Cayendo al vacío
Cayendo al vacío, de Caronte. Caíamos en el abismo de la droga, ella y yo.
3 de diciembre
Abro los ojos. Una sonrisa de medio lado cae de mi cara. Sigo derrumbado en la bañera, sin huevos ni cerebro suficiente como para levantarme. El agua que me cubre empieza a enfriarse. No me importa. En mi mente suena la misma música de todos los días y mis ojos ven a la mujer de siempre. Vanessa, mi dulce Vane... Se ve preciosa, sentada en el suelo, y con sus dos pupilas fijas en mí. Sonríe. Cosa de la mierda que lleva por las venas. Su sonrisa sigue siendo preciosa.
Vanessa, dulce Vanessa. Morena de ojos verdes, el pelo largo le cae en interminables bucles sobre los pechos. Tiene el aspecto de una muñequita frágil. Siempre lo ha sido para mí. Mi muñequita de cuerpo frágil y alma recia.
Mientras la miro, me asalta la certeza de que estoy de nuevo cayendo al vacío, pero creo que ahora ya no me importa. Nunca me importa absolutamente nada cuando hay heroína de por medio. No me importa nada hasta horas después de haberme metido el pico...
Río y la risa es sabotaje ronco y cazallero de mi garganta. Cierro los ojos y vuelvo atrás. Me jode mucho este efecto que me causa la droga... joder, no quiero recordar. Si quisiera recordar dónde estoy, quién soy... ¡Hostia! ¡Si me gustara ser consciente de toda esta mierda no me chutaría!
Cuatro meses antes.
14 de agosto.
¿Estás seguro?- La voz dulce le tiembla a Vanessa.
Tranquila, cielo, sólo hay que saber controlarla. Esto no es peor que la coca que nos metemos los fines...
Está bien...- clava sus preciosos ojos verdes en mí y mi alma se remueve en un alarde de orgullo.
Anudo la goma en su brazo. Busco la vena. Es la misma puta secuencia de siempre, la que tanto he repetido con mi propio brazo. Pero ahora no es mi cuerpo, sino uno que me importa mucho más. Pincho. Vanessa se queja.
¿Te ha hecho daño?
No. Haz lo que tengas que hacer.
Lo hago. La cuchara impregnada con restos de heroína cae al suelo tras haber hecho entrar la droga en la jeringa. Introduzco la mezcla en el cuerpecito delgado de Vanessa. Cierra los ojos.
Empezamos a volar juntos, como ángeles al infierno.
Empezamos a volar juntos, como idiotas a la muerte.
Caemos sobre la cama. Vanessa me besa, se ríe, me abraza con toda la fuerza que sus brazos poseen mientras hace lo posible por desnudarse a toda velocidad. Su mirada perdida pasea por mis ojos. Hasta colgada, sus ojos son la cosa más bella que jamás he visto. Vanessa lucha con la ropa, forcejea, enfervorecida, con cada botón, con cada prenda, para dejarnos desnudos. "Y ya verás la que voy a liar/ Veo tu cuerpecito y me pongo contento..." canta el solista de "Marea" sólo en mi cabeza. "Tratará de hacerme desnudar/ Así más mejó , hace calor aquí dentro..."
Vanessa, entre estirones, se carga su camiseta, desgarrando la prenda sobre su torso de mujer sublime. No le importa. Nada nos importa. A mí sólo me importa que se le ve un pecho por la abertura de la tela... se le ve un pecho y despierta el hombre dormido en mis entrañas. Gruño y me abalanzo hacia su prenda, termino de romperla, le desnudo las tetas, me emborracho de pezón.
La sangre que nos recorre el cuerpo no encuentra forma de frenar. Galopan, sangre y droga, por nuestras venas, y el mundo se detiene allí fuera sólo por nosotros dos, por que nos lo merecemos, por que somos dioses, por que somos los putos reyes del mundo. Reyes colgados que se devoran los cuerpos.
