Catwoman
Una historia en la que converge la infidelidad, deseo lésbico y no consentido. La historia de dos mujeres muy diferentes que se encuentran en un fin de semana que empezará de una forma pero no terminará como ellas esperaban.
CATWOMAN
No sé cuál es la razón que me ha traído hasta donde estoy, no sé si mi caso es algo aislado o simplemente un sentimiento extraño fruto de años de monotonía… sea como fuere, siento la necesidad de contarlo aquí y ahora.
Me llamo Eva. Tengo 40 años. Llevo 11 años casada y tenemos dos hijos de 7 y 9 años. Hasta aquí todo normal. Somos una pareja como tantas otras, una pareja que pasa sus días entre el trabajo, las tareas con los peques, y la monotonía del día a día.
Pasan los años si darte cuenta. Siempre pendiente de las necesidades de los tuyos. Viviendo por y para ellos. Dejando a un lado tus propios sueños. Pero un día, de repente comienzas a plantearte ciertas cosas…
He de decir que siempre he tenido clara mi orientación sexual, nunca me había planteado en lo más mínimo que pudiera atraerme otra mujer. Pero un día todo esto cambió…
Su nombre es Elena, empezó a trabajar conmigo en el juzgado hace tres años, y desde el principio hubo conexión. Ambas somos de una edad similar, las dos tenemos hijos y una forma de ver las relaciones personales muy parecidas. También nos gusta el deporte y no tardamos mucho en quedar para salir a correr a las tardes.
Elena tiene 43 años. Es un poco más alta que yo. Tiene el pelo negro, cuidado y liso. Tiene los ojos color miel y es muy morena de piel. Es delgada y de pecho pequeño con una ligera y sensual pronunciación de caderas.
Siempre suele ir con vestidos cortos, vaqueros ajustados y tacón alto que resaltan unas piernas firmes y bonitas. Tengo que decir que yo misma cambié mi forma de arreglarme para ir al trabajo, seguramente para no desentonar con ella.
A la hora del almuerzo salimos juntas a tomar el café y charlar. Al principio las charlas se centraban en temas banales y de trabajo, pero poco a poco, conforme la confianza fue afianzándose, las confidencias fueron subiendo de nivel.
Es curioso comprobar como en el momento que conoces a la otra persona de verdad, descubres que la inmensa mayoría tenemos las mismas quejas y miedos, pero también los mismos anhelos y deseos…
Me sentí confundida. Cuando estaba con ella o la veía tras unos días, sentía esas mariposas de adolescente en la primera vez. Me sentía a gusto y feliz a su lado. Un cosquilleo maravilloso recorría mi piel, si en algún momento de forma casual su mano se posaba sobre mí.
Al principio pensé que todo era fruto de una bonita amistad, que todas esas sensaciones embriagadoras y el revolotear de las mariposas, eran solo el resultado de una complicidad especial. Pero un día, un día de los pocos que estaba sola y tranquila en casa, me vi a mi misma en la ducha masturbándome con Eva como principal y única protagonista de mi fantasía…
Sentía el agua cálida resbalar por mi piel y me vino a la cabeza la imagen de Elena a la mañana… había venido a la oficina con un vestido de falda de tubo, blusa blanca y tacones. Mis dedos se posaron sobre el monte de venus y acariciaron la fina hilera de pelitos. La otra mano no perdía el tiempo y presionaba ligeramente mi pecho derecho, para después terminar pellizcándolo. Después estiraba con delicadeza el pezón que por aquel momento ya estaba durito.
En mi fantasía estábamos las dos solas en la oficina. Ella sentada sobre la mesa y yo de pie frente a ella. Me inclinaba hacia Elena y le subía la falda dejando sus braguitas negras ante mí. Nuestras miradas se encontraban. Podía adivinar en sus ojos el deseo por lo prohibido. La imagen de mi amiga entregada era una delicia. Sus piernas abiertas ante mí sobre la mesa del despacho provocaban una cálida humedad en mi coñito. Yo la observaba. Sentía su ansia desmedida por percibir mi lengua en su rajita. Me demoraba unos instantes para disfrutar de su imagen. La imagen de la sensualidad convertida en instinto animal. La imagen de sus bragas mojadas que apartaba para terminar hundiendo mí lengua en su húmedo coño. Ella se retorcía sobre sí misma. Ese primer contacto provocaba que su respiración se entrecortara, y comenzara a gemir ahogadamente.
Me estremecí de gusto al sentir el chorro de agua cálida que salía de la alcachofa, y golpeaba directamente sobre mi sexo… sentir la ligera presión de los finos hilos de agua cálida chocando contra mi sensible clítoris, era definitivamente muy estimulante y trasladaba mi cuerpo y mi alma a un mundo de sensaciones sumamente embriagadoras.
