Cazadora de brujas 7
Amanece y la sentencia debe ser cumplida. Sexo y muerte en un reino lejano.
Deidra y la joven Neila dormitaban acurrucadas en una esquina del sótano. Ambas estaban desnudas y en sus manos y tobillos podían verse las marcas de las sogas que las habían sujetado buena parte de la noche, mientras sus captores las violaban una y otra vez.
Cuando acabaron con ellas simplemente las soltaron y las dejaron solas, allí encerradas. Neila se había abrazado a su maestra y lloró hasta quedarse dormida. Deidra tardó algo más, aterrada ante lo que sabía que les esperaba al día siguiente.
Hacía rato que había amanecido, cuando una brusca patada las sacó de su sueño.
- Arriba putas. Ya dormiréis para siempre. Muy pronto. Os están esperando fuera.
Los dos guardias levantaron con brusquedad a las prisioneras, que casi ni tuvieron tiempo de recordar dónde estaban. Neila se puso a sollozar al verse de nuevo en manos de aquellos hombres.
- Tranquila, mi amor,- trató de tranquilizarla su maestra.- estoy contigo.
En pie, la joven trató de mantener la compostura ante la persona que realmente le importaba, aunque no podía evitar sollozar. El soldado la sujetó por los brazos, le llevó las manos tras su culo redondo y suave y le ató las muñecas con un trozo de cuerda. El otro arrojó a la mujer de bruces contra la mesa y allí le ató también las manos a la espalda.
Me cago en los dioses…- masculló el guardia.- Este culo es memorable.
Déjate de estupideces,- le recriminó su compañero.- Nos están esperando, y ya te la follaste anoche todo lo que quisiste.
Pues que esperen.- Espetó el primero.- Tampoco es que tengan nada importante que hacer estos sucios labriegos.
Se desabrochó el calzon y sacó de él su miembro ya erecto. Con la mano izquierda sujetó la cabeza de Deidra contra la mesa, aplastándole la cara contra ella. La mujer trató de evitar que las lágrimas se le escaparan, para dar ejemplo de valor a su alumna, pero no lo consiguió. La humillación era mucho peor que el dolor que sabía que le esperaba.
El hombre escupió en el extremo de su pene y con la mano libre lo colocó en la entrada de la vagina de su prisionera. De un empujón de su cadera lo clavó allí. Arremetió un par de veces y puso una mueca de disgusto.
Esta puta está muy usada aquí dentro.
¿Qué esperabas?- contestó su compañero.- ¿Cuántas veces nos la follamos anoche?
El guardia sacó su verga del sexo de la mujer, quien dejó escapar un involuntario suspiro de alivio, pero no tenía intención de dejar las cosas así. Volvió a agarrar el miembro y lo redirigió hacia un agujero cercano.
¡No!- Exclamó la mujer cuando el pene se introdujo sin miramientos por su año. Ella contuvo un grito de dolor y apretó los dientes.
Eres el hijo de la ramera más sucia del puerto del norte,- masculló su compañero.- Has hecho que me empalme, idiota.
Y diciendo eso agarró a la joven que sollozaba a su lado, desviando la mirada de la violación de su amiga, y la arrojó también de bruces sobre la mesa, al lado de la otra mujer. Se colocó tras ella, al igual que su compañero y también desabrochó sus calzones.
- Acabemos rápido.- Añadió.- No quiero hacer enojar a la cazadora de brujas.
También escupió sobre su propio glande y lo puso entre los labios vaginales de la jovencita. Ella gimió, recordando las violaciones que tuvo que sufrir la noche anterior. Su maestra, moviéndose por las violentas arremetidas de su agresor, la miró a los ojos tratando de infundirle valor, y Neila apretó los labios y cerró los ojos intentando soportarlo lo mejor posible. Aún así, lanzó un grito cuando el pene del hombre invadió dolorosamente su sexo.
De buena gana le daría este mismo trato a esa zorra…- respondió el guardia que enculaba a Deidra.
Calla, idiota,- le ordenó el otro, que ahora agarraba las caderas de Neila y la sujetaba mientras metía y sacaba su polla del cuerpo de la muchacha.- No serás el primero a quien la cazadora le corta los nuevos.
Las dos mujeres, una al lado de la otra, de bruces sobre la mesa, engancharon sus miradas mientras eran violadas. Neila sintió que podría soportarlo si su querida amiga estaba a su lado. El dolor y la humillación pasarían siempre que estuvieran juntas.
