Casos sin titulares XX: flemas 99.

Después de lo sucedido en ese lavabo, la joven Clara acude a casa del jefe de su madre, donde descubrirá lo que significa "meterse en la boca del lobo". Segunda parte del relato "flemas".

El Doctor sigue escuchando el relato de un particular descenso a los infiernos de las perversiones sexuales en su consulta.

FLEMAS 99

Realmente él podía levantarse a la hora que le apeteciera, pero entre semana procuraba dar ejemplo y acudir temprano al trabajo.

Pero era sábado, podía tomárselo con calma.

Además, había tenido visita y necesitaba recuperar fuerzas, que ya no era precisamente un veinteañero.

Los cuarenta y cinco añitos tenían su peso a la hora de recuperarse.

Eso y que habían repetido tanto que le dolían hasta los huevos del desgaste, de las posiciones y del golpeteo constante al chocar con cada penetración.

La verdad es que Isabel era toda una joya.

Treinta y nueve años, rubia, de buen ver, con unos pechos generosos pero que se mantenían en su sitio, una piel morena deliciosa... y sin marcas por ningún lado.

Como había sospechado, le contó que había visitado más de una vez alguna playa nudista.

Era morbosa, excitante, muy cachonda y siempre dispuesta a participar activamente en el sexo.

La verdad es que no tenía queja, era todo un descubrimiento tras esos años de sequía.

Los dos se estaban desfogando y en apenas unos días de esa semana ya habían tenido dos sesiones largas de sexo, haciendo el amor varias veces, tanto en una casa como la otra.

No, no podía quejarse... aunque seguía teniendo una sensación incómoda desde que estuvo en su casa la noche del miércoles anterior.

Lo que había pasado en ese lavabo era algo que le daba vueltas en la cabeza, el cómo había sido tan estúpido, tan rematadamente imbécil, como para forzar a la hija adolescente de Isabel, para desvirgarla, porque ya no tenía ninguna duda de que esa era la razón de la sensación que había tenido como de rasgar un papel con la punta de su miembro cuando la estaba penetrando y del color rosado de después, por la mezcla de su esperma con la sangre del sello de la virginidad de la hija de su empleada y amante.

Después le entró el pánico y estuvo a punto de largarse, de huir, de escapar corriendo del lugar de su crimen, pero, cuando regresó al dormitorio de Isabel, algo lo empujó a tumbarse a su lado y, al final, quedarse dormido.

Cuando despertó al día siguiente, fingió que nada había pasado, incluso cuando la adolescente rubia apareció para desayunar y se quedó con la cara aún más blanca de lo normal cuando lo tuvo allí delante, hizo como si nada, sólo la miró con sus ojos pidiéndola silencio y ella obedeció, nada dijo, pese a que su madre la preguntó por su palidez.

No sabía cuánto duraría eso, pero no sabía tampoco qué hacer.

A lo mejor debería disculparse, hablar con ella, contarla que estaba borracho, lo que fuera... pero sabía que no era así, que no había sido cosa del alcohol, que, en esos momentos, ya había desaparecido, metabolizado, de su organismo.

Pero no sabía cómo hacerlo, cómo solucionarlo.

Había sido un estúpido, y, como tal, había cometido una absoluta estupidez, y ahora no sabía cómo arreglarlo.

Lo peor es que, cuando pensaba en ello, cuando recordaba el cuerpo juvenil, tierno y sensual, se excitaba, era como tener una versión joven de su secretaria cuando aún era pura e inocente, cosa que combinaba perfectamente con esa piel perfecta de un blanco inmaculado.

Sólo de imaginárselo, sentía crecer su miembro, y tenía que hacer un esfuerzo por pensar en otra cosa y relajarse.

Era una situación angustiosa, dividido entre la culpa por lo que hizo y la excitación morbosa del recuerdo.

El reflujo de su gastritis le había empeorado ese par de días por eso y había tenido que recurrir a doblar la dosis del fármaco que solía usar para controlar el exceso de acidez.

