Casos sin titulares XVII: la casa infame 3.

Una universitaria de familia acomodada es engañada por un hombre maduro y secuestrada en una casa aislada de la inmobiliaria de su padre, donde es sometida a todo tipo de humillaciones y violaciones por parte de un grupo.

El Doctor escucha a la joven paciente con interés, descubriendo nuevos aspectos oscuros de las perversiones que le llegan, como especialista en traumas sexuales.

La casa infame 3

Lo primero que pensó fue que aquello era una pesadilla.

Tenía que ser una pesadilla.

Era una locura.

Tenía que ser una pesadilla, tenía que serlo, no podía estar pasándola eso.

No podía ser verdad.

Esa gente no podía estar allí.

Tenía que ser una jodida pesadilla.

Pero no lo era.

Y eso era lo peor.

Que lo sabía.

Que no era una pesadilla.

Estaban los seis hombres allí delante, mirándola cinco de ellos con una ansiedad y… y algo más… sin disimular ni nada.

El sexto era el viejo que la había cazado, como él decía, y que ahora la exhibía como si fuese la presa de una cacería, como si fuese un animal raro en exhibición.

-          Como veis está fresca, descansada y con ganas de que la den caña. Es una puta viciosa como su madre, una auténtica hija de la gran puta –les iba diciendo, mientras agitaba una mano hacia ella-. Bueno, tú no conoces a su madre –se dirigió a Quique, sí, ese Quique, el de la agencia inmobiliaria, el mismo que había mandado al maduro a por ella hacía ya un mundo, aunque, en realidad, sólo habían pasado unos pocos días-, pero era… -se corrigió- ES una auténtica zorra, una cabrona… -y mientras lo decía, estiró la mano para atrapar entre sus dedos uno de los pezones de Nuria a través del enrejado, retorcérselo y pellizcárselo de nuevo, como acababa de hacer nada más abrir las puertas de madera que daban al mueble la falsa impresión de ser un pequeño armario normal y corriente, mientras la chica no podía hacer nada, sólo sentir, impotente, cómo la maltrataba, a la vez que contenía las lágrimas para no dar ese placer a su secuestrador ni a ese grupo de hombres.

Otro de los hombres se acercó con una expresión sádica en la cara, empujando sin darse cuenta a otro, que se apartó sin quejarse pese a la falta de educación.

Nadie dijo nada, en realidad.

El hombre, un criollo venezolano sesentón, la agarró la otra teta, estrujándosela con fuerza durante un rato, apretando hasta hacerla daño, para después abrir la mano y descargar con fuerza un tortazo en el sensibilizado seno.

-          ¡Puta de mierda! –la insultó, escupiéndola en la cara.

Se acordaba perfectamente de él.

Le quedaban tres años para jubilarse cuando su padre lo despidió, justo cuando casi había terminado de ahorrar para poder sacar a su familia del infierno en que se había convertido Venezuela.

Casi parecía espumajear por la boca, lo que le daba un aspecto de loco.

-          ¿Puedo? –escuchó preguntar a otro.

-          Claro. Por supuesto. La mercancía está lista –respondió el viejo, apartándose y dejando que el hombre que acababa de preguntar se acercase.

-          Ufff… estás mejor de lo que me imaginaba, pequeña –y un antiguo ex socio de su padre, al que conocía desde hacía años, al que habían invitado a su casa no menos de treinta veces antes de que perdiese su empresa por una quiebra y que su padre la comprase a precio de saldo, se acercó para mirarla con unos ojos libidinosos, repasándola de arriba abajo, como queriendo grabar en su retina cada palmo de la desnudez de Nuria, antes de extender una mano y meterla entre ese pentágono de madera y el coño de la chica. Sacó sus dedos un rato después, los miró ante ella, sonriendo, y luego se giró para mostrar al resto que estaban mojados-. La muy guarra tiene el coño empapado.

-          Es mi turno –se acercó, sonriente, después de un rato en que se estuvieron riendo de ella tras esa exhibición de humedad entre los dedos del antiguo socio en la construcción del padre de la universitaria, Quique, su jefecillo de oficina en la inmobiliaria-. Al final mi padre tenía razón, ¿verdad, guarrilla? –la dijo en voz baja, aunque en esas distancias, realmente todo el mundo podía escucharle-. Eres una auténtica hija de puta además de una cerda engreída que quiere quitarnos tiempo con preguntas ridículas y llevarte unas comisiones sólo por ser la niñita del jefe. Pues ahora me toca a mí cobrarte mi tiempo, slut –terminó, agarrándola del collar que llevaba grabada la palabra anglosajona, y ahogándola al acortar el espacio que podía mover el cuello en esa encadenada posición.

También la escupió a la cara antes de soltarla como quien tira un pañuelo sucio a la papelera.

  • Me recuerdas, ¿verdad, niñita? -se adelantó ahora otro de los hombres, un maduro que había sido encofrador para la empresa de su padre varios años hasta que su ahora ex-mujer, que, además, era la secretaria de una de las empresas de construcción del padre de Nuria, lo había abandonado y denunciado por malos tratos. Ella asintió, pues le había visto un par de veces-. El cabrón de tu padre me ponía los cuernos con mi mujer y cuando los descubrí me organizaron la denuncia falsa para robarme también mis hijos y dejarme en la ruina. Me las vas a pagar tú todas, que lo sepas, furcia de mierda -la abofeteó y escupió en la cara antes de dejar paso al último de los presentes.

  • Fui el aparejador de la mitad de las casas de esta puñetera urbanización -empezó, aunque ella lo sabía por haberlo visto en alguno de los almuerzos de trabajo con su padre y los arquitectos-, ¿y cómo me paga eso y callarme lo del concejal de urbanismo?. Crea una empresa falsa de la que me pone como titular falso autónomo, vacía el capital y, el muy cabrón, me demanda por medio millón. A ver si adivinas qué he traído para demostrarte cuánto aprecio a tu puta familia -y, enfadado y tembloroso, ese hombre que debía rondar los 55 años, hizo un gesto de apretar con la mano, asustándola casi más que los anteriores.

  • Bueno, señores, ya ven cuál será el premio especial en ésta partida... así que... ¡a jugar! -anunció su secuestrador tras presentarla ante el resto de jugadores que, como él, tenían cuentas, reales o imaginarias, con su familia.

Los cinco se fueron a sus sitios alrededor de la mesa, donde todo estaba preparado para una partida de póker.

El viejo se quedó un rato más junto a la jaula y, tras mirar cómo temblaba, se rio por lo bajo.

  • Espero que te portes muy bien con tus nuevos amigos, pequeña... te toque quien te toque...

Y también se marchó a la mesa, dejando las puertas abiertas para que pudiera ver qué sucedía y que los jugadores también pudieran verla allí, desnuda, expuesta y encadenada.

Como siempre que hay dinero en juego, intentaron concentrarse, pero, poco a poco, les fue imposible evitar lanzar miradas cada vez más prolongadas a donde estaba ella, demostrando que el gobierno de sus partes era más contundente que el de sus bolsillos.

A la media hora, el primero de ellos se levantó para ir al carro de las bebidas, situado junto a la jaula que escondía otro tipo de pajarito distinto al de las casas convencionales, o así empezó a imaginarse a sí misma Nuria, como un pájaro enjaulado.

