Castigo de dos novicias impuras (2)

Comienza el juicio de las dos novicias en el Palacio del Obispo (con imágenes)

Capítulo segundo. Los pecados se empiezan a pagar en este mundo.

Las dos pobres novicias fueron conducidas esa misma noche hasta el palacio episcopal, una fría fortaleza medieval en cuyas lóbregas mazmorras fueron encadenadas con grilletes. Los soldados y guardias quedaron decepcionados cuando el capitán les dijo que las jóvenes debían conservar sus ropas y que nadie podía tocarlas por expresas órdenes del obispo. Teniendo en cuenta que la costumbre era violar a las mujeres jóvenes la primera noche, a muchos apenó que aquellas dos preciosidades se les escaparan vivas.

  • No lloréis, ya tendréis tiempo de probarlas más adelante, dijo el capitán. Dos de vosotros, id a buscar al verdugo a su casa y decidle que venga a disponerlo todo. Mañana tendrá trabajo con estas dos.

Sin embargo, al día siguiente el verdugo tuvo tiempo de sobra para preparar sus instrumentos de tortura pues el interrogatorio se demoró hasta avanzada la tarde.

No había tiempo de recurrir al Tribunal de la Inquisición más cercano pues éste se encontraba muy lejos, además el obispo quería tener controlado el proceso en todo momento. No obstante quiso que al tribunal acudiera un sabio físico que examinara a las jóvenes y certificara su virginidad o bien encontrara pruebas del contacto con el Maligno. Dado que el físico se encontraba en ese momento fuera de la ciudad, hubo que llamarlo y esperar hasta que llegó al palacio por la tarde.

El tribunal estaba presidido por el propio obispo y otros dos clérigos: un monje franciscano y un sacerdote. También estaba auxiliado por un escribano y el físico. En la sala había varios guardias armados, el capitán y el verdugo que esperaba pacientemente al fondo de la sala junto a sus dos ayudantes.

En un banco delante de la mesa del tribunal esperaban sentadas las dos novicias aún con su camisón encima. Les habían quitado los grilletes y les habían dado una especie de sopa que más parecía agua sucia que otra cosa, pero el resto del tiempo habían permanecido encadenadas en sus celdas soportando todo tipo de obscenidades por parte de sus guardianes. Las jóvenes estaban muertas de miedo rodeadas por todos aquellos hombres brutales, pero lo peor con mucho era ese verdugo con cara de sádico.

Guido da Fiesole era un experto verdugo, un hombre cruel cuya habilidad con los reos era famosa en toda Italia. En ese momento, él y sus ayudantes no ocultaban el rostro con una capucha como solían hacer en público, por lo que se podía ver su gesto malencarado cruzado por una cicatriz. Las mujeres no podían sostener la mirada de Guido que se clavaba en ellas como una cruel ave de presa y especialmente en Valeria a la que literalmente desnudaba con sus ojos.

Extraordinariamente se había permitido a la madre superiora que asistiera al juicio pues a las mujeres no se les dejaba normalmente ser testigos de este tipo de eventos.

El escribano dio comienzo al interrogatorio con una fórmula legal.

  • En fecha de hoy, 17 de Febrero del Año de Nuestro Señor de 1556 se reúne el tribunal que juzga a las novicias llamadas Valeria y Claudia del Convento de Nuestra Señora bajo la acusación de fornicación y brujería. Se exhorta a las acusadas que digan la verdad a este clemente tribunal para la salvación de su alma...

Ante la lectura de la causa las dos jóvenes empezaron a sollozar.

  • Hijas mías, no lloréis, dijo el obispo conciliador, estáis en las manos de la Santa Iglesia que sólo quiere vuestro bien. No tenéis nada que temer siempre que digáis la verdad y confeséis vuestros crímenes. Sin embargo,..... si no lo hacéis así, nos veremos obligados a entregaros al verdugo.

Las dos jóvenes miraron angustiosamente al obispo y después a Guido que mostraba cierta impaciencia.

  • Bien empezaremos examinando a las acusadas. Que proceda el físico

El físico hizo una reverencia y se dirigió al tribunal.

  • Con el permiso de su señoría, para un adecuado examen sería necesario que las acusadas estuvieran desnudas.

  • ¿Completamente?

  • Me temo que sí.

Las jóvenes se alarmaron al oír aquello

  • No sé si es muy apropiado estando aquí la Madre Superiora.

  • Normalmente no apruebo la desnudez de mis novicias,..... pero aquí está en juego la salvación de sus almas, lo cual es más importante..... Por esta vez doy mi permiso.

  • Gracias madre, está bien, que se desnuden las acusadas.

Las jóvenes negaron con la cabeza desesperadas, esas delgadas prendas eran lo único que aún preservaba su virtud ante todos aquellos hombres y por nada del mundo se las quitarían.

  • Vamos ¿a qué esperais?, ¿o preferís que lo hagan los soldados?

  • Pero monseñor aquí delante de estos hombres...., dijo Valeria a la desesperada.

  • ¡Obedeced inmediatamente o mandaré que os azoten!.

