Castido anal
Pago con mi culo en enfado de mi AMO
Desde los 16 años servía a mi TIO en su finca, ya fuera en las labores de la explotación como fuera de ella. Desde el primer día quedaron claras mis obligaciones y responsabilidades entre las que se encontraba complacer a los temporeros en aquello que fuere menester.
Me encargaba de limpiarles los dormitorios, hacerles la cama y la comida, lavarles la ropa o ir a hacerles las compras al pueblo. Mi TIO no dejada pasar la ocasión para dejar clara mi situación en la finca, ofreciéndome para TODO aquello que desearan de mí, al tiempo que, mediante comentarios humillantes, me definía poco menos como “maricón traga pollas”.
En más de una ocasión fui utilizado como moneda de cambio para que mi TIO pudiera conseguir los favores de algún temporero que se le resistía. Me enviaba a mí primero para encelarlo y en caso de conseguirlo pescarnos infraganti mientras era follado, montar a grito pelado el escándalo padre, amenazar con denuncias por ser yo aún menor de edad y una vez amedrentado el temporero, calmar su enojo a medida que el pobre trabajador se iba dejando meter mano.
Evidentemente, lo normal es que mis servicios para con los temporeros no pasaran de la limpieza o las compras, pero en algún caso, normalmente en el de algún repetidor ya aleccionado de la temporada anterior o de algún otro más espabilado de lo habitual, captaban el mensaje de mi TIO en todo su sentido, utilizándome, también, para su servicio sexual.
En esos casos yo tenía la obligación de comunicar a mi TIO puntualmente y con todo lujo de detalles aquello que hubiera sucedido entre el jornalero y yo, y evidentemente, de pedir su autorización antes de dejarme penetrar.
No era la primera vez que aquel jornalero me preñaba, de hecho era relativamente frecuente que lo hiciera. Hasta entonces siempre se lo había explicado a mi TIO, como se me había ordenado y era mi obligación, pero en aquella ocasión la verdad es que todo fue demasiado precipitado.
Estábamos podando los mamones de la temporada anterior a los olivos. Yo no llevaba correa en los pantalones ni calzoncillos debajo por tenerlo expresamente prohibido por mi TIO, lo que hacía que anduviera constantemente subiéndolos para evitar que se vieran mis “vergüenzas”. Supongo que aquello enceló al temporero quien, sin más ni más, echó mano a mis pantalones, me los bajo de un tirón y mientras con una mano me cogía de la cabeza empujándola hacía a bajo con la otra ya se estaba desabrochando la bragueta.
Era consciente de que no le había pedido permiso a mi TIO para aquella preñada, pero ya había sido follado anteriormente por aquel jornalero y jamás había tenido el menor reparo en dármelo y al fin y al cabo iba a contárselo todo como siempre, así que no vi motivo para parar lo que ya había empezado.
La mala fortuna, o la desconfianza de mi TIO, hizo que este nos estuviera observando desde la distancia y sin enterarnos nosotros, apareció de repente por detrás nuestro, a media monta y gritando como un energúmeno.
Por su boca salían expresiones tales como: “maricón de mierda, te vas a enterar tú de cuando puedes follar o no” o “no quiero perras en celo a mi lado”
El jornalero se quedó petrificado con la polla aun fuera de los pantalones y yo con él, no tanto por los gritos de mi TIO (hombre calmo que solo gritaba cuando le convenía para conseguir algo pero nunca fuera de sí) sino por el contenido de aquellos gritos. No alcanzaba a entender el porqué de lo que sin duda era el enfado más grande y con diferencia de mi TIO hacia conmigo desde que entré a su servicio.
Con el tiempo y la experiencia he llegado a la conclusión de que fue porque siendo de su propiedad, también lo era la decisión de con quien hacía o dejaba de hacer tal o cual cosa y con más razón quien me montaba o dejaba de montar. Que para él esa era una lección FUNDAMENTAL que bebía inculcarme a toda costa (Para él y para todo Amo que se precie) y que por eso forzó tan ostensiblemente la reacción. Por eso y en ocasiones también me gusta pensar que un poquito, al menos, por celos.
Lo habitual es que hubiera sido castigado de inmediato y sin vacilación, así que esperaba ser duramente azotado con la correa del pantalón delante del jornalero para que este lo presenciara, humillándome a mí y enviando un ”aviso para navegantes” al resto de jornaleros. Sin embargo y para mi asombro no fue así.
Pasaron unos cuanto días, que recordados desde hoy, no puedo precisar con exactitud. Tal vez cinco, tal vez una semana entera. Durante todo aquel tiempo no podía dejar de pensar en el hecho de no haber sido duramente castigado. ¡Era la primera vez que tal cosa sucedía!