Vanessa me empuja hasta que acabo tumbado en la cama, boca arriba. Se muerde el labio inferior con gesto de niña traviesa, perfecto abalorio para su cara preciosa y su cuerpo desnudo. Se sube encima mío. Me recorre todo el cuerpo con la lengua, se entretiene en todos y cada uno de los puntos que son capaces de hacer que me vuelva loco. Su cuerpo desnudo se frota con el mío.
Me monta.
Mi polla entra en sus entrañas y le arranca un suspiro al que respondo con la misma moneda. Nuestros dos seres se hacen uno en esa hoguera que tantos poetas han intentado describir y ni uno sólo ha podido conseguirlo.
Suspiros.
Su cuerpo bota encima mío. Su verde mirada enloquecida domina mi paisaje. Sus pequeñas pupilas se clavan en mí. Los sonidos se contagian de lubricidad. Laten los cuerpos. Queman las venas.
Follamos.
Vanessa salta sobre mí. Sus pechos, pequeños cuencos blancos, me caben en la palma de la mano. Sus dedos se engarfian sobre mis hombros mientras su cadera repite el mismo movimiento. Arriba, abajo, delante, detrás, arriba, abajo.
Jadeos.
Su coño devora mi verga. Su pelo es un manto negrísimo que serpentea sobre sus tetas, cayendo sobre mí, hasta casi tocarme la piel. La droga y el placer marchan de la mano en nuestras venas. Arde dos veces la sangre.
Sudamos.
Los jadeos se multiplican en sus labios y en los míos. Su cuerpo desnudo se estremece de placer. La temperatura sube. La miro a los ojos. Pozos sin fondo de agua verde que me atrapan. Corrientes de placer nos causan espasmos en cada músculo.
Gemidos.
Los cuerpos se alteran. El mío se almuerza las ganas de embestirla, de darle fuelle, arriba y arriba hasta acabar en el techo, colgados de la lámpara y follando. El suyo tiembla sobre mí y acelera el trasiego duro y caliente. Se incendian los corazones.
Arriba y abajo.
Repetimos el movimiento, y ninguno es igual que el anterior. Todo es nuevo, coño nuevo, nueva polla, nuevo amante a cada segundo por que el instante anterior se borra de nuestra memoria para dejar paso al mejor momento de nuestra vida, que no deja de actualizarse cada vez que la penetro.
Ojos vidriosos entre murmurios de placer.
Arriba y abajo, arriba y abajo, sus dedos se clavan en mi piel, los sexos palpitan uno dentro de otro, arriba y abajo, el placer intenso nos atrapa, el mundo da vueltas sobre nosotros, arriba y abajo, los gemidos míos son gritos en boca de Vanessa, arriba y abajo, el universo se reduce a su sexo, allí está el alfa y el omega de todo lo que sé y a lo que pertenezco, arriba y abajo, arriba, arriba, abajo, abajo, ¡Gritos!. Estallamos en fluidos y gritos de gozo completo. Los cuerpos se nos incineran de placer.
El orgasmo nos llega a los dos a la vez. "Cuánto tiempo, Vanessa... cuánto tiempo sin vaciarnos juntos..."
Mi chica se deja caer sobre mí, sus pechos pequeños y perfectos se aprietan contra mi torso y los sudores se mezclan tal y como se han mezclado flujo y semen en su coño hace sólo unos segundos.
Noto su corazón enloquecido, casi tanto como el mío, latir a flor de piel a través de su cuerpecito delgado.
Su mirada agradecida se clava, de nuevo, en la mía. Caigo en el vacío de sus ojos esmeralda. Nos besamos sonriendo.
17 de agosto.
Han pasado ya tres días. Tres hojas del calendario han caído. Tres soles se han escondido. Tres lunas crecientes han besado nuestra frente por la noche. Llego a casa después de un día de mierda en el curro y Vanessa me espera en el sofá.
- ¿Te queda algo?- pregunta, con voz de niña y gesto de ídem.
