Catwomans Prey III

Pasa el tiempo y Catwoman decide abandonar Metrópolis y volver a Gotham. Dejando atrás a Superputa, se lleva cono ella a Batcoño.

Secuela del relato "La caida de Supergirl", aunque ahora es Batgirl la protagonista. El relato es original de Citizen Bane y apareció allá por el año 2000 en la página "BDSM Library" bajo el título de "Catwoman's prey" (La presa de Catwoman) haciendo un juego de palabras, supongo, con la serie de cómics "Birds of prey". A pesar de las evidentes similitudes con la serie anterior, tiene algunas situaciones bastante interesantes.

A partir de ahora la historia abandona el caracter sado para adentrarnos en una relación más de dominación con grandes dosis de humillación. Espero que la disfrutéis al igual que la he disfrutado yo.

III

Aunque ya había alcanzado su segundo orgasmo, Barbara seguía montando en la polla de Supergirl como si fuese una posesa, gimiendo en alta voz. Supergirl, por su parte, temblaba agotada por la estimulación constante de su ultrasensible clítoris-pene. Sus jugos inundaban el coño de Barbara, que corría por sus piernas hasta el suelo formando un pequeño charco. En un momento, en el que Supergirl abrió su boca para tomar aire, Barbara con avidez la cubrió con fuerza con la suya invadiendo con su lengua la boca de Supergirl.

  • ¡Tómatelo con calma, puta! – dijo entre risas Catwoman. - ¡Vas a matarla! Muchachos, separadlas antes de que Batcoño acabe de secar a la Superputa.

Barbara gritó consternada cuando los hombres de Catwoman desataron sus tobillos y la apartaron de la polla de Supergirl. Luego desataron a Supergirl y la tumbaron en el suelo para permitir que se recuperase.

A Barbara, que seguía gimiendo y retorciéndose, también la liberaron de sus cadenas. Su rostro estaba completamente enrojecido, el pelo enmarañándole la frente y sus muslos cubiertos por una mezcla de sus propios fluidos y los de Supergirl.

Cuando uno de los hombres le quitó las esposas, entreabrió los ojos para ver que, tendiéndose de espaldas, esperaba ya uno de los secuaces de Catwoman para follarla. Barbara no podía dejar de mirar con avidez como la inhiesta polla apuntaba hacia ella. Obediente, abrió sus piernas cuando dos hombres la sujetaron de los muslos y comenzaron a bajarla sobre el miembro del hombre tendido.

  • ¡Aaaaaaaah! – gimió inmediatamente Barbara de placer al sentir la invasión de la verga en su sexo comenzando seguidamente a cabalgarlo.

  • ¿Ve? ¡Ya le dije que era una puta! – le dijo Catwoman al Dr. Rancor en voz alta haciendo que todos los presentes en la sala se echasen a reír.

Aunque en lo más profundo de su ser Barbara se sentía avergonzada por el comentario, estaba demasiado caliente, demasiado excitada, como para detenerse. Cerrando los ojos de nuevo, continuó cabalgando al hombre con total abandono.

La muchacha se puso a gemir aun con más fuerza cuando otro hombre se arrodilló tras ella y comenzó a presionar con su polla la entrada de su culo. Cuando un tercer hombre se colocó frente a ella, Barbara abrió de inmediato su boca y, con entusiasmo, engulló su polla. Los tres hombres recorrían el cuerpo de la joven con sus manos, amasando y apretando su carne y sus pechos, pero aun así, las toscas caricias de aquellas manos solo lograban aumentar la excitación de Barbara. En cuestión de segundos se corrió, y volvió a correrse otra vez, y otra, corcoveando locamente como una potra salvaje.

Mientras observaba la escena, Catwoman comenzaba también a excitarse. Dándose la vuelta, vio que Supergirl tampoco quitaba ojo de la triple penetración de Barbara, sobando sus pechos con una mano mientras que con la otra acariciaba su polla.

  • ¡Mal, mal, zorra! – dijo Catwoman riéndose mientras se despojaba de su traje de gata. - ¡Vamos, muchachos, no dejemos sola a nuestra Superputa!

Acercándose a Supergirl, se empaló a sí misma con el clítoris-polla de la muchacha. Supergirl lanzó un grito de placer y un secuaz de Catwoman aprovechó para ocupar un sitio entre sus pechos al tiempo que un segundo hombre entraba en su boca y un tercero entraba en su culo.

