Casos sin titulares XXIII: el tren nocturno.
Una pareja decide hacer una escapadita romántica. Lo que no saben es lo que un pasajero les tiene preparado.
Una joven de 23 años acude a mi consulta con una experiencia sexual que la resulta perturbadora.
No es la típica que suelo atender, pero la urgencia con que se expresa y mi natural curiosidad me invitan a escuchar su historia.
Tren nocturno
Hacía tiempo que Francisco y ella atravesaban un bache en la relación solo que él, como buen prototipo masculino, ni se había dado cuenta.
Nunca se daban cuenta.
Si no se lo decías, para ellos no había problema.
Pero ella no quería ser de esas. Esta vez no. Quería darle otra oportunidad, así que se lo dijo, le explicó lo que la molestaba y él se comprometió a buscar juntos la solución, como, por ejemplo, dejar de, no sólo traerse trabajo a casa, sino incluso a su jefe.
Literalmente ya había permitido tres veces que el jefe de su empresa se presentase en casa y se estuviera un buen rato, demasiado para el gusto de Alicia, que no soportaba la manera en que la hablaba y cómo la hacía sentir, no sólo con algún comentario cuando su novio no estaba en el mismo cuarto, sino la forma en que la miraba, lasciva.
Ella, por educación, le daba conversación mientras Francisco preparaba cosas o se metía con el portátil en la salita donde, demasiadas veces, para el gusto de ella, se pasaba horas adelantando trabajo, unas horas extras que nadie pagaba y que Alicia se daba cuenta que ni siquiera agradecían, casi es como si que lo dieran por hecho.
Encima, tenía que poner buena cara y mantener un intento de charla educada con ese hombre, ese maduro que debía de rondar los sesenta años, con una mata de cabello plateado dominando sobre los, cada vez más escasos, cabellos negros.
Y allí estaban, en ese tren rumbo a Unquera para pasar unos días en Cantabria.
No es que tuvieran mucho dinero, la verdad es que iban tirando, ni siquiera podían permitirse un piso y vivían de alquiler, y el coche de segunda mano los había dejado tirados y pasarían un par de semanas antes de poder recuperarlo.
La verdad es que ni hubieran podido soñar con hacer esa escapadita si un amigo de su novio no les hubiera prestado el piso para pasar unos días allí arriba.
Así que ahí estaban, compartiendo un coche cama en el tren que hacía la ruta al norte.
Pero antes de irse a dormir, fueron al coche restaurante, donde tuvo otra sorpresa menos agradable.
¡Paco, Paco!. ¡Aquí! -los llamó, usando una forma coloquial para llamar a su chico, gesticulando desde una mesa, la última persona a la que Alicia habría deseado ver.
Aaaa... esto... cariño -comenzó su novio, volviéndose hacia ella abochornado y con las orejas tremendamente enrojecidas, algo que siempre le pasaba cuando se avergonzaba de algo o lo pillaban con una mentira-. ¿Te importa si...? -y lo dejó en el aire, incapaz de completar la petición que ella ya sabía cuál iba a ser.
Está bien -cedió ella.
Venga, sentaros -los invitó Eusebio, el jefe de su novio, para añadir en voz baja y en un tono que intentaba fingir ser gracioso-... voy a ser la envidia de todos esos viejos -y la guiñó un ojo a la vez que señalaba con la cabeza a una mesa donde un grupo de sesentones jugaba a las cartas mientras se tomaban unos cafés.
Su novio estaba llamando con la mano al camarero, así que pudo seguir fingiendo que no había visto nada, pues, aunque Alicia le había comentado la incomodidad que sentía por la forma en que la trataba su jefe, él intentaba rebajar la tensión, preocupado por su situación en la empresa y por las posibilidades de ascenso que se presentaban llevándose bien con Eusebio.
La cena estuvo razonablemente bien, a pesar de que cada dos por tres veía al jefe de su novio mirarla prácticamente sin ningún disimulo a los pechos, cosa que la incomodaba terriblemente, especialmente porque estaba en esos días y los tenía no sólo más sensibles, sino también más hinchados y, por eso, éste era uno de esos días en los que no se había puesto sujetador y notaba claramente cómo sus pezones se marcaban mucho más de lo que ella habría deseado con ese personaje a su lado.
