Cassandra - Terapia Lésbica [04].

Capítulo 04.

Capítulo 4.

Nélida llegó temprano al consultorio. Al mirar el reloj se sorprendió de que aún faltara media hora para el inicio de su sesión. La ansiedad por asistir le jugó una mala pasada y terminó llegando mucho antes de lo previsto. Pensó que lo mejor sería dar algún paseo, para matar el tiempo; pero no tenía ganas de caminar y no sabía de ningún bar cercano en el que pudiera tomar un café.

Al final se decidió por tocar el timbre… y se arrepintió inmediatamente después de hacerlo. ¿Qué pasaría si Cassandra estaba con otro paciente? Nélida interrumpiría la sesión y además la dejarían esperando afuera. Como si fuera una niña otra vez, tuvo la tentación de salir corriendo y esconderse. Pero no tuvo tiempo para hacer esto, la puerta se abrió y la psicóloga pelirroja la miró con sus grandes ojos verdes.

―Hola, Nélida. ¿Cómo estás? No te esperaba hasta dentro de media hora.

―Te pido disculpas… ―inventó una excusa simple―. Andaba cerca y decidí probar suerte. No quería ir hasta mi casa para tener que salir otra vez…

―Está bien, entiendo.

―Pero si estás con un paciente…

―No, ahora mismo no hay nadie. Pasá.

―Bueno, gracias ―dijo Nélida, con una amplia sonrisa. Su primera sonrisa en todo el día.

Las dos mujeres entraron en el consultorio y Nélida tomó asiento en su sillón.

―Ponete cómoda ―dijo Cassandra―. Voy a buscar algo fresco para tomar… aunque esta vez no hay alcohol.

―Está bien, no es cuestión de que cada vez que venga al consultorio termine saliendo medio borracha. ¿Qué va a pensar la gente?

Cassandra volvió en poco tiempo, con una jarra llena de limonada fría. Sirvió dos vasos y se sentó en su sillón.

―Sé que es una falta de respeto venir antes a tu consulta. Al fin y al cabo vos trabajás por horas, y yo no te estoy pagando por esta media hora extra.

―Entonces no empecemos todavía con la terapia. Vamos a conversar un ratito, mientras tomamos limonada.

―¿Como si fuéramos amigas?

―Sí, algo así. Hacé de cuenta que somos muy buenas amigas, que nos conocemos desde hace años y nos tenemos mucha confianza. ¿Qué es lo primero que me contarías en una visita?

Nélida se mordió el labio inferior. El corazón empezó a latirle con fuerza. Durante media hora tendría una amiga de confianza. Algo que siempre quiso y nunca pudo conseguir. La pregunta de Cassandra la tomó por sorpresa. ¿Qué le contaría ella a su amiga? No tenía idea. Nunca pudo ser completamente sincera con nadie… y si estos treinta minutos eran su única oportunidad de tener una buena amiga, debía aprovecharlos al máximo. Tenía que hablar de algún tema que fuera verdaderamente interesante… algo que no podría hablar con nadie más… algo que solo le confesaría a su amiga del alma.

―Hace un par de meses le pagué a una prostituta ―en cuanto Nélida terminó de pronunciar estas palabras, su corazón empezó a bombear con mucha más fuerza que antes.

―¡Epa! No me esperaba eso viniendo de vos…

―Sí, sí… ya sé qué estás pensando: Demasiadas experiencias lésbicas para una mujer heterosexual.

―Bueno, sí. Generalmente, cuando conozco a una mujer que afirma ser heterosexual, se trata de alguien que nunca tuvo una experiencia lésbica… o que tuvo una o dos, muy casuales y fugaces. Pero ahora estamos hablando de una situación que inició con una clara intención lésbica.

―No, esperá. Yo nunca dije eso.

―¿Y por qué otro motivo le pagarías a una prostituta?

―Ya sé, suena como algo muy loco. Lo dije de forma directa y quizás eso generó una confusión. No lo hice con una intención lésbica.

―¿Entonces? ¿Qué pasó? Y no te pregunto para juzgarte… ni siquiera con una intención terapéutica. Te lo pregunto porque estoy verdaderamente intrigada. Me da curiosidad saber cómo fue todo ese asunto. ¿Por qué le pagaste a una prostituta, si no había ninguna intención lésbica?

Nélida sonrió, eso era lo que quería oír, que Cassandra quisiera saber más por simple curiosidad. Es exactamente lo que diría una buena amiga.

―Bueno, como te dije, esto pasó hace unos dos meses, así que es algo bastante reciente. Si mis alumnos se enterasen de eso, me moriría de vergüenza. Pensarían que soy una tortillera: “La profe Nélida anda pagando putas”. Sería un papelón total. Porque ya sería raro que un profesor anduviera de putas; pero… ¿una profesora? Uf… ni quiero imaginarme todas las cosas que dirían de mí. Y sería mucho peor si supieran que esa puta es una chica jovencita; tiene diecinueve años.

―Ay, sí… ―exclamó Cassandra―. En la universidad andarían diciendo que te calentás con tus alumnas, y que por eso le pagaste a una puta que tiene la misma edad que ellas.

―Imaginate ―dijo Nélida, abriendo mucho los ojos―. Mis alumnas ni siquiera se acercarían, me verían como una depredadora sexual.

