Casos sin titulares XVII: la casa infame 2.

La universitaria sigue siendo objeto de todo tipo de abusos por parte del hombre que la engañó para acudir a la casa del número 13 de la calle Trece.

El Doctor se mantiene alerta, escuchando todas las barbaridades que sufrió la joven que acudió a su clínica tras sufrir una intensa experiencia de abusos sexuales, entre otros, a manos del hombre que la engañó para acudir a la falsa venta de la casa situada en el número 13 de la calle Trece de una urbanización exclusiva.

La casa infame 2

Acababa de anochecer cuando la encerró en el armario.

Después de varias horas recorriendo la casa de una manera que jamás habría imaginado, Nuria fue llevada hasta ese mueble.

No era un armario cualquiera.

Por dentro había sido preparado para algo muy distinto a lo que uno se habría esperado.

A media altura había una especie de viga de madera que sobresalía de la pared con un tejido recubriendo la parte superior, pues tenía una forma pentagonal que apuntaba hacia arriba.

Había unas esposas que sobresalían a los lados y una cadena que bajaba del techo interior del armario, cuyo tamaño se dio cuenta de que estaba claramente calculado para una persona.

Ella.

Unas rejas metálicas separaban el interior de las puertas de madera, completando el diabólico aspecto de ese mueble que la universitaria no entendía que su padre hubiera podido incluir en una vivienda dentro de su centro residencial.

Cada vez entendía menos cosas.

  • Entra, slut -la ordenó su maduro secuestrador, el hombre que había estado abusando de ella durante horas.

  • No... por favor... no... -intentó negarse, aunque sabía que sería inútil.

  • ¿Quieres que me enfade? -endureció el tono.

  • No... pe...

Un golpe seco con la vara en el culo la hizo saber que no tenía alternativa.

Se dejó guiar al interior y se apoyó en un peldaño antes de darse la vuelta y subirse al madero, quedando con las piernas colgantes y el extremo picudo de ese pentágono atravesando de lado a lado su coño, rozándolo de una forma constante.

La sujetó las manos a las esposas y luego enganchó la cadena del techo a su collar del cuello, de forma que tenía el rostro ligeramente alzado.

La ató, sin que se resistiera, los tobillos entre sí con una cuerda y admiró su obra desde la distancia.

  • Falta algo, ¿sabes? -dijo, sin esperar respuesta-. Ahhhh ya, eso que tanto le gustaba usar a la puta de tu madre.

Un rato después apareció con un consolador en el extremo de un arnés.

  • Abre la boca, hija de... puta -se iba riendo de su propio chiste.

Ella obedeció.

No tenía alternativa y lo sabía.

No entonces.

Él se acercó y la metió esa imitación plástica de un pene dentro de la boca, llenándola casi por completo, de forma que le costaba respirar y tragar, y dio la vuelta al arnés para dejarlo atado a su nuca y conseguir que no pudiera sacar el consolador del interior de su cavidad bucal.

  • Muy bonita -dijo al contemplar de nuevo su obra a unos pasos de distancia-. Ya es hora de dejarte descansar un ratito, zorrita... jajaja.

Cerró los barrotes de frío metal, que quedaron pegados a sus pechos.

Antes de completar el encierro, la pellizcó con fuerza, y de forma simultánea, veinte veces cada pezón hasta dejárselos muy marcados.

Todo se quedó a oscuras cuando las puertas de madera completaron la nueva puesta en escena del loco que la tenía sometida.

El roce de la madera acolchada contra su coño era una tortura, se pusiera como se pusiera.

No es que tuviera un gran margen de maniobra, pero, al principio, lo intentó, cuando se dio cuenta de que pensaba dejarla allí un buen rato.

Tuvo que desistir tras un rato, pues lo único que conseguía era que el roce contra su coño la irritase la zona y, de una forma extraña, la hiciera sentirse ligeramente excitada.

Era una pesadilla.

Secuestrada, violada y torturada y, aun así, seguía habiendo cosas que provocaban una excitación en su cuerpo.

No podía entenderlo.

Encima, cada vez se la iba quedando más seca la garganta por culpa de ese plastificado falo que la obligaba a mantener la mandíbula inferior completamente abierta, de forma que la saliva se la iba escapando hacia fuera pese a que estaba salivando sin parar.

Notaba como se deslizaba la saliva por su labio inferior y se iba deslizando por su mentón y cuello, alguna gota incluso caía sobre sus pechos.

La garganta no la notaba mejor.

Al no poder tragar, cada vez estaba más seca, lo que, unido a la irritación de todo lo que había pasado antes, hacía que la sintiera extremadamente molesta e inflamada, o algo parecido notaba, puesto que la polla de plástico insertada en su boca obligaba a que el aire pasase de una forma complicada a su alrededor y sin casi entrada por la nariz, con lo que era un aire frío y seco el que penetraba en sus pulmones de esa incómoda forma.

Lo único que estaba mojado ahora mismo dentro de ella era precisamente ese intruso de plástico semi rígido.

El resultado de esa incómoda y minúscula prisión era que, al final, y en contra de lo que había sugerido su sádico secuestrador, no lograba encontrar forma alguna de descansar de todo lo que llevaba vivido ese maldito día.

Recordó cómo la había vuelto a capturar mientras intentaba escapar con su coche.

Cómo la había tratado, como si de la presa de un cazador loco se tratase.

Cómo la obligó a moverse por la casa gateando a cuatro patas, apoyándose en sus manos y rodillas sobre todo.

Cómo la hizo subir al último piso y la llevó a uno de los balcones, al que la ató las manos, de forma que, si hubiera habido alguien mirando desde el exterior, la habría podido contemplar de pie, totalmente desnuda y en una posición que hubiera podido parecer que se sujetaba a la barandilla mientras alguien la empujaba por detrás.