Su chico, como siempre, parecía en otro mundo, no parecía darse cuenta de nada y, encima, había terminado poniéndose a hablar de trabajo, intentando no se sabía muy bien si presumir o pelotear a su jefe.
Voy un momento por el portátil -dijo, en un momento dado, Francisco, levantándose para ir a su compartimento.
Te acompaño -dijo ella, aprovechando la excusa perfecta para irse.
No, no, no hace falta, cariño. Enseguida vuelvo -contestó él, sin percatarse de sus intenciones.
Sí, quédate, Alicia -abundó Eusebio, poniendo su mano sobre la que ella aún tenía apoyada sobre la mesa-. Hazme compañía hasta que vuelva Paquito.
No tardo -terminó él, que se marchó, cortando su posibilidad de retirada.
Por fin solos -dijo, arrimando un poco más la silla a donde estaba ella-. Bueno, ¿qué me dices, os ha gustado la idea de veniros a mi pisito?.
¿Qué? -contestó ella, tan sorprendida que no intentó ni separarse.
¿No te lo ha contado Paquito, preciosa? -volvió a poner una mano sobre la suya-. El otro día me estuvo contando vuestros apuros y que llevaba muy mal no poder darte ni un detalle, así que se me ocurrió prestaros mi pisito en Unquera... y como mi mujer está en Colombres pues... dos pájaros de un tiro, mi niña. Espero que no te moleste ir en clase ganado -añadió.
¿Perdón? -cada vez estaba más asombrada y cabreada a partes iguales, pues no sólo Francisco la había mentido en el tema del piso, sino que estaba claro que hablaba de temas privados con ese personaje del que ella específicamente le había dicho que la incomodaba.
Le ofrecí que vinieseis en mi compartimento, pero tu chavalito -mencionó con un tono ligeramente despectivo- dijo que no estabas cómoda conmigo -la apretó la mano y, como si no se tomase esas palabras en serio, bajó sus ojos hasta sus pezones, como si hablase con ellos en vez de a la cara de la joven-, así que os conseguí un sitio en clase ganado. No es tan cómodo como donde voy ni tan... privado -añadió con retintín-, pero... aunque si te apetece... -deslizó su otra mano hasta su pierna, cada vez menos discreto a causa del alcohol que todos habían consumido en demasiada cantidad, o, al menos, esa fue la excusa que se puso a si misma Alicia.
Ya estoy aquí -interrumpió su novio, que llegó justo a tiempo para que ella no le soltase una bofetada, y el maduro rompió el doble contacto de sus manos-. ¿Pasa algo? -preguntó, tontamente, ante el repentino silencio a sus anteriores palabras.
Para nada, Paquito, siéntate -lo animó su jefe.
Yo me voy -se despidió, cortante, Alicia, que ni siquiera le dio un beso a su chico y salió enfadada.
Regresó a su compartimento cabreada.
Su chico no sólo había comentado cosas privadas con su jefe, ese con el que específicamente ella había insistido en que no quería volver a ver en casa ni en pintura, aunque es verdad que no explicó todas sus razones, pero él lo tendría que haber sabido o, al menos, si era incapaz de deducirlo o de leer entre líneas, poner de su parte para cumplir sus deseos, sino que, encima, también hablaba de sus apuros económicos.
Los dos trabajaban, pero era verdad que iban justitos y habían tenido que gastar buena parte de sus ahorros en un cúmulo de imprevistos, incluyendo la avería del coche que casi se iba a llevar todo un mes de sueldo y que el propio alquiler era también una buena tajada, pero como se habían buscado una casa quizás innecesariamente grande para dos personas, sobre todo si aún no buscaban aumentar la familia, pues es lo que había, sobre todo con lo caros que estaban los alquileres por esa zona de Madrid.
Encima de todo eso, de que, obviamente, se lo había estado comentando a un completo desconocido, porque, aunque fuese su jefe, realmente no es que fuera un amigo íntimo o de la familia, había tenido la poca delicadeza de acceder a que esa misma persona que ella había especificado que la hacía sentir incómoda, fuera quien les proporcionase el piso en Unquera e, incluso, por sus palabras, también le debían el coste del pasaje.
Era todo una mierda.
Es verdad que no le contó a Francisco la manera como la miraba, que parecía que la estuviera desnudando con la mirada, o cómo procuraba acercarse a ella para provocar roces incómodos, y algunas indirectas que la lanzaba... incluyendo algunas no tan indirectas, como preguntarla si la gustaría ir a una playa nudista, con lo que eso implicaba, que tonta no era.