Fue maravillo, me corrí como una autentica perra en celo, las piernas me temblaron al sentir los espasmos que se propagaban por mi cuerpo. Estos fueron tan intensos que casi me hicieron perder el equilibrio. Me había corrido pensando en una mujer. Uno de los dedos más impresionantes de mi vida, había sido propiciado por pensamientos lésbicos…
Ese momento de intimidad conmigo misma supuso la aceptación de que aquello no era una simple amistad, me hizo descubrir que lo que hasta la fecha parecía cierto e inamovible en relación a mi condición sexual, podía haber cambiado en parte o quién sabe si para siempre.
¿Cómo decirle a alguien “hetero” que te sientes atraída por ella? ¿Cómo hacerle ver que lo que sientes es deseo y no solo amistad? Si ya es difícil dar el paso cuando se trata de personas de sexos diferentes, más si cabe cuando se trata de otra chica. Existe el lógico miedo al rechazo, pero, por encima de todo, mi mayor angustia era la posibilidad de perder su amistad y confianza.
Descubrir que deseaba sexualmente a otras mujeres no cambió la relación con Elena. De cara a la galería seguía siendo la misma chica formal y recatada, pero mi vida íntima, esa vida que tan solo nosotras conocemos, y que se encuentra guardada en lo más recóndito de nuestros pensamientos, esa vida sí que sufrió un cambio de 180 grados...
A partir de ese momento mis fantasías siempre contaron con chicas, y por ende, también comencé a interesarme por el cine lésbico y las conversaciones en chats de lesbianas.
Llevaba un tiempo hablando en los chats lésbicos. Entraba a las noches, cuando mi marido y los peques se encontraban en la cama. Aquellas conversaciones se convirtieron en una ventana a la que asomarme, una ventana a un mundo diferente, excitantemente y prohibido para mí.
Comprobé que mi caso no era algo extraño. Muchas de esas chicas habían sido “hetero” durante gran parte de su vida, pero llegado un momento, habían sentido la necesidad de experimentar… necesidad de sentir otra forma diferente de ver el sexo, las relaciones y el amor. Siempre he pensado que los hombres disfrutan con la felicidad y el deseo que sienten, pero las mujeres en cambio, disfrutamos mucho más con la felicidad y el deseo que damos.
Por lo general hablaba con otras chicas de mi misma edad. Buscaban pasar un rato agradable o tener una conversación entretenida, pero en alguna ocasión, si había conexión y la conversación se calentaba, terminábamos haciéndonos un dedo mientras veíamos una peli o teníamos una charla “hot”.
Uno de esos días apareció Naira. Tenía 18 años y me saludó con un…
— Me encantan las de tu edad…
En un primer momento pensé que sería un hombre. Solía ser lo normal cuando alguien iba muy a saco en el chat. Por lo general es fácil descubrir a la mayoría de los tíos, ellos siempre quieren sexo, y lo quieren ya.
No suelo molestarme en contestar, pero en esta ocasión no hablaba con nadie y decidí seguirle el juego…
— ¿Que tenemos la de mi edad que te gustamos tanto? — No era la primera vez que me lo decían, por lo visto los 40 son una edad que atrae tanto a las más jóvenes, como a las más maduras.
— No se… me imagino que sois seguras y a la vez atractivas, además tenéis mucha experiencia —Me hizo gracia cuando dio por sentado lo de la experiencia.
Casi sin pretenderlo, comenzamos a charlar… en realidad no me hacía mucha gracia hablar con una chica tan joven, pero era agradable, y al final terminé por contarle parte de mi vida y él motivo por el que estaba allí.
Aquella noche hablamos durante casi dos horas, me contó que tenía 18 años, y que había empezado la universidad este mismo año. Estaba estudiando medicina influida por su padre, que era el director de una clínica privada en Madrid. Durante la conversación me confesó que era “bi”, pero que últimamente prefería “enrollarse” con chicas.
Se notaba que era jovencita, pero a pesar de todo tuvimos una charla agradable, me reí mucho de sus “aventuras” con las chicas que había conocido en el chat. Me confesó que, aunque sus padres tenían mucho dinero, eran bastante estrictos a la hora de comprarle los caprichos y, por esa razón se había buscado la vida para ganarse unos euros extras — casi preferí no preguntarle en qué consistía aquello—. Continuamos charlando hasta que el reloj marcó las dos de la madrugada, y nos despedimos con un “hasta la próxima”.
Al día siguiente a la noche volví a entrar en el chat para lesbianas y, cuando solo llevaba unos segundos, apareció en mi pantalla un mensaje privado de Naira18. Me sorprendió que volviera a escribirme, las chicas de su edad suelen estar hablando con varias a la vez, y rara vez repiten con una misma persona.
— Hola Eva, pensé que ya no coincidiríamos.
— Hola peque, me sorprende que vuelvas a hablarme… pensaba que estarías con alguna otra chica de tu edad.
— No, que va, para nada, ya te dije que me encantaban las mujeres de tu edad, me ponen mucho — Era la primera vez que le daba un giro sexual a la conversación y me provoco un cierto cosquilleo en el estómago.
— Es un comentario muy “halagador” pero eres demasiado joven, yo podría ser tu madre.
— Sí, pero no lo eres… además mi madre te pasa casi 8 años, ella tiene 48.