Aunque no la estaba empujando.

La estaba violando.

Con la correa que empezaba en la parte posterior de su cuello rodeando su cabeza para meterse en su boca mientras era sujetada en el otro extremo por ese violento maduro.

  • Separa las piernas, slut -la dijo en un susurro al oído tras obligarla a abrir la boca y pasar la correa a modo de mordaza por ella, para luego tirar hacia atrás y asegurarse de controlar su cabeza-. Si hubieras sido una buena chica, esto no pasaría. Pero no, no podías ser una cría obediente, tenías que romper las normas de la caza. Tú eres la presa -la recordó- y yo el cazador. Tengo derecho. Tengo todo el derecho del mundo a hacer lo que me dé la puñetera gana contigo. Pero iba a ser bueno, ¿sabes?, por lo mucho que me recuerdas a la puta de tu madre en su mejor momento, pero ya no. Ahora veo que eres tan zorra como ella y... qué demonios, te he vuelto a cazar y tengo que enseñarte a respetar las normas -y, como ella no hacía nada, sólo se quedó quieta allí, sobre esa terraza, mirando hacia delante, como si tuviera la esperanza de que alguien se acercase lo suficiente como para verla y hacer algo, él elevó el tono hasta un grito que la sobresaltó-. ¡Qué abras las putas piernas, joder!.

Obedeció.

Separó un poco sus piernas y, de inmediato, notó cómo una de las ásperas manos del hombre la sobaba el coño, metiéndose entre medias y alcanzando su sexo sin obstáculos.

  • Así... así... qué rica... qué bien mojas, slut -iba diciendo según la tocaba el coño, insertando un dedo al poco-... cómo se nota que has nacido para eso, putilla -seguía despreciándola, a la vez que frotaba cada vez con más energía la raja de su coño, consiguiendo, contra su voluntad, que creciera la excitación en su sexo, que se iba calentando poco a poco y emitía una suave lubricación que facilitaba que un segundo dedo se metiera en su vagina, deslizándose por su interior, a la vez que rozaba con ansiedad su clítoris- … uffff... de verdad... qué bien mojas... qué fácil me lo pones... ufff... qué guarrilla... has nacido para esto... menuda hija de puta eres... ¿a qué sí?... jajaja... -se iba burlando de ella, que apenas podía reprimir la humedad que crecía cada vez más en sus ojos, luchando por escaparse en forma de gruesos lagrimones- … pero esto tiene que ser un castigo... no sólo placer para la puta que llevas dentro de esa ropa de niña rica... ufff... y yo sé bien qué necesitas, puta...

Fue en ese momento cuando hizo el cambio de manos.

Casi ni se había dado cuenta antes, pero mientras con su diestra había estado masturbándola y haciendo que se mojase, con la izquierda se había estado pajeando muy pegado a su espalda.

Pero entonces lo sintió de verdad.

Notó perfectamente cómo sacaba sus dos dedos del interior de su vagina, extremadamente empapados, como escuchó, o le pareció escuchar, cuando los extrajo al tiempo que apoyaba su empalmada polla contra el comienzo... o final... de su espalda, y, en su lugar, metía la mano zurda a seguir masajeándola el coño.

Pero esos dos dedos que acababan de abandonar ese lugar oscuro, caliente y húmedo de su interior no viajaron mucha distancia.

Se deslizaron hasta otro agujero.

Y aplicaron presión sobre su ano hasta lograr abrirlo, ayudándose de la propia lubricación que habían conseguido en el interior de su vagina.

Nuria chilló, o, al menos, hizo la intentona, porque, en realidad, lo que más hizo fue morder con fuerza la correa que cruzaba su boca de lado a lado.

Lo que sí hizo fue agarrarse a la barandilla con fuerza al notar esa invasión de un espacio tan íntimo, más incluso que su propio sexo.

La violación de ese agujero la puso en una tensión tremenda y ya fue incapaz de contener las lágrimas.

Sabía lo que venía.

Se puso a llorar desesperada, incapaz de controlarse, incapaz de saber porqué la estaba pasando eso, porqué aquel loco la había tomado con ella, porqué había dejado que la engañase para ir allí sola y de esa manera, porqué... demasiados porqués que quedaron ahogados con el nuevo lamento que brotó en forma de prolongado gemido de su boca cuando notó el desgarro que produjo la engrosada polla de ese viejo al clavarse en el agujero de su culo, pues, aunque se lo había dilatado parcialmente con los lubricados dedos, no fue suficiente para que no notase esa forma invasora taladrando su ano y metiéndose a la fuerza, sin piedad, adentrándose a la fuerza y con fuerza muy dentro de ella, en esa zona tan íntima.

Se la clavó hasta el fondo.

Sin parar.

Sin piedad.

Sin permitir que su recinto anal se fuese adaptando al grosor de la carne invasora.

Tomó lo que quiso, como la había amenazado.

Cada palmo del grueso tronco de carne que entró lo hizo con fuerza, a la fuerza, adentrándose hasta el fondo sin parar hasta que ocupó todo su agujero, dilatándoselo de la forma más violenta que hubiera podido imaginar.

Captó cada milímetro de ese grueso falo penetrándola, rompiendo toda resistencia, arrasando con todo y dejando su culo tremendamente irritado y dolorido sólo con ése primer empujón, con esa primera clavada.

  • Uffff... qué estrechito... cómo me gusta tu culito, hija puta... ufff...

Fue incapaz de contener las lágrimas mientras el maduro comenzaba a bombear con energía, a golpes secos, sacando y metiendo con brutalidad su polla en una sesión de sexo anal que la rompía.

Él parecía reírse de ella mientras clavaba una y otra vez su tronco de hinchada carne ardiente, casi hasta el punto de quemarla, aunque seguramente era más por la propia irritación de su culo que por el miembro de su agresor.