Ante esa amenaza, Claudia y Valeria no tuvieron más remedio que obedecer, se miraron la una a la otra y lentamente y muertas de vergüenza se sacaron las camisas quedando completamente desnudas. Ante todas aquellas miradas llenas de lujuria, las pobres muchachas se encogieron e intentaron taparse como pudieron con los brazos. Los soldados y verdugos se rieron cuchicheando entre ellos y se oyó perfectamente alguna obscenidad sobre el trasero de Valeria lo que les avergonzó aún más.

Cuando el físico se acercó a ellas con ánimo de examinarlas, las jóvenes no dejaron de tapar sus vergüenzas ni protegerse con lo cual le impedían hacer su trabajo.

  • Señor obispo, dijo éste contrariado tras varios intentos, ellas no se dejan y así no puedo examinarlas adecuadamente, sugiero que las aten o que sean inmovilizadas de alguna manera.

Los miembros del tribunal discutieron entre ellos susurrando.

  • De acuerdo. Verdugo, condúcelas a la cámara de tortura y haz lo que te diga el físico.

Las dos muchachas protestaron sollozando cuando los guardias se las llevaron, ya no les permitieron recoger sus camisas con lo que tuvieron que andar por los corredores del palacio y cruzar el patio completamente desnudas ante las risas y chanzas de soldados y servidores.

Los miembros del tribunal se quedaron comentando en espera del dictamen del físico. No era habitual un caso como aquel en el que dos monjas habían sido seducidas por Satán, así que los clérigos estaban muy interesados en el proceso.

  • Son muy jóvenes y parecen inocentes, comentó el monje aún empalmado, me cuesta creer que esas dos bellas criaturas estén en tratos con el Maligno.

  • No os fiéis de las apariencias hermano, dijo el obispo. El Diablo intenta engañarnos de todas las maneras posibles y por eso escoge a seres aparentemente inofensivos para sus planes. Estoy seguro que el examen del físico nos aportará pruebas de su culpabilidad.

Los clérigos siguieron hablando mientras les traían un refrigerio. El examen del médico duró cerca de dos horas y tras ese tiempo uno de los verdugos apareció en la sala.

  • Señoría, el físico ha concluido su análisis y solicita humildemente del tribunal que acuda a la cámara de tortura para expresarle sus conclusiones.

  • ¿Tenemos que bajar a ese horrible lugar?, dijo el sacerdote asqueado ¿acaso no puede traer aquí a las acusadas?

  • Perdón mi señor, el físico ha insistido en que era conveniente que lo vierais vosotros mismos.

  • Está bien, ahora vamos para allá

El tribunal siguió al verdugo por los corredores, cruzó el patio del Palacio y en un momento dado bajó unas lóbregas escaleras hacia los sótanos donde se encontraban las mazmorras.

Los sótanos del palacio eran oscuros, fríos y húmedos, además para acceder a ellos había que traspasar una gruesa puerta de madera que siempre estaba cerrada y velada por un guardia. Finalmente, tras pasar entre varias celdas llegaron a la cámara de tortura. Esta constaba de una gran sala abovedada más calida e iluminada que los pasillos pues en su interior había varios braseros con carbones encendidos.

Lo que los miembros del tribunal vieron en ese lugar les sorprendió y escandalizó por lo aparatoso y grotesco. Por petición expresa del físico, Valeria y Claudia habían sido inmovilizadas sobre sendas rejas de hierro con las manos atadas bajo la reja y las piernas completamente abiertas sobre su cabeza en una postura antinatural ya que a su vez estaban atadas por los tobillos y las rodillas a la propia verja.

De esta manera las dos mujeres mostraban obscenamente sus dos orificios abiertos y expuestos. Antes de examinarlas, el físico les afeitó la entrepierna con todo cuidado. De esta manera se podía ver con detalle el sexo y el agujero del ano de las dos acusadas. Asimismo las dos habían sido convenientemente amordazadas para que el médico pudiera manipular las partes más íntimas de su cuerpo sin tener que aguantar sus protestas y gritos.

Las dos muchachas brillaban de sudor y estaban visiblemente agitadas, seguramente habían llorado y gritado durante el lúbrico examen. Ahora miraban angustiadas a toda esa gente que entraba a verlas.

La madre superiora no pudo evitar una risa que abortó con su mano de ver a sus dos novicias expuestas de esa manera tan obscena y vergonzosa ante la mirada de los hombres.

  • Perdonad mi atrevimiento al mostraros semejante bestialidad, ilustrísima, dijo el físico haciendo una reverencia, pero era necesario que vierais esto.

  • No os preocupéis, dijo el obispo Ruggiero sin perder detalle - Nuestra sagrada misión nos obliga a veces a soportar estas aberraciones de la naturaleza

De hecho, en su interior el obispo estaba encantado de ver aquello y especialmente esa bella niña rubia, nunca había visto las intimidades de una mujer con tanto detalle. El sexo de las dos jóvenes se le mostraba como una gran flor rosada brillante de humedad y con una extraña gota blanquecina y lechosa que amenazaba con derramarse.

  • ¿Y bien?, ¿qué habéis descubierto?

  • Señoría estas jóvenes no son vírgenes, ya han sido mancilladas.

  • ¿Estais seguro?

  • Completamente.

