Cazado (II)

Así recuerdo mi segundo día de cautiverio. Me marcó para siempre. Cada vez era más suyo.

CAZADO 2

Pasé una noche terrible: si bien el colchón era confortable, apenas podía moverme. Las esposas fueron puestas muy apretadas por mi captora, y tenía un dolor terrible en las muñecas y hombros. No podía gritar por la singular mordaza que, además, todavía despedía un olor penetrante. La parte de la bombacha que salía de mi boca, Silvia la había dejado hacia mi nariz, lo que calentaba y enrarecía el escaso aire que atravesaba las gruesas medias que encerraban mi cabeza.

Varias veces sentí que estaba por ahogarme. Por momentos me encontraba excitado: tenía el olor de mi ama omnipresente, y eso me ponía a mil. Así fueron pasando lentamente las horas, dormitando en forma intermitente. En determinado momento noté un ligero resplandor, que fue haciéndose más intenso con el correr del día. Comenzaba a desesperarme. ¿Qué le había pasado a Silvia? ¿Por qué no venía? Mil pensamientos cruzaron mi mente ¿Y si me abandonaba? Pero no. De pronto sentí cómo una llave giraba en la cerradura y entre la malla de la media que me cubría la ví. Vestía un camisón blanco y pantuflas del mismo color. Tenía el pelo desarreglado, como si recién se hubiera levantado.

  • Buen día –dijo. ¿Qué tal la pasó mi pajarita?

Y acto seguido me quitó las medias de la cara. Una bocanada de aire fresco me revivió.

  • ¿Puedo sacarte la mordaza sin temor de escucharte gritar?

Asentí con la cabeza. Quitó la venda que mantenía la bombacha sucia dentro de mi boca y luego la sacó. Entonces le agradecí en forma tímida.

  • Bueno, ahora vamos a ponerte un poco más cómodo.

Aflojó la cadena que sujetaba mi cuello y desató mis pies de la cama, aunque los dejó unidos entre sí.

Hasta que pueda confiar nuevamente. –Dijo sonriendo.

Pude notar que tenía algunos magullones en la cara, producto de la patada que le había propinado el día anterior. Me ayudó a incorporarme. Quedé sentado en la cama, con las piernas colgando. Seguía teniendo mi cuello unido a la cama por el collar de ahorque y una cadena cerrada con candado, por lo que todo intento de resistencia terminaría muy mal. Después de todo, aún poniéndola fuera de combate, en esa situación, bastaba con que se fuera para que quedara sólo y quién sabe si alguna vez alguien me encontraría vivo... Además, de a poco iba dándome cuenta de lo ambiguo de mis sentimientos: por momentos me gustaba estar allí, por momentos pensaba en escapar... El tiempo decidiría sobre mi futuro, como veremos más adelante.

Dio media vuelta y se dirigió al pequeño baño contiguo. Con una toalla húmeda limpió mi cara. Acto seguido, me tomó la cabeza y dio un hermoso y profundo beso de lengua.

Ahora vamos a desayunar, pero lo haremos aquí, hasta que tengamos tu equipo completo –dijo. Y se fue.

Pude sentir un agradable olor a pan tostado mientras esperaba. Entró con una bandeja con un tazón, una cafetera grande y una jarra de leche, además de una pila de tostadas. Había una mantequera de plata y un pote conteniendo una mermelada.

Muchas gracias. Y perdóname por el golpe de ayer. Te pido que me entiendas. –dije.

Te entiendo, bebe. Perdiste por un lado, pero con el tiempo te darás cuenta de cuanto ganaste. Igual voy a castigarte más tarde nuevamente –y besó profundamente mi boca.

Ahora vamos a tomar nuestro desayuno -. Sirvió un apetitoso café con leche. Con firmeza, dijo:

Vas a tragar todo lo que te de. Supongo que no querrás enojarme nuevamente ¿no?.

