Cassandra - Terapia Lésbica [02].

Siguen las sesiones entre Cassandra y Nélida.

Capítulo 2.

Cassandra Donati recibió a Nélida, para dar comienzo a una nueva sesión. La paciente admiró a la psicóloga, Cassandra llevaba puesto un vestido muy ceñido al cuerpo, que apenas le cubría la cola completa. En sus piernas tenía medias de red, y terminaba su atuendo con zapatos de plataforma, del mismo color.

―¡Apa! ―Exclamó Nélida―. ¡Pero qué bonita estás!

―Muchas gracias. Adelante ―la paciente entró, y Cassandra cerró la puerta.

―Cuánta sensualidad… ¿se debe a algo en especial? No me vayas a decir que atendés a todos tus pacientes vestida así… hasta veo que te maquillaste un poquito. Sutil… pero maquillaje al fin.

―Lo que pasa es que, al ser viernes, planeé una salida con mis amigas… y quería estar lista, porque pasan a buscarme un poquito después de que termine con tu sesión.

―Ah, qué bien… qué chica práctica. ―Cassandra empezó a caminar hacia los sillones, meneando un poco su cadera. Nélida le seguía el paso―. Uy… hoy sí que no me podés culpar por mirarte el culo… con ese vestido resalta todavía más que con el pantalón de la semana pasada… es más, si te agachás un poquito, se te ve todo.

―Sí, creo que es medio corto el vestido… ya me estoy arrepintiendo.

―No lo hagas, te queda divino. Te lo digo honestamente, como mujer. Si lo que buscás es llamar la atención de algún tipo lindo, con ese vestido seguramente lo vas a conseguir. ―Nélida se sentó en el mismo lugar de siempre.

―Gracias, pero esa no es la intención. Solamente quiero pasarla lindo con mis amigas, despejarme un poco después de una semana de trabajo.

―Te entiendo perfectamente. Yo no tengo planes para salir este fin de semana, pero bueno, a menos venir acá me relaja un poco… veo que ya está el jugo de limón listo… ¿te acordaste lo que te pedí la semana pasada?

―Claro… le puse vodka, probalo. ―Sirvió la limonada en un vaso y se lo alcanzó. Luego llenó otro para ella.

Nélida dio un pequeño sorbo.

―¡Wow! Está bastante fuerte…

―¿Me pasé con el vodka?

―No, creo que tiene la medida justa. Pensé que te ibas a acobardar un poquito, y que lo ibas a hacer demasiado suave.

―Es viernes… podemos darnos el lujo de empezar la noche tomando algo rico. ―Ella también tomó un sorbo.

―Admito que me tenés sorprendida. No te parecés en nada a los psicólogos que tuve antes. No me refiero solamente al aspecto físico, que eso es más que obvio. Sino a que vos sos menos estructurada… ésto, por momentos, ni siquiera parece una terapia.

―Esa es mi intención. Tengo un método bastante peculiar. Me gusta que mis pacientes se sientan cómodos durante sus sesiones. Siempre odié esas terapias tan estrictas y estructuradas, en las que el paciente es sólo un objeto de estudio. Muchas veces el paciente puede ser alguien que te caiga bien, con quien te agrade conversar.

―¿Y yo te caigo bien? ―Cuando Cassandra se sentó en su silla, a Nélida le pareció divisar su ropa interior, por un segundo; pero no podía estar segura.

―Sí, sos una persona agradable.

―Qué raro… generalmente me dicen que soy una frígida. Una malco…

―¿Una qué?

―Perdón, se me escapó.

―No hace falta que te censures, Nélida. Podés ser totalmente directa con los términos que usás… no me voy a escandalizar, ni me voy a ofender. Acordate… es mi trabajo, además yo busco una sesión más desestructurada.

―Está bien. ―Dio otro sorbo al vaso. El limón con vodka le refrescó la garganta, al mismo tiempo que le produjo un poco de ardor―. Muchos me dicen que soy una malcogida. Y probablemente tengan razón… o no… porque… a ver. Sé mucho de matemática, y algo de estadística. Intenté con varios hombres a lo largo de mi vida, no fueron un centenar, ni cincuenta… pero unos doce intentos habré tenido. Tal vez trece. Estadísticamente me parece muy poco probable que ninguno de esos hombres supiera coger. ¿No te parece?