Tras correrse, Catwoman se levantó y dejó que otro de sus hombres se apoderase del caliente y húmedo coño de Supergirl. Al tiempo que la follaba, el hombre manipuló la polla de la superheroína arrancándole apagados gritos de placer.

Catwoman se acercó a Barbara. Los hombres que se ocupaban de su culo y su coño ya se habían corrido dentro de ella y ahora Barbara tragaba con avidez el semen del hombre que se corría en su boca. Después de que el hombre retiró su polla de ella, Barbara se desplomó en el suelo, con los ojos cerrados, relamiéndose los labios.

A una señal de Catwoman, otro grupo de hombres se acercó a Barbara, cogiéndola en brazos y tumbándola sobre una pequeña plataforma. Aun con ganas de más pollas, Barbara automáticamente separó sus piernas. Catwoman se rió ante la imagen lasciva que mostraba la joven justiciera.

  • ¿Aun te quedan ganas de más pollas, puta? – bromeó la villana mientras se sentaba a horcajadas sobre el rostro de Barbara.

Vacilante al principio, Barbara pronto comenzó a lamer el coño de Catwoman mientras su culo y su coño eran ocupados de nuevo por dos nuevas pollas. Su falta de habilidad estaba más que compensada por su entusiasmo y, pronto, Catwoman gemía al tiempo que movía sus caderas contra el rostro de Barbara.

Un tercer hombre se unió al grupo ocupando un lugar entre los pechos llenos y firmes de Barbara, que inmediatamente presionó juntos sobre su polla.  Cuando estuvo a punto de correrse, el hombre se puso en pie y eyaculó sobre los senos de Barbara.

  • ¡Eso es, baña a la puta con tu lefa! – gritó Catwoman a punto de correrse también.

Los dos hombres que follaban el culo y coño de Barbara se retiraron de inmediato y comenzaron a masturbarse sobre ella. Barbara ya se había corrido dos veces y estaba a punto de correrse una tercera cuando los hombres salieron de ella. Entonces dejó de lamer a Catwoman y comenzó a gemir frustrada.

  • ¡Coño estúpido! – le reprendió Catwoman mientras, impaciente, agarraba las manos de Barbara y las colocaba entre sus piernas. – No es necesario que te tenga que decir todo el rato que es lo que debes hacer, ¿verdad? – dijo retorciendo los pezones manchados de semen de la superheroína.

Entendiendo lo que Catwoman trataba de decirle, Barbara insertó dos dedos en su coño y comenzó a follarse con ellos mientras, con la otra mano, jugaba con su clítoris. Satisfecha, comenzó de nuevo a lamer a Catwoman, cuyo orgasmo no se hizo esperar, que bañó la cara de Barbara con sus jugos. En ese momento, los dos matones que se masturbaban junto a ella se corrieron eyaculando sobre sus pechos.

Lanzando un suspiro de profunda satisfacción, Catwoman se puso en pie. Al otro lado de la habitación, Supergirl cabalgaba a uno de los matones al tiempo que acercaba sus pechos a su boca lamiendo ávida el semen que los cubría. Su clítoris-polla no dejaba de lanzar fluidos al aire, señal de que se estaba corriendo como una loca. Después de que el matón se corriese en su interior, Supergirl se dejó caer al suelo, exhausta.

  • ¡Ven aquí, Superputa! – ordenó la villana.

A pesar de estar tan agotada que le era imposible ponerse en pie, Supergirl, arrastrándose sobre sus manos y rodillas, obedeció.

  • ¡Ven aquí a limpiar a la guarra de tu amiguita! – dijo Catwoman guiando a Supergirl hacia Barbara.

Obediente, Supergirl comenzó a lamer los jugos que embadurnaban la cara de Barbara. La muchacha, también agotada, jadeaba en busca de más aire, pero al sentir como Supergirl le lamía la cara, abrió los ojos y, como en un sueño, buscó con su boca la lengua de Supergirl que no pudo evitar devolver el apasionado beso que Barbara le propinaba.

Batgirl gimió de nuevo cuando Supergirl, por fin, rompió el beso para seguir recorriendo con su lengua el camino que, a través del cuello de Barbara, se dirigía hacia los pechos de la muchacha, lamiendo con avidez cada gota de semen que encontraba en su camino.