Pero no podía evitar pensar en ello, sobre todo después de haber pasado esa noche del viernes de nuevo con su secretaria, esta vez en su propia casa, haciendo de nuevo el amor una y otra vez hasta que ambos quedaron saciados y cayeron derrotados en la cama... aunque no sólo lo habían hecho en la cama, y el recordar su paso por el trastero le hizo sonreír.

Esa mujer era un tesoro, no podía perderla, tenía que solucionar el otro tema y pronto, no podía seguir así, había sido un error y tenía que corregirlo antes de que fuera tarde, antes de que Clara dijera nada que pudiera fastidiar todo.

“Zummm” le pareció escuchar.

¿Quién podía ser?.

No esperaba a nadie y no recordaba haber pedido nada, además de que casi siempre hacía que le llevasen los paquetes al trabajo, no le gustaba tener que depender de que el portero o algún vecino le cogiera un envío si no estaba en casa o, precisamente, de tener que estar él esperando al de la empresa de paquetería.

“Zummm” volvió a sonar, esta vez no podía ser ni un error de confusión del piso, o casi seguro que no, ni que se lo hubiera imaginado, una vez hubiera podido suceder, dos no.

Cerró las puertas y levantó el auricular del telefonillo.

-        ¿Sí?. ¿Quién es?.

Sólo obtuvo silencio.

Bueno, no, silencio no, porque podía escuchar el sonido de los coches que pasaban por la calle  y unas voces a lo lejos.

A lo mejor había sido una broma.

Pasó a la cocina, dispuesto a preparar el desayuno y llevárselo a la mujer que seguía tumbada en su cama, durmiendo tranquilamente.

Durmiendo desnuda.

No había traído un pijama, obviamente, no era precisamente a dormir a lo que venía cuando subieron al piso.

En cuanto se la imaginó, su pene comenzó a elevarse, la primera erección de la mañana, cosa que lo hizo sonreír bobamente.

Supuso que tomaría café.

La verdad es que él era más de cacao, pero no quería dar una imagen demasiado infantil, así que, aunque había sacado los dos botes, se decidió por preparar dos cafés con leche.

“Toc toc” sonó en la puerta mientras él se movía por la cocina.

Se paró, sorprendido.

“Toc, toc” volvió a repetirse el sonido de unos nudillos golpeando la puerta.

Se acercó, extrañado, sin saber muy bien qué pasaba, quién podía ser y por qué no utilizaba el timbre.

Miró con cuidado por la mirilla, extrañado ante la situación e intentando hacer el menor ruido posible, por si acaso.

Era una tontería, esa era su casa, pero, por alguna razón, un instinto interior le decía que era mejor fingir que no había nadie hasta que supiera qué pasaba, sobre todo si, además, aprovechaba el hecho de que no hubiera utilizado el timbre, fuese quien fuese.

El corazón casi se le sale por la boca.

Era Clara.

Estaba allí, en su casa, al otro lado de la puerta.

No sabía ni cómo había descubierto dónde vivía ni por qué estaba allí y precisamente en ese momento.

Isabel le había dejado claro que a su hija le había dicho que iba a salir con unas amigas y que al día siguiente se iba a hacer una ruta de senderismo, así justificaba el no estar cuando se fuera a dormir y al despertarse, es decir, que no podía ni sospechar que estuviera en su casa, además de que no tenía ni idea de cómo había adivinado la dirección.

“Toc, toc” volvió a llamar con sus pequeños nudillos.

El sonido resonó como el de un tambor para Manuel ahora que ya sabía quién llamaba y con la sangre acumulándose en sus oídos por la repentina subida de adrenalina.

Estuvo tentado de no abrir, de fingir que no estaba, pero se dio cuenta de que ella podía decidir llamar al timbre y sería mucho peor.

Al final podría hacer que se despertase Isabel, viniera a ver qué sucedía y todo saltase por los aires al encontrarse ahí a su hija.

Abrió lo más silenciosamente que pudo, aunque cada vuelta de llave parecía el estampido atronador de un trueno.

-        ¿Qué quieres? -preguntó, intentando ocultar su nerviosismo, casi temiendo que las piernas no pudieran sostenerle y se derrumbase.