―Puede ser… aunque, si se corriera ese rumor, pasarías a ser mucho más interesante. ¿No me contaste que tenés un par de alumnas que son lesbianas?

―Ah sí, Karina y Vanesa. Dos chicas muy peculiares. Sigo sin entender por qué dos chicas tan lindas no salen con hombres.

―Quizás son tan lindas que prefieren estar juntas.

―Después quiero contarte algo relacionado con ellas, que pasó esta semana. Pero no quiero desviarme del tema.

―Sí, mejor contame lo de la prostituta primero. Tengo mucha curiosidad.

―Bien. Empecemos por el principio. Como te dije: no hubo una intención lésbica de mi parte. Para nada. Esa noche yo había salido a mirar una película que terminó más tarde de lo que me imaginaba. Eso me molestó un poco porque se hizo de noche y para colmo estaba lloviznando. En cualquier momento se venía una tormenta. Intenté localizar un taxi, pero fue imposible. Cuando más se los necesita, menos se los encuentra. Volví a mi casa caminando, eran solamente unas diez cuadras. Cuando iba más o menos por la mitad del trayecto me encontré con una jovencita; como vos dijiste, tenía edad para ser una de mis alumnas. Una chica de pelo castaño, mejillas sonrosadas, nariz pequeñita, cara redonda, la boca chiquita pero sensual. Era una muñequita. Ella estaba parada bajo un toldo, en una esquina… la esquina contraria a la parada de colectivos. Así supe a qué se dedicaba. Sinceramente no parecía prostituta, y eso quiero dejarlo muy en claro. No es que le pagué a una puta barata que encontré por ahí. No, esta chica, a pesar de estar parada en una esquina, tenía mucha clase. Estaba vestida con una minifalda bien cortita, negra; tacos altos, un top azul y una camperita de cuero negra. Pero su ropa no era vulgar. Ni siquiera las medias de red la hacían parecer vulgar. Todo le quedaba muy bien. Ella me sonrió y yo la saludé con la mano.

Me dio mucha pena que una chica tan joven se viera obligada a hacer ese trabajo; pero seguí mi camino. Hice media cuadra más y me di la vuelta. La chica no se sorprendió al verme, enseguida adoptó una pose sensual.

“Sabía que ibas a volver”, me dijo. Le pregunté por qué había pensado eso. “Por la forma en que me miraste”, respondió. Estoy segura de que la miré igual que miraría a cualquier otra persona… bueno, puede que un poquito más, porque era llamativa la forma en la que estaba vestida. Te juro que la minifalda era tan ajustada que parecía pintada, y tan cortita que por debajo se le veía parte de la tanga, que era blanca. Imagino que la usaba de ese color para generar un gran contraste con la minifalda. Ella quería que su tanga pudiera verse con relativa facilidad.

“¿Hacés cosas con mujeres?”, le pregunté. Y mi torpeza al hablar causó una gran confusión. Ella me dijo: “Sí, claro… especialmente si son tan lindas como vos. ¿Querés que vayamos a un lugar más cómodo?”. Quiero aclarar que le pregunté eso porque asumí que ella me estaba viendo como una cliente potencial. Le pregunté si hacía cosas con mujeres porque me tomó por sorpresa. O sea, no lo podía creer. Más que una pregunta fue una reacción de incredulidad. Pero el daño ya estaba hecho, y no me molesté en aclararle que yo no soy lesbiana. No le voy a andar contando la historia de mi vida a una desconocida.

Después le pregunté por el verdadero motivo por el cual regresé. “¿Te vas a quedar toda la noche en la calle?”. Ella se encogió de hombros y dijo: “Si es necesario, sí”. “Pero viene una tormenta”, le dije. La chica miró hacia arriba, como si recién se diera cuenta de que estaba lloviznando, y dijo: “No tengo otra opción. Si hay suerte, tal vez no tenga que estar toda la noche acá”. Casi se me parte el alma. La pobre chica iba a pasar toda la noche sola, bajo la lluvia. No podía permitir eso. Estaba pensando qué decirle, para convencerla de que volviera a su casa, cuando ella dijo: “¿Querés que te haga compañía esta noche? La vamos a pasar muy bien”, y me guiñó un ojo.

“No estoy interesada en eso ―respondí―. No soy lesbiana. Pero no quiero que te quedes toda la noche bajo la lluvia”.  “Ah, ya veo. Sos de las primerizas ―me dijo―. Conocí algunas mujeres como vos, con ganas de probar concha… pero que no se animan a hacerlo”. Ese comentario me molestó, porque ella estaba malinterpretando todo lo que yo decía. “No quiero probar nada, ―aseguré―. Pero si tengo que pagarte para que no te quedes toda la noche en la calle, lo voy a hacer”. “¿Vas a pagar por toda la noche?”, me preguntó. Le dije que sí lo haría, si esa era la única opción. Ella me comentó cuánto me saldría pagar por sus servicios durante toda la noche; no era barato y, menos para alguien con salario de profesora. Pero yo vivo sola, no tengo muchos gastos, así que pagar no me suponía un gran sacrificio. Una vez que acordamos el precio, nos encaminamos hacia mi casa.

―¿No te dio miedo que algún vecino te vea entrar a tu casa con una prostituta?

