Casos sin titulares XVI: la stripper polaca.

Una joven polaca de familia humilde decide aprovechar una oportunidad de trabajo para la que cree que sólo necesita sus habilidades de bailarina. La entrevista es muy diferente a lo que pensaba y su inmadurez la lleva a ser forzada. Años después cuenta su experiencia al Doctor.

Esta vez el Doctor se enfrenta a otro tipo de trauma.

Una situación vivida por una joven estudiante universitaria polaca que la llevó a introducirse en el mundo de los bailes exóticos a través de una brutal entrevista de trabajo.

Stripper adolescente polaca

Elwira era la pequeña de la casa.

Tenía una hermana un par de años mayor que ella y un hermano que iba a empezar la universidad.

Su padre trabajaba en la construcción y su madre había montado con su hermana una panadería, así que ninguno de los dos pasaba gran tiempo en casa.

Llevaban casi ocho años en España, aunque todos eran polacos de nacimiento.

Al ser la pequeña, muchas cosas las heredaba.

Durante mucho tiempo no le dio importancia, pero, al entrar en la adolescencia, empezó a sentirse incómoda y un poco celosa de su hermana mayor, tanto por no ir a la moda y no estrenar casi nunca ropa nueva, como porque apenas la daban para gastos y cuando salía con sus amigas muchas veces la hacía sentirse mal por no poder tener dinero para participar en todas las actividades que hacían.

Todo cambió el día que se estaba cambiando en los vestuarios al terminar una de sus clases de ballet y escuchó a dos chicas de nivel superior de “Sirenas”.

  • … y entonces va y me dice que T.K. le ha pedido que haga un especial el sábado por 200 más...
  • Joder tía, ¿y qué, lo vas a hacer?.
  • No, son tres días de puente y me piro con mi chico a una casita rural, que ya tenía ganas de desconectar unos días.
  • Entonces, ¿dejas “Sirenas”?.
  • No seas tonta, tía. Eso es dinero fácil por un par de bailes...

Pasaron sin darse cuenta de que estaba allí.

Doscientos era un montonazo de dinero.

Elwira dudó un momento, dividida entre la curiosidad y el deseo de tener su propio dinero por un lado y la vergüenza de espiar a una compañera, con el riesgo de que la pudieran pillar sin tener una explicación razonable que dar.

Fue más fácil de lo que se esperaba.

Tenía una especie de tarjeta colgada de una de las cremalleras de su mochila con un logo como de una cabeza de mujer en negro y la palabra “Sirenas” impresa junto a un teléfono y dirección web.

Lo buscó en su móvil y vio una portada que cambiaba fotos de un local de mesas redondas con un escenario al fondo. Ponía que era un sitio de bailes exóticos y había una sección que la llamó rápido la atención.

Se fue a uno de los lavabos y, después de asegurarse que estaba vacío, se encerró en uno de los reservados y llamó al teléfono de la sección “¿quieres trabajar con nosotros?”.

  • ¿Sí?. Diga -se escuchó una voz masculina al otro lado de la línea.
  • Yo... esto... -dudó Elwira, repentinamente asustada de su propia osadía.
  • ¿Camarera o bailarina? -cortó su tartamudeo con desgana el hombre al otro lado del teléfono.
  • Bailarina -respondió, un poco más segura.
  • Ahora mismo estamos completos, pero para Navidades hay...
  • ¿Y lo de T.K.? -se la escapó el nombre que había escuchado a las dos chicas un rato antes.
  • ¿Conoces a T.K.? -respondió el hombre, tras unos instantes de silencio que hicieron creer a la adolescente polaca que le había colgado.
  • No... yo... conozco a Julia. Somos compañeras del ballet -se lanzó con una pequeña mentira, pues, aunque iban a la misma academia, tan sólo se conocían de vista.
  • Está bien. Vente y a ver si nos sirves -zanjó el hombre antes de decirla por dónde entrar, porque el local iba a estar cerrado puesto que sólo habrían por la tarde-noche.

Al día siguiente fue al local y se presentó por la puerta de atrás como la habían dicho.

Llamó al timbre y, al rato, habría un hombre enorme en mangas de camisa, que la miró de arriba abajo, haciéndola sentir minúscula, antes de hablar.

  • ¿Tú qué quieres, niña?.
  • Vengo a la entrevista -respondió ella, nerviosa.
  • ¿Tú? -preguntó el hombretón, alzando una ceja en gesto de fingida sorpresa-. ¿Qué edad tienes, niñita?.
  • Casi quince -contestó, un poco molesta.
  • Joder, mejor harías volviendo al colegio, niñita -la respondió el musculado gigante.
  • Eso es cosa mía -dijo, ya enfadada por el trato infantil que la estaba dando.
  • Bueno, bueno... tú veras, niña -y se apartó a un lado para que pasara y, después de bloquear la puerta, se puso al frente, guiándola-. Sígueme.

Pasaron por una especie de trastero lleno de cajas, luego una cocina y salieron a la sala que se veía en la página web, con su suelo tapizado y unas mesas redondas que tenían las sillas puestas del revés por encima para que las dos mujeres de la limpieza pudieran hacer su trabajo con comodidad.

El gigante las saludó con la mano, pero no se detuvo, y la joven polaca tuvo que seguirlo al trote para no quedarse atrás, aunque pudo ver que en los laterales de la amplia sala, entre medias de unas columnas que fingían ser griegas, había una especie de reservados medio ocultos entre las sombras.

Pasaron junto al escenario y alcanzaron una puerta que daba a unas escaleras que bajaban hasta una especie de camerino común con espacio al menos para veinte personas, calculó Elwira, lleno de extraños vestidos más parecidos a mini disfraces que a otra cosa, por la poca cantidad de tela que parecían tener, y un montón de pelucas y otros accesorios que apenas pudo vislumbrar.

El hombre llamó a la puerta del fondo y antes siquiera de que se escuchase la respuesta desde el otro lado, la abrió y le hizo señas para que entrase.

Dentro había un hombre mayor, que rondaría los sesenta, de cabellos canos y amplia barriga, con un vestuario anticuado y con la camisa medio desabrochada, mostrando una gran cantidad de vello corporal.

