Cassandra - Terapia Lésbica [07].

Capítulo 07.

Capítulo 7.

Nélida no recordaba haber estado tan nerviosa en su vida. Esto era peor que la vez que tuvo que defender la tesis, para que le dieran su título universitario… y era ridículo sentirse así, al fin y al cabo ella era la profesora y las que venían a visitarla eran sus alumnas. Pero muchas cosas podrían salir mal. ¿Y si a las chicas les parecía demasiado brusco que su profesora las recibiera en lencería erótica? Si bien Nélida les había mandado fotos usando ese conjunto, muy distinto era usarlo en presencia de ellas… y sin darles un aviso.

Estuvo a punto de mandarles un mensaje para preguntarles si les parecía correcto que ella usara ese tipo de atuendo, pero justo en ese momento sonó el timbre.

Se puso de pie de un salto. Ya no había tiempo para arrepentirse. Una vez más, depositó su confianza en las palabras de Cassandra.

Recibió a Vanesa y a Karina escondiéndose detrás de la puerta. No quería que sus vecinos la vieran vestida así. ¿Cómo les explicaría por qué recibió a dos chicas jóvenes vistiendo lencería erótica? Seguramente la tomarían por lesbiana… y a las chicas por prostitutas. Descartó esos peligrosos pensamientos de su mente y se apresuró a cerrar la puerta. Allí fue cuando sus alumnas la vieron.

Vanesa se quedó boquiabierta, con los ojos desorbitados; Karina sonrió con picardía, como si estuviera diciendo: “Esperaba algo como esto”.

―Hola. Bienvenidas ―saludó Nélida, con timidez, como si fuera la primera vez que veía a esas jóvenes mujeres.

―¡Wow, profe! ―Exclamó Vanesa, mientras apartaba un mechón rubio de su cara―. Estás preciosa.

―Sí, totalmente ―estuvo de acuerdo Karina―. En persona ese conjunto te queda mucho mejor.

Nélida se avergonzó al recibir esos halagos, pero recordó las palabras de Cassandra. Su psicóloga le había dicho que hiciera lo posible por no inhibirse si le decían palabras bonitas. Debía mostrarse segura de sí misma y, de ser posible, alentar a las chicas a que le hicieran más halagos.

―Muchas gracias ―dijo la profesora, con una radiante sonrisa―. Me imaginé que les iba a gustar la sorpresa ―caminó frente a sus alumnas con paso sensual, ellas pudieron admirar el cuerpo de Nélida de frente, de perfil y de espalda―. Supuse que si a ustedes les gusta tanto la anatomía femenina… les agradaría verme así… al fin y al cabo no estoy tan mal.

―¿Que no estás tan mal? ―Preguntó Vanesa―. Yo diría que estás muy bien. Tenés un cuerpo hermoso.

―Gracias… ¿y qué es lo que más les gusta de mí?

―Tu culo ―dijo Karina, sin pensarlo―. Bueno, tu culo y tus piernas. Todo eso junto, con estas medias y el portaligas… ¡uf! se me moja la concha de solo mirarlo.

Nélida sintió un extraño revoltijo en la boca de su estómago, fue una sensación agradable. La alegró mucho saber que estaba causando un efecto tan fuerte en sus alumnas… tanto como para que a las chicas se les mojara la concha.

―Muchas gracias, chicas. De verdad. Pero… me sorprende verlas vestidas de esa manera… están demasiado… em… “casuales”.

―Es que no queríamos dar mal aspecto, por si alguno de tus vecinos nos veía entrar ―dijo Vanesa―; pero no nos olvidamos que estamos acá para ayudarte con tu “problemita masturbatorio”.

―Sí, nuestra idea fue venir con ropa adecuada para la ocasión… pero obviamente no podemos andar por la calle vestidas así. ―Karina se quitó el suéter blanco y holgado mostrando que debajo no tenía más que un corpiño de encaje rojo que le transparentaba los pezones―. ¿Esta ropa te gusta más? ―Se quitó el pantalón y mostró que abajo tenía una diminuta tanga haciendo juego con el corpiño, e igual de transparente. Nélida pudo notar la división de la concha de su alumna.

―Yo vine más o menos igual ―dijo Vanesa, quien también comenzó a quitarse la ropa.

Ella tenía un conjunto muy parecido al de su novia, pero de color azul eléctrico. Su ropa interior transparentaba tanto como la de Karina.

―Eso me gusta más ―dijo Nélida, mirándolas con detenimiento―. Mucho más. Están muy sexys, las dos. No me extraña que estén juntas, cualquier mujer que sepa apreciar los encantos femeninos se excitaría al verlas así.