  • ¡Sí, sí, por favor! – Jadeaba Barbara mientras sujetaba la cabeza de Supergirl y la empujaba hacia su sexo.

Sin embargo, obediente, Supergirl se resistía e insistía en limpiar cada centímetro del cuerpo de Barbara. Todos presenciaban divertidos la atractiva lucha que se desarrollaba entre las dos superheroínas. Finalmente, Supergirl llegó hasta el coño de Barbara.

  • ¿No es una buena comecoños, puta? – preguntó en tono jocoso Catwoman a la jadeante Barbara.

  • S… sí, me gusta… oh… oh… - respondió entre gemidos Barbara.

Catwoman propinó entonces una palmada sobre el culo de Supergirl y, tal como había aprendido, ésta se giró de tal manera que se colocó en la postura del sesenta y nueve con Barbara.

Barbara miró como la polla de Supergirl apuntaba directamente a su cara y, sin que nadie tuviese que decírselo, se la llevó con entusiasmo a su boca y comenzó a chupar.


Esa noche, cuando finalmente la dejaron a solas en su celda, Barbara se derrumbó y lloró de impotencia. ¡Estaba tan avergonzada de lo que había hecho! Sin embargo, no había nada que ella pudiese hacer para evitarlo.

En el mes que siguió a su captura, Barbara fue sometida a la misma rutina diaria. Una dosis de droga, otra dosis de azotes y rematado todo con una gang-bang. Supergirl y ella se vieron obligadas a aprender varias hábitos nuevos.

Por ejemplo, Supergirl se veía obligada a follar a Barbara mientras se la chupaba a uno de los matones al mismo tiempo. Luego, cuando el hombre se corriese, Supergirl recogería todo su semen en su boca para, después, con un beso pasarlo a la boca de Barbara que tendría que tragarlo.

Aunque generalmente se limpiaban la una a la otra tras cada gang-bang, en ocasiones Catwoman les pedía que se limpiasen a sí mismas. Así, Barbara se veía obligada a lamer primero el semen que cubría sus pechos para luego recoger con su mano los restos que bañaban otras partes de su cuerpo y lamerlo de sus dedos. No importaba lo avergonzada que se sintiese por sus actos, una vez que las drogas hacían efecto, Barbara era capaz de hacer o decir cualquier cosa. Desde llamarse a sí misma puta o Batcoño, a pedir ser usada.

Solo después de pasado este primer mes de entrenamiento fue consciente Barbara de hasta qué punto su formación había surtido efecto. Ese día, como de costumbre, fue encadenada. Pero, sorprendentemente, Catwoman no le suministró ninguna de sus inyecciones habituales. En lugar de ello, sonriendo con malicia, comenzó a azotarla inmediatamente.

Aunque los azotes eran menos dolorosos que en ocasiones anteriores, Barbara se percató horrorizada de que su cuerpo, no obstante, reaccionaba de igual manera que los días anteriores. A medida que seguían cayendo los azotes, su cuerpo respondía excitándose cada vez más y cuando finalmente Catwoman cesó de golpearla, su coño estaba ya empapado. En los días previos fue capaz de consolarse a sí misma diciéndose que sus actos eran fruto de la droga, pero ahora se daba cuenta de que ese pervertido deseo provenía de su propio interior. “¿En qué me estoy convirtiendo? ¿Qué me han hecho?” pensó. Escandalizada y avergonzada, se encontró de pronto, aun encadenada, a cuatro patas. Catwoman rió mientras colocaba su mano en la entrepierna de Barbara y notaba su mojado sexo.

  • Hmmmm… - susurró la villana. - ¿preparándote ya para tu gang-bang diario, puta?

  • ¡No! – gritó dolida Barbara.

  • ¿No? Entonces, ¿qué es esto? ¿Eh? – dijo sosteniendo su mano, brillante de los jugos de Barbara, frente a los ojos de la muchacha.

  • ¡No! – volvió a gritar Barbara. – No… ¡Ahhhhh!

La muchacha lanzó un desgarrador grito cuando el látigo de Catwoman cayó pesadamente sobre su culo.

  • ¡No me mientas, Batcoño! – la regaño Catwoman mientras comenzaba a azotar brutalmente a la muchacha.

El castigo era ahora mucho más duro y el dolor que el látigo producía sobre él, ya de por sí enrojecido, culo de Barbara era insoportable.

