Cassandra - Terapia Lésbica [01].

Cassandra Donati es psicóloga y se sumergirá en la tarea de tratar con una paciente que se siente incapaz de disfrutar del sexo.

Capítulo 1.

Cassandra Donati abrió la puerta y recibió a su nueva paciente. Frente a ella se encontraba una mujer de unos cuarenta años, con grandes anteojos oscuros y un sencillo vestido de verano, con rosas estampadas. La terapeuta mostró una sonrisa ensayada, pero amable. La recién llegada saludó con un “Hola” seco y sin gracia. Cassandra se hizo a un lado, invitándola a pasar, y le indicó que tomara asiento.

La paciente miró los dos grandes sillones de cuerina blanca como si fueran las camillas de un hospital psiquiátrico. Estaban enfrentados y eran idénticos, en cada uno de ellos cabrían al menos cuatro personas.

La psicóloga notó su nueva paciente dudaba, como si ninguna de las dos opciones la convenciera; por eso le dijo:

―Si querés podés sentarte en alguno de los sillones más chicos, los que están allá.

Señaló dos sillones individuales, situados unos dos metros de los más grandes. Éstos también estaban enfrentados y eran idénticamente blancos, pero al ser más pequeños se sentían más personales. La paciente optó por uno de esos. Cassandra se sentó en el otro.

―¿No te estás olvidando de algo? ―Preguntó la mujer, al ver a su joven psicóloga sentarse.

―¿Algo como qué? Em… ¿te gustaría tomar algo?

―No… bueno… sí, si tenés algo fresco… que no sea agua.

―Tengo limonada.

―¿De sobre o casera?

―Emm… de sobre. Pero también tengo limones…

―Prefiero los limones. No me gustan los jugos que vienen en sobre. ¿Quién sabe la cantidad de porquerías químicas que deben tener?

―Bueno, voy a preparar el jugo… pero antes decime ¿qué es lo que me estoy olvidando?

―De tu libreta. O una grabadora… no sé, los psicólogos siempre las usan.

―No todos, yo no tomo notas, ni grabo mis sesiones. Confío en mi memoria.

―Eso lo dirás ahora, que sos jovencita. Seguramente tuviste pocos pacientes. Cuando tengas más, te va a explotar la cabeza.

―No soy tan joven, tengo casi cuarenta años. ―Esto sorprendió a la paciente, como si no pudiera creer que esa mujer esbelta, que no tenía ni una pequeña arruga en el rostro, ya estuviera pisando los cuarenta―. Tuve más pacientes de los que te imaginás, y la memoria nunca me falló. Al menos no de alguna forma que pudiera perjudicar una sesión.

―¿Segura? ¿No lo dirás para impresionarme? ―La mujer analizó a la psicóloga, mientras se quitaba los anteojos de sol. Le pareció una mujer muy bonita, con cierto aire de grandeza. Supuso que debía ser una mujer muy severa y profesional; pero de todas formas decidió ponerla a prueba―. Te noto poco curtida.

―No seré la más experimentada entre mis colegas, pero llevo años ejerciendo esta profesión. Terminé la carrera en poco tiempo. Además doy clases de psicología en la universidad. Pero no puedo hacer nada si sentís que no soy la terapeuta apropiada para vos. Si querés puedo ponerme en contacto con alguien… y derivarte.

―No, dejá. No va a ser necesario. Ya tuve terapias con viejos que se creen Freud, y no me sirvió de nada. Todo el tiempo hablando de mis padres, y de mi infancia. Eso no me solucionó ninguno de los problemas que tengo hoy en día. Vamos a probar algo diferente… ¿por qué no? ―La mujer sonrió por primera vez desde que entró; pero no había alegría en sus labios.

―Perfecto. Bueno, voy a preparar el jugo de limones. No me tardo.

Cassandra salió del consultorio, meneando suavemente las caderas, cubiertas por una pollera gris que se ceñía firmemente a sus pronunciadas curvas. La paciente la siguió con la mirada y se preguntó qué pensarían los pacientes masculinos al ver una psicóloga con tan buena figura. Antes de que ella pudiera empezar a aburrirse, Cassandra reapareció con una jarra llena de agua fría y un bol con limones.

―¿Lo vas a preparar acá? ―Preguntó la paciente.

―Sí, para que no pierdas el tiempo. Mientras yo me encargo de ésto, vos podés contarme qué te trajo hasta acá. Y de paso me podés decir tu nombre.

Dejó la jarra de vidrio sobre un escritorio situado pocos metros detrás de uno de los sofás, y empezó a cortar un limón. La mujer se puso de pie, y se acercó, como si quisiera ver la preparación del jugo con sus propios ojos.

―Me llamo Nélida. Soy soltera y tengo treinta y nueve años. ―Le dio un poco de envidia decir su edad, porque a ella sus “casi cuarenta” se le notaban más. Incluso le irritó pensar que tal vez Cassandra tuviera la misma edad que ella. Ya tenía algunas tenues arrugas en la comisura de sus labios y debía teñirse el pelo para combatir las canas. Lo que la tranquilizó un poco fue que la psicóloga tenía el pelo de un rojo intenso, que no parecía natural. Tal vez ella también estaba en guerra contra las canas… o solo le gustaba teñirse de rojo porque eso la hacía más llamativa, en combinación con sus ojos verdes―. Me dedico a la docencia; soy profesora de matemática, en una universidad. ¿Necesitás algún otro dato más?