  • ¿Y ésta cría? -preguntó con desgana, mirándose las uñas de la mano.
  • Dice que viene a la entrevista -anunció el grandote.
  • Si es una puta mocosa -dijo el hombre, despectivamente, aunque, también, levantó los ojos para mirarla con algo más de detenimiento.
  • Joder, si lo llego a saber me quedo en la cama -sentenció, con una desgana fingida el viejo, o eso le pareció a ella y la provocó para hablar antes de que decidieran echarla.
  • Sé bailar. Soy compañera de Julia en la Compañía de Ballet -mintió, sonrojándose, pues apenas se conocían y ella aún no había sido convocada para las pruebas de acceso-. Y puedo hacer lo de T.K. -terminó, intentando fingir una confianza que no tenía.
  • Yaaa... -dijo, medio riéndose, el viejo y mirándola de nuevo con renovado interés, repasándola de arriba abajo como si de un filete de ternera especialmente sabroso se tratase- No tienes ni puta idea, ¿verdad?.
  • Sé bailar -se reafirmó ella, haciendo un giro con un pequeño salto y terminando con la pierna en alto, paralela al suelo, manteniéndose así mientras el pie de apoyo se sostenía sobre la punta de los dedos-. ¿Lo ve?.
  • Gatea -ordenó el viejo, sin levantar la voz.
  • ¿Qué? -respondió ella, sorprendida, bajando la pierna y quedándose de pie.
  • ¿Eres sorda, niñita?. Gatea hasta donde estoy -volvió a ordenar el hombre maduro, recostándose en su asiento y juntando las manos bajo su barbilla, como si estuviera pensando.

Elwira lo hizo.

Se dejó caer hasta que sus rodillas se apoyaron sobre la moqueta, deteniéndose apenas un par de segundos como si esperase que todo fuera una broma y que, en cualquier momento, se rieran de ella y la mandasen para su casa con la vergüenza.

Como nadie dijo nada, extendió los brazos y, con las manos en el suelo, avanzó despacio hacia donde esperaba el hombre canoso.

  • Mírame -fue la siguiente orden.
  • ¿Qué?.
  • Gatea y me miras a la vez -explicó el hombre con desgana.

La adolescente hizo lo que la pedían sin pensar, sin pararse ni un segundo a valorar si eres una petición normal o si era, por el contrario, algo humillante, simplemente lo hizo, acostumbrada a obedecer las instrucciones en la academia.

Ni por un momento cuestionó nada y siguió avanzando por la moqueta, gateando a cuatro patas y con los ojos fijos en el hombre maduro que estaba sentado a unos metros de ella.

Cuando llegó más cerca, el hombre separó sus piernas en un gesto que ella interpretó como si fuera una invitación y avanzó hasta encontrarse entre medias.

  • A los ojos.
  • Ok -esta vez captó la idea de lo que pedía sin necesidad de una explicación y levantó la vista hacia el rostro del hombre, obviando el bulto que había ido creciendo entre sus piernas con cada paso que Elwira dio hacia él.
  • Vale -concedió él después de examinarla con detenimiento un rato y cogerla del mentón para hacerla girar la cabeza primero hacia un lado y luego al contrario-. Puedes valer. A T.K. le gustan los rostros juveniles con un... buen... cuerpo.
  • ¿Entonces ya...? -intentó preguntar, repentinamente entusiasmada incluso estando en esa posición de inferioridad.
  • Para nada -interrumpió, seco, el hombre que llevaba la voz cantante en la entrevista-. Sólo digo que de rostro sirves, no que nos valgas. Eres una niña, no una profesional madura. Éste trabajo es mucho más complicado que una cara bonita.
  • ¡Será cabrón! -se enfadó la joven, viendo que lo que había hecho, dándose cuenta por fin de a lo que la habían sometido, no había servido para nada-. Yo...
  • Silencio -dijo en un tono ligeramente más alto, pero sin llegar a gritar, pero con la suficiente fuerza y con una contracción del rostro tal que hicieron que Elwira cesara en su protesta y volviera a dejarse caer, pues ya estaba levantándose con su indignación-. Si de verdad quieres el trabajo, demuéstralo.
  • ¿Có...? -intentó preguntar, pero antes de darse cuenta la había abofeteado en un gesto rápido, volviendo a su postura previa como si nada hubiera pasado.
  • Cuando digo silencio es eso, silencio. Esta vez te lo paso porque eres una cría, pero ni una palabra más si no te doy permiso para hablar, ¿entendido? -y esperó a que ella asintiera, provocando una breve sonrisa torcida en el rostro del hombre antes de que siguiera hablando-. Esto no es machismo -la aclaró-. Esto son negocios. Mis negocios -remarcó-. No me gustan las gilipolleces ni la gente que no es capaz de obedecer, por eso no contrato crías, por muy carita bonita que sean -aquí paró un momento para acariciarla el rostro-. Podría hacerte una prueba de verdad, aquí y ahora, pero dentro de un rato te vería volver llorando de la mano de mamaita para quejarte de lo que se te pide por ganar 200 euros a la hora siendo una de mis “sirenas” -la cifra hizo que la cabeza de Elwira empezase a dar vueltas, era más incluso de lo que había pensado antes. El pareció darse cuenta, porque volvió a sonreír y siguió hablando-. Eso es lo que tu amiga ha dejado de ganar por hacer un espectáculo especial para T.K., los 200 fijos más otros 200 por cada hora. No esta mal, ¿verdad? -ella asintió-. Pero es un trabajo sólo para profesionales, mujeres que saben hacer lo que haga falta y guardar el secreto de mis clientes, no crías que se comportan como niñatas malcriadas y salen corriendo a la mínima para esconderse detrás de las faldas de mamaíta o que necesitan que su papaíto venga a defenderlas de un malvado explotador. Paso olímpicamente de eso. Problemas cero. ¿Entendido? -la adolescente volvió a asentir, aún saboreando la cantidad de dinero que estaba poniendo frente a ella en su imaginación-. Tú decides, te largas como una cría o te quedas y te hago la prueba... ¡ojo, que el que la hagas no implica que te contrate! -remarcó-. Tú verás a qué estás dispuesta. Si no quieres arriesgarte, te piras y olvidas todo. Si te quedas, aceptas cumplir al cien por cien con toda la prueba y aceptas cualquier resultado, tanto el contratarte como el no contratarte. Ya puedes hablar -terminó su pequeño discurso.
  • Me quedó -respondió Elwira, sin dudar.
  • Si te quedas, no quiero gilipolleces, lloros ni chiquilladas.
  • Que sí, que me quedo -insistió ella.
  • Levántate -ordenó y, cuando se puso de pie, añadió-. Date la vuelta... lentamente y con los brazos en alto -y, cuando estaba ya a mitad de la vuelta, de espaldas a él y mirando al hombretón que la había acompañado hasta allí y que bloqueaba la única ruta de salid, el jefe del local la detuvo-. ¡Alto!. No tienes mal... culo... -anunció, acompañando sus palabras con una palmadita en el trasero de la adolescente.
  • No... -empezó a protestar ella.
  • Largo entonces, cría estúpida. No me hagas perder el tiempo.
  • No, no, lo siento -se disculpó ella mientras iniciaba el movimiento que la volvería a colocar frente a él al completar el giro.
  • Quieta, niña estúpida -la imprecó y Elwira se quedó quieta-. Quiero ver mejor tu culo. ¿Qué te parece, Luis?.
  • Es una cría -contestó el hombre que tenía enfrente, con pinta aún más amenazante al cruzar los gruesos brazos sobre su torso.
  • ¿Eres una cría, niñita? -la picó el jefe por detrás de ella.
  • No. Puedo hacerlo -aseveró ella, sin darse cuenta aún de lo que estaba pasando.
  • ¿Cómo te llamabas?.
  • Elwira.
  • No suena muy de aquí. ¿De dónde eres?.
  • Polonia.
  • ¿Católica?.
  • Ehhh... esto... sí... -respondió, confundida y nerviosa frente a ese cambio.
  • ¿Una buena católica?.
  • Emmm... sí... supongo... creo que sí...
  • Jura que harás todo lo que te pida guardando el secreto.
  • Ehhh...
  • ¡Que lo jures, joder, o vete a la mierda por donde has venido, niñata malcriada! -gritó el jefe, levantándose y avanzando hasta detenerse justo detrás de ella, que notó un olor acre y una fuente de calor a su espalda.
  • Lo... lo juro -pronunció las palabras con reticencia.
  • Muy bien, cariño -la alabó el hombre, que volvió a sentarse antes de ordenar lo siguiente-. Desnúdate y demuestra que no eres una maldita niñata.
  • Yooo...
  • ¡Qué te desnudes, joder!. Maldita sea, menuda mierda de juramento haces que no eres capaz de cumplir ni una cosita sencilla, niñata de mierda.
  • Ya, ya, sin insul...
  • Es mi local y hablo como me da la puta gana, ¿entendido, niñata de mierda?. Desnúdate y sin moverte del sitio, o lárgate a freír espárragos. Es la última vez que lo digo.
  • Ya... ya... --accedió ella, superada por la situación, bloqueada la parte del pensamiento que debería de haberla advertido y hacer saltar todas las alarmas.