En esto se presentó en la finca un hombre de unos 40 años, vestido como todos los lugareños. En aquel momento lo único que me llamó la atención de él fue su estatura, sobre el 1,70, que para aquellos años era una estatura del todo fuera de lo habitual en aquellos parajes y lo fino de sus manos para el tipo de ropa que gastaba.
Por lo desconocido de su fisonomía, llegado al pueblo, sin duda, en el coche de línea desde otra comarca, tal vez de Les Garrigues por su acento medio de Tarragona. Preguntó por mi TIO y pensando que sería un nuevo temporero le lleve ante su presencia. Para mi sorpresa no hicieron falta presentaciones, mi TIO le estaba esperando y al llamarle por su nombre sin duda le conocía con anterioridad. A mi TIO no le gustaba nada la chafardería y tras los acontecimientos recientemente acaecidos no era cuestión de tentar a la suerte.
Debieron estar charlando cosa de media hora o tres cuartos, momento en que mi TIO salió a la era y me mandó entrar. Quise asearme un poco, sobre todo por el hecho de tener visitas, pero no me dejó. Me llevó a la sala grande el primer piso, la que hacía de gran distribuidor central de los dormitorios del piso de arriba. Era una habitación casi cuadrada de techos altos con vigas de madera, listones al través y entre listón y listón ladrillo visto, como único mobiliario una única mesa central de roble macizo y cruz de San Andrés para rigidizar las patas de hierro forjado y el correspondiente juego de sillas tapizadas en terciopelo verde repartidas a todo el alrededor de las paredes de la habitación. En el centro un araña colgando del techo sobre la mesa también de hierro forjado que había substituidos sus velas originales por modernas bombillas eléctricas.
Mientras mi TIO retiraba de encima de la mesa los pocos adornos que tenía, un tapete, un frutero de cristal y creo que nada más, me iba notificando el motivo de encontrarme allí. Que hacía unos días había cometido una falta incalificable, en referencia evidentemente a la follada con el jornalero entre los olivos, que la gravedad de la falta debía ser corregida adecuadamente para que quera grabado en mi mente de forma indeleble que jamás debía volverse a repetir.
A diferencia de lo sucedido en el olivar, ahora estaba completamente calmo, frio, sin que una palabra sonara más fuerte que otra, plenamente consciente de lo que iba a hacer y dispuesto a hacerlo sin demora.
Aquella actitud me aterró, tanto por la energía y autoridad que desprendía su actitud y sus palabras como porque, por fin, se hacía patente el porqué de la falta de castigo inmediato. Cuando me ordenó desnudarme por completo todo mi cuerpo se puso a temblar como una hoja, como cuando de chaval te tocan por primera vez en la entrepierna con motivo sexual, de una forma descontrolada e involuntaria. Quieres desesperadamente que el temblor cese, pero te ves absolutamente incapaz de conseguirlo.
Una vez desnudo me ordenó doblarme por la cintura, de manera que reposara el pecho sobre el tablero de la mesa. Al hacerlo y por la altura de la mesa, el culo me queda en alto y el pecho sin reposar por completo sobre la mesa, así que acompañado de sendas patadas, me ordenó que separara por completo las piernas mientras con la mano empujaba mi culo hacia abajo. Una vez en la posición adecuada empezó a atarme las manos y loa pies a las patas de la mesa mediante sogas de algodón que se sacó de los bolsillos.
Entre tanto no dejaba de hablarme. Me decía que la mejor manera de combatir el fuego era con más fuego y que aquel hombre estaba allí para conseguirlo. Fue entonces cuando me percaté de su presencia, hasta ahora desapercibida por mi estado de nervios y de ansiedad. Mi primera reacción fue juntar las piernas para intentar ocultar mis cojones. ¡Que curiosa resulta la mente humana! Uno se encuentra desnudo, atado a una mesa y lo que le preocupa es que no le vean los huevos…
Comencé a imaginar posibles los castigos que me esperaban. Por la posición lo más probable eran azotes en las nalgas, lo que por otra parte cuadraba con lo de combatir el ”fuego con el fuego” pues no olvidemos que le motivo de estar allí era haberme dejado dar por el culo sin permiso. Pero no veía la necesidad de que aquel hombre estuviera allí para eso. Luego pensé en algo que había leído pero que siempre me había parecido, desde mi inexperiencia, una exageración, pensé en que me reventaran los huevos a patadas. Pero tampoco me cuadraba la presencia de aquel hombre para aquel castigo, Tenía que ser otra cosa, pero no alcanzaba a saber el que y eso me ponía, si cabe, aún más nervioso, temeroso y angustiado.
