Cazadora de brujas 9
La joven aprendiz de bruja continúa su aterrorizada huida por el bosque, donde tendrá varios encuentros inesperados.
Neila temblaba de frío, acurrucada en la áspera capa y hecha un ovillo en el suelo.
Había corrido durante la noche en la oscuridad, empapada, aterida. Las ramas y zarzas le herían la piel, sus pies sangraban. Pero el miedo la mantenía en movimiento. Intentaba alejarse, sin saber muy bien hacia dónde dirigía sus vacilantes pasos, siempre hacia el interior del bosque. Debía alejarse del pueblo, de los asesinos de su amada tutora, pero en su interior resonaban las enseñanzas de Deidra: el bosque es muy peligroso, hay que alejarse de la espesura.
Pero no tenía otra opción. Debía huir de sus perseguidores. Caminó mientras sus pies la sostuvieron, hasta que el agotamiento y el frío la vencieron al fin. Durmió o quedó inconsciente, no estuvo segura, hasta que los primeros rayos de sol la sacaron de su letargo. Temblaba, sus pies latían de forma dolorosa, pero el puro terror la hizo levantarse y continuar caminando. Vacilante, hambrienta y lenta, agotada, como en una pesadilla, pero se puso en marcha.
No supo cuánto llevaba arrastrándose entre la maleza y el follaje, cuando sin darse cuenta, sus peores temores cayeron sobre ella. Los hombres debían de haber estado rastreándola y la esperaron en un claro. Se abalanzaron sobre la joven antes de que pudiera siquiera llegar a escapar, la agarraron con violencia y le arrancaron la capa, que era la única ropa que vestía sobre su aterida y rasguñada piel. Con la habilidad de un cazador que ha capturado un joven cervatillo, la maniataron fuertemente y presa de la desesperación y el cansancio, Neila se desplomó desnuda, sollozando en el lecho del bosque.
– ¿Qué haces?– dijo uno de sus captores. –Vuelve a abrochar tus calzones. Nos esperan.
– Pues que esperen,– replicó el primero. – De todas formas la van a ahorcar cuando lleguemos. Nadie va a notar si nos la hemos follado antes.
Se cernió sobre la indefensa y aterrada jovencita, tendida en el suelo, y con brusquedad le separó las piernas. Neila, que hacía apenas dos día había sido virgen, supo que de nuevo iba a ser violada.
La imagen de su tutora colgando del cuello la asaltó de repente. La vio allí desnuda, balanceándose suavemente con la brisa, los pezones erectos al frente de sus torneados senos, la piel tan hermosa, sus cabellos sueltos mecidos lentamente, sus hermosos labios entre los que asomaba apenas la lengua. Su rostro tan sereno, tanta paz después del breve lapso de agonía. Deseó que la llevarán allí con ella, y descansar al fin de tanto sufrimiento. Colgada también de la soga, sin más miedo ni más dolor.
Pero enseguida volvió en sí. Como movida por un resorte se revolvió y clavó una rodilla en la entrepierna de su inminente violador. El hombre lanzó un aullido y se dobló, momento que aprovechó la joven para escabullirse y tratar de escapar a rastras.
Pero el camarada estaba allí al lado y con su pie, reforzado con una bota, la aplastó de nuevo contra el húmedo suelo. El captor se arrodilló a horcajadas sobre ella, levantó un poco la cabeza de la jovencita con una mano y con la otra le propinó un fuerte bofetón que la hizo desplomarse de nuevo en el suelo. Neila sintió cerrarse la oscuridad sobre ella. No debió durar mucho, porque cuando volvió en sí, el hombre seguía allí en la misma posición.
