Casos sin titulares XX: flemas.

La hija de una divorciada sufre las consecuencias de la visita de su nuevo jefe en una noche que cambiará su vida como nunca habría podido sospechar.

Una vez el Doctor debe escuchar a uno de sus pacientes contando una terrible vivencia en el campo de los abusos sexuales.

Casos sin titulares: flemas.

Sin duda, hay pocas cosas más difíciles que una nueva relación entre dos divorciados que han sufrido a manos de sus exparejas.

Eso siempre crea un poso de resentimientos, miedos y, a veces, de perversión nacida del desastre previo.

Manuel llevaba cinco años divorciado cuando conoció a Isabel, una mujer casi en los cuarenta muy bien conservada.

Era su nueva secretaria, una atractiva rubia de ojos azules, abundantes pechos y piel tostada, recién llegada a la península desde las Islas Canarias, tras una tormentosa separación con el padre de su hija, un instructor de gimnasio al que había descubierto beneficiándose a una de sus mejores amigas.

El carácter abierto de Isabel dio paso a una familiaridad que llevó a una primera cena al mes de conocerse.

Al día siguiente ya se atrevía a llamarle simplemente Manu en vez de Don Manuel cuando estaban a solas, algo que buscaban cada vez con más frecuencia.

Él no podía esperar a tener una segunda cita, porque era lo que había sido.

Habían congeniado perfectamente y habían estado hablando casi hasta el amanecer, pese a las vagas protestas de Isabel para volver a casa con su hija.

Así que ese miércoles cogió un ramo de rosas y se plantó delante del gimnasio al que iba Isabel casi todos los días.

Ella salió con otras dos mujeres, pero en cuanto lo vio las despachó enseguida y fue hacia él con sus ajustadas mallas y el top que apenas lograba contener sus turgentes senos.

  • Pero qué haces aquí, Manu.

  • Toma, son para ti –respondió él, regalándola el ramo.

  • Muchas gracias, son maravillosas –dijo Isabel, oliendo con intensidad el aroma de las flores-, pero hoy no puedo… tengo que ir a casa, ducharme, hacer la cena…

  • A mí no me importa, porque tu olor es perfecto –sentenció él, besándola-. Venga, déjame invitarte a un sitio que hay aquí cerca, así estarás a un paso de casa, ¿te parece?.

  • Bueno, vale.

Cenaron y el vino corrió.

Y el calor aumentó entre los dos. Ese tipo de calor interno que se llama pasión.

Era pasada la medianoche cuando subieron al piso de Isabel.

  • Shhhh… no hagas ruido, no quiero despertar a Clara –avisó la mujer, en un tono más alto del que ella misma quería pedir por los vapores del alcohol.

  • Lo que digas, cariño –respondió Manuel, tontamente, como si hubiera retornado a la adolescencia.

Juntos, de la mano, fueron medio a oscuras, medio con la luz del móvil, hasta el dormitorio de la canaria.

  • Echa el cierre –dijo ella, mientras le soltaba la mano y corría al baño de la habitación.

Manuel estaba tan embelesado que simplemente empujó la puerta, que hizo un sonoro “clac” al cerrarse, y siguió el sonido de la risa de Isabel.

Se quitó la ropa con precipitación y torpeza.

Casi se cae al suelo por la combinación de las prisas y el alcohol.

Entonces regresó Isabel.

Completamente desnuda.

Su piel morena parecía brillar con la única iluminación de la luz procedente del cuarto de baño.

Sus pechos le llamaron la atención inmediatamente.

Era algo que siempre le atraía de las mujeres.

Y no se veían marcas.

Se la imaginó tomando el sol desnuda, en una playa nudista, y ella sonrió aún más al ver cómo se le levantó el miembro.

Ella apagó la luz y no dijeron nada más.

Se fusionaron en un abrazo al que siguieron besos y toqueteos.

El cuerpo de Isabel estaba caliente al tacto, ardiendo ante el sexo anticipado.

Manuel la acompañó hasta el lateral de la cama mientras se besaban para, en el último momento, empujarla hasta hacerla caer sobre el colchón, de forma que parte de sus piernas sobresalían por el lateral y su cabellera se esparcía como ondas alrededor de su cabeza, parte cayendo por el otro extremo.

