Casos sin titulares XV: recuerdos de un verano.

Dos mujeres acuden a la consulta del Doctor y recuerdan los abusos sexuales sufridos tiempo atrás.

Recuerdos de un verano

La siguiente historia se remonta a los años ochenta, cuando no todas las casas tenían su propio teléfono y, para muchos, las vacaciones consistían en pasar unos días con la familia en los pueblos.

Pero no todos los casos terminan bien.

Ésta es la historia de una de esas situaciones que no genera recuerdos bucólicos.

Es la historia de Noelia, pero también la de Noemí.

Las dos acuden a mi consulta, reunidas después de muchos años por el trauma compartido.

El expediente me deja ver cómo eran entonces.

Noelia tiene ahora 52 años, morena con el cabello suelto en una media melena, pero se conserva, con un cuerpo bien formado y gesto duro en la mirada, dispuesta a desvelar la tragedia que sacudió su pasado hacia casi 38 años.

Entra acompañada de Noemí, con una piel con un tono tostado por haber pasado gran parte de su vida en el campo, al aire libre.

Pese a tener algunos años más que Noelia y las marcas de las menores comodidades que tiene la vida en el campo, aún tiene tiempo para mantener una cuidada cabellera que se tiñe para mantener el tono castaño de su juventud.

Tiene unos pechos bastante más voluminosos que Noelia, ahora caídos, pero que en esa época debían de llamar muchísimo la atención.

Las dos se sientan ante mí, separadas por dos metros pero unidas por algo mucho más fuerte que la distancia física o temporal, pues ambas compartieron una historia terrible.

Las ha traído a mi consulta la hija mayor de Noelia.

No sé si conoce toda la historia de lo que sucedió a su madre, pero la he pedido que se quede, simplemente como oyente neutral al fondo del despacho.

En realidad es algo que también la concierne a ella.

Las fechas concuerdan.

Me imagino que, en realidad, lo sospecha, por la forma en que mira a su madre y gira su propio anillo de casada con nerviosismo.

Seguramente si no hubiera sido por el confinamiento ni siquiera estarían aquí.

Pero, ahora, como entonces, se dieron un conjunto de circunstancias que volvieron a unir a esas dos mujeres.

Y eso las hizo recordar. Las hizo volver a revivirlo todo. Las hizo darse cuenta de que nunca cerraron la herida. Que sólo juntas podrían superarlo.

La historia comienza cuando los padres de Noelia, con unos ingresos modestos que daban poco más que para el día a día, la mandan a pasar el verano a la casa familiar que sus abuelos tenían en el pueblo.

Era una época sin internet, con sólo dos cadenas de televisión y donde lo más era tener el último juego procedente del exitoso programa concurso de las noches de los viernes en la cadena pública.

La bicicleta o los pies constituían la única forma de moverse por unas calles que aún desconocían el asfalto.

Los chavales de las distintas casas se mezclaban, sin importar la ciudad desde la que llegaban, pues ya en esa época había pocos críos nacidos y residentes en el propio pueblo, y la crispación era una palabra desconocida.

Sólo había dos teléfonos en el pueblo.

El teléfono era un lujo en esa época. El teléfono fijo.

A veces los padres de Noelia podían llamar y tenían que ir a la casa del vecino, el padre de Noemí, para poder contarse un esquemático resumen del día.

Lo de estar localizado permanentemente no existía.

Ni el GPS.

Y, muchas veces, la hora la marcaba más la altura del Sol que los relojes cuando se estaba jugando en el campo.

Pero una nube interrumpió ese verano que tan bien comenzó.

Fue la llegada de sus tíos.

Un día llegó la hermana mayor del padre de Noemí con su marido.

Dos días después los abuelos de la chica se tuvieron que ausentar por otros motivos familiares y fue el principio de la parte más oscura de ese verano.

Esa misma noche empezó su calvario.

La despertó una sensación de frío.

Todo estaba oscuro y en silencio, salvo la delgada línea de claridad que entraba por el extremo inferior de la persiana.

Tenía miedo a la oscuridad.

Era una tontería, sobre todo a su edad, pero no lograba dormir sin un punto de luz, así que unas veces dejaba abierta la puerta y otras no bajaba del todo la persiana.

Y había una sombra en su cuarto.

Algo tapaba ese resquicio de claridad.

Volvió a sentir el frío, seguido de un escalofrío.

Por un momento dudó de estar despierta.

Sería un sueño, uno de esos sueños extraños que a veces se tienen y que no tienen ni pies ni cabeza.

La había parecido que algo rozaba su piel a la altura del ombligo.

Se quedó muy quieta, sin saber qué hacer ni qué pasaba.

Debía de habérselo imaginado.

Lo que no se había imaginado era el frío.

Siempre había sido una friolera.

Se dio cuenta de inmediato de que no la cubría la sábana.

Se debía de haber caído a un lado al moverse en sueños.

Extendió la mano para cogerla y volvérsela a poner por encima, pero no la encontraba.

Tanteó y descubrió que, además de no tener la sábana, llevaba la parte superior del pijama subida casi hasta sus pechos.

Empezó a incorporarse, extrañada y un poco alarmada, pero entonces sucedió algo que la puso los pelos de punta y el corazón latiendo desbocado.

Una mano enorme se cerró sobre su boca y la obligó a volver a poner la cabeza sobre la almohada.

No entendía qué sucedía, sólo que había alguien en su cuarto.

Escuchó una voz susurrante cuando una sombra se agachó sobre su rostro, una sombra que apestaba a alcohol, una voz pastosa que la costaba entender y que la llegó en el momento en que otra mano, una mano fría como el hielo, se posaba sobre su barriga y empezaba a deslizarse en círculos, apretando su abdomen de una manera a medias entre una especie de juego y algo que no acertaba a comprender.