No sabía de dónde había sacado la idea, pero se la grabó.

El aparejador fue el primero en romper la disciplina.

Llegó hasta las bebidas, mirándola cada vez más, alternando a veces con lo que tenía a mano.

Escogió un cubito de hielo.

Lo movió entre los dedos, como si le quemase, y lo fue acercando hasta la prisionera.

La guiñó un ojo antes de acercarse un poco más.

La chica no podía apartar la vista del hombre, pero se daba cuenta que las conversaciones estaban decayendo y los silencios se iban haciendo más largos.

Metió la mano entre los barrotes, sosteniendo el hielo, y lo puso apoyado contra su barbilla, recogiendo el hilo de saliva que se escapaba de forma constante de la boca de la chica, permanentemente abierta por culpa del consolador que tenía insertado en su cavidad bucal y atado a su nuca con la correa que conformaba el arnés.

Nuria notó el frío contacto del cubito de hielo contra su piel y el escalofrío que recorrió su cuerpo sin poder evitarlo.

El hombre mostraba una sonrisa torcida, nerviosa, aunque no es que ella pudiera centrar su vista de tan cerca que estaba por su propia nariz, que por la postura ligeramente alzada de su cabeza y, encima, con la boca abierta, la impedía tener un control visual completo de lo que sucedía.

Dependía del tacto.

Del contacto.

Sentía cómo el hielo se iba deslizando por su cuello, siguiendo el rastro de las babas que formaban esa especie de río de saliva hacia abajo.

Tragó saliva con dificultad, apenas unas gotas, lo máximo que lograba que no escapase hacia el exterior.

La irritación de su garganta se hizo aún más evidente, tanto por la forzada postura como por tener que mantener la boca abierta, tragando aire sin humedecer o calentar vía nasal como debería ser y, para empeorarlo, sin casi recibir la lubricación de la saliva de su boca, que no cesaba de producir infructuosamente.

Apretó las manos sin darse cuenta.

Sólo la risa contenida de su nuevo torturador, de ese aparejador cincuentón, la hizo tomar conciencia del gesto.

Intentó relajarse, pero no podía, no con esos pares de ojos mirándola, con esas miradas puestas sobre su cuerpo desnudo y humillado, expuesto a sus libidinosos pensamientos vengativos.

No sabía qué intentarían hacerla, pero la aterraban las ideas que iban pasando por su mente, a cual más tremenda que la anterior.

El hielo continuó su descenso hasta el valle entre sus senos, entonces se desvió para rodear sus tetas, dibujando un círculo a su alrededor, primero de una y luego de la otra, como dibujando el contorno del sujetador que debiera de haberla estado escudando de esos individuos.

Llegó hasta uno de sus pezones.

En el otro aparecieron unos dedos gruesos, agarrándolo y estirándolo, retorciéndolo, estirándolo, soltándolo y luego pellizcándolo de nuevo, retorciéndoselo…

Gimoteó.

Él se rio bajo su cara, una risa sin alegría, una risa sórdida, de venganza, cruel.

El hielo se puso en marcha de nuevo.

Abandonó todo rastro del río de saliva.

Siguió ruta hacia abajo.

Alcanzó su ombligo.

Presionó.

Presionó.

El frío, algo menor que al principio según se iba derritiendo el cubito de hielo, pasó a ser una quemazón en el centro de la barriga de la chica, que gimió de nuevo e intentó moverse defensivamente, pero casi no podía, así que tuvo que limitarse a suplicar mentalmente.

Por fin salió de su ombligo.

Y bajó.

Bajó.

Hasta su rajita.

Notó el contacto aún fresco, alternando con una confusa sensación de quemazón cuando se detenía demasiado tiempo.

Fue rozando la parte exterior de su coño, la que quedaba expuesta en el límite justo, torturándola con ese hielo ya a medias del tamaño inicial.

-          A ver si… -le escuchó susurrar.

Empezó a empujar con el hielo, deslizándolo sobre la superficie acolchada que cubría la madera pentagonal que se clavaba en el coño de la universitaria, obligándolo a mantenerse abierto y en permanente roce.

El aparejador fue tanteando, con sus dedos sosteniendo el hielo menguante, más reducido ante el caliente contacto de la zona más íntima de la universitaria.

Al final encontró el hueco, el agujero que le permitía el acceso a lo más profundo del sexo de la chica, y lo empujó dentro.

Lo metió entre sus dedos, casi sin oposición.

Allí la sensación no era tanto de frío como de quemazón y de raspado de las aristas congeladas del hielo.

Lo empujó un poco más con un dedo.

Allí lo dejó.

Casi medio cubito de hielo dentro de ella.

-          Pues sí… entró… -se jactó antes de darla una torta fuerte en uno de sus muslos-. Qué puta eres –concluyó.

Luego fue a por su bebida y regresó a la partida como si nada.

Las voces retomaron su volumen y ritmo anterior, una vez terminó el espectáculo.

Pero ella sabía que no tardaría en recibir otra visita.

Y, mientras, ese hielo la incomodaba dentro, aunque, poco a poco, iba derritiéndose, provocándola unas sensaciones extrañas, a medio camino entre la incomodidad, la molestia, el dolor y… algo más.

El hombre que la había puesto allí la miraba con una sonrisa torcida en los labios, repasando su cuerpo en la distancia y, cuando Nuria se dio cuenta, se lamió los labios, mostrando lo que estaba disfrutando con la situación, con exponerla como a un trofeo de caza, como su presa.

Sintió un escalofrío nada más pensarlo.

El siguiente en levantarse fue el mayor de todos, el venezolano, que, una vez perdido todo lo que tenía, ya no veía sentido a seguir sentado allí y se acercó hasta ella.

En su mirada pugnaban el odio hacia ella y lo que significaba para él, pero también un desprecio mal disimulado hacia una mujer a la que consideraba poco más que basura, ya no sólo por ser la hija de a quien consideraba responsable de sus penurias y las de su familia, sino porque su presencia allí y de esa manera venía a confirmarle que no era más que una chiquilla malcriada sin valores, que sólo vivía por el dinero.

O eso es lo que ella veía en sus ojos.

Eso y un deseo malsano, una lujuria animal.

La devoraba con los ojos de una manera que daba miedo.

-          Deberías de estar debajo de esa mesa –la dijo-, lamiéndonos los pies y dando las gracias porque no seamos unos desgraciados como tu padre. Ese cabrón...

-          ¡Carlos! –llamó el viejo que la había capturado por duplicado-. Venga aquí, por favor, Carlos… Carlos Eduardo, ¿verdad?.

-          Sí –respondió el criollo, que no había apartado los ojos del cuerpo de la universitaria, taladrándola con la mirada-. Voy.

Lentamente se dio la vuelta y se dirigió al lugar donde el hombre que la tenía enjaulada estaba sentado tranquilamente, mirándola de una forma que no la gustó, como si fuera un trozo de tarta o de pastel ante un niño especialmente golosón.

Habló al oído con el venezolano y le pasó unas llaves.

La dedicó una sonrisa lasciva mientras volvía a la partida.

El venezolano se acercó hasta una esquina y agarró el collar antes de encaminarse con la llave hasta donde estaba enjaulada la chica.