Ella lo miró en parte intrigada, en parte ansiosa, pero no dijo nada.

El hombre admiró su cuerpo, deleitándose con la vista, recorriéndolo de arriba hasta llegar a la entrepierna de la mujer, momento en que se dejó caer sobre las rodillas y acercó el rostro a esos segundos labios de la canaria, que empezó a tocar con ansiedad, separándolos para poder aplicar su boca a la entrepierna de Isabel.

El primer gemido fue suave, pero sirvió al jefe de la mujer para saber que acababa de encontrar el punto exacto y le hizo sonreír.

Metió un dedo con tremenda facilidad en la húmeda cavidad que era el coño de la mujer, que tembló y emitió otro quedo gemido cuando volvió a pasar la lengua por el clítoris.

Ese grueso dedo comenzó a moverse lentamente dentro de Isabel mientras los labios y la lengua de Manuel la comían el coño, devorándola como hacía tiempo necesitaba y estimulando su clítoris de una forma que el consolador, que guardaba en un cajón de la cómoda, no conseguía imitar del todo.

Con la mente inundada por el alcohol, desinhibida, los gemidos fueron a más, haciéndose más largos unas veces, más altos otras, ya sin importarla nada más que las sensaciones que la producían los tocamientos y la boca de su amante.

Se retorcía sobre la cama, agarrándose compulsivamente con una mano, alternándolas en ésta misión, mientras la que dejaba libre se deslizaba por su cuerpo, tocaba sus pechos o se dirigía a su cabeza para tocarse el cabello o cubrirse la boca a ratos.

Él llevaba aún más tiempo necesitando eso, pero trataba de contenerse, de no atravesarla desde el principio con una fuerte estocada de su erecto miembro, de disfrutarla lo máximo posible antes, de alargarlo para que ella no pensase que era un polvo rápido para él y nada más y para que le pidiera más en un futuro.

Sabía que tendría que haber esperado, que aún no era el momento, que iban demasiado rápidos, pero hacía tanto tiempo que no... y ella estaba ahí, tan disponible, tan abierta, tan…

Veía cómo su coño había dilatado, mojado y caliente.

Sabía que ella también lo necesitaba.

Había metido un segundo dedo casi sin darse cuenta y, pese a ello, pues era de dedos gruesos, algo que, a veces, lo hacía sentir algo torpe, el dilatado coño de esa mujer lo aceptaba sin problemas y pedía algo más, lo podía sentir… y oler… porque no sólo manaba una ligera humedad del interior, sino también un fuerte olor que lo excitaba casi tanto como los gemidos que no paraban de brotar de su garganta.

Fue incapaz de aguantar más.

Hacía demasiado tiempo que…

Apuntó con cuidado su polla al agujero que se mostraba frente a él, insertando con facilidad su hinchado instrumento, que entró deslizándose con suavidad.

Sólo entonces la pudo volver a mirar.

Pero ella no estaba ya mirándole, estaba agarrándose la cabellera con las manos mientras gemía lentamente al ir sintiendo como esa polla la iba penetrando, con los ojos entrecerrados de gusto.

Sus pechos se agitaban con la respiración acelerada en un movimiento hipnótico que le distrajo un instante, tan sólo un instante, pero el suficiente para que ella abriera los párpados y le hiciera una callada súplica que él captó sin necesidad de mediar palabra.

Empujó con fuerza, clavando hasta el fondo su polla, llenándola con su masa de inflamada carne hasta perforar esa húmeda y dilatada cueva.

Isabel gimió con más fuerza, cerrando de nuevo los ojos y agarrándose ahora a las sábanas, que retorció entre sus dedos.

Manuel se lanzó a devorar esos pechos tan magníficos mientras con el mismo impulso lanzaba otro pullazo de su miembro a lo más profundo del sexo de la canaria, que lanzó un pequeño grito de deseo y, a la vez, sorpresa.

Empezó a bombear con fuerza, cada vez más rápido, superada la barrera mental con la que había tratado de imponer un ritmo más lento y, así, disfrutar más del instante después de tanto tiempo sin sexo, pero fue incapaz de resistirse al impulso animal una vez la tuvo allí delante, tan abierta, tan… tan…

Isabel gemía cada vez más fuerte y gozaba sin tapujos.