  • Decidme, madre, ¿eran vírgenes cuando llegaron al convento?

La madre respondió con fingida indignación.

  • Por supuesto que sí, no admitimos novicias que no lo sean.

  • Pero ¿cómo puede ser?, dijo el fraile, es un convento de clausura, ningún hombre puede entrar en él, sólo un ser maligno ha podido desvirgarlas.

  • Sin duda, yo creo lo mismo, dijo el físico, pero es que eso no es todo, he descubierto algo aún peor. Observad aquí ilustrísima. El físico era un hombre viejo y enjuto cuyas manos temblaban ligeramente al hablar. Mientras hablaba, con una de sus huesudas manos señaló el orificio del ano de Valeria hasta casi tocarlo.

  • Ved ilustrísima el ano no se cierra del todo y está visiblemente cedido, signo de que esta mujer ha cometido el pecado de la sodomía

  • ¡Dios mío!, dijo la madre abadesa santiguándose.

  • Lo mismo le ocurre a la rubia, mirad.

Los miembros del tribunal murmuraron preocupados, aquello era mucho más grave de lo que pensaban. La práctica de la sodomía era en sí misma un tremendo pecado que merecía ser severamente castigado.

  • ¡Sodomía!, es la mano del Diablo, no hay duda, sólo el Maligno se atrevería a tomar contra natura a dos siervas de Dios.

  • Dos siervas del Diablo queréis decir. Desde el momento en que han cohabitado con él eso es lo que son, dijo Sor Angela indignada. Me avergüenzo de que en mi convento se le hayan abierto las puertas al mal de esta manera, y espero que estas putas de Satán sean castigadas como se merecen.

  • Todo a su tiempo madre, todo a su tiempo, antes hay que descubrir la verdadera naturaleza de estas criaturas demoníacas, es evidente que aquí hay más de lo que parece.

  • Estoy de acuerdo con vos, ilustrísima, añadió el físico, además los verdugos son testigos de lo que ha pasado hace un momento.

  • ¿A qué os referís?

  • Permitidme. El físico colocó sus dedos en los labios exteriores de la vagina de Claudia y los separó bien. Observad, están húmedos y llenos de un extraño ungüento blanquecino.

  • Ya me he fijado, parece esperma.

  • No lo es. Es una sustancia diabólica que sale de ese pozo de depravación que es el sexo de la mujer. Cuando depilé a estas dos pecadoras y toqué y palpé sus intimidades, al principio protestaron y lloraron, pero después ambas empezaron a suspirar como dos mujerzuelas y se les hincharon y pusieron rígidos estos órganos.

  • ¿Qué, qué es eso?

  • Se llama clítoris ilustrísima, según mi larga experiencia, es un órgano muerto en las mujeres decentes, pero en las siervas de Satán adquiere vida y les causa placer sexual.

  • ¿Placer?, las mujeres no pueden experimentar placer en el sexo, lo dicen las Escrituras.

  • Perdonadme hermano, eso ocurre con las mujeres normales, pero los manuales de la Inquisición relatan cómo muchas brujas obtienen ese don tras un pacto con el Demonio. Es indudable que éste es un caso de esos.

Nuevamente todos se santiguaron y murmuraron.

  • Yo no creo que algo así pueda ocurrir.

El verdugo Guido de Fiesole reía para sí al oír todas esas tonterías que decían los clérigos. La Madre Abadesa también reía, pero decidió seguir con ese divertido juego.

  • ¿Podríais demostrar lo que habéis dicho doctor, dijo ella de repente?

  • ¿Queréis decir ahora mismo? Sí Madre.

  • Excelente idea, dijo el obispo, empezad con la morena, os lo ruego.

El físico hizo una reverencia y empezó a acariciar a Valeria con sus dedos temblorosos. Con gran habilidad, el docto médico empezó poco a poco haciéndole cosquillas en los muslos con las yemas de los dedos. La joven se estremeció incómoda protestando de que la violaran otra vez de esa manera ante la atenta mirada de todas aquellas personas. El hombre no se dio ninguna prisa sino que se dedicó a hacer círculos y rodeos en la tersa piel de los muslos acercándose poco a poco al sexo de la muchacha y acariciándola con las dos manos a la vez.

Entonces todos se maravillaron de las reacciones de ella, la joven Valeria siguió con sus protestas, pero al de un rato los dedos del médico empezaron a masajear todo su sexo y ella se puso a suspirar y respirar profundamente con los ojos cerrados y toda la piel de gallina, sus pezones crecieron a ojos vista y el clítoris y labia se le pusieron tiesos y brillantes.

  • Vedlo vos mismo, ilustrísima, vedlo, el sexo está humedeciéndose por momentos.

El físico introdujo sus dedos dentro del coño de Valeria y ésta suspiró estremeciéndose de placer.

El obispo reparaba efectivamente en Valeria retorciéndose con sus abultados pechos tiesos de excitación y sus pezones arrugados como pasas, pero es que a Claudia nadie le estaba tocando y estaba experimentando reacciones similares que la traicionaban.

  • Observad, hermanos, he aquí otra prueba del poder de Lucifer, esta mujer también está húmeda y excitada y nadie la ha tocado.

