Cassandra - Terapia Lésbica [06].
Capítulo 6.
Capítulo 6.
Nélida asistió a una nueva sesión con Cassandra en la que aprovechó para contarle todo lo ocurrido durante la clase de tutoría junto a Vanesa y Karina. La psicóloga escuchó todo el relato atentamente, interrumpiendo a su paciente solo en esporádicas ocasiones, para pedirle más información. Nélida no tuvo ningún problema a la hora describir cómo sus alumnas se tocaron las conchas frente a ella.
―Me sorprende verte tan contenta ―le dijo Cassandra, cuando terminó el relato.
―Es cierto, lo admito. Desde ese día me siento más animada de lo normal.
―¿Y a qué creés que se debe este cambio de actitud tan importante?
―¿Tan importante? ¿Estás insinuando que soy una amargada?
―No creo que seas una amargada, Nélida. Pero sí te noté algo fría y distante en tus primeras sesiones, por suerte ahora te noto más involucrada.
―Será porque estás haciendo bien tu trabajo.
―Gracias; pero aún así, eso no explica por qué todo este asunto con tus alumnas te tiene tan feliz. ¿Te pusiste a pensar en eso?
―Un poco… y creo que es… ¡ay, voy a parecer patética si digo esto!
―Estamos en terapia, acá es donde la gente suele consar cosas que los avergüenzan. Yo no estoy para juzgar, solo para escuchar y aconsejar.
―Está bien. ―Nélida hizo una pausa, como si quisiera acomodar sus pensamientos, luego siguió―. Creo que se debe a que no tengo amigas, y con estas chicas sentí eso… sentí que podrían llegar a ser mis amigas… lo cual es ridículo.
―¿Por qué es ridículo?
―Ay, siempre me hacés lo mismo. Digo una cosa y enseguida preguntás “¿Por qué?” “¿Qué pensás de eso?”
―Puede ser, pero esta vez lo pregunto porque no te entiendo. Es decir: ¿Qué te impide ser amiga de Vanesa y Karina? No veo ninguna razón para que pienses que es “ridículo” que sean amigas.
―A mí se me ocurren varias ―dijo Nélida.
―Me encantaría escucharlas.
―Bueno, para empezar, ellas son mis alumnas. ¿Cómo van a ser amigas de una profesora?
―No veo que eso tenga algo de malo, siempre y cuando no te lleve a favorecerlas de forma injusta en los exámenes.
―Pero… ellas tienen la mitad de mi edad. ¿Por qué chicas de veinte años querrían ser amigas de una mujer que ya pisa los cuarenta? Me ven como a una vieja.
―¿De verdad creés que la edad es un factor tan limitante a la hora de tener una amistad?
―Sí, claro. ¿Acaso no lo es?
―Para nada. Yo me hice amiga de varias de mis alumnas; pero amigas en serio, hablo de salir a bailar, a cenar, de juntarnos a mirar películas, de contarnos nuestros problemas, etcétera. Hoy en día varias de mis mejores amigas alguna vez fueron mis alumnas… ahora son colegas. Incluso trabajamos juntas en algunos casos.
―Me dejás sorprendida, Cassandra. Entiendo que trabajes con algunas de tus alumnas, porque la psicología tiene mucho de “el maestro trabajando junto al alumno”; pero… ¿amigas?
―Sí, y amigas muy íntimas.
―¿A qué te referís con “íntimas”? ¿A lo que yo estoy pensando?
―¿Tengo que explicarte a vos también que los psicólogos no podemos leer la mente de nuestros pacientes?
Nélida se rió.
―No, no hace falta que mientas. Ya me queda claro que sí pueden hacerlo.
Esta vez la carcajada la soltó Cassandra.
―En fin ―dijo la psicóloga―. Creo que podés ser amiga de Vanesa y Karina, si te lo proponés. Charlá con ella, conocelas mejor… y que ellas te conozcan a vos. A veces las mejores amistades inician con pequeños accidentes como el tuyo, que las sorprendiste tocándose en el aula. Además se nota que ellas tienen muchas ganas de ayudarte. Por como me contaste todo, no me pareció que se estuvieran tocando delante tuyo solo para evitar que las denuncies con la dirección. Ellas de verdad se comprometieron con tu caso. Si te resulta incómodo hablar con ellas en la universidad, entonces podés mandarles mensajes al celular. Incluso podrías organizar una pequeña reunión en tu casa.