  • Shhhh... cadiño... shhhh... mamatita... shhhh... zolo quero darte laz buenaz nolches... shhh... ze buena niña mamita... shhh....

No sabía qué hacer.

Nunca se había enfrentado a algo así.

En realidad a nada.

Nunca había tenido que enfrentarse a nada porque sus padres se habían preocupado de cuidarla y de mantenerla alejada de cualquier cosa mala, así que, cuando la pasó, no supo reaccionar, aunque posiblemente si lo hubiera sabido también se habría encontrado paralizada.

Claro que es algo que nunca podría llegar a saber.

No existen las máquinas del tiempo ni la oportunidad de repetir la jugada en la realidad. Una vez ha sucedido, ha sucedido y no tiene vuelta atrás ni repetición.

Se quedó quieta.

Y su tío aprovechó la pasividad de su sobrina en esa especie de shock, mientras trataba de comprender lo que sucedía, para actuar.

Sin dejar de bloquear su boca con la manaza, fue desplazando la otra en círculos cada vez más amplios sobre la barriga de la adolescente.

  • Shhhh... mamita... shhhh... erez buena niña... shhhh... azi... shhhh... -siguió diciendo, con su aliento de borracho, mientras su diestra hacia que los senos de Noelia quedasen a la vista, tiernos y puntiagudos.

Dejó de hablarle lo justo para inclinarse sobre su cuerpo y posar un beso en el extremo de una de las tetas de la chica, que no pudo contener otro escalofrío.

Él se rió de ella suavemente, antes de abrir más la boca y meterse dentro todo lo que pudo de la glándula mamaria, saboreándola durante unos segundos antes de retirarse y sacar la lengua para repasar el otro pecho, rodeando en círculos el pezón antes de decidirse a atraparlo entre los dientes y morderlo con más fuerza de la debida.

El dolor la hizo reaccionar y levantar los brazos, pero él la detuvo, deteniendo un instante la presión sobre su ombligo para sujetar una de sus muñecas a la vez que su voz bastaba para contener la otra.

  • Shhhh... mamazita... shhhh... lo ziento... shhhh... te mordi sin quelel... shhhh... ze buena niña... shhhh... que tu zio ezta aquí para cuidarte... shhh...

Sin poder evitarlo, desconcertada por todo lo que pasaba y sin saber muy bien qué hacer, Noelia se dejó hacer y sus brazos reposaron de nuevo sobre el colchón, dejando de nuevo libertad a esa pegajosa mano para seguir con esa especie de masaje en círculos concéntricos alrededor del ombligo.

No volvió a tocarla las tetas, pese a que se quedaron al descubierto, pero la manaza avanzó en su exploración esta vez hacia abajo, hacia su coño.

Los gruesos dedos se enredaron con la pequeña mata de vello que cubría su entrepierna en esa época y una nueva risita sacudió al tío de la chica.

Poco a poco esos dedos fueron explorando hasta llegar a la rajita, provocando el mayor de los escalofríos que había tenido hasta entonces nunca Noelia.

Esos dedos recorrieron una y otra vez la rajita, alcanzando zonas muy íntimas de la adolescente, zonas que ella casi ni había comenzado a explorar.

  • Shhhhh... mu bien mamazita... shhhh... mi niña... shhhh... ezto es mu rico... shhhh... te estaz mojando ¿lo zabes?... mmm... shhhhh... no dezpiertes a tu tía... shhhh...

Seguía diciendo mientras el dedo central de su manaza se adentraba a explorar dentro del cuerpo de la chica, abriendo su coño de una manera extraña y jugando con toda la zona alrededor.

Y sí, notó que un extraño calor parecía nacer dentro y que una curiosa humedad surgía de su cuerpo en respuesta a lo que esa manaza hacía en su entrepierna.

Él fue moviendo su mano y sus dedos, rozando su coño y entrando por el agujero recién descubierto y penetrando en su interior sin oposición.

Un rato después una corriente la sacudió, mientras su tío hacia moverse los dedos a un ritmo frenético en su coño, y la sacudió algo parecido a una explosión interior, con oleadas de un calor intenso brotando del interior de su coño y una humedad surgiendo acompañada de un olor intenso que llenó el cuarto.

  • Qué guarrilla zobrinita... jijiji... -la susurraba su tío borracho, que sacó unos dedos empapados en un fluido de una textura extraña que fue llevando hacia arriba según desplazaba la mano acariciando su piel hasta llegar al ombligo.

Vio una sombra salir de la sombra para fundirse en una nueva sombra sobre ella y escuchó cómo su tío se lamía los dedos, los mismos dedos que acababa de sacar de lo más profundo de su tembloroso cuerpo.

  • Shhhh... me tengo que ir zobrinita... shhhh... zueña bonito... shhhh... y no digas nada, ¿vale?... o me enfadaré... ¿vale?... nada... a nadie... ¿vale? -la dijo, apretando de nuevo la manaza que había generado esas extrañas sensaciones contra su ombligo de una forma dolorosa.

No esperó su respuesta y se marchó tambaleándose, cerrando al salir.

Ella se cubrió como pudo, aún en esa especie de estado de shock, alucinando por lo sucedido, por la humillación que sabía que había sufrido y por otras sensaciones que no alcanzaba a comprender.

Temblando, se cubrió como pudo con la sábana, sin saber muy bien qué hacer o a quién preguntar ahora que sus abuelos no estaban y sin modo de hablar con sus padres.

