):

  • Lo que acaba de pasar es muy grave. Vuestra compañera ha cometido un delito dentro de prisión. La pena normal por posesión de arma blanca sería de tres años pero al cometerse aquí (bajo régimen disciplinario) será mayor.

“Ummm… eh… Yo no llevaba la navaja con mala intención…”. El oficial me está despertando y yo diciendo incoherencias. Sigo acurrucada en el sofá, la luz ya empieza a entrar por la ventana. Me siento… Él me alcanza la camiseta, me la pongo.

  • En media hora acabo el turno y viene mi compañero, te tengo que llevar a la celda -me dice.

Yo extiendo las manos hacia él pero él rehúsa.

  • Ahora, no hacen falta esposas -dice.
  • Pero estoy fuera de la celda, debo estar engrilletada -respondo.
  • Ya lo estás -me dice, señalando mis pies.

Me lleva a la celda. Junto a la puerta, vuelve a pedirme que levante primero una pierna y luego otra. Noto como me quita los grilletes, me siento libre… a punto de entrar en una celda, me siento libre. Me da un beso, yo lo alargo un poco, pero me acaba soltando y me señala hacia adentro. Obedezco, entro y oigo la puerta cerrarse. Ahora me siento sola, querría seguir con él.

Él abre la ventana y me dice que volverá a estar de guardia dentro de doce horas. Él normalmente hace el turno de noche. Acaba de hacer veinticuatro horas por una sustitución.

  • ¿Tu nombre? -le pregunto.
  • Armando -responde.

Se va a ir, empieza a cerrar la ventana y, de repente la abre otra vez.

  • ¿No te quieres ir? -le pregunto.
  • Tengo que decirte algo -responde.
  • Ayer no te conocía y no conocía el caso de tu incidente con Marga -continúa.
  • ¿Ehh? -digo sorprendida.
  • Aún no hay sentencia -continúa-. Pero el juez ha considerado que fue un escupitajo y que no es agresión pero sí falta de respeto.

Oigo helada, esperando algo malo. Él continúa:

  • Lo bueno es que no hay delito -respiro un poco.
  • Pero la falta de respeto la quieren perseguir mucho, probablemente la condena sea severa -termina.
  • Bueno, gracias… gracias por todo -le digo.

Cuando entré en la celda tenía un poco la sonrisa tonta de los enamorados, ahora tengo un poco de acojone. ¿Qué es una condena severa? Ya sufro una muy severa en un penal. Una condena sobre otra… He aguantado muchas cosas… Y sí, el polvo de ayer noche fue una pasada, eso me da fuerzas para seguir aguantando.

CONTINUARÁ