Cati, la malvada (2)

Meses después Olga se reencuentra por sorpresa con Cati. La noche es larga... puede pasar de todo.

Llovía. Llovía a cántaros y la noche se presentaba desapacible. Desde la ventana del vestidor vislumbraba la luz de la farola de la esquina; bajo ella se arremolinaba esa lluvia, en ráfagas de intermitente tramontana.

El imponente silencio de la casa quedaba roto, sólo durante algunos instantes, por el repiqueteo de las gotas en los cristales.

Al abrir las puertas del armario se me planteó la primera duda: Elegante, sí, pero ¿atrevida? ¿o insinuante? ¿o quizás, directamente, exhibicionista?

He quedado con mi Amo y quisiera sorprenderle aunque sin pasarme, no vaya a ser que acabemos en una comisaría o, lo que sería mucho peor, en la portada de alguno de esos periódicos, por llamarles de alguna manera, gratuitos que se distribuyen en las salidas del metro. (Si fuese en las páginas centrales de Sociedad de La Vanguardia no digo yo que… jajaja –pensé-)

En fin, a lo mío que "tempus fugit".

A pesar de la lluvia la temperatura no era baja; incluso anormalmente alta, diría yo, por lo avanzado del otoño. Asi que… ¡Sí! Definitivamente me pondré este vestido de rayas blancas y negras porque la disposición vertical e integra de sus botones permite modular a conveniencia, abrochándolos o desabrochándolos, el grado de insinuación corporal que cada momento pueda requerir.

Preparo unas medias de seda negras con su correspondiente liguero, también negro, y, porque no, unos zapatos rojos de pronunciado tacón para que hagan juego con mis labios y con las aureolas de mis pezones

Sé que es un tic aprendido de Histoire d’O pero a mi Amo le encanta que pinte mis pezones a juego con mis labios y a mi, he de confesar, no me disgusta.

Esta vez no me pondré ni collar, ni pendientes, ni anillos, ni reloj… Quiero un grado máximo de desnudez ornamental para que se interprete como directamente proporcional a mi capacidad de entrega. Algo así como: "aquí está este cuerpo desnudo de voluntades; tómalo y dispon de él con la tuya"

Medias, ligueros, zapatos rojos… a medio ajustarme el moño me di la vuelta, instintivamente, y me vi en el fondo de la habitación, reflejada en el espejo que ocupa toda la pared. Vi a una mujer alta, relativamente mayor pero todavía atractiva, con una abundante pelambrera negra que adornaba sus sobacos, contrapunto a un pubis inmaculadamente limpio del cual asomaba el resplandor de una anilla; las mismas que lucían en ambos pezones, resaltadas por ese carmín intenso de sus aureolas.

La miré fijamente a los ojos y vi también en ella a la reencarnación, en moreno, de la Severine de Kessel. Vi en este espejo a una mujer que, inmersa en una apabullante monotonía profesional, convencida de su función de esclava en la vida, ve realizado su erotismo en el camino morboso y seductor hacia lo desconocido. Una mujer masoquista obsesionada, en una actitud irrefrenable de sumisión, en sentirse deseada y poseída.

Una mujer que

Un sonido estridente de claxon en el exterior nubló súbitamente mi imagen en el espejo. El taxi, al que una hora antes llamé, había llegado.

En un gesto púdico me asomé a la ventana tapándome los pechos con los brazos. En el diluvio de la noche el arca pasaba a recoger al último espécimen de zorra.

Un ligero toque de Ysatis bajo el pliegue de los pechos y me enfundé apresuradamente el vestido. Abroché los tres botones centrales y dejé los tres superiores y los tres inferiores abiertos, de tal modo que desde una posición lateral podían vérseme perfectamente los pechos y sentada, con las piernas cruzadas, dejaba a la vista el final de la tira de enganche del liguero con la media.

Cogí el bolso, me zampé de un mordisco la rodaja de pepino y apuré de un trago el Gin Tonic de Hendrick’s que me había acompañado a lo largo de la tarde.

Al Dry Martíni, por favor.

Sentada en el cómodo y sorprendentemente ámplio habitáculo del coche sentía como se acercaba la ciudad. Me daba la sensación de que la C-31 era un tremendo falo que intentaba, serpenteando, penetrar en ella y que los coches, cual serpiente multicolor, eran los espermatozoides que iban a fecundarla.

