Cazador de detalles

Los pequeños detalles. Siempre lo he pensado. Los más pequeños detalles son los que hacen las más grandes diferencias. La gente no está atenta a las ocasiones porque espera que sean como un anuncio del Corte Inglés: luminoso y directo.

Cazador de detalles

Los pequeños detalles. Siempre lo he pensado. Los más pequeños detalles son los que hacen las más grandes diferencias. La gente no está atenta a las ocasiones porque espera que sean como un anuncio del Corte Inglés: luminoso y directo. Leyendo algunos relatos en ocasiones se puede descubrir cómo la gente espera que su vida cambie por arte de magia: mágicamente mi secretaria decidió abrirse de piernas para mí, de repente la tía más buena del mundo me prestó atención… Según mi experiencia, esas cosas no ocurren. Hay que avanzar en la sombra, escuchando las más mínimas señales, para llegar a cazar un momento de gloria. Quien no escucha, no puede componer.

Escuchando pequeños matices, cacé uno de mis momentos más intensos. Hace unos añitos vivía en un edificio de la periferia. Como tipo sociable que soy, me llevaba bastante bien con varios vecinos. En concreto con la pareja de abajo. Teníamos una relación muy productiva, aunque no en los términos que todo el mundo podría pensar. Ellos tenían una magnífica conexión de internet –que no era habitual por entonces- y yo sabía cómo explotarla con programas de intercambio y demás. Yo les “mantenía el sistema” y les buscaba las películas que querían y demás y a cambio me dejaban emplear su conexión para descargarme mis programas y películas. Teníamos una relación amigable sin más. El tema informático, saludos en la escalera y haber compartido mesa alguna vez ocasionalmente en un restaurante del barrio en el que habíamos coincidido casualmente. Él trabajaba en una conocida empresa telefónica y ella era abogada o administrativa algo similar por entonces. Era una mujer agradable, nada exagerada. Maravillosamente normal. Estatura media, algunas curvas, cara agradecida con una amplia boca, melena rizada, ojos marrones claros y, eso sí, unos maravillosos y grandes pechos. Y así discurría nuestra rutina ocasionalmente compartida.

Un día bajé a hacer las rutinarias tareas de ver cómo iban las descargas. Él no estaba y ella estaba enfrascada preparando no sé qué examen, pero me dijo que sin problema, que hiciese lo que hiciera falta con el ordenador, ella iba a estar encerrada con los libros en su cuarto.  Así que yo me lié a mirar, buscar, descomprimir, grabar, etc.… Vi que si esperaba un poquito me podía llevar a casa una película que tenía bastantes ganas de ver. Consulté para no abusar de la confianza

-Oye Marta, a esto le quedan 30minutos ¿te importa que me quede esperando un rato para llevármela puesta? – pregunté educadamente

-No, claro. Para nada. Tú mismo, ya sabes, lo que necesites. Y si nuestra serie está entera y la puedes pasar a DVD te lo agradecemos doble- Me dijo prácticamente sin levantar la mirada de sus papeles.

Así que me puse a hacer el tonto por internet para hacer un poquito de tiempo. Y así distraído me fijé en el montón de ropa limpia que tenía en una mesita cercana a la del ordenador. Me llamó mucho la atención el brillo de algo…que me acerqué a comprobar y resultó ser el satén de una parte de unas muy sugerentes braguitas recién lavadas y perfectamente dobladas en la pila de ropa procesada. La parte del sexo era de un visualmente muy sugerente satén rosado, y el resto de un casi artístico encaje blanco. Algo empezó a zumbar en mi cabeza. Por una lado algo me decía “vete de aquí ¿qué haces pensando en estas cosas?” y por otro “qué pinta de suave tiene eso, debe ser increíble sentir esa tela en las zonas íntimas ¿cómo pueden llevar eso?” Ganó la segunda vocecilla y deslicé un dedo por el satén. “Uuuufffff”. Me estremeció su suavidad y no pude evitar pensar en qué sentiría con eso en mí. Por un momento decidí ignorar mis desvaríos mentales y centrarme en más tonterías de internet.

Pero un impulso saltó imparable de mi interior, cogí la prenda y me dirigí al baño.

-          Os cojo prestado el baño un segundo ¿vale? – Pregunté en voz alta

-          Valeeeee – escuché desde la habitación de al lado.