  • Quizá en estos momentos su señor Satán esté fornicando con ella.

El obispo dijo esto abriendo los labios vaginales de Claudia y señalando su sexo con una gota lechosa desbordando de él..

  • Dios mío, es cierto, apiádate de nosotros señor.

Entonces, sin encomendarse a nadie, el obispo tocó con sus manos a Claudia y a imitación del físico se puso a acariciar su sexo y siguió y siguió masturbándola señalando a sus hermanos cómo su clítoris estaba incluso más crecido que el de la morena. Su coño se movía levemente como si respirara.

Las dos jóvenes ya se retorcían de placer manoseadas por esos puercos y rodeadas por los verdugos. Muy cerca del orgasmo Claudia reparó entonces en que a algunos de los hombres se les notaba perfectamente un abultamiento en la entrepierna. Otra vez la imagen del cerdo semental se le vino a la mente y deseó fervientemente que la penetraran con algo así.

De repente la joven cerró los ojos y se imaginó que el obispo sacaba su enorme pene para penetrarla sintió un mareo y empezó a tener un profundo orgasmo.

El obispo señaló el fenómeno a sus acompañantes completamente maravillado, pues el sexo de Claudia aparentemente adquirió vida y se estremeció entre sus dedos. La joven Claudia suspiró e incluso casi gritó mientras se corría.

  • ¿Lo veis hermanos, lo veis, qué otras pruebas necesitáis de su culpabilidad?

  • Es cierto, dijo el obispo disimulando su erección, esto es gravísimo, escribano debes tomar nota de todo lo que has observado aquí y de la declaración del físico. Volvamos arriba, reanudaremos el juicio cuando traigáis a las acusadas.

El físico y el obispo se lavaron las manos y todos los miembros del tribunal volvieron a la sala del juicio, mucho más confortable que las mazmorras. Todos estaban muy alterados por lo que habían visto.

Unos minutos después, los verdugos trajeron a las acusadas. Ya no las permitieron vestirse pues tras sus muestras de impudicia consideraron que no merecían esa consideración. Por contra las trajeron desnudas, y les ataron las manos a la espalda con crueldad, juntando bien muñecas y codos entre sí con unas sogas bien prietas. Las jóvenes pataleaban y se resistían por tanta vejación así que les tuvieron que poner un dogal para tirar de su cuello. Las dos fueron así arrastradas por los pasillos con cierta brutalidad de modo que cuando llegaron a la sala del juicio estaban sudorosas y jadeando. Por supuesto, continuaron amordazadas.

  • Muy bien, dijo el Obispo disimulando otra vez su erección, que continúe el proceso. Capitán, explica en qué situación encontraste a las acusadas para que el escribano tome nota.

  • Sí ilustrísima. Me encontraba con mis hombres patrullando los pasillos del convento como recordará su ilustrísima cuando al pasar junto a la celda de la novicia Valeria oí un ruido, inmediatamente golpeé la puerta y entré con mis soldados.

  • ¿Qué vistéis capitán?.

  • Era horrible, aún tengo escalofríos al recordarlo, señor, las dos acusadas se encontraban desnudas sobre el lecho haciendo actos impuros con una bestia mitad hombre y mitad macho cabrío. Era un ser infernal que apestaba y que me miraba con los ojos inyectados en sangre. Yo apresté mi espada para luchar, pero entonces la bestia rugió y como por arte de magia se disolvió en el aire. Entonces las acusadas lloraron amargamente e invocaron a Lucifer para que volviera a ellas.

  • ¿Algo más capitán?

  • No señor, lógicamente apresé a estas dos brujas, señor, pero mientras mis hombres las maniataban ellas no paraban de pedir al demonio que les librara de la justicia de los hombres.

  • Hicisteis bien capitán podéis retiraros o quedaros aquí , lo que os plazca. Y ahora quitad la mordaza a las acusadas, el tribunal va a interrogarlas.

El verdugo le quitó la mordaza a Valeria que respondió con un gesto de rabia.

  • Bien Valeria, empezaré por ti porque eres la mayor, ya has oído el testimonio del capitán y del físico, pero ahora queremos oír tu confesión. ¿Desde cuándo tienes comercio carnal con Lucifer?.

Ella contestó altanera intentando mantener algo de dignidad.

  • Ilustrísima, todo lo que ha dicho el capitán es mentira, no había nadie con nosotras.

  • ¿Cómo? ¿te atreves a negarlo?

  • No hacíamos nada señoría, sólo dormíamos. Este cerdo miente.

El capitán le volvió a cruzar la cara de un tortazo

  • ¡Puta asquerosa!, ¿te atreves a insultarme?, yo sé perfectamente lo que vi!.

  • Mira muchacha, volvió a repetir el obispo con paciencia, esa actitud no te favorece, será mejor para ti que digas la verdad aquí y ahora ¿desde cuándo te acuestas con el Diablo?

Con la cara roja por el tortazo Valeria abandonó rápidamente su actitud desafiante y se mostró más sumisa.

  • Pero Señor,.... por favor ilustrísima.... yo no hecho nada, tenéis que creerme,¿por qué no me creéis?. Valeria ya tenía lágrimas en los ojos

  • Estoy perdiendo la paciencia, por última vez, contesta a la pregunta o te arrepentirás.