―Extraña manera de formular la pregunta, para ser psicóloga. Generalmente los psicólogos no mencionan emociones al hacer preguntas. Siempre dicen cosas más genéricas: “¿Cómo te sentiste cuando pasó eso?”.

―Pero ahora mismo no estamos en terapia. Es la misma pregunta que le hubiera hecho a cualquiera de mis amigas.

Esas palabras iluminaron el rostro de Nélida. Le agradaba mucho que Cassandra fuera capaz de dejar de lado su rol de psicóloga y hablarle como si fueran viejas amigas.

―Tenés razón. La verdad es que sí me dio miedo, porque no había forma de confundir a esa chica con otra cosa. Estaba vestida como una puta. ¿Qué le iba a decir a mis vecinos? ¿Que me visitó una sobrina lejana a la que le gusta vestirse de forma exageradamente provocativa? ¿O que estaba dándole clases nocturnas a una alumna? Cualquier excusa hubiera sido absurda. Era tarde y si alguien me vio entrar con Milena, no le quedarán muchas dudas.

―¿Milena? ¿Así se llama la chica?

―Ah, sí. Perdón, no te lo dije. Durante el trayecto hasta mi casa le pregunté el nombre, para conversar un poco. Me pareció un nombre muy extraño, me imagino que no será su nombre real.

―O tal vez sí, Milena no es un nombre tan raro.

―Yo nunca lo había escuchado, y eso que tuve muchas alumnas con nombres raros. Pero bueno, la cuestión es que entramos a casa y fue una suerte, porque a los cinco minutos empezó a llover torrencialmente.

Ahí empezamos a discutir, no me refiero a una pelea, sino más bien a un intercambio de opiniones. Milena me preguntó qué quería hacer y cuando le dije que no pretendía hacer nada con ella, me dijo que se iba. Eso me molestó, yo había pagado por toda la noche; pero Milena insistió en que si yo no pretendía usar sus servicios sexuales, entonces se retiraba. “Yo no soy dama de compañía ―aseguró―. Soy prostituta”. ¿Y qué podía hacer? No quería que la chica volviera a la calle con semejante tormenta, por más que se tomara un taxi. Así que la llevé a mi habitación… muerta de vergüenza, con unos nervios que no me cabían en el cuerpo. Como ya sabés, a mí eso de tener experiencias sexuales con mujeres no me va, y las pocas veces en las que el sexo y una mujer estuvieron dentro del mismo contexto, habían quedado en el pasado. La última vez fue la que te conté sobre mi viaje a Brasil, y pasaron más de diez años desde entonces.

―Además generalmente había hombres de por medio ―dijo Cassandra―. En cambio con Milena no eran más que ustedes dos…

―Sí, eso lo hizo aún más difícil. En la pieza me quedé inmóvil, no sabía qué hacer. La actitud de Milena cambió radicalmente, ya no parecía desafiante. Se me acercó y me habló con sensualidad, mientras me desvestía. “Quedate tranquila ―me dijo―. No es la primera vez que trabajo con una mujer a la que le cuesta reconocer que le gustan las conchas”.

―Me imagino que ese comentario te molestó.

―Sí, mucho. Porque en ningún momento le conté nada de mi vida, y ella asumió que yo era una lesbiana frustrada.

―Bueno, pero ponete en su lugar, Nélida. Vos dijiste que nadie confundiría a Milena con otra cosa, porque ella parecía una prostituta. ¿Cómo te habrá visto Milena a vos? Desde su perspectiva lo más lógico es pensar que vos querías tener sexo con una mujer; pero que no te animabas.

―Viéndolo de esa forma, tenés razón. Milena no podía entenderlo de otra manera.

―Seguí contándome lo que pasó.

―Milena me dejó en ropa interior. Por suerte yo tenía puesto un lindo conjunto de lencería, nada demasiado llamativo, pero al menos era bonito. De color negro. Lo que me tomó por sorpresa fue que apenas terminó de quitarme los zapatos, me acarició la concha por encima de la tanga y me dijo: “Estás mojada… me gusta”. Supongo que será una de las cosas típicas que dicen las prostitutas, porque dudo mucho que yo haya estado mojada. Después agregó: “Sacame la ropa… y si te gusta lo que ves, podés tocar todo lo que quieras”.

Por supuesto yo no tenía intenciones de desnudarla, pero tuve que hacerlo, de lo contrario Milena se iría. Le saqué la ropa de la misma forma en que ella lo hizo conmigo. El conjunto de lencería de Milena era mucho más llamativo, su tanga blanca era tan pequeña que podía ver todo su pubis depilado. Y el corpiño era transparente en la zona de los pezones, así que podía verlos perfectamente. Sus pechos eran bastante grandes… como los tuyos, Cassandra. ―La psicóloga sonrió―. Milena seguía acariciándome por encima de la tanga y me di cuenta de que la situación escalaría mucho más. Eso me puso más nerviosa de lo que ya estaba. Pero recordé las noches de discoteca con mis amigas, de los besos, las caricias, y demás jueguitos que, para ojos de los demás, podrían verse como actitudes lésbicas… aunque no fueran más que eso… juegos.