―¿Datos? No… ―Cassandra levantó la cabeza y se encontró con los ojos de su paciente. Nélida tenía severidad en la mirada, esos vigoroso ojos marrones parecían duros en la superficie, pero brillaban con una tenue fragilidad―. Lo que necesito es que me hables de vos.

―¿Querrás decir que te hable de mis problemas? Porque es lo único que a los psicólogos les interesa oír.

―Tenés muchos prejuicios con los psicólogos. A mí todavía no me conocés, no saques conclusiones antes de tiempo. No soy como los demás terapeutas que conociste, eso te lo aseguro. Si no querés hablar de tus problemas, entonces podés contarme algo que te haga bien, algo que te guste… alguna cosita linda que te haya pasado en la semana… o en lo que va del mes. Lo que se te ocurra. ―Con sus manos exprimió los gajos del primer limón, dejando caer el jugo en la jarra.

―Mmmm… ―Nélida meditó unos segundos, mientras Cassandra comenzaba a cortar el segundo limón―. No sabría qué contarte. Mi vida es muy rutinaria.

―¿Y considerás que eso es algo bueno o malo?

―Hay días en los que pienso que es algo bueno. Me gusta tener cierto control en mi vida, saber que no me voy a encontrar con sorpresas. Pero otras veces siento la rutina un poco… aburrida. Es como si todos los años empezara otra vez mi “ciclo de vida”. Ver alumnos, dictar los mismos temas para la misma materia, tomar exámenes, corregirlos. Aprobar a algunos, aplazar a otros… y empezar otra vez con lo mismo, al año siguiente.

―¿Y cuándo fue la última vez que tu rutina se rompió? ―Cassandra exprimió los gajos del segundo limón, y luego los dejó caer dentro del agua.

―Mmmm… creo que fue hace un poco más de un año. Cuando conocí a Héctor. Un buen tipo.

―¿Y qué pasó con Héctor?

―Lo mismo que me pasó con todos los hombres que conocí. Al principio me despiertan interés y creo que voy a vivir una buena relación, a disfrutarla. Generalmente son buenos tipos. Todo marcha bien hasta que…

―¿Hasta qué? ―La psicóloga empezó a cortar el tercer y último limón.

―Hasta que llega el sexo.

―¿Y qué pasa durante el acto sexual?

Nélida soltó una risita burlona.

―¿Ves? Igual que los demás psicólogos. Cuando escuchan la palabra “sexo” enseguida adoptan un aire de superioridad, como si fuera un tema ajeno a ellos. Algo que solo afecta a los simples mortales.

―Te dije que no saques conclusiones apresuradas conmigo. Lo pregunté porque no sé a qué te referís específicamente. Durante el sexo pueden pasar miles de cosas, y no tengo idea de lo que pasó con Héctor.

Nélida la miró con cierta incomodidad. Nunca había tratado con un psicólogo que fuera tan desafiante. Estaba acostumbrada a que los terapeutas adoptaran la posición menos conflictiva posible; pero Cassandra parecía no tener miedo a un enfrentamiento verbal con sus pacientes.

La psicóloga exprimió los gajos de limón y los dejó caer en la jarra. Buscó dos vasos en un mueble que estaba a pocos metros del escritorio, y los llenó de limonada. Se los ofreció a Nélida y juntas volvieron a los sillones. La jarra quedó en una pequeña mesa ratona que estaba junto a ellos.

―Está bien ―dijo Nélida, después de tomar un sorbo de su vaso―. Me refiero a la limonada. Está bastante bien.

―Gracias ―respondió Cassandra, sin entusiasmo.

―Te voy a contar lo que pasó con Héctor, sólo para poder acelerar un poquito el trámite. De todas formas en algún momento te lo iba a tener que contar. Cuando estuve con él, en la cama… me aburrí. Juro que me aburrí. ¿Cuántas mujeres se aburren en pleno acto sexual?

―Más de las que te imaginás. ¿Te pareció un hombre poco excitante?

―No lo creo… era un tipo lindo. Además, no sólo me pasó esto con él. Sino con mis parejas anteriores. Pensé, como tantas otras veces, que con Héctor sería diferente; pero no fue así. Él me llamó mil veces pidiéndome explicaciones, pero no pude darle ninguna. Sé que el problema no es él. Soy yo. Por eso intenté varias veces con la terapia.

―Y no estarías acá, una vez más en terapia, si no se tratase de un problema importante para vos.

―Muy perspicaz. ―Tomó otro sorbo de limonada―. Pero sinceramente no sé qué hago acá, sé que mi problema no tiene solución. La triste realidad es que el sexo me aburre. No me interesa en lo más mínimo.

―Pero te gustaría que no fuera así…

―Tal vez… qué se yo. Escuché tanta gente decir que el sexo es algo tan maravilloso… me gustaría poder entenderlos, al menos por una vez en la vida. Pero cada vez que me hablan de lo bueno que es el sexo, yo pienso que en realidad está sobrevalorado. ¿Vos qué postura tenés al respecto? ¿Creés que es tan bueno como dicen, o la gente exagera?