-          ¡Joder!... aaahhhh… Dios… ¡más, más!... ¡más fuerte, joder!... ahhh… ahhh… sí… sí… ¡más, más!... ayyyy Dios… ayyyy Dios… ¡más, más!... ahhhh…

Sus palabras sólo servían para excitarlo aún más, alternando el devorarla las tetas con besos apasionados mientras no dejaba de clavarla hasta lo más profundo su erecto miembro.

Una y otra vez empujaba su endurecido pene hasta lo más profundo de la caliente y húmeda vagina de la rubia, que lo recibía de una forma tal que parecía encajar como si fueran las piezas de un rompecabezas.

Superada la primera fase, las manos de ambos luchaban por abarcar la máxima extensión posible del cuerpo de su amante, acariciando o… sí, a veces arañando…

La suma de los dos cuerpos irradiaba un calor exagerado mientras luchaban por dejar brotar sin contención toda la energía acumulada a lo largo de los últimos años que ninguna masturbación hubiera podido igualar.

Al final se corrió, dejando salir chorro tras chorro de esa espesa masa blanquecina que era su lefa, llenando la vagina de su secretaria, que gemía de placer junto a él, liberadas por fin las tensiones.

Se dejó caer sobre ella, besando lentamente sus pechos y subiendo en una ruta que lo llevaba hasta sus labios, mientras ella le acariciaba la espalda, con los ojos entrecerrados.

Fue entonces cuando la vio.

Apenas unos segundos.

Iba moviéndose, ascendiendo hasta el rostro de Isabel, con su polla aún ensartada en el coño de la mujer, dando unos pequeños empujones para terminar de vaciarse, cuando se fijó en el reflejo del espejo que había en la puerta del armario junto a la cama de su secretaria.

Un rostro, una cara reflejada en el espejo, enmarcada por una cabellera rubia como la de su madre, más rubia si cabe.

Le pareció que se mordía el labio, pero no pudo asegurarlo, porque la visión apenas duró un instante, pues, en cuanto sus ojos conectaron con los de la chica del espejo, estos se abrieron desmesuradamente y desapareció como por arte de magia.

Giró la cabeza por inercia y pudo ver como la puerta del dormitorio se cerraba lentamente.

Recordó que no había bloqueado la puerta y se maldijo internamente por ese descuido.

Esas eran las típicas cosas que podían arruinarlo todo.

Había ido demasiado deprisa.

Acababan de conocerse y ya se habían acostado, había follado con ella, una madre divorciada no hace mucho y cuya hija acababa de verlos teniendo sexo.

Seguro que eso sería un problema.

A lo mejor se oponía a su relación.

Pero ya no había vuelta atrás, lo hecho, hecho estaba.

Y, además, Isabel estaba reclamando su atención.

-          ¿Qué, hay suficiente para un segundo plato? –preguntó, insinuante.

Eran casi las tres de la madrugada.

Se había quedado dormido, pero algo lo había despertado.

Carraspeó.

Notaba el cuerpo caliente de Isabel junto a él y tuvo la tentación de acariciarla, pero se contuvo, no quería despertarla… aunque… seguro que no se lo tomaría a mal.

Sonrió en la oscuridad.

Había sido increíble, o eso le parecía, claro que había pasado muchos años desde la última vez y no podía comparar, pero… tres veces… lo habían hecho tres veces.

La última, se había puesto sobre él y le había hecho la mejor mamada de su vida y, cuando creía que se iba a correr, se detuvo, se giró y se había subido encima suyo, insertándose su enhiesta polla dentro de su hinchado coño, cabalgándolo una y otra vez, arriba y abajo sobre su tronco de carne inflamada, mientras él agarraba como podía sus tetas bamboleantes, hasta que no pudo resistir más y derramó una tercera dosis de su esperma en lo más profundo del sexo de esa rubia.

Después se habían tumbado uno junto al otro para descansar un rato, porque él se tenía que ir, estaba claro, no podía amanecer allí, no querían tener que explicar todo eso a Clara, la hija adolescente de Isabel, y él no dijo nada sobre lo que había visto en el espejo.