La miro a los ojos. Me desarbolan sus pupilas verdes. Sonrío. Saco una pequeña bolsa de plástico de la chaqueta y se la enseño. Sonríe. Vanessa sonríe. Yo sonrío y, unos minutos más tarde, toda la puta gente de este no menos puto mundo sonríe.
Hacer el amor, colgado, con Vanessa es elevar al cubo cada sensación. Cuando sus manos acarician mi polla, cuando mis labios se posan en sus areolas y su vientre delgadito se contrae por que mis dedos le buscan el sexo... cuando me la chupa, y yo le acaricio el cuello y su lengua travesea en mi glande... cuando follamos y damos rienda suelta a todos los instintos que se nos pasan por la mente entumecida por la droga... En todos esos momentos no existe nada más que el placer embotándonos los sentidos.
Vanessa es una diosa del sexo, un cuerpo sabio y delgado donde, seguro, no cabe todo el vicio que se guarda. Ella, hasta con la droga machacándonos, controla siempre el tempo de la acción, sabe el momento exacto para cambiar de ritmo, o de postura. Vanessa es una maestra del sexo a la que le encanta enseñar...
Además, le vuelve loca que me la folle a cuatro patas. Sentirse animal mientras follamos, notar mi polla llegar lo más dentro posible en ella. Vanessa me ofrece la grupa, la penetro, y su primer orgasmo no se hace esperar. Cuando se recupera, reanuda la marcha y me lleva al cielo tantas veces como quiera. Follamos como dos locos.
Como dos locos colgados.
23 de septiembre.
Una estación acaba, entra la siguiente y el mundo sigue igual de gilipollas que la semana pasada. Los días pasan entre picos y polvos. La noche siempre nos sorprende desnudos, colocados hasta las cejas y follando como locos. Cada día nos volvemos a meter para volar juntos, jodiendo como si se nos fuera a acabar el mundo, mientras en la radio se repiten las mismas canciones de siempre.
Ayer me echaron del trabajo, me alegré. Le tiré la camiseta del uniforme al gilipollas del encargado y le dije que se la metiera por el culo. Más tiempo con Vanessa. El mundo puede irse a la mierda.
5 de octubre
Vanessa y yo vivimos casi encerrados en la casa. No nos hace falta salir a por comida por que comemos bien poco. Nos drogamos, follamos, y nos dormimos viendo cuánta mierda puede tragar algún famosuelo del tres al cuarto antes de acabar vomitando sus penas. Vanessa casi siempre se queda dormida acurrucada a mi lado, desnuda por completo, con sus labios casi rozándome la mejilla.
Su cuerpo dormido es aún más bello. Sería perfecto si no fuera por las marcas de pinchazos en su brazos. No me importa. Para mí, es absolutamente perfecto.
Pienso un poco. Es difícil cuando llevas evitando hacerlo tantísimo tiempo. Ayer por la tarde nos metimos lo último que nos quedaba. Nos hemos quedado sin droga. Es curioso. Me empieza a importar más el caballo que la comida. Comienzo a vestirme, tengo que hablar con el Juancho, a ver si puedo volver antes de que Vanessa se despierte.
¿Qué haces, Marcos?- me pregunta amodorrada, abriendo levemente los ojitos.
Nada, cariño, voy a salir a por un poco de jaco... espérame aquí.
Te acompaño.
La frase me pilla descolocado. Jamás ha pasado por mi cabeza ver a Vanessa en el barrio de la droga. Es muy distinta a todo lo que allí se ve. Ella es muy superior a esas fulanas que follan para conseguir una dosis. no. Ella es muy ajena a la mierda de ese mundo de mierda. Pero supongo que eso es lo que he conseguido. Meterla en ese mundo de mierda.
No, preciosa... ese puto barrio es peligroso.
Contigo voy hasta al infierno, joder. Deja que me vista y te acompaño.
Despierta, sus ojos tienen una fuerza a la que no me puedo resistir.
- Está bien.