―Ay, no creo que a las chicas les interese visitarme. Ellas me dieron su teléfono e incluso les pregunté si querían venir a mi casa; pero creo que lo dijeron por compromiso. Es el típico “Yo te llamo”, que le decís a un viejo conocido cuando te cruzás en la calle, a pesar de que no tenés ninguna intención de llamarlo.
―Si ellas mismas dijeron que querían visitarte, entonces la probabilidades de que vayan son más altas. Hacé la prueba, invitalas a tu casa; si sale mal, asumo toda la responsabilidad… y esto es algo que los psicólogos no solemos decir.
―Está bien, tomo nota. Lo voy a intentar, si sale mal… em… me das una sesión gratis.
Cassandra mostró una radiante sonrisa.
―Trato hecho. ¿Hay alguna otra cosa que quieras contarme sobre estas chicas?
―Em… Vanesa dijo que le doy morbo… porque le conté, sin entrar en muchos detalles, que alguna vez chupé una concha. Se me hizo muy raro que una alumna me confesara que le causo morbo.
―¿Y por qué? ¿Acaso no te arrimó uno de tus alumnos?
―Sí, pero eso diferente, los hombres suelen andar con las hormonas alteradas y yo soy una mujer que pasa muchas horas delante de ellos. Puedo entender que empiecen a mirarme con otros ojos. Pero nunca pensé que algo así pudiera pasar con una alumna.
―Sabés muy bien que Vanesa es lesbiana… y vos sos una mujer atractiva, Nélida. Hasta a mí me causó morbo que me contaras que probaste conchas.
―¿Por qué? Me imagino que habrás tratado con muchas lesbianas en tu vida, ¿por qué te daría morbo que yo te contara eso? Si ni siquiera me gustan las mujeres.
―Justamente por eso, Nélida. Vos no sos lesbiana; pero a pesar de eso tuviste momentos de manoseos muy picantes con mujeres, e incluso llegaste a probar varias conchas. El morbo se basa en lo “prohibido”, y para una mujer heterosexual lo “prohibido” es acostarse con otras mujeres.
―Ya veo… tiene sentido. A mí me causa un poco de morbo que una mujer le sea infiel a su marido… justamente por eso, porque ella es casada y lo “prohibido” es acostarse con otros hombres.
―¿Ves? Lo entendiste perfectamente. Además, Nélida… las chicas se tocaron delante tuyo. Para ellas debió ser una situación muy morbosa tener un acto sexual tan íntimo frente a otra persona.
―Me lo puedo imaginar. Ellas dijeron que no era la primera vez que se tocaban así frente a otra persona; aunque aquella vez terminó de forma un tanto… diferente. Se ve que les gusta eso de tocarse frente a otros.
―Exacto. Por eso estas chicas te pueden servir de mucha ayuda, a ellas no les va a molestar meterse los dedos frente a vos, al contrario, lo van a disfrutar, lo van a hacer por puro gusto.
―Eso me pone un poquito incómoda.
―Bueno, tomalo como el precio a pagar por sus servicios. Vos necesitás aprender de otras mujeres, y ellas… bueno, se llevan el morbo por tocarse las conchas frente a la profesora.
―¿Entonces no debería decirles nada si se calientan mucho mientras me ayudan?
―No, al contrario. Te sugiero que las hagas sentir lo más cómodas posibles, estimulá esa calentura que ellas sienten. De esa forma el vínculo de confianza va a crecer.
―¿Estimular? ¿A qué te referís con eso?
―¿No es obvio?
―No las voy a tocar, si es que eso es lo que estás insinuando.
―No me refería a que las toques, eso ya depende de que ellas te den permiso para hacerlo. Lo que podrías hacer es mostrarles un poquito tu cuerpo. Nélida, te lo dije mil veces y no me voy a cansar de repetirlo: sos una mujer hermosa, tenés un cuerpo espectacular que puede calentar a hombres y mujeres. Si Vanesa y Karina ven un poquito “de piel”, se van a sentir estimuladas. Van a tener más ganas de pasar tiempo con vos.
