Cassandra - Terapia Lésbica [08] [FINAL].

Capítulo 08. [FINAL]

Capítulo 8 [FINAL].

Nélida se levantó el sábado por la mañana, estaba desnuda y sus pezones aún le dolían, y eso la hizo feliz. Se miró al espejo y encontró una mujer hermosa, por primera vez en mucho tiempo pensó: Si yo me cruzara con una mujer así, me encantaría tener sexo con ella… le comería las tetas y le chuparía toda la concha.

Después de desayunar, llamó por teléfono a su psicóloga.

―Hola, Nélida ¿cómo estás? Llevo unos días sin saber de vos y ya me estaba preocupando.

―No hay nada de qué preocuparse, Cassandra. Estoy muy feliz. Justamente por eso te llamé, me gustaría tener una sesión con vos… y probablemente sea la última. Gracias a vos conseguí sentirme mejor.

―Me alegra mucho escuchar eso. A mí lo que me pone más contenta es que mis pacientes me digan que ya no quieren venir, porque ya no lo necesitan, porque se sienten bien.

―Y yo me siento de maravilla.

―¿Querés venir hoy al consultorio?

―¿Hoy? No sabía que trabajabas los sábados.

―No, normalmente no lo hago; pero esta vez puedo hacer una excepción. Vení esta tarde y me contás todo lo que pasó.

―Perfecto… y desde ya, muchas gracias. No sé cómo lo hiciste, pero me cambiaste la vida.

―Probablemente vos hiciste más que yo, Nélida. Yo solo te ayudé a aclarar algunas ideas. En fin, te espero esta tarde.

―Gracias, Cassandra. Y prepará algo rico para tomar, esto es digno de festejo.

―Justo te iba a proponer eso. ¿Y cómo querés que te reciba? ¿Casual, elegante o… festiva?

―Festiva, definitivamente ―dijo Nélida, con una sonrisa libidinosa.

―Así te voy a esperar. Te mando un beso grande ―a Nélida le pareció que el tono de su psicóloga era más sensual de lo habitual.


Nélida tocó timbre en el consultorio y cuando la puerta se abrió vio a su psicóloga asomando la cabeza, con sus radiantes cabellos rojos.

―¡Wow, estás preciosa! ―Exclamó Cassandra.

La profesora de matemáticas tenía puesto un vestido negro tan sencillo como elegante. Era tan cortito que hasta permitía que su tanga se asomara un poquito por debajo. Además llevaba unas largas medias con portaligas, algo que ella rara vez se atrevió a usar fuera de su casa. Al atuendo lo completaba el prominente escote en V, que más que un escote era como si al vestido le hubieran arrancado todo el segmento que va desde el centro de los pechos hasta el ombligo.

―Estoy atravesando por un cambio radical ―dijo Nélida―. Me dieron ganas de mostrar un poquito de piel.

―Y me alegra que lo hagas. Pasá, por favor. Tenemos mucho de qué hablar.

Cuando Nélida entró y la psicóloga cerró la puerta, por fin pudo ver cómo estaba vestida Cassandra. Tenía puesto un body de encaje negro que apenas cubría su voluptuosa anatomía. Nélida se quedó boquiabierta al ver las blancas tetas de la psicóloga y cómo los rosados pezones se asomaban un poco. Además la tela de encaje permitía adivinar que la pelirroja no tenía puesta una tanga, sus labios vaginales solo estaban cubiertos por el patrón irregular de la tela.

―¡Apa! Me imaginé que te vería muy sexy… pero esto ya es casi pornográfico. ¿Atendés a muchos de tus pacientes vestida así?

―No a muchos… pero sí a unos cuantos. Ya te dije que yo no soy una psicóloga normal, a mí me gusta emplear otros métodos… métodos que muchos psicólogos tomarían como “poco ortodoxos”.

―A mí me funcionaron de maravilla tus métodos poco ortodoxos. Estoy segura de que si hubieras mantenido una terapia tradicional conmigo, yo todavía seguiría amargada, sin poder aceptar lo que realmente soy.

―¿Y qué sos?