La atravesaban latigazos con cada empujón, con cada penetración que la taladraba por dentro, a la vez que otra parte de su cuerpo se contraía en una extraña excitación ante el brutal asalto acompañado de esa intensa masturbación a la que era sometida por las manazas de su agresor, que no paraban de moverse por la rajita de su coño, metiendo y sacando sus dedos del interior de su vagina o estimulando su hipersensibilizado clítoris.

Empujaba a un ritmo demencial, y, una parte de Nuria, esa parte que estaba como aislada de todo, que se imaginaba en otra parte, que lo contemplaba todo como si fuera una simple observadora y no una de las partes de lo que estaba sucediendo en ese balcón, casi se sentía como maravillada ante esa inexplicable fogosidad, ante esa hombría tan potente y constante que la rompía y la usaba a su antojo como si de una muñeca se tratase… y casi, pero sólo casi, sentía una cierta fascinación de cómo un hombre de esa edad era capaz de mantener ese ritmo a esas alturas.

  • Joder… uffff… qué cerradito… uffff… así si que sí… uffff… qué rico… uffff… cómo se disfruta… uffff… naciste para esto, puta… uffff… hija puta… uffff… -no paraba de decir mientras la sodomizaba a sacudidas potentes y profundas, haciendo chocar su barriga contra la espalda de la chica, arqueada de una forma inusual por cómo tiraba de la correa con la mano que no usaba para masturbarla.

Cuando se acercaba al momento de la descarga, aceleró el movimiento de su mano en el humedecido sexo de la universitaria, aprovechando el efecto hiperestimulante de los dos litros de zumo de granada que la hiciera beberse antes y la facilidad con que podía alcanzar su clítoris con las piernas abiertas.

  • Vamos zorra… uffff…. vamos… uffff… ya viene… uffff… ya… ya… ufff… aguanta… uffff… no te corras cerda… uffff… puta… uffff… -pero ella no pudo aguantar, toda esa tensión, la extraña excitación que sentía por dentro, el cómo movía sus manos por fuera y dentro de su sexo, el efecto estimulante de la granada, o su clítoris traicionero… o la suma de todo y, quizás, de algo más, la hicieron sucumbir, la hicieron correrse, empapando los dedos de su violador, haciendo que el sonido se hiciera más húmedo y pegajoso incuso para sus oídos en esa terraza al aire libre donde la tenía inmovilizada mientras la sodomizaba- … joooooder… uffff… puta cerda… uffff… guarra hija de puta… uffff… yaaaa… uffff… -seguía diciéndola al oído sin parar de empujar, pero ya sacando sus empapados dedos del interior del coño de Nuria para metérselos en la boca tras quitarla la correa que había tenido que sujetar entre los dientes- … chupa, puta… chupa… uffff… -y chupó, se los chupó sin detenerse a pensar, poseída por las descargas de placer que sacudían su coño y por una especie de necesidad de obedecerle, de obedecer a su maduro secuestrador- … uffff… yaaaaa… uffff… yaaaa llegaaaa… uffff…

Unas oleadas recorrieron el tronco fálico del viejo loco e inundaron el culo de Nuria, llenándolo con su esperma a ráfagas.

Siguió empujando, con movimientos cada vez más cortos y lentos, hasta terminar de vaciarse dentro del forzado agujero anal de la universitaria, mientras no dejaba de jadear por el esfuerzo realizado.

  • Uffff… joder…. uffff… qué rico es cuando es tan estrechito… uffff.. y cómo te has corrido como una cerda… uffff… -se jactaba, a la vez que sacaba los dedos de la boca de la chica, después de que se los hubiera lamido, saboreando el jugo que habían extraído de su interior, haciéndola sentir doblemente culpable, tanto por haberse corrido como por chuparle los dedos a su violador.

Cuando, por fin, sacó su polla del culo de la chica, el hombre la dio unos fuertes azotes.

  • Que conste que esto no cuenta como castigo, porque lo has disfrutado como una puta cerda –la humilló-. Has nacido para puta. Como tu madre –añadió, escupiéndola en la espalda como si hubiera hablado de algo asqueroso-. Como la puta de tu madre –y, tras unos segundos, continuó-. ¿Qué niñata, no tienes nada qué decir?. ¿Alguien dice esas cositas de tu puta madre y no dices nada?. Lo admites, ¿verdad?. Ella es una puta y tú una hija de pu…

  • ¡No! –saltó, pese a que había estado intentando morderse la lengua porque sabía que era todo una trampa-. ¡Maldito cabrón!. ¡Eres un…!.

No llegó a terminar la frase.

De algún lugar apareció una fusta que empezó a usar a modo de látigo, golpeándola con fuerza en los costados, las nalgas y las piernas.

Intentó suplicar que parase, pero la metió un pañuelo a la fuerza en la boca y siguió castigándola con la fusta hasta que se cansó.

Oía su trabajosa respiración a su espalda, pero no se atrevía a mirarle, en parte por el dolor que recorría sus costados, espalda y piernas, y en parte por no exponerse a un nuevo ataque si usaba su mirada de odio como excusa.

Lo único que hacía, que podía hacer, era llorar en silencio, con la boca bloqueada por un pañuelo empapado en su propia saliva.

Se dio cuenta de que se había quedado dormida.

No sabía cuánto tiempo.

El cansancio había logrado lo impensable en esas circunstancias.

Porque no era un sueño.

No era una pesadilla.

Era real, algo muy real.

Notaba con claridad las esposas sujetando sus muñecas de forma que obligaban a que mantuviera los brazos hacia abajo, al costado y ligeramente separados del cuerpo.

