Cazador, cazado

Un mujeriego empedernido. Una tímida muchacha. El nacimiento del amor

Francisco, desde muy joven, se dio cuenta de que tenía un don para las mujeres. No era el hombre más guapo del mundo, pero para las mujeres resultaba muy atractivo. Tenía una especie de magnetismo que las atraía. Su mirada las subyugaba.

Tuvo la suerte de tener un par de amantes maduras que le enseñaron todo sobre el sexo, convirtiéndose en un gran amante. Fue madurando, lo que hizo que su atractivo no hiciese más que aumentar. Jamás le faltaron las mujeres. Si lo deseaba, se podía ir a la cama con una distinta cada noche. Jóvenes, maduras. Muy pocas se le resistieron. Algunas lesbianas y algunas muy enamoradas de sus parejas. El resto, caían bajo su influjo. Su forma de hablarles, de mirarlas, de hacerlas reír. Cuando se daban cuenta, estaban revolcándose en su cama.

Rompió muchos corazones. Sin pretenderlo. Él sólo buscaba sexo ocasional. Pero muchas de ellas se enamoraban locamente de él. Por eso, se puso una norma: No más de tres polvos con la misma mujer.

Esa manera de vivir le gustaba. El típico soltero, veleta, mujeriego. Por su cama pasaron mujeres preciosas, hermosas. Pero también mujeres normales, sin nada especial. Mujeres. Francisco amaba a las mujeres. Sus cuerpos. Sus formas.

Amaba a las mujeres, pero nunca amó a una mujer. Jamás estuvo enamorado de ninguna. Muchas fueron especiales. Le gustaban. Sentía cariño. Pero su corazón nunca sintió el amor por una mujer. Tenía 32 años, se había acostado con innumerables mujeres, pero a todas las olvidaba al poco tiempo.

Felicia es una chica joven y tímida, estudiante de segundo de derecho. No es especialmente guapa, pero tiene algo que a muchos amigos les parecía atractivo. Los que intentaban conocerla, chocaban contre el infranqueable muro de su timidez y al final, desistían.

Francios se mudó al edificio en donde vivía Felicia con sus padres. A los pocos días, ya era conocido como el ligón, pues casi cada día una mujer distinta entraba y salía de su casa. Otra de las normas que Francisco seguía era no liarse con las vecinas. Eso le había traído problemas en el pasado con algún que otro marido celoso. En su nuevo edificio más de una se le insinuó, pero amablemente declinó la 'invitación'.

La primera vez que se vieron Felicia y Francisco fue en el ascensor. Él bajaba y ella se subió. Felicia sabía quien era. Había oído a su madre hablar sobre el nuevo vecino. No se atrevió a mirarlo. Entró y miró al suelo.

Francisco sí que la miró. Miraba a todas las mujeres. Aquella chiquilla no estaba mal. Había algo en ella, no sabía el qué.

-Buenos días - dijo él.

-Buenos días.

Felicia no sabía por qué, pero al oír aquella voz tan profunda y masculina sintió que su vello se le erizaba, que su corazón latía mas deprisa. Francisco enseguida notó que la chica era muy tímida.

Cuando llegaron al bajo, Francisco amablemente abrió la puerta para que ella saliera. Pero justo cuando ella iba a salir, puso su brazo apoyado contra la puerta, impidiéndola salir. Ella casi choca contra el brazo.

Felicia se quedó paralizada. Su corazón, desbocado. Apretó con fuerza la carpeta que llevaba contra su pecho.

-¿Cómo te llamas?

Otra vez esa voz, que se le coló en el cerebro. Fue a hablar pero no le salieron las palabras. Lo intentó de nuevo. Apenas con un hilillo de voz, consiguió hablar.

-Felicia.

Francisco apenas la oyó. Quitó la mano de la puerta y la llevó a la barbilla de la chica. Le hizo levantar la cabeza.

-¿Cómo?

-Felicia.

Sólo unos instantes sus ojos se cruzaron. Felicia no pudo aguantar aquella mirada. Sentía su cuerpo temblar. No tenía miedo. No temblaba de miedo.

-Encantado, Felicia. Yo me llamo Francisco.

Un ligero rubor tenía las mejillas de Felicia. Su piel era suave. Era una chiquilla adorable. Francisco no pudo resistirse y acercó sus labios a los de ella. Le dio un suave beso, apenas rozándolos.

-Encantado, Felicia.

Se fue y la dejó en el ascensor. No miró atrás, pero sabía que ella lo miraba. Felicia, con la mano en sus labios, con la cara ardiéndole, lo miraba. El corazón a mil por hora. Su sexo, húmedo. Sus pezones, duros. La sola presencia de aquel hombre la había llevado a ese estado. Estado que jamás había estado por un hombre.

El resto del día no pudo sacarse de la cabeza aquel beso, aquella voz, aquella mirada. Y ahora fue también consciente de su olor. Olor viril, una suave colonia. Quizás un aftershave.