―¿Tendría que mostrarles el culo? ¿Las tetas? ¿La… concha?
―Sí, ¿por qué no? A ellas les va a gustar verlo, al fin y al cabo son lesbianas; se excitan con la anatomía femenina. Además creo que sería un ejercicio de lo más interesante, a vos te permitiría sentirte cómoda con tu propio cuerpo, porque todavía sigo pensando que te incomoda ser hermosa.
―Nunca lo había visto de esa manera; pero puede ser… no suelo tener actitudes seductoras. Si me animé a usar vestidos más cortitos o apretados fue porque vos me lo sugeriste. Me gusta que me des “ejercicios” de tarea, como los que yo les doy a mis alumnos. Me ayuda a tener un camino a seguir. Si me lo asignás como tarea, lo voy a hacer.
―Perfecto. Entonces tu “tarea” es la siguiente: quiero que te saques fotos sexys, lo más sensuales y eróticas que se te pueda ocurrir; incluso pornográficas… y quiero que le mandes esas fotos a Vanesa y Karina, como muestra de agradecimiento por lo que hicieron por vos. Y nada de ofenderte si te dicen que les da morbo o que se calientan. ¿Está claro? Si alguna dice algo como que va hacerse la paja mirando esas fotos, entonces vos vas a incentivar eso.
―Va a ser muy difícil, no me sale eso de hacerme la sexy ni de sacarme fotos eróticas; pero te prometo que lo voy a intentar. Hasta ahora todo lo que propusiste me funcionó bien. Aunque me voy a sentir incómoda “calentando” a mis alumnas. Todavía no me entra en la cabeza que se puedan excitar con una de sus profesoras.
―Vos misma lo dijiste: sos la profesora de Vanesa y Karina. ¿Me vas a decir que nunca escuchaste historias de profesores que se acuestan con sus alumnas? Eso también tiene mucho morbo.
―Sí, es cierto… y hablando de eso… me quedé intrigada con el asunto de tus alumnas. ¿Qué clase de “relación íntima” tenés con ellas?
―Te quedarás con la duda.
―¿Ahora me vas a decir que los psicólogos no hablan de su vida personal? ¿Después de todo lo que me contaste?
―No, te digo que de momento no te voy a contar. Lo dejamos para más adelante. Todo a su debido momento.
―Em… bueno, no es la respuesta más satisfactoria; pero no está mal. Al menos sé que algún día me lo vas a contar.
―Además la sesión de hoy ya terminó ―dijo la pelirroja, mirando el reloj―. En otro momento no tendría problemas en que te quedes después de hora; pero hoy tengo cosas que hacer.
―Está bien, no tenés por qué aguantarme fuera del horario de consulta. Vos estás haciendo tu trabajo, y todo trabajo tiene sus límites.
Cassandra y Nélida se despidieron, no sin antes programar una nueva sesión.
Nélida sintió que volvía a tener veinte años otra vez cuando se leyó los mensajes que le habían mandando Vanesa y Karina.
―Profe, hicimos un grupo de WhatsApp, para nosotras tres. Acá nos vamos a poder organizar mejor para ir a visitarla.
¿De verdad se estaban tomando en serio eso de hacerle una visita? Nélida sintió mariposas en el estómago, llevaba muchos años sin tener amigas, y de pronto dos de sus alumnas la estaban tratando como a una igual.
Quiso darles una sorpresa, siguiendo los consejos de su psicóloga. Cuando Cassandra le pidió que reformara un poco su vestuario, también se compró varios conjuntos de ropa interior muy sexy; pero hasta ahora no había tenido una excusa para usarlos.
Se puso medias negras, de tela transparente, que le llegaban hasta la mitad de los muslos, las complementó con una tanga y un portaligas de encaje. Lo que más le gustó de la tanga era el diseño con flores que servía para dar la ilusión de estar cubriendo las partes íntimas; pero que si uno miraba con atención podría notar que la concha se transparentaba. Arriba tenía un corpiño haciendo juego con la tanga, con un diseño similar; aunque sin transparentar tanto. Eso no le importó a Nélida.