Sentía el ligero ahogamiento y el malestar que la producían la combinación de la correa que tiraba de su cuello hacia arriba por detrás, anclada al collar que rodeaba su cuello, junto al falso pene de plástico, o lo que fuera ese material, que llevaba insertado en la boca.

Lo único relativamente bueno es que el arnés se había deslizado lo suficiente como para que se saliera un poco ese consolador con forma de polla de su boca, lo justo para que pudiera respirar con algo más de comodidad.

Pese a ello, notaba la boca y la garganta todavía terriblemente secas, pese a que no había parado de salivar en ningún momento, pero toda esa saliva se perdía fuera de su cavidad bucal, humedeciendo su mentón, cuello y parte de sus pechos.

El roce contra ese saliente con forma de pentágono la mantenía excitada de una forma extraña y… vulgar… pero lo hacía. Quizás por eso había recordado de esa forma la violación anal con la que la castigó en primer lugar, aunque para él en realidad consideraba que ella lo había disfrutado y casi como que debiera de agradecérselo.

Nunca lo haría.

Por nada del mundo.

Al menos no de una forma sincera.

De eso estaba segura.

Nunca le daría esa satisfacción.

Volvería a mentir.

Punto.

Pero ella sabía que no, que no había disfrutado nada de verdad, nada con sinceridad, que todo había sido una especie de traición de su cuerpo, de su inconsciencia, no voluntariamente. Eso jamás.

Fuera del armario escuchaba al viejo mover algo, arrastrarlo.

Tenía que ser algo pesado, a lo mejor una mesa.

El tío estaba loco, todo el rato diciendo cosas raras y todo conspiraciones echando la culpa de todo a sus padres.

Y cada dos por tres con lo de que era cazador y ella su presa y que la había cazado.

Era un viejo loco.

Pero la tenía atrapada.

Intentó pensar, ver cómo podía lograr escaparse, mientras él seguía moviendo muebles ahí fuera, al otro lado de las puertas de madera del armario, casi como en otro mundo.

La obligó a gatear desnuda por la casa, mientras la guiaba a veces con tirones de la correa, otras con golpes de la fusta y, casi siempre, con insultos vejatorios.

Así la hizo recorrer la casa, que él mismo la iba enseñando en una parodia de lo que debería de haber sido, de la venta que ella se había imaginado cerrando para obtener una jugosa comisión que pusiera punto final a la vergüenza entre sus amistades de tener que trabajar en vez de poder disfrutar de las vacaciones en Marbella o con alguna de sus amigas en alguna de las casas de sus padres.

No dejaba pasar ninguna oportunidad para humillarla o contarla sus fantasías de que si había follado en esa esquina con su madre, antes de que le dejara por su padre, o si habían hecho un trío en esa otra habitación o de cuando habían contratado a una escort de lujo durante una semana entera para que disfrutase de su bisexualidad, pues, según el viejo loco que la tenía secuestrada, su madre era una mujer de gustos variados, cosa que ella sabía que era absolutamente mentira, porque no dejaba de criticar a unos vecinos que tenían una hija lesbiana.

Pero no se atrevía a volver a contradecirle.

Después de lo de la terraza, una simple mirada hacia atrás en un arrebato fue excusa suficiente para que ese maduro emplease de nuevo la fusta a modo de látigo sobre su espalda, su trasero y, lo más doloroso, contra su coño.

Cuando llegaron a ese cuarto de baño, supo que algo iba a pasar allí.

No necesitaba tener un instinto especial para darse cuenta.

Sólo hizo falta la poca sutileza con la que la hizo entrar y gatear hasta el inodoro.

  • Se me ha ocurrido un juego –empezó-. Necesito mear, pero no confío en que seas capaz de quedarte quieta como la captura del día que eres. ¿Verdad?. Me parece que aún no entiendes lo que significa que te haya cazado, putilla. ¿Te gustan los juegos?. Seguro que sí, tienes toda la pinta –y empezó a explicar el producto de su retorcida imaginación-. Casi siempre se me quedan sin salir las últimas gotas y es un fastidio tener que estrujarme, así que he pensado que lo hagas tú. Si eres capaz de limpiarme del todo las cañerías, te quito la correa y te doy 30 segundos de ventaja. ¿Te interesa?.

  • Sí –aceptó ella rápidamente.

  • De rodillas –ella obedeció y se colocó de rodillas junto al inodoro-. Manos a la espalda sujetándote los tobillos –la cosa empezaba a ponerse rara, pero siguió las instrucciones- y la boca abierta –entonces supo qué pretendía que hiciera y dudó, pero sólo un segundo ante la esperanza de contar con una ventaja de 30 segundos que esperaba fuera suficiente frente a ese viejo loco.

Dejó la correa a un lado, en el suelo, y empezó a orinar con un chorro de un tono amarillento.

Nuria esperaba al lado, tal como la había indicado, la boca abierta, de rodillas y agarrando con sus manos los tobillos.

Cuando empezaba a menguar la fuerza del chorro, el maduro se giró y enchufó directamente a la boca de la universitaria que, sorprendida, estuvo a punto de cerrar la boca.

Notó cómo buena parte de ese chorro impactaba directamente entre sus tetas y otra parte resbalaba de la boca hacia fuera cuando ya centró el arco que describía el líquido.

Sintió un asco tremendo, pero logró aguantar, cosa que la hizo sentir, hasta cierto punto, orgullosa de su autocontrol, dentro de lo humillante que era la situación.

  • Traga –dijo, a la vez que acercaba su polla al interior de la boca de la chica.

No tuvo alternativa.

Luchó contra la repugnancia que sentía, pues sabía que él se agarraría a cualquier excusa para incumplir su palabra en el juego, y eso seguramente incluía el que se saliera esa pequeña cantidad de orina que había dejado caer en su boca de forma miserable cuando introdujese su pene.