No volvieron a coincidir hasta unos días después. Ella entraba en el portal. Casi cerraba la puerta cuando lo oyó.

-Felicia, Felicia...mantén la puerta.

Esa voz llamándola. Vellos erizados, corazón desbocado.

-Gracias  -le dijo al entrar al portal.

Caminaron juntos hasta el ascensor. Mientras esperaban a que llegase, ella miraba al suelo. Francisco la miraba. Que jovencita más...adorable. Tenía algo que lo atraía. Pero era demasiado joven. Además, no podía quebrartar la regla. Nada de liarse con las vecinas.

Llegó el ascensor y abrió la puerta para que ella entrase. Él la siguió. Recordaba el piso en donde ella había subido la otra vez.

-Al quinto, ¿No?

-Sí, gracias.

-De nada, Felicia.

Felicia. Que bien sonaba su nombre en la voz de él. Felicia, Felicia.

Mientras subían, ella miraba al suelo. Pero notaba la mirada de él clavada en ella. Se sentía rara. Como con mariposas en el estómago. Cuando llegaron a su piso, él, caballerosamente, le abrió la puerta. Y como hizo la otra vez, cuando Felicia estaba a punto de salir, puso su brazo, impidiéndoselo.

-¿Te vas sin darme un beso?

¿Darle un beso? Pero si las piernas le temblaban y casi no la sostenían. La carpeta que llevaba casi se la cae al suelo.

Francisco se acercó a ella. Se pegó a ella. Como la otra vez, le levantó la cara con suavidad y la besó. No un delicado roce como la otra vez. Un buen beso, juntando sus labios, entreabriéndolos. Lamiendo los cerrados labios de ella con su lengua. Sintió contra su pecho clavarse los pechos de Felicia.

Fueron diez segundos que a ella le parecieron una eternidad. No quería que acabase nunca. Se estremecía contra él, no dejaba de temblar. Pero terminó. Él separó los labios, se separó de ella, mirándola.

Felicia tenía los ojos cerrados, el cuerpo en la misma posición, sin moverse. Estaba adorable.

-Este es tu piso Felicia. Hasta pronto.

Ella salió de su trance y salió del ascensor sin mirar atrás. Oyó la puerta del ascensor cerrarse. Entró en su casa. Iba acalorada. Aún con un ligero temblor. Fue directamente a su cuarto, y cerró la puerta. Se tiró en la cama.

-Dios mío...me ha vuelto a besar..me ha vuelto a besar.

Se llevó las manos a los labios, cerrando los ojos. Cuando movió sus piernas, gimió. Se dio cuenta de que estaba empapada. Siguió frotando un muslo contra otro, gimiendo por el suave placer que sentía, sin dejar de recordar aquel electrizante beso.

Tumbada en su cama, Felicia tuvo un suave pero muy placentero orgasmo, que la dejó un rato sin fuerzas sobre la cama.

En su casa, Francisco se preguntaba por qué actuó así. Podía tener a la mujer que quisiese. A las mujeres que desease, y sin embargo aquella jovencita lo atraía de una manera como nunca antes. No sabía el porqué. Sólo sabía que era así. Y se dio cuenta de que estaba excitado. Generalmente hacía falta más que un beso para excitarlo.

Hacía muchos años que nos se masturbaba, al menos no sin compañía femenina. Lo hizo pensando en Felicia, en esa tímida muchacha que lo atraía como una luz a una polilla.

Felicia se pasaba el tiempo deseando volver a verlo. Coincidir en el ascensor. oír su voz. Oler su perfume. Deseando volver a sentirse como se sentía cuando estaba junto a ella. Anhelando que la besara otra vez.

No tuvo que esperar mucho. Llovía y venía corriendo, tapándose la cabeza con la carpeta. Gracias a dios la puerta del portal estaba abierta y entró. La puerta no estaba abierta por casualidad. Francisco la había visto venir corriendo y la mantuvo abierta para ella.

-Estás empapada.

-Sí...esta lluvia me pilló desprevenida.

Hablaba sin mirarlo, sintiendo el calor en sus mejillas. De decía que era un tonta por ruborizarse así delante de él. Seguro que pensaría que era una niña.

-¿Qué estudias?

-Derecho, en la facul.

-Ummmm una cerebrito.

-Oh...no no..normalita.

Poco a poco se acercaron al ascensor. El ritmo del corazón de Felicia aumentó a medida que se acercaban. Como los perros de Pavlov, que salivaban al oír la campanilla, el cuerpo de Felicia se estremecía al acercarse al ascensor. Al ascensor en donde él la había besado dos veces, y en donde deseaba que lo volviera a hacer.

Entraron sin hablar y Francisco pulsó el quinto y el suyo, el séptimo.

Primer piso..Nada...Él no se movía.

Segundo piso...Aún nada..

Tercero...

