Cazadora de brujas 8

La cazadora captura a uno de los dos jóvenes fugitivos. No la que esperaba, pero sabrá sacarle partido.

Domio hacía volar el carromato por aquel camino pedregoso y difícil. El caballo corría al límite de sus fuerzas y el muchacho temía que en cualquier momento una rueda, un eje, o la estructura entera del vehículo se deshiciesen en un torbellino de astillas y maderas destrozadas. Cuando consideró que estaba suficientemente lejos en una curva ante la que se abría un tramo relativamente recto, frenó la carreta y se apeó de ella. Una vez con el pie en tierra golpeó y el cuarto trasero del caballo para hacer que se pusiera a correr de nuevo, ya sin nadie que lo dirigiera. Él se apresuró a meterse en el bosque, corriendo por una senda que conocía bien y que esperaba que fuese lo suficientemente tupida como para ocultarlo.

Llevaba un buen rato tratando de alejarse cuando escucho los sonidos inconfundibles de seres humanos avanzando entre la maleza. Quien quiera que fuera estaba cazando y se temía que él era la presa. No tenía idea de cómo habían podido llegar hasta allí tan pronto, de modo que con todo el sigilo que pudo se apresuró a internarse en la espesura y a buscar un sitio donde refugiarse y no ser visto. Pero no pasó mucho tiempo antes de que un grito le helase en la sangre.

  • ¡Ahí está! ¡Que no escape!

Era una voz femenina que Domio creía reconocer. Viéndose descubierto, corrió con todas sus fuerzas sin preocuparse ya de no ser visto. Estaba seguro de que ningún forastero podría seguirle en el difícil bosque con la agilidad y destreza que él tenía. Sin embargo no les fue necesario. Escuchó un extraño silbido y una piedra certera le golpeó en la cabeza haciendo que se desplomara en el suelo. Aturdido y con un irresistible dolor, intentó incorporarse de nuevo pero sin éxito y cuando al fin pudo al menos darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, cuatro personas lo estaban rodeando.

  • Te lo dije,- escucho de nuevo la voz femenina.- El viejo truco de la carreta sin control para despistar incautos. Como si no fuéramos capaces de rastrear animales sin cerebro como éste. Estos tontos pueblerinos no tienen imaginación. Y ahora encontrad a la chica. Debió de bajar antes y se separaron para dividirnos.- Y dirigiéndose al aturdido muchacho añadió:- Me alarga volver a verte, aunque esta vez me temo que no te lo vas a pasar tan bien como en nuestro último encuentro.

E inmediatamente le propinó un puntapié en el rostro que lo dejó inconsciente. Cuando se despertó estaba tumbado boca abajo sobre el lomo de un caballo con las manos atadas a la espalda. Estaban entrando en el pueblo y a los lados de la calle algunos vecinos observaban asombrados la comitiva. Intentó girar la cabeza para ver algo más y se alegró de comprobar que no veía por ninguna parte a Neila. Parece que había logrado escapar. Sin embargo le recorrió un escalofrío cuando vio allí cerca el cuerpo desnudo de Deidra, colgada del cuello y balanceándose sin vida.

Lo bajaron del caballo sin miramientos y agarrándolo de los pelos lo arrastraron hasta el interior del ayuntamiento, donde esa misma noche había fornicado con la forastera. Sin embargo no lo subieron en esta ocasión a las habitaciones, sino que lo llevaron prácticamente a rastras hacia el sótano. Sin decir nada un par de soldados le arrancaron la ropa y le libraron de sus ataduras tan solo para tumbarlo encima de una mesa y amarrarle allí, muy estirado, de las muñecas y los tobillos.

Había algún tipo de artefacto a ambos extremos de la mesa. Una especie de tornos y palancas donde se enrollaban las cuerdas que lo ataban. Había escuchado hablar de los potros que estiraban a los condenados hasta descoyuntarles las extremidades, pero pensó que eran cuentos de viejas para asustar. Los soldados se fueron y lo dejaron allí completamente solo, amarrado e indefenso. Por el tragaluz por el que la noche anterior había escuchado los sollozos de Neila, oía ahora voces asombradas, protestas y ruidos.

