Celda de castigo

Nuestras protagonistas van a conocer la severidad y rigor de las autoridades con las delincuentes, aunque sólo sean presuntas... Y al fin Leonor encontrará una verga capaz de romperle el culo

Habían transcurrido dos meses desde que Alberto y sus secuaces habían ido a dar con sus huesos en el fondo del pozo de la gruta de los suplicios.

La ciudad de provincias, una de las muchas así denominadas por no ser la capital del reino (me refiero a éste reino, no os despistéis), estaba en silencio y la oscuridad era ya casi absoluta cuando cuatro figuras a caballo aparecieron por uno de los caminos que daban acceso a la villa. Se detuvieron a la puerta de una fonda frecuentada por arrieros y comerciantes de medio pelo y echaron pie a tierra. El que parecía dirigir la partida llamó sonoramente a la puerta   con su mano enguantada.

Abrió el ventero con precaución, mas pronto se tranquilizó al  ver que se trataba al parecer de cuatro jóvenes no muy robustos, que venían cubiertos de polvo del camino, bien abrigados en capas y tabardos pues la noche era fría.

El que llevaba la voz cantante pidió cena y una cama para esa noche y preguntó dónde podían dejar sus monturas. El amo de la fonda le indicó unas caballerizas a unos cien metros de allí y los viajeros se dirigieron hacia el lugar señalado.

Volvieron con sus alforjas al hombro y se sentaron a comer la sopa de garbanzos con chorizo que les ofreció el ventero. Apenas probaron el vino y se retiraron en silencio a sus aposentos, que no eran sino dos cuartuchos con jergones puestos sobre unas viejas camas y unas jofainas desconchadas con los espejos rotos, que habían de llenarse con el agua que se extraía de un pozo que había en el patio de la posada.. Unas viejas estufas que hedían a hollín y perdían humo eran la única forma de calentar el agua y atibiar el ambiente gélido.

El que parecía dirigir el grupo vino a pagar por adelantado, ya que según comentó se irían al día siguiente antes de la comida.

  • ¿Qué se les ha perdido por aquí, si no es indiscreción? - preguntó el ventero - No son tiempos de ir recorriendo caminos por la noche. ¿No sabe usted lo que ha venido ocurriendo en la comarca últimamente?

El otro se quitó el sombrero dejando a la vista una cabellera rizada y corta y una tez oscura muy hermosa, con unos grandes ojos negros de pestañas rizadas y labios gruesos.

  • Cuénteme lo que ocurre, haga el favor. Venimos de muy lejos y no estamos al tanto de las noticias locales.

El ventero miró con alguna sorpresa el bello rostro del viajero a quien la voz algo aguda daba un aire ambiguo que no pasó desapercibido al amo de la fonda.

  • Pues ocurre - continuó, mirando aún con cierta prevención al otro - que una banda de asesinos anda suelta y en las últimas semanas han cometido las mayores atrocidades. Un padre y sus dos hijos, de una granja cerca del río, han sido apaleados hasta casi morir. Y un grupo de leñadores que trabajaban en la sierra, también. Les robaron  cuanto había en sus casas.

  • Vaya, qué tragedia - No parecía que estuviera realmente muy afectado por la noticia - ¿Pero se sabe quiénes son los ladrones? ¿No los han identificado esos pobres hombres?

  • Los asaltaron de noche y les taparon la cabeza con un saco a todos, así que no pueden asegurarlo, pero hay certeza de que se trata de la banda del tuerto Alberto, un criminal muy conocido que campa por aquí como Pedro por su casa. Oyeron a los asaltantes mencionar su nombre varias veces mientras les golpeaban. ¡Ese Alberto!... Hace dos meses robaron un transporte de dinero y valores y aún están buscando a los guardias.  Los granjeros aparecieron medio muertos, colgados boca abajo delante de su casa y a los leñadores les rompieron el culo con unos bastones ¡Qué miserables!

  • ¿Y qué es eso de que “les rompieron el culo”? - preguntó con interés.

  • Pues que después de molerlos a palos, cogieron los cuerpos, los colgaron y los fueron bajando sobre una estaca de dos metros, hasta que les metieron un palmo de madera por el ano.

  • ¡Ay, por Dios! - se horrorizó el viajero con un gesto bastante amanerado - No me cuente esas cosas, señor. Me voy a dormir y cerraré la puerta a cal y canto.

  • Aquí tu culo está a salvo - dijo el hombre con segundas intenciones mirando despectivo al joven. Ya se hacía una idea de la clase de grupito que debían formar aquellos mozuelos imberbes y frágiles como alfeñiques. Una cofradía de maricones, sin duda. Esperaba que se largaran pronto de su fonda.

El chico moreno y espigado entró en la habitación que compartía con el otro viajero y se quitó la chaqueta. Un fanal alumbraba  el camastro y el que yacía se apresuró a ocultar algo que tenía entre las manos.