Casi sin darse cuenta, estaba desvistiéndose, dejando su ropa en la mesa que tenía al lado, sin atreverse a levantar la mirada, muerta de una vergüenza como nunca había sentido.

Cuando terminó, se abrazó instintivamente a sí misma para intentar cubrir sus pechos.

  • Nada de vergüenzas aquí. Los brazos a los lados y mirada al frente -instruyó el jefe.

Poco a poco, Elwira lo hizo, tragando saliva y mirando sin enfocar al hombretón que tenía enfrente a la vez que dejaba los brazos al costado.

  • ¿Y ahora?. ¿Qué opinas, Luis?.
  • Es una cría -repitió el hombre, para luego añadir en un tono extraño-, pero tiene dos bonitas tetas. Firmes -de una forma un tanto extraña, esas palabras de alabanza la hicieron sentir un poco mejor, más segura. Luego dijo otra cosa que la volvió a poner un nudo en la garganta-. Y ese coño está aún mejor.
  • Lo sospechaba -escuchó decir al jefe, que volvió a levantarse-. Y muy buen culito... muy... bueno... -y la ordenó en un tono fuerte, pero sin gritar-. Inclínate -y al hacerlo, empezó a acariciarle el culo y deslizó un dedo entre medias hasta alcanzar la rajita de la chica, que pegó un respingo ante la intrusión, lo cual hizo que el hombre se riera-. Jajaja... vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?. ¿No serás virgen? -preguntó, acompañando su pregunta de una torta en el culo-. ¿Qué, eres virgen?.
  • Sí... sí...
  • Vaya, vaya... ¿también del culo? -siguió, a la vez que deslizaba su mano por el trasero de la adolescente hasta alcanzar el cerrado agujero.
  • ¡Sí! -dijo ella, con un fuerte respingo y un escalofrío al notar por dónde iba pasando la mano.
  • Vaaaaya, vaaaaaya... ¿nada de nada?. Joder... ¿no has hecho absolutamente nada?. ¿Mamadas sí, verdad?.
  • No... no... por favor... yo soy baila...
  • Stripper -cortó él, sin dejar de tocarla el culo y recorrer la rajita de alante atrás, haciendo que su cuerpo se pusiera tenso por los nervios y, a la vez, extrañamente como blando... derretido... caliente... no sabía cómo definirlo... en la zona que él estaba acariciando entre sus piernas-. Has venido para ser una stripper. Para hacer bailes exóticos delante de hombres y mostrar al final tu cuerpo... y... a veces... dejar que te toquen... si pagan lo suficiente... -concluyó, dándola una fuerte palmada y regresando a su asiento, a la vez que decía a su subordinado-. Moja bien para ser una cría. Moja rápido. Puede que sirva.
  • No está... usada -repuso el hombretón.
  • Eso tiene solución -aseguró el jefe, antes de añadir cuando el hombretón arqueó las cejas-. Pero a T.K. le gustará así, pagará mucho mejor. ¿Es lo que quieres, no, niñita? -la preguntó, con un azote leve en el trasero-. Y ponte recta.
  • Sí... sí... -respondió ella, ligeramente avergonzada y con el rostro ruborizado, con una extraña sensación, mezcla de un calor inusual y húmedo entre sus piernas y... otro tipo de calor, un azoramiento acompañado del erizarse del vello de su piel.
  • Creo que podríamos pedir 1000 a T.K. por todo, ¿eso te gustaría?.
  • Sí -Elwira ahora flipaba.
  • Por todo es por todo, ¿entiendes?.
  • Sí -contestó ella, en una nube, sin pensar realmente qué podía implicar lo que estaba pasando.
  • Bueno, creo que quizás puedas valer -anunció el propietario del local, generando una ola de esperanza en la joven.
  • Gracias. Yo...
  • No tan rápido -atajó-. Tengo que ver cuánto te interesa el trabajo. Hasta dónde estás dis...
  • Lo quiero -interrumpió, impaciente, con la mente dando vueltas a la desorbitada cifra que acababa de escuchar unos segundos antes.
  • Date la vuelta -la ordenó, seco, y, cuando ella se volvió, el hombre se levantó de su asiento, con un tremendo bulto en el pantalón que Elwira no fue capaz de ignorar, y la abofeteó con fuerza antes de gritarla a un palmo de la cara, mojando su rostro con pequeñas gotículas de saliva que salieron escopetadas de su boca-. ¡Cuando estoy hablando tú te callas, niñata de mierda!. ¡¿Entiendes, polaca de mierda o no me expreso con claridad?!.
  • Sí... sí... -respondió ella, dolorida y algo asustada, llevándose la mano al punto donde la había golpeado.
  • No eres nada especial, ¿entiendes? -siguió diciendo él, casi nariz contra nariz, pero ya en un tono más normal-. Como tú las hay a montones, niñata. Si quieres el empleo te lo tienes que ganar y no será por tu cara bonita, ¿de acuerdo, puta niñata de mierda?.
  • Sí... sí... -volvió a contestar Elwira, que se asustó cuando notó la gruesa mano del dueño del negocio apoyarse en su muslo.
  • ¿Por qué tiemblas? -se rio en su cara-. Que te toquen es parte del trabajo -siguió diciendo, deslizando las yemas de sus dedos hasta alcanzar la entrepierna de la polaca, que no pudo evitar soltar un respingo y que su cuerpo se retorciera involuntariamente ante el inesperado contacto-. Sólo que YO lo hago gratis -remarcó, a la vez que sacaba su gruesa lengua y la deslizaba, caliente y húmeda, por el carrillo de la adolescente-. Separa las piernas -ordenó, en voz baja, y ella obedeció, y luego volvió a indicarla- y abre la boca.