  • Por favor, señor, piedad, somos inocentes. Sin saber qué hacer, la muchacha se arrodilló como si eso pudiera servirle de algo.

  • Muy bien, tú lo has querido, normalmente no soy partidario de estos métodos pero no me dejas más alternativa que entregarte al verdugo.

  • Pero, pero señor obispo, no puede hacer eso, soy inocente, no he hecho nada malo. Valeria lloraba desesperada.

  • Está bien, ya es suficiente, verdugo, conduce a la acusada a la cámara de tortura. Por el momento te limitarás a mostrarle los instrumentos de tortura y le explicarás su funcionamiento.Y tú escúchame bien pecadora, mañana por la mañana volveré a interrogarte y si persistes en tu actitud mandaré que te apliquen tormento.

  • Piedad, por Dios, piedad.

  • Ah, y dadle unos latigazos.... por su osadía

El obispo se desentendió de ella y de sus lloros mientras Guido la cogía por el dogal y se la llevaba a su cubil sonriendo con sadismo. Los gritos de desesperación de Valeria se perdieron entre los pasillos.

  • Que Dios se apiade de su alma, dijo cabeceando el obispo. Capìtán coge a la otra acusada. y haz que la laven y la adecenten pues quiero continuar interrogándola en mis aposentos, ...en privado. Se levanta la sesión.

El obispo y todos los demás se levantaron, y recibiendo una reverencia de ellos, su Ilustrísima salió de allí. Todos los presentes se marcharon.

Mientras tanto, Guido de Fiesole y los otros verdugos se llevaron a Valeria al cuerpo de guardia. El sádico verdugo miraba su cuerpo desnudo como un lobo hambriento mientras ella lloraba atemorizada y encogida rodeada de aquellos hombres armados. Valeria era una joven preciosa de bellas facciones y cuerpo escultural con un redondo trasero y unos pechos grandes y tiesos que temblaban por sus lloros. Además Guido estaba seguro que nunca había estado con un hombre a pesar de lo que dijera el físico.

  • Bueno preciosa ya has oído al señor Obispo, ahora eres mía.

  • Por favor, déjame, no he hecho nada.

  • A mí eso me da igual preciosa, sólo sé que te vamos a llevar a la cámara de tortura y vas a pasar una noche inolvidable con nosotros, .....sólo que tú vas a ir con esto.

El verdugo dijo esto mostrándole un juego de cadenas terminado en cuatro pinzas metálicas que hicieron que Valeria enmudeciera y se estremeciera de horror.

Las pinzas eran un artístico instrumento de tortura que representaban las fauces afiladas y puntiagudas de cuatro animales fantásticos, aparentemente cuatro dragones. Antes de ponérselas Guido se las enseñó cruelmente haciéndolas oscilar a la altura de los ojos.

La pobre Valeria comprendió al momento lo que ese hombre iba a hacer y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Guido había recibido instrucciones de no empezar a torturar a Valeria hasta el día siguiente, pero eso sólo era en teoría, así que disfrutó como un cerdo de los gritos de la joven cuando las fauces del primer animal mordieron su pezón izquierdo y se clavaron en su base hasta casi atravesar la piel. Antes de pellizcarle con él aprovechó el frío metal de la tenaza para excitarle el pezón acariciándolo hasta ponerlo duro. Aunque Valeria negó histérica, su sensible miembro se erizó sin querer y mientras los otros dos verdugos la sujetaban de los brazos Guido se lo cerró apretando los dientes con sadismo.

  • ¡AAAAYYYYYY!

La bella novicia nunca hubiera imaginado que existiera un dolor tan intenso, por un momento creyó que le arrancaban la punta del pecho y cuando recuperó la compostura miró la pinza colocada en su sitio y luego dirigió una mirada implorante a Guido. Este ya le mostraba la segunda pinza sonriendo con crueldad.

  • Nooooo, la joven negó con desesperación

Bien sujeta por los otros dos verdugos, Valeria se retorció de dolor y volvió a gritar cuando Guido le colocó la pinza en el segundo pezón.

  • ¡UAAAAAYYYY!

Los guardias reían excitados viendo cómo la torturaban, a Valeria le parecía inconcebible tanta crueldad y a pesar de sus pataleos y alaridos desesperados no pudo evitar que la tercera pinza mordiera su clítoris provocándole un sufrimiento insoportable.

  • No, por favor, no, soy inocente, no...

Eso fue lo que imploró justo antes de lanzar un brutal alarido.

La cuarta pinza era para la lengua. Aunque ella se negaba, Guido le hizo sacar la lengua jalando de la cadena y Valeria no tuvo más remedio que sacarla fuera de la boca. Esta pinza le produjo un dolor espantoso clavándose dolorosamente en la punta de su lengua y deformando su bello rostro.

Sonriendo satisfecho. Guido de Fiesole cogió otra cadena que unificaba las cuatro pinzas y enrollándola fuertemente en la mano tiró de ella para obligarla a caminar. Otra vez Valeria soltó un sonoro alarido. Las cuatro pinzas tiraron de las partes más sensibles de su cuerpo y la joven se vio obligada a seguir a su captor llorando de dolor y desesperación.