Entré, me quité mis calzones que guardé en un bolsillo del pantalón y me puse la fuente de tanta perturbación. Enloquecí con la sensación del tacto del satén, del encaje deslizándose por mi sexo, de la respiración acelerada por el momento prohibido, por la invasión de la intimidad que estaba cometiendo casi fuera de mí. En un primer impulso, deseando no meterme en líos y permanecer en el lado “normal” de la vida, estuve a punto de quitarme la prenda una vez saciada la curiosidad y restaurar el estado de las cosas. Pero sin saber muy bien cómo –esos pequeños detalles- terminé saliendo del baño como si nada, con las braguitas volviéndome loco a sensaciones ocultas bajo mi pantalón. Tiré de la cadena para disimular y me volví al cuarto del ordenador.

Ahí disfruté de unos momentos enloquecedores mezcla de las sensaciones prohibidas, los tactos, la connotación inesperadamente sexual de cada segundo en aquel cuarto antes siempre tan neutro. Cada pequeño movimiento mío se traducía en una  sensación en mi zona genital. Un pequeño arañazo de la malla de encaje, una caricia color satén en los testículos…Uffff, me estaba volviendo loco.

-          ¿Y ahora qué?- Pensé para mí. No podía desahogar todo lo que mi cuerpo me pedía, al menos no respetando las mínimas normas de compostura social

Así que decidí hacer que seguía mirando las páginas tontas que tenía abiertas antes, mientras discretamente con mi mano por encima de mi pantalón me provocaba nuevos escalofríos de extrañas sensaciones. En un momento dado una parte de mi mente retomó el hilo de las páginas, tratando de mezclar la borrachera de placer oculto con un “normal discurrir” de la rutina esperada. Traté de recuperar una página que había dejado a medias y abrí el historial para ubicarla.

Y este pequeño gesto, cambió dramáticamente todo lo que vendría después. Al poco de investigar el historial me quedé perplejo al descubrir que el mismo día anterior ella había recorrido no menos de diez páginas de relatos eróticos de una conocida página de por entonces. La curiosidad y la borrachera de tactos genitales que estaba disfrutando me llevaron a saltarme las reglas de “lo que está bien” e investigar un poco aquellas referencias. Me quedé de hielo. Todos los relatos pertenecían  a una única categoría: dominación.

No me lo podía creer. La correctísima de mi vecina, la encarnación de la normalidad aparente…interesada en esos temas.

-Un momento –pensé para mis adentros ¿Y si es de él? De alguna forma me encajaba más en un hombre fantasear con esas cosas. Pero caí en la cuenta de que no podía ser. Éste era el ordenador personal de ella, él, como trabajador del sector, tenía un portátil que usaba para todo.

Así que decidí seguir cruzando barreras. Investigué un poco más el historial, sintiéndome a partes iguales sexualmente descontrolado, socialmente reprobado y vitalmente afortunado de vivir esa mezcla de emociones. No tuve que invertir mucho tiempo para no dejar lugar a dudas. Ella estaba realmente muy interesada en la temática, y muy en concreto en escenas en las que la mujer era sometida. Y yo llevando puestas las bragas de aquella aspirante a esclava sexual.

La tensión fue tal, que tuve que salir del cuarto sin saber muy bien a qué. Me dirigí a su  estudio. Abrí la puerta y todo lo que alcancé a decir fue….

-          Oye, ya casi está, te dejo tranquila en cinco minutos

-          No te preocupes, de verdad. Haz lo que necesites- soltó de nuevo casi sin levantar la vista de los apuntes.

Sencillamente no sabía qué hacer. Mi descubrimiento me había perturbado tanto que no sabía qué hacer con ella, con mis señales genitales y con la normalidad social que todos debemos mantener. Pero sentía que no debía irme de allí. Así que pregunté

-          ¿Y tú que tal lo llevas? Vas a desgastar las hojas esas, mujer

-          Bufff, es que tengo examen a primeros de la semana que viene y muy poco tiempo. Y no voy muy bien. Aunque empiezo a estar cansada y me duele un poco el cuello.

Ahí vi vía abierta. No sabía muy bien por qué, pero escuché un pequeño impulso que me llevó a acercarme a ella por su espalda, colocarme justo detrás y, abusando un poquito de la confianza que hasta entonces habíamos tenido, empezar a masajear un poco la zona cervical.

-          Mira, esto me lo enseñaron en un curso de riesgos laborales para la fatiga por estudio y por trabajo con ordenadores. –Así, como quien no quiere la cosa

Al principio noté su rigidez, pero supongo que las opciones eran reaccionar de forma violenta (en términos de cortesía) o actuar como si la situación no tuviese mucho de particular. Que fue lo que ella hizo.