Se durmió casi sin querer.

Tuvo unas pesadillas en las que unas manos surgían de las tinieblas para agarrarla con fuerza por mil lados y atormentarla.

  • Vamos, dormilona, despierta -la animó su tía a levantarse a la vez que la subía la persiana por completo. Y, mientras salía, masculló con una risita a la vez que hacía el gesto de agitar la mano delante de la nariz-. Pillina...

Esa primera mañana se sintió sucia.

Sobre todo cuando, después de un rato tumbada en la cama, tiempo durante el cual regresaron a su mente los momentos vividos esa noche, al final tuvo fuerzas para levantarse y observó, con una mezcla de angustia y vergüenza, que, definitivamente, nada había sido un sueño, o, más bien, una pesadilla, sino que algo había pasado, algo que la hacía sentirse tremendamente vulnerable, como jamás se había sentido, pero también humillada y, sobre todo, muy avergonzada al notar la humedad que aún impregnaba sus ropas.

Y no era sólo eso.

No sólo era que sus bragas y la entrepierna del pantalón del pijama mantuvieran aún una nota de humedad, es que cuando, por un impulso, puso la mano sobre una zona de la cama que parecía algo más oscura dentro del impoluto blanco, también se apreciaba que había traspasado su pijama y dejado un rastro allí.

También el aroma, ese extraño aroma, seguía flotando en el aire, haciéndola sentir cosas extrañas, como una especie de picor en sus zonas íntimas y, a la vez, asco por sí misma, una nueva dosis de vergüenza por lo sucedido esa noche.

¿Y por qué sus pezones reaccionaban así, por qué se marcaban de esa manera?. Era algo que nunca la había pasado o a lo que nunca había prestado atención.

No pudo evitar mirarse las tetas en el espejo que usaba a veces cuando se peinaba en su cuarto.

Parecían haber crecido, de alguna extraña manera.

Ella misma entera se veía distinta.

Tuvo una sensación asquerosa y tumbó el espejo, que casi se rompe, y, después, asustada, lo volvió a colocar en su posición original.

Se cambió y dejó el cuarto ventilando.

Cuando, después de lavarse la cara, llegó a la salita que hacía las veces de comedor, cocina y chimenea, encontró a su tío cómodamente instalado en el sofá pequeño, leyendo por décima vez su periódico.

Se sentó rápidamente frente a su tazón caliente, deseando comerse las galletas y largarse cuanto antes, pero su voz, esta vez sin rastro de borrachera, la asaltó desde su esquina.

  • Buenos días, sobrina.

  • Ehhhh... buenos días... tío.

  • ¿Qué?. ¿No hay beso de buenos días? -dijo de una forma natural, aunque en la mente de Noelia todo tenía un doble sentido.

  • Sí... sí... -contestó ella, sabiendo que su tía estaba en la misma habitación, escuchando todo, y se levantó y se acercó al sofá donde su tío la esperaba con algo que la pareció una sonrisa malvada.

Se inclinó y le dio un beso en la mejilla, que él respondió, picándola con su barba de dos días.

No pasó nada más.

No la dijo nada.

Era como si nada hubiera pasado, era el mismo de la mañana anterior, cuando se marcharon sus abuelos.

Por un momento incluso pensó de nuevo que todo había sido producto de su imaginación, aunque, en el fondo, sabía que no era así.

Se pasó el resto del día evitándole, saliendo con los otros chicos del pueblo siempre que podía y quedándose lo justo en casa.

Pero no pasó nada, ni siquiera durante la siesta.

Ni él hizo nada.

Cuando llegó la noche, su miedo empezó a diluirse y su vergüenza a crecer, al recordar lo sucedido la noche anterior y, casi sin querer, tocarse ella misma, imitando lo que él la hiciera y notar cómo esa sensación cálida y húmeda regresaba.

Un ruido la sobresaltó, una puerta que se cerró al fondo de la casa, la del lavabo, y un momento de pánico la asaltó, quedándose muy quieta y deslizando su mano fuera del pantalón de su pijama, en una mezcla de renovada vergüenza y miedo a que él volviese y, encima, la encontrase tocándose.

El tiempo pasó y nada sucedió.

Sus tímpanos dejaron poco a poco de sonar como un tambor al ritmo de su frenético corazón y, tras calmarse, al final el sueño la venció y se quedó dormida.

La despertó de nuevo la fría sensación, el sentir deslizarse esa helada manaza por su vientre.

No lograba comprender cómo había vuelto a entrar sin que se diera cuenta, pero allí estaba otra vez.

No necesitaba más luz que la que penetraba por el resquicio entre la persiana y el fondo de su ventana para intuir las formas masculinas, antes incluso de que él volviera a taparla la boca con su mano izquierda mientras su diestra repetía el camino del día anterior.

Noelia no lograba entender la situación.

Sólo acertaba a sentir una profunda humillación mezclada con una vergüenza mayúscula por cómo reaccionaba su propio cuerpo de forma anticipatoria.

Porque lo notaba.

Podía sentirlo.

Sus pezones la traicionaban y crecían bajo el toque de esas manos callosas, la piel de su vientre se erizaba en una mezcla de frío y de unas extrañas sensaciones que la ponían nerviosa y su propio coño pareció adaptarse más rápido al roce de esa mano y de esos dedos cuando lo alcanzaron en uno de sus viajes circulares alrededor del cuerpo de la adolescente y que tenían como centro su ombligo, que presionaba a ratos cuando regresaba a él antes de ponerse a realizar un nuevo circuito, unas veces en el sentido de las agujas del reloj y otras al revés, llegando cada vez un poco más lejos.