En vez de conducirla directamente a la cámara de tortura, el sádico verdugo paseó a su presa desnuda durante más de una hora por todo el Palacio Episcopal para que todos, soldados, servidores y demás pudieran verla bien y burlarse de ella. Esa era una manera de "educar" correctamente a su prisionera y además darle en las narices a todos que verían impotentes cómo él y sus ayudantes iban a ser los primeros en gozar del cuerpo de esa bella mujer. El resto se iba a quedar con las ganas.

Finalmente, tras arrastrarla por todo el palacio entre lloros y protestas, Guido consiguió que su prisionera le siguiera dócilmente como una perrita y casi sin protestar. Sólo entonces cuando creyó que estaba convenientemente domada la llevó a la cámara de tortura. Cerró la puerta por dentro para que nadie les molestara y entonces le quitó la pinza de la lengua.

  • Por favor no me hagas más daño, dijo ella con lágrimas en los ojos, haré lo que quieras pero quítame esto, me está matando.

  • Claro que harás lo que yo quiera monjita, mira aquí abajo.

Guido se sacó su pene al aire. Era un pene monstruoso, grueso y con unas enormes venas retorcidas de color morado. El glande le brillaba pues estaba hinchado y húmedo de excitación.

  • ¿Os la había chupado alguna vez una monja?, preguntó riendo a sus colegas mientras obligaba a Valeria a arrodillarse.

La joven vio ese enorme cipote a pocos centímetros delante de su cara y un intenso olor revenido le hizo revolverse el estómago, la muchacha cerró los ojos y torció la cara disgustada.

  • Si quieres que te quite las pinzas tendrás que chupármelo encanto y procura hacerlo bien si no quieres que me enfade. Y diciendo esto dio otro tirón de la cadena arrancándole otro tremendo grito.

Valeria cerró los ojos y haciendo un esfuerzo por olvidarse de ese olor nauseabundo empezó a lamer el glande temblando.

  • No puedo, no puedo, qué asco, dijo ella apartando la cara y escupiendo unas partículas sólidas de su lengua.

  • ¡AAAAAAHHHH!

Nuevamente Guido tiró de la cadena para obtener la obediencia de su perra.

De hecho, la obtuvo inmediatamente, pues con lágrimas en los ojos Valeria superó definitivamente su repulsión y se puso a lamerle otra vez.

  • Así, así, muy bien monjita chupa, chúpala bien y límpiamela con la lengua, así, así que cosquillitas haces.

Valeria no dejaba de quejarse pues Guido no paraba de darle tironcitos para que ella obedeciera hasta su menor sugerencia.

  • Mirad qué puta es, la chupa como una profesional,..... ahora con los labios, venga y métete toda la punta en la boca, vamos. Asiiii, así, qué gusto.

Valeria obedeció de la misma, los pechos y el clítoris le ardían y no tuvo más remedio que superar su asco. Así se metió la polla en la boca y al de un rato comprobó que no era tan terrible.

  • Sí, síiiii monjita, al final te gustará chupar pollas ya lo verás, ahora más adentro, sí metetela toda, toda, hasta la garganta, vamos, lo haces muy bien.

El miembro de ese cerdo era enorme, la pobre Valeria no podía metérselo fácilmente en la boca pero hacía todo lo que podía pues Guido no dejaba de tirar de las pinzas. A la pobre Valeria ya le salían pequeñas gotas de sangre de los pezones y del clítoris.

Al sádico verdugo se le pusieron los ojos en blanco con la polla bien metida en su boca y tras más de veinte segundos así, los otros verdugos vieron cómo Valeria crispaba el gesto y una sustancia blanquecina le salía por los labios.

  • Qué mala puta, joder, me estoy corriendo ¡aaah!.

Guido se estaba corriendo dentro de la boca de Valeria y mantuvo su cara pegada a las pelotas hasta que terminó de eyacular.

Finalmente se la sacó de la boca y la pobre muchacha escupió todo lo que pudo entre toses y lloros. Valeria miró implorante a sus violadores con el semen aún derramándose de su boca.

Había sido una horrible violación pero la noche era larga y eso no había hecho más que empezar. Sonriendo con lujuria, el segundo verdugo se sacó su polla y se la puso a Valeria delante de la cara. Elle le miró y esta vez ni se lo pensó sino que se la metió hasta dentro.

Entretanto, el obispo esperaba impaciente a que le trajeran a Claudia a su habitación. El viejo se desnudó casi del todo dejándose sólo una especie de camisón y esperó pacientemente a que le trajeran a su joven prisionera degustando vino y fruta.

Finalmente, llamaron a la puerta y dos soldados trajeron a Claudia.

  • Dejadnos solos ordenó el obispo maravillado de lo que tenía delante.

Los guardias obedecieron y se marcharon cerrando la puerta y dejando a la joven a merced de ese viejo asqueroso.

Claudia acudía a él bañada y perfumada, pero eso sí, totalmente desnuda y con las manos atadas a la espalda. Al ver al obispo la joven imaginó lo que iba a pasar pero curiosamente eso sólo le hizo excitarse y avergonzarse a un tiempo. Aún recordaba cómo se había corrido unas horas antes en manos de ese puerco.