A todo esto, mi TIO le dio orden al visitante para que comenzara. Se puso delante de mí. Sería la última vez que podría verlo ya que después se dirigió hacia mi culo, desde donde me era imposible verlo, sin abandonar aquella posición hasta el final del castigo.
Una vez en frente de mí se desabrocho los pantalones y me mostró el paquete. Lo hizo lentamente, con tranquilidad, sabedor de lo que va a suceder es lo que se espera que suceda.
Tenía la polla más grande que yo había visto nunca en carne y hueso. En estado flácido le medía por lo menos 15 cm y una vez se le empinó, sin ayuda alguna, simplemente por autocontrol y por el morbo de la situación, pasó a medir más de 20 cm de largo por 14 o 15 de circunferencia.
Nada más ponérsele dura comenzó a mojar en abundancia, el “precum” le bañaba literalmente el glande, ahora ya completamente descapullado. Se acercó a mi rostro y tras golpearme varias veces con su polla en él, sin duda para que probara la dureza y rigidez de aquel descomunal miembro, sin que hubiera palabra alguna se dirigió hacia mi culo, no sin antes haberme dejado en el rostro el “regalo” de algunas gotas de su precum.
Se me había hecho evidente el carácter de mi castigo, pero lo que aún me era por completo desconocido para mí era la marca que ello iba imprimir en mí.
Al poco sentí como una mano separaba mis nalgas, sin duda par que mi coño quedara más expuesto y al instante el inconfundible tacto de un capullo llamando a la puerta. Había llegado la hora y me pillaba tembloroso, aterrado, casi sollozante, con el pulso acelerado y el corazón desbocado. El miedo transpiraba por todos y cada uno de los poros de mi piel y lo peor es que mi mente aún no se revelaba.
Al contrario de lo esperado, el penetrador se lo tomó con calma y en lugar de introducir su miembro de golpe, lo que sin duda hubiera causado graves desgarros, lo hizo muy lentamente, tan lentamente como fue capaz. Sin duda sabía lo que le colgaba entre las pelotas y sabía cómo utilizarlo.
A cada milímetro podía notar como mi esfínter primero y mi colon después se estiraban hasta el límite de su flexibilidad natural para dejar paso al descomunal miembro. Era plenamente consciente de en qué lugar de mi coño interno se encontraba su capullo, tan solo tenía que sentir de dónde provenía el dolor más reciente. Parecía que mis tejidos fueran a rajarse y a cada milímetro ganado mis convulsiones eran más y más ostentosas. Lloraba desconsoladamente, suplicaba perdón, hubiera sido capaz de vender mi alma para conseguir que aquello cesara, pero no, aún quedaba espacio para un poco más y mi penetrador lo sabía.
Al final llegó el momento en el que todo su miembro estuvo dentro de mí, pero aquello no fue más que el inicio. Una vez completamente dentro, en lugar de comenzar con el bombeo habitual, mi penetrador se quedó inmóvil. Las paredes de mi esfínter, incluso las de colon, convulsionaban espontáneamente entorno a aquel cuerpo intruso, los músculos perianales se tensaban en un vano intento de expulsarlo de mi interior en contracciones que describiría como lo más parecidas a las de un parto. Pero él esperó y esperó hasta que todo entró en orden y llegó la “relajación”.
El que no lo ha experimentado no puede llegar a comprender que el dolor tapa al dolor y que consecuentemente, cuando este se aplica demasiado rápido y seguido el último enmascara el primero. Así el dolor del segundo golpe se sobrepone al del primero antes de que este acaba de sentirse, acortando la duración del primero y en consecuencia la duración total del sufrimiento. Todo torturador que se precie es una de las primeras lecciones que aprende. No arranques nunca todas las uñas de golpe, hazlo de una en una y nunca arranques la siguiente hasta que el dolor de la primera comience a cesar. Mi penetrador, de alguna manera lo sabía y lo ponía en práctica con eficiencia suiza.
Una vez alcanzada la relajación que en una situación así puede alcanzarse, mi penetrador comenzó a mover si miembro. Lo movía lentamente. Ahora hacia delante ahora hacia detrás, más para la derecha la siguiente vez o más para la izquierda a la otra. Se diría que estaba palpando con su polla el interior de mi colon cual proctólogo experimentado con su dedo.