Tomó su celular y, como lo hacen las pendejas veinteañeras, comenzó a fotografiarse usando el espejo como guía, o el temporizador de la cámara. No fue una tarea sencilla, pero luego de estar posando durante más de una hora y media, consiguió varias fotos decentes, y de lo más candentes. Hasta se sorprendió que la mujer de la foto fuera ella.
Aprovechó el grupo de WhatsApp creado por sus alumnas y les envió cuatro fotos.
―Espero que no malinterpreten esto ―dijo en un mensaje―. Sé que a ustedes les atraen las mujeres y solo quería darles un pequeño regalo, como agradecimiento por todo lo que hicieron por mí. Por favor, no les muestren estas fotos a nadie, se las paso a ustedes en confianza.
Esperó sentada mirando las plantas de interior que tenía en el living, su corazón estaba acelerado. Tenía mucho miedo de que las chicas le dijeran algo como: “Profe, usted es una degenerada que quiere calentar a sus alumnas”.
El teléfono vibró, anunciando la llegada de un nuevo mensaje. Nélida pasó varios segundos con la mirada perdida en la planta del rincón hasta que por fin se animó a revisar el teléfono.
El mensaje que recibió de Vanesa le devolvió el alma al cuerpo.
―¡Ay, qué diosa! ¡Me encanta! Ese conjunto te queda precioso.
―¿De verdad? ―Preguntó Nélida.
―Sí ―respondió Vanesa al instante―. Es super hot. Sabía que tenías un cuerpo divino; pero no me imaginé que fueras tan… voluptuosa. ¿Te molesta si te digo que me calienta verte así?
―No me molesta para nada; pero… ¿no se ofenderá tu novia?
―Nah. Seguramente cuando Karina vea las fotos, ella va a pensar lo mismo.
―Entonces está bien. No me ofende que ustedes se exciten al ver estas fotos, justamente se las mando como regalo, por lo que están haciendo por mí. Si las disfrutan, me voy a alegrar.
―¿Hay más fotos como éstas?
―Sí, me saqué varias. Antes de mandarlas quería saber qué opinaban, si les iban a gustar o no.
―Desde ya te digo que me encantan. ¡Quiero ver más!
―Ahora te las paso.
Nélida envió otras ocho fotografías, varias de las cuales mostraban primeros planos de su culo o de la parte de adelante de la tanga.
―¡Ay! ―Vanesa agregó un emoji de una carita sonrojada―. ¡Profe! Se te ve un poquito la concha… la tanga es medio transparente.
―¿Te molesta?
―No… al contrario. Solo te aviso, por si no lo habías notado. A mí me encanta ver… me da morbo.
Sin decir nada, Nélida agregó el resto de las imágenes, en estas ya se la podía ver con el corpiño bajado, luciendo sus grandes tetas con los pezones erectos.
―¡Mi dios! ¡Qué par de tetazas! ―Exclamó Vanesa―. Perdón que te diga esto, pero… se me está mojando toda la concha.
―Me alegra saberlo… y que Karina no piense mal. Ustedes ya saben que no tengo esa clase de intenciones. Sin embargo, a mi autoestima le hace muy bien saber que aún sigo siendo capaz de excitar a otra persona… aunque sea a una mujer.
―Si es por hacer halagos, no tengo ningún problema, y a Karina no le va a molestar. Me re calientan tus tetas, profe, son preciosas.
Nélida estuvo a punto de pedirle a su alumna que la llamara por su nombre, sin embargo se detuvo a último momento. Había algo en ser llamada “Profe” que le causaba cierto calorcito en la entrepierna, y no entendía muy bien por qué.
―Gracias, me pone muy contenta que te guste. Te juro que es la primera vez que le muestro las tetas a una de mis alumnas. Quizás me pasé de la raya… si en la universidad se llegan a enterar de esto…
No pudo completar la frase, las consecuencias eran demasiado avergonzantes. Por fortuna Vanesa respondió de inmediato.
―No te preocupes por eso, profe. Nosotras sabemos guardar un secreto. Nadie se va a enterar. Además a mí me encanta verte con ese conjunto, te queda super sexy… ¡Se me ocurrió una idea!
―¿Qué idea? ―Preguntó Nélida, ya más tranquila.