―Soy muchas cosas, una sola palabra no me va a definir nunca. Pero la gran revelación la tuve al reconocer que soy lesbiana. Todavía se me estruja el corazón al decirlo… hasta me causa un poquito de morbo, mezclado con mucha alegría. Porque, por primera vez, estoy considerando el término “Lesbiana” como algo positivo, y no algo de lo que deba avergonzarme. Me gustan las mujeres, esa es la realidad que tanto me costaba ver… y ahora que te veo vestida así… ¡Uf! Se me moja la concha. Perdón si me estoy pasando…

―No te estás pasando ―Cassandra se acercó tanto que las tetas de ambas mujeres se tocaron, los penetrantes ojos verdes de la psicóloga se clavaron en los de Nélida―. Decime todo lo que sientas ahora mismo, sin omitir nada.

―Siento… calentura. Me excita mucho tu cuerpo, tu actitud… y la forma en la que estás vestida. También me da mucho morbo saber que sos mi psicóloga y que tengo el privilegio de verte con esta ropa tan sugerente. Y eso no es todo, te confieso que desde el primer día que pisé tu consultorio, tuve pensamientos sucios con vos… con tus tetas, con tus piernas, tus labios, tus manos… en fin, todo tu cuerpo. Pero… no me animé a reconocerlo. Simplemente lo tomé como una pequeña traición de mi imaginación, al estar en presencia de una mujer tan voluptuosa y hermosa.

―Ahora sabés que no fue solo por eso… ―Cassandra se acercó todavía más y rodeó con sus brazos a Nélida, posando sus manos sobre las nalgas de la profesora.

―Ahora sé que lo sentí porque mi cuerpo me pide eso… mi líbido quiere que me fije en mujeres… y yo siempre lo negué.

Las mejillas de Nélida estaban rojas y su vagina se estaba humedeciendo, la tibieza del cuerpo de Cassandra le provocó portarse mal. Pero antes de que pudiera hacer algo, la psicóloga se apartó, aunque lo hizo con naturalidad, sin que se sintiera como un rechazo.

―Vení, preparé algo rico para tomar. ¿Qué te parece si hoy llevamos la conversación a un lugar más cómodo?

―¿Como cuál?

―Como mi pieza ―dijo Cassandra, guiñando un ojo.

Caminó meneando las caderas y le hizo señas con un dedo a Nélida, para que la siguiera. Ella se quedó unos segundos allí, mirando las nalgas de la pelirroja, luego la siguió.

Antes de entrar al dormitorio de Cassandra, escuchó el golpe sordo, característico de una botella al ser descorchada. Asomó la cara dentro de la habitación y Cassandra la sonrió con un vino espumante en una mano y dos copas en la otra.

―Esto merece un brindis ¿no te parece? ―dijo la pelirroja, mientras servía el vino.

―Wow, me dejás sorprendida, Cassandra. No esperaba este recibimiento.

―Me pone muy feliz saber que una de mis pacientes logró los objetivos de la consulta, y…

―Y vos no sos la típica psicóloga. Vos querés festejarlo con una copita de vino espumante.

―Así es ―le alcanzó una copa―. Un brindis por Nélida y por todas las mujeres que atravesaron años de dolor por no aceptar su identidad sexual.

―Gracias, Cassandra. Brindo por eso… y te prometo que si algún día conozco a una mujer que no se anime a reconocer su identidad sexual, la voy a ayudar a hacerlo.

―Y vas a ser de gran ayuda, porque vos tenés la experiencia de haber atravesado por eso.

Tomaron un buen sorbo de vino espumante, luego la psicóloga dijo:

―Vení, vamos a ponernos cómodas ―se tendió en la cama y Nélida la siguió, con una radiante sonrisa. Las mujeres quedaron una junto a la otra, con sus piernas entrelazadas. Nélida apoyó su cabeza en una almohada y Cassandra la miró fijamente a los ojos desde arriba―. Contame cómo fue el proceso que te llevó a aceptar que te gustan las mujeres.

―Bueno… sinceramente tuve muchas dudas al respecto durante las horas de terapia que pasé con vos. Pero la revelación más grande la tuve cuando mis alumnas, Vanesa y Karina, fueron a visitarme. Decime una cosa, Cassandra. ¿Vos hablaste con ellas alguna vez?