  • Pero es el hijo del molinero. Son buena gente. Los conocemos de toda la vida.

  • No puede ser un cómplice. Seguro que hay una explicación. Es un buen muchacho.

  • Eso lo decidiré yo,- escuchó la voz de la cazadora de brujas.- Lo investigaré y ya os enteraréis de mi decisión.

Nadie pareció atreverse a replicarle, o al menos no se escuchó más desde su incómoda situación. Allí permaneció un tiempo que no pudo calcular, pero que le parecieron siglos. No sabía qué le dolía más, los hombros, los brazos, las muñecas, los tobillos, la espalda…

De repente, la puerta se abrió y por ella entró la cazadora. Cerró la puerta tras ella y se acercó sin prisa, mirándolo con expresión de estar decidiendo algo.

  • El soldado al que partiste la nariz quería encargarse personalmente de tu interrogatorio. Pero sabemos que no es necesario, ¿verdad?- La forastera caminó alrededor de la mesa pasando sus dedos por la piel desnuda del prisionero, allí estirado.- Eres un niño estúpido encariñado con el coñito suave de esa jovencita. Espero que la pequeña bruja follase bien y que mereciese la pena.

  • ¡Ella no es una..!

Andra, la cazadora de brujas le puso un dedo en los labios para hacerle callar.

  • ¿Chupa la verga mejor que yo?- Preguntó con una sonrisa mientras que acercaba su rostro al de Domio.

El joven apartó su mirada, deseando gritarle pero sin saber exactamente qué decir.

  • Eso pensé,- añadió ella. Se quedó un instante mirándolo pensativa y añadió como si hubiera llegado a una conclusión:- ¿Por qué no?

Se apartó un poco del prisionero atado al potro y sin añadir nada comenzó a desnudarse. Como la noche anterior, dejó a un lado los correajes y el tahalí donde portaba las armas. Luego se sacó las botas con una facilidad poco habitual. Tras aflojarse los cordones del escote, se sacó la camisola, dejando al descubierto sus grandes pero firmes pechos redondeados y blancos, y un torso delgado y atlético, donde se podían ver varias cicatrices antiguas. Por último y sabiéndose observada por el muchacho, se bajó los calzones lentamente, mostrando poco a poco sus torneadas piernas y al final de ellas, su enmarañado vello púbico.

Permaneció un instante allí en pie, en la penumbra, permitiendo que el prisionero la contemplase. Y sonrío al ver que el pene del muchacho se erguía ante la contemplación de su desnudez. Lo observó a su vez y se detuvo a disfrutar de la perspectiva. Tenía allí atado y estirado un buen ejemplar. De rostro bien parecido, cuerpo proporcionado y fuertes brazos. Tumbado boca arriba, completamente inmóvil e indefenso, no podía ocultarle nada, y la erección del falo, bien colocada, no tenía mal tamaño. Como había descubierto la noche anterior, con la instrucción adecuada se podía hacer un uso satisfactorio de él.

Domio apartó su mirada de nuevo, sin poder hacer mucho más para ocultar su sonrojo, no sólo por la mujer desnuda que se exhibía ante él, sino por su propio cuerpo sin ropa y su miembro reaccionando de aquella manera.

  • No seas tímido, mi desventurado cautivo.- Dijo ella acercándose de nuevo a su rostro.- No estás en situación de perder el tiempo ni de rechazar un regalo.

Andra cerró los dedos sobre los testículos del muchacho, quien soltó un quejido al sentirlos aplastados. Sin embargo enseguida relajó la fuerza de su agarre dejándolo apenas en una caricia. Acercó el rostro al miembro erecto y sin decir nada, comenzó a recorrerlo lentamente con la punta de la lengua, desde la base, donde aún agarraba el escroto, hasta el comienzo del glande. Domio comenzó a respirar sonoramente.