―Y… no es imposible, pero sí poco probable. Alguno habrá hecho bien su trabajo.

―Sí, eso pienso yo… la mayoría de ellos se esmeró… te lo puedo asegurar. Además… algunos venían bien equipados. ¿Sabés a lo que me refiero? Muchas amigas me dijeron que si el hombre tiene… la…

―¿La? ―Cassandra tomó otro sorbo de su vaso. Éste fue más largo que el anterior.

―La verga… si es que vamos a hablar con total franqueza. Si tienen la verga grande, una mujer podría disfrutar más.

―O podría ser doloroso.

―No fue mi caso… a ver, un poquito sí me dolió, al principio… ―de pronto Nélida se quedó callada.

―¿Qué pasa?

―Es que no sé qué tan específica me puedo poner con los detalles, para no desubicarme.

―A ver… veamos… ¿qué tal si lo explico yo? Porque creo que ya sé lo que me querés decir… cuando te metieron la verga, que era grande, te dolió un poquito al principio. Sin embargo una vez que la concha se te dilató bien, dejó de dolerte. ¿Qué fue lo que pasó después?

―Uf… no puedo creer que esas palabras hayan salido de una boquita tan dulce ―Cassandra sonrió, con simpatía, mostrando una vez más ese radiante halo de inocencia que la cubría.

―Te dije que estoy acostumbrada a tratar con casos relacionados al sexo. Y creo que mientras más tiempo pierdas intentando suavizar los detalles, menos progreso vamos a hacer.

―Eso es muy cierto. Así que… ¿puedo hablar con total franqueza?

―Sí.

―¿Aunque pueda ponerme algo vulgar?

―Si te ponés algo vulgar no va a ser un problema, sino todo lo contrario. Quiero que te sientas lo más cómoda posible al contarme estas cosas. Así que, te pregunto otra vez. Cuando uno de estos hombres, con la pija grande, te penetró… ¿qué sentiste?

―Uf… pija… esa es una palabra fuerte. Bien, ya entendí el mensaje. Puedo ser totalmente honesta y directa con este tema. Según los comentarios que escuché de mis amigas, cuando les metieron una verga grande en la concha… la pasaron genial. Disfrutaron un montón…

―¿Y vos?

―A mí no me pasó lo mismo. A ver, no me malinterpretes. Me gustó, y mucho… la verga la sentí casi contra el útero. Me dejó… ¡ah, ya fue! ¿Querías que sea directa? Allá voy… estos tipos, los tres… porque fueron tres los que tenían una verga grande, me dejaron con la concha bien abierta. Y eso… uf… me gustó mucho. Además se esmeraron bastante… en las tres ocasiones me cogieron durante un rato largo… más de una hora… metiéndome la pija sin parar. Así que nadie puede decir que soy una malcogida. Estos tipos me cogieron muy bien. Tan bien que al otro día ni me podía mover. ―Nélida soltó una risita, y bebió otro sorbo de limonada.

―¿Pero?

―Pero, a pesar de que disfruté de la penetración, todo el tiempo estuve pensando en que algo me molestaba… la cara del tipo, su barba, su voz, sus gemidos de ganso en celo…

Esta vez fue Cassandra la que se rió.

―Así que, a pesar de que disfrutaste de la parte más física del sexo, no terminaste del todo complacida.

―No, en ninguno de los tres casos. Con decirte que… ―hizo una pausa para beber de su vaso, y continuó―. Con decirte que me tuve que hacer una paja para poder acabar… las tres veces. Y sí, ya sé… estarás pensando: ¿Una mujer de su edad, y todavía se anda haciendo pajas? Pero en ese momento no vi otra alternativa.

―¿Qué tiene de malo que te hagas una paja?

―Y… porque es algo de pendejas con las hormonas alteradas.

―¿Cuando tenías dieciocho años te masturbabas mucho?

La pregunta tomó por sorpresa a Nélida, pero aún así respondió.

―Un poquito… pero no mucho. Fue más que nada para experimentar, quería descubrir si el sexo era tan maravillos como lo pintaban. Pero no me pareció gran cosa. La masturbación es otro de mis grandes fracasos, sinceramente creo que está sobreestimada.

―Y hoy en día… ¿lo hacés con frecuencia?