-        Ho... hola... ¿puedo pasar? -preguntó ella, a su vez, pues sólo había abierto la puerta lo suficiente para asomar la cara.

-        ¿Qué quieres? -repitió él, ganando confianza al ver que ella estaba muchísimo más nerviosa que él, pues no paraba de mirar a los lados, a la vez que no era capaz de mirarlo a los ojos y se mordía el labio en un gesto que mostraba una inocencia y una ternura que le resultó inexplicablemente excitante.

-        Por favor -suplicó ella-, Manuel...

-        Don -la corrigió, repentinamente envalentonado, adoptando la actitud del jefe déspota.

-        ¿Có... cómo? -dijo ella, confusa.

-        Don Manuel -la aclaró-. Para ti soy Don Manuel. Ten un poco de educación, por favor -añadió, desdeñoso.

-        Don Manuel -repitió ella-, por favor, ¿puedo pasar?.

-        Pasa -accedió él, abriendo la puerta lo justo para que pasase, antes de cerrar, nuevamente despacio-. ¿Y bien, qué quieres? -volvió a preguntar, mirándola de nuevo, esta vez detenidamente, fijándose en cómo la caían los cabellos rubios flotando en su rumbo hasta mitad de la espalda, en su respiración aparentemente acelerada, que hacía que el polo que llevaba se moviera a un ritmo que mandaba unas sensaciones extrañas a su boca, que parecía hacerse agua, sobre todo cuando vio cómo se marcaban los puntos donde estaban los pezones.

Siguió mirando hacia abajo, incapaz de pararse y ser un caballero.

¿Por qué habría elegido precisamente una falda que apenas llegaba a las rodillas para ir a verlo?. ¿Por qué?. Esa pregunta venía acompañada por otro calambre en sus partes, por otro alzamiento de su miembro que, por suerte, encubría la bata que llevaba por encima del pijama que se había puesto por inercia al levantarse.

Incluso estando solo o, en éste caso, acompañado por la que se había convertido en su pareja sexual, no se sentía cómodo andando desnudo por casa y se había cubierto con el pijama y la bata.

-        Yo... -titubeó Clara, sin atreverse a mirarlo más que por instantes cuando alzaba los ojos de ese color de un azul intenso- yo... es que... el otro día... yo... no sé... yo...

-        Joder, niña, di lo que sea ya o lárgate, que no tengo todo el día -la interrumpió con brusquedad, adoptando un tono más firme de lo que se sentía por dentro, aunque procurando no levantar la voz demasiado por quien estaba en su casa, pues, incluso con las puertas cerradas, no las tenía todas consigo y sería muy violento intentar justificar la escena que tenía lugar en el hall con la chiquilla.

-        Sólo quería decir que... que... lo siento -soltó ella, temblorosa, sujetándose las manos y elevando su mirada de forma suplicante.

-        ¿Qué lo sientes? -respondió él, completamente descolocado, pues él la había tomado por la fuerza, la había violado, había roto el sello de su virginidad y la había usado para su placer... y ahora resultaba que ella venía a su casa y le decía que...

-        Sí, me porte mal, fue culpa mía. No tenía que haberos espiado ni haber hecho lo otro en el baño. Lo siento mucho.

-        Vaya, vaya... así que fue... culpa tuya.

-        Sí, estuvo mal lo que...

-        ¿Cómo sabes dónde vivo? -la cortó, acelerado, con un torbellino de pensamientos locos por la cabeza.

-        Yo... bueno... -volvió a bajar la cabeza- mamá lo tenía apuntado en su libreta y...

-        ¿Te ha mandado tu madre aquí?. ¿Te ha pedido ella que vinieras a disculparte?.

-        No, mamá no sabe nada. No quería que se enfadase. Y como se fue a hacer senderismo pensé... pensé en venir y pedirte perdón por lo del otro día.

-        ¿No sabe nada?.

-        No.

-        ¿Y no sabe que ibas a venir?.

-        No.

-        ¿Y se lo has dicho a alguien más?.

-        No, me daba mucha vergüenza lo que hice... y aun no tengo amigas.