Supuse que con esta chica podía jugar un poco, tal y como lo había hecho con mis amigas. Así que le agarré las nalgas y le dije: “Tenés un culo hermoso”. Eso cierto, no estaba mintiendo, la chica tiene unas nalgas bien grandes y redondas. Macizas al tacto. Ella me agarró de la misma forma y me dijo: “Tu culo también me gusta mucho”. Eso me hizo sentir bien, a veces necesito que me alimenten un poquito el ego, especialmente porque paso mucho tiempo sola, sin que nadie me diga cosas lindas. Le pregunté: “¿Qué más te gusta de mí?”, y ella respondió: “Tus piernas, me encantan. También tenés tetas hermosas, y una boca que dan ganas de comerse entera. Apenas te vi en la calle pensé: A esta veterana me la quiero coger”.

―Qué dulce.

―La verdad que sí. Me agradó mucho oír eso. Sé que es muy posible que lo haya dicho porque es su trabajo, pero…

―Pero no mentía ―aseguró Cassandra―. De verdad sos una mujer muy hermosa. Muchos hombres… y mujeres, deben fantasear con poder acostarse con vos. Puede que la chica sea prostituta, pero nada le impide disfrutar de su trabajo. Si yo fuera prostituta, te aseguro que la pasaría muy bien si me tuviera que acostar con vos. Lo disfrutaría mucho, aunque fuera mi trabajo.

―Ay, gracias, Cassandra. No te das una idea de lo bien que me hace sentir eso. Y te lo digo de verdad: Si yo fuera prosti, me encantaría que me contrataras para coger toda la noche. Aunque seas mujer.

―¿Y por qué te gustaría? ¿Cuál sería tu disfrute? O sea, a mí las mujeres me calientan un poquito. ¿Pero vos por qué lo disfrutarías?

―No sé ―dijo Nélida, encogiéndose de hombros―. Es que si yo fuera prostituta, complacerte sería mi trabajo. Y si me toca trabajar con una mujer tan linda como vos, haría todo lo posible para satisfacerte.

―Eso explica por qué me daría satisfacción a mí… pero no explica por qué sería satisfactorio para vos.

―¿Me estás psicoanalizando? ―Preguntó Nélida, a la defensiva.

―Puede ser… hay ciertas costumbres que no me las puedo quitar. Sin embargo ya estamos en hora de consulta ―dijo Cassandra, señalando el reloj―. Creo que me puedo permitir psicoanalizarte un poquito.

―Es trampa, porque yo te estaba hablando como le hablaría a una amiga…

―Bueno, hagamos una cosa. Olvidate de esta pregunta y de ahora en adelante contame lo que pasó con Milena, pero teniendo en cuenta que yo soy tu terapeuta.

―No hay mucho más para contar. Ella me tocó un poco, yo la toqué otro poco. Después accedió a tomar un café y nos quedamos el resto de la noche charlando, al menos hasta que pasó la lluvia. Ya está, eso fue todo.

―¿Eso es todo? ¿No hay ningún detalle extra? ¿Cómo fueron esos toqueteos? ¿Cuánto duraron? ¿Cómo te sentiste? Tus relatos anteriores estuvieron muy cargados de detalles… y con todo lo que me estabas contando de Milena, creí que esta vez harías lo mismo, que te tomarías tu tiempo para narrar todo.

―Es que… ―Nélida cruzó los brazos y evitó la mirada de la psicóloga.

―Creo que te ofendiste con la pregunta que te hice. Por eso ya no me querés contar lo que pasó con Milena.

―No le chupé la concha, si es que estás insinuando eso.

―No estoy insinuando nada, porque no sé qué pasó entre ustedes.

―Ya te lo dije: fueron simples toqueteos. Y teniendo en cuenta lo que me dijiste durante la sesión pasada, seguramente no lo hice muy bien. La pobre Milena se habrá aburrido mucho mientras yo le acariciaba la concha. Ni siquiera eso sé hacer bien. Aunque… estuve practicando.

―¿De qué forma?

―¿Y de qué forma va a ser?

―No sé, decimelo vos…

―Haciéndome la paja. De esa forma practiqué. Desde la última sesión hasta hoy me hice al menos dos pajas al día.

―Eso es bastante. ¿Y pudiste disfrutarlas?

―Un poco… sí… las últimas más que las primeras. Creo que estoy entendiendo mejor cuáles son los puntos sensibles de mi cuerpo.

―¿Y en qué pensás mientras te hacés la paja?

Nélida se puso tan roja como el pelo de Cassandra, una vez más evitó hacer contacto visual con ella.

―En nada. Simplemente me toco. Ya te dije que la imaginación no es mi fuerte.

―Ya veo. Bueno, en eso también podés trabajar. Una buena fantasía erótica a veces puede ser más estimulante que el sexo real. Además mientras fantaseamos podemos atrevernos a hacer cosas que nunca haríamos en la realidad.

―¿Como qué, por ejemplo?

―Bueno, yo tuve una paciente a la que le gustaba fantasear con el sexo grupal. Imaginaba cómo se la cogían entre varios hombres. Era solo una fantasía, no le interesaba llevarla a la práctica… pero sí le gustaba pensar en eso mientras se hacía una paja. Al fin y al cabo solo nosotros sabemos qué hay escondido en los rincones de nuestra imaginación. Allí nadie puede juzgarnos. Somos libres de hacer lo que queramos.

