Castillos De Arena

En la playa hay algo más blando que los castillos de arena

Saludos, mis leales y cachondos lictores. Cuando rosa me pidió, hace 6 meses; que escribiese un relato en la playa o piscina, pues se me vino a la mente los castillos de arena. Eso me recuerda a casi todos los gobiernos del mundo, simples castillos de arena. Y si, varios castillos serán aplastados en este relato.

La playa, el paraíso dorado del verano. El lugar donde puedes mirar y mirar y jamás te dolerán los ojos. A menos que la vista no sea placentera, claro está. En una playa del sur, apartada y poco frecuentada, vivía Dani. 20 años, un chico bronceado por la permanente exposición al sol, estatura mediana y un cuerpo ejercitado pero no en exceso. Su cabello castaño claro era ondulado y sus ojos verdes, mostraban cierta arrogancia por su apariencia.

Dani llevaba un par de años viviendo allí, y disfrutaba la soledad la mayor parte del tiempo, aunque cuando llegaban grupos de personas, se paseaba por la playa con su bañador y exhibiéndose a las mujeres que estuviesen presentes. Con esa sencilla táctica había logrado ligar con muchas tias, aunque nunca ninguna mayor de 25 años; ya que se veía muy chulesco y prepotente y las mujeres algo mayores pasaban de él, aunque no apartaban la mirada de su cuerpo atlético.

Aquel verano, como en todos los anteriores, era el momento perfecto para pasar un día en la playa. Y así fue como Dani se puso su bañador más ceñido para marcar paquete y salió a caminar por la orilla de la playa.

Un par de madres solteras, Alejandra y Magdalena, de 33 y 31 años respectivamente; se bajaban del coche seguidas de sus hijos, dos niñas de 9 y un pequeño de 4. Los críos corrieron como locos hasta la orilla y chapoteaban en el agua, a pesar de que sus madres insistían en que se cambiasen de ropa y se aplicasen el protector solar.

Una vez instalados y usando prendas más adecuadas, los niños se divertían en el agua mientras ambas mujeres conversaban tranquilamente bajo la sombra del paraguas que habían llevado y cómodamente sentadas. Alejandra lucía un bikini negro que apenas podía cubrir sus generosos pechos y la parte inferior lograba con lo justo cubrir sus carnosas nalgas. En cambio Magdalena llevaba puesto un bikini rojo un poco menos descarado, pero aún así no era menos hermosa que su amiga, sus senos un poco más pequeños pero su culo era aún mejor que el de su amiga, perfectamente redondo y duro.

Apartándose un mechón rubio, Magdalena suspiró de satisfacción al sentir la brisa en su cuerpo y refrescarla un poco. Sus ojos verdes mostraban calma y tranquilidad, disfrutando del momento.

“Por fin… cero preocupaciones,” dijo ella.

“Te lo dije, esto es el paraíso,” respondió Alejandra, acomodándose el corto cabello negro.

Siguieron en silencio un par de minutos hasta que Magdalena volvió a hablar.

“Los chicos lo están pasando muy bien.”

“Si, demasiado bien,” dijo Alejandra.

“Vaya, vaya… mirad a la derecha,” comentó Magdalena.

En ese instante, ambas mujeres observaron a lo lejos un chico con un diminuto bañador que caminaba distraídamente. Dani había visto llegar el coche y desde lejos se preguntaba si ese día sería en el que ligaría con un par de mujeres mayores que él, dependiendo que tan hermosas fuesen.

“No se ve nada mal,” dijo Alejandra con una mirada picante.

“Apuesto a que nos vió al llegar,” aseguró Magdalena.

“No veo nada malo en ello, al menos tendremos alguien que nos mire,” murmuró con una risita.

Las mujeres siguieron hablando en tanto Dani se acercaba como en cámara lenta. El chaval ya las podía distinguir mucho mejor y trataba de contener una erección, aquellas damas eran muy sensuales y lo mejor, estaban solas además de los niños. Con alguna de las dos podría ligar, con toda seguridad. Los niños, cansados de jugar en el agua, salieron corriendo en dirección al coche y regresaron con palas, cubetas y otros juguetes.

“Mama, mamá, haremos castillos de arena!” exclamó una de las niñas a Alejandra.

“Solo no se vayan a quedar mucho tiempo, ya el sol está calentando mucho,” dijo ella.