Nos desplazamos por las tortuosas callejuelas del barrio más peligroso de la ciudad. No existe el socorrido ruido de ventanas rompiéndose, ni el tan tópico alarido de las sirenas de policía básicamente porque aquí no quedan cristales por romper y los policías no tienen siquiera huevos a entrar. Este barrio no conoce más ley que la de la navaja.
El Juancho reparte en un callejón mugriento al lado de una nave industrial abandonada. El olor a mierda y la ruina se apoderan de toda la escena. Puto paisaje apocalíptico y depresivo... En un rincón, un viejo disfruta de su borrachera tirado sobre bolsas de basura. Alza una botella de algo y canta a voz en grito:
- ¡Viene desde muy lejos y ya/ No le queda ni memoria!/ ¡Dice que un duende se la cambió/ por un ratito de gloria!
El viejo ríe y Juancho pasa de él para observar quién entra en el callejón. Por si acaso, se echa la mano al bolsillo para asegurarse que su pistola sigue allí. Sin embargo, cuando me ve se le iluminan los ojos.
¡Marquitos! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Ya te has metido todo lo que te pasé? ¡Joder, nano, eres un campeón! ¿Y quién es la preciosidad que te acompaña?- Vanessa se agarra a mi brazo. Los ojos del camello intimidan.
Nadie que te importe. Sólo una compradora más. ¿Entendido?
Vale, nano, vale... ¿Cuánto vas a querer hoy?
Lo de siempre. Y pásamela de la buena, no de la mierda que les sueltas a los colgaos ...
- Tranqui , nano. Tú eres de confianza. Sé que tú controlas...- responde el camello.
Vanessa y yo compramos la droga. Ella no se atreve a decir nada, sé que está asustada del ambiente jodido que se respira en el callejón y puede que hasta en todo el puto barrio. Su mano aprieta con fuerza la mía casi hasta hacerme daño. Quizá no tendría que haberla traído. Recuerdo la primera vez que traté con Juancho. Un colega me trajo aquí y yo no dejaba de mirar a los lados, esperando que algún loco con una navaja surgiera gritando de las sombras y me rajara el cuello. Estaba cagado. Como Vanessa.
¡Eh, Marquitos!- me grita el Juancho cuando mi chica y yo ya nos alejamos con la droga.
¿Qué quieres?
¡Si algún día no tienes pasta que venga ella a comprar! ¡Seguro que le puedo fiar!- grita con una sonrisa socarrona. Me dan ganas de partirle la boca.
¡Que te den por culo, gilipollas!- Grito, mientras Vanessa se aprieta a más mí y su mirada, cargada de rabia, parece querer atravesar el cuerpo de Juancho.
La tristeza, que se nos había pegado como una lapa desde que entramos en aquél puto barrio, nos esquiva en cuento la droga entra en nuestro organismo. A Vanessa se le iluminan los ojos. "Neuronas del cuerpo más perfecto del mundo, embarquen en un nuevo vuelo", pienso mientras Vanessa disfruta el subidón. Con el caballo trotando por sus venas, mi chica parece animarse por momentos. Una mirada de vicio le llena las pupilas.
La jeringa cae al suelo.
Encima de la mesa. Ni llegamos a la cama. Vanessa se quita las bragas y se sube encima de la mesa. Su coño, dulce y rasurado, asoma bajo su minifalda vaquera.
- Ven, cari...- La obedezco. Me arrodillo ante ella y le separo las piernas. La acción la coge por sorpresa. Ella sabe que no soy el mayor defensor del sexo oral. Pero hay ocasiones y ocasiones...
Enrollo la falda en su cintura. Vanessa alza el culo para permitir el paso de la prenda. La vista es única.
Me amorro a su coño como si fuera un bote de cerveza. Lamo, chupo, beso, mordisqueo suavemente. Vanessa se deja tumbar en la cama mientras yo sigo con mi lengua entre sus piernas. No dejo un punto sin tocar. Los muslos tampoco se me olvidan. Sus piernas se estremecen con cada caricia.