Antes siquiera de darse cuenta, su boca era invadida por la lengua de ese hombre maduro, que la besó con fuerza e inundó con sus babas y esa gruesa serpiente de carne, que se movía por la boca de la adolescente como queriendo hacer un mapa de cada pliegue del interior hasta llegar a su campanilla al fondo.

Los gruesos dedos acariciaban a la vez de una forma brusca la entrepierna de la joven polaca, que, pese a ello, notaba una extraña reacción en su coño, que parecía, a la vez, crecer y palpitar con una vida propia y caliente.

Una extraña humedad surgía del interior de la chica a la vez que unas oleadas casi eléctricas la recorrían el abdomen en rápida sucesión.

Para cuando su boca se empezaba a acostumbrar a la invasión de esa lengua, una nueva descarga sometió a su cuerpo a un nuevo nivel de cambios hormonales que no era capaz de contener ni de interpretar en ese momento en el que uno de los dedos del jefe entraba, casi sin oposición, al interior de su virginal sexualidad.

No sabía qué la estaba haciendo, pero se notaba que no era la primera vez que esa mano lo hacía.

La tocaba de una manera que... ella no podía evitarlo, no era capaz... y casi es que no quería... no sabía... no podía pensar... estaba desbordada... y ahí... ahí... ese punto que tocaba... ahí... y ese dedo que movía dentro... ahí... ahí... ¿qué la pasaba?... ¿qué era eso?... ¿qué...?... no podía aguantar más... sentía unos extraños calambres y una especie de angustia o... o de calor... o... no sabía... no podía pensar... y ese calor... y esa humedad que empezaba a empaparla... ¿por qué no dejaba de tocarla?... quería que parase... no... no quería... sí... quería decirle que parase... no... o no... y ese gemido que escapó de su boca inundada por esa lengua... y... y... ¿qué era eso?... ¿qué estaba pasando?... estaba agitada, respirando de una forma alocada, como si hubiera estado... corriendo... y... y...

De golpe, el beso se interrumpió, la conexión de cortó y esa culebra musculada que era la lengua del entrevistador, regresó a su propia boca apenas un segundo antes de que Elwira abriese los ojos, sorprendida tanto por haberlo tenido cerrados como porque él dejase de besarla de esa manera.

Y aún más sorprendida cuando, de forma simultánea, él sacó su mano de su entrepierna y con la otra le propinó un fortísimo bofetón que la hizo tambalearse.

  • Hasta dónde estás dispuesta a llegar -dijo a continuación, en un tono neutro-. Eso era lo que estaba intentando decirte antes de que me interrumpieras -aclaró-. Ahora, ¿estás dispuesta o te quieres largar como una maldita niña malcriada incapaz de aceptar los deberes y obligaciones de una mujer de verdad?.
  • Ehh... ehhh... sí... -respondió ella, completamente descolocada, con el rostro ardiendo donde la había pegado y con otro tipo de calor entre sus piernas, uno que despertaba en ella unas sensaciones que nunca antes había sentido y que luchaban con su moral.
  • Date la vuelta entonces y ponte de rodillas -instruyó el maduro entrevistador, guiándola paso a paso-. Abre la boca todo lo que puedas.

Ella lo hizo sin saber muy bien para qué ni el por qué de todo eso, pues su mente era incapaz de procesar todo lo que estaba pasando ni a la velocidad que sucedía.

  • Luis -llamó el maduro-, te toca.
  • Es una cría -repitió él, a la vez que se apartaba una mano de la entrepierna rápidamente, como no queriendo que la chiquilla le viera en algo pero, a la vez, dejando a la vista un gigantesco bulto en sus apretadísimos pantalones.
  • Joder, no me hagas llamar a Ahmed -dijo, irritado, el entrevistador.
  • No, no... sólo que no... no sabrá... la ahogaré... -intentaba excusarse, con un extraño rubor en el rostro pese a su edad.
  • ¡Que lo hagas, joder! -le gritó-. Si lo estás deseando, cabronazo, que te lo estamos viendo todos.

El hombretón avanzó, resignado, y, apenas a cinco centímetros del rostro de Elwira, se bajó los pantalones y una barra de carne salió disparada, como un resorte, golpeando el rostro de la adolescente, que cerró los ojos de forma instintiva.

  • Los ojos abiertos, niñata -ordenó el jefe, que la agarró la cabeza con sus dos manos para evitar que se moviera-. Siempre abiertos.
  • Todo irá bien -sonó la voz, extrañamente apagada del gigantón.

La adolescente abrió los ojos y se encontró con una masa palpitante ante ellos.

Luis tenía una erección monstruosa, o eso le pareció a ella.

Era la primera vez que tenía ante sí una polla en esa situación de tensión y parecía inmensa, una barra de carne hinchada, cilíndrica, aunque ligeramente curvada, que luchaba contra la gravedad con una serie de movimientos como latigazos, subiendo y bajando y rozándola, mojando con una humedad que brotaba de la rosada punta las partes del rostro con las que se topaba.

Un calor inusual emanaba del monstruo que bailaba ante sus ojos, naciendo de una mata de pelo oscura y gruesa que envolvía unas campanas colgantes entre las piernas del hombre.

Las manos del entrevistador apretaron con fuerza y la colocaron la cabeza, que no se había dado cuenta que había girado de forma instintiva y primaria, y situaron su boca abierta frente a frente con esa cabeza rosada de esa monstruosa barra de carne.

  • Venga, follate esa boquita -lo animó el jefe.
  • Joder... relaja la garganta, preciosa...

Por un instante sus miradas se cruzaron.

Elwira pudo verse reflejada en esos ojos y, después, vio lo que había detrás.

Hambre.

No hambre... pero un tipo de ansiedad que sólo podía recordar cuando su padre llegaba a casa y se lanzaba como poseído sobre la comida.

Una pequeña arcada acompañó el instante en que notó entrar el extremo bulboso de ese miembro viril en su boca.

  • Abre bien la boca -susurraba el mayor de los dos hombres, sujetando con fuerza su cabeza para que no se moviera- y relaja la garganta, niñita... muéstrame lo mucho que deseas el trabajo... quiero ver una mujer, no una cría, y el trabajo será tuyo... venga... abre bien la boca y relaja tu puta gargantita, mi niña.

Ella intentó seguir las instrucciones pero, poco a poco, según la gruesa polla iba entrando en su boca, palpitando con vida propia y un calor intenso, empezó a sentir pánico, a darse cuenta de lo que estaba pasando, a notar como el respirar se iba haciendo más complicado cuanto más se la clavaba en la boca, aplastando su lengua a su paso y llegando a la parte de atrás de su cavidad bucal.