Esa misma noche la había puesto las manos en la pierna, que es verdad que llevaba vaqueros, pero el resultado era el mismo.
Sólo de recordarlo se enfadaba aún más.
Por eso era mejor largarse cuanto antes y que siguieran hablando todo lo que quisieran esos dos capullos.
Sabía que su chico lo estaba haciendo para intentar ascender más rápido en la empresa, para conseguir, con esa cercanía, ese trabajo extra incluso fuera de horario y, casi se podría decir, ese peloteo, mejorar su posición económica y, en el fondo, lograr con ello que ambos pudieran disfrutar de más comodidades, pero seguía sin gustarla, sobre todo por cómo era Eusebio, un baboso.
Simplemente el entrar en su compartimento hizo que se irritara otro punto más, el tener que viajar tantas horas compartiendo espacio con otras seis personas, aunque la mitad luego fueran a coger el enlace para continuar a Santiago de Compostela, no era plato de buen gusto, aunque no era la primera vez que tenían que compartir espacio, pero no era lo mismo un viaje al Nepal que un supuesto viaje semi romántico dentro de España.
Se lo podía haber currado más, incluso aunque hubieran tenido que quedarse dentro de Madrid.
En fin, eso era lo que había y, por eso vez, tendría que aguantarse.
Desplegó su litera, no estaba con ganas de mantener ninguna conversación, aunque, la verdad, ya sólo quedaba despierta una pareja de chavalillos universitarios que estaban demasiado concentrados en otras cosas.
Qué envidia sintió por un momento, aunque, de todas formas, también le había visto al chaval darle un repaso a su culo, que lo había pillado mirando cuando se dio la vuelta en un momento dado antes.
La verdad es que era guapa, lo sabía, y a veces era un poco molesto cuando, en ciertas circunstancias, los hombres la rondaban como moscones, pero otras hasta se echaba de menos el ir más a discotecas y sitios así, en cierto sentido, era algo adulador también el sentirse deseada.
No es que fuera a hacer nada, tenía novio y lo amaba y le era fiel, pero no la disgustaba un poquitín de atención masculina.
Se tumbó y siguió dándole vueltas un rato a todo eso, hasta que los chavales apagaron las últimas luces y también se acostaron, antes de quedarse dormida sin darse cuenta.
La despertó un breve deslumbramiento.
Después, una sombra ocupó el espacio ante ella, una forma que ocultó la ya de por sí escasa luz del punto de iluminación de “salida de emergencia” que había sobre la puerta que daba al pasillo.
Se inclinó sobre ella y escuchó un “shhhh” mientras la manta que la cubría se hacía a un lado para permitir que se tumbase a su lado, apretujándola contra el fondo, pues realmente no era un espacio pensado para dos personas.
Estuvo a punto de decirle a su novio que no, que se fuera, que seguía enfadada y, además, no era el sitio ni el momento de hacer tonterías, con toda esa gente allí al lado.
Apestaba a alcohol.
Estaba claro que habían seguido bebiendo mano a mano él y su jefe después de que ella se fuera.
Eso lo sumó a la lista de cosas que no la gustaban.
No soportaba a los borrachos.
E incluso ella, cuando salía de fiesta con sus amigas, pese a que cada vez eran menos las ocasiones de una salida “sólo de chicas”, procuraba beber con moderación.
La idea de perder el control, de que unas copas de más la hicieran hacer tonterías o dejar de ser ella misma, eran algo que la repelía.
De hecho, pensó, era la primera vez que olía así a Francisco. La borrachera que debía de llevar encima debía de ser épica.
Esperaba que no la vomitase encima.
Se movía con torpeza bajo la manta, empujándola contra la pared del fondo y toqueteándola por encima de la ropa de una manera rara, y, de nuevo, pensó que lo mejor sería echarlo y que durmiera la cogorza en su litera, la de arriba, pero, no sabía por qué, no lo hizo.
Había algo de excitante y morboso en esa situación, a oscuras en un coche cama, con toda esa gente dormida a su alrededor, pese a la peste a alcohol que llenaba sus vías olfativas y la forma patosa con la que se estaba manejando su chico.
Por fin encontró una abertura para introducir su mano.