―El sexo tiene sus cosas buenas.

―Já. “Tiene sus cosas buenas”. ¿Esa es tu mejor respuesta? ―Nélida miró a Cassandra con frialdad, pero la sonrisa no se difuminó de la cara de la psicóloga―. Eso me pasa por preguntarle a un robot.

―¿Te parezco un robot?

―Un poquito. Parecés muy fría y calculadora. Como si fueras una máquina. Hasta tu forma de vestir me indica eso. Es super pulcra… y estirada. Aunque admito que me sorprende un poco que te vistas así.

―¿Por qué?

―Porque sos delgada, y a la vez voluptuosa. Entonces si usás ropa tan ajustada llamás mucho la atención. ¿No deberías usar ropa más holgada frente a tus pacientes? Tus pechos parecen a punto de hacer explotar esa camisa.

―Vos lo dijiste, soy pulcra. Metódica. Me gusta vestirme de esta manera.

―¿Sos muy rígida con tus métodos?

―Tal vez… pero mis métodos no son los que acostumbran usar la mayoría de los psicólogos. Al principio fue difícil, porque siempre aparenté tener menos años, y me veían como una jovencita sin experiencia...

―Esa es una buena particularidad. A mí se me notan todos y cada uno de los treinta y nueve años que tengo.

―No lo creo, si no me hubieras dicho tu edad, hubiera pensado que sos más joven que yo ―Nélida no pudo evitar sonreír ante el halago―. Pero bueno, ya no soy la joven inexperta que era cuando terminé la carrera.

―Me quedé pensando algo… para haber hecho la carrera tan rápido, y además tener “años de experiencia en clínica”, te habrás pasado todo el día encerrada y trabajando. Yo vengo con un problema sexual, y no creo que vos tengas experiencia en ese asunto. Sos una mujer muy hermosa y llamativa, eso no lo discuto; pero, como te dije antes, parecés un robot. Como si todo en tu vida sea tratar con pacientes… de forma metódica.

―Traté muchas personas con problemas sexuales.

―No me estás entendiendo, Cassandra ¿Ese es tu nombre, cierto? ―dijo Nélida, con altanería―. Me refiero a que no tendrás experiencia en el sexo. Tenés pinta de ser frígida, habrás cogido muy poco en tu vida. ―La psicóloga permaneció en silencio, con su gélida sonrisa―. No me atrevería a decir que sos virgen, sólo por la edad que tenés… pero si no es así, pasa raspando.

―¿Y que yo no tenga experiencia en sexo, sería un problema para el tratamiento?

―Por supuesto. ¿Cómo me podés ayudar con un problema sexual, si no sabés lo que es coger?

―Podrías llegar a sorprenderte… soy buena psicóloga.

―Pero aunque seas la mejor del mundo. Yo tengo un problema concreto. Empecé terapia con vos, porque sos mujer. Pero creí que ibas a ser un poquito más humana… con más experiencia en el asunto. Pero parece que viviste tu vida dentro de este consultorio.

―No lo voy a negar, paso mucho tiempo en el consultorio. ¿Qué sería “tener mucha experiencia”, según tus parámetros? ¿Considerás que vos sí tenés mucha experiencia en el sexo?

―Yo no la tengo, desde ya te lo aseguro. Pero acá soy la paciente, no la terapeuta. No sé qué sería exactamente “mucha” experiencia. Qué se yo… haber tenido una pareja estable, durante un par de años. Algo así.

―Bueno, entonces sí sería mi caso. Tuve al menos una pareja, durante un par de años.

―Ah, bien… eso me sorprende. ¿Y eran sexualmente activos?

―Bastante.

―¡Já! Picarona… y yo que creía que eras una máquina. ―La sonrisa de Cassandra se volvió aún más desafiante―. Entonces tal vez sí tengas esa experiencia necesaria. ¿Vos la pasabas bien?

―Sí, muy bien. No creo que el sexo esté sobrevalorado, como vos decís. Creo que te faltó algo para poder disfrutarlo.

―Básicamente me estás diciendo que el problema soy yo.

―Tal vez… pero parece que eso ya lo tenías asumido desde antes de entrar a mi consultorio.

―Auch… eso dolió. Sos muy cruel para ser tan linda. Ojo, digo “linda” en el sentido de que tenés cierto… encanto femenino. No me malinterpretes.

―No te malinterpreto, quedate tranquila. Y gracias por eso.

―¿Por decir que sos linda, o por decir que sos cruel?

―Por lo linda. Yo no intento ser cruel con vos. Sólo busco ser sincera, para poder ayudarte mejor.

―Entonces… sinceramente… ¿qué creés que me pasa?

―Imposible saberlo ahora mismo. El sexo es algo muy complejo, tanto como lo es la mente humana. Tengo que conocerte mejor antes de poder sacar una conclusión. Ésto podría llevar varias sesiones. Por eso necesito que me hables de vos.