- Ah… Ahí lo tienes todo…- El primer soldado se corrió en el ano de Deidra, y sin más, sacó su miembro, lo limpió con un trozo del vestido roto que aún permanecía allí tirado, y se subió los calzones, como si allí no hubiera pasado nada.
El sexo de Neila seguía siendo forzado sin contemplaciones por el otro soldado, al menos durante un instante más. Algo cálido se desparramó en su interior cuando el hombre dejó de acometerla.
Diente un instante ambas mujeres, aún tras la violación, aún maniatadas, aún sobre la áspera superficie de la tosca mesa, tuvieron un pequeño respiro. Continuaron mirándose sin hablar. Neila quería decirle a su maestra que la quería, que la encontraba hermosa a pesar de la noche de horror y de la violación. A pesar de la desnudez, la suciedad y las lágrimas que cubrían su rostro. Pero no conseguía que las palabras salieran de su boca. Y tenía la impresión de que lo mismo ocurría con Deidra.
- En marcha.
Los dos hombres las incorporaron de la mesa y sujetándolas de los brazos, las hicieron caminar hacia la salida.
T… tengo miedo…- musitó Neila.
Ten valor,- le respondió Deidra con suavidad y una voz cargada de cariño.- Todo será muy rápido. Un breve instante de miedo y dolor, y todo habrá pasado.
¡Ja!- Rió el guardia que la había sodomizado.- No mientas a la pequeña. La soga os estrangulará lentamente. He visto desgraciadas retorcerse durante un buen rato y ninguna tenía cara de estar pasándolo bien.
¡Maldito hijo de puta!- Exclamó la mujer tratando de contener las lágrimas de rabia.
El hombre le propinó un bofetón que la hizo caer al suelo. Los oídos le pitaron y casi perdió el conocimiento. No se había recobrado cuando el otro hombre la agarró del brazo y la hizo ponerse en pie de nuevo.
- Vamos. Ya hemos hecho esperar bastante a todo el mundo.
Salieron de la oscuridad del sótano a la luminosidad de la mañana, que durante un rato les dañaba los ojos y les hizo difícil ver bien. Allí estaban reunidos una gran parte de los habitantes del pueblo, y todos los soldados forasteros, que anoche las habían violado una y otra vez.
Las dos prisioneras, una junto a la otra, con las manos atadas a la espalda, estaban completamente desnudas. Deidra, una mujer delgada pero de generosas caderas, un culo redondeado y unos pechos generosos y firmes, que ahora eran admirados por sus vecinos y envidiados por sus vecinas. Su larga cabellera caía desordenada sobre su cara. Neila, de menor estatura y más joven, su discípula, de cuerpo flexible y hermosos pechos respingones, resaltaba por la belleza de su rostro a pesar de estar cubierto de churretones y lágrimas. Dos bellezas desnudas que eran llevadas por la fuerza por los guardias hacia un cruel destino.
¡Esto es indignante!- Exclamó el alcalde a la cazadora de brujas, que miraba toda la escena con aparente desdén.- Es inmoral este espectáculo de desnudez delante de todos las personas honestas…
Señor, no hemos traído ropa adecuada para unas brujas que van a ser ejecutadas. Si queréis, vos mismo podréis vestirlas cuando sean dos pedazos de carne muerta. Y ahora dejad de importunar si no queréis ser también parte del espectáculo.
El hombre no se atrevió a responder. Empezaba a creer que las historias que se contaban de aquella mujer y de sus soldados podrían ser ciertas, al fin y al cabo. Era mejor no correr riesgos innecesarios.
Frente a él, las dos condenadas caminaban lentamente, empujadas en ocasiones por los guardias que las conducían a su final. La mayor trataba de mantener cierta dignidad a pesar de todo, aunque la vergüenza era imposible de esconder. La más joven temblaba visiblemente. Era evidente que de haber tenido las manos libres, habrían tratado de cubrirse con ellas.
Los vecinos las miraban con una mezcla de fascinación y asombro. Algunos gritaban, pero en general reinaba un silencio tenso. Todos conocían a las prisioneras. Eran gente de allí, de los suyos. Decían que eran las brujas que estaban buscando y que habían confesado, pero era difícil de creer que en ese pueblo estuviese ocurriendo algo así.
El paseo no fue muy largo. Frente a ellas, a la entrada del pueblo, habían colocado una viga sobre el camino, sujeta a dos árboles que lo flanqueaban. De la viga colgaban dos sogas a las que se les habían hecho sendos nudos corredizos. Bajo ellos, una carreta aguardaba.