  • ¿Ya estás con ese libro del demonio? Lo tendré que quemar al final. Y a ti te voy a baldar a alpargatazos - esto lo dijo ya riendo y tirando bruscamente del embozo el moreno.

Y se hizo el prodigio. El joven tímido y lleno de polvo que había entrado media hora antes en la habitación, se había convertido en una fragante y voluptuosa mujer de larga melena oscura, con unos senos esculturales y dos anillas brillando entre sus entreabiertas y lampiñas ingles

  • ¡Ay, Rosita! No seas así mujer. Es que esta parte es muy excitante...

  • Ya verás tú. Una nueva monstruosidad de Don Alberto el tuerto, que resulta que así le llaman, aunque no sepan que ya se acabaron sus andanzas.

  • Te han dicho algo de...

  • Sí. Ya lo saben todo, y lo atribuyen a la banda. Que así sea por mucho tiempo.

  • Hicimos muy bien de ocultarnos el rostro y taparlos con los sacos. Y fue genial el que tu fueras gritando “Sí, Don Alberto”, “Como mande, Don Alberto”

  • Favor que les hicimos. Yo los hubiera degollado a todos o les habría metido la estaca hasta que les saliera por la boca.

Mientras hablaba, la recién llegada se quitó todas sus ropas y las lanzó a un montón que ya se había empezado a formar en una esquina del cuartucho.

  • ¿Has podido calentar agua? Me pican las ingles de tanto cabalgar y tan poco lavarse.

  • Hace una semana que no podemos hacerlo, amor. Pero ya verás que aquí tampoco es fácil. Lávate lo imprescindible - añadió en un tono sugerente acariciándose descarada la vulva y dando tironcitos a sus anillas doradas.

  • Me muero por un barreño de agua caliente.

Rosita se limpió como pudo las axilas, la entrepierna y los pies utilizando el agua entibiada de una palangana y una pastilla de jabón de lavar la ropa. Luego se acostó junto a su amante,

y

la besó larga y lánguidamente, a lo que Leonor contestó con un apasionado morreo con mucha lengua que encendió la pasión de su antigua criada.

  • Te quiero pedir una cosa - dijo Leonor poniendo morritos - cómeme la almejita como hiciste aquel día en la charca y yo te leo el párrafo este. Verás qué caliente te vas a poner.

Rosita era muy severa con Leonor, pero también le daba cierta autonomía, aunque a veces sólo era la excusa para una nueva sesión de castigo, una zurra en las nalgas o una hora llevando metido en el recto el dildo de marfil que hallaron entre las pertenencias del desgraciado Don Alberto. Ya habían descubierto que los agujeros de la base servían para pasar una cuerda o cinta fina, lo que permitía fijar el dildo y constreñir el vientre anudando con fuerza el cordel a su alrededor. Leonor se desmayaba de gusto cuando Rosita hacía coincidir la zurra con la aplicación del dildo y las correas.

Pero esta noche la morenaza se sentía magnánima y se colocó entre los muslos de su amante, sujetó las anillas vaginales que ésta se había negado a eliminar y tiró con fuerza para exponer los labios menores entreabiertos y la juguetona lentejita de Leonor, que ya se había puesto tiesa e hinchada. Luego introdujo en la grieta húmeda los dos pulgares unidos por las uñas sin dejar de tirar con los índices de los dorados aros. Finalmente inclinó la cabeza e hizo vibrar la lengua sobre el clítoris, que sabía a jabón barato, aunque fue por poco tiempo, ya que la saliva de Rosita enjuagó el apéndice en dos minutos.