Los niños apenas escucharon sus palabras y comenzaron a divertirse haciendo un castillo de arena. Dani ya estaba cerca y podía oír lo que hablaban los críos, mirando donde estaban Alejandra y Magdalena; el chaval comenzó a pasar su mano por su paquete disimuladamente.

Las mujeres le miraban con interés y Magdalena no pudo reprimir una risita.

“Crees que se acerque?”

“No lo sé, es probable, y ya deja de reír!” dijo Alejandra, sin dejar de mirar al jovencito.

Mientras dudaban si invitarle o solo dejar que todo siguiera su curso natural, otro coche llegó y una familia se instaló a poca distancia. El padre de familia charlaba cordialmente con las mujeres y Dani disimuló un poco su disgusto y continuó vagando alrededor. Los recién llegados tenían tres hijos que rápidamente se unieron a los otros y animadamente hacían más castillos de arena.

Uno de los niños decidió divertirse arrojando arena a sus hermanos más pequeños y dejaron de hacer castillos para lanzarse arena mutuamente. Aquello era el ingrediente para cualquier desastre, lo que ocurrió cuando uno de los pequeños, en lugar de atinar a la espalda de una de las chicas, arrojó su tiro contra el malhumorado Dani.

El joven, cabreado por su mala suerte y movido por la frustración, la pagó con los niños. En un arrebato de furia pateó y aplastó los dos castillos que con tanta dedicación habían hecho los pequeños y empujó al responsable, que cayó de culo llorando.

La acción no pasó desapercibida para Alejandra y Magdalena, que con grandes gestos y ofuscadas se levantaron y en un parpadeo se acercaron. Magdalena comprobó si el niño se encontraba bien y le consolaba en tanto Alejandra encaraba a Dani, muy furiosa.

“Pedazo de animal, será mejor que te disculpes!”

“Si él me arrojó arena,” protestó Dani.

“Es un niño, abusador! Te gustaría que alguien te diese tu merecido?” continuó Alejandra, hecha una furia, pero los ojos del chaval estaban en otro lugar.

Exactamente, los ojos de Dani estaban fijos en los senos de Alejandra. Aquel par de jugosos, grandes y redondos senos eran casi imposibles de ignorar y menos a esa distancia. La indignación de la mujer aumentó y sin importarle lo mucho que le dolería, la mujer apoyó las manos en los hombros del joven y le asestó un violento rodillazo en los huevos.

Lo primero que Dani experimentó fue el silencio. No era capaz de escuchar el sonido de las olas en la orilla o las risas de los niños, que volvían a correr y jugar. Tampoco podía entender lo que había sucedido con precisión ni el porque de esas manos apoyadas en sus anchos hombros hasta que un atroz dolor comenzó a subir de sus huevos, por su bajo vientre y ese inesperado temblor de piernas. La vista era algo borrosa y pudo sentir una lágrima escapar y deslizarse por su mejilla, abrió la boca y trató de respirar, ya que sentía como si le estuviesen estrangulando.

Todo aquello lo sintió en cuestión de segundos y cuando Magdalena comprobó lo que había ocurrido, Dani se desplomaba a los pies de Alejandra, gimoteando y agarrando sus huevos en posición fetal, incapaz de soportar el dolor.

“Ahora mira quién es muy rudo,” comentó Alejandra con satisfacción, y le dio un puntapié que apenas notó Dani.

“Menudo rodillazo, justo en el blanco,” dijo Magdalena.

“Este presumido necesita una lección, pero no aquí,” indicó Alejandra y su amiga captó la sugerencia.

Hablando con la familia junto a ellos, dejaron a los niños a su cuidado mientras ellas disfrutarían un paseo con el chico. Colocando un brazo alrededor de sus cuellos, Dani era llevado por ese par de bellezas en tanto le insultaban y humillaban más. Apenas podía sostenerse de no ser por ellas, las piernas no le respondían y los huevos le dolían a horrores. Alejados de sus hijos y los otros visitantes, tumbaron a Dani boca arriba sobre la arena y le quitaron el bañador, quedando desnudo ante esas mujeres.

“Mira ese ridículo rabo, es más pequeño que el de Raúl.”

“Tan pequeño y patético.”

“Te vamos a enseñar modales,” dijo Alejandra y sin más, le dio un pisotón en los golpeados huevos y Dani chilló de dolor.