Cuando estuvieron a la altura se detuvieron allí. Neila no podía dejar de mirar las sogas y sintió que la fuerza abandonaba sus piernas. Trastabilló y uno de los guardias la sujetó por los hombros para evitar que cayera. Comenzó a sollozar de nuevo.
Valor, mi querida niña,- le dijo su maestra.- Estoy contigo. No estarás sola.
N… No quiero morir,- gimió de forma apenas audible.- No quiero morir. Así no…
Recuerda lo que te he enseñado. Esto pasará en un instante.
La carreta se situó justo debajo de las sogas. El carretero, cubierto por una capa, bajó y colocó una banqueta para que hiciera de improvisado escalón y así facilitar la subida a la carreta.
- Primero una y luego otra,- ordenó la cazadora de brujas a uno de sus hombres.- Estamos aquí para dar espectáculo.
Uno de los soldados agarró a la mayor por el brazo con fuerza y la obligó a subir a la parte de atrás de la carreta. Le dio la vuelta para que quedara de cara al público, mirando hacia el interior del pueblo y con la soga frente a su rostro. Al verla, la respiración de Deidra se aceleró. Trató de mantener una expresión serena y una postura digna, aunque estaba aterrada.
El soldado agarró la cuerda y pasó el lazo por la cabeza de la mujer. Apartó el cabello, sujetó el nudo y lo cerró alrededor de la garganta de la condenada, que soltó un gemido más por la sorpresa, porque realmente no quedó apretado. La respiración de la mujer era rápida, lo que hacía que sus pechos subieran y bajasen rítmicamente. Notó que estaba temblando y trató de no hacerlo.
Pero ¿qué podía hacer en realidad? ¡Iba a morir! La iban a matar allí, frente a todos, desnuda como un animal, sin que nadie la defendiese. Sin que nadie hablase a su favor. Su muerte no significaría nada. No era justo.
Aún así le dedicó una última sonrisa a la joven que la observaba aterrada.
- Te quiero,- le dijo.
El carretero había retirado la banqueta y había vuelto al pescante, y a una orden de un soldado, azuzó al caballo que avanzó lentamente. Deidra sintió moverse el carro bajo sus pies. La cuerda no daba más de sí, y a pesar de que sus pies se movían, la soga tiró de su cuello haciendo que cayese hacia delante.
La mujer tomó aire y llenó sus pulmones por última vez en su vida. La carreta se escurrió bajo sus pies y de repente no había nada bajo ellos. Cayó y la cuerda detuvo su caída, aferrándose a su cuello. Lanzó una exclamación de sorpresa y miedo, pero la presión en su garganta la convirtió en un gorgoteo extraño.
Neila lanzó un grito de horror, al ver a su amada maestra balanceándose como un péndulo.
Al principio no se movió. La soga mordía su garganta, pero no se había cerrado del todo a su alrededor. La garganta y el cuello le dolían, pero de momento menos de lo que había temido. Sintió que giraba y se balanceaba, pero estaba concentrada en otra cosa. Podía tomar aire si se esforzaba. Con dificultad, pero aún podía respirar.
Un rayo de esperanza la alcanzó. Quizá podrían aguantar hasta que todos se hubiesen ido y posiblemente alguien las bajase… era doloroso, sí, pero quizá…
No. Supo que eso no iba a pasar. Sabía que la cuerda se iría cerrando poco a poco y que aunque no fuese así, su peso iría aplastando paulatinamente su garganta hasta que muriese asfixiada. Iba a morir allí. El miedo la atenazó. ¡No! Se repitió. Debía mantener la dignidad, aunque sólo fuese por infundir valor a la jovencita que aguardaba su mismo destino.
Pensando en eso, se dio cuenta de que estaba crispando las manos, que seguían atadas a su espalda. Trató de relajarse, pero otra oleada de desesperación la recorrió. Movió los brazos tratando de alcanzar la soga, aunque sabía perfectamente que no podría. Sus piernas se elevaron casi sin darse cuenta. Primero una, luego otra, y luego las dos al tiempo.
Casi seguidamente sus pies se estiraron tratando de llegar al suelo, que parecía tan cercano y al mismo tiempo tan lejano. Estaba pataleando y debía dejar de hacerlo. lo intentó. Lo consiguió sólo un instante.