  • ¡Ahhhh…! ¡Ah…! ¡Por favor…! ¡Diré lo que quieras! ¡Por favor…!

  • ¿Lo que yo quiera?

Catwoman aun no estaba satisfecha y la azotó aun, si cabe, más fuerte. La piel de las nalgas de Barbara se rompió en varios lugares y pequeñas gotas de sangre corrían por ella.

  • Oh… oh… oh… ¡Perdóname! – suplicó Barbara entre sollozos. - ¡No, no lo que tú quieras! ¡La… la verdad! ¡Oh…! ¡Oh…!

  • ¡Entonces dilo, coño.

  • ¡Quiero que me follen! Pero por favor, para.

  • ¿Cómo? Repítelo otra vez.

  • Este… este Batcoño ¡quiere que se la follen! ¡Por favor! ¡Usadme! ¡Fólladme!

Barbara siguió temblando aun cuando Catwoman ya había dejado de azotarla.

  • ¡Vamos chicos! – dijo Catwoman. - ¡Ya habéis oído al Batcoño!

De nuevo, para su vergüenza, Barbara se encontró abriendo automáticamente las piernas cuando el primer hombre se arrodilló detrás de ella con su erecta polla apuntando a su coño.

  • ¡Toma esto, Batcoño! – dijo riendo el matón agarrándola por las caderas y penetrándola con una profunda embestida.

  • ¡Uuuuuuurgh! – Barbara dejó escapar un gruñido mezcla de satisfacción y frustración. Si bien la sensación que le produjo la penetración del hombre fue agradable, ésta no podía compararse a lo que sentía bajo los efectos de la droga potenciadora. Pronto, presa de la impaciencia, Barbara comenzó a gemir al tiempo que movía sus caderas para acompañar las embestidas del hombre. Finalmente, no pudo contenerse más.

  • ¡P… por favor! – suplicó, gimiendo cada vez más fuerte. - ¡Fóllame más fuerte! ¡Más duro! ¡Aprieta… aprieta mis t… tetas! ¡Por favor! ¡Ah…! ¡Ah…! – gritó abandonándose.


A partir de ese día, el entrenamiento de Barbara entró en una nueva fase. Catwoman le presentaba un nuevo juguete tras otro. No solo el sencillo látigo o la fusta, sino también la pala, pinzas de la ropa, cuerdas (desde un simple nudo hasta un complejo lazo sobre sus pechos), etc. La simple sensación de tener una cuerda apretando su cuerpo era suficiente para excitar a Barbara y hacer que, luego, suplicase ser usada. A regañadientes al principio, pero pronto se dio cuenta de que las cosas humillantes que hacía o decía y las formas degradantes en que se refería a sí misma también le proporcionaban una especie de placer perverso.

Barbara no era usada con tanta frecuencia como lo era Supergirl, pero Catwoman perversamente la había trasladado a una celda contigua a la de su compañera, separadas ambas tan solo por una pared. En la quietud de la noche, Barbara podía oír claramente los gemidos de Supergirl cuando los secuaces de Catwoman le hacían sus visitas nocturnas, y raramente podía evitar la tentación de masturbarse, aunque sabía que sería por ello objeto de burla y castigo al día siguiente por hacerlo sin la autorización de Catwoman.

Una mañana, Barbara fue despertada bruscamente por Catwoman y sus hombres.

  • ¡Bueeeeenos días, coño! – dijo alegremente Catwoman.

  • Buenos días, Señora. – respondió dócilmente Barbara.

  • ¡Bueeeeeno! – ronroneó Catwoman mientras se acercaba a Barbara y acariciaba los pechos de la cautiva. – Has hecho un montón de progresos últimamente, mi pequeña Batcoño. De hecho, lo has hecho mejor de lo que esperaba. Así que, como soy un Ama justa, voy a darte un premio.

  • ¿Un pre… premio? – preguntó Barbara con cautela, con su atención puesta en la sensación que los dedos de Catwoman provocaban en sus pezones erectos.

  • ¡Sí! ¿Y adivinas de qué se trata? ¡Volvemos a casa!

  • ¿A… a casa?