-          Ah, pues oye. Uy, mira, no está mal. Gracias. – Y se volvió ligeramente hacia mí para mirarme como realmente relajada, para al segundo volver a las hojas como si nada.

Y de nuevo un pequeño gesto que lo siguió cambiando todo. Reclinó un poco su cabeza hacia atrás, para que yo llevase la presión del masaje a una zona un poco más abajo. Y al hacerlo rozó con su cabeza  mis testículos, envueltos en aquella suavidad del satén  debieron explotar, inundarme de hormonas y de valor, porque ya no pude más. Corté el masaje, cogí la silla de al lado suyo, me senté y la miré a su sorprendida cara.

-          Mira Marta, no sé cómo decirte esto pero no lo puedo evitar. He descubierto por accidente tu interés en relatos sobre dominación sexual. De lo poco que os conozco, sospecho que Javier no tiene ni idea de tus aficiones –Esta frase le hizo poner una auténtica mirada de terror, así que reaccioné.

-          Descuida, voy a respetar escrupulosamente tu secreto y no desvelarlo a nadie. Pero no podía dejar pasar la ocasión de decirte que si quieres experimentar la entrega y el sometimiento sexual, yo puedo llevarte a puntos que no imaginas.

Obviamente su cara era un poema, casi en estado de shock, mirándome con los ojos muy abiertos, el boli medio caído de la mano y paralizada. Pero había un pequeño matiz. Un minúsculo brillo en los ojos que me indicó que no había metido la pata hasta el fondo y que tenía razón.

-          Carlos, no sé de qué me hablas, de, de,… de verdad- El ligero tartamudeo me hizo ver que mentía.

-          Vamos a ver Marta. He visto en tu ordenador que tienes tropecientos relatos leídos sobre la temática, no me vengas con tonterías. Si no quieres aprovechar la ocasión de tu vida para dejar de fantasear y experimentar, lo respeto y no pasa nada. Pero no me tomes por tonto, que no tengo un pelo.

Silencio. Unos segundo de silencio que dijeron más que mil palabras. Bajó un poco la mirada. Y dijo con un hilo de voz:

-          ¿Y qué haríamos? No quiero hacer nada que moleste a Javi.

-          Sobre qué haríamos, todo lo que puedo decirte es que respetaría plenamente tu relación con Javi. Para lo demás, si te quieres entregar, te entregas.

Más segundos. Se separó un poco de la mesa, giró hacia a mí y me preguntó qué podíamos probar. La dije que esperase. Ahora ya tenía pista para liberar toda la energía contenida en esos momentos. Fui, prácticamente corriendo, a la entrada, donde sé que estaba acurrucada su perrita. Le robé el collar y se lo tendí a Marta.

-          Quédate en ropa interior y ponte esto.

Ante mi atónita mirada comenzó a desvestirse delante de mí. Tomó le collar y se lo puso alrededor del cuello, pidiéndome que se lo abrochara.

-          Quítate esas pantuflas horribles y ponte  unos zapatos con un poco de gracia.

Y ahí que se fue, mi vecina desnuda acatando mis órdenes sexuales. Y yo alucinando, claro. Volvió con unos tacones de fiesta, un poco bajos, pero mucho más adecuados para la coyuntura. Nunca me había fijado mucho en esta mujer de esta forma, pero estando así, resultó por entonces una de las visiones más excitantes de mi vida.

-          Arrodíllate perrita. Ven aquí y desabróchame el pantalón.

Y ante mi todavía sorpresa, obedeció sin rechistar. No tuvo precio su cara cuando descubrió lo que había bajo mis pantalones.

-          ¿Ves lo que te pasa por tener lencería de perrita? Enloqueces a tus vecinos que venían tranquilamente a ayudarte con el ordenador. Lame perrita.

Me miró dos segundos dubitativa, así que le ayudé poniendo la mano tras su nuca y dirigiéndola a mi sexo. Entregó su voluntad empezando a lamer sus propias braguitas y volviéndome loco con la mezcla  de  sensaciones. Mi miembro rebasó el alcance de la prenda, y ella se afanó entonces en pasar la lengua por la parte que sobresalía del encaje, sin usar las manos, lo que me volvió aún más loco. Realmente se había metido en el papel de perrita. Le aparté un poco de la tarea y liberé mi miembro. Me incorporé de la silla y le ordené abrir la boca.

Tomando su cabeza por ambos lados penetré su boca hasta que empecé a notar resistencia y conatos de arcadas.

-          Quédate así y acostúmbrate. Las arcadas son cuestión de nervios- le dije.