―Tu problema tiene que ver con la paja ―a la profesora le hizo gracia que la chica se expresara de una forma tan directa―. Y ahora mismo, por culpa de estas fotos, yo tengo la concha toda mojada. ¿Te molestaría si te paso un video haciéndome la paja? Pensé que quizás podría servirte para ver qué estás haciendo mal…
―Es una idea genial, me serviría mucho; pero no quiero que te sientas obligada a exponerte de esa forma, Vanesa.
―Te puedo asegurar que lo hago por puro gusto. Me calienta que las mujeres me vean desnuda… y a Karina también. Estoy segura de que cuando ella vea los mensajes, se va a sumar a mi idea. Dame un ratito y te preparo un lindo video.
Al mensaje añadió una carita guiñando un ojo. Nélida sintió una fuerte calentura en la parte baja de su estómago. Cualquiera que viera estos mensajes pensaría que ella le estaba mandando material porno a sus alumnas, para recibir lo mismo… o quizás para acostarse con ellas. ¿Cómo haría para explicarle a un potencial curioso que ella no tenía ningún interés lésbico?
Se puso a mirar televisión para distraerse un poco, pero en realidad pasó más tiempo mirando la pantalla del celular, hasta que, por fin, el video prometido llegó.
―Espero que te ayude para tocarte mucho.
―Gracias, Vanesa. Aunque no me voy a tocar mientras miro tu video.
―¿Por qué no? ―Vanesa añadió una carita triste.
―Porque me da mucha vergüenza masturbarme mientras miro a una de mis alumnas haciendo lo mismo. Se siente inmoral.
―Pero si te tocás mientras mirás el video, podés aprender a hacerlo mejor. Te lo digo por experiencia. Yo aprendí a hacerme la paja mirando videos porno de chicas que se masturbaban en internet.
―No lo había pensado de esa manera. Espero que no te resulte ofensivo saber que me voy a tocar…
―Más ofensivo me resultaría que no lo hicieras. Te lo mandé para eso… y es una linda paja, la pasé muy bien, gracias a tus fotos.
―Bueno, mil gracias, Vanesa. Después te cuento cómo me fue.
―Sí, por favor.
Nélida aún seguía vestida con ese sensual conjunto de lencería que le había conseguido los halagos de Vanesa. Entró a su cuarto y admiró su cuerpo en el espejo. Sus prominentes curvas y lo ajustado de la ropa interior la hicieron sentir como un matambre arrollado. Aún no estaba mentalmente preparada para aceptar que ese atuendo tan de “trabajadora de las esquinas” le podía sentar bien a ella. Quizás Vanesa no había sido del todo honesta. A pesar de estas incertidumbres que tanto la lastimaban, Nélida se acostó en su cama y miró el video que le mandó su alumna.
El inicio fue suave, Vanesa sonreía a la cámara, luciendo su sedoso cabello rubio y sus grandes ojos celestes. Nélida pensó que no parecía la sonrisa de alguien que tuviera intenciones sexuales, sino todo lo contrario. Vio a su alumna como una chica sencilla e inocente. En pocos segundos le demostraría que de inocente no tenía nada.
La cámara recorrió el cuerpo de Vanesa, ella estaba vestida solamente con un corpiño y una tanga, ambas prendas eran de encaje blanco y se ceñían tanto a su cuerpo que era muy fácil adivinar lo que escondían; especialmente con la tanga, ya que transparentaba un poco, como la que estaba usando Nélida, y se podía ver claramente la división de la vagina. Esto se hizo más evidente cuando la cámara enfocó un plano contrapicado del culo de Vanesa. Nélida quedó boquiabierta al ver cómo esa tanga era mordida por los labios de la concha. No podía creer que fuera la misma alumna que tantas veces había presenciado sus clases.
Ya podía imaginar el escándalo que se armaría si alguien supiera que ella estaba recibiendo esa clase de material de una de sus alumnas, y quizás fue esta sensación de estar haciendo una travesura lo que llevó a que su concha comenzara a humedecerse. Quería sentirse viva y joven y gracias a esta rubia veinteañera lo estaba consiguiendo.