―Es una buena forma de verlo. Quizás pueda incluir alguna loca aventura sexual a mi imaginación. Aunque eso del sexo con varios hombres no me resulta atractivo. Si con un solo hombre la paso tan mal… ni me quiero imaginar cómo la pasaría con varios. ―Nélida se quedó en silencio durante unos segundos, luego dijo―. ¿Querés que te muestre?

―¿Qué cosa?

―Que estuve practicando. Estoy segura de que esta vez lo puedo hacer mejor.

―¿Te referís a tocarme?

―Sí… ¿o te molesta que lo haga?

―No me molesta, pero dudo mucho que hayas aprendido lo suficiente practicando sola. Si un nadador quiere prepararse para competir, nunca debe entrenar solo. Necesita de alguien experimentado que le diga qué está haciendo bien y qué está haciendo mal. De lo contrario el nadador automatizaría los errores… y luego le costaría mucho quitárselos. A vos te pasó algo parecido. Llevás muchos años practicando sola y automatizaste los errores. Para aprender a hacerlo, necesitás la guía de otra persona.

―¿Entonces qué puedo hacer para mejorar? Porque para mí es muy frustrante ni siquiera poder disfrutar de una paja.

―Esta vez te puedo mostrar cómo lo hago yo. Siempre y cuando vos estés de acuerdo.

―¿Y cómo me mostrarías? ¿Te vas a hacer la paja delante mío?

―No, pretendo mostrarte de una forma mucho más directa. Por eso te pregunto si estás de acuerdo.

―¿O sea… vos me tocarías a mí?

―Exacto. Y quiero que sepas que esto lo hacemos con fines médicos. No lo malinterpretes.

―Sí, eso ya me quedó claro la vez pasada. Aunque… no puedo negar que me pone un poquito nerviosa. No estoy acostumbrada a que me toquen otras personas, mucho menos mujeres.

―Hace un ratito me contaste cómo te tocó una mujer…

―Sí, pero eso fue diferente. Esa mujer no era mi psicóloga. Me tocó solo porque es su trabajo.

―Yo también lo hago porque es mi trabajo.

―Bueno, viéndolo de esa manera…

―Dale, vení. No perdamos más tiempo. Cuanto antes empecemos con la demostración, antes vas a aprender a hacerlo bien.

―Perfecto ―dijo Nélida, con una amplia sonrisa.

Se puso de pie y vio que Cassandra le hacía lugar junto a ella, en su gran sillón. Supuso que para la demostración necesitaba estar desnuda de la cintura para abajo, y eso hizo. Se quitó la pollera y la tanga, con tanta frialdad como lo haría delante de su ginecólogo. La psicóloga le miró la entrepierna y dijo:

―Me gusta cómo tenés depilada la concha. Te juro que la imaginaba exactamente así.

Nélida tenía una línea recta de pelitos justo encima de su clítoris, estaba cortada prolijamente y tenía el ancho de dos dedos.

―¿Por qué la imaginaste así?

―No sé… simplemente imaginé que ese estilo iría muy bien con vos. Me gusta mucho. Te queda muy sexy. Y tenés unas piernas preciosas.

―Muchas gracias, Cassandra. Vos sí que sabés cómo hacerme sentir bien. ¿Y ahora qué hago?

―Vení, sentate al lado mío.

Nélida hizo lo que le pedían. Apenas se sentó, una de las manos de Cassandra se posó sobre su pierna. Comenzó a acariciarla suavemente, mientras subía hacia la vagina. Nélida se sintió incómoda, porque su psicóloga la iba a tocar y porque la pelirroja la miraba fijamente con sus grandes ojos verdes. Parecía la forma en la que una amante miraría a otra. Pero Nélida descartó esta absurda opción, Cassandra estaba muy cerca, era casi imposible que sus miradas no se cruzaran de esa manera.

Por fin los dedos de la psicóloga llegaron al quid de la cuestión.

―Mmm… estás muy mojada ―dijo Cassandra―. ¿A qué se debe?

―No sé… para mí también es una sorpresa. Por lo general no empiezo a mojarme hasta después de un buen rato de toqueteo.

―Bueno, por lo que sea, me alegra que ya tengas la concha mojada.

―¿Hace las cosas más fáciles?

―Hace las cosas más entretenidas.

Nélida suspiró cuando uno de los suaves dedos de Cassandra comenzó a acariciar su clítoris. Todo su cuerpo se estremeció y el siguiente suspiro, que quiso ahogar en el fondo de su garganta, terminó escapando en forma de gemido.

―Veo que te está gustando ―dijo Cassandra.

―Uf… eso fue… rarísimo. ¿Qué hiciste?

―Nada fuera de otro mundo. Es solo cuestión de tener tacto. ¿Querés que siga?

―Sí, por favor.

Los dedos de Cassandra recorrieron los labios vaginales de Nélida, los separaron, los volvieron a unir, exploraron su clítoris y tantearon el agujero de entrada, el cual rebosaba de flujos.

―¿Me vas a meter los dedos? ―Preguntó Nélida.

―¿Vos querés te que los meta?

―Y… ya me están dando ganas de tener algo adentro de la concha.

―Entonces no los voy a meter.

―¿Qué? ¿Por qué no?