―¿Cualquier mujer? ―Preguntó Karina, con picardía, demostrando que había entendido la indirecta―. ¿Aunque no sea lesbiana?

―No hace falta ser lesbiana para saber apreciar los encantos femeninos ―dijo Nélida―. Y yo sé hacerlo. Son hermosas, me gustan mucho sus cuerpos… y espero que no malinterpreten mis halagos.

―Quedate tranquila, profe ―dijo Vanesa―. No vamos a malinterpretar nada. Preferimos que nos digas esas cosas y que no te las calles por miedo.

―Exacto ―agregó Karina―. No estamos acá para juzgarte, sino para ayudarte. Queremos que te sientas cómoda de decir y hacer cualquier cosa.

―Bien, me alegra oír eso. No tengo ningún problema con las lesbianas ―repitió esta frase de forma mecánica, como tantas veces lo había hecho en su vida―. Sin embargo, no es agradable que a una le estén poniendo etiquetas que no vienen al caso… que no corresponden.

―Entiendo perfectamente ―aseguró Vanesa―. Es como cuando alguien viene a decirme que soy bisexual porque a veces tengo sexo con hombres. Es ridículo, porque yo no busco una relación sentimental con un hombre, ni me interesa tenerlo como amante fijo. Para mí simplemente es un entretenimiento, una diversión extra. Me gusta sentirme libre de tener sexo con quien quiera. Me considero lesbiana porque lo que realmente me interesan son las mujeres. De los hombres solo disfruto si hay otra mujer de por medio.

―¿En un trío? ―Preguntó Nélida.

―Sí. Y lo que menos hago, durante esos tríos, es pensar en el tipo… pobrecito, no es que esté siendo cruel. Lo que pasa es que toda mi atención va a estar puesta en lo que pase con la chica… y Karina lo sabe muy bien.

―Lo sé perfectamente. Hace unos meses estuvimos en un trío con un hombre y el tipo se puso algo mal, porque lo dejábamos de lado. No es nuestra culpa que nos gusten las mujeres ―las dos se rieron al unísono―. Nos costó mucho hacerle entender que somos lesbianas, aunque, de vez en cuando, metamos a un hombre en la ecuación.

―Sí, hay gente que piensa que la identidad sexual está determinada por la gente que te llevás a la cama. No tienen ni idea de que es un tema mucho más complejo.

―¿Y ustedes piensan que una mujer heterosexual puede estar en la cama con otra mujer… sin dejar de ser heterosexual? ―Preguntó Nélida.

―Yo creo que sí ―respondió Vanesa―. Porque quizás esa mujer lo hizo solo como un jueguito sexual, para meterle un poco de condimento a la vida; pero eso no significa que de ahí en adelante esté persiguiendo mujeres todo el tiempo.

―Pienso igual ―aseguró Karina―. Tengo una amiga heterosexual que un día me invitó a hacer un trío con un chico que le gustaba. La itención de ella no era tener sexo conmigo, sino ver cómo reaccionaba el chico este al verla chupar una concha. Así que todo depende del contexto. Que una mujer se defina como lesbiana lleva un proceso interno mucho más complejo que acostarse con otra mujer.

―Sip, así es ―siguió Vanesa―. Hay gente que está dispuesta a probar cosas nuevas de vez en cuando, o que ven el sexo como un entretinimiento para adultos. Tal vez, durante una fiesta, esa persona termine haciendo cosas que no haría en otro contexto de su vida… como dos mujeres besándose en la tarima de una discoteca.

―Hey, eso fue un golpe bajo ―dijo Nélida, riéndose. Sus alumnas se sumaron a las risas―. Les agradezco mucho sus palabras, chicas. Son muy maduras, para la edad que tienen. Estoy aprendiendo mucho con ustedes, y ahora me siento más cómoda. Sé que les voy a poder contar cosas sobre mí, o que voy a poder hacer ciertos comentarios, sin que anden pensando: “Uy, ¿la profe Nélida será lesbiana?”. Porque, desde ya, les aclaro que no lo soy.

―Quedate tranquila, Nélida ―dijo Karina―. No vamos a pensar eso de vos, sin importar lo que pase.

―Bien, entonces ya podemos empezar con la… ¿clase de hoy? ―Nélida miró a sus alumnas con una sonrisa picarona―. Se podría decir que esto es una clase, ya que ustedes vienen a enseñarme algo. ¿Quieren sentarse en el comedor o en el living?

―Em… ―Vanesa miró para todos lados, escudriñando la casa de su profesora. Era todo lo que imaginó que sería. Sencilla, pero bien ordenada. Llena de libros y de diplomas que colgaban en las paredes―. Creo que estaríamos más cómodas en tu pieza… si no te molesta.