Pero se quedaron dormidos.

Y ahora el reloj marcaba casi las tres.

Carraspeó.

Las malditas flemas.

Se levantó despacio, para no despertarla.

No veía nada y no se atrevía a encender la luz.

Ni siquiera recordaba dónde había dejado caer su móvil en todo el caos del momento.

Fue despacio, tanteando, moviendo los pies poco a poco, hasta que, al final, tocó una pared.

Pensó en ir hasta el cuarto de baño.

Debería de haberlo hecho.

Pero a donde llegó fue a la puerta del dormitorio.

En ese momento no lo sabía, pero cuando la abrió, debería haberse dado cuenta, pero no lo hizo.

Volvió a carraspear y escuchó cómo Isabel se removía en la cama, así que cruzó el umbral y cerró con cuidado de no despertarla, lentamente.

Pudo ver el recuadro luminiscente que rodeaba al interruptor del pasillo, porque estaba en el pasillo.

Era imposible confundirlo ya.

El cuarto de baño del dormitorio era pequeño, por muy afectadas que estuvieran las proporciones para su vista en mitad de la noche, podía darse cuenta con claridad que la cosa no cuadraba.

En ese momento debería de haber vuelto a entrar.

Hubiera sido lo más sensato.

Pero esa noche no fue sensato, sencillamente no pensó, y ya no era por el alcohol.

Fue como pudo por el pasillo, hasta llegar al comedor, quedamente iluminado por la luz que se filtraba de las farolas del exterior por la ventana.

Pero no fue a la cocina.

Cogió y abrió la puerta que hacía esquina.

Ni siquiera se fijó en la línea de luz que se filtraba por debajo.

Se deslumbró por un instante.

Y allí estaba ella.

Clara, la hija de su secretaria, una adolescente rubia con unos ojos de un profundo tono azulado, una versión joven de su madre.

El mundo pareció detenerse por un instante.

Su retina capturó la escena que tenía ante él.

La jovencísima rubia estaba medio desnuda, mirándole con una mezcla de sorpresa y, quizás, temor, con los pantalones del pijama a la altura de los tobillos, mientras sus bragas con un diseño infantil en el que destacaba un famoso gato quedaban entre sus rodillas.

Una de sus manos mantenía alzada la parte superior del pijama, mostrando unos pechos adorables, bastante más pequeños que los de su madre, pero de una estructura deliciosa a la vista, redondeados y terminados en unos pequeños pezones rosados rodeados de una areola de un tono más suave.

Su piel era blanquísima, a diferencia de la de su madre, y relucía con una fina capa de, posiblemente, sudor.

Otra zona destacaba contra la impoluta blancura de su dermis, su coño.

No tenía ni un solo pelo, ya fuera porque no tenía apenas de forma natural o porque se hubiera depilado, no lo sabía.

Sólo podía darse cuenta de lo crecido que estaba, rosado y con una forma que, por un momento, le recordó a un mejillón.

La otra mano de Clara estaba allí, detenida por la sorpresa, con dos dedos en el interior de su sexo.

No supo porqué lo hizo, pero entró y cerró la puerta.

Bueno, sí lo sabía, pero no era capaz de reconocerlo y, como la chiquilla no decía nada y parecía completamente paralizada, fue él quien rompió el incómodo silencio del lugar.

-          Eras tú –afirmó, más que preguntar-, la que antes nos estuvo espiando.

Sus palabras pusieron de nuevo en marcha el tiempo.

Clara se puso roja como un tomate e intentó cubrirse.

Sacó torpemente sus dedos del interior de su sexo, mostrándole por un momento un dilatado y tierno agujero que parecía llamarle o, al menos, a sus ojos, que no pudieron evitar posarse ahí, siguiendo el rastro del espeso hilo que, por un instante, unió los huidizos dedos del interior de la cavidad que acababan de abandonar precipitadamente.

La visión de los jóvenes senos concluyó a la vez, cuando la otra mano bajó rápidamente para intentar subir las bragas para cubrir el expuesto coño de la moza, y la ropa se deslizó cumpliendo con el mandato de la gravedad.