―Uno de los grandes errores que suele cometer la gente al masturbarse es hacerlo todo demasiado rápido. A veces lo más excitante es demorar el placer. Ver cuánto sos capaz de aguantar sin meterte los dedos en la concha.

―Entiendo… nunca lo había visto de esa manera. Yo me meto los dedos bastante rápido. Ahora que lo pienso, Milena lo hizo como vos… ella me tocó por fuera durante mucho rato. Recuerdo que le dije: “Nena, me estás desesperando. Meteme los dedos en la concha de una buena vez”.

―¿Y lo hizo?

―Sí, pero los dejó adentro solo un ratito, después los volvió a sacar. La pendeja tiene dedos ágiles… como los tuyos. Sinceramente no sé qué estarás haciendo distinto a lo que yo hago… pero lo siento mucho más efectivo.

―¿Te estás excitando? ―Nélida no respondió―. Y no tengas miedo de decirlo, es parte del tratamiento. Quiero que seas sincera conmigo.

―Sí, estoy excitada… mirá, abro las piernas ―puso una de sus piernas en el apoyabrazos del sillón―. Por favor, meteme los dedos… ya no aguanto más.

―No, todavía no ―dijo Cassandra, sin dejar de frotar el clítoris de su paciente.

―Sos cruel…

―Soy buena calentando a la gente.

―¿Eso le decís a todos tus pacientes?

―No, solo a los que me interesa calentar. Mostrame esas tetas, te las voy a chupar todas.

―¿De verdad? ―Preguntó Nélida, sorprendida―. ¿Eso también es parte del tratamiento?

―Puede ser… o puede que tus tetas me parezcan tan hermosas que me muero de ganas de chuparlas. ¿Acaso no me chupaste las tetas la vez pasada?

―Sí, y tengo que reconocer que fue una experiencia muy agradable… y eso que a mí no me gustan las mujeres. ―Mientras hablaba Nélida se despojó de su blusa y su corpiño, exhibiendo sus tetas, que no eran tan grandes como las de Cassandra, pero sí más firmes y macizas.

―Uf… la tene´s bien duritas… eso me encanta. Parecen tetas de pendeja de veinte años.

―Ay, gracias. Espero que las disfrutes.

―De eso estoy segura.

Cassandra bajó su cabeza hasta encontrarse con la teta derecha de Nélida, la que tenía más cerca. Pasó la lengua por toda la teta, formando un espiral que se acercaba lentamente al pezón. Esto lo hizo mientras sus dedos presionaban y frotaban el clítoris de Nélida. Cuando se metió el pezón en la boca, lo lamió con mucha suavidad. Lo recorrió con su lengua y luego empezó a chuparlo con creciente intensidad.

―Uf… me hacés acordar a Milena… otra vez. Ella también me chupó las tetas de esta manera. Se sintió muy rico. Ya sé que las dos tuvieron sexo con mujeres… se ve que eso les dio cierto talento natural para complacer al sexo femenino.

―¿O será que el sexo femenino tiene cierto talento natural para complacerte a vos?

La pregunta de la psicóloga fue recibida por Nélida como un puñetazo en los riñones. ¿Acaso Cassandra estaba insinuando que le calentaban las mujeres? Estuvo a punto de recriminarle, cuando la pelirroja dijo.

―Vamos a cambiar de posición, quiero probar algo diferente.

Dicho esto, la psicóloga se desnudó de la cintura para arriba, poniendo a descubierto esas grandes tetas que Nélida recordaba tan bien.

Nélida no lo dudó, agarró una de esas ubres y se la llevó a la boca. Empezó a chuparla con avidez. Era extraño chupar algo tan blando, pero a la vez relajante. Pasó a la segunda teta y repitió la acción.

―¿Qué hacés? ―Le preguntó Cassandra.

―¿Por qué? ―Nélida la miró confundida, con su boca a pocos milímetros del pezón―. ¿Qué hice mal? ¿Acaso no te quitaste la ropa para que yo te chupara las tetas otra vez?

―¿Y por qué haría eso? Ya me quedó claro que sos buena chupando tetas.

―Es que… yo pensé…

―Está bien, no hay drama. Agradezco la chupada de teta, se sintió muy bien; pero mi intención no era esa.

―¿Entonces?

―Permitime acomodarme, parate un momentito.

Nélida se puso de pie y para estar más cómoda se quitó toda la ropa. Le sorprendió ver que Cassandra hacía lo mismo. Nélida se quedó mirando los pelitos rojos en la concha de la psicóloga.

―No se te ocurra chuparme la concha ―bromeó la psicóloga―. Que mi intención no es esa.

―Tarada. Nunca haría una cosa así ―respondió Nélida, riéndose.

―Bueno, ahora vos sentate delante mío ―le pidió Cassandra―. Pero dándome la espalda.

―¿De espalda?

―Sí.

―Creo que ya sé lo que querés hacer.

Nélida hizo lo que le pedían. Al sentarse sintió cómo las grandes tetas de Cassandra se apoyaban en su espalda, también pudo sentir la tibieza del sexo de la psicóloga contra sus nalgas. No pasó mucho tiempo hasta que las experimentadas manos de la pelirroja comenzaron a tocarla. Una mano se encargó de masajearle las tetas y la otra volvió a la concha. Nélida volvió a suspirar de placer.

