Castigados por mirones Parte IV. Final.

Nuestros protagonistas comprueban en sus propias carnes que las humillaciones infligidas por un grupo de chicas cabreadas no tienen límite.

Así, con el culo bien relleno, continuamos haciendo dócilmente todos los ejercicios que las chicas nos iban ordenando hasta caer exhaustos, momento en el cual decidieron que la parte “aeróbica” de nuestro entrenamiento ya había llegado a su fin. Creí ver en ese momento el final del túnel sin sospechar que, realmente, lo peor estaba por venir.

Mientras tratábamos de recobrar el aliento apoyados en los bancos del vestuario, ellas se reunieron en corro en un rincón. Tras intercambiar una serie de opiniones en voz baja seguidas de unas cuantas risas nerviosas se volvieron hacia nosotros.

-Bien - dijo Patricia adquiriendo de pronto un tono excesivamente conciliador y amable- después de todo, este par de machitos se ha portado muy muy bien y, sinceramente, creemos que tras tanto esfuerzo merecen una recompensa.

El resto de las chicas mostraron su conformidad. Aún respirando con dificultad,  Ramón y Yo nos miramos desconfiados. Después de todo lo que habíamos pasado no nos fiábamos de que pudieran tramar algo bueno, aunque en nuestra situación pocas opciones teníamos. Patricia continuó:

-Elegid cada uno a la chica que mas os guste- añadió con una sonrisa que me pareció forzada. en exceso

Sin saber de donde saqué el valor y de la manera más sumisa que supe, me atreví a preguntar en qué consistiría aquella recompensa con voz baja y temblorosa.

-Pues…- contestó pausadamente Patricia sin torcer la sonrisa y dando un poco de suspense a su respuesta- la compañera que elijáis os va a ordeñar ese rabito que tenéis para premiaros por haber sido tan buenos perritos¡¡¡¡.

Aún seguía sin creer una palabra de aquellas repentinas muestras de agradecimiento que nos estaban brindando pero no teníamos más opción que hacer lo que decían así que, sin necesidad de pensarlo mucho, señalé a Eva, Ramón por su parte eligió a Clara.

Mi elección no fue fruto de la casualidad, tampoco el haber ido hasta el dichoso ventanuco de las duchas aquel lluvioso día lo era.

Aquel grupo de chicas nos atraía desde hacía varios cursos y, en mi caso, sentía especial debilidad por Eva que por aquel entonces suponía para mí algo así como un amor platónico. Su preciosa cara, aquel pelo liso negro azabache, siempre perfecto, ese cuerpo tan fibrado por las horas de gimnasia,  las pequeñas pero sugerentes tetas, su exageradamente fuerte carácter… todo en ella me parecía increíble.

Era una lástima, pensé, que después de ese día probablemente no fuera capaz de volver a mirarle   a la cara otra vez, mucho menos a dirigirle la palabra o a invitarle a salir. No elevaba mucho tau autoestima que  tu “amada” te viera haciendo el ridículo de aquella forma, desnudo y con un tampón metido por el culo.

Pese a tener éxito con las chicas de mi edad nunca me había atrevido a probar suerte con ninguna de cursos superiores, no obstante, en lo más profundo albergaba esperanzas de que en algún momento lograría reunir el valor necesario para poder  acercarme a Eva, hasta aquel día, claro.

La voz de Patricia interrumpió bruscamente mis pensamientos.

-Por aquí  - dijo señalando la puerta del cuarto que hacía las veces de enfermería. Marta abrió y todos pasamos ordenadamente.

La sala contaba con una mesa, un par de sillas, el armario donde se guardaban los medicamentos y dos camillas, una a cada lado de la estancia. Patricia volvió a tomar la voz cantante.

-Bien chicos, subid cada uno a una camilla y poneos a cuatro patas, rápido - ordenó Patricia.

Obedecimos sumisamente colocándonos en la posición indicada, Eva y Clara se pusieron a la tarea, ordeñándonos a cuatro patas a un ritmo suave moviendo su mano arriba y abajo, para nuestra sorpresa Marta se situó detrás mío y Estela hizo lo propio con Ramón para comenzar también a masajear suavemente nuestros huevos.

La situación era altamente excitante, ser ordeñados de aquella manera, con todas mirando y el masaje de huevos hizo que por un momento olvidara los tormentos que acababa de sufrir. Tras un rato de meneo lento, las chicas aceleraron sus movimientos, giré la cabeza y me atreví a mirar a Eva a los ojos, ella me devolvió una mirada que no supe descifrar, no parecía estar pasándolo mal del todo.