El animal que se había despertado esa noche en él lo hizo avanzar un paso y alargar la mano para sujetar a la chica cuando intentaba levantarse para poder subirse las bragas con facilidad y, así, cubrir su palpitante sexualidad.

No podía dejar de mirarla, y se dio cuenta de que la deseaba, que una parte de su cerebro más primitivo ansiaba poseer ese delicioso coño.

Su miembro reaccionó y comenzó a hincharse, a engrosarse y moverse compulsivamente hacia arriba, abandonando la posición aletargada de momentos antes.

Se dio cuenta de que su mano se apoyaba sobre el hombro de Clara, impidiendo que pudiera levantarse, y la chica, muda, había dejado de mirarle para enfocar otra cosa, algo que estaba creciendo ante ella.

-          De cerca parece otra cosa, ¿verdad? –comentó él, extrañamente orgulloso de cómo se abrieron los ojos de la joven ante la visión de la creciente erección de su pene, y, de repente, como si un extraño guiase a su lengua, soltó-. ¿Te gustaría tocarla?.

-          Eee… no –dijo, precipitadamente la adolescente, presa de un intenso nerviosismo, sin saber muy bien qué hacer.

-          Vamos, tócala –intentó animarla.

-          Que no –repitió ella, con más firmeza en el tono de la voz y alzando los ojos, rompiendo el contacto visual con el palpitante miembro viril, antes de volver a repetir-. He dicho que no.

-          Que la toques, joder –siseó él, enormemente molesto de repente y poniendo un tono agresivo en su voz que hizo que Clara se encogiera un poco sobre si misma-. Y no me lo hagas repetir… que no muerde –terminó, como si de un chiste se tratase, una parte de él que buscaba quitarle hierro al asunto al ver cómo la jovencita temblaba de nuevo, intentando decidir qué era lo que debería hacer-. ¡Vamos!.

La chica alargó tímidamente la mano hasta tocar la engrosada barra de carne del jefe de su madre, que, al sentir el contacto, reaccionó excitándose aún más, sobre todo por el acompañamiento visual de ver cerrarse esa mano tan joven en torno a su hinchado pene, que seguía creciendo a ojos vista.

-          Desliza la mano –ordenó-, adelante y atrás… adelante y atrás –instruyó a la adolescente, que, sin darse cuenta, estaba haciéndole una paja-… así, guapa… así… mmm… sigue así… lo haces muy bien…

Ella no quería estar ahí, se notaba en cómo lanzaba miradas alternativamente al hombre que se interponía en su única vía de escape y la puerta del cuarto de baño, y en cómo cambiaba de posición sobre la taza del váter, pero parecía incapaz de atreverse a desobedecer y dejar de usar su mano para hacer la paja al miembro viril del maduro.

Él estaba cada vez más excitado y el extremo rosado de su polla asomaba ya sin disimulo, curiosamente brillante, cubierto por una fina cama de humedad que le daba un aspecto imponente, o eso le parecía a su dueño.

-          ¿Puedo irme ya? –gimoteó la chica.

-          Ya casi… tú sigue, que falta poco… -la animaba Manuel, disfrutando del contacto de esa manita sobre su polla.

Clara estaba cada vez más nerviosa y el jefe de su madre supo que no aguantaría más, que pronto saldría corriendo si no movía ficha.

-          Vamos, venga, dale un besito y te vas –se atrevió a pedir.

-          ¿Qué? –de la sorpresa, cesó el movimiento de la mano de la adolescente.

-          No pares, niñita –la reprendió y, para su sorpresa, ella siguió deslizando su manita en torno a su endurecida virilidad-, y vamos, dale un besito en la puntita, como si fuera la de tu noviete.

-          No tengo novio –admitió ella por inercia, poniéndose extremadamente roja toda su cara, sobre todo sus orejas.

-          Pero has estado con algún chico, ¿verdad, niñita? –se atrevió a preguntar, con el corazón saltando en su pecho ante la inesperada situación.

-          No –respondió con sinceridad la hija de Isabel, sin darse cuenta de qué pasaba.

-          ¿Eres… virgen? –tuvo que preguntarlo, no pudo aguantarse.

Entonces ella no respondió, pero su silencio fue suficiente contestación.