-          Tu dueño me ha pedido que te saque a pasear, slut –anunció, antes de advertirla-. Y me ha pedido que te diga que si te tiene que cazar otra vez, que no será tan clemente como hasta ahora –y, añadió con un toque de amenaza en la voz-. Ni yo tampoco.

Lentamente, comenzó el proceso de liberación de Nuria.

Liberación de toda esa pequeña celda con accesorios que había montada en ese armario de forma camuflada.

Cuando abrió los barrotes, una pequeña corriente eléctrica recorrió el cuerpo de la joven, casi como si tuviera miedo a salir de su pequeña prisión y enfrentarse al destino que había fuera y, en parte, era así, aunque, estaba claro, siempre tendría más posibilidades fuera que allí completamente inmovilizada.

El venezolano paró un momento, se deleitó con la imagen de absoluta desnudez de la chica ya sin el impedimento parcial de los barrotes metálicos.

Pese al desprecio que destilaba su voz por los recuerdos de las culpas que achacaba al padre de la universitaria, en sus ojos apareció otra cosa, un brillo diferente, evaluador de la situación que se presentaba ante él, posiblemente dándose cuenta por primera vez de lo que se ofrecía para él en esos momentos y, apenas unos segundos después de parar para contemplar a la fémina que tenía delante suyo, se relamió los labios, de forma lenta y deliberada.

Mientras la partida proseguía, Carlos Eduardo fue a un lado y regresó con dos objetos.

Uno se lo metió, por ahora, en un bolsillo del pantalón, el otro, la fusta, lo adelantó y empezó a recorrer con ello el cuerpo de la prisionera.

-          Hay que reconocer que eres, bella, pequeña –empezó, a la vez que iba recorriendo el óvalo de su rostro por el borde con el extremo de la fusta, causándola una sensación entre miedo y urgencia.

Nuria se encogió en su sitio, o lo intentó, pues de la forma en que estaba sometida e inmovilizada, poco podía hacer realmente salvo apartarse unos milímetros antes de que sus manos esposadas o el anclaje a su cuello tirasen de ella.

Al criollo eso le divirtió.

Levantó con deliberada lentitud la fusta, apartándola de la cabeza de la chica, y poniéndosela frente a los ojos durante un segundo, para llamar su atención, justo antes de bajar el brazo que la sostenía y descargarla con una fuera brutal, tanta que el sonido del impacto llamó la atención de todos los presentes, que no pudieron evitar mirar el efecto y que, en algunos, consiguió que esbozaran una sonrisa o una mueca y, en otros, la más completa indiferencia, antes de regresar a la partida por mandato de aquel que presidía la reunión.

En ella el resultado fue distinto.

El golpe, pese a esa especie de aviso previo cuando mostró ante sus ojos la fusta, fue sentido de una forma muy violenta al caer descargado con tanta furia sobre una de sus tetas, que, del impacto, no sólo la hizo sentir una oleada de intenso dolor, sino que, después, la provocó una sensación de quemazón en toda la zona donde había impactado.

No pudo evitar un grito, que salió apenas como un gemido ahogado de su boca y, sin querer, mordió el falso pene que tenía insertado en la boca desde hacía tanto tiempo.

Se la saltaron unas lágrimas ante la brutal agresión y, se dio cuenta, eso pareció ser lo que más complació al vengativo sudamericano.

-          Así aprenderás cuál es tu sitio, puta slut –la avisó-. No te voy a dejar pasar ni una, pequeña slut. Me toca jugar contigo y… espero que te… esmeres… porque quiero disfrutar lo que me has costado, ¿de acuerdo?. ¿Te parece bien, slut?. ¿Te gusta la idea, putilla?.

No tuvo opción.

Asintió como pudo.

-          Bien. Muy bien, pequeña slut.

Puso la fusta de nuevo ante ella, haciendo que se encogiera levemente, por inercia, y eso le provocó una pequeña sonrisa antes de volver a posar, lentamente, la punta del objeto sobre la oreja de la chica, que fue rodeando despacio antes de comenzar el descenso por el cuello.

Fue recorriendo pausadamente el cuerpo desnudo de la jovencita, demorándose en sus tetas, especialmente sus pezones, y, luego, en su entrepierna, en la que mojó ese instrumento de castigo con la humedad que no lograba detener Nuria al estar frotándose permanentemente su entrepierna con el pentágono, que mantenía separados sus labios vaginales e iba rozando constantemente su clítoris, más con cada pequeño movimiento que hiciera.

-          Mira. Empapada. Estás empapada, pequeña zorra –dijo Carlos Eduardo, mostrándola de nuevo la fusta, para que viera el característico brillo de la humedad sobre el tejido del que estaba hecha-. Naciste para esto.

Llegó con la fusta hasta los dedos de sus pies, bajando por el exterior de sus piernas, antes de hacerla desandar su camino de nuevo hasta su abierto coño pero por el interior de sus muslos, entonces empezó a presionar y presionar… hasta que ese objeto de tortura comenzó a pasar entre medias del recubrimiento del madero pentagonal y el cuerpo de la chica, que iba sintiendo como iba abriéndose paso, directamente por el centro de su coño, deslizándose de una forma violenta e incómoda, forzando hasta crear un mínimo espacio entre su cuerpo y el pentágono sobre el que descansaba su sexo.

Captó perfectamente cuando logró llegar al otro extremo, asomar por su espalda.

Y él también lo apreció.

-          Preferirías tener una polla ahí dentro, ¿verdad, pequeña zorrilla? –y, sin esperar ninguna respuesta, remarcó-. Has nacido para esto, para aliviar los pecados de tu… padre… -añadió, con asco.

Empezó a mover la fusta, a usarla para ir frotando adelante y atrás, la zona íntima de la chica, metiéndose a través de su rajita, a lo largo, de una forma que hacía que ella no pudiera evitar sentir cosas que no quería sentir, que no eran más que una traición forzosa de su entrepierna y de su clítoris.

-          Te gusta, ¿verdad? –decía él, acercándose un poco más para usar la mano libre en la teta que no había golpeado con la fusta, amasándola con rudeza y pellizcando, a ratos, su pezón-. Si has nacido para esto, has nacido para esto. Es lógico que disfrutes, pequeña zorrilla.

Se demoró un rato, pero, al final, dejó la fusta entre las piernas de Nuria y usó la llave para liberarla de sus ataduras.

Sin poder evitarlo, por la tensión, las horas pasadas en tan incómoda postura y la falta de circulación derivada de su escasas opciones de movilidad, cuando liberó su cuello, su cuerpo se desplomó hacia delante, hacia ese hombre que estaba participando en su terrible abuso, y la tuvo que sostener y ayudar a terminar de bajar del pentágono insertado dentro de la pequeña prisión que la había tenido retenida durante esas horas.

El criollo la ayudó a adoptar una posición a cuatro patas sobre el suelo y, sin rastro de oposición por su parte, pues se encontraba débil, hambrienta y terriblemente sedienta, la colocó la correa corta de cuero para paseo antes de extraerla el falso pene de la boca, que tenía no sólo reseca y con la garganta irritada, sino más seca de lo que jamás había estado.