Todo acompañado de sus susurros pastosos y un aliento que era una mezcla de alcohol y algo parecido al ajo o al perejil... no era capaz de distinguirlo en esa angustiosa situación.

  • Shhhh... mi linda zobrinita... shhhh... no dezpiertez a tu tia... shhhh... ze que te guzta... shhhh... ¿verdad que zi?... shhhh... no digaz nada mamacita... shhhh... erez una guarrita mamacita... shhhh... ¿verdad que zi?... shhhh... qué mojadita tienes la conchita... shhhh... erez tan zorrita como tu tia... shhhh... ¿verdad que zi, mamacita?... shhhhh... qué lindas tetitas... shhhhh... qué bien mojaz zobrinita... shhhh... qué rica estaz... shhhh... zeguro que te entraría entera... shhhh... ¿verdad zobrinita?... shhhh... qué mojada eztaz, cariño... shhhhh... no sabez cómo me ponen las zorritas como tú, mamacita... shhhh... se me pone dura la verga de pensar en ti, mamacita... shhhh... ezo te guzta, ¿verdad zobrinita?... shhhh... qué mojada eztaz... shhhhh.... zoiz todaz tan puuutaz... shhhh... joder... ufff... shhhh... cómo me ponez, mamacita... shhhh... si ze enteraze tu tía de lo cerda que eres y cómo me provocaz... shhhh... eztaz todo el día provocando y lo zabez, zorrita de mierda... shhhh... ¿se lo haces a otroz o zolo a mí, zobrinita?... shhhhh... te quiero para mi todita, zobrinita... shhhh... mi dulce zobrinita... shhh.... mmmm... qué rica eztaz, mamacita... shhhh...

Poco a poco, esos viajes fueron alargándose al llegar a su coño y el paso por sus tetas era sustituido por su boca, que iba dejando una especie de humedad pastosa cada vez que se metía dentro las tetas de Noelia, babeando de una forma que era a la vez asquerosa y extrañamente electrizante.

Por un lado la repugnaba lo que la estaba haciendo, cómo la hablaba y trataba y, por otro, había algo en todo eso que la hacía sentir cosas que nunca había tenido o imaginado.

Ni siquiera se la ocurría levantar los brazos, intentar apartarle o pegar alguna patada.

La inercia de obedecer a sus familiares estaba muy arraigada, aunque sabía que todo eso estaba mal.

No lo entendía, pero sabía que estaba mal, que no era algo normal.

Y, a la vez, una parte de ella disfrutaba con esas nuevas sensaciones que jamás había tenido, la forma en que sentía esas descargas eléctricas atravesar su piel, cómo se erizaban sus pezones y esa extraña mezcla de humedad y calor que crecía en su entrepierna y dentro de ella misma.

En realidad sabía que estaba mal, que todo estaba mal, que debía parar a su tío, pero no se atrevía.

Sus actos y sus palabras la tenían inmovilizada, en una especie de trance como si de una pesadilla extraña se tratase, una pesadilla que también tenía cosas que la daban una especie de gusto.

Y eso la hacía sentirse doblemente mal.

Mal por la situación y mal por esa parte autónoma de su cuerpo que reaccionaba ante lo que su tío la hacía.

Estaba tan concentrada auto compadeciéndose que no se dio cuenta de que ya no la tapaba la boca.

La agarró con ambas manos y la cambió de posición con facilidad, quedando atravesada sobre la cama, con las piernas colgando por un lado y su cabeza sobresaliendo por el otro.

Noelia se agarró con ambas manos a la cama, temiendo caerse, pero su tío buscaba otra cosa.

Escuchó un sonido ante ella, justo a un palmo de su rostro, y algo largo y duro la golpeó la cara, haciendo que, en un acto reflejo, cerrase los ojos, pese a que en la práctica no la servían de nada en la noche.

Su tío la sujetó la cabeza con las dos manos, obligándola a inclinarla hacia abajo y notó eso, ese trozo carnoso y caliente moverse y resbalar a lo largo de su cara, casi como si fuera una especie de dedo muy gordo, caliente y algo húmedo en la punta redondeada.

  • Abre la boca, zobrinita -ordenó su tío, con un tono nervioso-. ¡Que la habraz, jodel! -elevó el tono por un momento, sobresaltándola y obedeciéndole por inercia-. Azí, cariño, azí...

Algo grueso y, a la vez, blando, se apoyó sobre los labios de la adolescente, que notó cómo se iba deslizando dentro de su boca con su propia humedad, que parecía manar de la punta.

Sintió una oleada de asco junto a la incomodidad por la posición, pero su tío presionó y la inmovilizó.

  • Relájate, zobrinita... shhhh... tú zolo relakate... abre bien la boca... azí... azí... deja que entre... azí... azí... relaja la garganta... vamoz... tú zabez... eres una buena zorra... azí...

Noelia notó cómo después de esa parte más carnosa, húmeda y redondeada, llegó otra parte como arrugada y luego otra más gruesa y también caliente, pero que no tenía el mismo sabor ni estaba recubierta de humedad, salvo con la que se estaba mojando al meterse poco a poco en su boca, cada vez más llena de saliva, que no podía contener ni tragar con esa masa de carne dentro en esa posición.

Cuando unos grandes pelos rizados la tocaron la barbilla, dejó de entrar esa masa caliente de carne hinchada.

La estaba ahogando y ya, por fin, sus brazos respondieron y los agitó frenética, golpeando con sus pequeños puños a su tío, que se empezó a reír de su pequeña reacción.