La polla de Manuel se puso más dura de lo que nunca la había sentido en la vida, con una excitación tal que creía que podría reventársele alguna de las venas que palpitaban en la superficie de la hinchada masa de carne.

-          Chúpamela –ordenó con un tono seco.

-          ¿Qué? –preguntó, sorprendida, la jovencita.

-          Que me la chupes. Sé que lo quieres hacer, guarrilla… sé que nos miraste… sé que me viste follarme a tu madre… y sé que deseas saber a qué sabe… te he visto tocarte pensando en mi polla, guarrilla…

-          No… no… yo no… -negaba ella, sudando y temblando, deteniendo la paja que hacía con la mano y soltando el miembro erecto, encogiéndose sobre la taza del váter.

El bofetón que la propinó resonó en el silencio de la noche.

En ese momento estaba fuera de sí, deseaba demasiado hacer que cumpliera ese mandato, que le obedeciera sin rechistar.

Clara estaba en shock y se llevó la mano a la cara, sin saber muy bien qué hacer, sin saber cómo reaccionar, como si estuviera perdida.

Él aprovechó su oportunidad.

La agarró del cabello con fuerza y la obligó a ponerse de rodillas sobre el frío suelo del lavabo, aún con el pantalón del pijama por los tobillos y las bragas a medio camino de cubrir la desnudez de su coño, que quedaba oculto por la parte de arriba del conjunto que usaba para dormir, que simultáneamente ocultaba también sus deliciosos senos.

Restregó su polla contra el rostro de la joven, que cerraba los ojos e intentaba girar su cara, pero un nuevo tortazo sirvió para hacerla rendirse… al menos por el momento.

-          Abre la boca –indicó y, ante la negativa evidente de la chica, que cerró con fuerza los labios igual que mantenía sus ojos cubiertos por los párpados para no ver la escena que se desarrollaba ante ella, cargó sus palabras de una fuerte nota de amenaza-. Que abras la puta boca, niñata de mierda, o te la abro yo… y abre los putos ojos, golfa.

Sin saber qué hacer, cómo escapar de la situación, la hija de Isabel obedeció, momento que Manuel aprovechó para meter su miembro erecto dentro de la cavidad bucal de la adolescente.

Fue una sensación impresionante.

“Sólo una chupadita y ya la dejo”, pensó para si mismo, aunque ya entonces sabía que no sería así, que se estaba auto engañando.

-          Chupa –conminó a la jovencita-… y mírame a los ojos.

Realmente no supo porqué lo hizo, pero ella lo obedeció sin necesidad de hacer nada más.

Empezó a chuparle el capullo de su pene de una forma torpe, pero que, a la vez, conseguía excitarle de una forma especialmente intensa.

Si a eso se sumaban esos dos ojos azules mirándole desde abajo, sometidos a su voluntad, el conjunto de la escena era muy intenso.

Por eso no fue capaz de controlarse, o eso fue con lo que intentó justificar lo que hizo después, cuando la agarró con fuerza de su cabellera, que enrolló en torno a sus dos manos, empujando con fuerza su pene hasta metérselo entero a la pobre chiquilla, sujetándola con sus manazas para que no se la sacase.

Enseguida empezó a babear, derramándose por las comisuras de sus labios ingentes cantidades de la saliva de la joven, mojando la parte superior de su pijama y enmarcando la fabulosa forma de sus tetas.

Después vinieron los gimoteos y el sonido de las arcadas, acompañado del intento de sus manos de golpear las piernas del jefe de su madre para que la soltase.

Notaba cómo su polla estaba por completo dentro de la boca de la adolescente, acariciando con el extremo su garganta, medio asfixiándola.

Fue casi un momento sádico, hasta que al final retiró parte de su polla y ella boqueó en busca de aire, instante que aprovechó él para comenzar un intenso mete-saca en la boca de la chavalilla, follándola la boca, disfrutando del placer  de saberse el primero que la poseía de esa manera, que la metía un pene dentro de la boca.

Sabía que para ella sería algo interminable, pero, en realidad, apenas fueron unos minutos lo que duró la penetración oral, que concluyó cuando sacó su endurecida polla del interior de esa húmeda cavidad bucal, a la que la unía un grueso hilo de baba que llegaba hasta el extremo de su miembro viril, enrojecido tanto por la excitación como por el mayor volumen de sangre que lo llenaba.