Un nuevo cambio de ritmo hizo que me acercara al éxtasis y empecé a gemir sin parar, Eva aceleró entonces aún mas sus movimientos sobre mi polla, el ritmo que llevaba sumado a la fuerza con la que me la cogía y las caricias de Marta en mis huevos hicieron que no aguantara más y entre gritos y espasmos me corrí abundantemente.

Eva situó la mano debajo de mi polla recogiendo mi enorme corrida, en unos segundos escuché como Ramón también acababa sobre la mano de Clara. Aún seguía disfrutando de los últimos meneos que Eva brindaba a mi polla cuando, súbitamente, las caricias de Marta se tornaron en un inaguantable apretón a mis pobres huevos. Grité con todas mis fuerzas y escuché a mi lado que Ramón estaba sufriendo la misma tortura.

Cuando la presión rebajó y por fin pudimos detener nuestros desesperados alaridos, Patricia nos desveló el verdadero final de nuestro castigo:

-Bien, ahora si no queréis que os inutilicemos vuestras pequeñas pelotas vais a abrir la boca, sacar la lengua y rebañar hasta la última gota - mientras hablaba, Eva y Clara intercambiaron las posiciones acercando peligrosamente las manos llenas de semen a nuestras bocas. Ahora pude comprender todo, no se trataba de un premio sino de la mayor humillación del día, pretendían que cada uno nos tragaramos el semen del otro.

Roto psicológicamente rompí a llorar.

-Por favor eso no¡¡¡¡, os lo suplico¡¡¡¡ - la cara se me volvió a inundar de lágrimas. Marta aprovechó para volver a apretar mis castigadas pelotas lo que me provocó un dolor mayor aún que el que me acababa de infligir.

La mano de Clara con el semen de mi amigo estaba ya tan cerca de mi cara que podía oler el material que me quería hacer tragar, el dolor era tan insoportable que me quebró, saqué la lengua y empecé a recoger toda la corrida de Ramón de la mano de Clara que con su otra mano me acariciaba la cabeza mientras decía “buen chico”. Noté cómo ese líquido caliente impregnaba toda mi lengua y, pese al asco que me hizo sentí, no tuve más remedio que introducirlo en mi boca para tragarlo mientras Patricia me amenazaba “si vomitas te lo hago comer”.

Recuerdo poco más de aquel día. Después de acabar de limpiar la mano de Clara las risas del resto lo inundaron todo y vi como Ramón entre gritos y sollozos hacía lo propio con mi descarga.

Después un tremendo golpe, supuse que de Marta en mis huevos, hizo que estuviera a punto de perder el conocimiento.

No sé cómo nos arrastraron a los dos, aún desnudos a una de las duchas y una a una fueron pasando para mearnos encima regalándonos todo tipo de insultos y comentarios humillantes. Tras eso sus voces se fueron apagando hasta desaparecer.

Cuando fuimos capaces de incorporarnos nos duchamos, recogimos nuestra ropa y salimos de allí apenas sin hablar.

EPÍLOGO

Pocos días después de aquel día Ramón abandonó el colegio, la versión oficial fue que su padre debía mudarse de ciudad por motivos de trabajo y el resto de familia le acompañaría a su nuevo destino.

Nuestra relación fue enfriándose hasta el punto de que apenas volvimos a hablar tras nuestra desagradable experiencia.

Mis padres no acogieron muy bien la idea de un cambio de aires a esas alturas del curso por lo que en mi caso no tuve más remedio que continuar en el mismo centro. Casi todos los días me encontraba por los pasillos a Marta, Eva, Clara o Estela aunque ninguna hizo mención alguna a los incidentes que vivimos en el gimnasio.

Sabía que todo estaba grabado en el móvil de Marta lo que de vez en cuando me provocaba una punzada de temor en el estómago pero no recibí amenaza alguna de hacer públicas esas imágenes, supongo que, legalmente, tampoco para ellas era una idea muy recomendable.

Las clases de gimnasia si se convirtieron en un auténtico suplicio, Patricia no fue tan benévola como el resto y de vez en cuando me dedicaba alguna frase hiriente o me obligaba a quedarme después de la ducha para volver a desnudarme y recordarme lo poco hombre que era mientras sopesaba mi polla y mis pelotas.

Aquella experiencia me marcó profundamente, desde entonces mi obsesión por la dominación femenina fue en aumento, devoré libros, webs, vídeos y todo lo que pude encontrar sobre el tema e intenté sin gran éxito que todas las chicas con las que me acostaba realizaran alguna práctica relacionada con mi nuevo fetiche.

El curso acabó, llegó el verano y el la mayor de las sospresas cuando, un caluroso día de Julio recibí un WhatsApp de Eva diciendo las ganas que tenía de volverme a ver, pero eso es otra Historia: “Mi historia con Eva”.