Notaba que no podía tragar tampoco, que la garganta se la secaba de una forma rápida y extraña, a medias por no poder ensalivar como por sus nervios crecientes.

Y, a la vez, salivaba como nunca antes.

Pero toda esa saliva terminaba empapando el exterior de la hinchada masa de carne que se iba metiendo dentro de su boca, llenándola y haciéndola sentir también un cierto nivel de humillación al recordar su desnudez, su posición de rodillas y que lo que estaba pasando no era propio de la educación que había recibido, de esa idea primaria de que el primero que hiciera algo así debía de ser un alguien especial, no ese tipo mayor ni de esa manera.

Él ya no parecía sentir ningún reparo, pudo verlo también en sus ojos.

Se habían vuelto más duros, ya sólo buscarían saciar su propio deseo, y una palabra escapó de entre sus labios, susurrada como una condena.

  • Puta.

Como si fuera algo coordinado, las manos del jefe dejaron de sujetarla la cabeza y las manazas de Luis ocuparon su lugar, agarrándola para evitar que se alejase o que intentase girar el rostro.

Apretaron tanto que la hacían daño, pero su mente estaba tan ocupada en la invasión de su boca, que la chica ni lo notó en ese momento.

Fue el momento en que su polla, esa masa de carne musculada y palpitante, que se agitaba como con espasmos rítmicos, llenó por completo la boca de la adolescente, alcanzando su garganta y obligándola a mantener la mandíbula abierta de una forma extrema que luego la dolería.

Oleadas de arcadas se sucedían por esa invasión antinatural, por la forma en que se veía obligada a mantener la boca y por el roce con las paredes laterales del fondo que daban paso anatómicamente a una garganta también invadida con la cabeza rosada, bulbosa y lubricada de ese engrosado pene del que emanaba un calor impropio.

Los dos segundos que la llenó por completo la hicieron llorar y sentirse asfixiada, sin poder dar paso al aire, al ocupar la polla de Luis todo el espacio.

Notaba cómo su saliva chorreaba por entre sus labios y empezaba a resbalar hacia su barbilla.

No podía hablar ni suplicar y sólo una especie de gemido escapó desde lo más profundo de su garganta.

Fue como el disparo que precede a las carreras de velocidad.

Fue el momento que la polla de Luis decidió ponerse en movimiento, deslizándose de adelante atrás y de atrás adelante, llenándola por completo la boca unos instantes y luego retirándose hasta mitad de la cavidad bucal para, seguidamente, repetir el movimiento, entrando y saliendo, follando su boca con esa tremenda barra de carne, el primer miembro viril que perforaba la boca de la chica.

Ella no lograba concentrarse en otra cosa que no fuera soportar como fuese la invasión de su boca, en lograr mantener la boca abierta y sobrevivir a esa experiencia asfixiante, luchando por captar lo máximo de aire, boqueando, entre un movimiento de llenado y el siguiente.

Ni se daba cuenta de cómo el otro hombre, a su espalda, la estaba tocando sus jovencísimos pechos, amasándolos con energía y estrujando entre las yemas de sus dedos sus pequeños pezones, estimulándolos y estirándoselos.

Escuchaba comentarios susurrados junto a su oreja, pero no podía prestar... no conseguía concentrarse y prestar atención a lo que decía, agobiada por la fuerza que imprimía el otro maduro, Luis, a la salvaje mamada que la estaba forzando a hacerle para lograr el ansiado puesto de trabajo como stripper del local.

  • Joder con la cría... pufff... no está nada mal formada... menudas tetitas tiene... sí que están firmes, joder... qué gustazo tocarlas, qué piel más suave... y estos pezones qué bien se sienten, qué bien reaccionan, qué duros se ponen... pufff...

El gigantesco hombretón que la estaba follando la boca no decía nada, sólo gemía como un poseso mientras la agarraba la cabecita para imprimir mayor profundidad a las violentas acometidas de su miembro viril, que llenaba una y otra vez, sin parar, la boca de Elwira, que, cada vez más, con cada acometida de la barra de carne incendiada en un calor interior desconocido hasta entonces para la adolescente polaca, la hacía babear y que chorros de saliva la empapasen por delante mientras resbalaban y goteaban desde su cara, a la vez que luchaba por lograr relajarse como la habían pedido para que no fuese tan desagradable la experiencia, o eso pensaba ella mientras respiraba agitada los pocos instantes que lograba llenar sus pulmones con el preciado oxígeno del aire.

Su boca parecía hervir de calor y, a la vez, estaba inundada, aunque su garganta se encontraba seca.

Escuchaba, como a lo lejos, una especie de continuo chapoteo, hasta que logró darse cuenta de que era parte del ruido que hacía esa masa de carne gruesa y palpitante al moverse a través de su boca llena de una saliva que no paraba de producir y que terminaba sirviendo tan sólo para lubricar a ese mismo miembro viril para que pudiera moverse con más facilidad, saliendo expulsado el sobrante de líquido hacia fuera de su boca, en vez de hacia la garganta, como sería lo normal.

Las manos del mayor de los maduros se movían por todo su cuerpo, cosa que la habría hecho sentir vergüenza junto a una gran sensación de impotencia y vulnerabilidad, pero su mente no era capaz de asimilar tanto.

Una de esas manos seguía entreteniéndose con sus tetas, hora apresando la que más cerca le quedaba y estrujándola o pellizcando con fuerza sus pezones, hora estirándose para llegar hasta el otro pecho y repetir la operación.

La otra fue descendiendo hasta posarse en su ombligo, que recorrió con la yema de sus dedos, rodeándolo en círculos concéntricos antes de llegar al centro de esa circunferencia imaginaria y apretar el botón que habría debido estar en el agujero de su ombligo en ese patrón imaginario.

Eso la resultó incómodo, pero tenía otras cosa en qué pensar, y apenas duró lo justo para que esa mano prosiguiera viaje a su destino, la entrepierna de la chica.

Elwira no ofreció ninguna resistencia.

La mano se paseó por su rajita, se enredó en unos pequeños cabellos que formaban la escasa barrera púbica, y, después, empezó a acariciar el clítoris de la chica, provocando un escalofrío que recorrió el cuerpo de la joven, así como una nueva fuente de calor, esta vez nacida del propio interior de la adolescente, no de un órgano invasor como el que se movía dentro de su boca.

Atrapada entre los dos hombres, la joven no tenía escapatoria, dominada físicamente por su superior constitución y por la situación de completa y absoluta vulnerabilidad a la que ella misma, voluntariamente, se había sometido en su afán por conseguir una pequeña fuente de ingresos para esos caprichos que no tenía normalmente.

Sólo ahora, atrapada entre una polla que penetraba su boca de una forma brutal y las manazas del propietario del local recorriendo su cuerpo desnudo y masturbándola, empezaba a darse cuenta del lío en que estaba.

Una parte de ella deseaba escapar, salir corriendo, olvidarse del dinero y de lo que había hecho y la habían hecho hasta entonces.