―¿En mi pieza?

―Sí ―respondió Karina―. Al fin y al cabo la “clase” que venimos a dar está relacionada con la sexualidad. Creo que sería más cómodo ahí.

―Bueno… no es que la idea de llevar dos chicas en lencería a mi habitación me entusiasme demasiado… pero tienen razón, vamos a estar más cómodas allí.

Entraron al cuarto, que era tan pulcro como el resto de la casa. Parecía la habitación de un buen hotel; pero no de esos hoteles que se alquilan por horas para que las parejas vayan a hacer sus cochinadas. Sino todo lo contrario. Era el dormitorio que alquilaría cualquier ejecutivo en un viaje de negocios: pulcro, discreto, elegante y con un toque impersonal que preocupó a Vanesa. Ella tenía la pieza llena de posters, dibujos, cuadros, fotos… usaba sus paredes como medio de expresión. Sin embargo la habitación de Nélida le pareció tan impersonal que podía ser la de cualquiera. No había nada que representara a la persona que dormía en esa cama todas las noches.

Nélida notó la tensión que había en el ambiente, su reacción natural hubiera sido sentarse en el borde de la cama, con las piernas muy juntas, y quedarse en silencio hasta que las chicas dijeran algo. Pero esa no era la actitud que le sugirió Cassandra. Su psicóloga le pidió que mostrara mucha actitud y confianza. Por eso Nélida se acostó en el centro de la cama, como si fuera una diva, y separó las piernas. Por dentro se estaba muriendo de la vergüenza; pero se esforzó para que sus alumnas no lo notaran.

―Vengan, chicas. Pónganse cómodas.

Vanesa y Karina se acercaron a la cama y se sentaron a los lados de Nélida. Karina a la derecha, y Vanesa a la izquierda.

―Uy, ahora que las veo de costado… y con esa ropa interior, me doy cuenta de que las dos tienen una cola espectacular.

Sus alumnas sonrieron al unísono.

―¿Te gustan nuestros culos? ―Preguntó Vanesa.

―Sí, me encantan. No se tomen a mal lo que les voy a decir, pero tienen culos tan lindos que provoca tocarlos.

―A mí no me molesta que toques un poquito ―dijo Karina.

Acto seguido se puso en cuatro patas sobre la cama, mostrándole todo su culo a Nélida. Desde su perspectiva la profesora pudo ver cómo la tela de la tanga se ceñía perfectamente a la concha de Karina y que el hilito que pasaba entre las nalgas era demasiado chico. Nélida se apenó un poco al descubrir que a la chica se le veía parte del agujero del culo. Supuso que quizás Karina no sabía de ese detalle; lo más cortés era no decir nada, para no incomodarla.

Una vez más Nélida recordó los consejos de su psicóloga, y eso la ayudó a mostrarse más segura de sí misma. En lugar de titubear, acercó su mano y la apoyó con firmeza en una de las nalgas de Karina, incluso presionó un poquito con los dedos.

―Se siente bien al tacto ―aseguro―. Me imagino que a tu novia le debe encantar tocarte el culo.

―Totalmente ―afirmó Vanesa―. Le mando mano todo el tiempo.

―Yo siempre digo que Vane tiene mejor culo ―aseguró Karina.

―¿Ah sí?

―No le creas ―dijo Vanesa―. Se hace la humilde, pero sabe que ella es la más linda.

―Lo digo en serio ―insistió Karina.

―No creo que puedan competir para ver quién es más linda ―dijo Nélida―. Las dos son preciosas, y a la vez diferentes. Una rubia y otra morocha. Hacen una pareja perfecta.

―Tocale el culo a Vanesa, y vas a ver que tengo razón.

La rubia entendió lo que debía hacer. Se puso en cuatro al lado de su novia, mostrándole el orto a Nélida. La profesora se quedó atónita mirando esos dos culos juveniles, perfectamente formados, sin ninguna de las típicas marcas que deja la edad. Acarició las nalgas de Vanesa y sin querer sus dedos pasaron demasiado cerca del centro, acarició uno de los gajos vaginales de la rubia, pero la chica no se quejó. Nélida supuso que esta vez la que estaba siendo cortés era Vanesa, que seguramente notó el toqueteo, pero entendió que no fue a propósito.

Aunque después del segundo roce Vanesa dijo:

―Si querés tocar un poco más al medio, no me molesta.

―Ay, no… ¿por qué haría una cosa así? Eso se lo tenés que pedir a tu novia.

―Pero la que tiene que aprender a tocarse sos vos ―le dijo Karina―. Así que no estaría mal que nos muestres cómo lo hacés. Aunque sea de forma sutil.