La soltó la cabeza, pero no podía cambiar la posición con eso metido en la boca, esa extraña barra que parecía de carne y que a la vez parecía hincharse y calentarse por momentos, como si creciera.

Las manos de su tío avanzaron por su cuerpo hasta llegar a sus tetas, que empezaron a amasar, pellizcandola los pezones a ratos.

  • Quieta mamacita... shhhh... te va a guztar lo que viene... shhhhh... a todaz las zorraz oz guzta... ya veráz... shhhh....

Las caderas de su tío empezaron a moverse en la oscuridad de su cuarto, sin que ella lo viese, pero notó el efecto.

Notó cada palmo de la gruesa barra de carne que se movía dentro de su boca y alcanzaba el fondo de su garganta, haciendo que tuviera arcadas justo antes de retirarse hasta la mitad y volver a avanzar, subiendo el ritmo poco a poco.

Una de las manazas callosas de su tío siguió entreteniéndose con sus pechos y, de vez en cuando, bajaba la cabeza, momento en que casi se salía de su boca la barra de carne hinchada, para poder comerla las tetas o morderla los pezones.

La otra manaza avanzó a lo largo de su abdomen, pasó el ombligo y llegó a su coño, que seguía medio abierto.

Mientras seguía metiendo y sacando de su boca ese trozo grueso de carne húmeda, volvió a masturbarla, pero esta vez mucho más rápido que antes, hasta que logró meter dos dedos, que movía a toda velocidad, logrando que unas oleadas de calor y de excitación la llenasen y recorriesen sin poder evitarlo... y que una extraña humedad avanzase por su interior, empapándolo todo a su paso por dentro y por fuera.

  • Qué pedazo cerda, zobrinita... jajaja... -se reía, sin dejar de mover sus manos, una entretenida en sus tetas y la otra en su coño, que ya admitía tres dedos- mojaz como una puta... ufffff... joder, que zorra erez mamaciiiita... uffff... y que bien la comez... uffff... -siguió diciendo, clavando cada vez más rápido y profundo el trozo de carne hinchada dentro de su boca, llenándola con un extraño sabor que no era capaz de reconocer, claro que tampoco podía pensar mucho salvo en no ahogarse y no vomitar con cada impacto de ese miembro contra su garganta.

No pudo evitar que, después de un rato, una especie de oleadas la inundasen.

Una especie de placer, a la vez extrañamente culpable por producírselo su tío y porque sabía que todo eso estaba mal, y a la vez produciéndola unas contracciones muy dentro de ella que nunca había experimentado, haciendo que sufriera una especie de inundación que empapó los dedos de su tío y, estaba segura, el centro de la cama.

  • Jooooder con la zobrinita... jooooder.... ufffff... qué cacho cerda... uffff... hoy zi que haz mojado todo... ufffff... puta guarra... uffff... -la insultaba, a la vez que paseaba sus dedos mojados de eso que había brotado del interior de la chica por el desnudo cuerpo de su sobrina y, a la vez, aumentaba la violencia con la que empujaba con sus caderas esa gruesa barra de carne palpitante y olorosa.

Un rato después, no supo cuánto, había perdido la noción del tiempo y del espacio, esa extraña forma cilíndrica y carnosa que palpitaba y se movía adelante y atrás a lo largo de su boca hasta impactar con su garganta, empezó a sufrir una especie de violento temblor interior y comenzó a soltar unos espesos chorros de algo que la ahogaba y tenía un sabor que la repugnaba.

  • Traga, puta, traga -la ordenó su tío y ella lo hizo como pudo, para evitar ahogarse, aunque notaba como la mayoría de ese río de líquido caliente y espeso terminaba resbalando por los lados y salía por su boca, cayendo por su rostro hacia el suelo, entrando en su nariz y alcanzando sus párpados.

No sacó su miembro hasta que se vació por completo, a la vez que Noelia podía captar cómo iba haciéndose más fino y se iba encogiendo.

Al final, la sacó y lo agitó ante ella, salpicándola en el rostro y el cuello con unas últimas gotas.

Se marchó riéndose por lo bajo, dejándola prácticamente desnuda y desmadejada sobre la cama.

  • Hazta mañana, putita -se despidió al cerrar con cuidado la puerta del dormitorio de la adolescente.

Apenas logró dormir el resto de la noche.

La hubiera gustado poner una silla detrás de la puerta o algo para que no volviera a entrar su tío, pero tuvo miedo de quedarse dormida y que, cuando su tía fuera a despertarla, la preguntase porqué lo había hecho.

Se sentía avergonzada y culpable.

No sabía qué había hecho para que su tío la hiciera eso.

No paraba de dar vueltas a sus palabras diciendo que ella lo provocaba y no era capaz de descubrir cómo para no hacerlo y que no la volviera a visitar la noche siguiente.

Aunque... también había algo... que la avergonzaba doblemente, y es que las cosas que la hacía en su coño la hacían sentir algo muy fuerte, algo que la hacía sentirse rara, como poseída... no sabía cómo definirlo, aún no conocía a lo que se llamaba la excitación ni que había formas de provocarla incluso sin que se quisiera. Y como no lo sabía, tenía un sentimiento de íntima culpabilidad, como si hubiera algo malo en ella.

Esa sensación de disfrute la provocaba sensaciones contradictorias, a medias entre un gustazo y una humillación por cómo lo obtenía, por cómo se lo provocaba su tío en sus dos visitas nocturnas.

Y luego estaba lo que la había obligado a tragarse, que, cuanto más lo pensaba, más creía que era el pito, con lo que meaban los chicos, aunque nunca se habría imaginado uno tan grande y gordo ni que estaría tan caliente.