¿Y si no la besaba? ¿Y si simplemente la dejaba bajar y ya está?. No, la iba a besar, seguro. Esperaría como las otras veces a que ella se fuese a bajar. Lo haría. Tenía que hacerlo.

Cuarto piso...

De repente, Francisco apretó el botón de parada. El ascensor quedó entre el cuarto y el quinto piso. Se acercó a la sorprendida Felicia, que no se esperaba algo así. Pegó su cuerpo al suyo, mojado por la lluvia. Esta vez no tuvo que levantarle la cabeza. Felicia lo hizo, con los ojos cerrados. Deseaba ese beso más que a nada.

Los labios se juntaron. Francisco los entreabrió y lamió su cálidos labios. Felicia gemía suavemente. Abrió también los suyos. Por primera vez, la lengua de un hombre entraba en su boca. Era maravilloso.

Felicia abrió los ojos de repente. Sintió una caliente mano en sus rodillas. Una mano de él. Una mano que empezó a subir por su piel, hasta meterse por debajo de su falda. Una mano que no se quedó quieta allí, sino que siguió subiendo, acariciando sus muslos.

La piel de Felicia era muy sueva, caliente. Francisco la acarició con las yemas de sus dedos, haciendo que el cuerpo de Felicia fuera recorrido por intensas sensaciones. Cuando la mano llegó a las bragas, Felicia volvió a cerrar los ojos.

El beso se tornó más apasionado. Ella no movía la cabeza, pero Francisco la movía de un lado para otro. Él notó el intenso calor que había entre las piernas de Felicia. Y la humedad de las braguitas. Humedad que no era debida a la lluvia, sino a él.

Le pasó un dedo a lo largo de la raja de su coñito, sobre la braguita. La sintió estremecerse y pegarse con  más fuerza a él. Subió la mano hasta la barriguita y metió los dedos por debajo de las bragas. Acarició su pubis, su poblado monte de venus, y siguió bajando hasta que sus dedos llegaron a los hinchados labios vaginales.

Felicia gemía de placer contra la boca del aquel hombre que la acariciaba de esa manera tan íntima. Jamás en sus más ardientes fantasías pensó que sentiría eso cuando un hombre la tocara así. Todo el cuerpo le temblaba. Tenía ganas de gritar.

Y cuando los dedos de Francisco encontraron su prominente clítoris y lo frotaron con suavidad, Felicia enterró su cara contra el pecho de él, se agarró con fuerza a él y gritó al tiempo que el más arrollador orgasmo de su vida la atravesaba por completo. Se abrazó a aquel maravilloso hombre que la estaba matando de placer. Su cuerpo no le respondía. Estaba tenso y con espasmos de placer.

Si él no lo hubiese sujetado cuando el orgasmo desapareció, cuando todos los músculos quedaron fláccidos, se hubiese caído al suelo. Francisco la sostuvo agarrada a él. Quitó la mano de entre sus piernas y la besó con dulzura. En su pecho sentía los pechos de ella, y también su acelerado corazón.

Felicia lentamente abrió sus ojos. Lo primero que vio fueron los ojos de él. Aguantó unos segundos su mirada antes de volver a cerrarlos.

Francisco alargó la mano y puso nuevamente el ascensor en marcha. Llegaron al quinto piso y abrió la puerta.

-Es tu piso, Felicia.

Ella salió como en estado de trance. Cuando entró en su cuarto no recordaba como había llegado hasta allí. Sólo recordaba sus dedos acariciando su sexo. Sólo recordaba la sensación de estallar abrazada a él.

Cayó sobre su cama, con los brazos abiertos y un sonrisa en los labios.

Ya no tenía dudas. Amaba a ese hombre.

Francisco se preguntó que por qué la había dejado..escapar. La había masturbado y no le había pedido nada a cambio. Pero se sintió muy bien. No quería precipitar las cosas. Quería ir poco a poco. No entendía por que no la trataba como a las demás mujeres de su vida.

No lo entendía porque el amor le era desconocido. Porque a pesar de tantas y tantas mujeres, a ninguna había amado. No supo reconocer que ese tímida chiquilla lo estaba atrapando.

El día siguiente era sábado. No había clases. Felicia casi no durmió esa noche. No se podía sacar a Francisco de la cabeza. No podía olvidarse del placer que le dio. No podía esperar a volver a encontrarse casualmente con él. Se levantó, se duchó y le dijo a su madre que iba a dar una vuelta.

Había averiguado gracias a los buzones de correos, que estaban todos junto al ascensor, en que puerta vivía Francisco. Subió las escaleras con el corazón en un puño, el cuerpo temblándole. Cuando estuvo delante de la puerta pasó más de un minuto antes de que se atreviera a tocar el timbre. Se notaba ruborizada, pero alargó la mano y tocó.

Cuando oyó el timbre casi sale corriendo, pero se quedó. Oyó paso. Los paso de él. Luego la llave, y, finalmente, la puerta de abrió.