―No. Para nada. Ni siquiera las conozco.

―Ah… ¿segura?

―Sí, Nélida. No sé por qué lo preguntás.

―Es que… ellas reaccionaron de una forma muy positiva conmigo. Estuvieron dispuestas a ayudarme con mi… problemita. Y vos me aconsejaste que me acercara a ellas. Por eso llegué a pensar que quizás ya las conocía.

―Te aconsejé que te acercaras a ellas porque son lesbianas, y porque me quedó claro que tenían intenciones sexuales con vos.

―¿Incluso antes de que yo les pidiera ayuda?

―Sí, claro. Por lo que me contaste de estas chicas, me pareció obvio que intentaban… provocarte. Yo solo tuve que ayudarte a encarar la situación sin tantos prejuicios. Sabía que cuando te soltaras con ellas habría un cambio significativo en vos… aunque me sorprende que ese cambio sea tan grande. Pensé que tendríamos muchas sesiones más, hasta que te animes a reconocerlo. ¿Por qué creés que el cambio se dio tan de golpe?

La mano de Cassandra bajó hasta la entrepierna de Nélida, el vestido de la profesora se había subido hasta dejar a la vista una tanga del mismo color que el vestido. Los dedos de la psicóloga recorrieron la raya que divide en dos la concha y Nélida suspiró.

―Se dio tan de golpe porque…. me acosté con Karina y Vanesa ―Cassandra mostró una sonrisa libidinosa al oír eso―. Hasta decirlo se me hace raro. Tuve sexo con dos de mis alumnas… al mismo tiempo. Y eso fue una locura. Hacer una locura lésbica de esa magnitud me recordó a las noches que pasé con mis amigas, cuando yo era joven.

―¿A esas noches de besos en la tarima de una discoteca? ―Preguntó Cassandra, mientras le acariciaba la concha por arriba de la ropa.

―No solo a eso… no fui totalmente honesta con vos, Cassandra. Me acuerdo del día que me dijiste: “Para ser una mujer heterosexual, tuviste muchas experiencias lésbicas”.

―En realidad eso lo dijiste vos, Nélida.

―¿Yo? ―La profesora la miró incrédula.

―Sí, fuiste vos.

―Tendré que confiar en tu palabra, tu memoria debe ser mucho mejor que la mía. Entonces eso explica por qué esa frase lleva tanto tiempo dándome vueltas por la cabeza. Y hubo muchas otras experiencias lésbicas de las que no té conté.

―Entiendo. Muchas veces los pacientes van contando cosas de su vida de a poco. No es la primera vez que escucho a una de mis pacientes decir: “Solo tuve sexo con una mujer una vez”, y luego, meses después, admiten que fue más de una vez… y más de dos.

―Comprendo a esas mujeres. No me animé a reconocerlo, pero ya estoy lista para confesar. La verdad es que pasé muchas noches cogiendo con alguna de mis amigas de la juventud, teníamos entre dieciocho y veinte años, y lo veíamos como un juego. Casi como una burla. Pero había veces en las que preferíamos quedarnos en casa y chuparnos las conchas, en lugar de salir a bailar. Y casi siempre eramos tres.

―¿Las mismas tres?

―No necesariamente. Y ahora entiendo que era yo la que organizaba esas veladas y terminaba convenciéndolas de que, si estábamos calientes, lo mejor era “ayudarnos” entre nosotras. Con el tiempo fue más fácil convencerlas, porque empezó a hacerse una costumbre que nos juntáramos un fin de semana y termináramos chupando conchas y tetas toda la noche. Era tremendo, Cassandra, no sé cómo hice para convencerme de que eso era un “Juego inofensivo”. Era coger con mujeres… y amarlas. Porque también había mucho cariño, se notaba especialmente en cómo nos besábamos… y en los halagos que nos hacíamos. Hasta que un día se terminó todo, de golpe.

―¿Y por qué se terminó todo eso?