-        Ya... ya veo -dijo él a la vez que pensaba “esta chica o es tonta o una zorra de campeonato” y la cogía del mentón para hacer que lo mirase. No apreció mentira en sus ojos, a la vez que recordaba que acababan de mudarse hacia poco de Canarias y quizás era verdad que aún no había tenido tiempo de establecer unas amistades tan íntimas como para compartir ciertas experiencias.

-        Y eso que sentí -se llevó la mano al ombligo-... yo... es que no sé...

-        ¿Te refieres al orgasmo?.

-        ¿Qué?

-        Lo que te pasó es que te corriste, tuviste un orgasmo -la aclaró.

-        Ya... yo... es que yo... nunca...

-        ¿Nunca? -con cada segundo que pasaba, con cada palabra que decía, con cada instante que tenía a esa dulce chiquilla allí al lado, sentía que se iba excitando más y más y que unos pensamientos sucios y morbosos iban apareciendo en su mente.

-        Es que yo... nunca había sentido nada así y... -ante su silencio, más debido a los pensamientos oscuros que iban pasando por su cabeza que porque quisiera más explicaciones de la adolescente, cosa que fue lo que debió de entender ella, porque siguió parloteando- yo... me sentí sucia, mal... y también... también... yo...

-        Disfrutaste -sentenció él.

-        Bueno... yo... no sé... creo...

-        Te corriste como una puta zorra -susurró, cada vez más excitado, sintiendo que la calentura de su miembro era cada vez mayor, cosa que notaba que se iba marcando ya sin poder ocultarse.

-        No... no... yo no... -tartamudeaba la hija de su secretaria, perdiendo el hilo de lo que estaba diciendo, mirando con los ojos como platos el tremendo bulto que se le estaba formando entre las piernas al maduro que tenía delante suyo.

-        Eres una guarra. Y has venido porque eres una devora pollas como tu mamaíta -sin más, deshizo el nudo de la bata y dejó caer el pantalón del pijama, liberando la monstruosa erección que ya no podía ocultar.

Su pene saltó como un resorte, alzándose ante la asombrada cría, cuyo rostro había adquirido un tono rojo intenso por la tremenda vergüenza y, a la vez, era incapaz de retirar la mirada del viril miembro que se mostraba ante ella.

Dominado por la lujuria y, a la vez, furioso consigo mismo por dejarse llevar de nuevo por las hormonas y perder el autocontrol, transformó toda esa energía acumulada, toda esa mezcla de sensaciones, de ansiedad, de morbo, de culpa, de deseo, de ira, de excitación... en un estallido de dominación primigenia, netamente animal, casi cavernícola.

Sin dar tiempo a Clara a reaccionar, la abofeteó mientras ella aún estaba atontada, incapaz de tomar ninguna decisión cuando vio que lo que ella había previsto como una confesión con la que aclarar todas las brutales sensaciones que vivió apenas unas noches antes a manos de ese hombre maduro por el que su madre sufría un nuevo enamoramiento, se convertía en una situación peligrosa que su mente adolescente no había sido capaz de intuir.

La chica se tambaleó, pero no llegó a caerse, y se llevó una mano en un mecanismo de inercia hasta el rostro que empezaba a mostrar una sorpresa por el giro de los acontecimientos que la hizo abandonar la visión de la endurecida masa de carne que se alzaba contra la gravedad y apuntando directamente a su cuerpo.

No tenía tiempo para juegos y la tomó por los hombros, haciéndola girar hasta tenerla de espaldas, pegándose a ella, haciéndola sentir cómo su verga caliente se apoyaba contra la tela de su falda, en el lateral de su muslo.

Ella gimoteó algo, no lo entendió con la sangre palpitándole en los oídos como el rugido de una catarata.

La empujó hasta obligarla a ponerse de rodillas, mirando a la puerta de vidrios translúcidos que daba acceso al salón de la vivienda, y la inclinó hacia delante, de modo que la tierna jovencita no tuvo más remedio que usar sus manos para apoyarse en el suelo, un acto reflejo.