Antes de que Barbara pudiese comprender plenamente lo que Catwoman acababa de decir, sus hombres abrieron la puerta de la celda y se apoderaron de ella. Rápidamente le colocaron una venda en los ojos, una mordaza de bola y un arnés de cuero alrededor de su cuerpo. Mil preguntas se agolparon en su mente mientras, pasivamente, dejaba que los secuaces de Catwoman apretasen el arnés en la oscuridad. ¿Qué quería esta vez Catwoman? ¿Qué sería de ella una vez hubiesen regresado a Gotham? ¿La expondría públicamente como a un trofeo? Pero la sensación que le provocaba el ajustado arnés de cuero pronto acaparó toda su atención. Era un arnés compuesto por tres tiras horizontales, una que corría por encima de sus senos, otro por debajo de ellos y otra que rodeaba su cintura, que se mantenían unidas mediante una gruesa correa vertical que se extendía por la parte delantera, pasaba entre sus piernas y seguía hasta su espalda. Sus muñecas estaban sujetas a unos grilletes de cuero unidos a la tira que rodeaba su cintura. Cuando los secuaces de Catwoman ciñeron la correa vertical, esta presionó con fuerza contra el coño de Barbara, que no pudo evitar lanzar un ahogado gemido.

La muchacha fue vagamente consciente de como era trasladada en una furgoneta y, después, en un helicóptero. Se percató también vagamente de como éste tomaba tierra y era conducida, de nuevo, en otra furgoneta. En un primer momento, su instinto como Batgirl le decía que tomase nota mental del estado de la carretera y de cualquier otra indicación que le permitiese averiguar  donde podía estar o hacia donde se dirigía, pero lo único que al final pudo hacer era juntar sus muslos, retorcerse y frotar su sexo contra el interior de la correa.

  • ¡Hey, puta, ya estamos en casa! – exclamó alegremente Catwoman mientras retiraba la venda de los ojos de Barbara.

Una vez que sus ojos se acostumbraron de nuevo a la luz, Barbara comprobó que se hallaban en el interior de una enorme sala que se parecía un poco a la guarida de Batman, provista de todo tipo de instrumentos y monitores. Catwoman se sentó en una silla giratoria frente a un panel de control con varios monitores.

  • Este es mi nuevo hogar, coñito. – dijo la mujer. – Generosamente financiado por los ciudadanos de Metrópolis.

  • ¿Q… qué es lo que quieres? ¿Qué piensas hacer? – preguntó Barbara alarmada.

  • ¿Qué es lo que pienso hacer? No lo sé. – susurró Catwoman. - ¿qué crees que debo hacer con estos juguetitos tan lindos, puta?

  • De cualquier forma, - continuó Catwoman – yo sé lo que voy a hacer con ellos al menos hoy. ¿Ves esta pantalla de aquí? Bien, este aparatito que está frente a mí puede hacer un montón de cosas. – dijo señalando un panel frente a ella. – Por ejemplo, puedo interferir con él todas las emisiones de televisión y convertir cada estación emisora local en mi propio canal porno. Bueno, en el tuyo, para ser más precisa. – dijo riéndose malvadamente al tiempo que, al presionar un botón, la pantalla comenzaba a mostrar una de las innumerables sesiones de sexo en grupo de Barbara.

  • ¡No! – gritó consternada Barbara.

  • ¿No? – preguntó en broma Catwoman. - ¿Y por qué no? Estoy segura de que a tu padre le encantaría saber lo que has estado haciendo últimamente. ¿O es que acaso prefieres que mostremos otra escena? – presionando el avance rápido, Catwoman cambió de escena. Ahora aparecía Barbara masturbándose a solas en su celda.

  • ¡Por favor! – suplicó Barbara. – Se lo ruego, Ama. ¡Haga lo que quiera, pero no deje que mi padre me vea así! ¡Lo mataría! ¡Por favor! ¡Haré cualquier cosa que me pida!

  • ¿Cualquier cosa?

  • ¡Sí! ¡Sí! ¡Pero no le enseñe esto a mi padre!

  • Ah, por cierto, he oído por ahí que te han echado de la biblioteca de Gotham. – dijo Catwoman cambiando repentinamente de tema.

  • ¿Qué? – preguntó una sorprendida Barbara.

  • ¿Sabes? Has estado tanto tiempo fuera que han tenido que buscarte una sustituta. – continuó diciendo Catwoman.

  • Er… sí… - respondió Barbara todavía perpleja.

  • Pero no te preocupes, ¡te he encontrado un nuevo trabajo! ¿Conoces a Madame Duvall?