―No, para nada. Me parece una pérdida de tiempo. Aquellas veces, después del sexo, lo hice porque hasta me dio bronca no poder acabar. Conseguí llegar a algo similar a un “climax sexual”; pero si te soy sincera ni siquiera pude disfrutarlo.

―Por la frustración que sentías.

―Exacto ―Nélida tomó un largo sorbo de su vaso―. ¿Y usted, señora psicóloga? ¿Se hace la paja?

―Bastante ―Cassandra soltó una risita encantadora.

―¡Wow! ¿De verdad? Me cuesta mucho imaginarte haciéndolo.

―¿Y eso por qué?

―Porque sos psicóloga. Entiendo que las mujeres profesionales y adultas no andan toqueteándose frecuentemente.

―Bueno, yo soy una mujer adulta y profesional, y me hago una paja casi todos los días. Es mi forma de relajarme, de pasarla bien un ratito, de distraerme… de disfrutar. Porque siempre que me hago la paja, disfruto. Ya conozco bien mi cuerpo, conozco mis puntos de placer… sé cómo acariciarme el clítoris, sé cómo penetrarme con los dedos. También aprendí que me gusta gemir mientras lo hago, eso me excita.

Nélida volvió a sentir su boca seca. Una vez más tuvo que tomar de su vaso. Se dijo que tenía que frenar un poquito, de lo contrario acabaría borracha en plena terapia, y eso sería una vergüenza.

―Unos minutos atrás te hubiera creído incapaz de hacer una cosa así. ―dijo Nélida―. Pero ahora… con todos los detalles que diste… hasta me lo puedo imaginar.

―Imaginalo, porque es la pura verdad. Estoy siendo muy honesta con vos. Primero porque me caés bien, y por eso no me da vergüenza estar contándote estas cosas. Segundo, porque te quiero hacer una pregunta, y me gustaría que fueras totalmente honesta. ¿Con cuánta frecuencia te hacés la paja?

―Me cuesta mucho ser honesta con este tema. Lo considero algo muy privado… y vergonzoso.

―Entiendo, pero ahora mismo estamos en una sesión de terapia y todo lo que digas quedará entre nosotras. Justamente este es el espacio ideal para hablar de temas privados. Dijiste que para vos la masturbación es un fracaso… eso no significa que no lo intentes.

Nélida se mordió el labio inferior.

―Está bien. Voy a ser totalmente honesta, solo porque vos me contaste que lo hacés con frecuencia y eso hace que no me sienta tan culpable. Me hago la paja tanto como vos. Casi todos los días. Llego a mi casa, después de un largo día de clases, y lo primero que hago es desnudarme, tirarme a la cama para hacerme una paja. Me paso varios minutos con esa tarea, y a veces hasta llego a disfrutar. El problema es que casi nunca consigo acabar, normalmente termino frustrada. Se ve que no conozco tanto mi cuerpo como vos. O que directamente soy incapaz de disfrutar a pleno del sexo, aunque sea conmigo misma.

―¿Cuándo fue la última vez que lograste acabar?

―Uf… ya ni me acuerdo… fue hace meses. Varios meses.

―Sin embargo seguiste intentando…

―Sí, claro. Es más… emmm... esta mañana, antes de ir a trabajar, me hice una paja mientras me estaba duchando. Estuvo buena, no la consideraría un completo fracaso… pero cuando me di cuenta que no iba a conseguir llegar al orgasmo, la suspendí.

―Entiendo. Me parece bien que sigas intentándolo, que no abandones la oportunidad de disfrutar del sexo. Otra pregunta… antes de hacerte la paja ¿estás caliente? Es decir, ¿lo hacés cuando estás muy excitada o esperar calentarte en el proceso?

―No siempre. Muchas veces empiezo por mero aburrimiento, porque no tengo nada mejor que hacer. Me paso muchas horas en mi casa, completamente sola. Me aburro mucho. Aunque debo admitir que sí me caliento cuando me hago la paja. No soy de madera. Se me moja la concha, se me ponen duros los pezones… y empiezo a fantasear con escenas de sexo. Pero acabar… eso ya es otra cosa. ¿A vos no te pasa? Y quiero que seas honesta, no me vengas con mentiras para hacerme sentir mejor.

―La verdad es que no me pasa lo mismo que a vos, Nélida. Yo siempre acabo cuando me hago la paja. A no ser que me interrumpan. Admito que tuve muchas horas de práctica, y como te dije, aprendí a conocer bien mi propio cuerpo. Y no sólo el mío… aprendí a conocer el cuerpo femenino en general.