Y así era, ya que una vez tubo perfectamente localizada mi próstata fue a por ella sin piedad ni miramientos. A cada embestida clavaba su capullo justo en el blanco, aplastándola literalmente, exprimiéndola, ahora frontalmente, ahora por un lado, ahora por el otro y a cada diana una oleada de dolor subía por mis nervios desde mi próstata hasta clavarse en lo más interno de mi cerebro. El dolor no solo era intenso, sino profundamente paralizante y como siempre, entre embestida y embestida, dejaba transcurrir el tiempo suficiente como para “disfrutarlo” plenamente.
Tal fue la violencia de sus embestidas que la vació por completo. Mi polla comenzó a babear flujo preseminal como nuca y lo hacía literalmente por la compresión a la que sometía mi próstata en cada diana. Como cuando se aprieta una esponja mojada, por mi polla salía todo el flujo que esta produce naturalmente para acompañar las eyaculaciones. Sin embargo nada más lejos de lo que se entiende por una corrida anal, ya que ni uno solo de mis espermatozoides llegó a salir al exterior. Durante más de 10 días tuve dificultades al orinar, ya que el estado de inflamación en la que dejó a mi próstata obstruía los conductos deferentes que la atraviesan impidiendo la libre circulación del orín que por ellos circula desde la vejiga.
Llegó un punto en el que deje de gemir, ya no gritaba de dolor, simplemente me dejaba hacer, es ese punto en el que estas al borde del desmayo. Mi penetrador tan hábil como siempre cesó al instante y comenzó con una serie de penetraciones digamos que tradicionales, supongo que con la intención de apaciguar mi dolor y darse él también su parte de placer. De nada sirve castigar a un desmayado.
Cuando recupere el estado normal cambió de objetivo. Ahora se centró en el encuentro entre la terminación del recto con el inicio del colon descendente, Es ese punto anatómico en el que se produce una cierta estrangulación a la par que un giro brusco del tubo de casi 90 gradas. Podríamos decir que el equivalente al “cérvix” en las mujeres aunque evidentemente con funciones completamente diferentes.
El caso es que mi penetrador era plenamente sabedor de que si penetraba con la suficiente violencia, no solo alcanzaría ese punto con facilidad, dado el obvio tamaño de su miembro, sino que en lugar de permitir que colon y recto se flexionen para alinearse en ese punto de giro, facilitando la penetración, el capullo seguiría su trayectoria perpendicular chocando violentamente contra la pared del recto justo en el punto de giro.
El resultado es que tras el impacto, el capullo empuja la pared del codo final del colon hacia el interior del cuerpo, arrastrando con ello al resto de colon y esfínter. Para aquellos que no lo hayan experimentado nunca es un poco como la sensación inversa de cuando a un fister se le provoca el vacío interno del colon mediante la extracción rápida y brusca del puño o brazo. Simplemente que aquí se produce un estiramiento antinatural de todas las fibras anatómicas que se ven implicadas y como a lo que están acostumbras y aquello para lo que han sido diseñadas es para la compresión, reaccionan con un fortísimo estimulo doloroso.
Tal es el dolor que experimente que a la segunda embestida había perdido ya la respiración. Empecé a transpirar tan exageradamente que de golpe me vi envuelto en un charco de sudor, quería gritar pero era incapaz de articular sonido alguno, cerraba los puños con tanta fuerza que al día siguiente me di cuenta que tenía marcadas las uñas en las palmas de mis manos.
A cada impacto parecía como si mi esfínter quisiera separarse de mi ano llevándose con él hacia el interior al resto del colon. Pero es que además mi penetrador, con toda la pericia del mundo no lo hacía a un ritmo constante. Ahora una embestida ahora paro, ahora dos seguidas, ahora vuelvo a parar, ahora inicio una per la aborto a medio camino… de manera que nunca sabía cuándo iba a asestar el siguiente golpe, convirtiendo a si los tiempo de espera y teórica relajación en sufrimiento psicológico y angustia.
Por suerte, esta fase del castigo duro bastante menos que la anterior. Lo curioso del caso es que, visto desde el paso de los años, recuerdo con la misma intensidad el dolor físico que aquella experiencia me produjo como el psicológico. Mi cerebro no paraba de pensar en que aquel hombre me iba a desgarrar literalmente por dentro, que poco menos que iba a morir desangrado o como mínimo quedar seriamente impedido por el resto de mi vida. Y esa sensación me producía tanto pavor que se sobreponía en ocasiones al propio dolor físico sacando fuerzas de donde no las había para mover un poco el pecho, bajar unos centímetros el culo, o flexionar menos la rodilla para que el impacto no fuera tan certero.