Casos sin titulares XIV: farmacia sin guardia.

Un extraño suceso se produce en una rebotica. ¿La violó o nunca sucedió?. ¿Cuál fue la realidad?.

Un extraño suceso llega ante el Doctor, que se ve en la complicada situación de desenrredar un misterio envuelto entre pastillas.

El paciente, un hombre joven empleado en una farmacia, incapaz de decidir si fue el malo del asunto o si le usaron.

Farmacia sin guardia

Otro día más del cuarentavirus.

Otro jodido día más.

Otro día en el que por ser el nuevo le tocaba hacer la peor parte.

No contentas con tenerle todo el día subiendo y bajando cajas, a cambio de tener sólo medio turno para no pasar demasiado tiempo todos juntos en un espacio tan pequeño, le tocaba hacer la limpieza con lejía.

Y no le habría importado si no fuera porque siempre le tocaba a él. Absolutamente siempre.

Unas veces con la excusa de que una de las compañeras se quería quedar embarazada, otras que si era el que acababa de llegar y estaba en los 6 meses de prueba, otras sencillamente porque sí, … y cada día estaba más harto.

Ese día fue la gota que colmó el vaso, porque se encontró con que su pantalón vaquero, el mismo que sus padres le habían regalado en su último cumpleaños antes del aterrizaje de la pandemia, tenía manchas y pequeños agujeros donde había salpicado la lejía. Vamos, que había terminado destrozado. Y, además, al llegar a la farmacia, la bata, SU bata, porque aún nadie había hecho el gesto de comprarle una bata para el trabajo, también tenía agujeros de salpicadura y le echaron la bronca por la importancia de la presencia cuando se está de cara al público.

  • Hoy te toca fregar todo y limpiar los mostradores antes de irte –le anunciaban de nuevo, por vigésima vez consecutiva.

  • Y no te olvides del sigre –dijo otra de sus compañeras mientras salía por la puerta con la auxiliar, justo antes de que ambas se despidieran con la fórmula clásica-. ¡Hasta mañana!.

Mientras él se dedicaba a labores de limpieza que ni le pagaban ni le agradecían, la propietaria se dedicaba a realizar pedidos telefónicos.

Cuando por fin terminó y se estaba cambiando, otro retraso se sumó a los anteriores.

  • Tengo que llevar una cosa aquí al lado, espérame que vuelvo enseguida y así aprovechas y preparas los cartones para llevártelos al reciclaje que te pilla de camino –dijo, sin esperar siquiera respuesta porque lo daba por hecho, aunque eso significase que iba a terminar saliendo media hora tarde y que tardaba casi una hora en llegar a casa-. ¡Y no te olvides de cambiar la bolsa del sigre!.

Se le había olvidado.

Joder, vamos, como si fuera algo super urgentísimo.

Según salía la propietaria, él abrió la tapa del bombo que tanto recordaba a un buzón de correos, o, al menos, en parte.

Cambió la bolsa y se llevó la llena a la rebotica.

Como siempre, había gente que había tirado basura dentro, no sólo los restos de medicamentos caducados o envases vacíos.

Los sacó con cuidado y no pudo evitar fijarse en algunas de las cajas que había en la bolsa.

Le llamó la atención una caja de una marca competencia de la famosa pastillita azul romboidal.

Aún quedaban dos comprimidos y caducaba ese mes, así que todavía se hubiera podido usar.

Qué desperdicio de dinero y… y la tentación era muy grande. No es que la necesitase. No la necesitaba. Eso funcionaba bien. No tenía con quién, pero funcionaba. Pero… oye, ¿y si?... bueno… no debería… y caducaba en dos semanas y… y tampoco había ahora posibilidades de encontrar a nadie con quien… pero… oye, por probar… no, eso estaba mal. ¿Y sí luego les daba por mirar las cámaras y veían que la había cogido?. En el fondo era una tontería, ni siquiera la iba a usar, pero… es que a lo mejor nunca iba a tener la oportunidad de probar… y si…

Al final la cogió, se guardó las dos pastillas y tiró la caja vacía de nuevo a la bolsa, donde otra cajita llamó su atención.

Esa sí que estaba caducada totalmente. La mitad sin usar y dos meses caducada ya. Eso sí que era raro, pero bueno, esas cosas también pasaban.

En ese momento el cierre se alzó y, sin saber por qué lo hizo, ese otro envase terminó en el bolsillo de su pantalón.