Sentía cómo temblaba bajo sus manazas, pero ya no le importaba nada, y, mientras con una mano la subía la falda, con la otra arrancó de un tirón sus bragas de un blanco puro... aunque no pudo evitar fijarse en una pequeña zona grisácea en el centro, donde una pequeña humedad las había impregnado.

Eso lo volvió aún más bestia.

Sin dejarse un minuto para pensar, pues, de lo contrario, jamás haría nada de eso, igual que jamás la habría mancillado como pasase la otra noche, ladró una orden y, sin dar tiempo a la joven a reaccionar, bloqueada por la rapidez de los acontecimientos, la metió dentro de su boca los restos de la destrozada prenda que acababa de destruir para tener acceso a sus partes más íntimas.

Clara giró el rostro hacia él, con esas braguitas en su boca, colgando la mitad por fuera, con un gesto entre la sorpresa, la súplica y un punto de fascinación al observar la tremenda erección que mostraba el macho, pues ahora no era un hombre, sólo un animal masculino dominado por sus necesidades sexuales, reclinado sobre ella.

Contempló ese dulce, ese apetecible espectáculo que era ese coñito tan rosado y tierno que le llamaba, que sentía que pedía a gritos que lo tomase, que lo hiciera suyo, que usase su polla para atravesarlo y llenar la cueva de su interior.

Tenía una forma tan perfecta que, por un instante, temió lo que iba a hacer, lo que tenía que hacer para calmar esa necesidad cavernícola.

No lo tenía que hacer, no en realidad, pero se sentía como borracho, como poseído por una extraña energía desatada y no quería detenerla, quería disfrutarla, quería darle rienda suelta aunque su pepito grillo le dijera que aún podía dar media vuelta y escapar a la imposición de sus deseos más oscuros.

La hizo separar las piernas sin problema, la chica asistía sumisa a lo que pasaba y no intentaba desobedecer, simplemente se dejaba hacer por ese hombre, por el maduro macho que era el jefe y, a la vez, el amante de su madre.

-        Los castigos no se disfrutan -dijo una voz que era la suya, pero que no reconocía, a la vez conocida y ajena.

La hizo girar el rostro, dejar de mirarle con esos ojitos azulados tan dulces, tan tiernos, tan jóvenes, tan... adorables...

Palmeó su culo, ese culito tan bien puesto de la delgada cría, tan blanco y apetecible como un jugoso pastelito coronado, pero al revés, por esa zona rosada que señalizaba el sexo de la joven.

Lo palmeó como si lo estuviera valorando, saboreándolo en cierto modo con sus manazas, constatando al tacto su pureza.

El siguiente fue un golpe seco, duro, que la hizo pegar un respingo y encogerse hacia delante.

Algo en ese nuevo tono que dejó la marca de su mano lo hizo excitarse todavía más, en medio de una situación de por sí fascinante, con la chiquilla de rodillas en el hall de su casa, con su madre a unas decenas de metros, tumbada en su cama, descansando tras una noche de sexo, apenas separados por tres puertas.

Quizás ese riesgo era otro puntazo entonces, no era capaz de explicarse ni ante si mismo, porque lo siguiente de lo que se dio cuenta es de que soltaba otro par de tortazos, aún más fuertes, contra el culo de la indefensa adolescente, dejando marcados sus dos glúteos.

Siguió azotándola un rato, disfrutando de una forma perversa de su posición dominante y del propio castigo en sí.

Ella volvió a mirarlo por un momento, mostrando unas lágrimas en la cara que, en otra situación, le habrían hecho parar, incluso sentir lástima y pedirla perdón, pero no entonces. Entonces era un animal quien mandaba.

Y la chica lo supo, porque algo en su rostro la hizo volver de nuevo la vista al frente, aceptando el castigo sobre su dolorido culo.

Fue entonces cuando lo pensó.

Su polla también, con esa característica vida propia que la hacía brincar arriba y abajo, deseosa de entrar en acción.

Sabía que lo que iba a hacer era una salvajada, pero no podía parar de pensar en ello, de que, al contemplar ese perfecto culo adolescente, la idea no dejase de rondar su cabeza, una idea perversa y brutal.