En ese momento, Barbara se dio finalmente cuenta de lo que Catwoman pretendía.

  • ¡No! – protestó. Madame Duvall era la propietaria  de un selecto club privado para caballeros. Barbara y algunas activistas más habían solicitado muchas veces su cierre. Su padre, el Comisionado Gordon, también había querido clausurarlo, pero Madame Duvall parecía estar protegida por muchos de los hombres más ricos y poderosos de Gotham, hombres de los que Barbara sospechaba pertenecían al club. Trabajar para Madame Duvall significaba convertirse en una prostituta y ella no estaba dispuesta a aceptarlo.

  • Bueno, ¿qué te parece? – ronroneó Catwoman. – Por lo menos así tu secreto estará a salvo, a menos, por supuesto, que tu padre sea miembro del club…

  • ¡No! – gritó de nuevo Barbara.

  • ¿No? ¿Estás segura? – preguntó Catwoman mientras se levantaba de la silla y se ponía de pie frente a Barbara, a la que sujetaban en ese momento varios de sus hombres. – ¡Pues yo creo que es un trabajo perfecto para ti! – gritó con fingida sorpresa mientras aprisionaba el pezón derecho de Barbara.

  • ¡Mírate! ¡Estás chorreando desde que te colocamos el arnés! ¿Y crees que no nos dimos cuenta de cómo tratabas de correrte durante el trayecto? ¡Mira lo mojada que estás ahora! ¿Eh, putilla? – siguió regañándola Catwoman al tiempo que retorcía y pellizcaba cruelmente el pezón de la muchacha arrancándole una mueca de dolor. ¡Eres Batcoño, puta! ¡Y ese es el trabajo perfecto para ti! ¡Hazlo o la cinta saldrá a la luz! ¡Me aseguraré de que el Comisionado reciba una copia personal, hija de puta!

  • ¡Ahhhhhh! – gritó Barbara mientras Catwoman estiraba su pecho. - ¡No, por favor! ¡No hagas eso! ¡Ahhh! ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! ¡Lo haré!


Mientras esperaban en la lujosa mansión a que Madame Duvall las recibiese, Barbara se sentía como si estuviese a punto de colocarse ante un pelotón de ejecución. Aun estaba desnuda, excepto por el arnés de cuero y la mordaza de bola que cubría su boca. Le habían dicho exactamente que era lo que debía hacer y, ahora, podía sentir como su coño se humedecía más y más anticipándose a las humillaciones que estaban por venir.

  • ¡Hola! ¡Catwoman, querida! – saludó exageradamente Madame Duvall cuando ambas entraron. La mujer rondaba los cuarenta y pocos años y vestía un elegante vestido azul de terciopelo. Después de propinarle dos besos en las mejillas a Catwoman, dirigió su mirada hacia Barbara.

  • ¡Vaya, vaya! – Exclamó - ¡Si no lo veo no lo creo! ¡Pero si es mi apreciada “amiga” la señorita Barbara Gordon! ¿Qué le trae por aquí, Sta. Gordon? Espero que no sea tratar de nuevo de cerrar mi negocio.

Barbara se sintió enojada y avergonzada al mismo tiempo, pero, tal y como la había instruido Catwoman, no hizo amago de responder y mantuvo la cabeza baja.

  • Entonces es cierto lo que me ha contado Catwoman, ¿eh? – continuó hablando Madame Duvall. - ¿Este es el pequeño secreto que escondes bajo esa estirada cara tuya? ¿Quieres trabajar para mí?

Cerrando los ojos, Barbara asintió.

Aunque Madame Duvall encontraba la situación algo extraña, no podía dejar pasar la ocasión de vengarse de la mujer que tantos problemas le había causado.

  • En realidad, la Sta. Gordon, aquí donde la ves, tiene una fantasía secreta muy particular. – añadió Catwoman. – ¡Quiere disfrazarse como Batgirl y ser violada por una banda de sinvergüenzas!

  • ¿En serio? – preguntó madame Duvall antes de echarse a reír. – Bueno, estoy segura de que eso lo podremos arreglar.

  • ¿Entonces tenemos un trato? – preguntó Catwoman.

  • Claro, por supuesto. Trabajará aquí un día a la semana, su identidad permanecerá en secreto y sólo podrá ser usada por mis clientes especiales, ¿no?