Tragó el asqueroso líquido para hacer sitio al miembro viril del hombre que la retenía, humillaba y había violentado su región anal.

Pese a no estar erecta, la polla irradiaba un calor que, hasta cierto punto, era, casi se podría decir, extraña y vulgarmente excitante.

Cosa que no lograba entender, pues ella era una chica bien, una chica pija, educada, de un nivel social superior al de ese lunático.

Y, pese a ello o, quizás, por ello, una mínima parte de su cerebro actuaba de una forma entre confusa e instintiva, logrando dominar de forma inesperada otros patrones de conducta más civilizados que, por norma, eran los que predominaban en Nuria.

Lamerle el tronco fálico y estrujarlo, por decirlo de alguna forma, dentro de su boca y entre sus labios, fue algo que no tuvo que indicarla.

Era el objetivo de la apuesta de ese humillante juego.

Lo miraba a ratos, comprobando que él disfrutaba de esa particular mamada, porque realmente era eso, o algo parecido.

No miraba porque disfrutase o porque buscase conectar en un momento de morbo, era casi algo que surgía de forma natural, innata.

Esa carne que tenía dentro de la boca no sólo terminó de vaciarse, y ella de tragar sin oposición, sino que empezó a calentarse aún más y a engrosarse, adquiriendo una consistencia dura y feroz dentro de la cavidad bucal de la universitaria, recuperando la erección perdida tras violarla analmente.

Supo que se estaba denigrando sin necesidad, que seguramente si la sacase de su boca él no podría alegar nada, pero continuó.

Recordó sus palabras: ella era la presa y él el cazador.

Él se sentía superior, creía controlar la situación y los 30 segundos eran una migaja, porque empezó a pensar que él parecía conocer muy bien la distribución de la casa y, seguramente, encontraría la manera de descender antes hasta el coche, sobre todo teniendo en cuenta que antes ella debía de coger las llaves.

Pero si aguantaba un poco más, si tan sólo lograba que se agotase con una nueva descarga, estaba segura de que tendría más tiempo, de que no podría recobrarse tan rápido.

Era mayor, un anciano desde su punto de vista, un loco con una fantasía paranoica que mezclaba a su familia y una sexualidad desviada.

Si se descargaba de nuevo tan pronto, estaba segura de que tardaría en recuperar el aliento.

Si les pasaba a otros hombres de su edad, ¿por qué no a ese maduro que la había engañado y forzado?.

Era rebajarse, pero, a la vez, la idea surgida en esos momentos de vergüenza y humillación, la hizo sentirse extrañamente fuerte, como si, con ello, recuperase una parte del control sobre la situación y su vida, como si fuera la llave para escapar de esa especie de pesadilla.

Casi sonríe.

Se aguantó, luchando por no desvelar el plan que tenía en mente, y siguió chupando, obteniendo la respuesta deseada del pene de su secuestrador, que se iba volviendo más y más grueso, más y más duro, más y más caliente.

Fingió un gemido, un gemido profundo.

Él respondió con otro, agarrándola del cabello para acercarla a su cuerpo, para poder clavar su polla más profundamente en su boca ahora que estaba de nuevo erecta.

Empezó a bombear un poco más rápido y ella le dejó creer que dirigía la mamada, aunque, de forma inconsciente, él no la estaba forzando como antes, iba más despacio, casi como si fuera algo consentido dentro de una pareja.

Le miró.

Había cerrado los ojos.

El muy cabrón estaba disfrutando.

Por un momento pensó en morderle la polla y salir corriendo, pero no se atrevió.

No sabía qué podría ocurrir y, lo más probable, es que él terminase tremendamente cabreado y la hiciera daño de verdad.

Se contuvo y siguió el plan original.

Siguió haciendo la mamada, chupando esa polla gruesa y repugnante con la que acababa de romperla el culo hacía poco.

Él iba ganando seguridad y relajándose, a la vez que sus movimientos se hacían más rápidos y profundos, completando, sin parar, el acto de meter y sacar su polla de la boca de Nuria, que chupaba y lanzaba pequeños lametazos extras a ratos, incluso sacando la lengua para recorrer ese trozo de carne ardiente cuando escapaba del interior de su cavidad bucal.

Pasó un buen rato así, pero, al final, como a tantos hombres antes, le llegó esa sensación de urgencia que le hizo acelerar un punto más hasta que, por fin, se agarró a ella, a su cabeza, como convulsionante, casi como si a esa polla le diera un ataque epiléptico, moviéndose casi más a lo ancho que a lo largo, aunque también esa amplitud extra se desplazó de atrás adelante, hasta alcanzar la punta reluciente del falo y comenzar a soltar sus oleadas de espeso esperma, una, dos, tres veces… hasta vaciarse por completo dentro de la boca de la chica.

El hombre se dejó caer sobre el inodoro, saciado por el momento.

Nuria empezó a levantarse.

En un único movimiento, el maduro se inclinó y la abofeteó, tirándola al suelo, mientras recuperaba el control de la correa y del cuello de la chica, que lo miró, sorprendida, desde el suelo del cuarto de baño.

  • Te cacé dos veces, ¿recuerdas, putilla? –se jactó.

  • Pero dijis…

  • Silencio –interrumpió, tirando de la correa para apretar el collar y que detuviera su reclamación-. Si no hubieras intentado escapar antes, te habría dado no sólo 30 sino 45 segundos por la perfecta mamada de hija de puta que me has hecho, mi pequeña marrana, pero tú misma perdiste la oportunidad. Recuerda. Yo te he cazado y haré lo que me dé la gana, ¿entendido, mierdecilla? –y la escupió a la cara-. Y dúchate, que das pena.

Se duchó allí mismo, sin jabón y con agua fría, ante la mirada divertida y pervertida del hombre.