  • Escucha, esto lo escribió no hace tanto, está ya al final del libro. Pasó no se sabe en qué lugar, pero diría que en el norte: “ ...llegamos a las inmediaciones del pueblo que era cuna de algunos de los hombre de la partida, que me informaron de que había un caserón apartado, propiedad de cierto comandante de las tropas isabelinas. Este había afrentado gravemente a aquellos soldados fieles a S.M. Don Carlos cuando eran simples campesinos y se destacaba por su odio a la religión y sus ideas liberales. Decidí pues hacer una visita al comandante y saquear su casa, ya que estábamos escasos de víveres. Llegamos de noche y tomamos con éxito el objetivo, entrando por unas ventanas y sorprendiendo a los que dormían. Había en la casa cuatro mujeres, contando a la dueña, sus dos criadas y la cocinera, además de un jardinero ya viejo y un joven encargado de las cuadras. No encontramos al comandante, como ya era de esperar pues nos hallábamos en plena campaña. Me informó uno de mis hombres que aquella mujer, la esposa del ausente, atendía por Gabriela y era una empedernida liberal, que había hecho lo posible por echar del pueblo al sacerdote y establecer una escuela laica en una casa de su propiedad. Era una hembra orgullosa, que nos habló con altanería y sin mostrar recato alguno. Me pareció buena idea darle una lección a la tal Gabriela, que era, por otra parte, una auténtica belleza de aires aristocráticos, alta y delgada y de formas  elegantes y refinadas. Así que hice traer a los sirvientes y fueron todos atados a las sillas del comedor. Los dispusimos en círculo y dejamos en el centro al ama de la casa. Di licencia a los soldados para que abusaran de ella en presencia de su servidumbre, para mayor humillación. Al principio se mostraron algo reticentes, mas luego de beber algunos vasos de vino, empezaron a manosearla y le arrancaron finalmente el camisón  dejándola en cueros. Envalentonado uno, la tomó del pelo y la arrastró por el comedor, haciéndole dar grandes chillidos de dolor. Luego la tendió y la forzó de forma torpe mientras sus compañeros la sujetaban por los pies y las manos. Se turnaron para poseerla hasta ocho de los hombres. Cuando  pareció que ya estaba inconsciente, después de haber chillado e insultado a los que la forzaban, di licencia a los otros para que vaciaran las despensas y la bodega. Encerraron a los sirvientes en el sótano y yo hice trasladar a Gabriela hasta las cuadras y me quedé con ella acompañado de Alonso y Jesús, mis dos fieles lugartenientes. La reanimamos con unos cubos de agua fría después de colgarla de una viga por las muñecas y tobillos, de modo que quedó como un fardo. Ya despierta reanudó los insultos y las amenazas, lo que encontré realmente notable y muy irritante. Las putas liberales que quieren abolir la verdadera religión y equipararse a los hombres son la peor lacra de nuestra sociedad. Para empezar mandé que la azotaran. Jesús es un buen conductor de carros, así que pude irle indicando los lugares donde debía impactar con su látigo, ahora las nalgas, luego los senos e incluso en la misma vulva, que era totalmente lampiña, supongo que por capricho del cornudo comandante liberal. La hice amordazar pues sus gritos resultaban ya molestos. Siguiendo las enseñanzas de mi manual de los goces sexuales, unté bien mi verga y su ano con grasa de caballo y la enculé allí mismo. Tirando de las cuerdas conseguí balancearla, empalada como estaba, multiplicando así mi placer y su castigo. Terminé dentro de ella, hundiendo el miembro hasta que los testículos se estrujaron contra sus nalgas. Sólo diré que se desvaneció de nuevo. La dejamos dormir tendida en la paja pero bien atada. Fuimos a cenar algo y me di una vuelta por la casa para ver cómo les iba a los soldados. Tal y como esperaba, después de emborracharse, yacían dormidos en las alcobas de la casa.

Jesús, Alonso y yo nos sentamos en el porche a fumar. A eso de las tres o las cuatro oímos algún ruido procedente del bosque. Apagamos los cigarros y nos agachamos. Pronto se oyó un rumor de pasos y sonido de armas. Una tropa llegaba por el este y parecía numerosa. Alonso quiso ir a avisar a los otros, mas les hice ver que era inútil intentar enfrentarse a aquella hueste, borrachos como estaban. Así que nos arrastramos hasta el establo, ensillamos tres caballos y salimos al galope en dirección contraria”

Para entonces Leonor estaba a punto de caramelo, así que cerró el libro y acarició la cabeza de Rosita que le estaba introduciendo la lengua hasta más de la mitad de su chorreante vagina.

  • Estoy harta de esas lecturas - anunció Rosita sacando la cabeza de entre las piernas de su amante - ¿Cómo puede excitarte esa basura? A ese sujeto lo tendríamos que matar mil veces y no pagaría por todos sus crímenes.

  • Pero cielo, tú también  te mojas cuando me zurras - se justificó Leonor.

  • No tiene nada que ver. Yo me excito jugando un poquito contigo; Tirar de las anillas, darte unos azotes... y sólo porque sé que te gusta, que si no, soy incapaz. Pero ¿estos cerdos? ¿Cómo acabó esa pobre mujer?

  • Espera que pone algo en la página siguiente " Salvamos la vida de milagro, pues los isabelinos irrumpieron en la casa y capturaron a todos mis hombres. Al parecer el muchacho se pudo escapar por una claraboya y dio aviso a una guarnición que había acampado muy cerca, cosa que yo ignoraba. Tuvieron una muerte terrible, ya que antes de fusilarlos la tal Gabriela los hizo castrar en su presencia. Luego los isabelinos fueron al pueblo y quemaron las casas de los tres  hombres que eran de allí. Se llevaron a la hermana de uno y a las esposas de los otros dos y al día siguiente las encontraron desnudas, atadas a unos árboles y con un tiro en la cabeza" -Ay, Dios mío! ¿Pero qué le pasa a los hombres?

  • Pues que son bestias con dos patas, peores que los lobos. Sanguinarios, lujuriosos y enajenados mentales. No entiendo cómo te excitas con ellos...

  • Es algo superior a mí. Quizás yo soy también una bestia y disfruto cuando me someten, me pegan, me violan...