La lengua recorría la parte inferior de la verga, dura como una piedra, y hacía recorridos aparentemente aleatorios a lo largo del órgano. La otra mano de la mujer se dedicó a cosquillear el torso del cautivo y luego a enredarse en su vello púbico. Al cabo de un rato, Andra subió sus atenciones y la punta de su lengua llegó donde una gran gota de fluido preseminal había aparecido, agrandándose por momentos. Comenzó a mover el espeso líquido por el borde inferior del glande, lubricándolo y arrancando suspiros al muchacho, que trataba inútilmente de retorcerse, atado al potro.

La punta de la lengua dio paso a toda la superficie de la misma, con la que lamió con calma el glande, primero por la parte inferior y luego todo él. La punta del sexo masculino estaba brilante y tan dura que parecía a punto de estallar. Domio alzó la cabeza para mirar qué estaba sucediendo y contempló entre penumbras a su desnuda captora, dedicándole semejantes atenciones, lo que no hizo más que aumentar su turbación. Sintió sus piernas temblar y sólo su forzado estiramiento pudo disimularlo.

Al cabo de un instante Andra cambió lo que estaba haciendo, retiró su lengua apenas y besó con sus labios la parte superior del ya bien lubricado glande. Primero la punta, luego fue dejándolo entrar poco a poco en su boca, muy lentamente, acariciando el falo, rodeándolo con sus labios. Bajando la cabeza con lentitud, fue introduciéndose la verga mientras seguía trabajándola con la lengua. No había llegado más que la mitad de su longitud cuando escuchó el gemido del muchacho, que no pudo aguantar más, y sintió su cuerpo estremeciéndose y el espasmo del duro pene. Un cálido chorro de esperma se derramó con fuerza en el interior de la boca, seguido de otros posteriores.

Al cabo de unos instantes el cuerpo del cautivo se relajó, y éste dejó caer de nuevo la cabeza hacia atrás. Andra sacó el pene de su boca y se irguió, contemplando el cuerpo masculino desnudo e indefenso que tenía ante ella, pero con una mano siguió masajeando lenta y suavemente aquel pene húmedo, para evitar que perdiera totalmente su erección.

  • ¿Por qué haces esto?- Preguntó él.

  • No estoy haciendo nada.- Respondió ella.- Te estoy interrogando. El problema es que ya sé todo lo que quería saber, excepto dónde está la joven bruja que tenía que haber ahorcado esta mañana. Y no creo que seas tan estúpido como para no decírmelo y morir en su lugar.

  • Yo… No sé dónde está…

  • Shhhhhh.- Le mandó callar la cazadora de brujas.- No me obligues a descoyuntarte los huesos. Eres un joven fuerte y vigoroso, y no creo que quieras quedar lisiado para el resto de tu vida. Calla y déjame continuar con el interrogatorio.

La mujer movió con agilidad su esbelto cuerpo y subió a la mesa alargada que ejercía de potro, con las piernas a cada lado del muchacho, pero ofreciéndole su espalda y por supuesto, sus redondeadas y firmes nalgas. retrocedió hasta colocarse a horcajadas, como un jinete, sentada justo encima de la cara del cautivo, a apenas un palmo de su rostro. Luego sonrió y le dijo:

  • Veamos si un campesino como tú sabe cómo usar su lengua. Creo que entenderás que te conviene complacerme.

Y diciendo esto bajó su cuerpo hasta que su sexo tocó el rostro del muchacho. No fue difícil, porque éste estaba inmovilizado y le era difícil incluso apartar su cara, teniendo poco margen para moverse. Al cabo de un momento, quizá por el miedo, por las palabras de la mujer o por un instinto mezcla de curiosidad y pura lujuria, Domio movió su boca buscando el coño de su captora. Sacó la lengua y hurgó con ella entre los labios vaginales que aplastaban su rostro, buscando una forma de respirar al mismo tiempo. Lamió con ella sin saber muy bien dónde, porque nunca había estado en una situación así. El olor era embriagador, fluidos que no sabía si eran fruto de aquel sexo femenino o su propia saliva chorrando de su boca, comenzaron a cubrir su cara. Comenzó un movimiento frenético, en el que su lengua y sus labios chupaban y lamían todo lo que encontraban a su paso, tratando de hundirse todo lo posible en aquella cueva fragante y húmeda.