El soldado sujetó a la joven por el cuello y vaciló un instante. Con la otra mano le despejó el desordenado cabello del rostro y la observó un instante, como si fuera una moneda que acabase de encontrar en el suelo de una taberna. Él se sorprendió un poco, tuvo que admitirlo. A la luz del sol la muchachita era muy hermosa. No sólo era su grácil cuerpo, con aquellos senos generosos, sino que el rostro, aún en aquellas circunstancias, sobresalía incluso entre las mujeres que se solían ver en las ciudades. Era una lástima que fueran a ejecutarla. Un desperdicio. Con gusto se la hubiera llevado a su casa para que le sirviera. Pero era un soldado pobre y no podía permitirse, de momento, una esclava así. Lo que sí podía era aprovechar las buenas ocasiones cuando surgían.
– Si no das motivos,– dijo,– no tendremos que hacerte más daño del necesario. No puedes escapar, así que estate quietecita o recibirás más golpes.
Sin dejar de sujetarla por la garganta, el tipo recorrió con la otra mano el rostro de su presa. Luego bajó a los hombros y se cerró sobre el tierno y suave pecho. En la palma notó la dureza de los pezones, erectos por el frío. La chica lanzó un quejido cuando él aferró el seno. No duró mucho, porque enseguida siguió para abajo y se puso a juguetear con los labios vaginales, un momento antes de que un par de dedos se abrieran paso hacia el interior de la intimidad femenina.
Unas lágrimas escaparon por el rostro de Neila, que comenzó a sollozar. No quería ser violada de nuevo. No podría soportarlo. La mano se retiró de su sexo, pero fue sólo para desabrichar los calzones de su atacante. él se retiró un instante, se alzó para poder escupir sobre su falo erecto. inmediatamente lo dirigió hacia la entrada de la vagina de la pobre muchacha.
– Por favor…– susurró apenas.– No, por favor…
La verga se clavó en ella sin consideración alguna a sus súplicas. El dolor regresó de nuevo. El dolor que había conocido por primera vez hacía tan poco, cuando aquellos hombres la habían capturado junto con su tutora, acusándolas de ser brujas. El tipo comenzó a mover sus caderas rítmicamente y con brusquedad. El pene entró y salió de la jovencita sin causar más que sufrimiento y humillación. Ella lloraba de nuevo sintiéndose desamparada e indefensa.
– Sí…Sé que te gusta, pequeña putita…– Le susurró el hombre malinterpretando los gemidos que escapaban de su garganta ante cada arremetida.
Los brazos de Neila, amarrados por las muñecas a su espalda, se aplastaban por el peso de ambos cuerpos, las irregularidades del suelo se clavaban en su piel, una mano se cerraba alrededor de su cuello y su interior era forzado con ansia.
Al fin el hombre derramó su caliente semilla dentro del cuerpo de la joven, y ambos permanecieron un instante en el suelo jadeando. No demasiado porque el camarada se estaba impacientando y le metía prisa para ocupar su sitio. El primer violador se incorporó para dejar sitio su compañero que ya había bajado sus calzones y exhibía un hinchado y brillante glande como vanguardia de su erección.
Sin perder más tiempo el hombre separó las piernas de la muchacha y sin decir nada, hundió su verga dentro de la vagina, acto a que siguió un nuevo gemido de dolor de ella. Volvieron las arremetidas y el ya tristemente conocido por la muchacha entrar y salir de su magullado y dolorido cuerpo.
No duraba demasiado la frenética violación, cuando unos ruidos extraños hicieron que Neila abriera los ojos. Unos gruñidos, el comienzo de un grito proferido por su primer violador y el sonido sordo de un golpe y algo desplomándose. El otro hombre sorprendido, cesó un instante su trajín para volverse, lo que permitió la jovencita ver también lo que estaba sucediendo.
A ambos se les escapó un grito mezcla de sorpresa y miedo. Frente a ellos alguien enorme y semidesnudo, barba y cabello enmarañados, cubierto apenas por unas pieles de animales toscamente unidas, se erguía tapándole el escaso sol que atravesaba las ramas del bosque. A su lado, el cuerpo del otro soldado yacía en una postura forzada y la cabeza convertida en un amasijo sanguinolento.