  • Mira que eres lento. Anda, cierra el sigre y lo dejas sobre las cubetas para que se lo lleven luego y después haces lo de los cartones... ahhhh… y, ya que estás, abres esa caja de sueros y los colocas, así un trasto menos –le ordenó, volviendo a meterse en su despacho para hacer más llamadas, aunque antes no se olvidó de lanzar otra pulla-. Y a ver si al cerrar luego no volvemos a tener esos 50 céntimos de diferencia, que ya van tres días que descuadra.

Aún recordaba cómo les hizo revisar las cuentas una noche durante media hora por 2 euros que al final no aparecieron y debió de ser de unas vueltas mal dadas, cosa que a él no le resultaba difícil de imaginar por la habilidad que tenían algunas de ponerse a hablar y chismorrear con algunas clientas, cosa que generaba muchos despistes .

No le extrañaba nada, igual que aún le escocía que en uno de sus primeros sueldos le metieran un billete de 20 euros falso porque consideraron que por ser el nuevo se lo tenían que haber colado a él obligatoriamente, pero ya se preocupaba muy mucho de que vieran que pasaba todos y cada uno de los billetes por la máquina mientras que muchas veces ellas seguían fiándose del tacto, cosa que había llevado a que les colasen uno de 50 euros no hacía mucho, claro que esta vez no pudieron usar la excusa de que fuese el novato para metérselo en el sueldo.

Mientras colocaba el suero, veía en la app que iba de perder otro autobús y que para el siguiente quedaban más de 20 minutos y su enfado iba creciendo dentro de él.

Y con el enfado, una idea loca y ridícula, absolutamente loca, pero que se iba imponiendo a la cordura y su tradicional forma de ser.

Aun así logró controlarse y preparar los cartones rápidamente para sacarlos de camino a la parada del bus.

  • Una cosa más, desde mañana venimos ya todos de nuevo, que hay trabajo –terminó de irritarle.

Lo que pasaba es que se había cansado de tener que estar en el mostrador, eso era lo que pasaba, que no es lo mismo estar sentada y haciendo llamadas que estar de pie, dispensar, vender y tener que hablar con la gente nerviosa, porque el espacio que tenían seguía siendo el mismo y estando todos se iban a estar tropezando y ni de coña iban a poder mantener ni metro y medio de separación.

Antes de darse cuenta, un par de comprimidos se estaban ya disolviendo en la botella de agua y él se marchaba hecho un basilisco.

Le estaba dando vueltas a la cabeza y acababa de llegar al extremo de la calle cuando cambió de opinión y regresó corriendo, dispuesto a vaciar la botella.

  • ¡Soy yo!. Me he dejado una cosa –se excusó al volver a entrar.

Nadie respondió.

Estaba de pie en el laboratorio, medio atontada, con la botella a un lado, con el resto de su contenido vertido por encima de la zona asignada a la recepción de materias primas.

Aún quedaba un poco de agua dentro de la botella.

No sabía cuánto se habría bebido, pero estaba completamente atontada, no decía nada coherente y parecía que no enfocaba la mirada.

La intentó mover y se desplazó bajo su control como si fuera una autómata, como una muñeca, y la idea regresó a su cabeza.

Era una idea diabólica.

No podía hacerlo.

No…

Pero ella era tan cabrona.

Todas eran tan… tan… con él… sólo por ser el nuevo… que… que…

Se tomó la pastilla.

Estaba loco.

Tenía que ser eso.

Sabía que era una idea descabellada, pero todo sucedía como si él fuera tan sólo un espectador de algo que hacía un ser con su misma apariencia.

Mientras hacía efecto el comprimido que se había tomado, la fue desnudando, colocando todo de forma ordenada a un lado.

No llevaba sujetador.

Le gustaron sus pechos.

Sus pezones se pusieron duros al primer contacto.

Paseó sus dedos alrededor de los erectos pezones y notó cómo las tetas enteras reaccionaban a las caricias.

Acercó la boca y sacó la lengua.

Repasó cada lado de los pezones con lentitud, saboreando el momento, y luego se los metió dentro de la boca, primero uno y luego el otro.

La miró a los ojos.

No reaccionaba, pero… ¿y sí todo era una trampa?. ¿Y si estaba fingiendo?.

  • ¡Zorra! –gritó en su cara, llenándola de pequeñas gotitas de saliva, como esperando sorprenderla.

No reaccionó.

La dio una torta en una de las tetas.

Siguió sin reaccionar, quieta, de pie, bajo su control.

Bajo… su… control.

La idea se instaló en su mente.

Su polla había crecido mientras.

Ni se había dado cuenta.

La situación y la pastilla habían obrado el milagro.

No recordaba que se pusiera tan dura.

Le parecía que su pene estaba más endurecido de lo normal.

No importaba.

Ella no se iba a quejar.