Pero otra parte de ella seguía atrapada por la magnitud de la cifra que habían puesto en la mesa, como suele decirse, una cantidad de dinero que ni se imaginaba que pudiera obtener con su cuerpo, aunque, simultáneamente, esa misma parte de su cabeza no comprendía que para poder convertirse en una stripper tuviera que dejarse follar la boca ni tocar de esa manera... tocar sí, pero no así...

Y había una tercera parte, una que, de una forma primaria y extraña, deseaba seguir ahí, sintiendo esas cosas que sentía, dejándose dominar por esos hombres que parecían conocer esas cosas que la hacían tener esos sentimientos que no conocía y que estaban despertándose en su interior, ese cúmulo de sensaciones nuevas que la hacían sentir un calor extraño y excitante y una humedad creciente como nunca antes e, incluso, la propia sensación de humillación y vulnerabilidad que, de una forma extraña y absurda, parecían excitarla también de una forma que no alcanzaba a comprender.

Todo eso y un cúmulo extra de sensaciones se iban formando en su cabeza atropelladamente, entre medias de la necesidad imperiosa de respirar, de aprovechar los instantes en que la tremenda polla de Luis permitía el paso de aire a través de su garganta para poder llenar sus pulmones, que comenzaban a arderla de la presión a la que la estaban sometiendo, al no estar acostumbrada su boca a esa actividad violenta.

El dueño del local proseguía mientras con sus acciones sobre el desnudo cuerpo de la joven.

Una mano atormentaba sus pechos, pellizcaba sus pezones una y otra vez cuando se cansaba de amasar sus senos, jugando con ellos como si fueran el caramelo de un niño muy ansioso.

La otra mano era casi peor... en cierto sentido.

Seguía jugando a ratos con su clítoris, produciéndola unas sensaciones que jamás habría imaginado que esa parte de su anatomía fuera capaz de generar y que supo que ella misma aprovecharía en un futuro no muy lejano, pues eran tremendamente excitantes, eran continuas oleadas de placer que ni cuando se daba un capricho y rompía la dieta del ballet para comerse un pedazo de chocolate había tenido iguales.

También esos maduros dedos, gruesos, nada estilizados, se iban metiendo dentro suyo, en su vagina, en lo más íntimo de su despertada sexualidad, generando una humedad y un calor interior que iban creciendo más y más con cada segundo que la tocaban.

Ella sabía lo que era el sexo y tenía las nociones de para qué servían su coño y los penes... pero nunca había alcanzado a imaginar cómo era de verdad, no así, ni se parecía.

Un sonido gutural surgía a ratos, cada vez más de su propia garganta y tardó un buen rato en darse cuenta de que eran gemidos y de que eran gemidos provocados por el placer nuevo y extraño que el dueño del local estaba induciendo al tocarla su coño, al manejar su clítoris y meter esos dedos dentro de su vagina, que, pese a ser la primera vez, al menos la primera vez en serio, porque ella ya había jugado con sus propias manos pero con cuidado y nunca pasando de un dedo y casi como quien decía por el borde, nunca hasta dentro del todo, ese hombre ya había logrado meter dos dedazos por completo y la estaba produciendo unas sensaciones cada vez más intensas y apremiantes.

Su cuerpo se arqueaba a ratos sin poder evitarlo, respondiendo a las oleadas de placer que manaban de su interior, y sus manitas ya no intentaban apartar con tanta energía a Luis de su boca y se conformaban con apretarse en sus musculadas piernas para que no la hicieran caer con cada empujón.

El hombre la ignoraba ahora como la había ignorado antes, desde que metió su polla dentro de la boca adolescente de Elwira, y siguió follándola, buscando ya sólo su propio placer y olvidándose de todo cuanto lo rodeaba por unos minutos.

La chica no sabía ya ni cuánto tiempo había pasado, sólo era capaz de sentir cómo ese trozo grueso de carne palpitante se movía, deslizándose una y otra vez adelante y atrás a lo largo de su boca, llenándola en una profunda invasión hasta golpear el fondo de su garganta, presionando y ahogándola a la vez que la sujetaba de la cabellera para que no escapase aunque quisiera.

Ni siquiera fue capaz de advertir el cambio del pene de Luis en ese momento, se dio cuenta después, cuando lo recordó y pensó en ello, de cómo esa caliente dureza se había alterado para dar paso a unos movimientos internos que parecían convulsiones, espasmos brutales que recorrían a lo largo y ancho la masa musculada hasta llegar al extremo y salir despedidos transformados en un líquido espeso que la llenó a chorros la boca, inundándola y deslizándose por su garganta, lubricándola de una forma que la saliva no conseguía y llenando su boca de un sabor desconocido y su olfato de un intenso olor que nunca olvidaría.

  • Joder... joder... joder... puta... joder... qué puta... joder... qué bueno... qué puta... joder... -no dejaba de repetir el hombre, a la vez que presionaba para vaciarse por completo dentro de la adolescente, forzándola a tragar.

  • ¿Nacida para puta? -preguntó en voz alta el jefe, sin dejar de atormentar los pechos adolescentes ni de usar la otra mano con habilidad para masturbar a la chica.

  • Na... uffff... nacida para puta... ufff... -confirmó el grandullón, agarrándola con fuerza por la melena para terminar de vaciarse dentro de la boca de la primeriza.
  • Que venga Ahmed -ordenó el dueño del local.
  • Pero... vamos, por favor, no sea cabrón... la chiquilla está cumpliendo -objetó Luis, cuyo cuerpo se puso tenso bajo las manitas de Elwira a la vez que sacaba su vaciada polla de la boca adolescente, que boqueó, tosiendo a ratos, en busca de aire fresco en cantidad por primera vez en un buen rato desde que empezó la mamada.
  • ¡Qué lo llames, joder! -gritó el hombre que, de rodillas a la espalda de la polaca, la apretó con furia unos de los pechos hasta hacerla gritar de dolor, mientras detenía un instante la labor del resto de sus dedos en la entrepierna de la joven.
  • Ya... ya... -cedió el hombretón, tras pegas un pequeño bote al escuchar el grito, y se subió los pantalones, haciendo desaparecer ante los ojos de la chiquilla esa masa de carne, aún con un buen tamaño y un grosor apreciable, pero que iba desinflándose poco a poco con unos movimientos como si estuviera asintiendo a una voz que sólo ella podía escuchar.

Pese a los momentos de asfixia y angustia que sintió por momentos un instante antes, y de las sensaciones que las arcadas la habían dejado en la irritada garganta, y de las molestias que sentía en la musculatura facial por haber tenido que permanecer tanto rato con la boca abierta al máximo, una pequeña parte de Elwira, la que no se sentía violada y manchada por lo que acababa de hacer con esa polla y ese espeso fluido que había tragado muy a su pesar, tuvo un momento de decepción al ver al hombretón guardarse el miembro e irse en busca de ese otro secuaz del dueño del local, que volvió a acariciarla su coño con más energía que antes, haciendo que retornase con una mayor sensación de urgencia, un intenso calor que se acompañaba de una intensa humedad dentro de la propia joven, que no pudo evitar darse cuenta de que un nuevo olor se iba expandiendo por el cuarto... y que ella era el origen.