Francisco tenía un pantalón largo de pijama. El pecho desnudo. Felicia lo miró, temblando.

-Hola.

-Felicia...¿Qué..? ¿Qué haces aquí?

¿Qué haces aquí? ¿No la invitaba a entrar? Estaba claro lo que hacía allí. De repente, se sintió estúpida.

-Yo...quería....verte...Francisco.

-Ahora no puede ser...

-Sólo será un momento.

-Verás...no estoy...solo.

¿Cómo que no estaba solo? Pero si ella lo amaba. Y él a ella. La había besado. La había masturbado. Tenía que amarla.

Una espectacular morena medio desnuda apareció por el fondo del salón

-¿Quién es, cariño?

-Una vecina - respondió Francisco mirando a su ligue del viernes por la noche.

Cuando volvió a mirar hacia Felicia, ella ya no estaba. La oyó bajando las escaleras a toda prisa.

-Maldita sea- dijo, cerrando la puerta.

La morena, se pegó a él y lo abrazó. Estaba muy excitada. Francisco había sido un amante maravilloso que la colmó de placer. Quería más.

-Volvamos a la cama..sigo cachonda.

Pero Francisco no dejaba de pensar en la cara que puso Felicia.

-No...ahora no...Vete, por favor.

La morena intentó meterle mano para excitarlo, pero él le quitó la mano.

-Te he dicho que no.

-Que te den, cabronazo.

Recogió sus cosas y se marchó, dando un portazo. A Francisco no le importó. De todas maneras no pensaba volver a verla. Sólo pensaba en la cara de Felicia.

¿Pero por qué? Sólo era una chiquilla. Una vecina. Las reglas eran las reglas. Además, no le debía nada. Él podía acostarse con quien quisiera.

Sin embargo, se sentía mal.

Peor se sentía Felicia. Su madre se extrañó de que volviera tan rápido y que se encerrase en su cuarto. Lo oyó sollozar detrás de la puerta. Intentó saber que le pasaba, pero Felicia le dijo que nada, que la dejara.

Ese día Felicia no volvió a salir de casa. El domingo, tampoco. No quería encontrase con Francisco. Era una tonta, una estúpida. No sabía como había llegado a pensar que él la quería. Para él no sería más que una niña, una mocosa con la que jugar. Pero entonces, ¿Por qué la besó? ¿Por qué la acarició?.

El lunes tenía clase, así que tuvo que salir. Lo hizo rápido, temiendo verlo. Cuando abrió la puerta del bajo, él estaba allí. La estaba esperando.

-Hola Felicia.

Ella intentó esquivarle, pero él se lo impidió.

-Espera, tenemos que hablar.

-No hay nada de que hablar. Déjame marchar.

-Felicia, lo del otro día..

-No me tienes que dar explicaciones de tu vida.

-Es verdad...pero...Esa mujer no significaba nada para mí.

-¿Y eso a mí que me importa?

-Quería que lo supieras.

-Pues ya lo sé. Ahora, por favor, déjame. Llego tarde a clase.

Francisco se apartó, dejándola pasar. Ella pasó de largo, pero él la agarró por el hombro. Ella, llena de rabia, se dio la vuelta.

-¿Que coño qui...?

No pudo terminar. Francisco la abrazó y la besó. Se sintió desarmada. Con flojera en las piernas. Cuando él buscó su lengua con la suya, se la dio. Fue un beso largo, dulce y apasionado.

-Vente esta tarde a mi casa. Te esperaré.

La soltó y se marchó. Felicia se quedó mirando como se alejaba de ella. No había parado aún de temblar.

Fue a clase, pero hubiese dado lo mismo que no fuera. No prestó atención. Sólo pensaba en lo que él le había pedido. Oía la frase en su cabeza "Ven esta tarde a mi casa".

Apenas comió nada. Sobre las cinco de la tarde, con los nervios a punto de estallar, salió de su casa y volvió a subir las escaleras. Esta vez iba invitada. Esta vez no dudó en tocar el timbre. Sin embargo, esta vez también estaba ruborizada.

La puerta se abrió. Enseguida le llegó su olor, ese olor qua la embriagaba. Estaba allí, de pie, sonriéndole.

-Pasa

Felicia entró y Francisco cerró la puerta. Se acercó a ella, le levantó la cara por la barbilla y la besó. Enseguida sus bocas se abrieron. Felicia empezó a gemir, mientras sentía el hormigueo de las mariposas en su estómago, mientras sentía como sus braguitas se mojaban, como sus pezones se endurecían.

El se pegó más a ella, y la fuerza de su cuerpo la hizo retroceder hasta chocar contra la puerta por donde acababa de entrar. Con la espalda apoyada, recibió el maravilloso beso que la hacía estremecer toda. Los labios de Francisco lentamente buscaron su cuello, que Felicia ofreció girando la cabeza. Se dio cuenta de que era muy sensible, porque la sensación que aquellos cálidos labios le producían era maravillosa.