Gime. Mis dedos se unen a la fiesta. Uno juega en la entrada de su ano, sin penetrar, simplemente haciendo círculos sobre su fruncido agujero. Otros dos se introducen de golpe en su coño mojado, arrancándole un grito de placer.
Por Dios, Marcos... como sigas así vas a hacer que me corra.
¿De verdad?- No dejo de masturbarla con velocidad mientras hablo.- ¿De verdad te vas a correr? No te creo...
Marcos... joder... mete... métemela... que...- Vanessa no puede hablar más. Un gemido le corta la frase y desiste de contarme sus cuentos.
La penetro con los dedos mientras froto su clítoris con la lengua. Vanessa se remueve, alza sus caderas al ritmo rápido de mis dedos. Ya no habla, ahora sólo gime incoherencias, mientras su mano derecha se posa en mi cabeza y la otra va hacia su boca para taparla.
Vanessa palpita toda ella. Casi puedo verla latir. Tiembla, se estremece, grita, se muerde el puño, patalea desbocada... se corre... Vanessa explota en un orgasmo dulce y lleno que la deja desmadejada sobre la madera dura de la mesa.
- Vamos a la cama que te voy a follar hasta que te dé vueltas el techo...- me susurra, con la voz anegada de vicio, tras recuperarse del poderoso clímax que le he causado.
La sigo hasta la habitación.
Una hora después, me hace estar completamente seguro de que siempre cumple sus promesas.
3 de diciembre
Las cosas empiezan a joderse. La cuenta del banco está vacía desde hace una semana. No nos queda un chavo. Hace tres días nos cortaron la luz. La poca comida que sobrevivía nos la acabamos ayer. Hoy hemos comido en casa de su familia. Nos miraban como a dos enfermos, sin atreverse a decir nada. Tampoco nos hemos atrevido nosotros a pedirle la pasta que necesitamos. Vanessa no dejaba de rascarse los brazos. "Esta camiseta de manga larga me pica un huevo", había dicho...
Toda una semana sin pincharnos. Necesito la heroína. No puedo aguantar más sin ella. El mundo se me echa encima. La vida me agobia y se cree que me tiene cogido de los huevos.
¿No tienes nada?- Vanessa está pálida, y nerviosa. Le tiembla la voz. El mono se nos lleva.
¿De verdad crees que si tuviera algo no nos lo habríamos tomado ya?- le contesto a viva voz.
¡Oye, a mí no me grites! ¡No tengo culpa de que te hayas gastado toda la pasta!
"Que te hayas gastado toda la pasta". Me echa la culpa. A mí. Debería gritarle que hasta que la metí en esto yo dominaba muy bien la droga, que siempre tuve pasta suficiente para mí. Ha sido ella la que me ha jodido. La culpa es suya. Sólo suya. Y me la echa a mí. Puta de mierda. Debería gritárselo. Debería... La mano se me va sola. Golpea su cara y la tira al suelo. Vanessa cae al suelo. Cae por que yo le he pegado.
¡Vete a la mierda, hijo de puta!- me grita, protegiéndose con la mano la mejilla abofeteada y se encierra en su habitación.
¡Puta de mierda!
Ya no me acuerdo ni por qué discutimos. No me importa. Aporreo la puerta de la habitación. Sigo gritando. "Le he pegado, ¿Cómo he podido pegarle?", pienso. No, no pienso. Ya no pienso. Sólo grito sin saber por qué. La rabia se me lleva. El mono, disfrazado de rabia, se me lleva.
- ¡Abre, cabrona! ¡También es mi habitación! ¡Como eche la puerta abajo vas a saber lo que es bueno!
No abre. Vanessa no abre y yo no echo abajo la puerta. No tengo fuerzas para eso ni para nada. En vez de ello, me deslizo hasta el suelo y allí rompo a llorar. Lloro como un niño. A mis oídos llegan otros sollozos además de los míos. Al otro lado de la puerta, Vanessa llora como yo.
"Contigo voy hasta al infierno, joder", me había dicho una vez. "Bienvenida".