  • Sí, y asegúrate de que va con los clientes más “especiales”… - ronroneó Catwoman.

  • ¡Por supuesto!  - dijo riendo Madame Duvall. – Aunque creo que en estos momentos tengo algo para ella. ¡Una especie de ceremonia de bienvenida!


James Gordon no estaba contento. A lo único que había accedido esa noche fue a tomarse una copa con el alcalde y luego una cosa llevó a la otra. Una frase que podía resumir toda su relación con aquel hombre. Cuando Frank Pattern llegó por primera vez a la ciudad de Gotham, James Gordon era aun inspector jefe. Como a muchos de los conservadores habitantes de Gotham, aquel hombre no le acababa de gustar del todo. Primero, porque era un extraño. Segundo, porque era un millonario hecho así mismo y, para todos ellos, eso significaba que era un arribista. Por aquel entonces, la sociedad de Gotham era aun snob, donde la riqueza heredada era mejor considerada. Pero entonces llegó Frank Pattern, trayendo consigo todo tipo de ideas de desarrollo y, bajo su influencia, la aristocracia de Gotham acabó convertida en un nido de industriales y especuladores que amasaban riquezas que ni siquiera ellos habían soñado. Otros muchos le imitaron y se hicieron millonarios siguiendo su ejemplo y, al final, todos acabaron adorándolo. Pero James Gordon no estaba impresionado. Para él, todo era fruto de la codicia, no del espíritu empresarial.

Después de haberse convertido en jefe de policía, había ordenado abrir varias investigaciones sobre Pattern y sus negocios, pero nunca encontró nada incriminatorio en ellos. Para aumentar su disgusto, Frank Pattern decidió dedicarse a la política y, fácilmente, llegó a hacerse con la alcaldía. Como Comisionado se vio obligado a trabajar con frecuencia con él. Echando la vista atrás, James Gordon aun no podía entender como se permitió entablar amistad con ese hombre. Fue entonces cuando Frank Pattern comenzó a darle algunos consejos bursátiles. En aquel momento, James desconocía el funcionamiento de la bolsa y no tenía tampoco interés por el mundo bursátil, pero su hija era pequeña y él deseaba que pudiese acudir a las más exclusivas escuelas de la ciudad y que tuviese, cuando creciese, una vida acomodada. Así que una y otra vez invirtió siguiendo los consejos de Pattern. Cuando se dio cuenta de lo inadecuado de su comportamiento, ya era demasiado tarde y se encontró en las manos de Pattern. Pattern nunca le había pedido nada ilegal, pero se encontró cediendo a todos los pequeños favores que él le pedía, desde establecer las prioridades de actuación policial a tomar juntos una copa de noche, copa que, esta noche, había degenerado en una visita a un club que él despreciaba.

James Gordon se sintió avergonzado, enojado y acosado mientras seguía a Frank Pattern rumbo al salón principal del club de Madame Duvall. Vio muchas caras conocidas y tuvo que forzar una sonrisa cuando tuvo que saludarlas a sabiendas de que éstas le habían reconocido y sonreían con complacencia al verlo visitando aquel lugar. Nunca antes había estado en un sitio como este y, para su alivio, no difería mucho de cualquier otro club, con la excepción de que las copas eran servidas por hermosas y jóvenes mujeres desnudas y que éstas, aparte de servir las copas, también podían los clientes servirse de los jóvenes, redondos y juveniles pechos de las chicas. Cuando una de las muchachas se le acercó con una bandeja, nerviosamente tomó una copa y apartó la mirada de ella.

Gracias a Dios, Frank Pattern vino a rescatarlo.

  • Vamos James, quiero enseñarte algo. – dijo el alcalde arrastrando al comisario a través de una puerta hacia una habitación algo más pequeña.

Aparte de ellos, solo unas pocas personas más se hallaban en la estancia, lo que contribuyó a que James Gordon se sintiese algo más cómodo. El centro de la habitación estaba ocupado por una pequeña plataforma encima de la cual se encontraba una mujer a cuatro patas. Su estómago descansaba sobre un pequeño taburete y sus muñecas y tobillos se hallaban firmemente sujetos a la plataforma. La mujer llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y estaba totalmente desnuda, cubierta solamente por una máscara de cuero negro que cubría la mitad superior de su rostro, un grueso collar de cuero negro y una mordaza en forma de anillo que mantenía su boca permanentemente abierta. La máscara, que solo dejaba ver sus ojos, y la mordaza, que mantenía deformado su rostro, impedían que la muchacha pudiese ser reconocida, sin embargo, viendo su delgado cuerpo y su piel suave, se podía aventurar que era una mujer muy joven.