―Espero obtener mejores resultados esta vez, porque esto de ir al psicólogo a contar mis problemas, y salir con las manos vacías… ya se está volviendo parte de mi rutina.

Nélida empezó a contarle a su terapeuta distintos aspectos de su vida. Detalles de su entorno familiar, su vida laboral, sus relaciones de amistad. Se pasó varios minutos quejándose que lo mal que podía pasarla durante las clases, porque los alumnos parecían odiar matemáticas; y a veces se frustraba al ver que tantos aplazaban la materia. Además, en ciertas ocasiones, algunos alumnos le habían hecho comentarios subidos de tono.

―Explicame mejor acerca de esos comentarios “subidos de tono”, ―pidió Cassandra.

―No siempre me pasa, porque la mayoría de mis alumnos saben ubicarse. A ver… yo reconozco que soy una mujer con cierto atractivo físico. ¿Vas a pensar que soy una egocéntrica por decirlo?

―No, para nada. Es cierto, sos una mujer atractiva. Si pasás muchas horas frente a alumnos universitarios, es esperable que más de uno se fije en vos, como mujer.

―Bueno, gracias. Se que no soy una mujer despampanante, pero tengo lo mío ―Nélida poseía un cuerpo estilizado, con sutiles curvas. Nada muy exagerado, o muy vulgar, pero todo en el lugar en el que tenía que estar, aún a sus treinta y nueve años. Se preocupaba por su apariencia, le gustaba cortarse el pelo al menos una vez al mes. Llevaba un corte carré, más largo del lado derecho que del izquierdo. El tener el pelo negro, tan lacio y prolijo, la hacía parecer incluso más severa―. A mí me da la impresión de que parezco una mujer dura y fría, más cuando estoy enseñando matemáticas. Creo que por eso muchos hombres evitan acercarse a mí. Pero bueno, de vez en cuando hay algunos que lo intentan. Hubo alumnos que me han invitado a salir, algunos lo pidieron de forma tan amable que casi les digo que sí… pero nunca acepté. Otros no fueron tan sutiles. Me llegaron a decir cosas como: “Esta noche vení a mi casa y te doy la cogida de tu vida”.

―Eso es bastante fuerte, especialmente viniendo de uno de tus alumnos.

―Sí, yo me quedé helada. También recuerdo que hubo otro que directamente me tocó el culo y en el oído me dijo: “Cómo te rompería el orto, putita”. Por suerte no había nadie más en el salón, sino me hubiera muerto de la vergüenza.

―¿Te molestó que te dijera eso?

―¡Claro! ¿Cómo no va a molestarme?

―Está bien. Entonces me imagino que te alejaste de él.

―Sí, claro. Lo eché del salón y le dije que si volvía a ponerme una mano encima, lo iba a denunciar. Le conté esto a una compañera, sin darle el nombre del alumno. Yo sé que la gente habla de mí en la universidad, y algunos de esos rumores llegan a mis oídos. Se creó una especie de aura a mi alrededor, y los alumnos empezaron a tenerme más miedo.

―¿No volviste a recibir ese tipo de halagos?

―De ese estilo, no. Hubo halagos, pero fueron mucho más amables. Como si tuvieran miedo de decirme algo que me molestara. Tal vez piensen que en serio los voy a terminar denunciando.

―¿Y no es así?

―A ver… si se pasan demasiado, obvio que sí. Pero no voy a denunciar a un alumno porque me toque el culo. No soy tan arpía.

Siguieron hablando de temas relacionados a la docencia, en los que Nélida se entretuvo bastante.Unos minutos más tarde Cassandra miró el reloj de pared y dijo:

―Tu sesión ya está terminando.

―Ya veo. Entonces, ¿algún consejo que me quieras dar?

―No soy consejera, soy psicóloga. Yo no te puedo decir qué hacer con tu vida.

―Sí, eso ya lo sé. Me lo repitieron mil veces mis psicólogos anteriores. Pero te lo digo como mujer, no como paciente. Si fueras mi amiga, ¿qué me aconsejarías?

―Mmm… no suelo tomarme estas libertades, pero voy a hacer una excepción. Todavía no sé mucho de tu vida, pero sí te podría aconsejar que cambies dos cositas. Eso podría ayudarte a reconducir un poco tu vida, o al menos a estar un poquito mejor.

―Te escucho.

―La primera: intentá romper un poco con la rutina. No te voy a decir cómo, eso depende de vos. Al menos tomalo como un ejercicio. Intentá generar algún cambio en vos, para que tu semana sea un poquito diferente. Después veremos qué tal funciona eso.

―Tomo nota. ¿Y qué sería lo segundo?

―Lo segundo es más difícil, pero confío en que vas a poder lograrlo, si te lo proponés. Entendí que tus alumnos te tienen cierto rechazo y miedo. ―Nélida asintió con la cabeza―. Intentá llevarte un poco mejor con tus alumnos. Mostrate un poco más alegre y simpática con ellos. Sé que la rutina de dar siempre los mismos temas, año tras año, puede ser algo agotador. Pero por esta semana intentá hacer de cuenta que vas a dar clases por primera vez. Ponele ganas.

―¿Al menos por esta semana?