Frente a ella, a sus pies, Neila lloraba desconsolada, mirándola con ojos muy abiertos y una expresión de temor en su rostro de ángel. El público estaba en silencio, fascinado ante un espectáculo semejante. Un cuerpo hermoso y desnudo, moviéndose frente a ellos de una forma que logró que todos los hombres tuviesen una erección.
La cabeza de Deidra estaba inclinada hacia a un lado y hacia adelante, con su cuello, ya de por sí largo, estirado por la soga que se apretaba a su alrededor y se hundía bajo su mandíbula. Los hombros hacia detrás, fruto de tener las manos atadas a la espalda, hacían resaltar los grandes y redondos pechos, que se elevaban cada vez que con mayor dificultad, luchaba por tomar algo de aire. El vientre plano daba paso a unas caderas que se mecían y se movían como si estuviera dedicando a los presentes una exótica danza erótica. Su garganta emitía unos gorgojeos y susurros cada vez que un poco de aire, cada vez más escaso, pasaba por ella.
El espectáculo estaba durando ya un buen rato, pero nadie parecía aburrirse. Deidra ya casi no podía tomar aire. El dolor en su cuello y su garganta era difícilmente soportable, pero lo peor era el ansia de sus pulmones, que parecían arder por dentro. Ni siquiera se daba cuenta, pero su boca estaba completamente abierta tratando de tomar el poco aire que podía, y boqueaba como un pez recién pescado.
Ya no controlaba su cuerpo. Sus piernas se movían con desesperación, al igual que sus manos y brazos que luchaban inútilmente por librarse de sus ataduras para alcanzar la soga de la que colgaba su cuerpo.
De repente ya no había más aire. Se retorció y el terror la aferró con más fuerza que sus ataduras. No podía respirar. Su garganta estaba cerrada. Además ya no veía bien. Todo parecía estar dentro de un túnel oscuro, al final del cual veía a su querida y bonita Neila, a los soldados que la habían asesinado, a los cerdos de sus vecinos, que no habían movido un dedo por ayudarlas… El túnel se volvió más oscuro poco a poco, cerrándose frente a ella.
Los espasmos y movimientos desesperados de la mujer ahorcada fueron haciéndose más suaves, menos bruscos, hasta que cesaron completamente. Un chorro de orina escapó de su interior y corrió por sus piernas, cayendo al suelo, tras lo que el cuerpo quedó balanceándose inmóvil.
De repente, una de sus piernas se agitó de nuevo y la otra tuvo un espasmo. Apenas fue un instante, tras el que el bonito cuerpo de Deidra quedó inmóvil para siempre, balanceándose suavemente al extremo de la cuerda. Su alumna miró su rostro tratando de encontrar alguna esperanza. Quizá fuera un truco. Quizá solo… Pero la soga se hundía en la suave piel de su garganta, aplastándola. Su bello rostro que hacía pocos instantes había adquirido un tono rojo intenso, tenía ahora un color cianótico antinatural. Su boca se abría dejando ver su lengua, y de la comisura de sus labios escapaba un hilillo de saliva que caía sobre su lindo y blanco pecho.
Neila lloró. Ya nunca más besaría esa boca ni se acurrucaría en esos pechos. Y además, en unos instantes ella estaría exactamente igual. Iba a sufrir la misma agonía y la dejarían allí expuesta, desnuda, como un trofeo de caza junto a su querida maestra.
- Colgad a la otra,- ordenó la cazadora de brujas.
El soldado agarró a Neila por el brazo y la empujo hacia delante. La chica estaba aterrada y trató de resistirse pero solo alcanzó a hacerlo de forma pasiva. Se sentía petrificada de miedo, sus piernas sencillamente no le respondían, y no sabía cómo podía estar caminando sin desplomarse. El soldado la arrastraba con firmeza aferrándola del brazo y ella daba cortos y torpes pasos hacia la carreta, sin poder apartar la vista del delgado pero voluptuoso cuerpo de su maestra que se balanceaba allí sin vida, colgada del cuello de la soga que acababa de estrangularla.
El pensamiento de que en un instante ella estaría igual, cruzó su mente como si la hubiera atravesado una flecha. Las piernas le flaquearon Y solo el agarre del soldado impidió que cayera al suelo. Lo que no pudo evitar fue el chorro de orina que escapó de entre sus piernas. Ya no le importaba la dignidad ni lo que pudieran pensar aquellas personas de ella. En lo único que podía pensar era en que no quería morir.