―¿Y eso qué quiere decir? ¿Estuviste en alguna de esas charlas de educación sexual?

―Sí, alguna vez… pero no me refería a eso.

―¿Entonces?

―A ver… yo te dije que no te iba a juzgar por tus creencias, y cumplí. ¿Vos me podés prometer lo mismo a mí?

―Sí, claro… no tengo intenciones de juzgarte.

―Bueno… entonces te comento que yo experimenté el sexo con otra mujer. ―La mandíbula de Nélida cayó, como si de repente pesara una tonelada―. Sí, así como te lo digo. Me acosté con una mujer.

―¿De verdad? ―La paciente tomó un buen sorbo de su vaso―. Me cuesta creerte.

―¿Y por qué te mentiría?

―No sé… como parte de alguna terapia rara, para que yo no odie a las lesbianas.

―A mí me importa poco si odiás a las lesbianas o no. Ese es asunto tuyo. Mi trabajo como terapeuta no es hacerte amar a todo el mundo, es lograr que vos te sientas sana y feliz. Lo que no quiero es que, después de contarte esto, pienses mal de mí… que pienses que no quiero ayudarte.

―No pensaría eso… pero igual, me cuesta mucho creer que estuviste en la cama con otra mujer.

―¿Por qué?

―Porque no parecés lesbiana.

―A ver, nunca dije que fuera lesbiana. Dije que tuve sexo con una mujer.

―Disculpame, pero para mí es exactamente lo mismo. No puedo verlo de otra manera. Y vos no parecés lesbiana.

―¿Y cómo debería verme para parecer una lesbiana?

―Menos femenina… más como una “marimacho”.

―No todas las lesbianas se ven así, Nélida. A tu edad ya deberías saberlo.

―No sé, la experiencia de vida que tengo me dice lo contrario. Vos sos una mujer muy femenina, muy sensual, muy atractiva. Debés tener miles de ofertas de hombres que quieren acostarse con vos. Me cuesta mucho imaginarte teniendo sexo con otra mujer. ¿Por qué lo harías?

―Mmmm… a ver…

Cassandra meditó durante unos segundos, luego se puso de pie y buscó algo en el cajón de su escritorio. Regresó con una tablet en mano. Ignoró su sillón, y fue a pararse junto a su paciente.

―A ver… haceme un lugarcito.

Nélida obedeció, se acomodó contra uno de los apoyabrazos, dando lugar a Cassandra. La psicóloga se sentó a su lado. Como el sillón no era lo suficientemente grande para las dos, estaban algo apretadas.

―¿Qué me vas a mostrar? ―Preguntó Nélida, llena de curiosidad.

―Ya vas a ver.

La pantalla de la tablet se encendió, con dedos rápidos Cassandra abrió una carpeta de la galería de imágenes. Luego una foto apareció, cubriendo toda la pantalla. Allí estaba ella, abrazada a una chica rubia, de ojos azules, tan bonita como ella; y con pechos aún más grandes.

―Ésta es la chica con la que me acosté ―aseguró la psicóloga.

―Con esa foto no me convencés de nada. Yo tengo fotos iguales con mis amigas. Por cierto, muy bonita la rubia. Es preciosa.

―Sí, lo sé… por eso me gustó tanto coger con ella. ―Cassandra pasó a la siguiente imagen, y allí se vio a las dos mujeres en corpiño, estaban tan juntas que sus caballos parecían mezclarse; el rojo intenso de Cassandra con el rubio de la otra mujer hacían parecer que las dos mujeres estaban en llamas. Una foto más, y ya se estaban besando en la boca, con sensualidad―. ¿Ves? Ésta es una mejor prueba…

―¿Un beso? Sos un poquito inocente, nena. Podré tener casi cuarenta años, pero yo también fui joven… cuando salía a bailar con mis amigas, a veces nos dábamos algún besito. En ocasiones era para alejar a algún chico medio molesto, haciéndole creer que éramos lesbianas. Otras veces, bueno… porque sabíamos que a algunos les calienta ver dos mujeres besándose. Vos ya no sos ninguna pendeja, tenés tus añitos, pero es lo mismo. Yo también besé a algunas amigas y no por eso me voy a considerar lesbiana.

―¿Y fueron besos muy profundos?