Tomó unos sorbos ella, hasta que se acercó y tomando con ambas manos mi cabeza, hizo que mi boca y la suya quedaran pegadas. Acto seguido, fue soltando el líquido desde su boca a la mía. Tragué todo. Y estaba muy rico, debo admitir. Lo mismo hizo con seis tostadas, que fue masticando para ella y para mí. Así fuimos compartiendo nuestro primer desayuno, como una pareja normal. Ya me sentía mejor. Aunque me dolían las manos y los hombros.

Por favor, ¿podrías quitarme las esposas, o aunque sea aflojarlas un poco?

Dudó.

  • Bueno, pero ojito. Encadenó mis pies a la cama, acortó un poco la cadena del cuello, para que no pudiera incorporarme, por lo que quedé nuevamente acostado de flanco, y me quitó las esposas. Estiré los brazos y se lo agradecí.

Cuando terminamos nuestro peculiar desayuno y así como estaba, esposó mis manos a la cabecera de la cama y me dijo que tendríamos un poco de sexo. Levantó la pollera de mi vestido y las enaguas, soltó los candados de la parte de debajo del body y bajó las medias y la bombacha. Se quitó la bombacha y las pantis que llevaba, se sentó sobre mi cara, con su ano sobre la nariz. Yo comencé a chuparla. Luego ella bajó y me practicó la mejor felación que había tenido. Así, haciendo la 69, estuvimos un rato hasta que tuvo su primer orgasmo: en ese preciso momento soltó un chorro de orina, porque mi ama Silvia es de las mujeres que cuando tienen orgasmos, pierden un poco de orina.

Seguimos hasta que yo eyaculé. Tragó todo mi semen, y sin darme respiro siguió hasta alcanzar su segundo orgasmo. Tenía la cara y parte del vestido mojados con sus jugos. Descansó un poco, se limpió con la bombacha, a la que también orinó e introdujo en mi boca, colocó una venda para que no pudiese escupirla, tapó nuevamente mi cara con sus pantis y dijo: - Ahora tengo que salir a buscar unas cosas para tu confort –sonrió -. No te vayas a ir muy lejos eh?

Salió del cuarto cerrando la puerta con llave y me dejó pensando que, después de todo, no la estaba pasando tan mal. Lástima que seguía con la manía de taparme la cara, lo que dificultaba sobremanera mi respiración, y que ya tenía un asqueroso gusto a orines en la boca nuevamente. Por lo menos, me esposó en una forma más cómoda...

Así pasé toda la tarde.

Cuando regresó, dijo que tenía algo para mi. Se acercó. Soltó un poco la cadena que sujetaba mi cuello y la que unía las piernas. Se había olvidado de la mordaza y las medias que cubrían mi cara. Desesperadamente, se lo indïqué con gritos ahogados. Me dió una bofetada.

Soltó un poco más la cadena, liberó mis manos para esposarlas a la espalda y me tiró al suelo. Se quitó los zapatos y, colocando sus transpirados pies sobre mi cara, se entretuvo algún tiempo en ahogarme.

Me quitó la media y la mordaza y dijo que lamiera. Tenía un gusto agrio pero me daba cuenta de que la situación me gustaba cada vez más.

Cuando se cansó dijo que me mostraría sus regalos. Me dejó tirado y regresó con una bolsa grande. Sacó una caja y la abrió, mostrándome unos zapatos de taco alto y no muy fino, cerrados por delante; por detrás, a la altura del talón salía una tira de cuero grueso que terminaba en una especie de tobillera con varias argollas.

Me quitó las esposas y dijo que los probara. Me los puse. Mediante la tobillera se mantenían en su lugar. Tenían unos pequeños aros de metal cada medio centímetro, y uno más grande en la parte interior de la pierna. Se acercó y me los ajustó, cerrando cada uno con un pequeño pero fuerte candado. Luego pasó una cadena por el aro de uno y otro, uniendo los extremos con otro candado. Mis piernas podían separarse no más de 35 cm. Cuando terminó, me dijo:

Este regalito es para que no intentes irte lejos cuando permita que circules por la casa para hacer tus trabajos. Como puedes notar, toda la vestimenta dificulta tu movilidad y me asegura que permanezcas bajo mi control.