  • Pero mi amor, tienes que controlarlo. No me parecería mal que lo hicieras como un juego, con un buen hombre como Ricardo.

  • Ya, pero Ricardo es tan buen hombre, como tú dices, que es incapaz de zurrarme, ni en broma. Tú eres la única que me sabe excitar y amarme a la vez.

  • Sí, sí, pero ves un badajo repicando y te pones loca.

  • ¿Quieres que te coma el chichi, amor?

  • No, que es muy tarde. A dormir - Y arrojó el libro bien lejos apagando el candil.

Al día siguiente Rosita salió sola a hacer algunas compras en una tienda de ropa usada de las afueras. Tenía billetes nuevos para pagar y podía pasar por un jovencito dada su altura y su porte, así que nadie se fijó mucho en ella.

Antes de la hora de comer volvió a la fonda y se reunió con sus amigas en el cuarto de Leonor. Beatriz y Mercedes estaban deseando ponerse sus vestidos nuevos y quemar los andrajos masculinos con que venían vistiéndose desde hacía semanas.

A la hora de la comida, cuando todos estaban ocupados, tres mujeres de aspecto anodino se deslizaron por un ventanuco de la planta baja de la fonda y salieron a la calle disimulando, todas cogidas del brazo. Rosita siguió con su atuendo de varón, vestido con el cual alquiló los servicios de un cochero. Había comprado unos bolsos donde guardaron su escaso equipaje, que incluía todo el oro y los billetes robados por la banda del tuerto y que ahora pensaban gastar ellas en compensación de sus padecimientos.,

El carruaje las condujo sin novedad hasta su pueblo, que distaba diez leguas de la ciudad.

Fueron directas a la casa. Recuperaron una llave que siempre ocultaban en el pajar y pudieron entrar sin más problemas. Las dos hermanas estaban encantadas de poder sentarse en una cómoda silla, comer con platos y cubiertos y dormir en una cama mullida. Leonor salió a la calle y se encontró, como era de esperar, a Ricardo sentado en el bar de la plaza. Éste dio saltos de alegría al verla y la acompañó hasta su hogar, donde fue presentado a las invitadas, que se mostraron encantadas de recibir las atenciones de un hombre educado y respetuoso, como era el amigo Ricardo. De hecho, era el primer hombre con tales características que trataban, así que les pareció extraño, casi una anomalía de la naturaleza. Pasaron la comida explicando al joven sus aventuras y el terrible final de los bandidos, aunque nada comentaron de los asaltos a la granja y la serrería.

Sin embargo, las hermanas no dejaron de inquietarse cuando Ricardo y las otras dos mujeres desaparecieron juntos a la hora de la siesta en dirección a la alcoba principal. Oyeron risas y algunos gemidos. Luego unos chasquidos secos y rítmicos. Muertas de celos intentaron mirar qué pasaba dentro de la estancia. El agujero de la cerradura les permitió ver parcialmente la escena. Ricardo estaba desnudo en el centro de la sala, con una notable erección y recibiendo en sus nalgas una zurra que Rosita, tan desnuda como él,  le administraba con una zapatilla de fieltro roja. Leonor, de rodillas entre ambos, ejecutaba como una malabarista experta el difícil ejercicio de chupar el pene de Ricardo mientras masajeaba la vulva de Rosita con la mano y cambiar rápida de posición para comerle la almeja a su amiga y masturbar con las dos manos al chico. En esto demostraba una pericia magistral, ya que sacudía abajo y arriba el tallo del pene con la izquierda y amasaba con la derecha los hinchadísimos testículos.

Beatriz estaba tan excitada por la escena, que no le resultaba extraña, por otra parte,  que empujó sin querer la puerta y se precipitó en el dormitorio sorprendiendo a su vez a los presentes.

Mercedes lo veía todo desde el umbral totalmente inmóvil, con los ojos fijos en el estilizado y longilíneo pene de Ricardo.

  • Vaya, vaya - dijo Rosita agitando la zapatilla en el aire amenazadoramente - tenemos visita. ¿Qué se os ha perdido a vosotras en nuestra alcoba? ¿Tenéis ganas de fiesta?

  • Perdón, perdón, doña Rosita - se excusó Beatriz que ya había asumido su absoluta sumisión a aquella hembra alfa de la manada - Oímos ruidos y...

  • Pues vais a volver a escucharlos, pero será en vuestros traseros. ¡Venga, desnudas las dos!

Cuando Rosita se enfadaba era de temer su ira, pero en este caso había más lujuria que resentimiento en su actitud. Las dos chicas se desnudaron como les ordenaban y pusieron carita de arrepentimiento.

  • A ver esos culos - ordenó Rosita - Vais a contar hasta veinte, ya sabéis cómo.