―Porque una de mis amigas cruzó la línea. Nos confesó de que ella se consideraba lesbiana. Dijo que cada día le gustaban más las mujeres, y que ya había tenido sexo con otra chica que no era del grupo, y que lo había hecho por puro placer, no porque lo viera como un “juego”. Eso me puso en alerta. Como si hubiera estado en contacto con una persona que tenía una enfermedad contagiosa. Me asusté y me alejé de mis amigas… y desde entonces me cuesta horrores hacer amistades. Los hombres no me interesan, y a las mujeres les tengo miedo.

―Ese miedo se va a ir disipando a medida que aceptes más y más tu sexualidad.

―Sí, lo sé. Y con algunas mujeres ya me siento muy cómoda, como con Karina y Vanesa… y con vos.

―¿Conmigo sentís esa comodidad porque soy tu terapeuta o porque me estás viendo como mujer? ―Preguntó Cassandra, con una sensual sonrisa.

―Porque te estoy viendo como mujer. Estás re buena, Cassandra, me calienta mucho verte con este conjunto tan erótico, y me calienta la forma en la que me estás acariciando. Quizás sea mucho pedir, pero… ¿Te gustaría meterme los dedos?

―Con mucho gusto.

―¿Lo decís en serio? ¿Esta es otra de tus métodos de terapia?

―Lo digo porque a mí también me calientan las mujeres, Nélida. Eso ya te lo dejé bien claro… y tu cuerpo me gusta mucho. ―Hizo a un lado la tanga de la profesora y acarició los labios vaginales―. Me gusta que la tengas tan mojada.

―Estoy así por vos… mmmpppfff…. ¡ay, qué rico! ―Exclamó Nélida, cuando dos dedos de la psicóloga se metieron dentro de su concha―. Con lo mucho que me gusta que una mujer me toque así, no puedo entender por qué me pasé tantos años negándolo… y mucho menos entiendo cómo hice para convencerme a mí misma que las noches de sexo con mis amigas no eran más que un “juego”. Porque no te miento, Cassandra, de verdad lo sentía así. No veía que detrás de eso había un claro interés por tener sexo con mujeres, aunque me pasara una hora comiéndole la concha a una de mis amigas, seguía viéndolo como un acto irónico. Como si fuera un juego que consistía en actuar como lesbiana, sin serlo. Pero mientras más lésbicas fueran nuestras actitudes, más nos divertíamos. Incluso celebrábamos las frases más lésbicas.

―¿Como cuáles?

―Em… me acuerdo que una noche dije: “Llevo una semana sin comerme una buena concha, no aguanto más, a la primera que se baje la tanga, se la chupo toda”. Y eso pasó, una de mis amigas, entre risas, se bajó la tanga y con tono desafiante me dijo: “Acá la tenés, a ver si te animás”. Le demostré que sí me animaba. Me agaché frente a ella y le pasé la lengua por toda la concha y le chupé el clítoris. Después la otra chica dijo: “Yo también quiero”, y se la chupé a ella también.

―Mmm… eso sí que es bien lésbico. Contame más… y no te lo pido como psicóloga. Quiero que me cuentes porque me calienta.

―Te cuento todo lo que quieras, pero antes me gustaría que te pusieras en tu rol de psicóloga por un minuto y me digas qué pensás acerca de mi forma de ver todo este asunto como un juego. ¿Por qué me lo creí?

―Está bien, me parece justo, al fin y al cabo esta es nuestra última sesión, y algo de psicología tiene que haber. Yo te creo cuando me decís que realmente lo veías como un juego, y si te lo creíste fue porque para vos la realidad era demasiado dura. No querías aceptar, por nada del mundo, que realmente tenías tendencias lésbicas y que las mujeres te excitaban. Usaste un mecanismo de bloqueo, para evadir la realidad. Es como si le hubieras pedido a tu cerebro que te mienta, porque no querías ver la realidad. Este tipo de mecanismos de defensas los tenemos todos, en mayor o menor medida. Es una forma que tiene nuestra psiquis de evitar el trauma.

―No sabía que la mente pudiera mentirse a sí misma.

―Sí, y lo hacemos más a menudo de lo que te imaginás. Aunque no es algo malo, muchas veces es algo positivo, sin estos mecanismos de defensa la vida podría ser sumamente traumática. Aunque en tu caso particular, el trauma lo tenías por no aceptar que sos lesbiana. Quizás a los dieciocho o veinte años, cuando hacías estas cosas, no lo hubieras podido aceptar; pero ahora sí, ya tenés la madurez suficiente como para lidiar con esto.