Neira supo enseguida qué era lo que los había encontrado. El miedo, el dolor y la humillación de la violación pasaron a un segundo término, sustituidos por el terror. El ogro lanzó un gruñido y blandió su garrote en un movimiento que a la jovencita le pareció más lento que lo que en realidad fue. El hombre sobre ella no tuvo tiempo ni de desenfundar el puñal de su cinturón, antes de que tosco y bárbaro trozo de madera que el monstruo usaba como arma le hundiese el cráneo.
El ogro apartó el cadáver que había caído sobre la muchacha, y contempló no sin cierta sorpresa a la chica maniatada que tumbada ante él, temblaba visiblemente de miedo. El monstruo era tal y como se lo habían descrito. Una especie de hombretón horriblemente feo y de una envergadura gigantesca. Los soldados, de haber estado en pie, no le habrían llegado al velludo pecho, y a su lado Neila se sintió como una muñeca de las que usaban las niñas del pueblo.
El ogro la contempló con expresión de sorpresa. Estaba claro que no era lo que esperaba encontrar. Vacilante se agachó sobre ella y aferrándola de los cabellos le alzó la cabeza para verla mejor. Al cabo de un momento la sujetó de un brazo y sin mucha dificultad se la cargó al hombro. La chica vio que el gigante se volvió hacia los cadáveres como si estuviera pensando, y al fin se decidió por uno. Lo agarró de un tobillo y se puso en marcha, a paso firme, arrastrando el cuerpo del violador y cargando con la jovencita como si no pesara nada.
Neila no pudo soportar más todo aquello y se desmayó.
Cuando despertó, el mundo era muy diferente. Sorprendentemente cálido y suave. Ya no estaba a la intemperie y yacía sobre un montón de pieles de animales, sobre lo que parecía un jergón toscamente elaborado, pegado a una pared. Se percató de que ya no estaba atada. Temió abrir los ojos, pero cuando lo hizo vio que estaba en algo parecido a una cueva, iluminada por un fuego. El olor era embriagador, a carne asada, y tras todo aquel tiempo sin comer su barriga protestó con fuerza. Miró hacia la fogata y observó con horror que el ogro estaba allí, inclinado sobre las llamas, y cocinando trozos de lo que había sido el soldado que la había violado.
El monstruo la miró y la chica se acurrucó en una esquina presa del miedo, cubriéndose con una piel como si pudiera servirle de escudo. El ogro agarró un trozo de carne y se lo arrojó al lecho. Ella, horrorizada ante la perspectiva de comer carne humana, a pesar del hambre lo apartó de una patada. El gigantón se encogió de hombros y se puso a devorar el gran trozo que había apartado del fuego. Neila recorrió la estancia con la mirada y descubrió cerca de ella una cesta con manzanas y otras frutas. Se abalanzó sobre ellas con ansia. Ambos comieron en silencio hasta saciarse y luego reposaron un momento, sin dejar de observarse mutuamente.
Al cabo de un momento, el ogro se incorporó y se acercó a la muchacha, que no sabía cómo escapar. Lentamente, como si no quisiera asustarla, pero con su terrible fuerza, apartó las pieles con las que Neila cubría su desnudez y observó el cuerpo suave e indefenso. De un movimiento se despojó del sucio taparrabo de piel, dejando ver un monstruoso pene que estaba en proceso de erección. Neila lanzó un gemido de sorpresa al ver el tamaño del órgano.
– ¡Espera! ¡Espera!– Dijo sin esperanzas de ser entendida.– ¡No querrás meter eso en… en… en mi!
El ogro la agarró como quien maneja una muñeca. Su terrible fuerza era irresistible para la joven, que no pudo escapar. Le dio la vuelta poniéndola de espaldas, con el abdomen sobre las suaves pieles y las piernas colgando del jergón. Su trasero redondeado se insinuaba al monstruo, que enseguida llevó allí una mano, mientras mantenía la otra en la parte superior de la espalda de ella, sujetándola con el rostro y el pecho pegados a las pieles, indefensa e inmóvil.
