Castigo de dos novicias impuras (4b)

Las novicias pasan una noche de pesadilla en manos de los verdugos que desatan con ellas sus peores instintos (con imágenes)

Claudia paso las siguientes horas por un infierno de dolor y sufrimiento. Primero la colocaron boca abajo atada a un madero y con una fusta le marcaron las nalgas hasta dejarle unos feos verdugones rojos y morados.

Después la ataron junto a Valeria, doblada sobre sí misma, con los brazos estirados hacia atrás y su larga melena rubia encadenada a los tobillos, Así con el trasero en pompa volvieron a follarla. Esa dolorosa penetración no fue como la primera. Ahora todo era sumamente desagradable pues cualquier contacto con la piel herida de entrepierna y trasero era una fuente de dolor para la muchacha. Además Claudia tenía su sexo especialmente irritado y le dolía mucho cada vez que la penetraban.

Tras esto ataron a Claudia a un banco de rodillas con los tobillos aprisionados por un cepo y las muñecas estiradas y atadas tras su espalda. Entonces se pusieron a aplicarle hierros candentes sobre la piel.

Guido aleccionó a sus sádicos compañeros para que el hierro sólo "rozara" la piel de Claudia durante breves instantes, pues si se lo dejaban demasiado tiempo las quemaduras serían demasiado profundas. De todos modos, a cada contacto del hierro Claudia gritaba como un animal al que estuvieran desollando vivo.

Después de adornarle su blanca piel con varias quemaduras superficiales, cogieron otra vez las tenacillas y con ellas le pellizcaron las tetas, el vientre y los labios vaginales.

Con el ruido de fondo de los gritos histéricos de la joven, Guido se fue hasta Valeria y dado que había bajado la cabeza para no ver cómo torturaban a su amiga, le obligó a levantarla para que viera bien la escena.

  • ¿Te gusta ver lo que le hacen?, ¿te pone cachonda? tú podrías estar ahora en su lugar.

Valeria negó con la cabeza llorando desconsoladamente.

  • Por favor dejadla.

  • Da igual lo que hagas o lo que digas, haré lo que quiera contigo, y amordazándola cogió una fusta de cuero y empezó a flagelarla otra vez.

En esa orgía desenfrenada de violaciones y sufrimiento los verdugos perdieron el control. Cuando dejaron de quemarle con hierros al rojo a Claudia la volvieron a follar por su irritado sexo y nuevamente la joven se puso a gritar.

A pocos metros de ella Valeria recibía cada fustazo temblando de dolor y rabia y haciendo lo posible por no gritar pues ya había comprobado que eso alimentaba el sadismo de sus torturadores. Guido la golpeaba espaciando los fustazos, dejando que ella asumiera completamente el dolor de cada uno antes de propinar el siguiente y deleitándose sádicamente de las bellas curvas de la joven y de cómo los verdugones horizontales iban "adornando" su trasero y su espalda.

Valeria miraba con lágrimas en los ojos como ese hombre daba vueltas y más vueltas a su alrededor con el pene tieso y sonriendo como un diablo. Estaba tan domada que ya no se atrevía ni siquiera a pedirle piedad. Sólo esperaba que se cansara y la dejara descansar de una vez,...aunque sólo fueran unos minutos.

Finalmente, tras perder la cuenta de los fustazos, Guido le quitó la mordaza y le pidió un beso. La joven no sólo no se negó sino que se esforzó que el beso le gustara tanto que dejara de fustigarla. Casi le costó a Guido separar los labios y la lengua de los de la bella Valeria.

  • ¿Quieres que deje de azotarte?

  • Sí, por favor, sí.

  • ¿Qué harías a cambio?

  • Te la volveré a chupar... por favor.

  • Eso ya lo has hecho, ¿no tienes nada más que ofrecerme?

Valeria entendió casi al momento y bajó la cabeza avergonzada.

ZAAAASSS

  • AAAAAYYY.

Todo su cuerpo tembló como una hoja y la joven tensó hasta la última fibra cuando la fusta impactó otra vez en su trasero.

  • ¡Follame el culo!

Guido sonrió por la sagacidad de su esclava.

  • Tendrás que pedírmelo bien, zorra y con toda su mala baba le dio otro fustazo.

  • AAAAAAYYYY, .....por favor, por favor, sodomizame, por el culo, metemela pero deja de azotarme, poor favoor.

  • Eso está mejor bruja. , el verdugo dejó por fin la fusta y se puso a desatar a su prisionera que cayó desplomada al suelo. Entonces la agarró de los cabellos y la llevó a rastras hasta un taburete, allí la ató de brazos y piernas a las patas dejando su trasero al aire.

Someterse a esa nueva humillación no le libró a Valeria de llevarse otro par de fustazos y sólo entonces el verdugo empezó a sodomizarla.

  • AAAAAAHHHH

A pesar de haber practicado juegos anales con Claudia el enculamiento al que le sometió Guido fue sumamente doloroso, el pene forzó su esfínter y a la pobre Valeria le dolió como si la hubieran enculado con el falo pringado de ortigas, a pesar de eso Valeria agradeció que dejaran de fustigarla por un rato.

El verdugo se pasó diez largos minutos sodomizándola y finalmente eyaculó sobre su espalda provocando una quemazón muy desagradable en los verdugones.

  • Muy bien bruja, mañana indicaré al médico que te vuelva a examinar el culo, ya te imaginas a qué conclusión va a llegar.

Según decía estas palabras los otros dos verdugos cogieron a Claudia y acostándola en el potro empezaron a atarla a él.

Repentinamente se oyeron unos golpes en la puerta.

  • Abrid, abrid en nombre del Obispo.

Guido lanzó una maldición, pero al reconocer la voz del capitán decidió abrir la puerta. No obstante no dejó que nadie entrara en la cámara de tortura e impidió con su cuerpo que el curioso capitán viera lo que estaba ocurriendo dentro.

  • ¿Os divertís con las monjitas?, preguntó el capitán sin sorprenderse mucho al ver desnudo al verdugo y con su pene goteando semen.

  • ¿Que diablos quieres?

  • Tengo orden de la abadesa de llevarme a la morena a su presencia.

  • Esta noche esa bruja es mía, vete a buscar una cortesana al arroyo y déjame en paz.

Guido casi le cerró la puerta en las narices, pero entonces el capitán le enseñó unas monedas.

  • La madre superiora me ha dicho que te diera esto.

Guido se quedó parado, era bastante dinero, además le quedaba la rubia para divertirse......

  • Está bien, dijo abriendo la puerta.

El capìtán y sus soldados entraron en la cámara de tortura y por un momento se quedaron sorprendidos al oír cómo gritaba Claudia desde el potro. La joven experimentó la "cálida caricia" de un espetón al rojo muy cerca de los labios de su vagina. Sólo fue un momento pero lo suficiente para que la pobre mujer lanzara un espeluznante alarido seguido de amargos sollozos e inútiles peticiones de clemencia

Los guardianes se encogieron de hombros, no entendían que oscuro placer encontraban los verdugos en hacer eso, francamente ellos preferían abusar simplemente de las prisioneras. Sin embargo no hicieron nada por ayudar Claudia, desataron a Valeria y volviendo a atarle las manos a la espalda se la llevaron a las habitaciones de Sor Angela.

Guardándose las monedas en un bolso, Guido volvió a cerrar la puerta de la cámara de tortura y sonriendo cruelmente miró como ataban los pies de Claudia al cepo del potro.

(continuará)