¡Y tanto que lo sabían!  Los dos meses pasados en la gruta de los suplicios habían dado para mucho, aunque yo haya preferido obviar, de momento, el relato del adiestramiento de las hermanas a una disciplina diferente de la que les imponían los bárbaros bandoleros; Una disciplina mucho más satisfactoria sexualmente para ellas pero igualmente basada en la humillación y el castigo. Como Leonor, Beatriz y Mercedes habían ligado su satisfacción sexual al sometimiento y el dolor. Lo que ellas no imaginaban era que un varón de apariencia tan honorable tuviera  la misma pasión masoquista que ellas.

  • Beatriz, ya que has sido tan curiosa quiero que veas más de cerca ese aparato que tanto te intriga. Vas a chuparle a nuestro amigo esta hermosa verga. Seguro que Ricardo va a correrse de gusto en tu boca cuando sienta vibrar su capullo dentro de ella con cada alpargatazo que te voy a dar.

  • Lo que mande usted, señora - se sometió la chica, roja como un tomate, apoyando las manos en las rodillas para quedar a la altura del pene, que ya había recuperado turgencia y elevación.

  • Mientras tú, Mercedes, vas a tumbarte ahí con las piernas bien abiertas y le vas a limpiar con la lengua la panochita y el culín a doña Leonor, que la tiene anegada de flujo desde hace un rato.

Mercedes obedeció en silencio mirando con envidia a su hermana que iba a tener algo más consistente que llevarse a la boca.

  • No pongas esa cara, que luego cambiaremos. También te mereces unos cuantos zapatillazos.

Así transcurrieron algunas semanas en paz y tranquilidad, con las cuatro mujeres y su solitario  socio masculino disfrutando de los sencillos placeres de la vida rural.

Pero llegó una mañana en que un pobre tullido llegó al pueblo. Era un viejo que cojeaba ostensiblemente y tenía un brazo medio paralizado por alguna lesión. Se sentó el pordiosero a ejercer su oficio a la puerta de la iglesia y quiso la fortuna que viera a Mercedes y a Beatriz salir de misa. Fue tal la impresión que recibió el sujeto, que todas las monedas recogidas rodaron por el suelo. Pasado un instante, reaccionó de su estupor, recogió la limosna y salió arrastrando su pierna, apoyado en la muleta.

Y aquel encuentro casual tuvo consecuencias, y muy graves.

Unos días después llamaron a la puerta de casa de Leonor. Abrió Rosita y se encontró con el cabo de la guardia municipal, que venía acompañado de otro caballero delgado de apariencia siniestra.

Rosita llamó a Leonor, que estiró hacia abajo su escote para dar una buena panorámica como bienvenida a su admirador. Sin embargo el acompañante no bajó la mirada hacia sus tetas, sino que la fijó escrutador en sus ojos negros.

  • Doña Leonor, el inspector Galán ha venido desde la ciudad para interrogar a esas chicas que ha acogido aquí en su casa. Parece ser que las ha reconocido...

  • Ya está bien, cabo. No hace falta que dé más explicaciones. ¿Están aquí las chicas, señora?

  • Sí, sí, pero no entiendo... Debe ser un error porque ellas son de fuera del pueblo y no las conoce nadie de aquí...que yo sepa.

  • Igualmente, tengo que hablar con ellas.

Las dos muchachas comparecieron con cara de susto, que se tornó terror cuando el inspector anunció que debía detenerlas y conducirlas al retén de la guardia, donde iban a ser interrogadas.

Rosita y Leonor insistieron en acompañarlas, pero no les fue permitido.

Unas horas más tarde llegó Ricardo para su lección diaria y escucho consternado las nuevas. Se fue para el ayuntamiento sin perder un instante, pero nada pudo averiguar. Las hermanas estaban retenidas y parecía que pasarían allí la noche. Leonor paseaba nerviosa por la casa y Rosita miraba ceñuda al frente mondando una estaca de madera con si inseparable navaja.

A eso de las dos de la mañana intentaron dormir un rato. Ricardo estaba buscando  ayuda por el pueblo, con  el párroco, el alcalde, pero nadie podía hacer nada por salvar a las dos infelices de su destino.

Y a las tres, cuando ya se habían adormilado, unos recios golpes las despertaron. Todo fue muy rápido. Cuatro guardias irrumpieron empujando la puerta y las inmovilizaron con facilidad aprovechando la sorpresa.

Conducidas al edificio que hacía las veces de prisión fueron encerradas en celdas separadas. Un oficial les comunicó que se las estaba investigando por un delito de robo con escalamiento y, agresión perpetrada en las personas  de ciertos granjeros y un grupo de serradores. Se las consideraba cómplices y el inspector las iba a interrogar en cuanto acabara de hacerlo con las otras dos detenidas.

Las separaron así arrancando gemidos de desesperación de Leonor y una ristra de insultos de Rosita.

A Leonor se le hizo muy larga la espera. Ya entraba la luz por un ventano alto que iluminaba la tétrica celda cuando se abrió la puerta y fue sacada de un empujón por dos de los malcarados guardias.