Estaba muy excitada. Sentía sus jugos fluir, mojar sus braguitas, sus muslos. Y cuando la mano de él se introdujo bajo su falda, gimió.

-Ummmm Francisco....que me ...haces....

-Sólo te acaricio

La mano llegó a sus braguitas. Por fuera de ella, atrapó su coñito con toda la mano. Francisco frotó la rajita con su dedo corazón y Felicia estalló. Estaba en un estado de excitación tal, que bastó un simple roce de los dedos para que se corriera, con los ojos apretados, la cabeza entre los hombros de aquel maravilloso hombre, abrazándolo para no caerse al suelo.

Francisco la miró. Estaba preciosa, con los ojos cerrados, temblando de placer, abrazada a él. No era sólo ella la que temblaba. Francisco sentía cosas que no había sentido antes. No sólo era deseo. Era algo más. Sólo le importaba ella. Que ella gozara, hacerla feliz.

Felicia abrió lentamente sus ojos. Se encontró con los ojos de él. Sonrió.

-Ven

La cogió de la mano y la llevó al salón. Se sentaron juntos, pegados el uno al otro. Francisco llevó una mano a su cara, y la cogió. Se acercó y la besó. Felicia apoyó la cabeza en el respaldo. Sintió como una de las manos de él le acariciaba la barriguita, y como lentamente subía hacia sus tetas. Con delicadeza las acarició, las apretó.

-Ummm Felicia...que duritas...¿Me las enseñas?

No podía hablar. Sólo pudo asentir con su cabeza. Francisco, mirándola a los ojos, empezó a desabrocharle, uno a uno, los botones de la camisa. Cada vez que abría uno, le daba un beso. Cuando terminó, abrió la camisa. Se separó un poco para poder mirarla.

Felicia lo miraba a él. Él miraba sus pechos. La mirada de Francisco hizo que ella se estremeciera. Era una mirada llena de deseo. La hizo separar del respaldo, metió una mano y sin ningún problema, quitó el cierre del sujetador. Había quitado cientos antes, pero sólo este le había hecho latir el corazón así.

Se lo quitó. Las tetas no eran grandes, pero si proporcionadas y hermosas. Los pezones, pequeñitos se veían duros. Acercó una mano y empezó a acariciarlas. Oía los gemidos de Felicia. Como ella se pasaba la lengua por los labios para humedecerlos, como entornaba los ojos de placer.

Acercó su boca a uno de los pezones y lo lamió. Ella arqueó la espalda, acercándolo más a su boca. Lo chupó con los labios mientas la lengua le daba golpecitos.

-Agggggggg Francisco....que...rico....

Cambió de pezón. Felicia llevó sus manos a su cabello y lo acarició mientras él la lamía. Lo apretaba contra ella. El placer que le daba era tan grande que no dejaba de gemir

Francisco se volvió a separar. La miró. Sus tetas estaban ahora brillantes por su saliva. Ella lo miraba, anhelante. Él se sentía muy excitado. Su polla le dolía, atrapada en los pantalones. Si Felicia fuera cualquier otra mujer, ya la había desnudado y estaría encima de ella, follándola con fuerza. Pero no era cualquier mujer. Era Felicia. La tímida y maravillosa Felicia. Antes de hacerla suya, deseaba darle el máximo placer posible. Su ella gozaba él se sentía bien, muy bien. Eso le bastaba.

Le cogió una pierna, la que estaba pegada a su muslo y la puso sobre él. Sus piernas quedaron un poco separadas. Llevó su mano derecha a la rodilla de la pierna que estaba sobre las suyas. Y lentamente, fue acariciándola hasta llegar a las mojadas braguitas. Felicia cerró los ojos.

-No los cierres. Mírame.

Felicia obedeció. Respiraba por la boca. Los labios se le resecaban y se pasaba la lengua de vez en cuando para humedecerlos. La mano de Francisco se metió por debajo de las braguitas.

-Ummmmmmmmmm - gimió ella, sin dejar de mirarlo.

-Que mojadita estás, Felicia.

-Es por ti..Francisco..es por ..ti.

Recorrió con sus dedos aquel mojado coñito. Felicia luchaba por permanecer con los ojos abiertos, pero era difícil. El placer que sentía hacía que se le entornasen. Ella notó como Francisco separaba sus labios con dos dedos y con el dedo corazón recorría su coñito de arriba a abajo. Entraba un poquito en su virgen vagina y luego subía hasta su clítoris, frotándolo.

-¿Te gusta como te acaricio?

-Sí...aggggg síiiiii mucho...

-¿Te correrás para mí?

-Si...si...lo haré....me....aggggg correré para...ti...si...me correré para ...ti...

-No dejes de mirarme.