Vanesa se bajó la tanga lentamente, mostrando sus perfectos gajos vaginales, los cuales habían sido depilados con sumo cuidado. Ni siquiera se notaba el rastro de vello púbico. Nélida sospechó que la chica se habría sometido a una depilación láser o algo similar.
Los dedos de la rubia bajaron hasta encontrarse con su concha y Nélida reaccionó de la misma manera. No fue consciente de que estaba copiando los movimientos de Vanesa hasta que sintió una intensa descarga de placer proveniente de su clítoris. Se quedó quieta unos segundos, como si no pudiera creer que ella misma fuera capaz de darse tanto placer. Luego siguió imitando lo que hacía su alumna. Cuando Vanesa marcaba la división de sus labios, Nélida hacía lo mismo; si iba por el clítoris, la profesora estimulaba su botoncito. Cuando la chica se metió dos dedos en la concha, Nélida hizo lo mismo, y todo lo que siguió fue automático. La temperatura corporal comenzó a subir, al mismo tiempo que subía el placer. Estaba maravillada por cómo esa chica se hacía una paja, para ella… y los gemidos le ponían la piel de gallina. Si en ese momento entrara cualquier persona y la sorprendiera, Nélida no sabría cómo explicar por qué se estaba pajeando mientras miraba a una mujer haciendo lo mismo.
Se retorció en la cama y comenzó a gemir, involuntariamente, de una forma similar a la que lo hacía Vanesa. La chica tenía los dedos llenos de flujo vaginal, a Nélida le dio la impresión de que susurraba: “Así, profe… así”. Pero quizás fue un engaño de sus sentidos.
Cuando estaba llegando a lo que ella creía que era el clímax, se dio cuenta de que había recibido varios mensajes. Los leyó atentamente, sin dejar de tocarse.
Eran de Karina, quien ya se había encontrado con todas las fotos. La chica aseguraba que a ella también le calentaba mucho ver a su profesora en ropa interior y que de inmediato le mandaría un video haciéndose la paja. El video en cuestión ya estaba listo. Antes de reproducirlo, Nélida hizo algo, llevada por la calentura que le nublaba el juicio. Apuntó la cámara de su celular hacia su entrepierna, separó los labios de su concha con dos dedos y la fotografió. Mandó la foto al grupo diciendo: “Así quedé, por culpa de sus videos”.
Sintió cómo el estómago se le daba vuelta, fue una sensación agradable, que le recordó a sus años de juventud y a los bailes subidos de tono junto a alguna de sus amigas. Era como si estuviera en una tarima bailando con Vanesa y Karina, y las manos indiscretas de sus alumnas le tocaran las tetas y la concha. Esa idea, aunque alocada, le divirtió.
Comenzó a mirar el segundo video, el de Karina. Este iba más directo a la acción, desde el primer segundo la concha de la morocha abarcó toda la pantalla, se podía ver que ella también estaba muy húmeda. Karina comenzó a pajearse y una vez más Nélida repitió todo lo que vio en el video. Lo que más le gustó fue que Karina no se limitara a enseñarle la entrepierna, la cámara recorrió todo su cuerpo, incluyendo su cara. Nélida no supo explicar por qué; pero le excitó ver la expresión de placer en la cara de su alumna. Karina era una chica morena de facciones hermosas, y cualquier hombre heterosexual se hubiera excitado al verla así.
Pocos segundos después la profesora se encontró a sí misma retorciéndose en la cama, de puro gusto, mientras se metía los dedos en la concha frenéticamente. Tuvo un jugoso orgasmo y cayó rendida. No pudo responder a los mensajes de sus alumnas porque en pocos segundos se quedó dormida y, por primera vez en meses, tuvo un sueño húmedo… que involucraba mujeres.
Durante la semana Nélida se encontró varias veces con Vanesa y Karina, las saludó desde lejos y solo se acercó una vez para agradecerle todo lo que estaban haciendo por ella. Además les hizo saber que, mientras estuvieran en la universidad, era mejor que no las vieran tanto tiempo juntas. Las chicas entendieron y mantuvieron la comunicación principalmente por mensajes de texto. Las fotos pornográficas siguieron, incluso Nélida mandó unas cuantas de sus partes íntimas, y hasta se animó a mandarles una foto con un desodorante metido en la concha. Las alumnas respondieron mandando fotos totalmente lésbicas: chupándose las tetas, lamíendose la concha o incluso pasándose la lengua por el culo. Nélida no entendía cómo estas imágenes le podrían servir de ayuda; pero dejó que las chicas se expresaran con libertad. Además una noche se sorprendió a sí misma masturbándose mientras miraba esas fotos. No supo explicar por qué se excitó tanto.