Una vez que aceptó mi miembro en el entorno de su garganta, cruzamos una mirada y no podía creerme lo que estaba pasando. Empecé a follarme su boca y aproveché para sacarle los pechos del refugio del sujetador y pellizcar los pezones, lo que me agradeció con un pequeño gemido de placer. Y todo con sus bragas puestas. De haber seguido así, no habría aguantado mucho tanta acumulación de excitación

-          Para, para. Levántate, ponte de espaldas a la pared y sepárate bien los labios de tu sexo.

Pareció dudar. Curioso conato de resistencia el que le dio estando con los pechos al aire, saliva rezumando de su boca y arrodillada con un collar de perra.

-          Vamos, no me jodas y ahora no  te eches atrás.

Medio segundo de duda, y finalmente se entregó. Se incorporó y acató la orden. Palpé la zona tan bien ofrecida y estaba encharcada.

-          Vaya, vaya. ¿Estás disfrutando bien eh?

-          Si,…sí, estoy disfrutando mucho –Dijo con un hilo de voz. Estaba realmente encharcada.

Me acerqué a ella. Le separé un poco más las piernas, puse sus brazos contra la pared en posición de “detenida”, separé un poco sus nalgas, me bajé los pantalones y la penetré sin miramientos.

Dejó escapar un grito más de excitación y sorpresa que de otra cosa. Mantuve la posición para preguntarle

-          ¿Qué tal? ¿Te gusta que te use y someta tu cuerpo perrita?

-          Sí, me está encantando sentirme usada Amo –Susurró de nuevo

-          No te oigo, si quieres lo dejamos aquí ahora mismo, no hay problema – la exigí

-          NO, NO, NO. ¡Úsame como quieras por favor, me está encantado! – Liberó por fin, sin medida

Y hasta empezó a mover las caderas, supongo que en un intento por sentir más mi miembro dentro. La correspondí con un rotundo azote en las nalgas, que sonó estrepitoso ¡ZAS!

-          Ni se te ocurra tomar el placer que yo no te dé ¿entendido? Cuando seas mi esclava eres mía y yo decido sobre tu placer ¿de acuerdo?

-          Si, si, disculpa Amo.

-          Y no me llames así, que has leído demasiados relatos. No te atrevas a llamarme de ninguna forma hasta que te diga que te lo mereces. Mira que eres golfa, estás dejando encharcadas las bragas que me habías prestado. Tendrás que lavarlas de nuevo

-          Si, si, …

Empecé a moverme ligeramente. Jugueteando con su entrada trasera con un dedito. La noté muy cerrada.

-          Ummm, esto tendremos que abrirlo bien para poder usar por aquí ¿eh?

-          Si, si, como quieras –dijo entre pequeños jadeos.

Ya no podía más. Cogí sus pezones colgando y, pellizcándolos constantemente, empecé a mover mis caderas cada vez más intensamente. Ella empezó a agradecer cada embestida con un gritito de placer que creció hasta preocuparme por llamar la atención de otros vecinos. Supongo que realmente disfrutó y yo exploté de una forma que dejó a mis piernas temblando.

Me retiré de ella y me dejé caer sobre la silla. “Vamos, límpiame”

Y ver a mi vecina, aplicándose a lamer mi miembro lleno de sus flujos fue el maravilloso final a una cadena de atrevimientos, superando los límites que nos han impuesto desde la cuna y la sordera para las pequeñas cosas que llevamos fruto de una vida demasiado rápida.

-          Muuuuuy bien perrita. Siéntate.

Se sentó en la silla a mi lado. Y disfruté durante un ratito su cara desencajada, sus pezones que intentó reacomodar en su sujetador y su sexo chorreante con las bragas a medio muslo. Me acerqué, la besé suavemente en la boca y le quité el collar.

-          ¿Realmente te ha gustado Marta?

-          Si –Esta vez firme- Aunque me siento fatal por Javi.

-          No te preocupes – le contesté- Si tu quieres esto no pasará de una anécdota. Pero si te apetece seguir siendo usada, la primera prioridad es mantener la discreción para que no afecte a tu relación.

Pensó dos segundos y concluyó: “me ha gustado mucho”.

-          Bueno, pues no te preocupes. Volveré a retomar el tema contigo cuando veamos que  es adecuado. ¿Vale? Ah, me quedo con tus bragas de recuerdo. Son una locura de sensaciones.

Y por primera vez, sonrió. Lo que me encantó

-          Quédatelas, claro. Te las regalo. Ha sido una experiencia genial.

Me incorporé. Me abroché los pantalones guardando mi trofeo y me fui a terminar de grabarme mi peli para esta noche…