Lloro. Las lágrimas ensucian mi rostro afeado por la droga. He golpeado a Vanessa. Soy el tío más hijo de puta del mundo. Soy mi padre, golpeando a mi madre. Soy el gran cabrón que violó a Vanessa cuando tenía quince años. Soy el yonqui hijo de puta que me dio una paliza cuando tenía doce años para quitarme mil pelas y pagarse el pico. No... no quiero ser ninguno de ellos. Quiero escapar de todos, de mí. Me siento atrapado, la casa se me echa encima. Necesito salir a la calle. Necesito aire antes de pudrirme entre estas cuatro paredes. Si respiro a lo mejor me salvo. El aire puro debería purificarme.
Entre lágrimas, salgo por la puerta y bajo las escaleras a la carrera.
El sol me daña los ojos. El aire frío me hace temblar. La gente me mira por la calle. "¿Qué miráis? ¡Dejadme en paz! ¡Iros a la mierda!". Escapo a correr. Me introduzco por las calles, huyendo de toda la gente. Encuentro la soledad en la enésima esquina que doblo y me asusta como no creí que me pudiera asustar. Me encuentro solo y no me gusta. Sigo corriendo.
Tropiezo con algo y caigo al suelo. Me despellejo contra la acera. No me importa. Tengo que escapar. ¿De qué? No lo sé. No me importa.
- ¿Se ha hecho usted daño?
Levanto la vista. Un tipo gordo y elegante se acerca a mí. Ése es un tipo de pasta. Sí. Mucha pasta. Me levanto sin contestar. Mi mirada vacía se clava en su cuerpo débil y rechoncho.
Ya creí que no te volvería a ver por aquí. ¿Cómo está tu chica?
¡Vete a la mierda! ¿Me das el jaco o qué?- le grito, desquiciado, a Juancho.
Tranquilo, tío, toma. Con tranquilidad... deberías dejar esa mierda. Os está jodiendo.
¿Qué eres ahora? ¿Médico? ¡Déjame en paz! Toma la pasta.
Le extiendo los billetes. Tengo los nudillos pelados y aún sangrando. Juancho no pregunta nada sobre ello. Se lo agradezco.
Pillo la droga y salgo de ese maldito barrio a la carrera.
Hay un ruido de aguas detrás de la puerta. Los ríos corren, del grifo al desagüe. La jeringuilla me tiembla en la mano. Intento tranquilizarme. Quemo la heroína en el papel de plata que me he afanado. El retrete me mira con su ojo, grande, negro y sucio, que hiede a mierda como toda mi vida. Por el agua muerta se adivina un pozo sin fondo. Quizá sea ese el vacío en el que tanto tiempo llevo cayendo.
Al final, como siempre, la droga también entra en la jeringa, primero, y en las venas de mi brazo, después. Quizá sea mucha para uno solo. Quizá debería haberla compartido con Vanessa. Que se joda. Cierro los ojos y el subidón me golpea con toda la violencia.
Algo va mal. Todo va mal. La jeringuilla está en el suelo. La droga me revienta en el cuerpo. La mierda esta no es buena. La angustia me sube del estómago a la garganta, mi tráquea se cierra, se me nubla la vista... El cubículo cada vez se estrecha más. La puerta está atrancada, la ventana no se abre, las paredes me ahogan, la droga me atrapa... grito silencios por mi garganta asfixiada.
El cuerpo no me responde. Tengo miedo. Juancho me ha jodido. Me ha vendido el jaco adulterado que le vende a los jodidos yonquis... Para él, ya sólo soy uno más de esos desesperados a los que lo mismo les da los que se metan. Para él... y también para mí. Siento la vida escapárseme entre espasmos.
Sobrevivo. A pesar de todo, a pesar de todos, vuelvo a ganar la batalla. Sigo siendo el puto rey. Salgo mareado del cubículo. Alguien en el bar me dice algo.
- Ahora no, me piro.- digo, sin escuchar siquiera.