La condujeron al despacho que había junto a las celdas y allí fue recibida por el inspector, el cabo y otros dos individuos de facha patibularia que descansaban en unas sillas junto a sus superiores. Había una botella de aguardiente y una cafetera sobre la mesa. Parecían cansados pero satisfechos.

  • Vaya, vaya. Ya tenemos aquí a la señora Leonor - anunció el cabo con mirada lasciva.

Leonor se tapó el seno, al contrario de lo que solía en presencia de aquel hombre.

  • La verdad es que hemos avanzado mucho en la investigación. Sólo nos falta confirmar algunos puntos. - anunció el inspector Galán

  • Entonces ¿podemos irnos ya a casa? - preguntó Leonor con un hilo de esperanza en la voz.

  • Ja, ja, ja - rio con cinismo el policía - Vais a iros sí, pero a la galera de mujeres de la provincia. Tus compinches han confesado, debidamente interrogadas - aquí dirigió un gesto de reconocimiento a los dos miserables que bebían y fumaban satisfechos al otro lado de la mesa. - Pero antes, queremos confirmar la información.

  • Siéntese allí, Leonor - ordenó el cabo, señalando un banco que había junto a la luz que alumbraba la estancia. - Vamos a ver - dijo cuando ella obedeció temblando de miedo - Usted y su criada desaparecieron hace unas semanas. No han explicado qué les pasó...

  • Nos atacaron unos forajidos, mataron al cochero, pero nosotras pudimos escapar.

  • No es del todo cierto, por lo que sabemos - cortó el inspector. - Mira, furcia - y aquí el tono se hizo claramente amenazador - sabemos que estáis amancebadas con los bandidos y que los saqueos y las palizas que están estos realizando últimamente las habéis aconsejado vosotras. Han reconocido a esas hermanitas. Su padrastro, que ha quedado lisiado por esos bellacos, las denunció. Yo he investigado por mi cuenta y ahora sé que los serradores eran clientes vuestros, que venían a follaros a la negra y a ti a tu propia casa y que habéis hecho que los molieran a golpes porque la última vez se fueron sin pagar.

Aquella interpretación de los hechos, que revelaba mucho pero ponía aún más confusión  en el relato, dejó atónita a Leonor.

  • Pero todo esto es ya materia probada - comentó orgulloso Galán - Ahora es la hora de relajarse un poco y cobrarnos todo el trabajo y las molestias que nos habéis dado.

  • ¿Qué más quieren? Si ya lo saben todo....

  • Queremos aliviar un poquito las tensiones. Anoche ya tuvimos un rato de diversión con las hermanitas, pero ahora vamos a disfrutar de los platos principales del banquete, tu amiga Rosita y tú.

  • Por favor, señor inspector. Le ruego que dejen a Rosita en paz - suplico con voz desmayada la mujer- Yo, ...yo haré lo que manden y les daré satisfacción, pero déjenla a ella.

Los hombres se miraron divertidos

  • ¿Puedes vaciar la bolsa de cuatro hombres, zorra? Me parece que eres un poco presumida... - comentó uno de los individuos que había permanecido en silencio hasta entonces.

  • Haré lo que manden, todo, pero dejen a mi criada en paz.

  • Bien, no me importa hacer la prueba. Si nos dejas una gota de leche en las pelotas, iremos a dejarla en el culo de la negra. Y ganas de hacerla gritar con un rabo rompiéndole el ano no me faltan. ¡Vaya tozuda y malhablada que te  buscaste! - Dijo el cabo quitándose el correaje y la guerrera. Los otros se limitaron a desabrocharse la camisa y se acercaron a Leonor acechando como lobos a una cordera perdida.

  • Ponte en cueros, para empezar. ¡Ahora! - ordenó el inspector.

Leonor se llevó la mano a los cierres. Notó que se empezaba a mojar su entrepierna. Cuando descubrió el busto, sus pezones parecían ya  la coronilla de dos peonzas, puntiagudos y endurecidos por la excitación.

Dejó caer la falda, cruzando los muslos, más para ocultar las humedades que empezaban a resbalar por ellos, que por pudor de exhibir su vulva ante unos desconocidos. Sacó los pies de los zapatos y se puso tiesa, como si estuviera orgullosa de sus tetas, que motivos no le faltaban.

  • Bien, es más de lo que decía usted, cabo - observó relamiéndose Galán - Ven aquí ternerita, que tengo que darte tu ración de leche caliente. La verga saltó como un resorte y Leonor, obediente se arrodilló ante el inspector y empezó a lamer aplicadamente el glande violáceo que asomaba de los pliegues del pene. Luego liberó con la mano el órgano y expuso también los peludos e inflamados huevos. El inspector, impaciente, la sujetó por la cabeza para follarle la boca a su gusto.

  • Aparta las manos, zorra. Así, mueve la lengua.  Vaya, lo haces muy bien. Eres una puta de primera categoría. Seguro que esos bandidos disfrutan contigo como carneros en celo.