―Sí, en la sesión que viene vamos a hablar de esto. A ver qué tal te funcionó. Pero estaría bueno que hicieras el esfuerzo, al menos durante estos días.

―Está bien, te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo.

Cassandra se despidió de su nueva paciente. Concretaron que la próxima sesión sería a la misma hora, y el próximo viernes.


Pasó una semana y Nélida volvió al consultorio. Llevaba puesto un vestido negro, ceñido al cuerpo, que la hacía parecer más joven.

―Hola, Nélida ―saludó Cassandra, con tono neutral―. Estás muy linda el día de hoy.

―¿Acaso la última vez no lo estaba?

―Sí, claro… pero el vestido que tenías la semana pasada era más casual. A éste lo veo un poquito más… atrevido. Te marca muy bien la figura. ―Cerró la puerta e hizo pasar a su paciente. Le señaló los mismos sillones que habían usado la última vez―. Tomá asiento. Esta vez ya tengo la jarra de limonada preparada.

―Ya veo. ―La jarra en cuestión estaba sobre la mesa ratona―. Qué atenta, eso me gusta. Veo que sí tenés buena memoria.

―Pasó solamente una semana. ―Se sentaron y Cassandra llenó un vaso con limonada―. Contame… ¿por qué estás usando ese vestido en particular?

―Me pediste que hiciera un pequeño cambio en mi rutina. Lo primero que se me ocurrió fue comprar algo de ropa nueva… algo un poquito más atrevido. ―Cuando Nélida cruzó sus piernas, el vestido se subió hasta superar la mitad de sus muslos―. Te aseguro que mis alumnos también notaron ese cambio. No faltó el desubicado que me halagara el culo.

―¿Y cómo te hizo sentir eso?

―No sé… a ver, en parte me alegra que la gente me siga considerando atractiva. Pero cuando un par de mis alumnos me halagaron, no sentí nada.

―¿Es porque son muy jóvenes? ¿O sólo porque son tus alumnos?

―No sabría decirte. ―Tomó un buen sorbo de limonada―. Creo que el problema fue que lo dijeron de forma demasiado amable, con miedo. Entonces no parecía un halago sincero.

―¿Te hubiera gustado que fueran más directos? ¿Que te lo dijeran de forma poco sutil?

―Me hubiera gustado que fueran más valientes. De por sí a mí me cuesta sentir interés en algún hombre; pero lo que menos interés me causa, es que sea un hombre cobarde.

―¿Y cómo fue el trato con tus alumnos durante esta semana?

―Mucho mejor que de costumbre. Ellos estaban sorprendidos por el cambio. Fui más amable, le puse más onda a las clases. Por lo general a mí me molesta mucho tener que explicarles tres o cuatro veces seguida lo mismo. Pero esta vez me armé de paciencia, y si alguno tenía un problema para entender algo, se lo explicaba tantas veces como fuera necesario.

―¿Ellos se mostraron diferente?

―Sí, los noté más activos. Hicieron más preguntas de lo habitual. Incluso me demostraron que habían entendido algunos temas. También me dio la impresión de que varios de mis alumnos… y algunas alumnas también, no me sacaban los ojos de encima. Me compré varios vestidos, uno para cada día de la semana.

―¿Todos así de cortos?

―Sí. ¿Te parece que es muy corto? ¿Exageré?

―No lo sé, es bastante corto, se te ven todas las piernas, especialmente cuando te sentás.

―Sí, lo sé. Me dio un poco de vergüenza, porque nunca usé vestidos tan ceñidos al cuerpo, durante clases, ni tan cortos. Para colmo algunos me miraron de forma alevosa. Sin ningún tipo de disimulo.

―¿Y cómo te hizo sentir eso?

―No me molestó. Incluso me hizo sentir un poquito halagada. Lo que sí me sorprendió es que varias de las chicas me miraron.

―Puede pasar. Te voy a hacer una pregunta directa, y me gustaría que respondieras con sinceridad. ¿Alguna vez tuviste una fantasía sexual con algún alumno?

―¡Apa! Esa sí que es una pregunta directa. Ya veo que la sesión anterior fue una entrada en calor, y ahora van a empezar los balazos. A ver, siendo sincera… escuché algunas de mis colegas, profesoras de otras asignaturas, decir que de vez en cuando tenían alguna fantasía sexual con sus alumnos. Entiendo que la gente pueda encontrar morbo en eso… en lo “prohibido”. Así que no creo que sea algo tan raro. Alguna vez, en la intimidad, me permití fantasear con algo así. Fue… estimulante. Como te dije, tiene ese sabor de “lo prohibido” que atrae. Pero nunca pasé de ahí, es más, ni siquiera centré esas fantasías en un alumno en particular. Para mí fue algo de un rato, y pasó. Una fantasía descartable, como cualquier otra.

―Ya veo. En toda la semana que estuviste usando ropa un poquito más atrevida. ¿Alguien más te hizo un halago? Me refiero a alguien no sea uno de tus alumnos.

―Bueno, sí. Un par de profesores, colegas míos. Pero, al igual que con mis alumnos, no me generó nada. Lo que sí me causó gracia fue que una de las profesoras me dijera: “Qué sexy que estás, Nélida… ¿dónde tenías escondida esa cola tan linda?”