Tras haber entrado en la sala, la puerta se cerró de inmediato tras ellos. Una mujer estaba de pie al lado de la joven desnuda. El Comisionado Gordon reconoció en ella a Madame Duvall. Ella le sonrió educadamente y él, de mala gana, tuvo que devolverle el saludo.

  • Bueno, caballeros. – dijo Madame Duvall en voz alta levantando la vista. – Como les iba diciendo, esta es Babs, una de nuestras nuevas chicas. Ahora bien, no os dejéis engañar por su apariencia recatada. Babs, aquí donde la veis, tiene una fantasía muy salvaje. ¡Quiere ser Batgirl y ser capturada por un grupo de delincuentes muy, muy traviesos!

A estas palabras siguió un estallido de risas entre los hombres presentes en la sala acompañado por algunos ahogados sonidos provenientes de la joven.

  • ¡Como regalo de bienvenida a nuestra nueva chica, voy a darle a Babs su propia Batseñal, y me gustaría invitarlos a ustedes, caballeros, a que presencien este acto! Sr. White, ¿puede comenzar, por favor?

El Sr. White resultó ser un hombre vestido con un traje negro. Tras oír a madame Duvall, abrió el maletín que sostenía y extrajo de él una pistola de tatuador. Mientras observaba la escena, James Gordon no pudo evitar darse cuenta de que la chica lo miraba fijamente. De hecho, desde el momento en que entró en la habitación, sintió que la muchacha no apartaba la mirada de él. Es más, creyó notar que lo miraba con una especie de rabiosa y acusadora mirada que, unido a su propio sentimiento de culpa, lo hacía sentirse extremadamente incómodo.

Sujetando con una mano la cintura de la muchacha, el Sr. White tomó la pistola de tatuar y comenzó a trabajar. Un pequeño símbolo de un murciélago estaba ya esbozado en la parte baja de la espalda de la chica, justo encima de la hendidura de su bien proporcionado culo. Cuando la pistola tocó su piel, la muchacha gruñó bajo la mordaza y comenzó a respirar con dificultad. Sin embargo, no se apreció ningún movimiento en la joven, probablemente porque estaba bien sujeta. Cuando el símbolo azul oscuro estuvo casi terminado, el Comisionado Gordon notó que los ojos de la muchacha seguían aun clavados en él. Apreció también que los pezones de la chica estaban erectos. “¿Qué estás mirando, puta?”, pensó. “¿Cómo puedes disfrutar de algo tan pervertido como esto?”.

  • ¿Te interesa? – la voz de Pattern estaba más cargada de burla que de preocupación. - ¿Por qué no le das una oportunidad? – continuó diciendo mientras empujaba hacia adelante al Comisionado poniéndolo frente a frente con la chica. Para entonces el tatuaje estaba ya terminado y varios de los invitados recorrían con sus manos el cuerpo de la joven concentrándose en sus colgantes pechos.

Mientras era manoseada, la chica movió levemente la cabeza al tiempo que dejaba escapar apagados gruñidos.

“¿Cómo te atreves a mirarme así, puta?”, pensó James Gordon mientras se bajaba la cremallera y liberaba su polla semierecta. Al verlo, la joven gruñó con más fuerza e intentó, inútilmente apartar la cabeza. El collar le impedía mover el cuello y, finalmente, a través del anillo de su mordaza, el Comisionado Gordon, penetró en su boca.

Ella, al principio, quiso rechazar esa verga, tratando de expulsarla con su lengua, pero pronto empezó a chupar la polla con habilidad y entusiasmo, proporcionándole a James Gordon una sensación que nunca antes había experimentado. Él no podía creer que estuviese disfrutando de un placer semejante. ¿Cómo era posible que una muchacha tan joven fuese capaz de darle tanto placer a un desconocido? Recordando que el nombre de la chica era el mismo que el de su hija, se sintió culpable al imaginar qué diría Barbara si se enterase de esto. La culpa hizo que se sintiese furioso con la chica.

  • ¡Puta! – murmuró en voz baja mientras ella se tragaba con avidez su semen.