— Pues eso, estoy más cerca de ser tu madre que de otra cosa.
— Pero yo no tengo la culpa de sentirme atraída por ti, no podemos elegir quien nos atrae.
Reconozco que me sentí halagada, nunca me había planteado algo con alguien tan joven. Aquella chica extrovertida y sin tabús, comenzaba a despertar mi curiosidad. Me imagino que me parecía tremendamente atractivo y estimulante que todo lo relacionado al sexo y a la bisexualidad, lo planteara con tanta naturalidad.
Hablamos varios días, conforme aumentaban el número de charlas, aumentaba también el tono de las conversaciones. Era divertida y a la vez excitante, infantil y a la vez adulta, ingenua en unas cosas y picara en otras. Un día me planteó hablar por teléfono y aunque eso era algo que me había prohibido, accedí…
Hablamos mientras estaba en el trabajo ya que en casa no podía, me dijo que le apetecía mucho y que le encantaba mi voz, me soltó sin rodeos que quería conocerme, ser la primera con la que tuviera algo, y aunque en lo más profundo de mi ser lo deseaba… no hice otra cosa que pararle los pies.
Esa noche volvimos a coincidir en el chat, nada más saludarnos me dijo que tenía una sorpresa para mí… me preguntó si tenía Skype y yo le dije que no, que no lo había usado nunca, entonces me dijo como descargarlo y tras unos minutos de instalación me invito a una video llamada.
La vi por vez primera en su habitación, era la típica habitación de adolescente y ella estaba sobre la cama con el portátil. No encendí mi cámara porque me daba una vergüenza horrible, pero ella se comportaba con la naturalidad de alguien que podría estar haciéndolo cada día.
Realmente aparentaba los 18 años, tenía una melena morena y lisa que le llegaba a los hombros y un corte de pelo estilo Cleopatra. Tenía una mirada picara y una sonrisa realmente bonita. Bajo su fina camiseta se adivinaban unos pechos grandes, y cuerpo voluptuoso con curvas sinuosas, que la alejaban de la típica jovencita demasiado delgada
— ¿Qué te parezco?
— Eres una niña muy sexi… me pareces preciosa. —Y realmente lo era.
— Gracias… me encantaría verte a ti también.
— A mí me da mucho palo esto, además estoy en pijama y con los pelos de loca
— Sabes… me pone mucho hablar contigo, cada día que hablamos termino haciéndome un dedo… me encantaría que hoy me miraras tú.
He de reconocer que el corazón me dio un vuelco al oír sus palabras, no alcance a decir nada y me limite a ver como apartaba el ordenador, y se situaba en el cabecero de la cama apareciendo en la pantalla de cuerpo entero.
Se tumbó boca abajo y comenzó a mirarme fijamente, estaba excitada, como si supiera todo lo que estaba provocando en mí. Mientras miraba, deslizo su mano entre el minúsculo espacio que quedaba entre su cuerpo y la cama y comenzó a tocarse… lo hacía sin apartar el rostro de la pantalla, respirando con dificultad a la vez que se mordía el labio inferior y emitía pequeños gemidos ahogados
Sabía que aquello no estaba bien, sabía de sobra que era una auténtica locura, pero no pude dejar de mirar la pantalla, no pude dejar de ver esa imagen en la que una joven se dejaba llevar por el deseo, y comenzaba a masturbarse mientras fantaseaba conmigo.
— Me pone muchísimo saber que me miras… ¿te gusta lo que ves? —No contesté, mi mirada estaba pegada a aquella pantalla de ordenador. Apretaba el cojín que tenía entre las manos, incapaz de contestar, incapaz de reconocer que ya había empezado a mojar las bragas.
— ¿Te gusta lo que ves? Si no contestas pensare que no te está gustando…
— Sí, me gusta… — Mi respuesta fue escueta, me sentía avergonzada y nerviosa, pero también muy excitada… mi corazón latía con fuerza, y mis dedos habían comenzado a colarse por debajo del pantalón del pijama.
— Mmm, me encanta ponerte cachonda… me encantaría poder verte en estos momentos.
Ella se incorporó sobre sí misma y, tras sentarse sobre la cama se quitó sus braguitas transparentes, acto seguido, se recostó sobre la almohada mientras abría las piernas para dejar frente a la cámara su coñito totalmente depilado.
— ¿Te gusta lo que ves Eva?
— Sí, me gusta… pero no está bien. —el corazón aporreaba mi pecho queriendo salirse.
Me sentía culpable por desearla, culpable por sentirme como me sentía, culpable por hacer lo que hacía, pero el deseo hacía tiempo que había ganado la partida a la culpabilidad, y mis dedos hacía tiempo que no entendían otro lenguaje que no fuera el del placer.
Naira se quitó sin problema la camiseta y dejo su precioso cuerpo completamente desnudo. Tenía unos preciosos pechos grandes, redondeados y en forma de lágrima y podía apreciarse perfectamente la marca del bikini. Volvió a recostarse y continuó frente a mi abierta de piernas. Mientras unos dedos se introducían con suavidad en su coño depilado, su mano izquierda estrujaba con delicadeza uno de sus pechos y terminaba pellizcando el pezón duro y rosáceo.