No sabía cómo podían tener algo tan caliente y duro ahí entre las piernas sin que les molestase.

Lo que también la hacía tener dudas era lo que había manado del pito de su tío, porque no era pis, eso lo tenía claro aunque nunca lo había probado, pero cuando ella lo hacía era muy líquido y no espeso ni grumoso.

Se había tragado parte por la postura forzada en que la había puesto y la daban arcadas aún a ratos tanto por el asco como porque se la había irritado la garganta de tanto forzarla.

También la dolía la boca de tanto abrir la mandíbula para que la entrase eso.

Se limpió como pudo sin salir del cuarto por el miedo a encontrarse de nuevo con su tío en el pasillo o el cuarto de baño.

Las sábanas se habían quedado empapadas de cuando ella había tenido eso otro, eso que no sabía cómo llamar que la había pasado cuando su tío estuvo tocándola por la entrepierna y metiendo uno primero, luego dos y hasta tres dedos muy dentro de ella y moviéndolos de una forma que la había provocado como una explosión muy dentro y que la había hecho mojarlo todo.

El olor dentro de la habitación era muy fuerte, casi la mareaba, pero no se atrevió a abrir las ventanas y coger frío, no quería ponerse mala y tener encima que quedarse todo el día allí dentro, así que se aguantó pese a que recordó el gesto de su tía y sus palabras de la última mañana.

Estuvo el resto de la noche en un continuo duermevela, despertándose a ratos ante el menor sonido, sin lograr descansar.

Cuando por fin amaneció y escuchó tararear a su tía fingió que se levantaba pese a lo temprano y aprovechó para cambiar las sábanas empapadas y ventilar su dormitorio.

  • ¡Hola!. ¡Qué madrugón! -la saludó su tía-. ¿Pasa algo?. Había pensado dejarte dormir un poco más para no hacer ruido, que tu tío sigue durmiendo la mona.

  • No, no, no pasa nada, tía -respondió y se saludaron con dos besos-. Es sólo que hoy vamos a dar una vuelta larga y quería salir temprano -mintió-... ahhhh y dejé la ropa para lavar, que... que... -intentó pensar alguna excusa para echar a lavar las sábanas, pero su tía se la adelantó con una gran sonrisa y un guiño.

  • Ya, no te preocupes, cariño. Nos pasa a todas cuando llegas a cierta edad. Lo importante es disfrutarlo -terminó de una forma que Noelia se sintió confusa, sin saber a qué se estaba refiriendo.

¿Sabría su tía lo que pasaba?.

No lo parecía... ¿verdad?... ¿o sí?. ¿Qué quería decir ese comentario?.

Desayunó rápidamente y se marchó justo cuando su tío se levantaba, lanzándole una mirada hambrienta que la hizo temblar.

Estaba distraída y se pasó la mañana dando vueltas por el campo, evitando al resto de chavales del pueblo, dando vueltas a lo que había pasado esa noche, imaginando qué la dirían sus padres si fuera a la casa del pueblo a donde la llamaban y los telefoneaba para que fueran a recogerla.

Tenía un poco de dinero, esperaba que la dejasen llamar.

Sí, tenía que llamar.

No quería pasar otra noche igual.

Había tomado la decisión cuando vio a su tío avanzando por el camino al fondo.

Salió corriendo hacia unas paredes de adobe que había a un lado del camino, donde a veces jugaban al escondite y donde a veces también iban de noche los chicos mayores.

No quería estar con él a solas.

Esperaría a que pasase y luego iría a llamar por teléfono mientras él estaba fuera del pueblo dando su paseo.

Casi se muere del susto cuando se encontró de golpe al girar entre las paredes de ese antiguo establo medio derruido en las afueras del pueblo con una chica de las mayores, Noemí, que estaba fumando.

La otra chica también se llevó un susto y pegó un pequeño grito a la vez que tiraba el cigarro como si pudiera esconder ya lo que había estado haciendo.

  • Yo... esto... no vayas a decir nada -empezó ella.

  • Shhhh... por favor... -suplicó Noelia, que no quería que sus voces la delatasen, porque la otra chica tenía una voz más adulta y, por tanto, más alta.

  • ¿Qué, qué pasa? -dijo ella, bajando el tono a un susurro-. ¿Hay alguien más?. ¿Habéis venido a jugar al escondite ya? -continuó, alarmada.

  • No, no... por favor, baja la voz, no quiero que me vea.

  • ¿Quién? -preguntó, esta vez curiosa.

  • Mi tío -admitió Noelia, sin querer explicarse más.

  • Ya -respondió Noemí, como si de repente entendiese-. Has liado alguna y te viene a regañar. Ya me callo, ya... -se rio en silencio, creyendo haber descubierto lo que pasaba.

Los segundos se hacían interminables y el corazón parecía latirla en los tímpanos en vez de en el pecho.

Intentó tranquilizarse y, sin darse cuenta, cogió la mano de la chica mayor, que se la apretó como para darle animos.

Pasaron varios minutos y el peligro pareció pasar.

Respiró más tranquila.

  • Venga, ya se ha tenido que marchar -dijo Noemí, aún sosteniéndola de la mano.

  • Gracias -respondió Noelia.

Fue lo último que hizo antes de que algo la hiciera perder el conocimiento.

Noemí no tuvo tiempo de advertirla.

Vio aparecer de golpe al hombre sobre el muro y dejar caer su bastón sobre la otra chica, que se derrumbó sin sentido.

  • Unas putas bolleras -soltó, despectivo, el hombre adulto.

Noemí pensó que era por haberlas visto cogidas de la mano e intentó explicarse, pero él se lanzó sobre ella en tromba, tumbándola contra el suelo.