No era justo. Ella no había cometido ningún acto malvado y a pesar de ello la iban a ejecutar como una vulgar criminal. Iban a arrebatárselo todo, todos los años que le hubieran quedado por vivir, todo lo que siempre había deseado hacer y ver. Y además estaban la humillación y el dolor. Su cuerpo desnudo siendo torturado en público y quedando expuesto sin ningún pudor. Dos cadáveres justo a la entrada del pueblo a la vista de propios y extraños.
Llegaron junto a la carreta justo cuando el carretero acababa de colocar la pesada banqueta de nuevo, a modo de escalón. El soldado la empujo y la hizo subir. La brusquedad del empujón y el temblor de sus piernas consiguió que cayera de rodillas en la parte posterior del carromato, con las lágrimas empapando su rostro y sollozando descontroladamente.
- No… No…- Apenas susurraba.- Por piedad, no…
Y en ese momento, cuando el soldado iba a poner el pie en la banqueta para subir tras la muchacha, el carretero agarró súbitamente una de las patas y con toda la fuerza que pudo reunir golpeó al hombre en su cara.
El soldado se desplomó sin conocimiento con la nariz sangrante. El embozado carretero saltó a la parte posterior del carromato y de allí al pescante.
- Valor, Neila.- Exclamó.- Voy a salvarte.
La joven, como en un sueño, reconoció la voz de su amigo Domio. Se desplomó sin fuerzas en la parte de atrás de la carreta al tiempo que el muchacho azuzaba al caballo, que comenzó un alocado galope por el camino, huyendo del pueblo.
- Maldito crío estúpido…- Masculló la cazadora de brujas, que sacudió la cabeza con fastidio. Y volviéndose a uno de sus hombres ordenó: - ¿A qué esperáis? Traedme a los dos y los quiero con vida.
La carreta surcaba el camino a la mayor velocidad que le era posible. Cada piedra y cada bache la hacían crujir y parecía que la iban a destrozar. El muchacho hacía lo que podía por controlarla sabiendo que un error significaría la captura y la muerte de ambos. Su ventaja era que conocía bien la zona, porque en cuanto los soldados echaran mano de sus monturas, serían más rápidos que él.
Se desvió por un camino estrecho y secundario que bordeaba el río, y que estaba bordeado por espesa maleza y árboles a medida que se adentraba en el bosque.
- ¡Neila!- gritó.- Ven, date prisa. No tenemos mucho tiempo.
La joven obedeció sin realmente darse cuenta de lo que hacía. Todo seguía pareciéndole irreal. Una pesadilla. Trastabillando, con torpeza, se arrastró hasta el pescante. Domio, como pudo, sin dejar de sujetar con una mano las riendas, sacó un cuchillo y comenzó a cortar las cuerdas que aún ataban las muñecas de la chica a su espalda. Cuando los amarres cayeron, Neila fue consciente de que estaba desnuda y trató de cubrirse con las manos.
Mira,- le dijo él ruborizado.- Aquí tienes una capa. Cogela y cuando pasemos por la curva del roble, salta al río. Si te dejas llevar hasta dentro del bosque, no te podrán rastrear.
Pero, pero…- tartamudeó ella.- ¡Es peligroso! ¡Me ahogaré..!
¡Van a ahorcarte, Neila!- Replicó el muchacho.- Seguirán la carreta y te daré tiempo. Luego nos encontraremos en el bosque. Escóndete y te encontraré…
-Yo, yo…- Musitó ella, pero luego se recompuso y continuó.- Gracias Domio. Me has salvado la vida. Haré lo que dices.
Frenó con mucha dificultad al sobrepasar una curva cerrada y el muchacho urgió a su desnuda acompañante:
- Aquí es. Rápido, deben de estar al llegar.
Neila dudó un instante y luego asintió con la cabeza. Se acercó a su salvador, tocó su mejilla con una mano y le dio un beso. Domio tuvo un escalofrío. Los labios de la chica eran cálidos y suaves, y tenían el salado sabor de las lágrimas.
Gracias,- dijo ella.
Te encontraré en el bosque. Ocultarte bien y no te arriesgues.
La muchacha saltó del carromato con la capa hecha un ovillo bajo el brazo. Se acercó al borde del estrecho camino, hacia el río, que tenía allí mayor anchura y profundidad, y tras una rápida mirada atrás, saltó al agua. Se dejó arrastrar por la corriente intentando no hundirse y Domio la perdió de vista cuando el río torció en uno de los muchos meandros del bosque. Enseguida volvió a ponerse en marcha a la mayor velocidad que pudo. Sin duda, los soldados ya estarían tras su pista.