— Me quiero correr mientras te veo disfrutando… déjame verte Eva.
Lo hacía todo con tanta naturalidad… en su expresión corporal no había vergüenza, nerviosismo o miedo, tan solo espontaneidad. Disfrutaba con la situación, y sabía qué, al otro lado de la cámara, yo lo hacía también.
Mientras esto sucedía, yo me encontraba sobre el sillón con el portátil sobre uno de los brazos, tenía bajadas las bragas a la altura de los muslos y mis dedos no dejaban de recorrer con delicadeza mi diminuto punto de placer. Había llegado el momento en el que todo me daba igual, mi corazón golpeaba con tanta fuerza contra el pecho que pensé que podría salir en cualquier momento, y sin decir palabra, encendí la cámara…
Cuando vio aparecer mi imagen en la pantalla de su ordenador se incorporó para observarme, vio mi rostro impregnado de deseo y me observó… Yo me encontraba recostada en el sillón jadeando y supo desde ese instante que era suya.
— ¡Tía! ¡Estas buenísima! Para nada aparentas 40 años.
Se la veía entusiasmada, disfrutaba sabiéndose deseada, reía y jadeaba por igual, de vez en cuando, paraba durante unos instantes y mostraba sus dedos impregnados en fluidos vaginales ante la cámara.
Me encontraba muy excitada, ella tan solo podía ver mi rostro congestionado que la observaba con atención. Por un momento desapareció de la imagen tras hacerme una señal con la mano… volvió portando un consolador. Tenía una forma realista de pene color carne, con testículos y una ventosa en su extremo.
Primero se lo metió en la boca y comenzó a lamerlo con delicadeza mientras me miraba. Tras unos segundos lanzó una sonrisa pícara y lo introdujo casi en su totalidad en tu coñito abierto. Su mano izquierda lo mantenía dentro moviéndolo muy despacio, mientras, los dedos de su mano derecha se movían en círculos presionando el clítoris.
— ¿Te gusta lo que ves ?
Volvió a preguntarme mientras se masturbaba con la respiración entrecortada. No le contesté, mi rostro lo decía todo, mis ojos hablaban por mí mucho más que cualquier palabra que pudiera expresar.
Me corrí… lo hice como nunca lo había hecho, mi cuerpo se retorció en multitud de espasmos que se filtraban bajo mí piel. Intenté contener los jadeos, acallar las ganas de estallar en un éxtasis absoluto. Me deslicé sillón abajo entre pequeños espasmos, mientras desaparecía de la imagen. La imagen de mi rostro en pleno éxtasis la arrastró a ella al suyo. Comenzó a mover dentro y fuera aquella polla de goma. Sus caderas golpeaban contra el colchón arriba y abajo, sus pequeños gemidos de gatita en celo fueron aumentando la cadencia e intensidad. Un aumento gradual que finalmente provocó que estallara, su cuerpo se tensó y pequeños espasmos la hicieron convulsionar. Sus piernas se cerraron atrapando por unos instantes el juguete de goma. Segundos más tarde, permanecía desnuda e inerte sobre la cama. Tenía la respiración todavía acelerada, cuando extrajo de su coñito el consolador, seguidamente se lo introdujo en la boca, limpiando así los fluidos que lo impregnaban.
No pude evitar que los restos de aquella locura mancharan el sillón, acudí a la cocina a por un trapo para limpiarlo. Me sentía acalorada y confundida, la excitación seguía allí, pero un sentimiento de culpabilidad me invadía, me despedí de forma rápida de Naira. Terminé de limpiar deseando que no dejara mancha y me marche a la cama.
Me costó dormirme, seguía con el pulso acelerado y estaba confundida. Por un lado, me sentía mal por la forma de despedirme brusca y acelerada. Pensaba en la edad de Naira y me sentía culpable, y sin embargo, nunca en mi vida había sentido algo tan intenso como lo vivido en aquella noche de chicas.
— Me juré a mí misma que aquello no podía volver a ocurrir, no podía volver a hablar con aquella chica. Pero por suerte o por desgracia, hay sentimientos que la razón no entiende.
Mi juramento duró unos días, exactamente el tiempo que dejé de entrar en el chat… era domingo, estaban los peques en la cama, mi marido dormía como siempre en el sofá, y decidí entrar buscando un poco de charla agradable. Hablaba con una chica mexicana a la que le contaba mi experiencia cuando me saludó…
— ¿Estas enfadada? —su aparición me inyectó un chute de adrenalina al instante.
— ¿Hice algo que te molestara?
— Si no quieres hablarme… dime al menos el motivo.
Mi intención era no contestar y dejarlo pasar, pero me parecía mal no darle una explicación. Me despedía amablemente de la chica mexicana y empezamos de nuevo a charlar…
— No has hecho nada mal Naira, pero esto no está bien, me siento culpable, eres muy joven y yo podría ser tu madre.