Estuvo a punto de dejarlo ahí, a punto.

Pero cuando la empujó hacia delante, alejándola de él, al soltarla la cabellera, de nuevo tuvo una visión del dulce tesoro que la chica escondía entre las piernas.

La jugosa apariencia del coño de la adolescente lanzó una imperiosa orden desde lo más profundo de su pervertida mente y, contra toda lógica, se lanzó a por ese caramelito como si de un crío se tratase ante una golosina prohibida.

Doblegarla fue fácil.

Antes de que supiera qué iba a pasar, ya la había agarrado de un brazo para alzarla del suelo del cuarto de baño, como si de una muñeca se tratase, manejándola sin miramientos, sin una pizca de amabilidad.

Se inclinó sobre ella y la dio un beso profundo, metiendo su lengua gorda dentro de la boquita de la chiquilla, que fue incapaz de reaccionar y se vio desbordada por la fuerza de su oponente, que invadió sin problemas su boca, saboreando el interior de esa cavidad que acababa de follarse un instante antes.

La mano que no usaba para sujetarla se metió bajo el pijama hasta alcanzar uno de sus pechos, que amasó con fuerza, notando la perfección de sus formas y la suavidad de esa sensible piel.

Ella empezó a retorcerse entre sus manos, pero él era más fuerte y, además, la retorció el pezón de ese primer pecho que había atrapado, haciendo que detuviera su breve resistencia, pensando seguramente que ese castigo era por sus propias acciones.

Ese momento de quietud lo aprovechó Manuel para liberar la mano con que la había alzado y usarla para ayudarse en la misión de despojar a Clara de la parte superior de su pijama, que dejó caer a un lado, para tener una mejor visión de esas dos bellas tetas que tanta lujuria le daban.

Eran más pequeñas que las de Isabel y mucho más blancas, como si nunca hubieran sido expuestas al sol en una playa, y eso le daba un punto extra de morbo en esos momentos tras haber catado las de su madre, tostadas por una exposición sin barreras a la radiación solar.

Se lanzó a devorarlas, poniendo una manaza sobre la boca de Clara por si intentaba gritar o hacer algo molesto, y sus labios y boca disfrutaron de esas dos perfectas glándulas mamarias adolescentes, babeándolas, mordisqueándolas, besándolas e, incluso, lamiéndolas, mientras la mano libre las recorría alternamente, amasándolas con fuerza o pellizcando los pezones cuando no bajaba rápidamente hasta la entrepierna de la chica, que trataba en vano de cerrar el espacio entre sus muslos, pero que él superaba y alcanzaba a rozar el caliente coño de la joven, que mantenía una agradable temperatura resultado de la masturbación que se había estado proporcionando a sí misma unos minutos antes.

-          Separa las piernas –la ordenó, a mitad de camino entre uno de sus pechos y el otro-. Que separes las piernas, joder.

No necesitó ni subir el volumen, la simple presión del momento y el tono imperioso que empleó fueron suficientes para que la chiquilla cediera, incapaz de resistirse.

Usó su mano para masturbarla, para calentar su sexo aún más de lo que ya estaba cuando él entró en el cuarto de baño.

Él sabía qué buscar.

Encontró su clítoris y lo acarició con energía, haciendo que se estremeciera tanto por dentro como por fuera.

Notaba cómo la adolescente se derretía ante un placer que brotaba con su ayuda y para el que no estaba preparada para reaccionar, que era algo innato, fisiológico, algo que no podía controlar con su voluntad, algo que surgía de forma automática, sin poderse evitar, sin que su consciencia pudiera hacer nada.

Podía escucharla gimotear bajo su mano, igual que notaba una cierta humedad en esa boquita que tapaba y de la misma manera que podía ver cómo su respiración se aceleraba y una fina capa de sudor empezaba a surgir en algunos puntos de la blanquísima piel de la joven según aumentaba la tensión en su sexo gracias a la habilidad de los gruesos dedos del hombre maduro que la estaba asaltando, aprovechándose de ella como seguramente no se había llegado a imaginar su inocente mente.