De vez en cuando el conductor alzaba la vista y en una milésima de segundo, iluminados por las luces que nos precedían, sus ojos se cruzaban con los míos. Intenté que mantuviera la mirada. Sentirme observada de este modo me excitaba. Dejaba volar la imaginación y me transportaba a un apartado solar de la Zona Franca dónde, situada en medio del círculo creado por la confluencia de cinco o seis faros, era brutalmente sodomizada por un grupo de taxistas para ser luego abandonada, completamente desnuda.

Tengo completamente prohibido masturbarme sin previo consentimiento de mi Amo así que la frase "estamos en destino" sonó cual providencial campana salvadora. Pagué la cerrera y tirando de la puerta acristalada entré rápido en el local.

Jueves, pocos minutos para la medianoche. Sentada en un taburete, en el extremo de la larguísima barra de madera, observo a la clientela. Mediana edad, clase acomodada, sonrisas e hipocresía por doquier.

-¿Qué le sirvo?, pregunta el barman.

Me lo pienso un instante y… sí, claro, un Ángel Caído.

No podía ser otro; ginebra, crema de menta, angostura y limón. Y un nombre revelador. ¿Seré yo?

Media hora y dos ángeles caídos mas tarde empiezo a inquietarme. Cuando, de pronto, se acerca el barman y me pregunta: -¿Olga?-

-Sí, respondo titubeante.

-Esto es para usted, continua el barman. Lo han traído esta tarde y estábamos a la espera de una llamada telefónica para entregárselo.

Es una cajita de madera con filigranas grabadas al fuego. La abro y desdoblo el papel que aparece dentro. "Ve al baño, introdúcetelo y vuelve aquí"

Hay una bolsita de terciopelo azul y dentro lo que, por el tacto, intuyo.

Llego al baño, me encierro en uno de los cubículos y sí, efectivamente, es lo que pensaba: un plug anal. Es de acero, mide unos quince centímetros de largo y consta de cinco bolas, de menor a mayor desde su extremo hasta la base, la última de las cuales me parece considerablemente gorda. De la superficie plana de la base sobresale un hilo, parecido a una antena de radio de minicadena, de unos cinco o seis centímetros.

No tengo ningún lubricante a mano así que recurro a la saliva para untarme bien el ano. Por si no es suficiente chupo un poco el dildo, hasta la cuarta bola, y cuando las arcadas hacen acto de presencia por la cercanía del artilugio al fondo de mi garganta lo retiro y me contento con lamer la última de las esferas.

De cuclillas sobre la taza del water, mirando a la pared, empiezo la inserción. Las tres primeras bolas entran bien, la cuarta ya presenta una notable dificultad y con la quinta

-"Por favor, Dios mío, ¿porqué tengo que hacer esto?"

Se me escapa un quejido lastimero al tiempo que con un último empujón acaba por entrar la última bola y noto como el esfínter se cierra de nuevo sobre la fina y redondeada barra que finaliza en la base.

-"Uff"- Delante del espejo intento recomponer un poco mis facciones, un tanto descompuestas por el esfuerzo.

Con paso cauto y medido, obligado por la presencia incómoda, sobretodo por su rigidez, de aquella barra de acero con bolas en mi culo, vuelvo a la sala y me las veo y me las deseo para sentarme otra vez en el taburete.

Ahora sí que me molesta de verdad aquella cosa y decido pedirme otro Ángel Caído

Me quedaban dos sorbos cuando apareció mi Amo y… ¡Sorpresa!, venía acompañado.

Si me pinchan en aquel momento no me sacan sangre. Detrás de él, imponente, como una Diosa, apareció Cati.

-¿La recuerdas, Olga?, dijo mi Amo mientras ella acababa de acercarse a mí.

-¡Claro!, le contesté.¡Cómo no lo iba a hacer! ¿Fue hace un par de meses en casa, verdad?

-¡Exacto!, replicó ella.

Se acercó para besarme y en el mismo momento en que sus labios contactaron con mi mejilla sentí una descarga eléctrica intensísima en el recto. Duró sólo un segundo pero fue suficiente como para que me apartara súbitamente de ella con expresión de sorpresa.

Cati sonrió. Con esa sonrisa sutil y cómplice de quien tiene la situación bajo control.