Andra rió sintiendo la torpeza de su prisionero, pero pronto empezó a disfrutar de su trabajo. Ella misma movía sus caderas para acercar su clítoris al lugar donde en cada momento, el muchacho se afanaba por lamer y chupar con mayor insistencia. No tenía prisa, así que se dispuso a gozar todo lo que pudiera hasta donde aquel torpe campesino pudiera darle. Y la verdad era que pasado un rato estaba comenzando a disfrutarlo.

Se dejó caer hacia delante, sobre el cuerpo masculino y jugueteó con su dedos en el ombligo, siguiendo la línea que marcaban los huesos y los estirados músculos. Siguió enroscándolos en el vello que poblaba el bajo vientre y por fin dedicó su atención al órgano sexual. Tras unos instantes de reposo, sin llegar a la flacidez completa, el falo volvía estar enhiesto. Con una sacudida de la cabeza se apartó el cabello del rostro, agarró el pene con una mano e inclinándose más, volvió a introducirse la verga en la boca, esta vez sin más preliminares.

Al sentirlo, Domio dejó escapar un gemido que quedó ahogado por el sexo de la mujer que le aplastaba la cara, y redobló sus esfuerzos. La cazadora de brujas chupaba el pene cada vez con más ansia, a medida que las oleadas de placer iban incrementándose. Al cabo de un rato, se dejó llevar por completo.

El pene escapó de entre sus labios cuando ella arqueó la espalda y dobló el cuello hacia atrás, como si quisiera mirar el techo. Las caderas, moviéndose descontroladas, bajaron aplastando con todo su peso su vulva contra el rostro del prisionero, que descubrió con desesperación que no podía respirar. Andra no sabía si el placer derivaba de la lengua del muchacho o si éste había cesado su labor y eran sus caderas las que moviéndose la masturbaban contra la cara del preso. Pero le daba lo mismo. Las piernas le temblaron incontenibles y un gemido brotó de su garganta mientras su cuerpo se retorcía al llegar a la cúspide del orgasmo. Quedó paralizada y aturdida. Tardó un momento en recobrarse y darse cuenta de que bajo ella, un cuerpo masculino, atado y estirado, se debatía con desesperación. Alzó sus nalgas y el muchacho pudo tomar una sonora bocanada de aire.

La cazadora sin embargo no perdió el tiempo. Mientras el cautivo tosía y trataba de recuperarse de la asfixia, cambió de postura y de nuevo a horcajadas, pero ahora mirando hacia la cabeza del prisionero, se sentó sobre el pene y con habilidad lo dirigió hacia la entrada de su vagina. El lugar estaba muy lubricado y excitado, de modo que entró con facilidad y se hundió hasta el fondo.

Andra cabalgó la dura verga con violencia, como si domara un potro salvaje. Domio observaba frente a él los grandes y hermosos senos subir y bajar, sin poder alcanzarlos. El rostro de su captora, que a pesar de la escasa luz y sus cabellos desordenados, era sin duda hermoso. En esos momentos el de una mujer y no el de una asesina. Ante ese fugaz pensamiento se debatió con fuerza. No estaba fornicando en realidad con esa mujer, sino que ella lo estaba usando como juguete, para darse a sí misma satisfacción. Eso lo enfureció, pero la visión de aquellos pechos, aquel vientre plano y su verga entrando y saliendo de aquella cueva de placer lo hicieron rendirse a los hechos.

No estuvo seguro de si fue enseguida o si la frenética cabalgada duró mucho rato. Lo cierto es que la espalda de la cazadora de brujas se contorsionó al tiempo que soltaba un prolongado gemido, y unos fuertes espasmos y contracciones aplastaron su pene ya fuertemente excitado, provocando que el muchacho también se corriera de nuevo.