―Mm… bueno, si es de forma sutil, lo puedo aceptar.

Esta vez Nélida no se limitó a las nalgas, llevó sus dedos directamente a las vulvas de esas chicas y las acarició. Sintió cómo la adrenalina recorría su cuerpo y entendió que esto se debía a los recuerdos que este acto traía a su memoria. Recordó las noches de discoteca con sus amigas y cómo a veces sus dedos se ponían demasiado juguetones mientras “jugaban” a las lesbianas para que los hombres no las molestaran. Mientras recorría las tibias vulvas de Karina y Vanesa se sintió joven otra vez, como si tuviera veinte años.

Repitió el mismo movimiento en las dos conchas: puso un dedo muy cerca del clítoris y comenzó a subir, remarcando la zanja que se formaba en medio de esos turgentes labios. Le pareció escuchar que una de las chicas gemía, y eso la alegró.

―¿Lo hago bien? ―Preguntó.

―Sí… mmmpf… muy bien ―respondió Vanesa.

―Sinceramente no creo que el problema sea que te tocás mal ―dijo Karina―. Cuando vi el video que nos mandaste me di cuenta que lo hacés bastante bien… quizás te falta un poquito de confianza; pero no mucho más.

―¿Entonces? ¿Cuál creen que puede ser el problema?

―Estuvimos hablando de eso ―dijo Vane, mientras disfrutaba de las caricias de su profesora―. Creemos que el problema es más bien psicológico.

―Estoy segura de que a Cassandra, mi psicóloga, le encantaría escuchar eso. Es más, hasta podría estar de acuerdo con ustedes. Más de una vez me insinuó que mis problemas sexuales tienen que ver más con factores psicológicos.

―Es que en la parte física no tenés nada que envidiar. Sos hermosa.

―Gracias, Karina. Vos también sos hermosa.

―Ahora mismo nos estás acariciando ―dijo Vanesa―, y estoy segura de que estás muerta de miedo…

―Un poquito.

―Seguís pensando que nosotras te vamos a juzgar… como si fuéramos a decir: “Huy, la profe Nélida sabe mucho de tocar conchas, debe ser lesbiana”.

―Quizás no con esas palabras exactas; pero sí, va más o menos por ahí.

―Nosotras te dijimos que no te vamos a juzgar ―le recordó Karina―. Estamos acá para ayudarte, y vos tenés que perder el miedo. Tenés que ser un poquito más… atrevida.

―Qué curioso. Mi psicóloga me dijo lo mismo.

―Hoy te noto algo más atrevida de lo normal ―dijo Vanesa―; pero cuando dijiste que solo nos ibas a tocar de forma sutil, entendí que todavía tenés mucho miedo al “¿Qué dirán?”

―Ya veo…

Nélida comprendió que, a pesar de estar poniéndole actitud a la situación, aún le faltaba dar un paso importante para superar sus miedos. Sus alumnas se estaban portando de maravilla con ella, le habían demostrado que podía confiar en ellas… hasta le habían mandando videos haciéndose la paja, mostrando toda la concha. Estaban realmente dispuestas a ayudarla, y Nélida no podía desperdiciar esta oportunidad, porque nunca volvería a tener una tan buena.

¿Ellas querían que fuera atrevida? Bueno, Nélida les demostraría que podía ser atrevida.

Agarró la tanga de Vanesa y la bajó de un tirón, hasta dejarla a la altura de las rodillas de la chica. Luego repitió la misma acción con la tanga de Karina. Se tomó unos segundos para admirar esas preciosas conchas, que ya mostraban signos de humedad. Las había visto en videos, pero ahora, al tenerlas en vivo y en directo ante sus ojos, no pudo evitar que un extraño calorcito recorriera su cuerpo.

Volvió a acariciar las conchas, y esta vez lo hizo sin que la tela de la tanga se metiera en el medio. Sintió la tibieza y la humedad del sexo femenino. Recordaba eso,  había tocado varias conchas en su vida… y la verdad es que no estaba tan mal. Se dio cuenta de que esto no le producía asco, al contrario, la divertía.

―Me encantan sus conchas ―dijo―. No les voy a mentir, desde que vi los videos que me mandaron… me entraron unas ganas locas de tocarlas. No quiero que piensen que…

―Nélida ―la cortó Karina en seco―. Nadie va a pensar que sos lesbiana. Te lo dijimos un montón de veces. Ya no estés aclarando eso cada vez que contás cómo te sentís. Nos querías tocar las conchas, punto. No nos importa el motivo por el cual querías hacerlo.