— Siento no haberme despedido como debiera, pero para mí todo es mucho más complicado.
— El problema no es tuyo, sino mío, quizás sea que me gustó demasiado… —en el fondo sabía que mis últimas palabras lejos de desanimarla le darían alas.
— Jolín tía… a mí me da lo mismo lo de la edad. Si a ti te gustó y a mí también. El resto no importa. No te ralles la cabeza. —estaba claro que la perspectiva de la culpabilidad que teníamos las dos, era completamente opuesta, y seguramente eso era lo que más me atraía de aquella chica.
— Si ya, pero lo de la otra noche no puede volver a pasar… luego me siento fatal.
— Sabes, me encantaría ser la primera chica con la que estuvieras… me pones muchísimo.
— Eso no puede ser Naira, una cosa es lo que nos gustaría y otra muy diferente lo que va a pasar.
Seguimos hablando durante semanas. A pesar de que siempre intentaba resistirme, la tentación a menudo era más fuerte, y terminábamos una frente a la otra utilizando los dedos para sofocar el incendio.
Un día me dijo que teníamos una oportunidad de vernos… le pregunté que a qué se refería, y me comentó que, de cara al verano, sus padres siempre pasan los fines de semana en la sierra, me dijo que otros años ella también los acompañaba, pero en esta ocasión tenía los exámenes, y la habían dejado quedarse en casa con la condición de que siempre cogiera el teléfono.
Le dije que no insistiera, no podía, una cosa era hablar en un chat, y otra muy diferente vernos en persona. Aun así, me dejó su dirección y me hizo prometerle que lo pensaría.
Aquel día, nada más terminar nuestra charla nocturna, metí la dirección que me había dado en el “Maps” … rápidamente el buscador situó el lugar en el norte de Madrid, en el barrio de La Moraleja. En la dirección exacta aparecía un chalet con piscina, había varias calles con chalets semejantes separados por pocos metros, por lo que deduje que se trataría de una urbanización.
Al día siguiente, sus primeras palabras en el chat…
— ¿Has visto ya donde vivo?
— No, ¿por? —muy difícil de creer.
— Jajaja, no me lo creo, seguro que has mirado.
— Jajaja, bueno si he mirado un poquito, pero solo por curiosidad.
— Tengo piscina, podríamos bañarnos desnudas por la noche… ¿te has bañado alguna vez desnuda?
— No, no me he bañado nunca desnuda, soy una señora de 40 años con dos hijos… ¿tú me ves a mí, con una cría de 18 bañarme desnuda?
—Se sincera y no me mientas… ¿no me digas que no te gustaría pasar un fin de semana conmigo? —a pesar de ser tan joven, sabia como darle la vuelta a todo, llevaba la conversación siempre a su terreno.
— Si, me encantaría… pero tendrían que darse muchas carambolas para que sucediera. —no podía creerme que le estuviera dando una mínima esperanza.
— ¿Qué carambolas son esas?
— Ja, ja, ja, la primera y más importante… no sentir remordimientos ni miedo.
— ¿Y tú que prefieres? “arrepentirte de lo que has hecho” o “arrepentirte de lo que nunca has intentado” —Como dije antes… siempre sabía llevarme a su terreno.
— No me líes, no sé lo que prefiero —mentí, lo sabía de sobra.
— Ya te lo digo yo… es mejor arrepentirnos de lo que hemos hecho, que de lo que nunca hemos intentado, y lo sabes… —no tenía la madurez de una chica de 18 años, a veces se comportaba como una cría, pero en otras ocasiones, tenía la capacidad de sorprenderme.
La conversación se quedó ahí. Sus palabras habían comenzado a trabajar mi interior al igual que martillo neumático desgastando el cemento, de alguna forma aquella frase había iniciado el derrumbe de mis objeciones, antes incluso de saberlo yo misma.
Realmente aquella mocosa estaba en lo cierto. Seguramente si hiciéramos esa misma pregunta a varios ancianos en el final de sus días, todos preferirían arrepentirse de haberlo intentado, todos desearían haber sido más valientes, más arriesgados y haber vivido la vida por sí mismos, y no hacerlo condicionados a los estándares sociales.
Otra de las carambolas que debían darse, era tener la excusa para faltar de casa un fin de semana. Trabajo en la administración de justicia y cada cierto tiempo, hacemos cursos de reciclaje impartidos por jueces y fiscales, estos son siempre opcionales y fuera de horas de trabajo, pero si los haces, acumulas créditos en caso de traslados y ascensos. Recientemente habían ofertado uno en Madrid, al que no me había apuntado, pero claro está… eso, mi marido no lo sabía.
Un día le comenté lo del curso a mi chico y pareció no importarle quedarse solo con los peques el fin de semana, —me imagino que el motivo era la despedida de soltero que él tenía en agosto, y que se iba alargar por casi tres días—.
Aquella noche se lo comenté… por supuesto no le dije que era algo seguro, ya que quizás en el último momento podría arrepentirme.