Tembló por un momento al contacto con esa fría manaza.
No recordaba nunca esa sensación cuando la tocaba, pero supuso que era porque ella llevaba un rato dormida bajo la manta, calentita, y él acababa de llegar y el efecto de frescor de la sala del restaurante con todo ese aire acondicionado aún no habría desaparecido de sus manos.
Esa mano parecía mucho mayor por esa misma sensación y la acarició el abdomen en círculos, mientras la inclinaba el cuello para besarla con avidez.
Con cada movimiento sobre su barriga, se iba aclimatando y el choque de temperaturas se hacía menor, hasta que hizo algo que la extrañó.
En un momento dado, llegó a su ombligo, ese hueco en la tersa superficie de su abdomen, y fue como si hubiera encontrado un botón que presionar como un crío que descubre por primera vez el interruptor de la luz.
Comenzó a presionar, a jugar a imponer una fuerza por ratos sobre esa zona central de su barriga, causándola una extraña sensación, no tanto de incomodidad y molestia, que también, sino como si hubiera una chispa allí que descargase señales eléctricas que recorrían por la superficie su piel.
Fue algo extraño.
También lo notaba patoso con la boca, dándola besos más largos y húmedos, demasiado babosos, a lo largo de su cuello, aunque, de todas formas, lograba crear esa sensación de gustito y de preparación del avance hacia arriba, hacia zonas aún más sensibles de su cuerpo.
Cualquiera diría que estaba redescubriendo su cuerpo en mitad de esa cogorza que parecía traer.
Alicia se dejó hacer, no interrumpió ese incómodo asalto a su ombligo.
Instantes después esa mano abandonó su extraño juego y siguió el ascenso hasta alcanzar con la yema de los dedos uno de sus pechos, que abarcó rápidamente, lanzado en un asalto furibundo, agarrando su teta como si no hubiera un mañana, estrujándosela casi hasta hacerla daño, mientras esa boca de la que emana un aliento que la hace encoger la nariz del asco, sube hasta engancharse en su oreja, comiéndosela y excitándola de una manera nueva y extraña.
Es como si Francisco hubiera aprendido en mitad de esa borrachera a despertar la sensual sensibilidad erótica que escondía su oreja como nunca antes, casi como si fuera una persona nueva en ese estado etílico.
Su aliento era asqueroso, pero la forma en que su lengua y labios jugueteaban con su oreja, excitaba sobremanera a Alicia, que se mordió el labio para impedir que un gemido traicionero escapase de sus labios.
La pareció que él se reía bajito al notar su reacción y cómo su respiración se aceleraba.
La forma brusca con la que trataba sus tetas, que abarcaba a ratos ya fuera una o la otra, con especial dedicación a sus sensibilizados pezones, también era distinta, como cuando empezaron, como si hubiera vuelto a la época más intensa y urgente de su relación, cuando aún no eran novios oficialmente, sino que era más algo físico, más de amantes que se buscan para satisfacer una necesidad urgente.
Empezó a lamentar la falta de espacio que impedía que se colocasen mejor y que él pudiera usar su otra mano, pese a que su apestoso aliento restaba erotismo a la situación.
Él no paraba de comerla la oreja y ella se iba derritiendo ante el asalto.
La mano que abarcaba sus pechos, que los tenía bien magreados y con los pezones tan castigados que debían de haber crecido como nunca, bajó corriendo hasta tropezarse con su braga, que sorteó para meterse por debajo pese a lo apretado de la ropa que llevaba la chica.
No se había percatado antes, pero cuando esa mano con esos gruesos dedos llegó a su coño, la humedad ya estaba presente.
La empezó a acariciar la rajita, recorriendo todo a lo largo sus delicados labios vaginales y, por ratos, subiendo lo justo para palpar esa recortada y cuidada zona de vello púbico que conservaba, casi como si la reconociera por primera vez y quisiera hacerse un mapa mental de la forma y textura de esos delicados pelitos.
La masculina boca abandonó el oído de Alicia y se acercó con torpeza a su boca, casi estrellándose con su nariz, que recorrió con la lengua como si fuera un explorador tanteando los bordes de un acantilado.
Se desplazó un poco más, acercándose más a ella, estrechando aún más el espacio que había entre los dos con la pared del departamento, y se metió su nariz dentro de la boca, algo que jamás antes había hecho su novio.