De algún lado sacó una toalla, pequeña, pero no había otra cosa y se secó como pudo antes de la siguiente etapa que el loco tenía en mente.

Abrió los ojos de nuevo.

Otra vez se había quedado traspuesta, medio dormida pese al lugar donde estaba encerrada y la situación en que se hallaba.

Tenía que ser el cansancio y la tensión, no entendía que pudiera ser otra cosa, porque el estar recordando esos episodios no la ayudaba en nada, sólo reforzaba los tormentos a los que la había sometido.

Escuchó abrirse una puerta.

Voces.

Varias voces.

Había gente allí, en la casa, al otro lado de esa puerta de madera que la impedía ver nada.

Intentó hablar, pero el falso pene dentro de su boca lo impedía.

Estuvo a punto de llorar de frustración.

Las voces se fueron acercando.

Intentó patear, hacer algo que pudiera ser escuchado, pero no lo logró.

Eran voces masculinas, varias.

Se acercaban.

Reían.

Escuchó el arrastrar de las sillas.

Alguien se estaba sentando allí, al otro lado de esas puertas de madera.

Más risas.

Intentó escuchar, algunas voces parecían conocidas.

La angustia la dominó.

Intentó de nuevo chillar, patalear, cualquier cosa que pudiera advertirles de su situación, de que estaba encerrada en ese armario.

Nada sirvió.

Siguieron a lo suyo, fuera lo que fuese.

Al final se resignó, agotada, mientras intentaba pensar alguna forma de llamar la atención, de que alguien, quien fuera que acababa de llegar a la casa, la descubriera y la ayudase a escapar del loco que la tenía retenida.

Tenía hambre, mucha hambre.

Llevaba horas sin comer, desde el rápido desayuno de esa mañana.

Y ahí estaba él, comiendo lentamente, delante de ella, un sándwich de paté, al que había quitado los bordes, que tiró al suelo.

Su estómago rugió.

Él sonrió maliciosamente.

  • ¿Hambre, pequeña zorrita? –no contestó, así que él siguió, tras dar otro bocado y masticar lentamente-. Pues no sé qué más quieres. Te he dado zumo de granada, leche “en polvo” –se paró a reírse de su propio chiste antes de morder otro trozo del sándwich y paladearlo ante su presa-. De verdad, que no sé cómo puedes tener tanto hambre, mi pequeña putilla. Las hijas de puta de hoy no son ni la mitad que sus mamaítas, ¿verdad?. No aguantáis nada. Estáis demasiado consentidas, ¿verdad, Nu-ri-a? –siguió burlándose de ella antes de tragarse el último bocado-. En fin, para que no puedas quejarse, ahí tienes tu comida –y señaló los bordes de las rebanadas tirados en el suelo.

Nuria se inclinó hacia delante, pero después se recompuso y adoptó de nuevo su anterior posición, no dispuesta a humillarse más ante ese hombre mentiroso y falto de escrúpulos.

  • Oh, vamos, ¿aún me guardas rencor por lo del baño? –puso voz de inocente-. Pero si ya te lo expliqué. De verdad, quiero que seamos amigos, aunque seas una hija de puta y de un maldito traidor –y, como veía que no se movía, endureció la voz-. O te lo comes por las buenas o será por las malas, cretina.

Advirtió el cambio de tono y cómo cerraba los puños, así que se inclinó hacia delante, dispuesta a coger los trozos que había dejado tirados en el suelo.

  • Con la boca. Eres mi perrita. Y las perritas comen con la boca, sin manos –volvió a reírse de ella que, pese a todo, obedeció, y se inclinó para coger con la boca los restos de los bordes y se los tragó.

Su hambre no se sació, pero no se atrevió a pedir más.

  • ¡Ohhhh… vaya!. Si seré tonto –empezó el hombre, dándose una palmada en la frente-, que me he olvidado algo muy importante. Una cosa que te va a encantar. Algo de la puta de tu madre. Estarás deseando… probarlo –terminó, con una sonrisa maliciosa.

La hizo ponerse en marcha, de nuevo gateando, con la correa apretada a su cuello y algún que otro azote de recordatorio del nivel de degradación al que la estaba conduciendo ese viejo loco.

De nuevo rugió su tripa y la hizo parar, enganchando la correa al pomo de una de las puertas de un pasillo de la primera planta.

  • Tú quieta aquí –la ordenó-. Estoy harto de ese ruidito –y la acaricio repentinamente la barriga, casi con amabilidad-. Te voy a traer algo por lo bien que estás portándote –y, antes de irse abajo, añadió-. No hagas que me arrepienta o será… peor. Mucho peor.

Esperó.

Hubiera deseado ponerse en pie, quitarse la correa y emprender la huida, pero algo la retenía, la hacía quedarse como clavada en ese suelo.

Y así fue como la encontró.

Donde la había dejado.

  • Así me gusta –la alabó, pasando una de sus rudas manos por su cabellera como quien acaricia a una mascota bien educada-. Te lo has ganado –y sujetó ante ella otro sándwich de paté-. Vamos, come –y Nuria obedeció, pegando mordiscos ansiosos para el inmenso placer de su captor, que sonreía cada vez más ante el espectáculo de la chica comiendo como si de un animal se tratase, sin usar las manos, que seguían en el suelo, manteniendo la posición a cuatro patas-. Así… así… muy bien… despacio, no te atragantes… así… bien… bien… fenomenal.

Terminó y la condujo al cuarto de baño más cercano, donde la dejó beber agua del bidé directamente del grifo.

  • ¿Notaste el ingrediente secreto? –preguntó cuando terminó de beber, con agua escurriéndola por la barbilla hasta ir goteando por el suelo. Sin que ella contestase, él mismo respondió al alzar ella su mirada-. Leche. Leche de hombre. Lefa. Proteínas concentradas especialmente para ti, perrita.