―Claro, eso hablalo con tu psicóloga, si querés ―dijo Vanesa―. A nosotras no nos tenés que aclarar nada. No hace falta que justifiques cada cosa que hacés o cada cosa que decís.

―Está bien… está bien. Tienen toda la razón del mundo. Tenía ganas de tocarles la concha, y punto. Me alegra poder hacerlo, se siente muy bien. Hasta… hasta me estoy mojando de solo tocarlas… y me da gusto que ustedes también se estén mojando.

―Eso demuestra que lo estás haciendo muy bien ―dijo Karina.

―También hay que reconocer que a mí se me mojó toda la concha apenas te vi con ese conjunto de lencería ―aseguró Vanesa.

―¿Ah, si? ¿Les calienta verme vestida así?

―Muchísimo.

Vanesa giró ciento ochenta grados, quedando de frente a su profesora, acarició una de las piernas de Nélida y fue subiendo lentamente.

―A mí también me dan ganas de tocar un poquito ―dijo la rubia.

―Entonces… sacame la tanga y tocá lo que quieras.

Para poder hacer eso Vanesa tuvo que desprender el portaligas, mientras tanto Nélida aprovechó para seguir acariciando la concha de Karina, y fue tanteando la entrada. Cuando sintió que el agujero estaba más húmedo y viscoso que el resto, no pudo aguantar la tentación. Empezó a meter un dedo en la vagina de su alumna. El corazón se le aceleró, lo que estaba haciendo podría costarle su trabajo. Si alguien se enteraba que le estuvo metiendo los dedos a una de sus alumnas, ya nadie la respetaría como profesora y todos la tacharían de lesbiana… pero ese riesgo fue lo que la excitó tanto. Cuando su propia concha estuvo libre de la tanga, abrió las piernas. Se sintió osada, hermosa, sensual… quería matar a garrotazos a la vieja Nélida que se reprimía todo por miedo. Quiso ser como su psicóloga… atrevida y sensual.

―Vane… ya que estás ahí… ¿por qué no me chupás la concha? Me muero de ganas por saber lo que siente Karina cuando se la chupás.

Vanesa la miró con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer el repentino cambio de actitud de su profesora, sin embargo la chica entendió que esa era una oportunidad única, y cada segundo que pasaba era una chance más para que Nélida se arrepintiera.

Metió la cabeza entre las piernas de su profesora y le demostró que ella estaba decidida a hacer todo lo que le pidieran. Se lanzó directamente contra la concha, no quería que hubiera “juego previo”, necesitaba mostrarle a Nélida lo bien que se sentía tener a una linda chica chupándote la concha.

―¡Uf! ¡Qué bien se siente! ―Exclamó Nélida, cerrando los ojos―. Esto me trae muchos recuerdos.

―¿Como cuáles? ―Quiso saber Karina. Ella también se giró, quería ver cómo su novia le comía la concha a la profesora… y quizás ella también tendría su chance de probar un poquito.

―Mm… bueno, de aquellas noches de locuras con mis amigas. Cuando nos pasábamos un poquito de la raya y nos tocábamos demasiado en alguna discoteca. Hubo veces en las que terminamos en el baño… y ahí las cosas se pusieron más… interesantes.

―¿Alguna de tus amigas te chupó la concha en el baño de la disco? ―Preguntó Karina, con genuino interés.

―Sí… y yo también lo hice. Era una de esas locuras típicas de la edad, y había demasiado alcohol… ―mientras Nélida hablaba, Vanesa le estaba comiendo el clítoris apasionadamente, dándole chupones y jugando con la punta de su lengua. Quería usar todo su arsenal lésbico―. Así que no era raro que alguna noche de pachanga yo terminara en el baño de la disco, arrodillada delante de una de mis amigas, comiéndole la concha.

Esto no se lo había contado a Cassandra. ¿Qué pensaría su psicóloga si de pronto le confesara que hubo varios fines de semana en los que le chupó la concha a una de sus amigas, solo por pura calentura? Sí, definitivamente la catalogaría como una lesbiana de manual. Cassandra no sería capaz de entender que se trató solo de un juego… uno muy morboso, sí; pero un juego al fin.

―Ay, me cuesta imaginarte haciendo esas cosas ―dijo Karina.

―Pero pasaron, te lo juro. Sé muy bien cómo se siente tener una concha contra la boca, sé lo que se siente lamerla y no te voy a negar, el gustito a concha me calienta… quizás en aquella época no lo hubiera admitido; pero ya soy grande, veo las estimulaciones sexuales de otra manera. Me calentaba ver la cara que ponían mis amigas cuando yo, de pronto, me las llevaba para el baño y les decía: Te voy a comer toda la concha, y vas a ver lo rico que se siente. Y ellas, que estaban más “festivas” que yo, siempre me lo permitían.