— ¿Me invitas el fin de semana que viene a tu casa? —típica pregunta de la cual ya sabes la respuesta.
— ¿Cómo…? ¿Vas a venir?
—Quizás si me invitas…
—¡Claro! ¿Pero lo dices en serio?
— Voy a intentarlo, pero no te prometo nada.
A partir de ese momento, toda la conversación se convirtió en planes para el fin de semana. Naira estaba tan ilusionada… que casi me sentía culpable si al final el miedo me hacía desistir.
Es último viernes del mes de junio y se vislumbran las torres del skyline de la capital. Hace un minuto he terminado de hablar con mi marido…, —ha llamado para saber si había llegado—. En teoría la conferencia era en uno de los hoteles cercanos a Barajas y por esa razón ha calculado que ya estaría allí. Según el GPS son 20 los minutos los que me quedan para mi destino. El cosquilleo en el estómago cada vez es más intenso.
Siento el corazón palpitar con fuerza, una amalgama de sensaciones revolotea en mi interior. Por un lado, el miedo se enfrenta a la excitación, y por el otro, es el remordimiento quien hace lo propio con la ilusión.
He pasado el control de acceso a la urbanización, he tenido que dar la matrícula para que me dieran paso, ahora me encuentro tocando el timbre de la puerta exterior del jardín, al otro lado del telefonillo escucho su voz que con una risa nerviosa me indica el camino.
La casa es moderna en forma de cubo blanco y con grandes ventanales, está rodeada por bastantes metros de jardín con abundantes arboles de diferentes tipos, frente a un porche de madera, se encuentra una piscina de tamaño medio con el agua cristalina.
Naira viene a mi encuentro y con una sonrisa me abraza dándome un pico en los labios…
— Pensaba que no ibas a venir…
Me encontraba un poco cortada, su pico inesperado me había dejado trastocada y no sabía bien por donde salir.
— Si te digo la verdad… yo también pensaba que no me atrevería. —Enseguida cogé mi maleta de mano y me pide que la siga a su habitación. Por el camino observo la bonita decoración interior y el gusto con el que estaba todo.
— Esta es mi habitación… si quieres puedes darte una ducha, yo mientras pido una pizza si te apetece para cenar.
La imagen de su habitación ya me era familiar, la típica habitación de adolescente que mantiene algún que otro oso de peluche. Paredes pintadas con grises y rosas muy luminosa, armarios y cama lacados en blanco y varios cuadros con frases en inglés.
En la ducha el agua resbalaba por mi cuerpo y mis pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. Una habitación desconocida, una casa desconocida y a punto de pasar la noche con una chica casi igual de desconocida.
Me puse un vestido blanco sin mangas, con la falda plisada por encima de la rodilla y abotonado por la parte delantera, es un vestido sexi y cómodo. Estaba mirándome en el espejo de su habitación cuando entró por la puerta…
— Mmm, tía, ¡estas guapísima!
— Gracias… no sé si se me nota, pero estoy muy nerviosa. —realmente estaba atacada.
— No te preocupes tonta, no te voy a morder.
Se acercó por detrás y su imagen apareció junto a la mía frente al espejo, sentí sus manos apoyarse por encima de mis caderas, se inclinó sobre mi cuello para mordisquearlo, y seguidamente me susurró al oído…
— Me pones muchísimo Eva… —un respingo de sorpresa y excitación se apoderó de mi súbitamente, le siguió un escalofrío que me recorrió al sentir sus labios rozar mi oído.
El remordimiento hizo que me apartara con la respiración todavía acelerada. Intenté salir airosa de la situación pidiéndole que me enseñara la casa. Necesitaba todavía asimilar lo que estaba pasando.
Era la hora de cenar, hacía poco que la pizza había llegado, Naira había puesto la mesa junto al porche y los rayos del sol comenzaban a teñir de un rojo cobrizo el horizonte, cuando comenzamos a dar buena cuenta de aquella comida basura.
Poco a poco me fui sintiendo mejor, con forme pasaba el tiempo en aquel porche, la sensación de miedo fue dejando paso a la comodidad. Seguramente gran culpa de ello la tuvieron los dos “gintonic” que nos metimos entre pecho y espalda después de cenar.
— ¿Te has traído bikini?
— En teoría estoy en un curso de derecho administrativo… tendría complicado explicarle a mi marido lo del bikini. ¿No crees?
— Te dejaría uno mío, pero tengo mucho más pecho que tu… espera, voy a por alguno de mi madre
Apareció de vuelta a los dos minutos con varios bikinis que dejó sobre la hamaca esparcidos, acto seguido se quitó la camiseta y se metió en el agua con las braguitas como única prenda. Elegí entre los tres bikinis y me puse el que más me iba, luego me acerqué a la orilla de la piscina y toqué el agua con la punta de los dedos para comprobar si estaba fría.
— ¡Venga, está buenísima!
— ¡Está helada! —reconozco que soy muy friolera.