―Y quiero hacerlo, de verdad. Quiero ser feliz. Quiero acostarme con muchas mujeres… y hasta me excita la idea de tener una novia. Estar en pareja con una mujer quizás sea mi último escalón en el proceso de aceptar mi sexualidad.

―Sí, y apoyo esa idea. Ojala consigas una pareja, pero no fuerces demasiado las cosas. Pensalo bien, dedicate a conocer muchas mujeres, y si alguna te produce algo especial, bueno, podés intentar llevar la relación a otro nivel.

―Te prometo que no lo voy a forzar.

―Perfecto. Ahora sí, contame qué otras cositas lésbicas hacías con tus amigas.

―Hace un rato te dije que no siempre tuve sexo con las mismas amigas, hubo otras. Me acuerdo de Erika, una rubia preciosa, con unos ojos azules atrapantes, unas tetas impresionantes y un culo de infarto. Ella era muy amiga de una de mis mejores amigas. Erika no “jugaba” con nosotras, pero eso cambió una noche en la que volvimos a casa después de la discoteca, yo estaba algo pasadita de tragos, y eso me hizo perder mucho la inhibición. Apenas entramos a la casa de mi amiga, dije: “Rubia, ¡qué buen culo tenés! te lo estuve mirando toda la noche. Me gusta tanto que si te bajás la tanga, te juro que te chupo el orto”. Erika se lo tomó con gracia y miró a la otra chica confundida. Entonces mi amiga le dijo: “Mirá que habla en serio. Esta te chupa el orto de verdad”.

No sé si la rubia accedió porque estaba muy borracha, o porque tenía inclinaciones lésbicas. La cosa es que se dio vuelta, se bajó la minifalda y me mostró su culo. Tenía puesta una diminuta tanga azul. “Vení”, me dijo, “Chupame bien el orto, si lo hacés, yo te chupo el tuyo”. Después se bajó la tanga. No necesité más, me mandé de cabeza contra sus nalgas y le metí la lengua. Fue fantástico. Uno de los mejores culos que me comí en mi vida, y mirá que me comí varios, ahora no me da miedo reconocerlo. Me daba mucho morbo chuparle el culo a mis amigas… y con esa rubia fue aún más. Y ella cumplió su promesa, después de que le estuve comiendo el orto durante varios minutos, dijo: “Ahora me toca a mí”. Me senté en su cara y me chupó toda. Mi amiga se mandó a comerle la concha a la rubia… y como te imaginarás, eso terminó en tremendo trío. Nos hicimos de todo… hasta nos metimos los dedos por el culo la una a la otra. Desde esa noche Erika empezó a juntarse más con nosotras… y te digo más. A veces Erika iba a mi casa, sin que hubiera un contexto de salida ni nada por el estilo. Eran visitas “normales”. Bueno, hubieran sido normales si no hubiéramos terminado tantas veces en la cama. Nos encerrábamos en mi pieza y, sin que ninguna de las dos tenga que decir nada, nos quitábamos la ropa y nos chupábamos las conchas.

―¿Y cómo hacías para justificar eso? Porque si no había contexto de fiesta, se debió hacer más difícil verlo como un simple juego.

Los dedos de Cassandra se movían cada vez más rápido dentro del sexo de Nélida, esto la ayudó a sentirse más cómoda y segura de sí misma.

―Es cierto, fue mucho más difícil justificarlo. ¿Me creerías si te digo que, de alguna forma, lo conseguí?

―Sí, porque es obvio que te pasaste años negando tu gusto por las mujeres. Y también me queda muy claro que mentiste bastante durante la terapia. Eso no me molesta, sé que todos los pacientes mienten alguna vez. Sin embargo sé que ahora estás siendo totalmente honesta. Contame lo que sea, y te lo voy a creer.