―¿Chupaste muchas conchas? ―Preguntó Karina.

―Varias; pero fue en mi época de juventud… esto no lo sabe nadie. Se lo estoy contando a ustedes… nunca lo hablé con nadie.

―Me siento muy privilegiada.

―Y lo son… ¿y saben por qué se los cuento? Porque sé que ustedes no me están juzgando, sé que ustedes van a entender que eso fue solo un juego. Sé que van a entender que a veces, una mujer, tiene permiso para “portarse mal” un ratito, sin pensar en las consecuencias. Por eso le pedí a Vanesa que me chupara la concha… llevo muchos años sin… portarme mal. Extraño esa adrenalina… y ustedes son tan lindas…

―Profe ―dijo Karina, tragando saliva―. Si yo me saco la tanga… em…

―Sí, nena… te chupo la concha. Sin drama. Tengo muchas ganas de probar una concha, por los viejos tiempos. Para recordar esas noches de calentura con mis amigas. Vení, sentate en mi cara y te la como toda. Esto me hace acordar a las noches después de la disco… cuando íbamos a la casa de alguna de mis amigas… y hubo veces que terminé chupándole la concha a una, mientras la otra me la chupaba a mí. Lo que ustedes llamarían un trío lésbico. Pero les juro que ninguna de las tres éramos lesbianas. Solo… éramos jóvenes y queríamos divertirnos.

―Yo quiero divertirme con vos ―aseguró Karina, mientras se quitaba la tanga a toda velocidad―. Quiero que me chupes la concha.

―Entonces vení, nena… te estoy esperando. Y vos, Vane… seguí, por favor no pares. Lo estás haciendo de maravilla, ya estoy re caliente. No recuerdo cuándo fue la última vez que me calenté tanto. Quizás hoy sí pueda disfrutar del sexo… aunque sea con dos mujeres. Pero no me importa. Lo hago solo porque ya estoy harta de no disfrutar… quiero que me hagan acabar… quiero hacerlas acabar a ustedes.

Karina, con una calentura que no le cabía en el cuerpo, se posicionó sobre su profesora, también se quitó el corpiño, liberando sus tetas. Se sentó sobre la cara de Nélida y se quedó mirando fijamente a Vanesa, que tenía la boca pegada a esa concha húmeda que clamaba por atención. Cuando Karina llegó a la casa de su profesora, tenía la fuerte fantasía de que esos tutoriales de masturbación no eran más que una excusa para invitarlas a coger. Pero hasta este momento eso había quedado solo como una fantasía. Ahora sabía que su imaginación no había estado tan lejos de la realidad. Nélida quería un trío lésbico y ella estaba más que dispuesta a participar.

Karina pensó que su profesora tardaría unos segundos en animarse a dar el gran salto, pero no fue así. Sintió la lengua recorriendo el centro de su concha y los chupones intensos no tardaron en llegar. Nélida se la estaba chupando como si fuera una lesbiana experimentada en la materia, como si el acto de comerse una concha fuera un sencillo trámite.

Por su parte, Nélida tenía la mente prácticamente en blanco. Sus miedos y prejuicios ahora parecían distantes. Como si pertenecieran a una vida pasada. Chupar esa vagina la hizo sentir joven y atrevida otra vez. Y ni hablar de la excelente comida de concha que le estaba dando Vanesa. Eso era lo que más la ayudaba a olvidarse de los malos sentimientos.

Las tres se mantuvieron en esa posición durante un largo rato, los gemidos llenaron la habitación, en especial los de Karina, ella era la única que tenía la boca libre y podía gritar todo lo que quisiera.

Nélida estaba tan ensimismada que ni siquiera pensó en qué dirían sus vecinos si escuchaban gemidos de mujer… luego de que dos chicas jóvenes habían entrado a la casa de la profesora de matemáticas.

Vanesa quiso celebrar ese increíble momento besando a su novia, pero no quería desatender a Nélida, por eso se colocó sobre ella, entrecruzando las piernas. Las conchas se quedaron tocando y la rubia empezó un frenético meneo de caderas. Abrazó a su novia y se besaron apasionadamente. Nélida recordó aquellas noches de locura con sus amigas y de cómo alguna propuso eso que llamaban “tijereta”, que le gustaba tanto a las lesbianas; pero que ellas no le veían mucha gracia. “Vamos a probarlo, total no perdemos nada”, dijo Nélida. Y desde esa vez la tijereta pasó a formar parte de sus noches de divertimiento sexual. Según ellas lo hacían solo como una burla, lo que hoy en día se conocería como “Consumo irónico”. Se frotaban las conchas y se las chupaban solo para demostrarse a sí mismas que el sexo entre mujeres en realidad carecía de sentido… ¿pero cómo justificaban la calentura que sentían? ¿y las ganas de volver a repetirlo? Porque esas ganas siempre estaban… especialmente en Nélida. Pero era mejor no preocuparse por estas nimiedades. Lo importante era pasarla bien con sus amigas y, ¿qué importaba si terminaban las tres desnudas en una cama, cubiertas de sudor y flujos vaginales? ¿Qué importaba si en el ardor del momento se decían barbaridades cómo: “Me re calienta tu concha, esperé toda la semana para chupártela”, o “Estás cada día más puta… y más tortillera”. Eso también era parte del juego, y así lo entendían.