-          ¿Te gustaría beber un poco, perrita? –indagó el hombre que controlaba la correa.

-          S… siií –logró articular, no se veía con posibilidad de decir nada más entonces.

-          Muy bien. Camina, slut –ordenó, remarcando la instrucción con un golpe de la fusta en el trasero, que la hizo emitir un quejido de protesta-. Y en silencio o me enfadaré, slut. No distraigas a los jugadores.

La hizo gatear hasta el mueble donde estaban las bebidas y cogió una botella de agua.

Ella estuvo a punto de levantarse y darle las gracias, pero el criollo tiró con fuerza de la correa, aumentando la presión del collar y cortando en seco su intento de ponerse de rodillas para beber directamente de la botella.

-          ¿No estarías pensando en beber directamente de la botella, verdad perrita?. Así no se hace, tontita. Venga, camina –y acompañó la palabra con un nuevo azote con la fusta en su culo.

No tuvo alternativa.

Estaba demasiado cansada para protestar.

La hizo gatear hasta la mesa y allí cogió algo de encima.

De repente, un montón de cenizas y un par de colillas cayeron al suelo, cuando agitó un platillo boca abajo.

Las pocas conversaciones que aún escuchaba como de fondo, se detuvieron, mientras todos los presentes estaban atentos a lo que sucedía.

El venezolano empezó a verter el agua, lentamente, con un chorro que iba salpicando gotitas de rebote a un palmo del rostro de la universitaria.

-          Ya puedes beber, slut –indicó.

Ella hizo amago de ir a coger el platito con la mano y recibió un tirón fuerte en el collar que la hizo gimotear y que se la saltasen las lágrimas.

-          Como las perras. Como las putas perras –se rio de ella, aunque ella supo que no era un chiste, que era algo real, que la iba a obligar a hacerlo-. ¿No querías agua?. Esta es tu oportunidad. Tómala o déjala, zorrita.

Y la tomó.

No veía alternativa.

Se acercó y comenzó a lamer el contenido del platillo.

Los primeros contactos de su lengua la ofrecieron un sabor asqueroso, aún con restos de cenizas al fondo que no habían caído cuando lo sacudió ante ella, pero sabía que si lo escupía, la castigaría sin más agua, y tenía mucha, muchísima, sed.

Tragó.

Repugnante.

Volvió a lamer.

Asqueroso.

Volvió a tragar.

Extendió de nuevo la lengua.

Ya no se notaba.

Tragó.

Siguió lamiendo.

Ya estaba limpio.

Sólo era agua.

Dulce, dulce, tremendamente dulce agua…

Los oía reírse y soltar algún que otro insulto, pero no la importaba.

Bebió a lametones, metiendo más aire que agua dentro de su tubo digestivo, hasta que terminó el chorro que dejaba caer el líquido de la botella.

Se dio cuenta perfectamente de que no había sido ni la mitad de la botella pero, aun así, en su interior, lo agradeció, porque desde luego no pensaba decirlo en voz alta., no ante esos canallas.

-          Pues sí –empezó el criollo-. Creo que has nacido para esto. Se nota que sabes lamer. Seguro que te has quedado con ganas de más, ¿verdad?. ¿Te apetece sacar algo más de líquido con tu puta lengua, slut?.

Nuria asintió sin pensar.

-          Dilo, putilla –pidió él, acompañando sus palabras de un nuevo tirón.

-          Sí –confirmó ella.

-          Pues venga –sentenció, con alegría, el casi jubilado que tenía en sus manos la correa que gobernaba la dirección a tomar de la chica-. ¿Quién quiere ser el primero?.

-          Yo –anunció una voz fuerte, profunda, madura.

Más voces se unieron, pero Nuria sólo fue capaz de pensar en quien había hablado primero, sobre todo cuando el tirón de la correa la hizo ponerse a gatear para llegar hasta él, colocándose entre sus piernas, bajo la mesa.

Tenía ante sí su polla, nuevamente erecta, caliente a la vista, incluso sin necesidad de acercarse.

-          A ver esa lengua –ordenó.

-          Saca la puta lengua, slut –remarcó el venezolano cuando ella tardó más de dos segundos en obedecer-. Y ya sabes qué hacer. Demuestra que has nacido para esto, zorra de mierda.

Si la hubieran quedado lágrimas, habría vuelto a llorar, pero estaba seca.

Sacó la lengua y acercó su cara hasta el miembro viril de ese hombre, de ese maduro que la había cazado, como él decía.

Apenas rozó con la punta de su lengua el tronco fálico, y ya éste salió rebotado de placer, emitiendo por la punta una gotita de lubricación que pudo ver en primera fila, saliendo y deslizándose por el prepucio de esa polla.

A su alrededor escuchó varias cremalleras y supo, sin necesidad de verlo, que por toda la mesa esos hombres se estaban preparando para exhibir sus miembros ante ella y que se los tendría que lamer a todos.

La dio asco.

Se sentía tan tremendamente humillada, violada de una forma tan asquerosa, que sintió repugnancia de sí misma cuando volvió a acercarse a la polla de ese hombre y se la volvió a lamer.

Pudo sentir la dureza del miembro, el fuerte tono que tenía, el calor que desprendía, ese olor que emanaba tan característico, incluso los pelillos que salían por la cremallera la produjeron cosquillas que la hicieron confundirse.

Por un lado estaba esa sensación de vergüenza y humillación, de sentirse degradada y violada, y, por otro, una parte de ella sentía una pequeña excitación, se ponía… cachonda por el morbo… sí, eso la parecía… y eso era aún más terrible, ese choque de emociones donde sólo debería de haber sentido náuseas o lo que fuese que había que sentir cuando te obligan a hacer esas cosas.

Otro tirón fuerte de la correa cortó sus especulaciones.

La mano que la agarró por la nuca la hizo comprender que el tiempo de saborear había terminado, que el hombre, ese hombre, ese maduro violento, exigía más de ella.

No pedía.

No suplicaba, como debería de ser con su edad ante una chica joven como ella.

No.

Exigía.

Y ella obedeció.

Empezó a tragarse su polla, a metérsela dentro de la boca ella misma, devorando el caliente pene, sin necesidad de que él bombease, moviéndose ella arriba y debajo de su pene, con los ojos cerrados, al menos eso sí, para no tener que ver a su violador, aunque, en el fondo, no sabía si eso era mejor o peor, porque sentía mucho más cómo esa polla se movía dentro de su boca, dura, caliente, palpitante…

Un tortazo alcanzó su culo.

Risas.

Otro tirón de la correa para que no parase.

No podía ver quién la había dado el azote, pero había sido fuerte.

Siguió lamiendo la polla de quien la había capturado, de ese falso cliente, el tipo que la había engañado y enjaulado.

Su erección era increíble, al menos eso parecía en la confusa mente de la universitaria, desbordada por la sucesión de acontecimientos.

Por un lado era normal y, por el otro, la fascinaba, a la vez que la repugnaba, que pudiera seguir tan dura, con tantas ganas de más, después de haberla usado varias veces en tan poco tiempo, para lo que ella se imaginaba que debía de ser a esa edad, bien pasada la cincuentena.

¡Zas!. Resonó otro tortazo, esta vez en la otra mitad de su culo.

Había sido otra mano, estaba completamente segura.