Apuntó con cuidado, sujetando con una mano el trasero de Clara y con la otra su enfurecida polla, tan hinchada y caliente como se podía esperar ante el manjar que tenía ante sus ojos.

Colocó la punta de su capullo pegada al agujero más estrecho de la jovencita, que tuvo un escalofrío tan intenso que él mismo lo notó como si fuera propio, casi podía oler su miedo visceral.

No le importó.

No demasiado.

En el fondo no era malo, solo que estaba poseído por una fuerza oscura, primigenia y animal, y lo único que acertaba a pensar era en cómo saciar esos bajos instintos que habían despertado de forma tan explosiva.

Con su verga orientada y apuntando a su objetivo, puso la mano con la que había dirigido su misil de carne en el otro extremo de la cadera de la joven.

Empezó a apretar, a forzar el paso.

El agujero resistía, se mantenía cerrado, aguantaba sus primeros intentos, mientras la oía gimotear incluso a través de la tela de la prenda que había introducido en su boca y sentía cómo temblaba todo su cuerpo.

Apretó más y notó que algo cedía, que se abría un poco, pero no lo suficiente.

Recordó las películas porno y escupió sobre el ojete de Clara, volviendo a aplicar su tronco de carne de nuevo, presionando, haciendo que se abriera un poquito más pese a su resistencia, y volvió a dejar caer saliva de su boca para ayudar a lubricar el acceso.

Los gemidos de la adolescente se intensificaron y vio temblar sus hombros, seguramente porque estaría llorando, o eso imaginó.

No se ablandó, en esos momentos ya no podía parar.

Empujó aún más, hasta que notó como la cabeza bulbosa de su pene lograba atravesar el esfínter anal de Clara.

Fue un momento impresionante.

Siguió empujando y, apenas unos instantes después, logró meter parte del tronco de carne hinchada y ardiente que era su polla.

Estaba estrechísima, era algo tan apretadito que no podía dejar de disfrutarlo pese a la evidente incomodidad de la cría, que no se esperaba que el jefe de su madre fuera a desvirgarla también el ano, porque quedaba claro que era la primera vez que practicaba el sexo anal.

Esa sencilla idea lo encabronó aún más, hizo que se le pusiera, si cabe aún más, tremendamente dura la verga, palpitando con una ansiedad propia, irradiando un calor intenso dentro de ese agujerito tan estrecho.

Empezó a bombear sin necesidad de metérsela entera, moviéndose adelante y atrás, forzando ese agujerito una y otra vez, clavándosela con cada empujón un poquito más, sin que ella pudiera evitarlo y, casi, ayudándolo más al intentar apretar cuando tenía que relajarse y haciendo que fuera la violación de su culo aún más intensa, más profunda y más impresionante para ambos, pero, sobre todo, para Manuel, que no podía ni imaginar que hubiera una sensación así, un agujerito tan estrecho.

En el fondo, seguía prefiriendo perforar el coño, pero hubiera sido un absoluto cretino si no hubiera aprovechado la oportunidad de romperle el culo a esa cría que tan dócilmente se había presentado en su casa.

Bombeaba sin parar, moviendo con fuerza su endurecida tranca, rompiendo las últimas defensas de la joven, clavando por completo todo el tronco hinchado de carne palpitante en que se había convertido su pene muy adentro del culo de la hija de su secretaria y amante.

La sensación era tremenda, tan estrecha, tan deseable...

La penetraba con energía, agarrado a sus caderas, follándola de una manera que parecía más que la estuviera montando un animal que un hombre, mientras ella aguantaba a duras penas la posición a cuatro patas.

Hubiera deseado poder desnudarla y hacerla suya por completo como la otra vez, pero no sabía cuánto tiempo tenía, la urgencia era su máxima, y el no parar de bombear la herramienta con la que lograr su objetivo.

Clavaba una y otra vez su miembro viril dentro del culo de Clara, que gemía y sollozaba a partes iguales, usada de nuevo, humillada como nunca en su vida.

Una y otra vez la perforó con su polla, clavándosela lo más profunda y bestialmente que podía, disfrutando de cada instante dentro de ella, de lo estrecho que era ese agujerito.