  • Ahí está la prueba jefe, mire - Indicó uno de los tipos - Mire esa marca en el culo. Es una A, como la que llevan las hermanas. Ésta es de la cuadra del tuerto, no hay duda.

  • No la entretengas, venga chupa, chupa!..

La verga entraba y salía rozando la campanilla a cada embestida y presionando la faringe de Leonor, que hacía esfuerzos por contener las arcadas. Galán se corrió abundantemente y parte del semen rebosó por las comisuras y cayó mezclado con chorros de babas sobre las tetas de la mujer, que tosió con fuerza y escupió en el suelo.

  • Eres una guarra - observó el inspector - Recoge esa leche que has escupido y cómetela. ¡Ahora mismo!

Leonor sintió nauseas pero obedeció, y al hacerlo sintió que estaba a punto de correrse. Pero ya tenía una polla delante de su cara. Esta era más pequeña y gruesa y el glande estaba oculto por el prepucio. Igualmente se la metió en la boca y miró hacia arriba suplicante. Era el cabo, su otrora admirador y ahora amo y señor de su cuerpo. La lechada la sorprendió por su abundancia y precocidad. Aquel tipo llevaba años soñando con aquel momento y era normal que no hubiera podido resistir más de unos segundos en la boca de la mujer  deseada.

Leonor seguía mojando sus muslos. Le vino la idea angustiosa de que nunca podría Rosita, con su zapatilla y sus cachetitos en el culo, igualar la excitación inhumana que la poseía cuando los hombres abusaban de ella, la humillaban y usaban como un objeto de placer, un mueble diseñado para dar placer sin importar cuánto se deteriore.

Un tirón de pelo la sacó de sus reflexiones. Ante ella estaba ya la tercera verga del día, ésta algo más gruesa y con unas venas muy marcadas.

  • Quiero que me lo hagas con las tetas, puta - dijo el sujeto bajándose los pantalones y sentándose en el borde de la mesa. - ¿Sabes cómo, verdad?

Leonor no contestó y se limitó a inclinarse ante él juntando los senos con las manos.

  • Un momento - dijo Galán - Esta zorra está sucia de semen y babas. No vas a ensuciar la verga de nuestro compañero. Esa leche es tuya, no te la tragaste cuando se te mandó. Así que recógela con los dedos y cómetela. Toda.

Leonor empezó a cumplir los deseos de aquel depravado, tomando la leche con las dos manos y llevándose los dedos dentro de la boca. Chupó y chupó y un leve gemido se le escapó, porque su vulva estaba ya incandescente, exigiendo una polla que la llenara o una boca que la devorara.

  • Venga, déjalas un poco húmedas que quiero que resbalen bien.

Pronto estuvo apresada la verga entre las dos colinas. El glande asomaba rojo como un tomate entre los senos y se ocultaba de nuevo para volver a emerger más rojo aún. El chorro sorprendió a Leonor e inundó su cara, incluidos los ojos. Aquello era una fuente.

  • Ha estado bien. Ahora cómete la leche - exigió el hombre frotando su pene en la cara de Leonor y secándolo al final en su bella cabellera.

  • Yo no quiero bocas ni tetas - se oyó la voz del cuarto sujeto a la espalda de Leonor - Me darás tu culo ahora, niña.

Ella se volvió resignada, pero lo que vio le cortó la respiración. Aquello no podía ser real.

Los cuatro tíos estallaron en carcajadas al ver la expresión angustiada de la mujer.

  • Román tiene antepasados sarracenos, ¿no, muchacho?

El tipo era alto y fornido, pero lo que había dejado a la vista era desproporcionado a su complexión. Parecía el pene de un caballo con los testículos de un toro, como los que un día decorarían las carreteras de este reino anunciando una bebida alcohólica propia de sujetos del sexo masculino.

  • No puedo por ahí. Usa mi vagina, por favor - suplicó Leonor.

  • A ver, repite eso. ¡De rodillas! - exigió Galán que ya empezaba a tenerla morcillona con el espectáculo.

  • Te suplico que me folles - balbuceó ella arrodillándose humildemente.

  • Que te folle, ¿por dónde? Di que quieres que te folle el coño.

  • Por favor, fóllame el coño - suplicó, sintiendo que realmente lo necesitaba en aquellos momentos, aunque aquel obús la iba a destrozar.

  • Quizás después. Ahora me apetece romperte el ano.

  • ¡No podrás meterla, es enorme! - sollozó Leonor desesperada

  • Bueno, si tú no puedes, se la meteré a tu criada - amenazó Román sonriendo con una boca de gorila que daba escalofríos.

  • No, no. Yo lo haré.

  • Pues ahora suplica que te rompa el culo, zorra - exigió el hombre de la polla gigante.

  • Por favor, señor. Rómpame el culo. Lo deseo mucho - repitió ella.