Fue algo que la sorprendió y la hizo boquear, metiéndose el aire por la boca mientras él chupaba su nariz, como si acabase de descubrirla en ese mundo etílico y oscuro que era ese momento, pero también intentando que no escapase ningún sonido de su garganta mientras la lujuriosa mano que tenía en la entrepierna empezaba a acariciarla más en serio su concha, descubriendo el lugar donde se ocultaba su clítoris y acariciándolo con una energía animal, urgente y primitiva.
Alicia estaba cada vez más excitada, notaba que un calor intenso la llenaba por dentro y que la humedad crecía y brotaba de su interior.
Temía no poder ocultar por más tiempo ese gemido gutural y ansioso que deseaba brotar de lo más profundo de su garganta.
La boca del hombre descendió desde su nariz, mojada con su saliva, y se cerró sobre su boca, en un beso húmedo y salvaje, donde una gruesa lengua invadió la cavidad bucal de la joven, que se sorprendió por lo gorda que se había vuelto la lengua de su novio, pero no la rechazó, deseando devolverle la intensidad del beso mientras la mano no dejaba de acariciar su clítoris a ratos y su coño sin parar.
Pudo notar con total claridad el primer dedo.
Entró sin dificultad, aprovechando la intensa excitación de la joven y la humedad abundante que brotaba y llenaba su interior.
Ese dedo fue el primero en horadarla, pero pronto le siguió un segundo y hasta un tercero, mientras ella y su amante mantenían un tórrido beso en el que él se mostraba dominante, en vez de juguetón como otras veces.
No le dio importancia a que no fuera un beso a partes iguales, era tal la sensación que surgía de su entrepierna que olvidó todo lo demás que la rodeaba.
Esa mano no dejaba de perforarla, de usar esos dedos para entrar y salir de su vagina, empapados en sus jugos, haciendo que un tímido sonido de chapoteo se escapase y que no podía controlar, a diferencia de los gemidos que habría deseado poder emitir y que luchaba por contener a la vez que se besaba con esa presencia masculina tan fuerte.
El clítoris enviaba señales sin parar, rozado sin pausa por esa manaza que era la responsable también de introducir esos dedos en su coño y hacer que dilatase ese agujero del que no sólo manaba una caliente humedad sino que desprendía un olor cada vez más intenso.
El ritmo de esa mano creció, masturbándola al máximo, sin piedad, sin tener en cuenta dónde estaban y el grupo de desconocidos que dormían a unos metros de distancia en ese mismo cubículo del vagón cama.
Alicia estaba cada vez más excitada, sus pezones estaban erizados y rozaban la tela como si quisieran romperla.
El húmedo beso parecía no terminar nunca, él estaba siendo insaciable y eso la ponía, sobre todo por la forma en que además movía su mano en su entrepierna, haciéndola mojarse al máximo.
No pudo contenerse.
Su cuerpo se agitó presa de convulsiones cuando tuvo el orgasmo.
Si no hubiera tenido la boca de él sobre la suya, pegada como una lapa, estaba segura que el grito que habría pegado hubiera despertado a todos en el departamento.
Un intenso olor subió desde su coño, derretido por la intensa corrida que había acompañado al orgasmo.
Sentía que temblaba entera y él aún no paraba de tocarla el coño, buscando más.
No estaba segura de que pudiera evitar que un segundo orgasmo los descubriera, así que luchó con él y logró separar sus labios por un instante.
- Pa... para... espera... espera... -susurró a su amante.
Le tocó el bulto del pantalón.
Eso fue suficiente para que él detuviera su asalto.
Él sabía lo que ella le ofrecía, la compensación que iba a darle.
Como pudo, se encogió y asumió con tristeza el que él tuviera que sacar sus habilidosos dedos de su coño.
Su subió sobre él y bajó su cremallera.
Metió la mano y encontró la línea del bóxer, que desplazó con urgencia hasta que notó la barrera peluda de una tremenda cantidad de vello que protegía la sexualidad masculina.
Quizás eso debió de extrañarla, pero no lo pensó.
Sólo alcanzó a notar una masa gruesa y caliente, que palpitaba al tacto, y tiró de ella, hasta que saltó como un resorte, apuntando al cielo.
Recorrió ese falo con la mano, esa gruesa e incendiada barra de carne, deslizando su mano por toda su longitud.
Casi hubiera podido usar las dos manos.