―Por lo general eran piquitos, o poco más. Nada muy serio.

―¿Y cuando no era el caso general?

―Bueno, recuerdo una vez, con una amiga que no veo desde hace años… ella estaba medio borracha. Cuando vinieron dos pibes a molestarnos, nosotras nos besamos y ella se emocionó un poquito. Me metió la lengua en la boca, me transó como si yo fuera el novio. Creo que con la borrachera que tenía, ni notó que yo era una mujer.

―¿Y vos cómo reaccionaste a eso?

―Le seguí el juego… como te dije, era joven. Además yo también estaba un poquito pasada de tragos. Hice lo mismo, le metí la lengua en la boca. Nos besamos durante un largo rato… todo el mundo nos miraba… y mientras más nos miraban, más divertido nos parecía. Más intensos se ponían nuestros besos; incluso llegamos a manosearnos el culo la una a la otra.

―¿Te acordás de cómo fueron esos toqueteos? Me refiero a si sus manos se limitaron solo a agarrar nalgas… o fueron por más.

Nélida mostró una sonrisa picarona, bebió de su vaso y después dijo:

―Hubo más. Teníamos las lenguas enroscadas entre sí, prácticamente nos estábamos lamiendo las bocas la una a la otra. Ella fue la primera en agarrarme el culo y yo, que la tenía abrazada, bajé las manos hasta encontrarme con sus nalgas. Las dos teníamos vestidos cortitos, de esos bien ceñidos al cuerpo. Dimos un lindo espectáculo esa noche, por suerte no había ningún conocido cerca. Nos agarramos las nalgas con fuerza, apretamos y empezamos a subirnos los vestidos. Creo que la que empezó primero con eso de subir el vestido fui yo. Sinceramente no sé por qué lo hice. Mi amiga me agarró una teta y yo, como no quería quedarme atrás, hice algo todavía más zarpado. Acerqué mis dedos al centro de sus nalgas y empecé a acariciarle la concha por arriba de la tanga.

―¿También vas a culpar al alcohol por eso?

―Al alcohol y a la situación. O sea, si la cosa no hubiera ido escalando de a poco, yo nunca la hubiera tocado así. Y el temita de tener público me dio mucho morbo. Era una pendeja inconsciente. Mi amiga, cuando yo llevaba un ratito acariciándole la concha, empezó a hacerme lo mismo. Y ahí… bueno, se me prendió fuego la cajeta. Puede que me estuviera tocando una mujer; pero yo venía con calentura de antes y al fin y al cabo el cuerpo reacciona al contacto físico. Ella me estaba pasando los dedos por toda la raya de la concha. Después de eso tuvimos que parar, porque los patovicas del boliche ya nos estaban mirando mal y teníamos miedo de que nos echen, por estar dando semejante espectáculo.

―¿Y qué pensás acerca de esa situación?

―No le doy mucha importancia ―dijo Nélida, encogiéndose de hombros―. Éramos jóvenes y estábamos borrachas. Si algo como esto me hubiera pasado ayer, estaría muerta de la vergüenza… pero tenía unos… veinte años. En ese momento me lo tomé como una pequeña broma.

―Pero no te disgustó besar a una mujer, de forma tan pasional.

―No, porque no lo vi como un acto lésbico ―aseguró Nélida―. Para mí fue una broma, ya te lo dije.

―Entiendo. Así que besar a una chica no te hace lesbiana.

―No, entre amigas existe un poquito de confianza. A mí esa foto no me prueba nada.

―Bien, entonces tendré que buscar otra. ―En esta ocasión Cassandra se detuvo en una foto en la que la rubia ya no tenía corpiño, y se podían ver a la perfección sus grandes tetas de pezones rosados. Siguió por la galería hasta que encontró la foto que buscaba: en pantalla se podía ver a Cassandra agarrando una de las tetas de su amiga, con un pezón dentro de la boca―. ¿Ésto también lo hiciste con tu amiga?

―Admito que eso ya me parece un poquito más zarpado. Pero sí, reconozco que alguna vez le chupé los pezones a una amiga… y ella a mí.

―¿Y cómo pasó eso? ¿Fue con la misma chica del beso?