Para evitar que sus gritos atrajesen a los niños, Magdalena le tapó la boca con sus manos mientras Alejandra pateaba una y otra vez sus testículos. A cada patada, Dani gritaba de dolor pero su lamento era ahogado por las manos suaves y fuertes de Magdalena, que enmudecían su desesperado intento de ser escuchado. En poco tiempo sus huevos se comenzaron a hinchar y enrojecer, empeorando más por la arena mojada, que irritaba mucho la zona e incrementaba el suplicio.

“Menudo destrozo… se ven mal,” comentó Magdalena.

“Creo que pueden estar mejor. Si quieres, puedes probar un poco,” sugirió Alejandra y Magdalena miró a Dani, que tenía el miedo reflejado en la cara, suplicando por piedad.

Asintiendo, la mujer intercambió lugares con Alejandra y se puso de pie. Cambiando de parecer, se arrodilló y contempló las maltratadas gónadas de Dani, que gemía con voz amortiguada por la mano de Alejandra, que con la otra le daba bofetadas.

“Venga, no tenemos todo el día,” aclaró Alejandra, algo impaciente.

Magdalena echó arena en sus manos y agarró los huevos de Dani, para acto seguido frotar la delicada piel del escroto. Aquella tortura le provocó renovadas oleadas de dolor, tanto por la presión que Magdalena hacía, como por la arena mojada; que irritaba mucho en sus delicadas joyas.

Apretando la base del escroto con una mano, la mujer comenzó a golpear esos testículos con la otra mano, Dani se retorcía de dolor mientras la otra dama reía y le decía al aterrado jovencito que pronto el dolor desaparecería, junto con sus huevos. Magdalena seguía golpeando, pellizcando y apretando sus bolas, que para entonces eran un par de enormes pelotas hinchadas y enrojecidas.

El chico dejó de oponer resistencia, ya casi no tenía fuerzas para balbucear y mucho menos para ponerse de pie. Los huevos los sentía terriblemente hinchados y pesados, además de molestarle la arena en la piel sensible. Alejandra y Magdalena admiraban el trabajo hecho en esos testículos, ignorando los quejidos del pobre Dani, que ansiaba hielo para calmar la agonía que sentía en su entrepierna.

“Y ahora que sigue? Sus huevos están muy mal,” dijo Magdalena.

“Yo creo que no los va a necesitar…” respondió Alejandra.

“No crees que es demasiado…?” admitió Magdalena.

“Tal vez… aunque se me ocurrió algo mejor,” repuso ella con una sonrisa traviesa.

Una hora más tarde.

Alejandra y Magdalena descansaban en sus respectivas sillas de playa, mirando el mar. Sus cuerpos voluptuosos brillaban bajo la luz del sol, mientras los niños corrían alrededor, gritando y riendo. La otra familia se había marchado y una suave brisa acariciaba y añadía algo de tranquilidad.

Los chicos pisaban una especie de montículo de arena, bajo el cual estaba enterrado Dani hasta el cuello. Apenas se podía mover y solo se veía además de su cara, un par de huevos bien hinchados y enrojecidos. Los pequeños a cada tanto pisoteaban el área maltratada, arrancándole gemidos de dolor que eran ahogados por las risas de los niños, que ignoraban el intenso dolor que padecía aquel pobre joven.

Las madres reían ante tal escena, fruto de la imaginación de Alejandra. Dani les imploraba pero ellas no le concederían el alivio que anhelaba, una de las niñas contempló por un segundo sus testículos, antes de saltar con ambos pies juntos y aplastar los huevos del muchacho en la blanda arena, Dani se retorció impotente y rogando; más no podía escapar.

La otra niña imitó el gesto y Dani puso los ojos en blanco, sus huevos se deformaban con cada pisotón y estaban en una condición crítica.

“Crees que aguante?” preguntó Magdalena.

“No lo sé,” repuso en tono práctico Alejandra.

“Deberíamos dejarlo ir.”

“Alguien más podría divertirse con él, no le arruinemos el momento,” bromeó Alejandra y cerró los ojos.

Al irse, Dani aún seguía enterrado pero no tenía fuerzas para moverse. Los testículos estaban gravemente dañados y algo amoratados. En ese instante, una chica a la cual había intentado follar sin éxito paseaba al atardecer y encontró Dani dónde había estado por varias horas, sin atención médica.

“Por favor, ayúdame, necesito ayuda… necesito…” balbuceó Dani y se quedó mudo al ver quién era.

“Vaya, vaya… menudos huevazos. Perfectos para una tortilla…” murmuró ella con una sonrisa maliciosa. Unos segundos después, un lamento se escuchó en la playa, seguido de una carcajada femenina...