Sonrió.
Debía de estar excitadísimo.
La hizo sentirse extrañamente gozosa y orgullosa el ser capaz de desencadenar esa reacción en su chico, sobre todo con la borrachera que llevaba, porque, la verdad, siempre que bebía más de la cuenta, sus erecciones solían ser menos potentes.
Siguió pajeando con sus manos la polla que tenía ante ella, aunque no la viera, y se inclinó para besarla, para darle un lengüetazo a la puntita, cosa que sabía que lo pondría aún más cachondo, y así fue.
Sintió temblar toda esa masa de carne, erizarse el vello que recubría sus testículos cuando lo rozaba con las manos al bajar hasta la base de ese miembro fálico, y brotar un poco más de humedad de la punta.
Empezó a lamer el glande, recibiendo como premio el movimiento de todo ese tronco masculino como si la diera un “sí” a la forma en que lo trataba y unas gotas extras más brotando de la boca de esa herramienta de placer.
Poco a poco fue introduciéndose más y más esa polla, cada vez más profundamente, saboreándola y humedeciéndola con su propia saliva, además del propio líquido preseminal que no paraba de brotar del extremo redondeado del falo.
Le pareció que tenía un grosor distinto al habitual y que su sabor también era ligeramente diferente, más amargo, pero supuso que, como por lo del alcohol, los espárragos que habían consumido en la cena también hacían que eso fuera distinto.
Él la agarró de sus cabellos y la empujó la cabeza, como si tuviera prisa, obligándola a tragarse mucha más carne de lo que ella quería.
Intentó avisarle de que estaba siendo brusco, de que ella quería hacerlo lento, algo más romántico, y le palmeó en el pecho para llamar su atención, pero él la ignoró y forzó la mamada.
Cada vez que ella subía por ese tronco, él apretaba apenas había notado que ella respiraba y la obligaba a comerse una cantidad aún mayor de su rabo, ahogándola y haciendo que tuviera arcadas y se la escapase alguna tos.
Se puso nerviosa, tanto por la actitud inesperadamente violenta de su chico como por el temor a que los descubrieran en el acto, cosa que sería incluso peor que antes cuando él la estaba masturbando.
Él pareció no darse cuenta de eso y siguió forzando la situación, ignorando todo lo que los rodeaba, concentrado ya sólo en obtener su propio placer.
Alicia tenía que concentrarse en tragarse esa polla endurecida, que la perforaba con brutalidad, incapaz de seguir un ritmo ahora que él la tenía atrapada con sus manos sujetándola por la cabeza.
El ritmo era cada vez más rápido y la mamada más profunda, golpeando esa gruesa y caliente polla el fondo de su garganta, atravesando sin parar su boca y llenándola una y otra vez con su masculinidad.
Él no paraba de bombear de esa forma inversa, haciendo que fuera ella, su boca, la que subiera y bajase cada vez con más rapidez sobre su tronco fálico, devorándolo y haciendo que entrase cada vez más y más en su boca, llenándola por completo, invadiendo hasta el último centímetro de su cavidad bucal y alcanzando su garganta, bloqueando el paso del aire a ratos y haciéndola sentir usada como nunca antes.
La tierna felación que ella quería hacerle como premio por el orgasmo que le había proporcionado con su mano se transformó en una violenta sesión de sexo oral, una mamada bestial, más propia de animales que de dos personas que se amaban con ternura.
Una y otra vez su boca era penetrada, invadida, por esa masa endurecida y caliente, con una vida propia que pugnaba por llenar su cavidad bucal y traspasarla, recorriendo una y otra vez su boca hasta que, al final, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, pese a que volvió a intentar detenerlo con sus palmas golpeándole los costados, él se corrió.
Un mar de esperma brotó en oleadas.
Él la atrajo hacia sí, hasta que casi toda su polla quedó insertada dentro de ella, vertiendo una lefa abundante y caliente, más espesa de lo habitual, con un olor y un sabor muy fuertes, mucho más de lo normal.
Él la apretó y forzó aún más, obligándola a tragar en esa incómoda postura hasta que se vació por completo, dejándola agotada y medio asfixiada por la presión y la posición de esa masa de gruesa y venosa carne palpitante dentro de su cavidad oral.
Por fin se descargó por completo y la soltó.