―Uf… esto se siente muy bien ―aseguró―. ¿Sabés una cosa? No es la primera vez que estoy en esta posición con una mujer. Milena me tocó de la misma manera. Aunque con ella lo hicimos en la cama.

―Es una forma muy linda de tocar a una mujer. Yo suelo hacerlo cada vez que tengo sexo con alguna.

―¿Te acostaste con muchas mujeres, Cassandra?

―Con varias. Y con todas lo disfruté mucho.

―No entiendo qué le ves de interesante a eso.

―Me gusta la concha ―dijo la psicóloga―. No lo puedo negar. Me calienta ver a una linda mujer desnuda, poder tocarla, lamerla… chuparla. No hay nada más sensual y erótico que una mujer.

―Bueno, en eso estamos de acuerdo.

―¿Si?

―Sí. Los hombres pueden ser viriles… masculinos. Pero si hablamos de sensualidad, ese es terreno femenino.

―Bueno, a mí me gusta disfrutar de esa sensualidad y femenina. ―Sus dedos se movían cada vez más rápido sobre la concha de Nélida―. Y que te quede claro: Si no fueras mi paciente… si nos hubiéramos conocido en algún bar, ya te hubiera invitado a un hotel, para que pasemos toda la noche cogiendo.

―Uf… Cassandra, no me digas esas cosas…

―¿Por qué? ¿Acaso no te agrada saber que sos una mujer muy atractiva y sensual? ¿Te molesta que una mujer te diga que le gustaría coger con vos?

―No, al contrario, me halaga mucho lo que decís.

―Me alegra. Aunque me apena mucho saber que me hubieras rechazado la invitación.

―Es posible… aunque si me hubieras tocado de esta manera… tal vez hasta te decía que sí. Te parecerá una locura, pero ya estoy medio desesperada, Cassandra. Quiero pasar una linda noche de sexo con alguien, disfrutarla, llegar al orgasmo… y si una mujer es capaz de hacerme sentir eso… además, por coger una vez con una mujer no me voy a convertir automáticamente en lesbiana.

―Claro que no… sería un experimento. Ya probaste con varios hombres y no funcionó. ¿Por qué no probar con una chica? Al fin y al cabo en muchas de tus mejores experiencias sexuales hubo una chica involucrada.

―Sí, y eso me daba un poco de miedo. Me hacía pensar que quizás me gustaran las mujeres, pero ahora ya no lo veo así.

―¿No? ¿Y cómo lo ves?

―Ahora entiendo todo. Cuando Milena me tocó de esta manera… me hizo disfrutar muchísimo, y vos también lo estás logrando. El problema es que estuve con gente que no sabía lo que hacía. Milena me dejó muy confundida, porque ella es mujer y fue capaz de hacerme llegar a un orgasmo, solo con tocarme la concha.

―¿Por eso decidiste empezar la terapia?

―Creo que sí. Tenía la cabeza muy llena de confusiones. Pero ahora sé que puedo aprender a tocarme de la misma forma en la que me tocó Milena… de la misma forma en la que me tocaste vos. Y que sean mujeres solamente demuestra que ustedes sí aprendieron a tocarse las conchas. Yo no.

―Es una forma de verlo.

―¿Te parece mal?

―No te puedo decir qué me parece, ni te puedo decir cómo lo tenés que interpretar. Eso depende de vos. ¿Realmente estás dispuesta a aprender a pajearte?

―Sí… por favor, sí. Quiero que me enseñes.

―Bueno, para eso vas a tener que hacer algunas cositas… y si decís que sí, te meto los dedos en la concha.

A Nélida se le erizaron los pelos de la nuca, no solo porque tenía a esa despampanante pelirroja hablándole al oído, sino por la promesa de que los dedos de ella estarían en su interior, brindándole placer.

―Está bien. Decime qué tengo que hacer.

―Lo primero: cuando te hagas una paja, pensá en este momento, y en cuando Milena te tocó en tu casa.

―Bien, lo voy a hacer. ¿Pero por qué?

―Acordate que la imaginación es muy importante, y a veces podés alimentar esa imaginación con buenos recuerdos. Tu cerebro ya asocia este momento, y la noche con Milena, como momentos excitantes.

―Entonces… al pensar en eso mientras me masturbo…

―Estarías engañando a tu propio cuerpo, haciéndole creer que la mano que te toca es la mía, o la de Milena.

―Ya veo… es una buena técnica.

―Y no tengas miedo si tu imaginación te lleva por otros rumbos. Acordate que ahí nadie te puede juzgar. Dale rienda suelta a tu imaginación.

―Lo voy a intentar, te lo prometo. ¿Y qué más tengo que hacer?

―No vas a aprender a tocarte sola, necesitás la ayuda de otra persona. Mejor dicho: de otra mujer.

―Para eso te tengo a vos ―todo el cuerpo de Nélida se estremecía con cada toqueteo de Cassandra. Los cuerpos de las dos mujeres parecían unidos en uno solo.

―Yo te puedo ayudar con eso cuando vengas a terapia; pero de todas formas tenés que buscar a una mujer de confianza que te ayude a practicar.

―¿A quién? Si sabés que no tengo amigas.

―Ese es otro aspecto de tu vida que deberías arreglar. No te cierres tanto con la gente. Quizás si encontrás a alguien con quien puedas ser sincera, encuentres a tu nueva amiga. Pero eso no lo vas a saber si no lo intentás.