―Gracias… y perdón si te oculté parte de la verdad, o dije cosas que no eran ciertas. Me daba mucho miedo decirte que me comí varias conchas en mi vida, especialmente durante mi juventud. Lo de Érika, y las visitas que me hicieron otras amigas, y que terminaron en sexo, lo “negué” durante un tiempo. O sea, si le comía la concha a una amiga en mi pieza, simplemente intentaba no pensar en eso. Pero a veces no podía evitarlo y me encontraba a mí misma diciéndome: “Te estás pasando, Nélida, esto ya está dejando de ser un simple jueguito”. Sin embargo mientras más dudaba de mí misma, más morbo me daba. Como si una parte de mí estuviera disfrutando de ese conflicto interno.

Mi mente necesitaba encontrar una justificación urgente, por dos motivos: ya me había acostado con al menos tres mujeres, fuera de ese contexto “festivo”; y porque no quería dejar de hacerlo. La cuarta chica que pasó por mi cuarto me sirvió para encontrar esa excusa. Recuerdo que estábamos conversando en la cama y como ya habíamos tenido sexo durante una alocada noche de fiesta, me animé a meter la mano dentro de su pantalón. Mientras le acariciaba la concha la besé en la boca, luego del beso ella me quedó mirando confundida. Estaba acorralada, si no se me ocurría algo pronto ella me diría: “¿Qué hacés, Nélida? ¿Me vas a decir que ahora sos lesbiana?” Eso era algo que no podía soportar. Pero tampoco quería retroceder. Le metí dos dedos en la concha y le dije la mentira que me ayudaría a calmar mis conflictos internos, y los de ella: “Tengo muchas ganas de hacerme una paja, pero tocarse sola es aburrido. ¿No me das una mano? Si vos me ayudás a mí, yo te ayudo a vos. Total, ya nos vimos las conchas desde bien cerca”. A mi amiga la idea le encantó, y desde esa vez empecé a usar esa misma excusa cada vez que tenía sexo con una chica fuera del contexto de la salida.

Poco días después de eso volví a encontrarme con Érika en mi casa. Cuando estuvimos en mi pieza la abracé por atrás, metí la mano dentro de su pantalón y mientras le acariciaba la concha le dije esa misma mentira. A ella el gustó y empezamos a toquetearnos en la cama, todo marchaba bien hasta que ella me puso en un apuro al preguntarme: “¿Por qué me besás tanto?”, y era cierto. En cuestión de unos pocos minutos ya la había besado como diez veces… y también le había chupado las tetas. En esa ocasión fui más honesta: “Porque sos linda”, le respondí.

―Uy, eso fue un sincericidio.

―Sí, totalmente. Pero lo disimulé un poco con otra verdad a medias, le dije: “No te confundas, a mí las mujeres no me gustan, no soy lesbiana. Sin embargo vos sos tan linda que me provoca pasarte la lengua por todos lados. Me gusta besarte, me gusta chuparte la concha… y me encanta chuparte el culo”.

―¿Esa fue tu forma de arreglar la situación? Yo creo que solo la empeoraste.

―La empeoré, sí… pero Erika me siguió la corriente. La rubia sonrió y me dijo: “A mí me pasa exactamente lo mismo con vos, tampoco soy lesbiana; pero a vos te chupo toda, solo porque sos vos”.

―Uf… qué respuesta. Estaba re caliente con vos… y no solo eso, creo que ahí hubo más que una simple calentura.

―Ahora que lo veo con otros ojos, yo diría que sí… hubo más. Podría decir que Erika se convirtió en mi novia ―Nélida sonrió―. Sí, ella fue lo más cercano que tuve a una novia, aunque yo me empeciné por negarlo. Pasamos mucho tiempo juntas, salimos a bailar, fuimos al cine, tuvimos cenas en restaurantes y cogimos mucho. Pero mucho en serio. Tanto que me resulta absurdo que mi cerebro no fuera capaz de ver la realidad.

―Cuando la mente te pone trabas, es impresionante lo mucho que te podés cegar. Decime una cosa, Nélida… ¿lo de la confesión de tu amiga vino poco después de tu “noviazgo” con Erika?

―Sí. Llevaba casi dos meses encontrándome ocasionalmente con Erika, y teniendo sexo con ella. A veces tres o cuatro veces en un mismo día. Y luego llegó la noche en que una de mis amigas dijo que se consideraba lesbiana y que ya tenía sexo con una mujer fuera de ese contexto.