Volvió a ignorarlo, concentrada en ese tronco de carne que tenía en la boca.

Sabía que cualquier dilación provocaría un nuevo castigo.

¡Zas!. El tercer tortazo fue aún más brutal que los dos anteriores.

Tembló por un momento.

No sólo se veía forzada a comerle la polla a ese hombre, encima tenía que escuchar insultos, sí, insultos, que ellos pensarían que no podría escuchar, pero, pese a que no los decían en voz muy alta y que tenía el grueso de la mesa entre medias, sus oídos lo captaban, y, si por si eso no era suficiente, algunos la estaban dando fuertes tortazos en su culo.

¡Zas!.

Se movió ligeramente, cambiando el apoyo de sus rodillas y avanzando tan sólo un centímetro, buscando huir simbólicamente de sus agresores.

El tirón que sintió casi la ahoga, sobre todo con esa endurecida polla dentro de su cavidad bucal.

Obedeció la orden silenciosa.

Paró el movimiento pese a que otro tortazo la alcanzó en el culo.

Continuó chupando el tronco fálico a su captor, caliente e hinchado, ocupando toda su boca.

Al menos la dejaba llevar el ritmo, no la ahogaba forzándola hasta la garganta.

El hombre disfrutaba enormemente con ello.

Todos lo hacían.

Disfrutaban de ella, no con ella.

No con ella, eso nunca.

Los fuertes manotazos contra su culo proseguían, pero resistió el impulso de quejarse o moverse.

Siguió recorriendo con la lengua esa polla y subiendo y bajando con la boca alrededor de ese tronco viril.

Había un punto de morbo en esa profunda humillación, pero intentó no pensar en ello, concentrarse simplemente en hacer que se corriese y terminar cuanto antes.

No quería pensar en eso.

No debía.

No podía, o sería conceder lo que decían que era.

Y ella no era eso.

Nunca lo sería.

Ese calor en su boca, ese calor irradiando de esa estructura dura y carnosa, de ese miembro que se levantaba pidiendo gozar liberando la tensión que lo hacía tener esa propia forma, ese misil que se iba clavando poco a poco, cada vez más, dentro de su boca, llegando con cada movimiento un poquitín más adentro, acercándose a su garganta, eso… eso la hacía sentir… sentirse…

Él empujó con las caderas.

Sólo una vez.

Movió de un golpe seco, hacia arriba, insertándola su polla hasta el fondo, provocándola una arcada y que babease aún más, podía notarlo, podía sentir cómo su saliva cubría por completo ese pene y sobraba para verterse fuera de su boca, resbalando por su mentón y mojando, también, el pantalón del hombre que tenía sentado ante ella, sin verla, ignorándola más allá de la mamada, en una situación de superioridad y seguridad en que ella haría lo que él consideraba que debía hacer, porque pensaba que estaba en su naturaleza.

Aceleró el ritmo del sexo oral.

La amenaza implícita de que él tomaría el control del ritmo era evidente.

Dejó de chupar tanto por fuera y se lo metió más… y más… y otra vez… ofreciendo su boca a esa endurecida virilidad.

Sintió el cambio en el sabor, en el regusto que iba manando y se mezclaba con su imparable salivación, antes que en la estructura tubular que llenaba su boca y amenazaba con golpear su garganta en cada movimiento.

Sintió una oleada de repugnancia antes incluso de que la verdadera oleada alcanzase el extremo de la polla del hombre.

La forma en que convulsionaba su tronco viril para impulsar el esperma la volvió a asombrar, siempre lo hacía, por mucho que supiera que siempre era así.

Tragó.

Sin que nadie lo dijese.

Tragó.

Una tras otra, las andanadas de caliente y espesa semilla la iban llenando la boca, y ella se las tragaba sin dilación.

Pero, al final, cesaron, y ya sólo quedó extraer las últimas gotas.

Y lo hizo.

No quería.

No lo deseaba.

Pero lo hizo.

Por mucho que lo odiaba, por mucho que se despreciara a sí misma, lo hizo.

Él la acarició el cabello.

-          Ufff… bien hecho, slut… ufff… bien hecho, pequeña… ufff… ya te dije que… ufff… habías nacido para esto… ufff…

-          ¡Vamos, hija puta! –ordenó el criollo, estirando brutalmente de la correa para que abandonase el sitio bajo la mesa frente a ese hombre que la había mentido, sometido, violado y que ahora se había descargado en su boca-. Aún te queda trabajo por hacer.

Nuria gateó unos metros, dando la vuelta completa a la mesa por fuera, exponiéndose a la vista de los jugadores, mostrando restos de babas en su rostro y, algún que otro resto de esperma que había terminado fuera de su boca.

Eso los hizo volverse locos y, de nuevo, todos pidieron ser el siguiente.

Carlos Eduardo demoró su elección.

Pero, al final, la volvió a meter bajo la mesa, frente a una nueva polla.

La de Quique.

Sujetaba su pene frente a ella, en alto, mostrándolo como si fuera una señal apuntando al cielo.

-          Me habían dicho muchas veces lo cerda que era tu madre y que tú tenías que ser una auténtica hija de puta. No quería creérmelo. Sólo parecías una puta niñata malcriada… muy guapa… pero… es verdad, eres una auténtica hija de puta. Una puta cerda. ¿No respondes ahora, niñata? –la picó, aunque ella se abstuvo de responder-. Joder, si es que sólo sabes ser un puto agujero –y, por fin, inclinó su erecto pene, colocándolo a una altura ligeramente más alta para obligarla a levantar el cuello mientras se lo mamase-. Disfrútala, zorra.

Ignoró los comentarios.

Cualquier otra cosa habría sido una estupidez.

Lo sabía.

Buscaban una excusa.

Cualquiera.

Y la habrían castigado bajo una perversa justificación.

Se inclinó hacia delante y comenzó a chupar.

Tenía que mantener la cabeza más alta y golpeaba a ratos la mesa, cosa a lo que respondieron con algunos silbidos obscenos.

Notó relajarse la correa, pero no se confió.

Siguió comiéndose el tronco fálico del treintañero, el más joven del grupo de abusadores, y algo más grueso que el anterior que se había tragado.

Pensó terminar antes, así que, resignada a que debía hacerlo, que no tenía alternativa allí, atrapada bajo la mesa, desnuda y rodeada de un grupo de hombres dispuestos a cualquier cosa, comenzó a tragársela más rápido, saltándose el lameteo del tronco.

-          Shhh… -la contuvo Quique, agarrándola la cabeza a mitad de uno de los movimientos-. No tengas prisa, puta. Disfrútala. Despacio… despacio… quiero que la notes bien. Disfrútala. Has nacido para eso, ¿recuerdas?. Ahora chupa, pero despacio. Quiero que la disfrutes de verdad.

Tuvo que contenerse cuando la soltó para que siguiera marcando ella el ritmo.

Se había dado cuenta de lo que pretendía.

La había descubierto.

Y ahora no tenía alternativa.

Tendría que ir despacio.

Sacó la lengua y empezó a recorrer toda la extensión del tronco fálico, arrancando un gemido de aprobación de Quique.

-          Y no te olvides del besito en la punta jajaja –mencionó otro de los hombres, al lado de Quique, disfrutando de la visión de la mamada que estaba realizándole.