Poco a poco fui entrando en el agua haciendo todo tipo de aspavientos, nada más introducir mi cuerpo por completo, sentí como la piel se me ponía de gallina, y los pezones se endurecían por el efecto del frío. Ella me observaba, había metro y medio de profundidad y me quede junto a la orilla tiritando de frío.
— ¡Mira que eres exagerada!
— Si pillo una pulmonía va a ser por tu culpa.
Me quedé junto a la pared con las manos cruzadas por encima de los pechos, estaba tiritando cuando ella se acercó nadando a mi lado…
— ¿Me dejas que te de calor?
Se colocó frente a mí y me abrazó… sentí su cuerpo semidesnudo rozándome, sus grandes pechos estrujándose contra mi cuerpo y sus manos rodeándome con dulzura.
— ¿Mejor así?
No contesté, sería difícil encontrar las palabras para describir mejor mis sentimientos que la imagen de mi rostro. Cerré los ojos, mis manos poco a poco fueron cayendo y me dejé hacer… permanecí inmóvil mientras Naira se deleitaba con su presa —si existía en la tierra algo similar al paraíso, seguramente estaba en aquella piscina…
Conforme los besos recorrían mí cuello, la respiración se aceleraba más y más. Sus labios dibujaban caminos de saliva en mi piel. Sus dientes se clavaban con ansia en mi carne desnuda y expuesta. Sentía a aquella chica impulsiva y pasional degustar mi piel, lo hacía como si yo fuera su última comida antes de ser condenada por el resto de los días al infierno.
Incliné mi cuello invitándola al banquete. Estaba completamente entregada a ella, entregada a sus besos, sus caricias, sus palabras. Escuchaba su respiración acelerada en mi oído. Sentía sus manos magrearme bajo el agua y el roce de piel con piel era embriagador.
Se detuvo por un instante… observo mi rostro y se situó a escasos milímetros de mis labios. Cerré los ojos … sentí su aliento colarse por mi boca entreabierta. Su presencia era tan cercana que casi podía saborear sus labios. Durante unos instantes permaneció allí… sabía que la tensión sexual y el deseo contenido me torturaría y me sería difícil aguantar.
Mordió ligeramente mi labio inferior para seguidamente lamerlo. Sentí el roce embriagador de su lengua húmeda y cálida introduciéndose en mi boca. Mis labios la abrazaron dándole la bienvenida, y ambas lenguas se fundían por vez primera en un baile de lujuria — ¡era tan diferente besar a una mujer! —. Lo sentí suave y dulce, muy distinto al contacto con el hombre, algo embriagador e íntimo por igual.
Nuestra respiración comenzó a acelerarse por momentos. Los besos cada vez más intensos. Las caricias más pasionales. Mis manos se aferraron a su culo duro y carnoso. Ella no dejaba de presionarme con sus caderas. Sus ingles se frotaban contra mí cada vez con más intensidad, lo hacía como si quisiera penetrarme con un pene imaginario, como si quisiera descargar en mí todo el deseo contenido.
Sus manos liberaron mis pechos del bikini, rápidamente fueron estrujados con delicadeza. Sentí los pezones endurecerse de nuevo por el efecto del agua fría y la excitación. Los lamió para succionarlos con los labios, después fueron sus dientes quienes los atraparon y tiraron de ellos hasta que la tensión los hizo soltarse. Cuando toda la sangre se amotinaba en mis pezones, cuando la sensibilidad se encontraba a flor de piel, fue cuando el roce de su lengua inquieta y lasciva recorrió su rugosidad, y yo volví a gemir de puro gusto.
— Me encantan estas tetitas.
Permanecía con los ojos cerrados entregada por completo a esa cría, mis piernas rodearon su cintura que seguía presionando mis caderas como si quisiera entrar en mí. Por un momento paró y me miro a los ojos mientras jadeaba…
— Joder zorra, como me pones...
Sus palabras ofensivas, lejos de herirme echaban leña a la hoguera del deseo. Lo deseaba, deseaba sentirme como una zorra entregada a ella, derrotada por la locura de aquel instante, rendida a sus más oscuros deseos.
Abrí los ojos y allí estaba ella y su sonrisa pícara, acerco sus dedos a mi boca y comencé a lamerlos. Una autentica felación llena de fluidos recorrió sus dedos anular y corazón. Los lamía con deleite mientras no apartaba la mirada de ella. Clavé mis ojos en los suyos, y como si fuera una fulana cualquiera la miré como alguien que suplica ser poseída.
Extrajo los dedos de mi boca humedecidos por la saliva, acto seguido los sentí colarse entre el fino espacio que quedaba entre la braguita y mi piel. Me moría por ser suya, por sentir mi sexo tomado por ella. Gemí a la vez que arqueaba la cabeza hacia atrás al notar sus suaves dedos penetrarme. Lo hizo muy despacio. Sentí como se abrían paso entre mis labios y presionaban las paredes vaginales. Y mientras sus dedos me follaban, ella no perdía detalle de las expresiones de mi rostro.