-Cati me ha pedido si podía disponer un rato de ti. Es muy juguetona. Y como sé que no estas avezada a la electricidad se me ha ocurrido que podíamos pasar un buen rato viendo como intentas controlar, delante de todo el personal, esta situación.-, me explicó mi Amo.

-Ya, pero es que…-, y ¡zas! Recibí otra descarga que esta vez, por su mayor duración, me arrancó un pequeño grito e hizo que varios de los asistentes se percataran de que algo anómalo estaba sucediendo.

-¿Puedo sentarme?-, pregunté y al hacerlo me di cuenta que en el suelo había unas gotas de pis que se me había escapado. Por suerte nadie más se percató de ello.

La conversación fue agradable; un poco de política, un poco de trabajo, un poco de sociedad

Y un mucho de morbo y de entrega porque Cati jugaba conmigo como nadie lo había hecho antes. Llevaba uno de sus impecables trajes chaqueta de color gris con una ligera raya negra. La camisa blanca bastante desabrochada dejaba entrever sus magníficos pechos, grandes, turgentes, con unos gordos pezones que despuntaban bajo ella.

Se me acercaba al oído y me susurraba: -voy a abrir un poco las piernas. Quiero que te fijes bien en mis labios rosados porque luego me los vas a comer-

Y cuando lo hacía yo me ponía a cien, e inmediatamente pulsaba el botón fatídico de su mando a distancia y la descarga me hacía levantar medio palmo del taburete. Y ambos, Cati y mi Amo, se reían.

Creo que fue con mi sexto Ángel Caído cuando acompañé, por fin, a Cati al baño.

Ambas nos estábamos meando vivas. Al entrar había dos chicas más arreglándose delante del espejo-tocador. Cati me llevó directamente al water y, rememorando la escena de mi casa, meses atrás, me ordenó arrodillarme ante ella. Se levantó la falda y repitió: -¡Bebe! ¡Bébetelo todo!-

Y vaya si bebí. Aquello no era un Ángel Caído sino una lluvia bendita caída del cielo.

Aquella mujer me ponía como nadie lo había hecho. Cuando acabó de mear vi de reojo que, sin llegar yo a darme cuenta, Cati había entreabierto la puerta y las dos chicas asistían atónitas a la escena. Esta situación imprevista todavía me excitó más y me lancé como una posesa a comer aquel manjar que tenía a mi disposición.

A cada descarga eléctrica que recibía respondía con un gemido ahogado por los labios mojados de Cati que, habiendo vuelto ya a cerrar la puerta, se entregó a mi lengua y a mis gritos para acabar corriéndose espectacularmente por toda mi cara.

Salimos ambas y nos recompusimos un poco antes de volver a la sala. Yo tenía unas ganas locas de masturbarme aunque pensé en no manifestarlo no fuese que a mi Amo le diese por ordenarme que lo hiciera allí mismo y, conociéndome como me conozco, aquello acabase en un escándalo.

Eran cerca de las tres de la madrugada y, mientras yo me percataba de que todavía no había meado y que me moría de ganas de ello, el Dry Martín servía ya las últimas copas a la espera de que los clientes dieran por concluída la velada.

-¿Nos vamos ya?, le indiqué a mi Amo.

-Nosotros sí. Tú todavía no.- Y sacando una cadenita del bolsillo se la entregó a Cati, diciéndole: "Tú misma".

-Avanza un poco el cuerpo hasta el borde del taburete y abre las piernas, zorra-, me dijo.

Como una autómata realicé el movimiento. Cati se agachó frente a mi, pasó la cadenita por el interior de mi anilla del clítoris y, dándole la vuelta por una de las patas del taburete, la cerró con un pequeño candado.

Se levantó, me dio un beso en los labios, metiéndome toda su lengua en la boca, y soltó la última descarga eléctrica.

Me giré para contemplar como se marchaban. Cati agarró con su brazo izquierdo a mi Amo y le regaló, también, un prolongado beso en la boca que él pareció correponder complacido. Con la mano derecha dejó caer, en el otro extremo de la barra, lejos de mí y cerca de la salida, el mando a distancia del plug eléctrico.

Mientras los camareros empezaban a poner patas arriba las sillas para fregar el suelo y el dolor de mi vejiga iba in crescendo pensé:

-¡Esta Cati es una malvada!

(continuará)