  • Pues vas a tener lo que quieres. Pero te lo vas a tener que ganar tú misma.

Y el tipo se tumbó en el suelo levantando su polla de treinta centímetros hasta dejarla perpendicular al techo. Leonor calculó que el perímetro de aquel artefacto era mayor que su propio antebrazo. Cerró los ojos y se montó sobre el pene, que fue a entrar en su vagina como si tuviera un imán.

  • ¡Eh, puta! No hagas trampa - exigió Galán - Por el culo.

  • Déjala que la unte con su jugo. Le chorrea el coño. Vaya zorra caliente...

Leonor se concentró en engullir con la vagina aquel torpedo. Apenas entró la mitad, pero la mujer sintió que el orgasmo estaba a punto de llegar. Se frotó el clítoris sin importarle la presencia de los cuatro hombres.

  • Se está corriendo la furcia - observó el cabo que ya mostraba una sólida erección de su pequeño pene - ¡Eh! Basta de darte gusto. Empieza a encularla, Román.

Los tres tíos rodearon a Leonor y le dieron unos cuantos cachetes en las tetas mientras estiraban de su melena y arrancaban el pijo de Román de la gruta donde se encontraba tan a gusto.

  • Ya la tengo mojada. Y tu culo es un charco, cerda. Si no entra así, no entra de ninguna manera.

  • Y entonces tendremos que ir a meterla en el coño de Rosita, aunque tengamos que abrir camino con una estaca.

Haciendo de tripas  corazón, Leonor se puso en cuclillas y apuntó el glande grueso y duro como un melocotón.

Con un grito ahogado consiguió hacer entrar la mitad de la fruta, pero su culo ya no daba más de sí y se levantó unos centímetros para descansar.

Los tres hombres observaban fascinados la operación. Pero estaban impacientes ya por seguir usando a Leonor, pues sus pollas estaban hinchadas y palpitantes de excitación.

La sujetaron por las piernas y la espalda y la levantaron en vilo para ponerla otra vez en línea con la verga gigante. Así no había forma de resistirse, más allá de apretar el esfínter y no quería ella irritarlos más. Así que se relajó y dejó entrar el inicio de la verga lanzando un grito de dolor.

  • Ya ha entrado la punta. El resto será más fácil. Empujadla hacia abajo - Pidió Román, que estaba en la gloria con la presión que hacía el ano de Leonor, dilatado hasta lo imposible.

Y un buen empujón hizo entrar media verga. Había mucho sitió en profundidad, pero la anchura de la entrada ya no daba más de sí y el empujón salvaje que dio el hombre hizo sangrar el esfínter que se desgarró haciendo aullar a Leonor.

Pero ya estaba dentro y la sensación era increíble. A la humillación y el dolor se unía ahora un estímulo físico nunca percibido por ella. Su útero recibía los impactos del glande que subía y bajaba por su intestino como nunca lo había hecho objeto alguno.

El tipo la sujetó con brazos de hierro comprimiendo su abdomen con las manos. Aquello era demasiado. El bombeo del pene impactaba más en sus órganos sexuales comprimidos de aquella manera. Recordó el enema de la gruta y el orgasmo que tuvo con él mientras Alberto la sodomizaba.

Y se corrió. Se volvió a correr sin ningún pudor mientras sentía las ondas de contracciones musculares que dilataban aún más su culo roto mientras Román se corría ciego de pasión en lo más hondo de su cuerpo.

Rosita estaba rota por los golpes, los pellizcos y las quemaduras. No había contribuido en nada y los había sacado de quicio, así que se habían vengado torturándola sin piedad. Ahora estaba intentando dormir, envuelta en su ropa destrozada tumbada en el suelo. De pronto oyó un ruido en el ventanuco y se incorporó. Una voz queda la llamaba desde la altura.

  • Rosita, soy Ricardo. ¿Estás bien?

  • Ricardo ¿Qué haces ahí?

  • Pues mira, tomar el fresquito de la mañana. ¿Tú qué crees? ¿Estáis bien?

  • Vamos tirando - susurro ella  - Escucha, Ricardo. No nos queda tiempo. Nos van a llevar a la ciudad, pero pasarán por el barranco del buitre. ¿Sabes dónde está?

  • Y ¿cómo sabes ...?

  • No me interrumpas. Has de rescatarnos. Nos quieren eliminar, Ricardo. Van a ir a la gruta, a matar a los bandidos, no saben que ya están muertos, por suerte, y a quedarse con su botín. Luego nos pegarán un tiro y dirán que nos hemos fugado.

  • Pero ese botín...

  • Lo tenemos nosotros en casa. Está bajo unas maderas del suelo, debajo de la cama de Leonor. Ves allí y coge lo que necesites. Haz lo que sea. Nos has de salvar.

  • Tened fuerza y confiad en mí. No os voy a fallar.

Luego se hizo el silencio y Rosita se durmió destrozada física y mentalmente pero con un hálito de esperanza