  • Acércate hija mía, no tengas miedo, ven aquí y arrodíllate.

El obispo le ofreció la mano que ella besó maquinalmente.

Repentinamente Claudia se echó a llorar.

  • Vamos pequeña, ¿por qué lloras? no tengas miedo, aquí no te va a pasar nada malo.

El obispo le hablaba repasando su cuerpo con la mirada y deleitándose de sus suaves formas, sus breves pechitos con pezones intensamente rosados, el vientre blanquecino y plano con una graciosa peca encima de la ingle y el clítoris y la parte superior de los labios vaginales perfectamente visibles pues la muchacha no tenía los muslos lo suficientemente gruesos para ocultarlos. No obstante lo que más agradaba a un pederasta como Ruggiero era el pequeño trasero de niña de Claudia que él veía a la perfección gracias a un espejo que tenía enfrente.

  • Dime, ¿eres buena cristiana?

  • Sí ilustrísima.

  • ¿Sabes el Ave María?

  • Vamos rézalo

  • ¿Ahora?

  • Sí que yo te oiga

Claudia se puso a rezar con la cabeza baja y ciertamente avergonzada pues en el fondo estaba cachonda de estar desnuda y maniatada ante un hombre mayor.

  • Dios te salve María llena eres de gracia.....

El obispo encontraba un placer morboso en hacerle rezar a esa chica desnuda y mientras lo hacía no dejaba de mirarla divertido y excitado.

Finalmente tras unos minutos la interrumpió y se atrevió a tocarla en el carrillo.

  • No puedo creer que un ángel como tú haya yacido con Satán, el Maligno es sin duda poderoso.

  • Ilustrísima eso no es cierto, Valeria y yo no tenemos nada que ver con el Demonio, el capitán ha mentido.

El obispo no le contestó, sino que siguió acariciándola en el rostro y luego disimuladamente bajó la mano y le tocó en el pecho.

A Claudia le dio un poco de asco que le tocase con esas manos regordetas, pero nuevamente se excitó.

  • Tienes el pecho muy sensible muchacha, se ha puesto duro con sólo tocarlo ¿Es cierto que antes te he producido un orgasmo sólo con mis dedos?

Claudia afirmó bajando la cabeza avergonzada, el hombre siguió tocándola y ella se dejó sin protestar, así deslizó los dedos bajo el pecho y acariciando su vientre le introdujo la falange del dedo corazón bajo el clítoris maravillándose del tacto cálido y húmedo.

Claudia se apartó inmediatamente por la intrusión.

  • Vamos hija mía, no seas arisca, yo no te haré daño, .......claro que si lo prefieres haré que te lleven a la cámara de tortura con Valeria. ¿Te imaginas lo que estarán haciéndole ahora los verdugos?

  • No por favor, tened piedad....tocadme, tocadme si queréis.

  • Eso está mejor y ahora chupa mi dedo a ver a qué te sabe tu propio sexo, seguro que no es la primera vez que lo haces.

El obispo le colocó el dedo húmedo delante de la boca y sorpresivamente ella no se negó a chuparlo.

  • Así me gusta, que seas obediente. ¿Te gusta el sabor de tu sexo?

Claudia afirmó con la cabeza mientras notaba cómo se iba poniendo cachonda por momentos.

El obispo volvió a meterle el dedo entre los labios vaginales y esta vez ella no se apartó sino que cerró los ojos y suspiró de placer con la boca entreabierta. Volvió a imaginarse a ella misma atada con las piernas abiertas en la cámara de tortura y eso le puso tan cachonda que su entrepierna empezó a destilar sobre los ávidos dedos del obispo.

  • Así muy bien, preciosa, noto cómo te pones caliente. Ruggiero también temblaba de emoción y con su otra mano empezó a acariciar su suave trasero e incluso le agarró uno de los mofletes hincando sus uñas con fuerza. Eres un ángel muchacha, qué piel tan suave.

  • Por Dios señoría tened piedad de mí. Claudia se debatía entre la vergüenza y el placer

  • Vamos pequeña, sé que esto te gusta, ¿verdad que te gusta?, vamos di que sí.

Claudia afirmó mientras el obispo no dejaba de juguetear con los dedos, aquello estaba ya empapado de jugos.

  • Y ahora dame un beso hija mia.

A Claudia eso le dio un poco de grima, pero no quiso desairar al obispo así que accedió a darle un beso en la boca que él alargó metiéndole bien su asquerosa lengua hasta dentro.

La sumisión de Claudia le debió poner como loco, pues el obispo Ruggiero la dejó unos momentos para desnudarse él también .

La pobre Claudia no sabía a dónde mirar, como a todas las jóvenes de su edad a Claudia le hubiera gustado estrenarse con un joven guapo y atractivo. Por contra el tipo era un gordo fofo y vulgar con una enorme barriga y unos pectorales fláccidos, todo lleno de pelo. Sin embargo lo que más decepcionó a Claudia fue su patético y pequeño pene, ella que ansiaba tener un enorme miembro entre sus piernas tenía que conformarse con...eso.