―Ya veo, por eso te asustaste tanto… porque vos estabas haciendo lo mismo. Tenías sexo con una mujer fuera del “jueguito” de los fines de semana.

―Sí, me quedé paralizada, porque fue como si hubiera abierto una brecha en mi cerebro que me hizo ver la realidad por un segundo. “Soy lesbiana”, pensé. Y enseguida me aterroricé. Ahora ya no lo veo como algo malo, pero en aquella época para mí ser lesbiana era una enfermedad, como si me dijeran: tenés esquizofrenia.

―Lamentablemente mucha gente lo ve así, pero no es una enfermedad, porque las enfermedades causan daño. Amar a una mujer no te va a causar más daño que el que te causaría amar a un hombre. Las relaciones sentimentales siempre son complejas. Si no querés que nadie te lastime el corazón, entonces deberías ignorar todo tipo de relación sentimental, sea heterosexual o lésbica.

―Tiene sentido.

―Así que se puede decir que ser lesbiana no te va a causar ningún daño. No te vas a morir por amar a una mujer o por tener sexo con ella.

―A menos que salga con una psicópata asesina.

Cassandra se rió y Nélida se le sumó.

―Bueno, eso ya sería un caso muy extremo. Y las probabilidades de salir con un hombre que sea un psicópata asesino son aún mayores.

―Sí, lamentablemente es cierto. Aunque, bueno… no es por eso que me gustan más las mujeres; no tiene nada que ver. Simplemente me gustan, y ya está. No lo puedo explicar, pero ahora que rompí esa barrera que no me dejaba ver la realidad, sé que soy más feliz estando con una mujer.

―Me alegra escucharlo. Por cierto, ahora entiendo por qué te cuesta tanto disfrutar de la masturbación.

―¿Es porque no sé hacerlo?

―No. Tiene que ver con una cuestión psicológica. Cuando una se masturba, por lo general usa la imaginación, y estoy segura de que por tu mente deben pasar muchas imágenes lésbicas mientras te hacés la paja. Muchos recuerdos de tus abundantes sesiones de sexo con tus amigas.

―Sí, eso es muy cierto.

―¿Cómo pretendés disfrutar de la masturbación si le ponés tantas trabas a tu imaginación?

―Ahora todo tiene sentido.

―Y hablando de masturbarse. ¿No querés que te haga una paja? Yo te ayudo a vos, y vos me ayudás a mí… porque hacerlo sola es aburrido.

Nélida comenzó a reírse, pero de a poco su risa se fue transformando en gemidos. Los dedos de la pelirroja se movieron con maestría y el pulgar puso más énfasis sobre el clítoris. Cassandra acercó su boca a la de Nélida, y la profesora la recibió. Mientras se besaban, Nélida comenzó a tantear la voluptuosa anatomía de Cassandra. Masajeó sus tetas, sus nalgas y siguió hasta que encontró la concha. Entre besos y caricias las dos fueron despojándose de toda su ropa.

―Te quiero comer la concha desde el primer día que pisé tu consultorio ―confesó Nélida.

―¿Y qué esperás para hacerlo? Vení, mamita… estoy abierta y mojada para vos. Mostrame cómo le chupabas la concha a tus amiguitas. Estoy segura que de tanto comer cajeta, te habrás vuelto una experta.

―Está mal que yo lo diga, pero… siempre hacía acabar a mis amigas, porque se las chupaba con muchas ganas.

Nélida bajó la cabeza hasta que quedó entre las piernas de su psicóloga, se tomó unos segundos para admirar esos carnosos labios vaginales cubiertos por una fina capa de flujos. Luego se lanzó a lamerlos. El sabor a concha la embriagó y le trajo muchos recuerdos de las jornadas de sexo lésbico con sus amigas. Ahora entendía por qué era capaz de estar toda una noche chupando hasta tres conchas diferentes: le apasionaba hacerlo.

Cassandra comenzó a retorcerse de placer y gimió para indicarle a su amante que estaba haciendo un excelente trabajo. Nélida se mantuvo muy concentrada en su tarea, disfrutando de cada rincón de la vagina de la psicóloga.