– ¡No…Espera…! – Siguió diciendo Neila.– Te agradezco que me salvaras, pero por favor, no me fuerces. No creo que pueda soportarlo…Te lo suplico, buen ogro…
Uno de los dedos enormes había llegado hasta el sexo de la joven y allí comenzó a acariciar. Estaba pringoso de la grasa de la carne que había devorado, por lo que la fricción era suave y fácil. Además estaba cálido y su movimiento era sorprendentemente delicado para algo tan fuerte y aparentemente tosco. Él no profirió palabra. Se dedicó a acariciar los labios vaginales y, cuando la zona comenzó a humedecerse, continuar hacia el clítoris, masturbándolo sin prisas. Neila se sorprendió de repente moviendo lentamente las caderas. No podía decir cuánto había durado aquella actividad sorprendentemente placentera a pesar del miedo. Cuando el dedo se retiró, de la garganta de ella escapó un leve quejido de decepción.
Pero enseguida otra cosa lo sustituyó. La punta de la verga tocó la entrada del sexo de Neila. Ésta dejó salir un suspiro de miedo y trató de revolverse para escapar. Fue inútil. Él seguía sujetándola, aplastándola sobre las pieles.
– ¡No! ¡Me vas a desgarrar! ¡Eso no va a caber dentro de mi!
El pene del monstruo penetró lenta pero imparable dentro de la muchacha. Primero se abrió camino, luego entró todo el glande, y por fin el resto, sin prisa pero hasta el fondo, empujando incluso cuando parecía que había llegado al tope de su camino. Neila gritó de dolor. Había escuchado hablar de los empalamientos, de desdichados a los que se les clavaba una estaca por el ano y se les dejaba allí para morir. A pesar de que aquello había entrado por otro agujero, su situación no le parecía muy diferente, y sabía que ahora empezaba lo peor.
Efectivamente el ogro comenzó a sacar de nuevo su verga, lo que le llevó un instante más del esperado, debido a su longitud, pero el alivio que eso le proporcionó a la joven fue fugaz, porque enseguida el movimiento cambió para volver a introducir de nuevo todo aquel tramo de carne dura como una roca. El proceso se repitió una vez más y luego otra. Y cada vez vino acompañado con un gemido de dolor de la muchacha.
El ogro fornicaba con la calma de quien no conoce el sentido de tener prisa para nada. Saboreando y disfrutando de cada arremetida. Neila se rindió a lo inevitable. No había nada que pudiera hacer para evitar que aquel monstruo hiciera con ella lo que quisiera. A pesar del dolor que le infligía aquel miembro descomunal, trató de resignarse a ser follada como si de un animal se tratase. Sin embargo, poco a poco, a la par que el dolor, un calor comenzó a trepar por su cuerpo. Una sensación diferente que no sentía desde los tiernos momentos de intimidad con su tutora.
Neila llegó al orgasmo antes que el ogro. Gimió entre corrientes de placer que la anegaban y su cuerpo tembló como una hoja al viento. Eso no impidió al monstruo seguir follándola. Tan sólo pareció tener como consecuencia que sus arremetidas fueran más rápidas y violentas. El placer no llegó a disiparse del todo cuando una nueva corriente la asaltó de nuevo. Sus piernas temblaron y puede que fueran los espasmos del interior de su sexo los que arrangaron un gemido del ogro, antes de que eyaculara con fuerza.
Tras un instante, sacó el palpitante órgano de la vagina y se retiró. Neila, aún temblando, se arrebujó entre las pieles del jergón, acurrucándose como un ovillo. Sin fuerzas para nada más. El monstruo volvió a sentarse junto al fuego como si nada hubiera ocurrido.