Pero ahora Nélida no estaba jugando. Estaba disfrutando de verdad, y en su mente, aquellos recuerdos de noches lésbicas, cobraron otro significado… y se excitó. Se calentó muchísimo al darse cuenta que lo disfrutó porque eran mujeres, porque eran hermosas… y porque el sexo lésbico la ponía como loca.

Ahora entendía que fue ella misma la que sedujo a sus amigas para que terminaran en la cama. “¿Y si en lugar de salir a bailar esta noche nos quedamos acá… muy juntitas… y nos chupamos un ratito las conchas?”... “Pero Nélida, ¿por qué haríamos una cosa así? No somos lesbianas”. “Lo haríamos simplemente porque es… divertido… porque estoy caliente y prefiero que me chupen la concha ustedes antes que dejarme coger por un desconocido. ¿No les parece? Nos reímos un rato y hasta nos quitamos la calentura la una a la otra”.

Y cuando sus amigas terminaban accediendo, y la ropa comenzaba a volar fuera de sus cuerpos, Nélida no titubeaba ni un segundo en meter la cabeza entre las piernas de una de esas chicas y saborear los flujos vaginales.

Se recordó a sí misma en una de esas situaciones diciendo:

“Ay, nena… te juro que por esta concha me volvería lesbiana, no podés estar tan buena”

Y la otra de sus amigas, la que le estaba chupando el culo a Nélida, perdió un poquito los papeles del juego, y fue más lejos:

“Yo ya me volví lesbiana por ustedes, me encanta coger con chicas… hace poco conocí a una lesbiana en un bar, y terminamos las dos en un telo, fue hermoso”.

Claro, en ese momento lo tomaron como que eran puras exageraciones. Como si estuvieran interpretando un rol en un juego. No había por qué tomárselo tan en serio.

Pero ahora, cuando la concha de Vanesa se pegó a la de Karina y Nélida tuvo al alcance de su lengua el sexo de sus dos alumnas, lo comprendió. Su amiga lo había dicho en serio. Ella ya se consideraba lesbiana, y las responsables de eso eran ellas, sus amigas, por abusar demasiado de ese jueguito sexual tan peligroso.

Ahora Nélida entendía que si se distanció de sus amigas fue por miedo… por miedo a terminar convirtiéndose en una verdadera lesbiana. Como le había pasado a su amiga que, posiblemente, haya terminado en pareja con otra mujer. No sabría decirlo, cortó todo el contacto con ellas y se aisló del mundo. Se aisló para sufrir y ser miserable, para no disfrutar del sexo nunca más… por miedo.

Pero ahora nada de eso importaba. Tenía a dos preciosas chicas en la cama, y lo disfrutaría.

Probaron todas las posiciones que se les ocurrieron, Nélida chupó las dos conchas a la vez, después permitió que Karina se la chupara a ella, mientras se enredó en besos y abrazos con Vanesa. Se chuparon las tetas la una a la otra y Nélida no perdió la oportunidad de decir: “¿Vieron? Les dije que tengo talento para chupar tetas”. Sus alumnas estuvieron de acuerdo, y Nélida pasó largo rato comiendo esos dos pares de tetas. También demostró que tenía talento para el sexo lésbico en general. Cuando le toco ser ella la que dirigía una tijereta con Karina, se movió como una experta, sacando a relucir esas largas noches de práctica con sus amigas.

Nélida llegó al orgasmo mientras hacía un sesenta y nueve con Vanesa, y al mismo tiempo Karina le chupaba la concha… ¿cómo no iba a acabar si tenía una concha hermosa para ella solita… y además las dos alumnas le estaban comiendo la vagina a ella?

Todo su cuerpo se arqueó, el corazón le latió a toda velocidad, y sus gemidos se hicieron oír en toda la habitación. Las dos chicas intensificaron la chupada y ella también lo hizo con Vanesa. Estuvieron varios segundos así, hasta que por fin Nélida comenzó a relajarse.