Se puso colorada por la nueva humillación, por la tremenda vergüenza, aunque, también, sabía en lo más profundo que, aunque lo hubiera siquiera sospechado, se habría comido igualmente ese maldito sándwich del hambre que tenía.

Y eso la hizo sentir peor si cabe.

Aunque no la dejó entretenerse en ese pensamiento, pues tiró de nuevo de la correa para ponerla en marcha hasta uno de los cuartos del fondo del pasillo.

Dentro, una cama de matrimonio con un dosel formado por cuatro listones de madera que se alzaban para unirse a una estructura superior que cerraba el cuadrado con la propia forma de la cama.

Lo único que no había eran las cortinas del dosel.

Pero lo que sí había era una especie de aros metálicos en la parte interior de los listones.

  • Túmbate en la cama –instruyó-. Boca arriba.

Cuando Nuria lo hizo, su maduro captor estiró la correa y la pasó por un hueco en el dibujo de la parte superior del cabecero, de forma que su cuello quedaba ligeramente alzado y la única forma de que no la ahogara era mantenerse sobre la almohada, que era de la altura perfecta para que su cabeza reposase pero nada más. No podía ni girar el cuello a un lado ni al otro, ni mucho menos intentar levantarlo o la correa provocaría que se ahogase al presionar el collar.

Estaba la posibilidad de quitarse la correa, pero el hombre sabía dónde estaba todo, y sacó una serie de correas del cajón de la cómoda más cercana, usándolas para rodear sus muñecas y engancharlas a los aros metálicos de los maderos de los extremos del cabecero.

Después hizo lo propio con los tobillos.

Nuria quedó formando una X perfecta sobre la cama.

  • Tu madre era… es –rectificó- una zorra de cuidado. Esto fue idea suya –hizo un gesto con las manos para abarcar la habitación-. Para algunas visitas… especiales. Pero no te hice venir por esto… bueno, en parte sí –admitió-, pero lo que de verdad quería que vieras es esto otro –y sacó un aparato de la otra cómoda que, aunque era la primera vez que lo tenía ante sus ojos, la universitaria lo reconoció de alguna visita a ciertas webs en su tiempo libre.

Era un arnés.

Un arnés que llevaba incorporado un falo de plástico semirrígido.

  • Te gusta, ¿verdad?. Lo eligió personalmente tu madre –decía mientras lo iba moviendo entre las manos, enseñándoselo-. La encantaba ponérselo y hacerlas chillar. Menuda hija de puta era ya entonces… mucho más de lo que te imaginas, seguro. Nos lo pasábamos muy bien con nuestras… invitadas… creo que ella más que yo, la verdad, pero, en fin, es que… tu madre es una puta de las que hacen historia. Una puta cabrona…

  • ¿Puedes dejar de insultarla? –se atrevió a responder pese a lo precario de su situación, pero, una vez más, algo saltó dentro de ella y fue incapaz de morderse la lengua-. Eres un puto violador de mierda. Fóllame si quieres pero deja de joderme con esos discursos y esos insultos a mis padres –se sorprendió de que la dejara terminar la frase y fue incapaz de seguir, de la tensión de esperar un arrebato de furia.

  • ¿Ya?. Puedes dar tu opinión, hi-ja pu-ta –remarcó, rescatando la fusta para hacer el gesto amenazante de descargarlo sobre su ombligo, haciéndola encogerse, aunque, después, detuvo el movimiento descendente justo en el último momento y la descarga se transformó en un recorrido por su abdomen, desde su ombligo, hasta sus pezones, que rodeó con la fusta primero uno y luego el otro, manteniendo una sensación implícita de amenaza-, pero sigues siendo una hija de puta porque tu madre, quieras o no, era y es una auténtica puta. Una zorra más cabrona que cualquier puta de la calle. Y tú lo has heredado. A lo mejor crees que no me he dado cuenta, pero te corres como una loca a la mínima. No necesito forzarte. Tu cuerpo es de puta y lo estás disfrutando todo todo. Lo demás son mentiras para calmar tu mente de niñita pija, pero es lo que eres, una hi-ja de pu-ta.

  • Serás… -intentó responder, repentinamente encolerizada.

  • Chupa –ordenó él, que, ni corto ni perezoso, cuando Nuria intentó replicar, acercó el consolador incorporado al arnés hasta su boca y la obligó a aceptarlo en su interior.

Sabía a polvo.

A llevar mucho tiempo allí, olvidado.

Según lo fue humedeciendo con su saliva, pues no tenía alternativa al no poder mover la cabeza y tener encima al loco, presionando para meter poco a poco más y más del falso falo, se dio cuenta de que había otro sabor, uno que no fue capaz de identificar y que, sinceramente, prefería no saber qué era.

Él siguió presionando hasta que se lo metió casi todo en la boca, hasta que la dieron arcadas al llegar hasta su garganta.

Sólo entonces paró.

Lo mantuvo un instante, lo suficiente para que la chica comenzase a sentir que se ahogaba y que gimiera mientras se congestionaba su cara.

Después lo sacó, despacio, ya bien ensalivado, dejándola toser a la vez que recuperaba el aliento.

Lo fue deslizando por su cuerpo, pasándolo entre sus pechos, hasta llegar al ombligo.

Allí apuntó con el extremo del falso pene y empezó a presionar con la punta clavada en el agujero umbilical de la joven, que gimió con la dolorosa molestia.

Lo mantuvo así un rato, casi como si quisiera follarse el ombligo de Nuria, antes de proseguir hasta el coño de la universitaria.

Se agachó un instante y pasó lentamente, mirándola a los ojos, la lengua por su sexo, una, dos veces, tres… deteniéndose en su clítoris y jugueteando con la lengua lo suficiente como para que ella empezase a jadear, por mucho que intentó no hacerlo mordiéndose los labios.