Te colocaré el resto del equipo.

De la bolsa, sacó un collar de cuero grueso que tenía una argolla adelante y una a cada lado, ajustándolo y cerrando el dispositivo con candado. Me colocó un cinturón que tenía otra argolla adelante y muñequeras anchas, a las que unió con una cadena cuyos extremos vinculó a otra de 1,20 m, uniendo finalmente la punta con en el candado de mis piernas. Dijo

que me incorporara. Quedaba ligeramente inclinado ante ella, con lo que resultaría imposible intentar toda resistencia. Esta mujer me demostraba cada vez más que sabía bien lo que hacía, además de una enorme obsesión por controlarme.

Acto seguido, me colocó el collar de ahorque y dijo: - Ven, vamos a pasear.

A duras penas pude seguirla, cayendo varias veces. El body-corsé hacía que me cansara mucho, y las cadenas dificultaban cada paso. Los zapatos eran de terror: dolían y a cada rato hacían que me doblara el tobillo. Implacable, ella mantenía la cadena tirante y cada caída era un pequeño ahorcamiento.

Así llegamos hasta la cocina y abrió una puerta que conducía al sótano. En uno de los rincones había una especie de camilla. Unió el collar de ahorque a una argolla de la cabecera, manteniendo mi cara pegada al tapizado. Soltó mis manos y las esposó a los costados, de manera que quedara boca abajo. Fijó la cadena de las piernas a otra argolla, de forma tal que quedaba medio arrodillado y con la cola levantada. Me volvió a amordazar. Levantó mis faldas y soltó la parte de abajo del body, bajando bombacha y medias. Quedaron así mis nalgas expuestas. Entonces dijo:

  • Ahora voy a marcarte.

Buscó una pieza de metal en un armario y me dejó. Al rato regresó de la cocina con la marca humeante. Yo, desesperado, intenté moverme, pero todo era inútil. Sonriendo, me dijo:

Quédate quieto, pues si sale mal tendré que borrar y repetir. Esta será la primera de varias que llevarás. Y mis iniciales grabadas a fuego sobre tu cuerpo te recordarán siempre tu condición.

Sentí un terrible dolor en la nalga derecha. Un grito quedó ahogado por la mordaza. Se fue y regresó con unos frascos de desinfectante, que aplicó en la quemadura, provocándome todavía mayor dolor.

Así estuve un tiempo, durante el cual me iba acostumbrando y sentía menor molestia. Me puso una gasa, subió la bombacha y las medias, cerró nuevamente el body y me soltó de la camilla. Sin esposarme, me introdujo en una pequeña jaula que había en un rincón, donde cabía apenas, cerró con llave la puerta y dijo:

Como estás castigado, esta noche no comerás ni beberás, y además dormirás ahí. Ah, te tengo dos noticias, una buena y una mala: la mala es que debo viajar a España dentro de unos días, y la buena es que como mi empleada de confianza está de vacaciones, te cuidará una amiga. Por favor, no le hagas dar rabieta porque es una chica muy dulce, y está embarazada de siete meses. Estimo que en una semana podré reencontrarme contigo. Ah, mañana temprano te indicaré tus tareas domésticas.

Se fue.

La jaula era de hierro, con el piso de madera dura y el techo también. Del lado de adentro tenía alambre tejido. No podía estirarme totalmente. En posición casi fetal me daba cuenta que era la única forma en que dormiría.

Quedé cavilando que con su partida, a lo mejor podía llegar a zafar. Una embarazada sería un enemigo más fácil de vencer.

Pero pensaba: ¿qué haría si me escapara? Pese a sus torturas, ella parecía preocuparse por mí. Además, me había hecho gozar como nadie hasta el momento. Y después de todo, recordé, estaba cumpliendo parte de mis fantasías. Noté que tenía una nueva erección. Pero todavía quería mi libertad.

El nuevo día traería nuevas sorpresas y certidumbres.

Torturado por la sed, di vueltas hasta que el sueño llegó y pude evadirme, al menos por un rato.

CONTINUARÁ.