―No, fue con otra… ésta se llamaba Sandra, y fue por una apuesta… una boludez. Yo quería que ella me diera vía libre para salir con un chico que me gustaba… y que a ella le parecía lindo. No quería andar compitiendo. Entonces me dijo: “Te lo regaló si me chupás las tetas”. Claro, al principio fue una simple broma, pero después se convirtió en un desafío… uno que no estaba dispuesta a perder. Ella era medio tetona… más o menos como vos. Le agarré una teta, y sin miedo, le empecé a chupar el pezón. Y se lo chupé fuerte… como para mostrarle lo decidida que estaba. Para más inri, después de un ratito, le chupé el otro pezón.

―¿Lo hiciste durante mucho tiempo?

―No sé… bah, sí, a mí me pareció mucho tiempo. Fueron como dos o tres minutos con cada pezón.

―Ah… fue bastante… tres minutos es lo que dura una canción.

―Como te dije, estaba decidida a ganar.

―¿Y ella te chupó las tetas a vos?

―Sí… pero eso fue le hice otra apuesta. Le dije que si se animaba a chuparme las tetas, entonces yo iba a pagar los tragos de la noche. Y como ya te habrás dado cuenta, se animó. Me sacó la blusa… vos ya viste que las tetas no me sobran, pero tampoco me faltan. Sandra se prendió a uno de mis pezones, y me lo chupó con las mismas ganas que yo lo hice con ella… y más o menos la misma cantidad de tiempo. Y no se conformó con una, sino que después me chupó la otra teta. Lo peor es que esa noche, cuando ya estábamos volviendo a casa, con el chico éste en cuestión, ella, como estaba medio borracha, se puso a contarle cómo yo le chupé las tetas. ¡Me quería morir! Para colmo se ve que al chico le calentó la situación, y nos suplicó que la repitiéramos.

―¿Y se animaron a hacerlo?

―Sí, porque… yo tenía muchas ganas de coger con él… lo quería bien caliente. Si eso lo iba a ayudar a que se le pusiera dura, estaba dispuesta a hacerlo. Llegamos a mi casa, no había nadie, y ahí nomás Sandra peló las tetas. Yo me mandé de una a chuparselas… para colmo lo hice con más sensualidad, para calentar al pibe. Mientras chupaba una, le acariciaba el pezón de la otra… y después cambiaba. Sandra tenía los pezones muy suaves, cosa que agradecí… no sé si me hubiera gustado chupar un pezón más rugoso. La estrategia funcionó a la perfección, el pibe se calentó. Tanto que ahí nomás me levantó el vestido, y me clavó la verga…

―¿Y vos lo dejaste?

―¡Sí! O sea, yo estaba tan caliente que no me importó mucho que Sandra estuviera presente. Es más, cuando él empezó a meterme la verga, que era de buen tamaño, por cierto… me dijo al oído: “Seguí chupándole las tetas, que me encanta”. Yo ya había tenido experiencias sexuales fallidas, y en esta ocasión la estaba pasando bien, por primera vez. No iba a desperdiciar la oportunidad, así que sin pudor, seguí lamiéndole los pezones a mi amiga… y de vez en cuando le di fuertes chupones. Él me metía la verga cada vez más fuerte, y mi calentura iba en aumento. ¿Me estoy zarpando mucho al contarte esto? ―Preguntó Nélida, que sentía su cuerpo acalorado. Le echó la culpa al vodka y a que Cassandra tenía su cuerpo demasiado cerca del de ella, y estaban en pleno verano.

―Vas muy bien, Nélida. Quiero que me sigas contando todo, sin omitir detalles. Si tu problema es sobre sexo, entonces considero que lo mejor es hablar de este tema a fondo.

―Bien, entonces sigo. El chico quería seguir disfrutando de su fantasía erótica, y yo quería seguir disfrutando de su verga. Por eso no me negué cuando sugirió que fuera Sandra la que me chupara las tetas a mí. Por suerte ella es una gran amiga, y no me abandonó. Se la jugó por mí. Me sacó la blusa y enseguida se prendió de una de mis tetas. El pibe se puso como loco, me agarró fuerte de la cintura y empezó a clavarme con mucha potencia… yo tenía toda la concha mojada. Sandra hizo algo que me tomó por sorpresa. Dejó mi teta y se mandó directamente a mi boca. Me besó con mucha pasión, yo estuve a punto de apartarme, pero justo en ese momento el pibe dijo que le calentaba mucho ver cómo nos besábamos. Así que hice todo lo contrario, le agarré los pelos a mi amiga y empecé a comerle la boca. Como sabía que el pibe iba a pedir más estímulo, tomé la iniciativa; volví a chuparle las tetas a mi amiga… y te aseguro que valía totalmente la pena. Tenía la concha muy abierta, y esa pija no paraba de castigarme. Como me di cuenta que mientras más chupaba, él más se emocionaba, le puse más onda a las lamidas a los pezones. Me prendí de uno y empecé a succionar con fuerza, y estuve así un buen rato.