―Pero…

―¿Me prometés que lo vas a intentar?

―Sí… te lo prometo porque quiero que me metas los dedos en la concha, por favor, no me hagas suplicar más. Milena también me hizo suplicar…

―Es que sos muy sexy cuando pedís que te toquen la concha.

Dos de los dedos de Cassandra se deslizaron al interior de la vagina de Nélida, la mujer gimió, dando rienda suelta a todo su placer sexual.

―Ay, sí… qué rico. Tus dedos son maravillosos, Cassandra. Me gustaría tenerte en mi casa, para que me hagas la paja todos los días.

―Si tuviera una concha tan linda al alcance de la mano, no me cansaría nunca de tocarla ―aseguró Cassandra mientras seguía metiendo y sacando sus dedos.

―Más linda es tu concha.

―¿Si?

―Sí… me encantan tus labios… y la forma de tu clítoris. Tenés una concha muy sensual. Es tan linda que me gustó tocarla, no me dio nada de asco.

―Me alegra saberlo. ¿Así te pajeó Milena? ―Preguntó Cassandra al mismo tiempo que aceleraba el ritmo de sus dedos.

―Ay, sí… así… ¡qué rico! ¡Qué bien la pasé con esa pendeja! Tener una piba tan linda tocándome la concha… fue muy morboso. Casi prohibido… porque ella tiene la edad de mis alumnas. Fue como si me hubiera metido a la cama con una de mis alumnas.

―Bien, eso es exactamente lo que quiero que hagas: dale rienda suelta a tu imaginación. Ni siquiera hace falta que pienses en alguna alumna en particular. Puede que el morbo esté en el contexto… esa fantasía del profesor y la alumna es muy recurrente… incluso entre mujeres.

―Sí, tengo que admitir que como fantasía es muy efectiva. Ya estoy re caliente… me vas a hacer acabar…

―Esa es la intención. Vos cerrá los ojos y pensá en cualquier cosa que te de morbo, yo voy a seguir con esto.

Nélida obedeció. Intentó concentrarse en esa loca situación en la que ella estaba en la cama con una de sus alumnas. Solo para ver qué tal funcionaba esa técnica. No había nada de malo en imaginar un poquito. Las primeras alumnas que le vinieron a la mente fueron Vanesa y Karina, la parejita de lesbianas. Aunque se sintió intimidada por ellas, dos chicas preciosas, sí… pero también experimentadas en el sexo con mujeres. Nélida solo pasaría vergüenza con ellas. Por eso las descartó de su fantasía. Intentó quedarse con el concepto general de una alumna y su profesora, pero no pudo. Necesitaba ponerle una cara a esa alumna. Le llegó el recuerdo de otra chica, la más silenciosa del curso. La chica que nunca hablaba con nadie y que parecía estar sola en el mundo… tan sola como la propia Nélida. Esa chica se llamaba Jaqueline. Una verdadera muñequita, de grandes ojos grises, pelo negro azabache y tez pálida, como de porcelena. Más de una vez Nélida se preguntó por qué esa chica no tenía un novio nuevo todas las semanas, con lo bonita que es…

En más de una ocasión Nélida intentó conversar con la chica, pero no supo qué decirle… y ahora la tenía dentro de sus fantasías sexuales. Imaginaba que era Jaqueline la que le metía los dedos en la concha, aunque su alumna tuviera tetas pequeñas, ni parecidas a las de Cassandra. Sin embargo eso no importaba, la fantasía funcionaba muy bien.

Quizás pensó en Jaqueline porque estaba convencida de que la chica tenía poca o ninguna experiencia sexual. Con ella no pasaría tanta vergüenza. Intentó quitarla de su fantasía, porque se sintió culpable al poner a una chica tan dulce en esa situación tan morbosa; pero no pudo, porque justo en ese momento los toqueteos del Cassandra la llevaron al clímax.

Imaginó que eran los dedos de Jaqueline y el morbo se le subió a la cabeza, para luego bajar y ser expulsado por su concha, en forma de jugos sexuales.

―¡Ay, sí! ¡Ay, sí! ―Gimió Nélida, Cassandra era una máquina, sus hábiles dedos no se detenían―. ¡Ay, qué rico! Tocame toda, que me gusta… llename de dedos.

Nélida sacudió su cuerpo tanto como pudo y sintió las grandes tetas de Cassandra deslizándose contra su espalda. Los espasmos se volvieron más intensos, pero luego, de poco, fueron suavizándose, como cuando una persona termina una carrera y su corazón intenta volver al ritmo normal.

Fue maravilloso.

Cuando el clímax terminó, se puso de pie y caminó, tambaleándose, hasta el sillón que correspondía al paciente.

―Jamás pensé que tendría un orgasmo en un consultorio psicológico.

―Ya te dije que yo no soy como cualquier psicóloga.

―Y eso me queda super claro, Cassandra. Tus métodos podrán ser poco ortodoxos, pero me encantan. Son sumamente efectivos.

―Bueno, creo que con esto podemos dar por concluida la sesión de hoy… y no te olvides de lo que hablamos. Espero que en la próxima sesión me cuentes sobre tus progresos.

―Te prometo que voy a hacer todo lo posible por poner en práctica tus consejos. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.