  • Vas a ver lo que pienso de las guarras como vosotras -escupió, rabioso, golpeándola la cabeza contra el suelo.

  • ¡No, no!. ¡Socorro! -gritó ella, defendiéndose como podía con los brazos y pataleando pese al peso del hombre sobre ella.

  • ¡Qué te calles, puta! -la gritó antes de lanzar un puñetazo a su cabeza.

Noemí se quedó atontada unos segundos, que el hombre aprovechó para rasgarla el vestido y sacar sus tetas a la luz.

  • Te vas a enterar, puta bollera de mierda. Te voy a dar una buena dosis de polla, desviada de mierda -la insultaba a la vez que la daba tortas por el rostro y las tetas, que la dolían.

El hombre se lanzó a comerla las tetas.

Noemí sabía que todos los tíos se las quedaban mirando, era la chavala que más desarrolladas las tenía de todo el pueblo, donde vivía con su familia.

Manoteó, intentando detenerle, pero él era más fuerte y la inmovilizó.

Con una mano se bajó los pantalones mientras la sujetaba con la otra y la mordía las tetas con energía.

Después la subió lo que quedaba del vestido y, de un tirón, se deshizo de sus bragas.

Notó cómo colocaba la polla en la entrada de su coño, presionando por entrar,

  • Vas a ver lo que es un hombre, puta pervertida de mierda, bollera indecente. Hija de puta. Y no vuelvas a acercarte a ella -dijo, refiriéndose a la joven que estaba desmayada al lado-. Esa es mía. Mi puta. No la tuya, puta lesbiana.

Ella intentó contestar, decirle que no era lesbiana y que, desde luego, no la interesaba ni esa chica ni ninguna otra, que sólo se habían encontrado por casualidad.

Claro que no habría importado nada.

Sólo era una excusa para ese enfermo, como pensó más tarde, después de que terminase el asalto.

Entonces no podía pensar.

Lo tenía encima, sobándola las tetas, sujetándola las manos con una de sus manazas y, a la vez, usando la otra a medias para amasar la teta que dejaba libre por momentos su boca y en otros apretándola en torno a su cuello, medio asfixiándola, hasta que logró vencer su resistencia y sus pataleos y la gruesa polla empezó a penetrar su vagina de una forma lenta y dolorosa.

Se la fue clavando hasta meterla por completo dentro de su coño, inundando su vagina con esa masa gruesa y palpitante.

Noemí era mayor que Noelia, pero también era virgen, y sintió como un desgarro por dentro.

Dejó de resistirse y empezó a llorar, pero eso pareció excitar al hombre aún más, que continuó insultándola y llamándola “puta lesbiana” o “zorra de mierda” a la vez que bombeaba cada vez más fuerte y duro, diciéndola también que era una enferma y que la iba a curar con su “jarabe especial”.

Estaba loco.

Forzaba una y otra vez su vagina, penetrándola violentamente, con unos movimientos fuertes y secos que la dolían ante la rapidez de los hechos y no lubricar lo suficiente.

Cada vez que empujaba con todo su peso, la insultaba y, cuando se movía hacia fuera, se reía de ella o la escupía en el rostro.

Él seguía follándola sin parar y Noemí era incapaz de mirar cómo abusaba de ella, pese a que cada vez que intentaba mirar a otro lado, él la obligaba a mirarle a los ojos por la fuerza y con potentes tortazos.

Pese a ello, en uno de esos momentos, logró ver que la otra chica empezaba a moverse, a despertar, y sintió una leve esperanza.

Él siguió presionando, forzándola una y otra vez, violentando su sexualidad femenina con su endurecida polla, llenándola hasta el fondo con unos movimientos duros y potentes que arrasaban su interior.

Parecía poseído.

La agarró con las dos manos el cuello y empezó a presionar, ahogándola, a la vez que aumentaba el ritmo cada vez más, golpeando con sus huevos contra la entrada del coño de la chica, que empezaba a ver estrellitas.

Vio a la otra chica acercarse tambaleándose, con un poco de sangre en la frente, que había decidido no huir y se echó sobre el hombre, diciendo algo que no lograba escuchar e intentando apartarlo con sus pequeñas manitas, que cada vez la parecían más pequeñas a Noemí según iba perdiendo el conocimiento.

El hombre soltó la garganta de la chica y tiró de un empujón de nuevo a la más jovencita de las dos.

Noemí respiró como nunca antes, luchando por meter oxígeno en sus pulmones.

Entonces sintió los chorros.

El pene que tenía clavado dentro de su cuerpo empezó a soltar oleadas de esperma dentro de su vagina, llenándola con la semilla del hombre que la había sometido.

  • Te ha gustado, ¿verdad, bollera? -la decía, riéndose y lanzando gotas de saliva en su histerismo-. ¡Te he curado, puta bollera de mierda!. Así aprenderás a no tocar las cosas de otros. ¡Y tú, quieta donde estás, puta malnacida! -amenazó a Noelia, que se quedó tirada en el suelo, sin saber qué hacer-. Te toca limpiarme el sable, zorra de mierda -volvió a dirigirse a Noemí, sacando su polla del interior de la chica, húmeda por una fina capa de algo espeso y ligeramente rosado.

Terminó de romper el vestido de Noemí y lo tiró lejos, agarrándola de su larga cabellera castaña y obligándola a ponerse de rodillas ante él, frente a su polla, que iba perdiendo lentamente la dureza, longitud y grosor, pero que aún se movía espasmódicamente arriba y abajo como saludando.

La miró a los ojos y dijo en un tono amenazante.