―¿Pasó algo más?

―Sí… en un momento me asusté un poco, porque Sandra se puso de rodillas delante mío. Te juro que pensé que me iba a chupar la concha, pero por suerte no fue así. El pibe entendió perfectamente lo que ella quería. Sacó la verga de mi concha, y se la ofreció a ella. O sea, estando yo en el medio, con la verga entre las piernas. Sandra empezó a chupársela con ganas… no me puse celosa, para mí el pibe no significaba más que una o dos cogidas. Ella me había ayudado mucho, así que se merecía disfrutar un poquito. Y te cuento otra cosita… pero no la malinterpretes.

―Decime.

―Como mi concha estaba muy cerca de la verga, y no había tanto espacio para que Sandra pudiera chuparla, a veces su lengua terminaba, por error, pasando por mi concha. Pero aclaró que no lo hizo a propósito, ella después me contó que era inevitable, porque no tenía lugar. Así que, la pobre, para disfrutar de la verga, tuvo que aguantarse el sabor de mi concha. Para colmo yo se la compliqué todavía más, porque no dejaba de moverme… quería frotar la concha por esa verga, y cuando me mandaba para adelante, a veces terminaba con la lengua de mi amiga en el clítoris… o directamente dentro del agujero. La pobrecita solamente se podía reír cada vez que pasaba ésto. Después de un rato al pibe se le ocurrió levantarme una pierna, y fue mi amiga la que acomodó la verga para que me entrara bien en la concha. Ella se quedó ahí, chupándole los huevos al pibe, mientras yo subía y bajaba por todo ese falo. Volvió a pasar lo mismo, inevitablemente la lengua de mi amiga a veces terminaba muy cerca de mi concha. A ver, no quiero que ésto suene a lésbico ni nada de eso… si bien ella lo hacía sin querer, no dejaba de ser una lengua pasando por mi clítoris. Se empezó a sentir bien. A pesar de que esa no fuera la intención de Sandra, era algo que acompañaba perfecto la cogida que me estaba dando ese pibe. Y bueno, admito que un poquito me aproveché de la situación, cuando la lengua de mi amiga estuvo en mi clítoris, yo apreté su cabeza, como para que se quedara ahí… ella siguió lamiendo, porque imagino que todavía podía alcanzar la verga, pero te aseguro que fue más lo que me lamió a mí.

―¿Y no se te hizo raro estar disfrutando del sexo mientras una mujer te lamía el clítoris?

―Sí, muy raro… pero en ese momento estaba tan caliente, que no me importó. Además, como te dije, no pensé en que ella fuera mujer. Para mí era sólo una lengua activa, que me daba placer. Si hubiera sido un hombre me hubiera gustado mucho más.

―¿Y Sandra? ¿Cómo se tomó tu actitud? Porque si no es lesbiana, pudo haberle molestado…