La siguió masturbando, cada vez más deprisa, hasta que el cuerpo de Felicia se empezó a tensar. Los ojos casi se le cerraron. Dejó de respirar. Y estalló, mirando a su amado. Estalló con el orgasmo más fuerte que recordaba.

Fueron largos segundos de intenso placer, de espasmos, de pleno gozo. Después, cuando la tensión pasó, cuando la calma volvió a su ser, cerró los ojos. No podía más.

Parecía un ángel, con la camisa abierta, sus bellas tetas ofrecidas, los ojos cerrados, una expresión de paz en su rostro. Aquella chiquilla era especial. Francisco se dio cuenta que sentía algo por ella. Algo que no había sentido nunca antes.

Era más joven que él. Su mente le decía que aquello no podía ser, pero su corazón, latiéndole con fuerza, le decía lo contrario. La besó, una y otra vez. Ella se abrazó con fuerzas a él.

-Francisco...te.....quiero.

Más de una mujer le había dicho que lo quería. El resultado siempre era el mismo. Él las dejaba, ellas sufrían. Pero ahora fue distinto. No quería huir. Quería seguir al lado de ella.

Ella lo miró. Deseaba que le dijese que él también la quería. Tenía que quererla. La besaba, la acariciaba. Tenía que quererla. Tenía que amarla. Tenía que desearla.

-¿Me quieres? - le preguntó.

-Felicia...yo...No lo sé. Siento algo por ti, pero no sé si es amor. Nunca había sentido esto antes.

Felicia tampoco. Pero sabía que era amor.

-¿Me...deseas?

-Con todo mi ser.

-¿Por qué no..? Ya sabes. ¿Por qué no has ?

-¿Intentado nada contigo?

-Sí.

-No lo sé. Te vi tan...tímida. No quería hacer nada que no desearas.

-Pero me masturbaste sin que yo lo pidiera.

-Lo sé. No tiene sentido.

-Enséñame.

-¿A qué?

-A...masturbarte. Quiero darte tanto placer como tu a mi.

Él cogió de las manos de ella y llevó a su paquete.

-Acaríciame.

Felicia notó algo muy duro debajo del pantalón. Lo recorrió con la mano, como si le quemara.

-Bésame, Felicia, bésame.

Ella se echó sobre él y se besaron con pasión. En su mano notaba que allí debajo algo palpitaba. Bajó la cremallera y metió la mano dentro. A través del fino calzoncillo la notaba mejor. Intentó sacarla, pero no pudo. No sabía como. No cabía.

-No puedo sacarla.

-Espera.

Francisco se desabrochó el cinturón, abrió el botón y tiró de los pantalones hasta medio muslo. Felicia se quedó mirando el tremendo bulto que se formaba bajo sus calzoncillos. Alargó otra vez la mano y la metió por dentro. Su mano tocó la caliente piel. Agarró aquella dura estaca. Volvía a estar muy excitada. Notaba su coñito latir entre sus piernas.

-Sácala..sácala.

Obedeció. Sus ojos se abrieron con asombro. Era la primera polla que veía, que tocaba. Le pareció enorme. Tenía miedo de apretarla, de hacerle daño.

-Está tan dura...y caliente..la siento...palpitar.

-Está así por ti...Me ..excitas Felicia...mucho.

Oírle decir que lo excitaba la hizo sentir...mujer. Por instinto empezó a mover la mano arriba y abajo, apenas apretando.

-Aprieta más la mano...no se va a romper.

Apretó más. Ahora la sentía más contra su mano. Francisco empezó a gemir.

-Ummmm que bien lo haces, Felicia.

-¿De verdad te gusta? ¿Lo hago bien?

-Muy bien....muy bien...me gusta.

Apoyó su cabeza en el hombre de Francisco, sin dejar de masturbarlo.

-Es la primera vez que ....masturbo a un hombre.

Iba a decir que era la primera vez que le hacía una paja a un hombre, pero le dio vergüenza, aunque fuera a él.

Observó que de la punta manaba un líquido transparente y espeso.

-¿Te has corrido?

-Aggg no...aún no.

-¿Qué es eso?

El miró. Supo a que se refería.

-Cuando estoy muy excitado me sale ese líquido antes.

-¿Estás muy excitado?

-Uf...mucho Felicia...

-¿Por mi?

-Claro que por ti.

-¿Te gusta mi..mi...paja?

-Mucho...lo haces muy bien...me vas a hacer...correr...enseguida. Bésame..Bésame

Levantó la cabeza y se besaron. Sus lenguas se entrelazaron. Felicia notó que el cuerpo de Francisco se tensaba, que gemía con mas fuerza contra su boca. Que su polla tenía como espasmos. Y que algo muy caliente caía por su mano. No miró. Lo siguió besando, moviendo su mano, hasta que él quedó relajado.

-Felicia..que..placer...

El orgasmo que Felicia le había regalado con su tierna mano, fue más placentero que muchos de los que obtenía con la mayoría de las mujeres. No fue sólo un placer puramente físico.