— Dime si lo sientes, dime si te gusta cómo te follo zorra —no contesté, de nuevo los gemidos que emanaban de mi boca cada vez que sus dedos me penetraban, hablaban por si solos.
—Joder tía, te estas derritiendo…
Cogió mi mano y la guio hasta su sexo. Mientras sus dedos se clavaban en mis entrañas, su mirada suplicaba que yo también la follara. Me colé bajo su braga y acaricié por vez primera su dulce coño depilado… su cuerpo se arqueó gimiendo al sentir el tacto de mis yemas en su clítoris. Era la primera vez que sentía a otra mujer, y mis dedos se perdieron con ansia en aquel coñito que palpitaba de gusto.
Ambas seguíamos dentro del agua tibia, una frente a la otra. Devorándonos con las miradas. Utilizando los dedos para follarnos la una a la otra. Moviendo las caderas al ritmo que marcaban las falanges lascivas. Movimientos continuados en círculo que solo buscaban aplacar la sed de deseo.
Otra vez fui yo la que no pudo resistir y terminé corriéndome sin remedio, gemí, varias convulsiones repetidas me alcanzaron al tiempo que perdía el control de mis movimientos. Me aferre a la mano que exploraba bajo mi braga, la sujeté con fuerza, me aferré a ella intentando que quedara anclada entre mis piernas, anhelando que no dejara de proporcionarme ese placer infinito.
— Sigue, sigue, me corro… me corro… me corro…
Gemí como nunca lo había hecho mientras me mordía el labio inferior y me retorcía sobre mi misma. Mis piernas se cerraron atrapando su mano entre ellas. Una loca orgia que se alargó por espacio de unos instantes y que me dejó exhausta y jadeando.
Tras ese momento maravilloso, ese momento en el que había dejado ser quien era, para convertirme en una fulana lasciva entregada a los más bajos instintos, llego la calma. Aún seguía con la respiración acelerada, intentando recuperar el sentido, cuando Naira extrajo de mi coñito sus dedos, y se los metió en la boca mientras no apartaba su mirada de mi rostro.
— Me encanta mirar a la cara a las maduritas mientras las follo… es una delicia. —Se dibujó de nuevo una sonrisa pícara en su rostro, mientras guiaba mi mano a su rinconcito de placer.
Mis dedos —que habían perdido la noción del espacio—, buceaban de nuevo bajo el agua directos a su coñito. Volvió a lanzar un gruñido de excitación al sentirlos rozando su intimidad. Me miro con lujuria al volver a sentir el contacto de mis dedos. La penetré y seguido los extraje para explorar su clítoris, lo hice tal y como a mí me gusta tocarme. Comencé a masajearlo mientras ella se aferraba a mí y encajaba su rostro en el espacio que quedaba entre mi cara y el hombro. Sentía sus uñas clavarse en mi culo a la vez que sus movimientos de cadera se hacían más intensos y descontrolados.
— Dios, sigue, sigue, sigue…
— No pares joder…
La sentía, sentía que estaba a punto de explotar, la sentía como una olla exprés que llega a su punto de ebullición y necesita romper por algún lugar y, descargar todo el calor acumulado.
— Te siento, te siento, te siento, te siento… —ronroneaba palabras que parecían gemidos, cada vez se hacían más ininteligibles, las repetía sin parar mientras se acercaba al punto de no retorno.
— Me corro joderrr….
El movimiento de sus caderas se descontroló mientras varios latigazos recorrían su cuerpo. Era maravilloso sentirla. Sentir el cuerpo de otra mujer entregada al éxtasis. Escuchar sus gemidos desesperados. Sentir su cuerpo aferrándose con fuerza a mí piel desnuda. Retorciéndose en convulsiones de placer.
Tras unos instantes de maravillosa lujuria, su cuerpo se relajó y cayó sobre mi como un peluche desmadejado.
— Tía, me he corrido como una perra, nunca me habían hecho un dedo así…
— No sé si es legal que me pongas tan cachonda…
— Jajaja, eso seguro que se lo dices a todas con las que te lo montas . —No pude evitar ponerla a prueba.
— ¡Que va!, solo he estado con tres chicas más… dos de mi edad y hace un par de meses otra un poco más joven que tú. La mayor parte de mis experiencias son virtuales… —sentía su cuerpo desnudo en mi regazo, su piel suave y fresca, sus piernas rozando las mías, sus grandes pechos estrujándose contra mí cuerpo ¡era preciosa!
— Cuando dices virtual… ¿te refieres al chat?
— Si claro…, y también… —creí percibir un instante de duda en sus palabras. Intuí que la palabra “virtual” escondía algo más…
Continuara…
No me suele gustar escribir historias largas por capítulos, pero en esta ocasión la historia se ha alargado un poco. Mi intención es publicarla en tres entregas. El motivo es que no quisiera que nadie dejara de leerla al comprobar la duración.
Prometo publicar las otras dos en breve.
Agradezco vuestros comentarios, comentarios que en definitiva son lo que te da alas para sentarte durante horas a escribir, y contar una historia que intente despertar emociones.