―Uf, chicas… eso fue espectacular. ―Dijo, mientras las chicas se acomodaban a sus lados―. Llevo años sin experimentar un orgasmo como este… bah, en realidad… creo que nunca antes había acabado de esta forma tan intensa. Son increíbles. Les agradezco mucho por haberme dado esta oportunidad.

―¿De qué hablás, Nélida? ―Dijo Vanesa―. No te dimos ninguna “oportunidad”. Estábamos re calientes con vos, porque estás re buena… y porque sos nuestra profesora. Queríamos coger con vos.

―¡Ay, gracias! ¿Saben qué? Creo… creo que yo también quería coger con ustedes… pero no me animaba a reconocerlo. Es que… son tan hermosas, y me calentaron tanto sus videos… y las cosas que me dijeron. Me gusta saber que mi cuerpo las excita tanto… me gustó mucho chuparles las conchas… están muy ricas, en todo sentido.

―Nélida, no te quiero arruinar el momento ―dijo Karina, acariciando una de las tetas de su profesora―. Pero… ¿por qué te da tanto miedo reconocer que te calientan las mujeres? ¿Qué va a pasar de malo? ¿No te das cuenta que negándolo solo conseguís lastimarte?

―Sí, yo pienso lo mismo que Karina ―aseguró Vanesa―. No tengas miedo de reconocerlo, tampoco tengas miedo a las etiquetas. ¿Qué mierda importa si alguien piensa que sos lesbiana, heterosexual o bisexual? Lo que realmente importa es que vos seas feliz… y si para ser feliz te tenés que meter en la cama con las más lindas de tus alumnas y comerles las conchas, entonces que el mundo se vaya a la mierda. Tenés que buscar tu propia felicidad.

Nélida las miró conmovida, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

―¿Saben qué? Tienen razón. Me pasé años sufriendo porque nunca me animé a reconocer que el sexo con mujeres me gusta. Me calienta. Me hace sentir libre. Los mejores recuerdos que tengo en cuanto al sexo siempre involucraron a una mujer. Y con mis amigas… carajo, les chupaba las conchas porque me calentaba hacerlo. Me gustaba sentir el sabor a sexo femenino, me fascinaba explorar todo sus cuerpos con la lengua… y si tenía a otra amiga comiéndome la concha, mejor. Me calienta ver a una mujer chupando concha. No sé por qué… simplemente es así.

―Y eso es lo importante ―dijo Karina―. Que lo disfrutes sin miedo, y sin hacerte demasiado la cabeza. Ni siquiera voy a decir que sos lesbiana, Nélida. Simplemente digo que te calienta el sexo con mujeres.

―¿Y cuál es la diferencia? ―Quiso saber Nélida.

―La diferencia está en que no tenés por qué sentirte atada a una etiqueta o a una descripción. Vos sos libre de acostarte con quien quieras. No sos ganado, para que la gente venga a colgarte etiquetas. No hace falta que firmes un “contrato lésbico” para unirte a una comunidad y hacer todo lo que una buena lesbiana debería hacer. Todo eso no es más que puta mierda. Vos buscá tu felicidad y hacelo de la forma en que más te guste.

―Sí, tenés mucha razón. Gracias, chicas. Realmente hicieron mucho por mí… y mi psicóloga también. La muy desgraciada siempre supo lo mucho que me calientan las conchas… y las tetas. Ahora entiendo cuál fue su intención… Cassandra quería que pasara esto… quería que yo terminara cogiendo con una mujer… o con dos. Y que lo disfrutara tanto que me hiciera derrumbar todas las barreras y los prejuicios. Siempre vi a las lesbianas como un mal para la sociedad, y ahora entiendo que las veía así solo por miedo a ser una de ellas. Tenía pánico de que la gente me señalara por la calle y dijeran: “Allá va esa, a la que le gusta chupar conchas”. Y eso me angustiaba un montón. Ya no quiero vivir con esa angustia.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Le dio un beso en la boca a Karina, y luego otro a Vanesa.

―¿Quieren coger otra vez conmigo? Esta vez lo vamos a hacer con otra intención.

―¿Cuál? ―Preguntó Vanesa.

―Lo vamos a hacer como un bautismo. De ahora en adelante me declaro libre de acostarme con quien se me de la regalada gana, sea hombre o mujer. Que el mundo se vaya a la mierda… yo les quiero comer las conchas, porque me calienta un montón.

―Me gusta la idea ―aseguró Vanesa, y colocó su concha justo frente a la boca de su profesora, para que ésta empezara a chupar.

Nélida lamió esa vagina y se dio cuenta que sabía a libertad.