Era repugnante lo que sentía con ese hombre que la tenía sometida.

Sabía que era algo autónomo, que no era parte de su voluntad, y que no podía evitarlo, que no debería de sentirse culpable, pero no podía evitarlo. Esa sensación que se iba encendiendo en su sexo ante el contacto de la lengua del hombre era algo que mezclaba excitación y una vergüenza cada vez más intensa y creciente.

Se podría decir que casi estaba cachonda cuando acercó ya, por fin, el consolador a la entrada de su coño.

No lo metió directamente, sino que estuvo jugando con la rajita de la chica, a la vez que acariciaba con una mano el clítoris para que no bajase la temperatura.

Cuando por fin metió el falso pene, a Nuria se le escapó un suspiro, pero le pareció que él no lo escuchó.

Con una mano la iba acariciando el clítoris, cada vez con más fuerza, y con la otra usaba el arnés para mover adentro y afuera el consolador, que, pese a que no tenía el calor propio de un pene, tenía unas estrías y unos puntos a lo largo de su tronco que lo convertían en algo que la estaba excitando mucho.

Pero no iba a darle el placer de que viera lo que sentía.

Contuvo los gemidos que amenazaban con escaparse de su garganta y se mordió los labios, a la vez que intentó no agitarse, aunque era, quizás, lo más complicado.

Se pasó un buen rato follándola con el falso pene y masturbándola por fuera, especialmente el clítoris, y fue inevitable.

Se corrió.

  • Lo dicho –anunció, triunfante-. La que es hija de una puta, es una puta y no puede evitar ser una puta, porque es lo que eres desde que naciste. Una auténtica hi-ja de pu-ta –la sermoneó-. Pídemelo –terminó.

  • No… no –logró decir, con la mente inundada de hormonas.

  • Sé que lo deseas. Eres una hija de puta. Pídemelo. Sé que lo deseas. Tu cuerpo lo está chillando. Pídemelo –insistió su captor.

  • No –repitió, con la voz algo más firme.

  • Me da igual –se encogió de hombros-. Eres mi presa, te he cazado y tomaré lo que me apetezca.

Y antes de que Nuria pudiera añadir ni una palabra más, algo, lo que fuese que pudiera detenerle, ese hombre de aspecto tan mayor, más que el de su propio padre, apoyó la húmeda e hinchada cabeza rosada de su tronco fálico en el centro de la raja de la chica.

La miró sólo un instante.

Uno sólo.

Parpadeó.

Y clavó su polla.

De un solo empujón entró completamente.

Era tal la lubricación de la universitaria, que el tronco de carne la penetró hasta el fondo en un único movimiento fluido, sin encontrar resistencia.

Notó cómo se introducía en su vagina todo el miembro del maduro, cómo la inundaba una fuente irradiante de un intenso calor.

Y, a una parte de ella, ese calor, ese cacho de carne endurecida y caliente que la atravesaba, la excitó, para su deshonra.

No fue capaz de hablar, de suplicar, de exigir que sacase su miembro.

Simplemente se quedó muda, allí, quieta, incluso con la excusa de estar atada e inmovilizada, sintió un tremendo asco por sí misma, por la aceptación de la vejación que suponía que la violase, esta vez su coño.

Porque nunca admitiría que fue de otra manera.

La obligó y punto.

Pensaba eso mientras él bombeaba, mientras la llenaba con su tronco de gruesa carne palpitante, mientras se deslizaba una y otra vez por el interior de su vagina, impactando con su útero y abriéndose paso sin oposición de un extremo a otro de su sexo, tan empapado estaba por el orgasmo que había tenido un rato antes con el consolador y la estimulación manual de su clítoris.

Ahora no la tocaba el clítoris.

Eso habría sido demasiado.

Porque sabía que se habría vuelto a correr.

Estaba demasiado hiper estimulado, no sería capaz de aguantar que se lo volviera a tocar sin correrse de nuevo.

En vez de eso, se reclinó sobre ella y se puso a comerla las tetas, a sobárselas con las manos y la boca, a meterse sus pezones dentro y morderlos, a chupárselos y lamerlos… y todo mientras no paraba de embestir con golpes secos dentro de su coño.

Fueron unos instantes de angustia, donde se mezclaba un extraño placer con la humillante sensación de sentirse usada, humillada y violada.

A él no le importaba lo más mínimo.

Él la había cazado y se sentía, o eso repetía sin parar, con el absoluto derecho de hacer con ella lo que le viniese en gana.

Y eso estaba haciendo.

Recorría, con su polla endurecida y tremendamente caliente, una y otra vez toda la longitud de la vagina de Nuria, follándola sin parar, clavando una y otra vez su tronco fálico en lo más profundo del sexo de la chica.

Hasta que se corrió.

Empujó y empujó una y otra vez, la penetró sin parar, hasta que, por fin, empezó a descargar oleada tras oleada de caliente y espesa lefa, llenándola por completo.

Se quedó así, con su pene dentro de ella, vaciándose y, después, cuando su miembro empezó a encogerse, no lo sacó, sino que se tumbó sobre ella y se quedó dormido, mientras ella notaba cómo ese esperma se mezclaba con sus propios fluidos, pues nunca admitiría que se volvió a correr mientras la follaba.

Nunca jamás.

La luz impactó de golpe en su rostro, cegándola.

  • Aquí está. Como os dije –la presentó, como si del domador de un circo se tratase.

Parpadeó mientras escuchaba varias voces y alguien alargaba la mano para tocarla las tetas entre los barrotes, pellizcándola con fuerza el pezón.

Los conocía.

Los conocía a todos.

Era una pesadilla.

Continuará...