La mujer se desplomó sobre él temblando, y sus cabellos cubrieron el rostro de Domio. Durante un instante, ambos permanecieron inmóviles y silenciosos excepto por sus respiraciones jadeantes. Y de repente la cazadora, apenas recuperada del fuerte orgasmo, se sacó la verga del joven de su interior, al tiempo que se incorporaba y se ponía en pie de nuevo en el suelo. Comenzó a vestirse.

  • Pensaríais que en el río no seríamos capaces de seguir su rastro, pero debió de ser en una zona profunda, donde al saltar no se golpease con las piedras del fondo. No hay muchos lugares así por el camino que elegiste. Así que eres el responsable de su muerte. Es seguro que se ahogó al saltar.

  • ¡No! ¡Ella seguía..!- El muchacho comenzó a protestar pero enseguida se dio cuenta de su error.

  • Gracias, mi inocente semental. Sólo necesitaba que confirmases mis sospechas y ya sé dónde empezar a rastrear.- Dijo ella con una sonrisa terminando de vestirse.- Lo he pasado bien contigo. Tardaré en olvidarte.- Diciendo esto salió de allí, pero llegó su voz mientras impartía órdenes años suyos.

En la calle, la gente del pueblo volvía a reunirse en la plaza, intrigada por el movimiento de forasteros. La mujer del molinero lloraba y le gritaba al alcalde. La cazadora de brujas daba órdenes a los suyos, que se apresuraban a cumplirlas. Al cabo de un rato dos soldados sacaron por la fuerza al hijo del molinero, que estaba maniatado y para escándalo de muchos, tan desnudo como lo estuvieron por la mañana las brujas camino de su ejecución.

El alcalde corrió a protestar a la cazadora de brujas, quien le respondió con desdén, y el muchacho fue llevado hasta el lugar donde Deidra se balanceaba sin vida. El muchacho pareció conmocionado al ver el cuerpo desnudo de la que fuera tutora de su amiga. Un cuerpo que aún era hermoso pero al que ya empezaban a acudir las moscas. A rastras lo subieron a la parte posterior de la misma carreta y un suspiro de asombro recorrió a los asistentes cuando un soldado le anudó al cuello la soga de la horca.

  • Este desgraciado,- gritó la cazadora de brujas a los allí congregados,- es cómplice y amante de las brujas. Sus crímenes son ayudar a escapar a una bruja de su ajusticiamiento y atacar a uno de los soldados del duque. Ambos crímenes se castigan con la muerte.

Se escucharon unos gritos entre los presentes, el condenado miraba nerviosamente a la cazadora, a su familia y a la mujer ahorcada, sin saber dónde detener su mirada, y balbuceando algo en voz baja de lo que Andra apenas escuchó unos fragmentos.

  • No… tú dijiste que… No podéis hacer esto…

A un gesto de la cazadora la carreta se retiró, ahorcando Domio. Era un joven fuerte y resistió un buen rato pataleando y retorciéndose como un pez al extremo del sedal. Pero finalmente murió estrangulado, con el rostro amoratado, mostrando la lengua entre sus labios abiertos, y su miembro viril erecto. Los dos cuerpos desnudos se balancearon sin vida con la suave brisa.

Andra los observó un breve instante. Admiró las eróticas formas de la hermosa bruja y el fornido y proporcionado cuerpo del muchacho, del que tanto placer acababa de obtener hacía unos instantes. Por un momento lamentó que hubiera tenido que morir. Pero no tenía tiempo, así que hizo un gesto a un soldado que se le acercó sin demora.

  • Prepáralo todo. Puede que esta noche alguien sea tan estúpido que trate de vengar a sus familiares y en ese caso habrá que hacer que se arrepientan. Y mañana a primera hora saldremos a buscar a la pequeña zorra. Llevará toda la noche perdida y hambrienta, así que no será difícil encontrarla, ni nos ofrecerá demasiada resistencia.