Sentía que estaba a punto de explotar, el calor que irradiaba su entrepierna era extremo y la humedad que brotaba del interior de su vagina era cada vez mayor ante la forma en que la estaba masturbando el coño y, sobre todo, el clítoris, pero no paró, quería hacerlo bien.

Convulsionó de una forma que estaba seguro nunca había disfrutado antes.

Si no la hubiera estado tapando la boca con su mano, estaba seguro que el grito que pegó hubiera podido despertar a los vecinos.

Todo su cuerpo se puso tenso y el orgasmo la llegó con una violencia salvaje y una humedad desbordante.

Manuel sonrió, contento por su éxito, pero no del todo.

Porque una parte de él estaba tremendamente cargada y no iba a parar hasta vaciarse, y él la complació.

Aprovechó la debilidad de los muslos temblorosos de Clara para aumentar aún más el espacio disponible y la clavó de un estacazo su polla dentro, haciendo que aullara con una mezcla de dolor, sorpresa y, eso le pareció, algo parecido al placer.

De nuevo, fue una suerte el tener la mano sobre su boca, que casi le muerde de lleno uno de sus dedos en un infructuoso intento de liberarse de su aprisionamiento.

Él la correspondió mordiéndola un pezón y retorciéndoselo entre los dientes.

Empujó más y notó cómo algo se rompía dentro de ella, una última resistencia, y su gruesa verga por fin alcanzó el extremo opuesto a la entrada de la vagina de la hija de su secretaria., y sólo entonces empezó a follarla con fuerza, metiendo y sacando su polla una y otra vez del inflamado e hiperlubricado coño de la joven rubia.

Respiraba con ansiedad mientras la penetraba y ella se retorcía sin poder escapar a su empalamiento, cada vez más rápido y profundo, con movimientos más fuertes y potentes del miembro viril que la llenaba y la usaba sin piedad.

El maduro podía notar cómo su pene iba recorriendo una y otra vez el tierno coño de la joven, llenándola con su gruesa y caliente polla, deslizándose con facilidad gracias a la humedad que surgía del propio interior de la chica tras el profundo orgasmo que acababa de tener gracias al manejo de su mano en su coño, especialmente con la habilidad para despertar su clítoris.

Era una sensación extremadamente placentera, el romperla, el poder llenarla con su miembro viril una y otra vez, metiéndolo y sacándolo una y otra vez, sintiendo cada palmo del recorrido que hacía arriba y abajo, deslizándose por la tierna vagina de la jovencita.

Era tan placentera que perdió la noción del tiempo y de lo que estaba haciendo.

Al final una pequeña vocecita intentó avisarle, pero fue demasiado tarde.

Esa alarma interior no llegó a tiempo.

Para cuando quiso darse cuenta, su polla empezó a dilatarse todo a lo largo y del extremo empezaron a brotar chorros de esperma con fuerza, sin el impedimento de ningún preservativo o con la habilidad para haber sacado su miembro a tiempo para aliviarse fuera del sexo de la hija de su empleada.

Cuando sacó su pene del interior de la chica, que estaba medio desvanecida por un segundo orgasmo que no se había dado cuenta que había alcanzado, lo pudo ver rodeado de un extraño tono rosado, seguido de una mezcla de su esperma con algo más que el típico fluido vaginal, y se dio cuenta de que también la había desvirgado el coño.

Debería de haberse sentido nervioso o acojonado, pero en ese momento estaba terriblemente satisfecho por haber podido vaciarse, de haber cumplido con la misión primaria del animal que llevaba dentro, el descargar su semilla dentro y muy profundamente de esa deliciosa hembra.

Ella estaba agotada y se dejó caer al suelo del cuarto de baño.

Él se limpió como pudo con el agua del lavabo y se marchó, dejándola allí tirada, usada y derrotada, con un chorrillo brotando de su interior, uno que era rosado en vez de blanquecino por esa pequeña hemorragia al romperse la barrera virginal del interior del sexo de Clara cuando la polla de Manuel invadió su coño.

Y todo por culpa de sus flemas.

Malditas flemas.

Se marchó cerrando la puerta y sin saber qué hacer a continuación.

Nota: relato de fantasía dedicado a Ella.