Salgo del local y no me acuerdo dónde está mi casa. Deambulo por las calles durante horas, aunque quizá hayan sido sólo quince minutos. No sé. Mi mente descubre un resquicio por donde colar una pizca de lucidez. Me localizo. Adivino dónde estoy y me encamino hacia casa. Llego a mi portal. Las llaves se me caen de las manos. Tengo sueño. Recojo las llaves y abro la puerta. Tengo ganas de llegar a casa y dormir. Y luego pedirle perdón a Vanessa, y reconciliarnos haciéndole el amor.
Entro en casa. Grito el nombre de mi chica y sólo el silencio me responde.
- ¡Vane! ¡Nena, lo siento mucho! ¡Siento lo que te hice! ¡Perdóname! ¿Vane, dónde estás?
La puerta del baño está abierta. Entro. Vanessa duerme, sentada un rincón.
- Vane, cariño...- observo su brazo, miro la goma que lo anuda. Una jeringuilla cuelga de él. Hay una cuchara en el suelo.
"Si algún día no tienes pasta que venga ella a comprar... Seguro que le puedo fiar". Las palabras del Juancho me rebotan en la bóveda vacía que tengo entre las orejas. Que no le haya vendido la misma mierda que a mí, por Dios, sólo pido eso.
El corazón se me hace un guiñapo en el centro del estómago. Levanto la cara de Vanessa. No duerme. Tiene los ojos abiertos, pero sus pupilas casi no se ven. Sus labios se han detenido en una eterna sonrisa azul. Azul como sus uñas. Tiemblo de miedo.
- No, Vanessa, no... no me jodas.- Intento buscarle un pulso que sé ya inexistente.
Vanessa no duerme, Vanessa no late, Vanessa no respira. El grito que sale de mis pulmones suena a cañonazo, a insulto bronco dirigido a los dioses. Golpeo la pared con fuerza y rabia y locura y desesperación. Mi puño choca y oigo un crujido. Pero no me duele. O quizá es que no me importa que me duela.
Mi mirada se pierde por el cuerpo perfecto de mi chica. Sus pechos ya no secuestrarán mis besos, sus pezones no volverán a escurrirse entre mis dedos, su boca no volverá a unirse con la mía, sus ojos ya no brillarán de vicio mientras rodamos por la cama, su coño ya no volverá a darme noches enteras para guardar en la memoria. Ya no volveremos, ni ella ni yo, a volar juntos...
"A ti te acompaño hasta el infierno, joder", dijo ella. Hasta el infierno.
- Yo también, cariño, yo también.- sollozo, en el silencio fúnebre del baño.
Lleno la bañera. El grifo vomita agua caliente que empieza a invocar un vaho consistente que se expande por todo el baño. Me desnudo con la vista perdida. Me muevo lentamente entre la bruma, como un zombie. Un zombie que llora. Por primera vez en años, lloro por un motivo que lo merece.
Dejo la cuchilla de afeitar sobre el borde de la bañera.
Me meto en el agua calentísima.
Dos dolorosos tajos, uno por muñeca, y me abandono al abrazo caliente del agua. Cierro los ojos.
Abro los ojos. Una sonrisa de medio lado cae de mi cara. Sigo derrumbado en la bañera, sin huevos ni cerebro suficiente como para levantarme. El agua que me cubre empieza a enfriarse. No me importa. En mi mente suena la misma música de todos los días y mis ojos ven a la mujer de siempre. Vanessa, mi dulce Vane... Se ve preciosa, sentada en el suelo, y con sus dos pupilas fijas en mí. Sonríe. Cosa de la mierda que lleva por las venas. Su sonrisa sigue siendo preciosa.
Miro el agua. Es un manto rojizo. ¿Cuánta sangre debe quedarme? No creo que sea mucha. El baño empieza a dar vueltas sobre mi cabeza. Me dejo caer en el colchón de dulces sombras que me rodean. Alguien golpea la puerta de casa. Gritan mi nombre. No me importa. No va a llegar a tiempo.
Cierro los ojos y me noto de nuevo, finalmente y ya por última vez, cayendo al vacío.