Con golpes secos lanzaba su barra de carne, atravesándola, llenándola con su gruesa y caliente polla, hasta que notó que se venía, y no paró, no se detuvo, sino que incrementó el ritmo, lanzó pullazos más largos y profundos, aguantando más en el fondo, hasta que, al final, no pudo contenerse más y liberó toda la presión acumulada, dejó que las oleadas que había contenido como en un embalse se abrieran paso a través de su venosa polla y se descargasen en lo más profundo del, hasta entonces, virginal recinto anal de Clara.

Pudo notar con tremenda claridad cómo iba saliendo cada dosis de su semilla, como esa masa espesa y grumosa de semen se vertía, lanzada con fuerza desde el extremo de su pene, para llenar la ampolla rectal de la joven rubia, que recibía ese regalo que él la hacía rendida, absolutamente humillada.

Se entretuvo un momento más, pero, al final, sacó su polla, no podía perder más el tiempo.

Su polla brillaba con una extraña humedad y un tono amarronado, mientras unas gotas seguían brotando del extremo.

Agarró a Clara de su rubia melena y la hizo darse la vuelta y ponerse de rodillas.

Tenía el rostro cubierto por las lágrimas por la sodomización brutal que la había hecho padecer.

Y, en se momento, no le importó.

La abofeteó.

-        Contrólate, niñata -la dijo, tirando de los restos humedecidos de la prenda que aún llevaba sujeta entre los dientes.

-        Yo... yo... no... -gimoteaba.

-        Que cierres el puto pico -la increpó, acercando su rostro al de ella, que obedeció, en estado de shock por la nueva experiencia sufrida-, y ya estás limpiándome la polla, niñata.

La adolescente puso cara de no saber de qué hablaba, así que la agarró la boca con una mano y metió su polla dentro, hasta el fondo.

La chica tuvo una arcada ante la nueva invasión, pero Manuel no aflojó, al contrario, apretó más hasta que ella reaccionó y comenzó a hacer un tímido movimiento con su lengua y sus labios.

Suficiente para él, que comenzó a mover su pene dentro de la cavidad bucal de la jovencita, sujetándola la cabeza por detrás para evitar que tuviera la tentación de sacársela.

El sonido gorgoteante y las arcadas eran deliciosos, tanto que siguió un buen rato follándose esa boca en vez de, simplemente, dejar que ella hubiera limpiado con la lengua su tronco fálico.

Estuvo bombeando un rato, dejando que los últimos volúmenes de su esperma salieran de sus cañerías para derramarse por la boca de la adolescente, que se veía forzada a tragárselo, junto con la suciedad que recubría la, ya algo menos, endurecida barra de carne del jefe de su madre.

Manuel estaba notando que comenzaba de nuevo a excitarse y que su pene volvía a tener ganas de más fiesta, cuando escuchó un sonido alarmante.

La cisterna de su baño.

Isabel se había levantado.

Sacó con brusquedad el pene de la boca de la sorprendida y humillada chiquilla, que se vio allí tirada, sin bragas, en el hall de la casa del hombre que, de nuevo, había abusado de ella, y esta vez era difícil que pudiera confundir lo que había pasado.

En ese momento no le importó.

-        Largo -la dijo, cogiéndola del brazo y haciendo que se levantase-, y no vuelvas aquí si no te invito, ¿entendido, niñata?.

-        Pero... yo... pero... -intentaba articular una frase la adolescente, totalmente confusa y en estado de shock por lo sucedido.

La sacó a rastras de su casa y cerró tras de ella, esperando que se marchase sin más, dejándola tirada de nuevo tras usarla para saciar sus más bajos instintos.

Vio las bragas rotas y tiradas en el suelo.

Las cogió y las escondió entre la ropa sucia, sin poder evitar imaginarse a esa dulce chiquilla regresando a su casa sin bragas bajo la falda.

Se excitó.

Cuando Isabel llegó a la cocina, tenía una erección nueva y ella se mostró complacida, imaginándose que era por ella.

Nota: a veces uno es un titiritero, otras un ajedrecista loco, pero siempre es todo el resultado de un relato de fantasía.