―Cuando me chupaste las tetas ―dijo Cassandra―, supe que tenías mucha experiencia con mujeres.

―Me gustaría comprobar tu experiencia con mujeres.

―Entonces abrí las piernas, que allá voy.

Rápidamente las mujeres intercambiaron lugares, la psicóloga hundió su cabeza entre las piernas de Nélida y comenzó a succionarle el clítoris de inmediato.

Nélida pudo descubrir lo que era estar a merced de una mujer con mucha experiencia en el sexo, se preguntó cuántas conchas había chupado Cassandra. Era imposible determinar una cantidad exacta, pero seguramente fueron muchas más de las que probó ella.

Todo el cuerpo de Nélida se convulsionó ante las expertas lamidas y los certeros chupones de Cassandra. Nunca había sentido algo tan intenso, ni siquiera con Karina y Vanesa. El mundo del sexo se abría ante ella con nuevas posibilidades. Definitivamente debía acostarse con mujeres que tuvieran tanta experiencia como su psicóloga.

Las dos pasaron el resto del día comiéndose las conchas, hicieron la famosa tijereta y, por supuesto, Nélida se entretuvo largo rato chupándole el orto a Cassandra, luego la psicóloga le devolvió el favor. Hubo orgasmos y súplicas por parte de ambas, los “no pares” se mezclaron con los “seguí así” y los “cómo me gusta”. Nélida perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo.

Las horas pasaron como minutos y las dos mujeres solo se detuvieron cuando el cuerpo ya no pudo más. Se acostaron una al lado de la otra y así se quedaron dormidas, como viejas amantes.

Se despertaron al otro día y se ducharon juntas.

―Esta es otra de las cosas que hacía mucho con mis amigas ―aseguró Nélida―. Compartir la ducha nos daba la excusa perfecta para tocarnos y chuparnos las conchas. ¡Dios, cómo me gustaba!

Luego de decir esto Nélida se puso de rodillas y empezó a chupar la vagina de su psicóloga. La ducha se hizo mucho más larga de lo habitual y las dos mujeres aprovecharon muy bien su turno de brindarle placer a la otra.

Después del baño Nélida se vistió, Cassandra prefirió permanecer desnuda, al fin y al cabo ella se quedaría en su casa.

―La pasé genial ―dijo la profesora―, pero creo que ya es hora de irme.

―Yo también la pasé de maravilla ―dijo Cassandra, mientras la acompañaba a la salida.

Nélida se acercó a la puerta de salida y justo antes de abrirla se detuvo. Dio media vuelta y miró a su psicóloga.

―Te quiero dar las gracias por todo lo que hiciste por mí, como terapeuta y como mujer. Me cambiaste la vida, Cassandra. La primera vez que entré a este consultorio estaba deprimida, enojada, desesperada… y ahora sé que al cruzar esa puerta voy a salir siendo una mujer feliz, que tiene confianza en sí misma.

Cassandra sonrió, se acercó a Nélida, la tomó por la cintura y le dio un apasionado beso en la boca.

―Gracias por tus palabras, Nélida. Me da mucha satisfacción saber que estás tan bien.

―Te voy a extrañar.

―No hace falta que me extrañes, sonsa. Se te cierran las puertas de mi consultorio, pero las de mi habitación siempre van a estar abiertas para vos.

―¿De verdad? ¿No va eso contra las reglas?

―Ya sabés que soy una psicóloga poco ortodoxa. Vení a visitarme cuando quieras, te prometo que vamos a coger mucho. Incluso, de vez en cuando, podemos salir a pasear… ver una película, cenar algo rico…

―Ay, me vas a hacer ilusionar con que puede pasar otra cosa más allá del sexo.

―Esa posibilidad también está abierta, Nélida. Sos una mujer hermosa, en muchos sentidos, y lograste cautivarme con tu forma de ser. No dejes de visitarme y quizás, algún día, puede haber algo más que solo sexo.

Volvieron a besarse, esta vez permitieron que sus manos acariciaran las nalgas de la otra.

Nélida abandonó el consultorio convencida de que Cassandra la haría la mujer más feliz del mundo.

FIN