Una tarde, pocos minutos antes de salir para encontrarse con su psicóloga, Nélida recibió un mensaje de Vanesa.
―Profe ¿querés que vayamos a visitarte?
Con el corazón acelerado, ella respondió.
―¿De verdad?
―Sí… si no te molesta.
―No me molesta para nada, al contrario. Me encantaría que vinieran.
―Entonces… ¿podemos ir hoy?
―¿Hoy?
―Sí… nosotras no tenemos nada que hacer.
―Mm… dame un minuto, tengo que verificar algo.
Nélida se apresuró a llamar por teléfono a Cassandra.
―Hola ―dijo, en tono casual, la psicóloga pelirroja―. ¿Cómo estás Nélida? Te estoy esperando…
―Sobre eso quería hablarte. ¿Sería mucho inconveniente dejar la sesión de hoy para otro día?
―Normalmente pido veinticuatro horas de antelación para reprogramar una sesión, a menos que sea por una buena causa.
―Mmm… no sé si sea por una buena causa. Lo que pasa es que Vanesa y Karina, las alumnas de las que te conté, me dijeron que quieren venir hoy a casa, y…
―¿Hoy mismo?
―Así es.
―Entonces no te preocupes, Nélida. Podés quedarte en tu casa.
―Mirá que no es nada muy urgente, si querés voy a terapia, así no te incomodo mucho a vos.
―No, no… para nada. Es más, si venís no te voy a abrir la puerta.
―¿Qué? ¿Por qué? ―Preguntó la profesora con incredulidad.
―Porque tenés que recibir a Vanesa y a Karina. Escuchame una cosita, Nélida. Prefiero que te quedes en tu casa, con ellas. Esto puede ser muy productivo para vos. ¿Les mandaste fotos como te dije?
―Sí… y ellas me respondieron mandándome videos bastante… pornográficos. Videos haciéndose la paja. Creo que andan un poquito calientes conmigo.
―¿Y eso te molesta?
―No me molesta, pero sí me incomoda.
―Y cuando ellas te mandaron esos videos ¿les dijiste que son lindas chicas?
―Em… les agradecí.
―Pero no les dijiste que son bonitas; porque tengo entendido que lo son.
―Es que… no quiero que me malinterpreten.
―A ver, Nélida. Vos tenés un serio problema para reconocer que sos una mujer hermosa, y eso te cuesta tanto porque no estás acostumbrada a halagar a las mujeres por su belleza. Incluso cuando me hiciste halagos a mí te noté tensa.
―Es que no quería que pensaras que soy lesbiana o algo así.
―¿Vos ya le aclaraste a las chicas que no sos lesbiana?
―Sí…
―Entonces ¿cuál es el problema? Ellas tomarían los halagos como una muestra de cortesía y de confianza… y a vos te haría muy bien empezar a reconocer los atributos de otra mujer, para poder reconocer los tuyos. Si querés disfrutar del sexo, primero tenés que sentirte cómoda con tu propio cuerpo.
―Tiene sentido.
―Sí que lo tiene. Cuando estas chicas lleguen a tu casa, hacele halagos, y si te los hacen a vos, en lugar de avergonzarte y pedirle que no sigan, hacé todo lo contrario, por una vez en tu vida. Pediles que te digan más cosas lindas. Además de enseñarte a hacerte la paja, ellas te pueden ayudar a sentirte cómoda con tu propio cuerpo.
―Entiendo.
―La sesión de hoy queda para otro día, bah… en realidad vas a tener algo similar a una sesión de psicología, porque todo lo que vas a hacer hoy es por tu bien. Digamos que la sesión se traslada a tu propia casa. Por eso no te voy a abrir la puerta si venís. Prefiero que te quedes con Vanesa y Karina.
