Cazando a mi nuevo sumiso
Salgo de compras y termino con un sumiso nuevo
Me relamo ante el espejo y ajusto el cinturón de mi vestido que es un simple lazo.
Hoy toca ir de cacería. No siempre son los sumisos quienes vienen a mí, a veces disfruto del arte de ser cazadora, de ver como caen en la trampa que les tiendo, en la que caen de cuatro patas.
Llevo unos zapatos de tacón de aguja y uno de mis mejores conjuntos de ropa interior.
Por supuesto he ido a la peluquería pagada por Juan, mi sumiso estrella.
Cojo el bolso y paro un taxi, le doy una dirección concreta y me deleito viendo como suda profusamente al contemplar mi imagen a través del retrovisor.
No ha podido quitarme la vista de encima en todo el trayecto. Normal, sé el efecto que causo en los hombres y por eso vivo de ello.
Pago y me bajo agudizando la mirada en los escaparates de las tiendas más exclusivas. Es sábado por la tarde, día ideal para encontrar lo que busco.
Veo mi tienda de ropa interior favorita, una donde el precio mínimo a pagar por conjunto ronda los mil euros.
Me detengo en el escaparate y ojeo el interior, Bingo, acabo de verlo.
Hombre, rondará los cincuenta, con cara de aburrido y estresado, porque su mujer no para de mirar entre los caros conjuntos y ya carga con demasiadas bolsas.
Su ropa es de marca y lleva un reloj de los caros. Soy experta en marcas, sobre todo cuando la joya en cuestión pasa de los treinta mil euros.
Camino hacia ellos, la mujer pregunta algo a la dependienta, él resopla entornando el gesto y yo aprovecho para pararme cerca, admirando un sujetador de mi talla.
Mi aroma no tarda en llegar a su aguda nariz, voltea el rostro y la caliente mirada me recorre de pies a cabeza.
No aparto los ojos de él, no hay nada que intimide más a un sumiso que la mirada de su ama.
Efectivamente baja los ojos, llevándolos a las puntas brillantes de sus zapatos Tom Ford.
Sonrío y me deleito ante el gesto, dejo caer la prenda que acabo de coger entre los dos y él no tarda en socorrerme agarrando la fina prenda.
Veo como se estremece cuando los dedos pasean por el fino encaje, se incorpora y me lo tiende.
-Gracias –murmuró-. ¿Te gusta el encaje?
Él se sorprende de que me dirija a él con tanta familiaridad. Está incómodo y maravillado al mismo tiempo.
-Em, sí claro.
-A mí también, sobre todo cuando me lo regalan. —Me relamo y hago que nuestros dedos coincidan al agarrar la prenda. Noto como se encoje—. ¿Quieres que me lo pruebe? —Traga con dificultad y mira hacia la dirección donde se ha ido su mujer con la dependienta—. Hagamos una cosa, voy al probador y si te gusta cómo me queda me lo regalas, un cargo más no se notará en tu tarjeta.
Sonrío conocedora de que no va a poder resistirse, la tentación es demasiado grande.
-Camino exagerando el vaivén de mis caderas y me adentro en el probador, dejando la cortina entreabierta.
Espero unos segundos de rigor, dándole tiempo a caer en mi tela de araña. Noto una sombra y es el momento que elijo para tirar del cinturón y quedarme en ropa interior.
Cuelgo mi vestido en el gancho y por el espejo veo su silueta. Sonrío quitándome el sujetador, deleitándome en el reflejo de mis pechos desnudos frente al cristal. Sé que él también los ve y que se le está poniendo dura.
Me pellizco los pezones y gimo. Me gusta provocar, cuando los tengo bien duros deslizo mis bragas por los muslos, flexionando mi tronco por la mitad, para que pueda admirar mi coño desnudo.
La situación me excita, soy una exhibicionista nata. Seguro que su mujer lo tiene gordo y peludo, nada que ver con mi preciosidad rasurada.
Agarro el sujetador que pretendo que me compre, en la etiqueta marca tres mil. Es un buen precio por dejarlo mirar.
Me lo pongo y me doy la vuelta enfrentando su mirada excitada.
-¿Te gusta? –pregunto en voz alta-. Si te gusta ya sabes lo que tienes qué hacer.
Oigo una llamada de una mujer.
-¡José! –le increpa. Él se sobresalta esfumándose. Sonrío y admiro lo bien que me sienta.
El tejido es suave y se amolda perfectamente a mi anatomía.
Me masturbo con él puesto, notando como los dedos entran en mí sin dificultad. El morbo me puede, sobre todo cuando me doy cuenta de que José ha vuelto a las andadas y me está mirando.
-Entra y arrodíllate –le ordeno. Él mira nervioso hacia otro probador. Siento su necesidad de obedecer, el labio le tiembla.
Traga con fuerza antes de cumplir y postrarse ante mí de rodillas.
—No me toques puta, solo mira —mascullo haciéndole sentir mi poder.
Subo un muslo en su hombro y dejo que mi sexo casi se pegue a su nariz. Lo huele, quiere lamerlo, pero esa no es su función.
Dejo que me contemple, que mis dedos se hundan cada vez más hondo mientras sus ojos siguen clavados en ellos. Gimo y corcoveo, me apoyo en su cabeza y le oigo soltar el aire con desesperación.
Acelero, mi sexo chapotea, mi cara manicura se adentra una y otra vez haciéndole salivar. Una gota cae de mi coño manchando su chaqueta y yo me relamo.
—¡José! —se oye fuera. Él se pone nervioso y yo lo silencio para calmarlo.
—Shhhhh, putita, ahora eres mía, solo me obedeces a mí, y no a la zorra de tu mujer.
Él no dice nada, está hipnotizado por el vaivén de mis dedos. Los retuerzo, los giro, se los muestro y los paseo por su nariz.
José husmea como un perro hambriento frente a un hueso.
—¡José! —vuelve a gritar aquella voz aguda. Estoy cerca de correrme no me detengo y sigo masturbándome.
—¿Te gusta, puta?
—Sí, ama —contesta. Me gusta su respuesta.
—Sabía que eras una putita viciosa. Ahora sal, ve a pagar mi ropa interior y déjale al dependiente tu tarjeta para que me la de. A partir de hoy vas a ser mi nueva puta y vas a pagarme todo lo que te pida.
—Sí, ama —dijo temblando de necesidad—. ¿Puedo probarte?
Negué chasqueando la lengua.
—No está hecha la miel para la boca de mi cerda. Sal fuera José y si quieres coño, cómeselo a tu mujer.
Bajé la pierna y le hice salir.
Oí como su mujer le echaba la reprimenda y él se excusaba diciéndole que había salido un momento, que terminara ya de probarse cosas que estaba agobiado.
Me corrí pensando en el dinero que iba a pagar por mí dejando que mi corrida salpicara el suelo.
Después me vestí con mi ropa y fui directa al mostrador con el sujetador en la mano.
-¿Cuánto le debo? –Pregunté al dependiente.
Este me sonrió y dijo:
-Ya está pagado. Tenga, esto es para usted, el caballero me pidió que le buscara las bragas a juego y le diera su tarjeta. –Le sonreí agradecida y tomé la bolsa que me tendía.
Había sido un buen día de cacería.