  • ¿Cuánto eres capaz de abrirte de piernas, mi niña? -la preguntó, con los labios apretujados contra su oído.
  • Yo... yo... -intentó concentrarse en la respuesta mientras esas oleadas, cada vez más brutales, emergían de lo más profundo de su abdomen y crecían conforme los movimientos de la mano y dedos del maduro jefazo se incrementaban y la llevaban a alcanzar algo parecido a una masa crítica- del todo... ufff... del todo... 180 grados... ufff...
  • A lo mejor vas a poder ser una buena “Sirena”. Eso te gustaría, ¿verdad, mi niña?.
  • Sí... ufff... sí... -respondió ella entre gimoteos.
  • Vamos a convertirte en una mujer de las buenas, ¿sabes?... y te va a encantar... así que no llores, ¿vale, mi niña?... sé una mujer... sin llorar... ¿vale?...
  • Sí... ufff... sí... ufff... vaaaale... ufff... -asentía sin parar, incapaz de pensar o de negarse a nada ante las increíbles sensaciones que experimentaba ante el roce de esas maduras y experimentadas manazas que, en condiciones normales, nunca habría aceptado sobre su cuerpo, cuya mera idea le habría asqueado y escandalizado, pero que ahora no podía dejar de disfrutar y eso anulaba su raciocinio.

El hombre aún estuvo un buen rato tocándola, hasta que fue ella quien estalló, la que no logró aguantar más.

Con un intenso gemido, que brotaba de lo más profundo de su garganta, pero cuyo origen estaba mucho más abajo y más adentro, más profundo de lo que hubiera podido imaginar antes de esa vez, se corrió, empapando los dedos y la mano del maduro que la tocaba y arqueando la espalda por la intensa presión que recorría su cuerpo en oleadas imparables hasta dejarla agotada y, a la vez, alegre y ansiosa de más, de otra ración mayor de esa excitante sensación de incontenible placer que la había arrasado el cuerpo entero como un calambrazo.

Tuvo que apoyar las manos en el suelo enmoquetado mientras se recuperaba, con la cabeza hacia delante, cubierta por sus cabellos como si de cortinas se tratasen intentando ocultar la expresión de su cara.

  • A la mesa -ordenó una voz a su espalda.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que era la voz del dueño del local, que estaba de nuevo sentado, limpiándose la mano mojada por el líquido manado del interior de Elwira, cosa que la hizo sonrojarse y sentirse repentinamente cohibida.

Él la observaba y ella tuvo un extraño presentimiento cuando se dio cuenta del tremendo bulto en el pantalón de ese hombre tan mayor.

Y supo lo que se escondía tras esa prenda y, una parte de ella ansiaba poder contemplarla, a la vez que otra parte sentía una repugnancia infinita y la hacía considerar lo que había hecho antes y su propia desnudez actual como algo extremadamente humillante y casi... amoral.

  • ¡Qué te subas a la mesa, joder! -gritó.
  • Yo... -empezó ella, dándose la vuelta por inercia y acercándose lentamente al escritorio.
  • Quiero verte sentada encima, en la esquina -instruyó él- y con las piernas abiertas cada una hacia uno de los extremos. No son 180º pero para empezar con 90º está bien para ver tus nuevos límites, pequeña.
  • Pe...
  • Y después te recuestas hacia delante, con los brazos completamente estirados y sujetándote una muñeca con la otra, ¿entendido? -añadió, sin dejarla poner objeciones ni detenerse a pensar qué estaba sucediendo.
  • Ehhh... ¿sí? -completamente perdida, hizo lo que le habían dicho, formando una L con sus piernas y siendo su culo el centro, a la vez que se reclinaba adelante con los dos brazos estirados hasta tocar el borde del mueble.
  • Quieta y en silencio ahora.
  • Sí... ¡aaauuuuuu! -se quejó al recibir un fuerte tortazo en el expuesto culo.
  • ¡En silencio es en silencio! -la recriminó el maduro, de nuevo en pie a su lado-. Ahora es momento de valorar tu culo y esa flexibilidad de la que tanto presumes, mi niña... y de ver si ya eres una mujer o tan sólo una puta niñata de mierda, ¿comprendes? -esta vez la adolescente polaca fue capaz de resistir la tentación de responder y eso hizo que la acariciase el cabello con suavidad-. Vas mejorando. Así mejor. Obediente. Aprendes rápido, niñita.
  • ¿Llamar, Jefe? -preguntó una voz áspera en ese instante desde unos metros más allá, a la vez que una sombra cubría un instante la zona del rabillo del ojo de la adolescente.
  • Sí, Ahmed. Tienes trabajo. Quiero este culo abierto -ordenó al recién llegado a la vez que giraba por la mesa hasta alcanzar las manitas de la chica, que agarró y sujetó con una cuerda sin que ella hiciera el más mínimo gesto de impedírselo -. Luis -llamó al otro hombretón, que también debía estar allí, supuso Elwira, que no se atrevía a levantar la cara-, átala los tobillos y te largas.
  • Es una chiquilla, Ju... -volvió a intentar mediar.
  • ¡Qué obedezcas, joder!. ¿Quién crees que manda aquí, puñetas?.
  • Tuuu -respondió el hombre, alargando la vocal.
  • Pues obedece sin tanta queja, cretino.

Unos minutos después, Elwira tenía cuerdas en sus tobillos que la inmovilizaban y la sujetaban a las patas de la mesa, igual que la cuerda de sus muñecas tenía un peso para que no pudiera cambiar la posición.

  • Adelante, Ahmed, demuestra para qué vales -encomendó el jefe, antes de repetir una orden anterior a su otro subordinado-. Que te largues de una vez si no tienes estómago, Luis.
  • Ya... ya... pero es una cría... -insistió el otro hombre en voz baja antes de irse.
  • Bueno. ¿A qué esperas, Ahmed?.
  • ¿Puta? -preguntó con su extraño acento, como si dos piedras se frotasen.
  • Puta -aseguró el dueño del local con un tono casi divertido, le pareció a la chiquilla polaca, que se veía incapaz de reaccionar o de contestar o simplemente de chillar que NO, que todo eso era una equivocación, que ella sólo era una bailarina, que... que... pero, a la vez, su propia naturaleza interior la hacia permanecer en silencio, tanto por su forma de ser como por la idea de ese dinero que veía ante ella como un premio gigantesco.

Unas manos grandes y ásperas se plantaron encima de su culo y la separaron los glúteos.

Notó cómo algo se pegaba mucho a su trasero y algo que parecía una nariz pegada, aspirando, como si de un perro se tratase, el olor que desprendía.

Una lengua empezó a lamer la raja entre las dos partes de su culo, repasando la parte posterior.

Por un momento casi la hizo cosquillas.

El hombre levantó su rostro y escupió.