Lo hizo.

Tuvo que hacerlo.

En uno de los viajes con lengua alrededor de esa máquina de calor, besó el prepucio, que reaccionó con una sacudida.

-          Adelante… -pareció decir, o, al menos, eso creyó escuchar.

Volvió a meterse la polla dentro de la boca.

Esta vez no la detuvo.

Había acertado.

Ahora sí, empezó a subir y bajar la cabeza con la erecta masa cilíndrica dentro de su boca, aportándola una sensación de calor que seguía siendo curiosa.

No supo cuánto tiempo había pasado en esa nueva fase, sólo que él ya estaba alcanzando la máxima extensión y grosor de su miembro, cuando sintió algo nuevo.

Alguien la estaba tocando el culo de una forma distinta.

No se atrevió a dejar de comerle la polla a Quique para mirar, no fue capaz.

Unas manos grandes, fuertes, la hicieron separar las piernas ligeramente mientras la hacían abrir los cachetes del trasero.

Notó una pequeña humedad caer, resbalando pro la rajita, fría y pegajosa.

Después un dedo, alguien hurgando en su esfínter anal.

Eso la hizo dar un respingo, al que su compañero en la inmobiliaria reaccionó agarrándola la cabeza con una mano y dándola un suave tortazo con la otra, provocando que casi le mordiera el pene.

Casi.

Estuvo a punto.

Pero la suerte estuvo de su lado y no reaccionó tanto a la nueva agresión.

Siguió chupando el hinchado tronco fálico mientras otro dedo, otro dedo grueso y frío se colocaba contra su agujero anal y empezaba a apretar.

Era una sensación extraña la de ese nuevo dedo, demasiado fría al principio.

Después se dio cuenta de que no podía ser un dedo.

Era como una bola redondeada, o eso la pareció notar cuando su culo pareció absorberlo hacia el interior.

En ese momento, notó otra bola, un poco más grande colocarse ante su agujero, presionando a la vez que una de las manos varoniles separaba un poco más los cachetes de su trasero.

Un poco más… un poco… y terminó entrándola también.

Lo sentía como si la hubieran metido un dedo y se hubiera quedado allí metido, un dedo que había entrado muy despacio, aunque a ella, en esas condiciones, todo le parecía alterado, hasta el tiempo.

Siguió chupando esa gruesa y caliente polla, cada vez más próxima a la eyaculación, podía sentirlo, notaba los cambios en su anatomía dentro de su boca y cómo los pelillos que recubrían sus huevos parecían estirarse con un esfuerzo extra que sólo podía indicar una cosa.

Eso y cómo estaban cambiando los gemidos del hombre.

O, más bien, su aparición y frecuencia.

Lo que la hubieran metido en el culo parecía tener una especie de cuerda que dejaron caer a lo largo de su rajita para, seguidamente, recuperar el control de la correa unida al collar en su cuello.

Notaba una tensión extra en su región anal, extraña, como si siguiera teniendo algo que se movía ligeramente, como vibrando por dentro, provocándola el acto involuntario de contraer su musculatura para intentar detener esa molestia.

Era algo extraño y… y no lograba definir esa otra sensación que la provocaba.

No lo lograba.

Estaba demasiado ocupada con otras cosas, como el completar la mamada, que se veía forzada a realizar a cuatro patas bajo la mesa a su compañero en la inmobiliaria, un simple empleado de su padre, o eso quería pensar para despreciarle mientras la violaba la boca con su gruesa polla, mientras a su alrededor seguía escuchando algún que otro comentario soez o insultos que se confundían entre los que la dedicaban a ella y los que se soltaban durante la partida que se celebraba encima del tablero de esa misma mesa.

Se despistó.

Se distrajo con esas tonterías y la sorprendieron las potentes contracciones de la verga de Quique, de la que emanaron chorros calientes de espesa lefa, golpeando el fondo de su garganta, provocándola una arcada refleja que hizo ascender el esperma hasta entrar por detrás en sus fosas nasales.

Tosió y eso sólo provocó que la segunda oleada de leche también subiera.

La tercera se repartió por todo el interior de su cavidad bucal, haciendo que notase pegajoso su paladar durante unos segundos.

Quique, saciado, sacó la polla de su boca y ella aún tosió un par de veces, a la vez que notaba algo salir de su nariz.

-          ¡Joder con la puta! –medio gritó el treintañero que acababa de descargarse en su boca-, que se la sale la leche por la nariz a la muy cerda.

La explosión de risas fue unánime, acompañada de unas palmaditas en el culo.

-          Ya os avisé que es una auténtica hija de puta –escuchó decir, cuando terminaron de reírse de ella-. Ha nacido para esto y cada parte de su cuerpo desea ser usado como la cerda que es.

-          Su madre la chupa mejor –sentenció otro.

-          Lo sé –aseguró la primera voz, la del cazador de Nuria-, pero ya aprenderá.

-          ¡Me toca! –gritó un tercero.

-          Adelante –ordenó el cazador.

El venezolano tiró de nuevo de la correa, haciendo que tuviera que volver a gatear alrededor de la mesa antes de meterse otra vez bajo ella, mientras tosía a ratos y notaba el hilillo de lefa que se escurría desde su nariz y que, sin necesidad de que nadie se lo dijera, iba relamiendo, sacando la lengua y recogiéndolo, para oscuro placer del grupo de hombres maduros, y aproximarse a la entrepierna del siguiente.

Esa especie de bolas que llevaba dentro del culo se removían sin moverse realmente del sitio.

Estaban quietas y, a la vez, se movían, o la hacían sentir algo parecido.

Como pequeños golpecitos en las paredes de su trasero que la incitaban a apretar, a contraer la musculatura.

El nuevo rabo que tenía frente a ella era el más pequeño hasta ahora.

Grueso, pero no muy largo.

Cuando empezó a lamerlo, la asaltó un nuevo olor, como a lavabo sucio, como cuando se queda sin tirar de la cadena.

Sintió asco, pero, a la vez, resignación, porque sabía que tendría que comérsela igual, que la higiene no era algo que ella pudiera exigir o que ellos hubieran tomado en consideración al acudir allí, atraídos como las moscas a la miel.

El hombre empujaba a ratos hacia arriba, metiéndosela un poco, imitando que la estuviera follando la boca, aunque ella seguía siendo la que más hacía, comiéndose su rabo en toda su extensión, paladeando contra su voluntad ese nuevo sabor asqueroso, que se mezclaba con los restos de las dos corridas anteriores, sobre todo la de Quique, que aún notaba ente los dientes o goteando por su nariz, tanto por delante, haciendo que se la tragase al chuparle la polla a su nuevo violador, como por detrás, cayendo directamente por su garganta.

No se dio cuenta de cuándo se llevó la mano a su entrepierna.

Fue de repente.

Las bolas que llevaba dentro de su culo la habían inducido a ello, estaba segura, no había otra explicación.

Y, aun así, no detuvo sus dedos frotándose contra su clítoris hasta después de unos segundos, nerviosa, decidida a no darles nada.

Si querían algo de ella, que la obligasen, nunca por su voluntad, nunca. Ella no era una puta. Para nada.

Esta vez estaba preparada y relajó la garganta.