El obispo la hizo levantarse y acercarse a su lecho, él se tumbó cuan largo era y le ordenó que se sentara sobre su cara con los muslos a ambos lados de la misma y el coño directamente sobre sus labios. A Claudia eso le dio reparo y asco, pero una nueva amenaza de mandarla con los verdugos la convenció.

Claudia obedeció y entonces el obispo sí que disfrutó como un puerco. Desde esa mañana había deseado degustar el sexo de esa pequeña novicia, pero evidentemente no pudo hacerlo delante de los demás. Como él imaginaba, el coño de Claudia le supo maravillosamente y se puso a chuparlo con glotonería.

Por su parte, la joven permaneció inmóvil completamente extasiada y cerró los ojos para no ver ese cuerpo denteroso bajo sus piernas y esa peqeuña colita fláccida. Ruggiero se entretuvo así un buen rato con el coño y el ano de Claudia chupándolo a placer y metiendo bien su lengua por todos los entresijos de sus intimidades. En un momento dado el viejo le hizo inclinar el torso hasta que sus pechitos tomaron contacto con su peluda barriga y entonces le colocó las dos manos en las nalgas sin dejar de comerle el coño ni por un momento. A la nariz de Claudia ascendió el olor del sexo del Obispo. Si hubiera sido un pene grande y bonito ella hubiera estado contenta, pero ese pequeño trozo de carne apenas si se veía enterrado entre michelines y pelambrera oscura.

Entretanto el obispo continuaba chupándole el coño sin descanso hasta que decidió juguetear con los dedos y metérselos en el agujero del culo.

Ante todo aquello y a pesar de lo que tenía delante, Claudia sintió que el orgasmo le venía por momentos, pues el obispo seguía lamiendo su sexo obsesivamente y con uno de sus dedos le sodomizaba el agujero del culo pequeño y tieso.

Claudia puso sus ojos en blanco y casi se corrió de gusto, pero antes de eso el obispo dejó de masturbarla, la hizo levantarse y arrodillarse al pie de la cama. Entonces él se sentó y cogiendo su pequeño pene con los dedos le dijo.

  • Ahora quiero que me chupes tú, pequeña.

Claudia apartó el rostro con disgusto

  • No

  • Vamos, preciosa chupalo, te gustará.

  • No, es asqueroso, no lo haré.

El obispo hizo leves intentos de forzarla, pero no hubo manera, entonces la amenazó como antes.

  • Entrégueme a sus verdugos si quiere, pero no lo haré

Ruggiero aún insistió un rato pero al ver que eso casi no tenía efecto en la joven, la hizo levantarse de allí.

Claudia estaba arrodillada y con la cabeza baja sin atreverse a mirarle.

Curiosamente el obispo no estaba molesto, en su lugar se medio sonrió y tras limpiarse la cara se levantó y se puso la camisa y las zapatillas. Entonces cogió una tea y agarrando a Claudia de un brazo la obligó a incorporarse y acompañarle.

El hombre apartó entonces el borde de un tapiz tras el que había una pequeña puerta y la abrió con una llave. Al otro lado había una escalera de caracol oscura por la que entraba aire frío. Los dos bajaron cuidadosamente por aquella escalera iluminados por la tea. Desnuda como estaba, Claudia sintió frío y miedo, ¿a dónde daba esa escalera?. Debieron bajar muchos pisos pues tardaron varios minutos. Cada vez hacía más frío de modo que a Claudia se le puso la carne de gallina. Finalmente, llegaron a una pequeña sala y allí tras colocar la tea en el suelo y hacer un gesto de silencio con el dedo, el obispo abrió un ventanuco por el que entró algo de luz.

Claudia vio cómo Ruggiero se sonrió al ver lo que había dentro y tapándole la boca la invitó a ella misma a mirar. Al ver lo que ocurría allí, Claudia abrió los ojos muy sorprendida. Era la cámara de tortura y en su interior estaba Valeria con los verdugos.

En ese momento la estaban violando dos verdugos desnudos a la vez , Valeria estaba sujeta a un cepo y se la estaban follando por el coño y por la boca. Su piel cubierta de heridas rojizas y brillante de sudor indicaba que la joven había sido salvajemente azotada.

  • Mira, mira bien lo que le hacen

Claudia lo vio efectivamente, pero aquello no produjo el efecto que buscaba el clérigo, más bien la contrario, la joven se puso cachonda otra vez y sintió una envidia enorme por su amiga. Valeria tenía gesto de disgusto con toda la cara manchada de lágrimas y lefa, pero de hecho ya había tenido un par de orgasmos en manos de sus violadores. Justo en ese momento, Claudia notó cómo el obispo se le pegaba por detrás y jugueteaba otra vez con su cuerpo. Una mano le empezó a masturbar lentamente mientras la otra le hacía cosquillas en los pezones. Esta vez, la joven no rechazó al obispo sino que se dejó hacer e incluso separó algo más las piernas para facilitar su labor.

  • Mañana tú misma verás cómo la torturan, después sólo de ti depende que te entregue a ellos.

  • Hacedlo....hacedlo..., entregadme a vuestros verdugos, ......por favor

(continuará)