Volvió a escupir.

Aún sin verlo, ella supo que la estaba escupiendo en el ano, en el agujero de su culo, el de cagar, y la magia de la entrevista se rompió de golpe como un cristal al caer al suelo.

Levantó la cabeza y miró al dueño, que estaba frente a ella.

  • No. Por favor, no -suplicó.
  • Abre la boca -la ordenó, con aparente paciencia, mientras ella notaba como un dedo estaba tocándola y presionando para entrar por un agujero que era sólo de salida y así debía ser, así lo veía ella de siempre y, aún así, obedeció.
  • No... -logró articular una vez más antes de que ese hombre mayor se sacase un pañuelo del bolsillo y se lo metiera por la fuerza en la boca.
  • Así estás mejor, niñata, calladita -la dijo-. Ya te avisé antes, así que ahora te aguantas hasta el final... además... -terminó, con una sonrisa de suficiencia- te va a encantar -y luego miró por encima de la adolescente para ordenar al hombre que tenía a su espalda-. Y tú, joder, ábrela de una puta vez.
  • Sí, Jefe... mucho bueno, Jefe -dijo ese hombre que tenía a su espalda, mientras ella intentaba suplicar con los ojos al hombre que tenía ante ella, gimoteando a través de ese pañuelo de tela con un sabor que la asqueaba, que debían de ser mocos.

Un tremendo chillido surgió de la garganta de Elwira cuando, después de abrirla lo justo con un par de dedos, el hombre a su espalda plantó algo redondeado y grueso, que ella no dudó ni por un instante que era otra polla, y apretó con tremenda fuerza, a la vez que tironeaba de sus glúteos para mantenerlos lo más separados posible, sin contar con la facilidad que ella había dado al subirse y abrirse noventa grados.

Notaba cómo la rompía, como destrozaba su culo virgen, mientras arqueaba la espalda lo que podía al estar con las manos atadas y un peso colgando que no la dejaba subirlas o apoyarse siquiera en los codos.

Sus piernas tampoco la servían de nada, completamente retenidas por fuertes cuerdas que arañaban sus preciados tobillos.

Desistió al cabo de unos segundos, con un intenso dolor en las articulaciones sujetas y otro aún mayor rompiéndola por la mitad con cada empujón de ese hombre en su camino por clavar toda su hombría dentro de su culo.

No se dio cuenta siquiera de que había empezado a llorar hasta que su visión se enturbió y la sonrisa en la cara del jefe del local se convirtió en un borrón.

No paraba de chillar, pero el ruido salía amortiguado a través de la tela del pañuelo metida a presión en su boca.

Ese tal Ahmed terminó de introducir su polla, llegó hasta el fondo del ano de la chiquilla polaca.

Paró tan sólo un segundo.

Después empezó a hablar como si estuviera recitando un cántico en una lengua incomprensible para la joven, que sólo era capaz de sentir la profunda y violenta penetración a que la estaba empezando a someter.

Comparada con esa, la anterior mamada que tuvo que hacer a Luis le pareció casi algo cariñoso.

Ese hombre, si es que lo era, se comportaba más como una bestia que como cualquier otra cosa.

Empujaba con fuerza para clavar su gruesa barra de carne, llenando la cavidad y forzándola a dilatar cada vez más, y la sacaba de un tirón, para después volver a romper el sello de su esfínter anal con un nuevo empujón que volvía a provocarla un dolor como si fuera un papel al que le van rompiendo en trozos.

Con cada puyazo, ella sabía que su ano se iba quedando sin fuerzas para resistir, que cada vez el agujero se quedaba un poco más abierto que antes, que iba aceptando la invasión, dejando una dilatación cada vez mayor.

Como una máquina bestial, el hombre a su espalda no dejaba de embestirla, de clavar su polla por completo en viajes de ida y vuelta que la llenaban por completo o la dejaban sin nada del pene en su interior por momentos.

Clavaba y sacaba. Clavaba y sacaba. Clavaba y sacaba.

O se la metía toda por completo, o la sacaba del todo. Sin término medio.

El jefe sonreía ante ella y la limpiaba las lágrimas, disfrutando como un niño con un juguete nuevo al contemplar la tremenda violación del culo de la adolescente.

De vez en cuando la daba una bofetada, como si creyese que se iba a desmayar. Pero siempre sonriendo.

El otro hombre siguió bombeando una y otra vez, salvajemente, repitiendo su cántico como si eso fuera una fiesta y no estuviera rompiéndola el culo.

Una y otra vez la clavaba su verga, llenándola con esa masa de carne gruesa y palpitante.

Sabía que también estaría caliente, pero apenas lo notaba porque cuando la sacaba una corriente de aire entraba y la impedía captarlo.

Una y otra vez la perforaba.

Una y otra vez el jefe la limpiaba las lágrimas o la abofeteaba, con su permanente sonrisilla en el rostro.

Una y otra vez un dolor agudo la sobrepasaba y los chillidos de dolor chocaban en su ruta de salida con esa tela llena de mocos y empapada con la saliva de la propia chica.

Pasó un buen rato así, sintiendo los impactos de las caderas de Ahmed contra su culo mientras su polla la perforaba y destrozaba ese sagrado agujero.

Pero, como le pasó a Luis, al final ese hombre terminó.

Clavó en uno de los movimientos su polla por completo y, esa vez, no la sacó de golpe. La dejó dentro, contra el fondo, y unos movimientos culebreantes recorrieron la masa cálida e hinchada hasta transformarse en un chorro espeso de lefa que inundó el culo de la adolescente.

  • Muy bien, mi niña -la alabó el jefe, acariciándola el rostro y sacando poco a poco el pañuelo de su boca-. Te has portado -siguió, mientras ella tosía, incapaz de decir nada, pero con los ojos nublados por las lágrimas y una sensación mezcla entre odio y humillación-. Te has ganado el derecho a actuar para T.K. y... 200 eurillos por... por mantener en silencio nuestra pequeña... entrevista... ¿te parece? -y como ella seguía sin decir nada, aún tratando de recuperar el aliento mientras se imaginaba el culo roto y sangrando, siguió, esta vez al otro hombre-. Ahmed, llama a Dulce y Luis. Que la limpien y la den su dinero, que tengo que irme a la función escolar de mis nietos -luego, volvió a mirarla y la dio unas palmaditas en la cara-. Así me gusta... buena chica... vas a ser una “sirena” excepcional.

Cuando se marchó del local se tambaleaba, con el culo tremendamente dolorido y una sensación de violenta humillación mezclada con una cierta sensación de triunfo por haber sido capaz de soportar la prueba.

Tenía 200 euros más en el bolsillo y sabía que podría sacar mucho más, pero también sabía que a partir de ese momento tenía que ser ella quien impusiera las condiciones, que nunca más la volverían a vejar sin su consentimiento... pero, al menos, aquí la pagaban.

Ya no volvería a ser la que no podía estrenar nada ni la que tenía que ser invitada.