―¿Y por qué te hizo gracia?

―Porque ella es mujer… es decir, lo sentí como un cumplido más honesto. De una mujer a otra. Ella no lo dijo porque tenga intenciones de llevarme a la cama, como lo hacen los hombres.

―¿Y qué te hace pensar que esas no son sus intenciones?

―Ay… porque es mujer… y yo también.

―¿Ahora quién es la ingenua, Nélida? ―A la paciente se le petrificó la cara―. ¿Acaso no hay mujeres que desean a otras? Con fines sexuales…

―Sí… sí… las lesbianas. No soy ninguna tonta… pero Jessica no es lesbiana. Hace años que trabajo con ella. Ya me hubiera dado cuenta.

―¿Te darías cuenta si una mujer fuera lesbiana?

―Sí, se nota mucho. Tuve alumnas lesbianas, y se les nota a la legua. Es más, en mi curso hay una chica… bonita, sí… pero camina como hombre, habla como hombre... tiene el pelo rapado… es lesbiana de acá a la china.

―Ya veo. ¿Además de esa profesora, hubo alguna otra mujer que te haya halagado?

―Sí, dos más. Dos de mis alumnas… Karina y Vanesa. Chicas muy bonitas. Me dijeron que el vestido me quedaba precioso… el de ese día era uno azul, medio parecido a éste. Una de ellas, Vanesa, me dijo algo muy curioso: “Si no fueras mi profe, te invitaría a salir”.

―Qué dulce. ¿Y vos cómo te tomaste ese comentario?

―Bien, igual que el de Jessica. Un lindo halago, de una mujer a otra.

―Lo que quiero saber es qué mensaje sacás de lo que te dijo Vanesa.

―¿Cómo qué mensaje?

―Ella dijo que te invitaría a salir, si no fueras su profesora. ¿Cómo entendiste eso?

―Em… no sé, que me invitaría a salir como hace con sus amigas, los fines de semana. Muchas chicas salen a bailar juntas…

―¿Y no pensás que pudo haber otras intenciones en lo que dijo?

―¿Qué intenciones?

―Es que eso de “invitar a alguien a salir” se puede interpretar como una invitación sexual.

―¿Otra vez con ese tema? Vanesa no es lesbiana. Eso se nota.

―Sin embargo te halagó por tu cuerpo…

―¿Y eso qué tiene de malo? Yo también les hice un cumplido a ellas. Tengo que reconocer que son bonitas. Jessica también lo es, y se lo hice saber. No veo nada de malo… nada lésbico… en estar diciéndole a una mujer que es bella. Es más, también podría decírtelo a vos… pero sos mi terapeuta.

―No me molesta eso… ¿qué me dirías a mí?

―Mmm… a ver… que tenés una sonrisa encantadora, aunque algo fría.

―Eso es contradictorio.

―No lo creo. Tu sonrisa es sincera, es la justa y necesaria. No buscás sonreír más de la cuenta. Por eso pienso que tiene su encanto.

―Bueno, gracias. ¿Algo más?

―Sí, tus ojos son preciosos… ¿Son grises?

―Así es.

―Con el pelo negro, tus ojos destacan mucho. Otra cosa: a pesar de que hoy tenés una blusa un poquito holgada, se nota que tenés buen busto.

―La vez pasada me hiciste un comentario sobre mis pechos.

―Ah, sí. Es que… tenés las tetas grandes. Seamos sinceras. Y con la camisa tan ajustada… parecía todo a punto de explotar. Ahora estás más sutil. Aunque ese pantalón de jean, que es bastante ajustado, te marca mucho la cola. Pero mucho. Al entrar me encontré con ese par de nalgas que parecen a punto de rasgar la tela del pantalón.

―¿Me miraste la cola cuando entraste?

―¿Cómo no hacerlo? Sos bastante culona, y más se nota con ese pantalón. Tendría que andar con bastón y lazarillo para no notar ese culo.

Cassandra soltó una risita.

―Bueno, me lo tomo como un cumplido.

―Y no vayas a pensar que soy lesbiana. Soy mujer y puedo reconocer que tenés un lindo culo, sin más vueltas que darle al asunto.

―¿Te molestaría que yo pensara que sos lesbiana?

―¡Claro!

―¿Por qué?

―¡Porque no soy lesbiana!

―Ajá… bien… a nadie le gusta que lo tomen por lo que no es.

―Muy cierto.

―Pero hace un ratito dijiste algo que me llamó la atención… dijiste que no había nada de malo en reconocer la belleza de una mujer. Nada lésbico.

―Sí, así es como lo veo. ¿Qué tiene de raro?

―Que usaste la palabra “lésbico” como sinónimo de “malo”. ¿Considerás que es malo ser lesbiana? ―Nélida se puso rígida, miró a su terapeuta con severidad. Cualquier atisbo de alegría en su rostro, se borró en un parpadeo. Como no dijo nada, fue Cassandra la que rompió el silencio―. Te recuerdo que no estoy para juzgarte. Vos en este espacio podés dar tu más sincera opinión. Ni me voy a enojar, ni me voy a ofender.