Los chorros eran más finos, menos espesos, y casi pasaron por su boca sin notarlos, tragándoselos sin saborear, pese a lo cual, el hombre lo disfrutó sobremanera.

Otro tirón la hizo salir, moviéndose a cuatro patas, de debajo de la mesa.

No necesitaba mirar para darse cuenta de que todos estaban muy excitados, tremendamente cachondos y se volvió, resignada, hacia el siguiente, dispuesta a tragarse otra polla.

-          Es mi turno –anunció el encofrador.

Nuria comenzó a avanzar, pero un tirón la detuvo cuando el hombre se levantó de la mesa.

-          Pero quiero otra cosa –dijo, con una voz cargada de malicia-, que para eso traje las bolas chinas.

-          No hay problema –respondió el cazador-. Ha nacido para esto. Carlos Eduardo, acompaña a la slut arriba.

-          Vamos, putilla –acompañó el venezolano de un tirón de la correa-, toca divertirse un poco en serio.

Quiso negarse, bastante malo había sido hasta ahora todo, las humillaciones, los desprecios y todo lo demás, pero sabía que si regresaba al piso de arriba, la cosa podía ponerse aún peor.

Intentó probar con una mirada de lástima, pero esos hombres sólo pensaban en su venganza, en usarla y abusar de ella como represalia por las ofensas reales o ficticias que decían tener para con su padre.

El tirón de la correa casi la ahoga.

Se la saltaron unas lágrimas, pero tuvo que ceder a la presión.

Se giró, abandonó la estancia gateando, y se dirigió a las escaleras, rumbo al piso de arriba, tras las pisadas del encofrador y con el criollo detrás azotándola a ratos el culo con la fusta.

La sensación que la producía el objeto que tenía dentro del ano era tremenda, golpeando de una forma repetitiva las paredes de su culo de forma que la forzaban a apretarlo a la vez que hacían sentir su presencia mucho más por la forma de moverse a cuatro patas, sobre todo mientras ascendía por las escaleras.

Pasaron por varias de las habitaciones antes de que se decidiera por una.

-          ¿Os dejo a solas? –preguntó el sesentón, ofreciéndole la correa al otro hombre.

-          Para nada –contestó el encofrador cuarentón, cerrando la puerta por dentro con el pasador-. No me fío de esta furcia y… creo que se puede jugar con ella a algo más fuerte de lo que tenía pensado hacerla cuando vine, si te interesa.

-          Soy todo oídos –se animó, con un punto de ansiedad en la voz, el criollo.

-          Quiero romperla el culo como su puto padre hacía con mi mu... con mi ex –rectificó- cuando los pillé, por eso traje las bolas chinas.

-          Ajá –escuchó al mayor de los dos hombres, que hablaban como si ella no estuviera allí mismo, entre ellos, reducida a una especie de esclavitud forzada.

-          Pero también me apetece hacer un trío. Nunca lo he hecho.

-          Yo tampoco –admitió el venezolano, en un tono más que interesado.

-          Así que he pensado, si te apetece, que, cuando la tenga a puntito, te unas a nosotros y la jodas el puto coño.

-          Me apunto –aceptó, sin dudar, el sesentón.

A ella no la preguntaron.

Con ella no contaban.

Para ellos era simplemente una forma de venganza, unos agujeros que disfrutar.

Su voluntad no contaba para nada.

Sólo la de ellos.

Y planearon cómo violarla sin cortarse, haciéndola sentirse indefensa e impotente.

La agarraron entre ambos y la subieron a la cama, tirándola como si fuera un saco de patatas.

Nuria se revolvió, despertando de esa especie de letargo en que estaba, harta de las constantes vejaciones e insultos, harta de esa situación, de estar siendo usada por ese grupo de viciosos maduros que intentaban justificar las brutalidades a las que la sometían con falsas excusas.

Se dio la vuelta, lanzó patadas, los sorprendió por un momento.

Casi se arrancó el collar de cuajo y usó la correa por un momento para tenerlos separados.

Consiguió que el criollo soltase la fusta y llegó a la puerta.

Por un momento tuvo la esperanza de conseguir escapar, pero cuando giraba el pasador, uno de ellos la agarró de la cabellera y estampó su cara contra la puerta.

El dolor fue intenso.

La nariz la sangraba cuando la arrastraron de nuevo a la cama entre pataletas.

-          Así es mejor, resístete, puta, resístete –escuchaba decir al encofrador, que la agarraba de las piernas a ratos mientras luchaba contra la hebilla de su cinturón, de rodillas en la cama por detrás de ella.

-          ¡Nooooo! –gritaba Nuria, con una voz que resonaba extraña al no parar de salir la sangre de la nariz, manchando la cama y haciendo que la resultase complicado respirar-. ¡Noooooo!. ¡Cabrooooones!. ¡Ceeeeeerdos!.

-          ¡Cierra el pico, puta! –escuchaba entre medias de sus alaridos al venezolano, sentado sobre su espalda, inmovilizándola contra la cama boca abajo y agarrándola con fuerza del cabello y haciendo que su cabeza subiera y bajara contra el colchón.

-          Ahora verás lo que es bueno, cerda –dijo el cuarentón, que se levantó y, con rapidez, la sujetó por los tobillos y la ató con fuerza las piernas con su cinturón-. Esto te va a doler… lo que voy a disfrutar jodiéndote, perra…

De un tirón sacó las bolas chinas del ano de la universitaria y se colocó en posición, metiendo con rapidez el glande de su pene antes de que ella pudiera contraer el culo.

Empujó con fuerza, con mucha fuerza, haciendo que sintiera como si fuera un papel que se desgarrase, mientras su endurecida polla la penetraba, aprovechando el espacio dejado por el juguete erótico doblemente, no sólo por el hueco sino porque al estimular la musculatura de la chica, ésta se puso en tensión más rápido contra su miembro y eso hacía que el impulso que llevaba se sintiera más, fuera más apretado, sin tiempo a que ella recuperase el control de su ampolla rectal, que recibió una primera embestida tremendamente violenta.

Gritó con una mezcla de dolor, furia y humillación, pero eso pareció excitarle aún más, porque el bombeo se hizo más intenso, rápido y cruel, al no dejarla adaptarse ni por un momento y no poder separar las piernas, con lo que la sodomización la sentía mucho más profunda e intensa, como si la rompieran el culo.

-          ¡No!... por favor –pasó a suplicar, mezclándose sus lágrimas con la sangre-, por favor, parad… por favor… no diré nada a nadie… por favor… parad… dejadme libre… por favor… por favor…

-          Cerda mentirosa –dijo Carlos Eduardo en su oído-. Como tu puto padre. Mentirosa. Men-ti-ro-sa.

-          Está en su punto –anunció el cuarentón-. Prepárate, amigo.

-          Sí… -y, de nuevo, al oído de la chica- Lo estoy deseando, slut de mierda.

Casi como si leyesen el pensamiento, actuaron a la vez.

El venezolano se levantó y el encofrador se tendió sobre la espalda de la universitaria y la agarró para, con su propio movimiento de costado, hacerla girar para ponerla de lado.