Ella boqueó y cayó derrumbada a un lado, tratando de recuperarse y, a la vez, pensando en no haberse delatado ante el resto de personas del compartimento.
Por suerte, su miedo no se confirmó.
Todos seguían dormidos, incluso alguno había empezado a roncar.
Se apartó del hombre que yacía junto a ella, con su virilidad aún caliente e hinchada muy cerca de ella, la notó cuando posó una mano sin querer encima, notando como palpitaba y se endurecía de nuevo al contacto con sus dedos.
Sintió un poco de asco, no sabía muy bien por qué.
No era la primera vez que le hacía una mamada a Francisco, pero algo en su interior la hacía sentirse incómoda, como si algo estuviera fuera de sitio, como si no encajase, pero era incapaz de darse cuenta del qué.
Se levantó y se fue hacia la puerta.
Notó una mano, esa mano, que se alargaba e intentaba sujetarla, pero lo ignoró y salió al pasillo, aún con el pulso acelerado y sintiéndose rara, sucia quizás.
Pero también contenta.
Hacía mucho que no habían hecho algo tan espontáneo.
Pese al final relativamente violento, cuando él tomó el mando de la felación, por lo demás había sido una sesión inesperada y muy excitante, tremendamente morbosa y que recordaría siempre.
Con pasos rápidos se fue directa al baño del vagón.
A esas horas no había nadie y podría al menos enjuagarse la boca y limpiarse por fuera.
Lo hizo, sin poder evitar recordar lo sucedido e, incluso, tocándose un rato en el interior de esos servicios con el traqueteo del tren sobre las vías de fondo.
Cuando salía, se dio de bruces con un hombre que venía hacia ella.
Era Eusebio, que la sujetó por los hombros y la miró con una sonrisa torcida, de superioridad y de... de otra cosa que no logró identificar.
La repasó de arriba abajo con tranquilidad, mientras ella se ponía nerviosa ante el jefe de su novio, imaginándose que había captado los restos del olor del orgasmo que emanaba su entrepierna si uno prestaba la debida atención.
En ese momento se abrió una puerta detrás de ellos y alguien entró en el pasillo del vagón desde el contiguo.
El maduro jefe de su chico sonrió aún más y saludó al pasajero que estaba detrás de Alicia.
- Buenas noches, Paquito. ¿Pudiste lanzar el informe como te dije?.
Ella se volvió alarmada, y sí, era su novio. Él era quien venía de otro vagón.
Entonces, ¿quién era...?.
Sí, ya está. Vaya, cariño, ¿qué haces levantada? -se extrañó, aunque la forma en que caminaba hizo que Alicia se diera cuenta que tampoco pensaba con claridad, pues no veía nada extraño en toda esa situación, sobre todo teniendo en cuenta que el vagón de su jefe estaba en la otra punta del tren.
Yo... -no sabía qué decir.
Alicia y yo nos hemos encontrado y hemos... intercambiado unas impresiones -se jactó el jefe de Francisco, con un aliento muy particular, en el que, además, se detectaba una buena dosis de alcohol.
Ahhh -dio por buena la explicación el novio de la chica-, pues casi mejor nos vamos a dormir ya... estoy que me caigo de sueño.
Adelante, adelante, pasa -lo invitó su jefe, apartándose a un lado para que fuera hacia el compartimento del coche cama, con su portátil bajo el brazo. Luego, enganchando a Alicia y atrayéndola hacia sí, la susurró como si de una confidencia se tratase-. Desde luego que ahora sí que me van a tener envidia... ¿no te parece, putilla?. Y no va a ser la última, ¿verdad?.
Y se marchó guiñándola un ojo y abandonándola allí, en mitad del pasillo, sola con sus pensamientos, dándose cuenta de que el hombre al que había hecho una mamada y que la había estado sobando hasta arrancarla un orgasmo no era otro que el cerdo del jefe de su novio, un hombre que debía de tener como sesenta años.
Sintió unas ganas enormes de vomitar, sobre todo cuando pensó en el día siguiente... y en los que iban a pasar en el piso de ese cabrón que la había usado aprovechando la confusión de la noche.
Pero también sintió otras cosas, retorciéndose y culebreando por su mente, y supo que la noche iba a ser mucho más larga de lo que se había imaginado, que iba a estar dándole vueltas a todo durante horas.
Nota: pura fantasía... ¿o no toda?... dedicado a... ;)