―Está bien, Cassandra. Voy a hacer eso. Muchas gracias por tus consejos. Me sirven de mucho. Esperá un momentito, no cortes, le voy a avisar a Vanesa que pueden venir hoy; pero antes quiero preguntarte otra cosa.
―Dale tranquila, yo espero.
Nélida le mandó el mensaje a Vanesa, junto con la dirección de su casa. La chica le prometió que estarían ahí lo antes posible. Luego volvió a la llamada con su psicóloga.
―Ya estoy acá…
―¿Qué querías preguntarme?
―Pensás que una mujer heterosexual se puede excitar al ver otra mujer desnuda.
―Ah, creo que ya sé el por qué de esa pregunta. ¿Te excitaste mucho al ver a Karina y a Vanesa desnudas?
―Mmm… sí, bastante más de lo que me hubiera gustado, y eso me dejó un poco intranquila.
―No te preocupes, Nélida. Una vez leí el informe de un estudio que indica que a prácticamente todas las mujeres nos excita ver mujeres lindas desnudas, incluyendo a las heterosexuales, aunque no quieran admitirlo.
―¿Ah sí? ¿Y por qué?
―No lo sé con exactitud, pero quizás se deba a que el cuerpo femenino está relacionado con el erotismo. Si ves una mujer con buenas tetas, o un buen culo, alguna parte primitiva de tu cerebro te dice: “Esa mujer podría formar parte de una escena erótica de lo más interesante”. Yo admito que siento una atracción sexual hacia las mujeres; pero más de una vez recibí halagos de mujeres heterosexuales.
―Es que, Cassandra, vos tenés un cuerpazo. Te confieso que aquella vez que hicimos la prueba esa, en la que te chupé las tetas, me excité un montón. Me puse a pensar en la cantidad de hombres y mujeres que deben fantasear con chuparte las tetas… me sentí una privilegiada.
―Ay, gracias, Nélida. Significa mucho para mí que me digas esas cosas. A diferencia de vos, yo reconozco mis atributos físicos, sé el impacto que causo en hombres y mujeres… y lo disfruto.
―Me encantaría poder ser como vos, saber que puedo excitar a otras personas solo con mostrar un poco las tetas o con caminar de forma sensual, y sentirme cómoda con eso.
―Podés hacerlo, si te lo proponés, Nélida. Con el cuerpo que tenés, sos capaz de excitar a cualquiera. Hasta yo me calentaría al verte con lencería erótica.
―Hablando de eso… a las chicas les mandé algunas fotos usando un conjunto de lencería que me compré hace poco. A ellas les encantó. ¿Creés que sería demasiado si me lo pongo ahora?
―Para nada. Al contrario, te aconsejo que te lo pongas, es más… cuando atiendas a las chicas, tenés que estar con el conjunto puesto, y nada más.
―¿Nada más? ¿Las atiendo medio desnudas?
―Sí. ¿No querías sentirte como yo? Hacé la prueba, Nélida. Todo depende de la actitud que pongas en ese momento. Creete, al menos por unos minutos, que sos la mujer más hermosa del mundo. Dejá que esas chicas te llenen de halagos. Si son lesbianas, les va a encantar verte en vivo y en directo usando ese conjunto. Además ya “rompieron el hielo” con todas las fotos que se pasaron. No creo que se ofendan.
―Es cierto, no se van a ofender. Solo que a mí me da vergüenza. Pero de todas maneras lo voy a hacer. Estoy dispuesta a generar un cambio en mi vida, y si para eso debo cambiar la actitud, lo voy a hacer.
―Así me gusta. Vas a estar hermosa, te lo puedo asegurar.
―Gracias, Cassandra. Estás haciendo maravillas conmigo. Ahora tengo que dejarte, me voy a cambiar, antes de que lleguen las chicas. Después te cuento todo lo que pasó.
―Vos preocupate más por aprovechar el momento. Te aseguro que después de esta visita te vas a sentir renovada.
―Eso espero.
Nélida se despidió de su psicóloga y se quitó toda la ropa, buscó el conjunto de lencería y se lo puso mientras admiraba su cuerpo en el espejo. Esperó pacientemente a que llegaran sus alumnas.