―Imagino que es tu trabajo… me refiero a eso de no juzgar, ni ofenderte por las creencias de la gente.

―Exacto. Llevo años trabajando como psicóloga. Ya escuché opiniones muy diversas, y sé cómo tomármelas. Podés ser totalmente sincera conmigo.

―Está bien, porque hoy en día si una dice algo malo sobre las lesbinas, la gente te salta al cuello. Pero como vos no lo vas a hacer, te soy sincera: no me agradan las lesbianas. Para nada. No entiendo cómo la sociedad llegó al punto de declarar legal el matrimonio entre dos mujeres. Me parece una aberración.

―Ya veo. Así que, en el hipotético caso de que Vanesa, Jessica… o la otra chica, Karina, te hubieran hecho halagos con intenciones lésbicas, te molestaría.

―Por supuesto. Es más, no me sentiría cómoda trabajando con una lesbiana.

―¿Te referís sólo a Jessica o también a tus alumnas?

―Más que nada a Jessica. Porque con ella tengo más trato, al ser colega… muchas veces tomamos mate o café juntas, en la sala de profesores. Ya somos amigas. Por mis alumnas no me preocupo tanto, no suelo tener un trato tan directo con ellas… a no ser que necesiten horas extra. Por norma de la universidad, tengo que dar algunas horas de tutoría, fuera del horario de clases. Por lo general nunca va nadie, pero a veces van uno o dos alumnos. Eso hace que tenga que tratar con ellos de forma más personal.

―¿Y alguna vez te tocó dar esas clases de tutoría con una alumna que fuera lesbiana?

―No, por suerte no. Sinceramente no sé a qué viene todo esto de las lesbianas… mi problema es con los hombres, no con las mujeres.

―Lo sé… pero sólo estoy conversando con vos, conociéndote un poquito más. ¿Te molesta que tengamos debates sobre otros temas, que no sean exactamente el que vos querés tratar?

―No… porque yo no pago las horas de consulta ―soltó una risa estridente―. Más le va a molestar a la obra social, que van a tener que pagar un montón de sesiones.

―¿Te molestaría venir durante “un montón” de sesiones?

―No, creo que no… tu consultorio es muy lindo. Me relaja estar acá. Vos me parecés una chica simpática… algo rara, para ser psicóloga, y con poca experiencia sexual… pero simpática. Además preparás buena limonada. ―Dio otro buen sorbo al vaso―. Aunque la próxima vez me gustaría que hubiera un poquito de vodka con el jugo de limón. Pero, hey, no me tomes por alcohólica, que no lo soy. De hecho nunca tomo nada de alcohol… pero como vengo a sesiones los viernes, ya en el último turno de la tarde… no me vendría nada mal, para relajarme un poquito más antes del fin de semana.

―No soy partidaria de que haya alcohol en mis sesiones, pero puedo hacer una excepción… justamente por ser viernes, y el último turno. Además, si eso te ayuda a relajarte un poco…

―Sí, creo que me podría ayudar.

―Bien, tomo nota.

―¿Ocurrió algo más que sea digno de destacar?

―Em, sí… tiene que ver con mis alumnos. Te dije que hubo un par que me halagaron casi con miedo, pero yo me lo tomé de forma positiva. Les sonreí y les di las gracias. Me da la impresión de que le contaron eso a sus compañeros, porque después hubo uno, un chico llamado Gabriel; él me halagó de otra manera.

―¿Cómo lo hizo?

―Esto pasó hoy mismo, a la mañana, yo tenía puesto este mismo vestido. Gabriel quería que le explicara cómo resolver unos ejercicios, en el salón ya no había nadie. Puse la hoja en el escritorio y empecé a anotar las explicaciones. Él se me acercó, para ver lo que yo estaba escribiendo. Como te imaginarás, yo estaba inclinada hacia adelante, y él… bueno, diciéndolo de forma vulgar, me arrimó por atrás. Pero lo hizo como sin quererlo. Porque siguió haciéndome preguntas sobre matemática. Yo me sentí un poco incómoda, tal vez el chico ni siquiera tenía intenciones de arrimarme; pero sentí su bulto contra la cola. Por suerte la cosa no pasó de ahí.

―Y vos lograste mantener la calma, sin enojarte con él.

―Sí. Aunque te digo que me costó bastante.

―Antes de contarme esto dijiste que el chico te “halagó”. ¿Así que vos lo tomaste como un halago?

―Bueno, sí. Es que si lo hizo a propósito, puedo interpretarlo como un halago. Como una forma de decirme que yo le parezco atractiva.

―Sí, podrías interpretarlo de esa manera. Nélida, quiero hacerte otra pregunta muy importante, que tiene que ver con el asunto que te trajo hasta acá.

―¿Con los problemas en el sexo?

―Sí. Decime, ¿vos te masturbás?

―¡Ja! Otro balazo directo. Pero no, no lo hago.

―¿Y por qué no?

―Qué se yo… ¿será porque ya estoy grande para esas cosas? No creo que, a mi edad, sea apropiado estar haciendo eso.

―No considero que masturbarse, a nuestra edad, sea algo malo. Al contrario.