El criollo la golpeó con fuerza las tetas, de nuevo a su alcance, con la palma de la mano y se desnudó lentamente frente a sus ojos, mientras ella seguía recibiendo las embestidas anales del tronco fálico del otro maduro.

Un pene de un tono más oscuro al que ella estaba acostumbrada, emergió ante ella, no muy grande, pero grueso y con una erección potente.

La escupió en la cara y la abofeteó un par de veces antes de subirse a la cama.

La mordió una de las tetas, haciéndola chillar de nuevo.

Con una de las manos separó lo suficiente el espacio de su entrepierna para poder situar su verga en la entrada de su coño, que cedió con demasiada facilidad, o eso la parecía a ella, cuando presionó.

-          Joder con la puta –se jactó el venezolano-. Mucho chillar y quejarse y entra de fábula. Está empapadísima –contó al otro hombre mientras se la metía a la fuerza.

-          Buffff… es toda una puta… buffff…

-          Era verdad que has nacido para esto, puta… ¿verdad, slut? –la degradaba verbalmente el criollo-. ¿Verdad?.

-          ¡No, noooo, nooooo!... por favor… parad… por favor… me hacéis daño… por favor… parad… -suplicaba ella, que recibió otro escupitajo, que fue a entrarla directamente en la boca mientras gimoteaba buscando compasión.

-          Buffff… eso es que disfruta demasiado… buffff… -se reía de ella el que la estaba sodomizando.

-          Ya te digo –mostró su acuerdo el venezolano, empujando con fuerza su polla dentro del coño de la chica, que podía notar cómo esas dos masas ardientes de hinchados troncos de carne masculina la penetraban y forzaban una y otra vez sus dos agujeros, incluso casi las notaba como si se frotaran y cogieran el mismo ritmo a través de la estrecha separación entre sus dos orificios, en una mezcla de sensación extraña y humillante, pero, a la vez, y sin que jamás fuera a admitirlo ante esos hombres, profundamente excitante… involuntariamente excitante.

Una y otra vez siguieron perforándola sus agujeros.

El encofrador cuarentón empujando con fuerza por detrás, agarrado a su cabello y su cadera, lanzando tortazos de vez en cuando, forzando al máximo el pequeño hueco que había por tener sujetas las piernas Nuria con el cinturón de ese hombre maduro, que disfrutaba enormemente de ello y sudaba contra su espalda del esfuerzo y del disfrute de la estrechez que arrasaba con los movimientos frenéticos de su polla.

El venezolano, ese hombre que casi tenía los 65 años, no iba atrás, pese a los más de veinte años de diferencia con quien la violaba el culo, ponía todo su empeño y empujaba una y otra vez su verga arriba y abajo por dentro de su vagina, llenándola con su corta, pero gruesa, herramienta viril, llenándola con una potencia nacida del desprecio y el morbo de la situación, del poder abusar de la hija de a quien culpaba de sus males, soltando insultos de vez en cuando y mordiéndola las tetas, pellizcándola por todas partes o escupiéndola en el rostro o el cuello.

El asalto era continuo por parte de sus dos violadores, que no cesaban, que parecía excitarles aún más las cada vez más escasas súplicas o intentos de negociar una pausa.

La jodían al máximo con sus dos pollas, llenándola como nunca había sentido y produciéndola unas sensaciones antagónicas, por un lado de vergüenza y humillación, de sentirse usada y profanada, y, a la vez, extrañamente excitada y empapada por el propio acto sexual, aunque fuera forzado.

Pese a llevar menos tiempo follándola, el criollo fue el primero en venirse dentro de ella, llenándola con un río de esperma, mucha más cantidad de la que ella esperaba de alguien de su edad y del tamaño de su miembro.

El placer que sintió por un momento al recibir la descarga fue rápidamente eclipsado por el disgusto de eso mismo, de que su violador se hubiera vaciado dentro de su coño, de sentirse ultrajada y reducida a un mero objeto de placer combinada con la venganza contra su familia.

-          Ufff… joder… hacía años que no me vaciaba así… uffff… qué bien me ha sentado… uffff… -iba diciendo Carlos Eduardo mientras lanzaba los últimos empujones, más lentos y cortos, terminando de descargarse dentro de su vagina.

El maduro encofrador no respondió, siguió empujando y forzando el culo de Nuria sin parar, aunque ella podía sentir, podía presentir, que ya le faltaba poco, que su masa de carne hinchada estaba alcanzando el punto de tensión máximo.

Y así fue.

Un par de minutos después se corría dentro de su culo, apretándoselo para sentir aún más las paredes de su trasero contra su polla, que soltaba chorros de caliente semilla en el agujero incorrecto de la chica, a nivel reproductivo.

Ella ya no chillaba ni intentaba luchar, sólo lloraba en silencio, con la nariz rota y una costra de sangre seca por la mitad del rostro, humillada, violada y sometida por esos dos hombres.

No habían acabado con ella.

El venezolano la arrastró del cabello hasta el cuarto de baño anexo y la hizo caer de rodillas, pues apenas podía moverse con las piernas inmovilizadas con el cinturón del otro hombre.

-          Manos detrás de la cabeza –ordenó-. Te vamos a limpiar la sangre.

-          ¿Sí? –cuestionó el otro maduro, que estaba al lado, frente a ella.

-          Sí –afirmó el criollo, que hizo un guiño rápido a su compañero del trío.

Nuria hizo lo que la pedían.

Con la nariz rota, casi era obligado respirar por la boca, así que la dejó abierta.

Era lo que esperaban.

Antes de darse cuenta, ambos hombres la estaban orinando encima, apuntando a su boca, aunque mojando a ratos el resto de la cara.

Cerró los ojos y, a ratos, la boca, pero su nariz la obligaba a volver a abrirla y tuvo que tragarse parte del sucio líquido que la fue cubriendo.

Al final se les agotaron las reservas.

-          Límpiate bien, zorra, que hay mucho que hacer aún esta noche –la advirtió el cuarentón, recogiendo su cinturón y marchándose.

-          Qué pestazo… dijo el criollo mientras ella se echaba un poco de agua fría a la cara, limpiándose como podía la sangre del rostro-. Y cómo has dejado las sábanas, furcia…

El venezolano abrió la ventana y fue a un armario a por un cambio de las sábanas.

Nunca supo cómo se pudo atrever, pero lo hizo.

Salió corriendo, empujó al venezolano, agarró el colchón con una fuerza que no sabía que tenía y saltó por la ventana abierta.

Pese al colchón se hubiera podido romper la mitad de los huesos, pero justo abajo estaba uno de los estanques artificiales del terreno, que hacía las veces de falsa piscina natural.

Consiguió salir, con un tobillo torcido, desnuda y empapada.

No intentaron seguirla.

Antes incluso de llegar a la casa más cercana, pudo oír los motores arrancando y las luces que iban por el camino de atrás.

Nunca regresó a esa casa infame, ni siquiera para la reconstrucción de los hechos, que hizo por videoconferencia desde el hospital.

Y ahora estaba allí, ante el Doctor, contando su trágica experiencia, mientras la policía no sólo arrestaba a la mitad de las personas involucradas en esos sucesos, sino a su propio padre al desvelarse sus negocios turbios que habían estado, en parte, detrás de lo que la pasó.

Nota: les deseo, en lo posible, unas felices fiestas.