―Totalmente. Es más, yo pensé que me iba a odiar por lo que hice… si la situación hubiera sido al revés… si yo me hubiera quedado con la boca en su concha, me hubiera enojado mucho. Pero ella, según lo que me dijo después, lo comprendió de otra manera. Ella vio que yo la estaba pasando muy bien, y no quiso arruinarme el momento, así que se la bancó. Pobrecita, me da pena, a mí me hubiera dado mucho asco. En ese momento hizo algo que me sorprendió… no sólo me pasó la lengua por el clítoris, sino que empezó a succionarlo… de la misma forma en que lo había hecho con mis pezones. Obviamente yo me excité, una chupada en el clítoris puede ser muy placentera, además tenía esa verga que no dejaba de entrar y salir de mi concha. Yo, de la calentura, le pedí que siguiera. Ella después me explicó que hizo eso para darme a entender que no estaba enojada conmigo, y siguió porque yo se lo pedí. Miré para abajo… la vi a los ojos, ella estaba un poquito desconcertada, pero no dejaba de mover la boquita… me estaba dando una chupada en el clítoris como nunca me la habían dado. Después de estar así un ratito, a mí me empezó a cansar la posición, porque tenía que hacer mucha fuerza con una sola pierna… así que le pedí al pibe que cambiáramos un poco. Cuando me aparté, Sandra, demostrando que de lesbiana no tenía nada, se mandó a chupar la pija como una profesional. Era impresionante cómo tragaba ese pedazo, y la forma en que movía su boca. Se notaba que tenía experiencia y talento. El problema fue que el pibe se quedó sin aguante, y le acabó en toda la cara a Sandra. A ella no le molestó en lo más mínimo, se quedó con la cara ahí, masturbándolo, recibiendo todo el semen con mucho gusto. Después la cosa se puso un poquito más rara… porque cuando ella se paró, lo primero que hizo fue besarme en la boca. Claro, la tenía llena de leche… y se me prendió de tal manera, que no me quedó más alternativa que tragarla. Eso no me molestó, ya me habían eyaculado en la boca en un par de ocasiones. Lo raro fue que, entre las dos, empezamos a lamernos toda la cara, compartiendo ese semen. Incluso le chupé las tetas, porque ahí también tenía…

―Pero sólo lo hiciste por el semen.

―Claro, y para seguir causándole buena impresión al pibe. Después de eso ya se terminó todo. Él se fue a su casa, y nosotras nos fuimos a dormir, no sin antes habernos lavado bien. Fue la experiencia sexual más rara de mi vida, y una de las que más disfruté… ese pibe sí que me cogió bien. Pero no llegué al orgasmo, porque él acabó antes.

En ese instante sonó un pitido en el celular de Cassandra, estaba sobre la mesita ratona.

―Perdón ―dijo la psicóloga, poniéndose de pie―. Ese debe ser un mensaje de mi amiga… un segundito.

Cuando Cassandra se agachó, para ver la pantalla de su celular, todo su culo quedó a pocos centímetros de la cara de Nélida. La paciente sonrió nerviosa al ver cómo el vestido de la terapeuta se había levantado. Las redondas nalgas de Tatiana presentaban una visión casi obscena, porque apenas si había una pequeña línea de tanga que cubría el centro, y un triangulito de tela le apretaba tanto la vulva que se podía notar a la perfección la división de sus labios vaginales. Ésto duró solo unos segundos, luego Cassandra volvió a sentarse junto a Nélida.

―Mi amiga me acaba de avisar que se suspende lo de esta noche, así que no vamos a ninguna parte.

―Ay, qué lástima… con lo bien que te arreglaste. Pero che, dejame decirte una cosa… tené más cuidado cuando te agaches con ese vestido… te vi hasta el apellido.

―¡Ay, qué vergüenza! ¿Se me vio mucho?

―Todo el culo… toda la concha… una imagen muy explícita, nena. Lo único que te salvó un poquito fue esa tanga… que no es muy grande que digamos.

―¡Perdón, Nélida! Fue sin querer, no estoy acostumbrada a usar estos vestidos. Te debe haber incomodado verme así...

―Todo bien, no pasa nada. Al menos conocí un ángulo de vos que no esperaba ver ―Cassandra soltó una risita. Nélida prosiguió―. Tengo que reconocer que sos una mujer preciosa, cualquier hombre se hubiera vuelto loco al verte así... con el culo entangado...

―Muchas gracias.

―¿Y qué pasó con tu amiga?

―No estoy segura, pero me dijo que no era nada grave. Sin embargo lo de esta noche no va a poder ser... pero bueno, eso no es tan malo. Tu horario de consulta ya terminó, pero si querés te podés quedar un rato más, así seguimos charlando. Por el costo no te preocupes, no va a haber cargo extra.

―Me encantaría quedarme, pero no te quiero molestar...

―No me molestás, Nélida, para nada. Además es la primera vez que te veo tan suelta al momento de contar algo. Creo que todavía nos queda mucho por conversar, y lo mejor va a ser que aprovechemos ahora.

Nélida podía sentir el calor que provenía del cuerpo de Cassandra, que estaba tan cerca de ella. Se fijó en la pantalla de la tablet y allí vio a su psicóloga chupando una teta, mientras exploraba dentro de la tanga de la rubia.

―Está bien, me quedo.