―Claro… ―dijo Nélida, con sarcasmo―. ¿Ahora me vas a decir que vos también te hacés la paja?

―Sí, por supuesto. Si siento la necesidad de hacerlo, lo hago.

Nélida abrió mucho los ojos y la boca, instintivamente bajó la mirada hasta encontrarse con las torneadas piernas de la psicóloga, que destacaban de erotismo, debido a lo ajustado que era el pantalón de jean. Las palabras de la psicóloga resonaron en su cabeza. Le costaba procesar que esa mujer, que parecía tan profesional, hubiera admitido que se tocaba la concha, con toda la intención de brindarse placer.

―Veo que te dejé sorprendida ―dijo Cassandra.

―Sí, eso no me lo vi venir. No imagino a una psicoterapeuta haciendo una cosa así; mucho menos a una que parece tan profesional, como vos.

―Es que masturbarse no tiene nada de malo. Es una forma de relajarse.

―Bueno, a mí me vendría bien relajarme un poco de vez en cuando.

―Es posible. Y ésta sería una buena forma de hacerlo, sin que tengas que requerir de nadie más. Es algo que podés hacer sola.

―No lo había visto de esa manera. ¿Considerás que masturbarme podría ayudarme a superar mi problema con el sexo?

―Tal vez. Al menos te ayudaría a sentirte más cómoda con tu propio cuerpo, y a relajarte, que como bien dijiste, lo andás necesitando.

―Entonces, teniendo en cuenta que vos sos una profesional de la salud, ¿me estás recetando que me masturbe, como parte del tratamiento?

―Podría verse de esa manera, sí. Sería bueno que lo hicieras, con fines terapéuticos.

―¿Y cuántas veces a la semana tendría que hacerlo?

―¿Querés que te de un número exacto?

―Me ayudaría mucho.

―Está bien. Vamos a empezar con tres a la semana.

―¿Tres veces? ¿No te parece mucho?

―En tu caso, no. Mirá que yo no me olvido, el viernes que viene te voy a preguntar si te masturbaste tres veces.

―Está bien, tomo nota.

―Ah, y no podés hacer las tres el mismo día. Que sean en días separados.

―¡Ja! No veo posible hacerlo tres veces en un mismo día. Así que por eso no te preocupes.

―¿Algún encargo más, para la semana?

―Ya que estamos, sí. Me gustaría pedirte otra cosa. Es obvio que este asunto de los consejos funciona muy bien con vos, te los tomás como una tarea, y lo cumplís.

―Así es. Me ayuda mucho tener objetivos claros. Los demás psicólogos nunca se animaron a darme un objetivo preciso.

―Bueno, acá tenés otro objetivo, para la semana. Quiero que hables con tus alumnas, Vanesa y Karina. De ser posible, me gustaría que concretes una clase de tutoría con ellas.

―Eso no es tan difícil, las dos andan medio mal en matemáticas, les vendrían bien unas clases particulares. Pero ¿por qué tengo que hacerlo justamente con ellas?

―Es parte del proceso para que empieces a llevarte mejor con tus alumnos. Es posible que vos le caigas bien a esas chicas, y si ellas hablan con sus amistades, y les cuentan que vos fuiste amable y simpática con ellas, entonces los demás alumnos te van a empezar a ver con otra cara.

―Tiene sentido. ¿Y qué tan simpática tengo que ser con ellas?

―Tanto como puedas. Es más, vos me dijiste que ellas te halagaron porque sos linda, y que ellas también son bonitas…

―Los son.

―No vendría nada mal que vos también le hicieras un halago sincero a ellas.

―Bueno, lo voy a intentar.

―Una cosita más, si no te molesta que siga haciéndote encargos.

―No, para nada. Mientras más, mejor. Me dan algo en qué concentrarme durante la semana. Estos días la pasé bien, probando los vestidos nuevos, y cambiando un poco mi actitud.

―Perfecto, porque lo que te voy a pedir tiene que ver justamente con eso. Seguí usando estos vestidos.

―Eso lo hago con todo gusto.

―Pero… y esto lo dejo enteramente a tu criterio, podrías hacerles un pequeño ruedo. Acortarlos al menos uno o dos centímetros.

―¿Acortarlos? Pero si ya me quedan por encima de la mitad del muslo.

―Por eso mismo es algo que vas a decidir vos, yo solamente de hago la sugerencia.

―¿Y por qué debería hacerlo?

―Porque se nota que los halagos de tus alumnos y colegas te hacen sentir bien. Si mostrás un poquito más las piernas, que no tiene nada de malo, seguramente recibirías más halagos de parte de ellos.

―Eso es muy posible.

―Y si esto pasa, más allá de que acortes los vestidos o no, intentá poner buena cara a estos halagos. Respondé con tanta simpatía como puedas, incluso si el halago te parece que es un poquito desubicado, o subido de tono. No te olvides que esto es un ejercicio, si no funciona bien, entonces no lo vamos a seguir aplicando.

―Comprendo.

―Entonces, ¿me prometés que vas a hacer tu mejor esfuerzo, como lo dijiste la semana pasada?

―Sí, te lo prometo.

Unos minutos más tarde Nélida abandonó el consultorio.