Cuando ella miró, quedó sorprendida. Su mano había quedado llena de blanco y espeso semen. Varios chorros estaban sobre el pecho y la barriga de Francisco, dejando la camisa que llevaba candidata a un buen lavado.

-Wow, cuanto semen. ¿Es siempre así?

-Casi siempre - dijo él, sonriendo.

Se quedaron abrazados un buen rato. Felicia no soltaba la polla. Miraba su mano mojada.

-Francisco...

-Dime

-Te quiero.

Espero un "Y yo a ti", que no llegó. Él quería decirlo, pero no le salían las palabras. Estaba muy confuso. Para él, un hombre con tanta experiencia, también era la primera vez.

-Espera un momento, voy a limpiarme un poco.

La dejó en el sofá y se fue al baño. Se miró en el espejo. La camisa manchada. Se la quitó.

"Esto es una locura. No es más que una chiquilla. Pero..no dejo de pensar en ella. ¿Será esto el amor?"

Volvió al salón. Ella ya no estaba. Temió que hubiese salido corriendo, pero no había oído la puerta.

-FELICIA!

-Estoy aquí.

El sonido venía de su dormitorio. Cuando se asomó, la encontró totalmente desnuda en su cama. Cama por donde habían pasado muchas mujeres. Y donde ahora ella lo esperaba.

-Francisco..Te quiero..y te deseo. Deseo que seas el primero. Deseo hacerme mujer en tus brazos. Hazme el amor.

-¿Estás segura?

-Nunca había estado más segura del algo.

Él se quitó los pantalones y el resto de la ropa que le quedaba. Desnudo, como ella, se le unió en la cama.

Rodaron sobre el colchón, abrazados, besándose, acariciándose. Los dedos de él frotando con dulzura los labios de su coñito. La mano de ella apretando su otra vez dura polla.

-Aggggg No me hagas correr con tus dedos...por favor...hazme el amor...Of..fóllame...fóllame.

Francisco buscó en su mesilla de noche un preservativo. Tenía una buena reserva siempre. Cuando ella lo vio, le cogió la mano.

-No...preservativo no..Por favor..la primera vez quiero que sea completa..

-Pero Felicia...es por seguridad.

-Por favor...por favor.

Sus ojos suplicantes lo convencieron. Dejó el preservativo otra vez en su sitio.

-¿Estás segura de esto?

-Sí.

Se subió encima de ella. La miró. Cuando ella clavó sus ojos en los suyos, y vio su deseo, comprendió que la amaba. Que estaba enamorado de esa chiquilla. El corazón le empezó a palpitar con fuerza.

Se colocó. Pasó su miembro a lo largo de la rajita y la hizo gemir. La colocó a la entrada y empezó a penetrarla.

-Agggggggggggg sí...más...más.

Lentamente fue entrando en ella hasta que llegó a algo que le impedía seguir. Empujó más fuerte y venció la resistencia. Felicia arqueó la espalda, de dolor y de placer. Dolor que enseguida desapareció y sólo quedó el placer.

Siguió entrando más en ella, hasta que los pubis chocaron el uno contra el otro.

-Mi amor....que placer..nunca pensé que fuera así....dios..mío.

La besó en el cuello y empezó a moverse, lentamente, pero profundamente. Felicia no dejó de gemir. Se sentía llena, plena. Mujer al fin. Lo abrazó con fuerza

Empezó a moverse cada vez más rápido, penetrándola hasta el fondo antes de salirse hasta la mitad y volver a entrar.

Felicia se corrió. Se abrazó con más fuerza y su cuerpo fue atravesado por el inmenso placer de su primer orgasmo con un hombre dentro de ella, con Francisco, su amado.

Él siguió moviéndose, besándola, acariciándola. En su dura polla sentía los espasmos del placer de ella. Oía sus gemidos, sentía sus caricias.

-Felicia...te...te quiero.

Ella empezó a llorar de felicidad. Las lágrimas bajaban por su rostro. Francisco las vio y las lamió.

El placer le llegó como una ola, imparable. Aceleró el ritmo de sus embestidas y estalló en lo más profundo de su primer amor. Cuando ella sintió aquella explosión hirviente dentro de ella volvió a correrse.

Los dos compartieron un intenso orgasmo, que les  cortó la respiración unos segundos.

Después, se salió de ella y se quedaron dormidos, abrazados. En los dos se dibujaba una tierna sonrisa.

Cuando un jovencito se enamora por primera vez, parece ido. Hace locuras por amor. Felicia las hacía. Ella era una jovencita. Francisco no era ningún jovencito, pero también las hizo. Todo las cosas que no había hecho cuando tenía edad de hacerlas, las hizo ahora.