  • Chupa o te mato, puta bollera de mierda.

Noemí lo hizo.

Se metió la polla del hombre dentro de la boca y se la empezó a chupar, saboreando sin querer la mezcla de fluidos que la recubrían.

Al poco, el pene que se estaba quedando flácido volvió a crecer con los movimientos de la lengua, la boca y los labios de Noemí, endureciéndose de nuevo hasta llenarla por completo la cavidad bucal y alcanzar su garganta.

La estuvo obligando a seguir comiéndosela pese a que ya no crecía más, ni a lo largo ni a lo ancho, sólo por el placer de humillarla, lo pudo leer en sus ojos, en cómo la miraba y la sonrisa de desprecio que tenía en el rostro.

Noelia miraba desde el suelo, sollozando en silencio, con el pánico pintado en el rostro.

Cuando se aburrió de que Noemí le comiera la polla, el hombre se la sacó y la abofeteó un par de veces antes de lanzarla un potente puñetazo que la tiró al suelo, inconsciente.

  • Es tu turno, puta desagradecida -anunció a Noelia, acercándose con la polla gruesa y palpitante moviéndose sola en el aire y apuntando a la sollozante adolescente.

  • No... no... por favor, tío... por favor... no diré nada... por favor...

  • Claro que no dirás nada, puta. Sois todas iguales. Unas cerdas desagradecidas. Te exhibes, me la pones dura con tus contoneos y tus provocaciones, me calientas la polla, te doy un poquito de amor por la noche y así me lo pagas, largándote con una puta bollera de mierda... será malnacida, puta calientapollas...

  • Por favor, tío... por favor... no... no...

  • ¡Qué cierres el pico, furcia de mierda! -la gritó, haciéndola enmudecer.

Con movimientos rápidos la bajó el pantalón y las bragas.

  • Ábrete de piernas como sabes, puta calientapollas -ordenó.

Noelia obedeció, fue incapaz de resistirse a la fuerza de la orden que transmitía la voz de su tío enfurecido.

  • Te voy a enseñar para qué servís las putas calientapollas. Es lo único para lo que valéis.

A diferencia de con Noemí, usó su diestra para tocarla el coño de una forma que la fue imposible no volver a sentir lo mismo que había sentido esas dos noches.

Sabía que se estaba mojando, lo podía notar y lo veía en la mirada triunfal de su tío.

  • Si es que eres una auténtica marrana, sobrinita. Has nacido para esto. Para puta. Para ser mi puta -puntualizó, mientras dejaba de sujetarse la engrosada polla con la mano izquierda y se inclinaba sobre ella, apuntando el extremo bulboso a la entrada del coño de la joven adolescente.

Se la clavó despacio, desgarrando su himen como si de un papel fuera, buscando humillarla haciéndola sentir cada milímetro que iba llenando con su polla.

Siguió empujando, despacio, hasta clavársela por completo, llenando su vagina con su gruesa polla, caliente y con su propia vida interior.

Se quedó así, quieto, con todo el miembro dentro de la joven, durante unos instantes que se le hicieron eternos a Noelia, sintiendo toda esa gruesa barra de carne dentro de su cuerpo.

Después empezó a bombear, al principio lentamente, pero ganando velocidad e impulso con cada movimiento, haciéndola sentir cosas que no sabía que pudieran darse.

Empujaba sin parar, cada vez más fuerte y rápido, ya sin contenerse, agarrándose a las caderas de la joven para impulsarse con más potencia, chocando la cabeza de su pene contra el fondo de la vagina de la adolescente, que no podía evitar que escapase algún gemido de su boca por momentos, haciendo que la sonrisa victoriosa de su tío se hiciera cada vez más grande mientras no dejaba de llamarla “puta”.

Cada vez iba más rápido, cada vez más fuerte la clavaba, cada vez chocaba con más violencia contra el fondo del sexo de la adolescente, cada vez el calor se expandía más y más desde esa polla y desde todo ese órgano interior que Noelia comenzaba a descubrir de manera brutal.

Una y otra vez la embestía, llenándola con su polla, inundándola con unas sensaciones a la vez deliciosas y asquerosas.

Cada vez empujaba más y más, más fuerte, más duro, con más energía, con la polla vibrando de una forma cada vez más intensa, más fuerte, más hinchada, casi como a punto de explotar.

Y explotó.

Explotó todo.

Él explotó con un rugido, lanzando chorros gruesos y espesos dentro de lo más profundo del coño de Noelia.

Explotó la adolescente, sin poderlo evitar, con una sensación a la vez excitante de placer y a la vez repugnante por la humillación y por cómo y quién se lo estaba haciendo.

Y explotó la cabeza de su tío cuando Noemí le estrelló un adobe contra ella, derribándolo de lado y chocando contra una piedra del suelo, aún con su polla dentro de Noelia, arrastrándola de lado.

La sangre, los fluidos, los olores, los colores... todo impregnó el ambiente y su memoria.

Nunca supo cómo fueron capaces de hacerlo.

Y nunca más hablaron de ello.

Hasta entonces.

Hasta éste momento, muchos años después, ante mí y ante la hija de esa pesadilla, en la que Noelia nunca vio a su tío, sino a una hija a la que amaba más que a su propia vida.

Una hija que descubría que, podría decirse así, tenía dos madres.

Antes de irse de la consulta, todas lloraron y se abrazaron, reconciliadas de una forma extraña con su pasado.

Un pasado a olvidar, porque el que recordaron en público todos esos años seguiría siendo el único que debía sobrevivir.

Al menos, para fuera.

O eso decidieron ellas, de nuevo, con su hija, tras todos esos años.