Se amaban a todas horas, a escondidas. Salían a bailar a sitios en donde no los conocieran. No hubo más mujeres para Francisco, sólo Felicia. Los dos eran felices. Todo lo que él sabía del sexo se lo enseñó. Ella era una gran alumna. No había nada prohibido. Todo lo que diera placer estaba permitido.

Pero todo se sabe. La madre de Felicia se enteró de que su niña era la amante de ese tal Francisco, el mujeriego. No iba a permitir que se aprovechara de ella. Así que un día en que Felicia no estaba, fue a la casa de él.

Tocó el timbre. Le abrió él. Lo había visto varias veces. Sabía de su 'fama'.

-¿Sabe quién soy?

-No.

-La madre de Felicia.

-Pase.

-¿Está vd. saliendo con mi hija?

-Sí.

-Maldito hijo de puta.  No es más que una niña. Ya sé la clase de hombre que eres.

-No es ninguna niña. Es una mujer. Una gran mujer.

-Quiero que la dejes de ver. No la verás más.

Francisco le sonrió. Ella se quedó extrañada. Se acercó a ella.

La madre de Felicia vio como aquel hombre la miraba. Se sintió desarmada. La fama de conquistador era bien merecida. Sintió que se ponía a temblar.

Cuando estuvo cerca de ella, puso sus dos brazos a los lados de su cabeza. La miró con ese mirada que hacía estremecer a las mujeres.

-Así que no quieres que vuelva a ver a tu hija..

-No.

-Ummmm ¿Es que me quieres para ti sola?

-¿Qué dices?.

-Que estás celosa de tu hija.

Se acercó y la besó. Ella se quedó quieta, pero abrió su boca y recibió la lengua de él. Sintió que una de sus manos atrapaban una de sus tetas y la empezaba a acariciar. Cerró los ojos y gimió. Su coño se empezó a mojar. Aquel hombre la tenía a su merced.

De repente, él se separó. Ella se quedó apoyada contra la pared, sin saber que decir.

-Si lo hubiese deseado, te habría llevado a mi cama y te hubiese follado. Pero no lo deseo. Amo a tu hija. Es la primera mujer a la que amo. Y no me importa que sea más joven que yo. No quiero a ninguna otra. No existen ya más mujeres para mi.

Ella lo miraba asombrada. Tenía razón. Si hubiese seguido besándola y tocándola, habría terminado en la cama con él, adornando la frente de su marido con una buena cornamenta.

-Y sé que ella me ama. Me importa una mierda lo que pienses tú, tu marido o el resto de la sociedad. Si yo lo deseo, ella se vendrá conmigo a donde yo quiera, y no le veréis más el pelo.

La madre se empezó a asustar. Lo veía muy seguro de si mismo. Creyó sus palabras.

-Pero no es eso lo que quiero. Quiero una vida normal. Quiero una vida con Felicia. Quiero que ella sea feliz, conmigo, con su padre, con su madre. Todo depende de..ti.

Ella se recompuso las ropas. Miró a aquel hombre, aquel mujeriego que le decía que amaba a su hija. Y sin saber porqué, lo creyó.

-Perdóname....

-Francisco

-Perdóname Francisco....Cuando supe que Felicia se veía contigo, y conociendo tu..fama...me cegué.

-¿Quieres un café?

-Sí, lo necesito.

Se lo preparó y hablaron. Lo observó. Siempre había creído que el primer novio de Felicia sería un chico de su edad, inmaduro, alocado. Pero  resultó ser un hombre que sabía lo que quería, muy seguro de sí mismo. Doce años mayor que ella. Bueno, tampoco es tanto, se dijo. Mi marido me saca siete.

Al rato sonó el timbre.

-Debe ser Felicia. Espera aquí.

Cuando abrió la puerta, Felicia se le echó encima y lo besó con ardor.

-Hey, hey..espera. Tengo visita.

-¿Visita? No tendrás a una de tus antiguas pelandruscas.

-Jajajaja. No. ven

Cuando Felicia vio a su madre sentada en el salón de Francisco, las piernas le temblaron.

-Mamá!

-¿Te parece bonito?

-Mami..yo.

-¿Tener un novio tan simpático y agradable, además de vecino, y no presentárnoslo?

A Felicia se le cortó la circulación.

-Menos mal que ya me he presentado yo. Lo he invitado el sábado a comer, para que conozca a tu padre.

La madre miró a Francisco. Le sonrió.

-Bueno, si no tienes otros planes, Francisco.

-Será un placer....Doña...

-María, llámame María.

-Será un placer, María.

-Pues nada, ya me voy. Os dejo..solos.

Cuando la madre se fue, Felicia aún seguía en estado de shock. No sabía como contarles a sus padres lo de Francisco, y resulta que su madre va y se presenta solita.

-Parece simpática, tu madre.

-¿Qué?

-Que parece simpática, mi futura ..suegra.

Felicia lo miró. El amor se le salía del pecho. Fue corriendo hacia él y casi se caen al suelo.

-Sí quiero.

FIN