Ella…

Entonces se le ocurrió.

Nunca lo había hecho, pero…

Era una situación especial, ¿verdad?.

Y tenía toda la vaselina líquida que quisiera.

La dio la vuelta y la hizo reclinarse hacia delante.

Dejó caer un poco de vaselina sobre su culo y luego se bañó literalmente los dedos de la mano en el lubricante.

Se limpió el exceso en ese culazo y luego separó las nalgas.

Veía su objetivo.

Empezó metiendo un dedo.

Costó, pero ella no se negaba ni decía nada, y, al final, entró.

Lo fue moviendo y dilatando hasta que lo sacó.

Luego metió el siguiente, más ancho, y repitió el esquema.

Mientras lo hacía, usaba la mano izquierda para agarrar una de las tetas de la mujer y apretársela con fuerza.

Su polla seguía muy dura, sin necesidad de nada, y golpeaba constantemente el muslo de la su jefa, con una erección máxima.

  • Te van a dar por culo -susurró, tontamente, hasta que se dio cuenta de sus propias palabras y elevó el tono, dándola un fuerte cachete en el trasero-. Te voy a dar por culo, cabrona de mierda.

Hubiera podido ponerse un preservativo.

Debería de haberlo hecho.

Pero una especie de locura se había apoderado de él.

Ya no pensaba.

Era un animal con deseos de venganza.

Se frotó las manos, despreciando que se quedasen sucias con la vaselina y con ese tacto aceitoso.

Quería follarla, romperla el culo.

Es lo que debería de haber hecho, pues no sabía la duración del efecto de las pastillas.

Pero era un loco quien dirigía la escena.

Y no pudo evitarlo ante la visión de ese culo.

Levantó el brazo hasta arriba y descargó un violento tortazo al descender su mano como si de la hoja de una extraña guillotina se tratase.

Ella dio un respingo, pero nada más.

Por un instante se quedó quieto, temeroso de haberse excedido y de que ella se volviera, de nuevo totalmente consciente.

No pasó.

Sólo fue ese respingo.

Eso sí, la marca en su culo era muy evidente, de un intenso color rojo con la forma aproximada de su mano sobre el blanco perlado de la piel de la mujer.

Sonrió sin poder evitarlo.

Alzó el otro brazo.

  • ¡Toma! -lanzó el nuevo tortazo en el otro glúteo y alzó a lo alto nuevamente el primer brazo para descargarlo de nuevo con toda la fuerza que era capaz-. ¡Jeroma! -y, con cada trozo de la frase, un nuevo tortazo duro y potente caía sobre cada lado del trasero de su jefa, resonando con fuerza y dejándolo cada vez más enrojecido y marcado con sus manos-. ¡Pastillas!. ¡De goma!. ¡Qué son…!. ¡Para la tos!. ¡Por hija puta!. ¡Cerda!. ¡Y cabrona!. ¡Joder!. ¡La ostia!.

Detuvo los azotes cuando sus propias manos se cansaron de aplicar un castigo que habían notado más ellas mismas que la mujer sobre la que lo habían descargado.

Casi tenía él las manos más enrojecidas que ella su culo… casi.

Se dio cuenta de que en todo ese rato no había pensado en nada más, sólo en castigarla lo más fuerte que podía y, sin embargo, la erección de su pene seguía siendo máxima.

Se excitó un poco más al darse cuenta de ese detalle, del milagroso efecto de la dichosa pastillita.

Valía cada céntimo de su elevadísimo precio, aunque por suerte ni las necesitaba en realidad ni, sobre todo, había llegado a pagar nada por su uso.

El culo de su jefa brillaba.

Estaba rojo por los azotes, sí, pero también tenía un brillo extraño, peculiar.

Estaba tonto.

Era la propia vaselina que había usado para lubricar el ano de la mujer que, al juntar las manos, se había extendido entre las dos y, al azotarla, se había ido depositando sobre su trasero.

Estaba perdiendo el tiempo con pensamientos absurdos.

No sabía si sería un efecto secundario de la pastilla u otra cosa.

Tenía que dejar de perder el tiempo.

Volvió a extender un poco más de vaselina por la entrada al culo y otro poco más directamente sobre el agujero anal de la mujer.

Por alguna extraña razón, cuando apoyó la punta de su pene contra el semi dilatado ano de su jefa, sintió reparos en agarrarse a su culo para impulsar la penetración.

Era un estúpido.

Se regañó a sí mismo, mentalmente.

Inspiró profundamente.

  • ¿Lista? -preguntó, advirtiéndola por inercia, antes de darse cuenta de que seguía hablando con una especie de pelele-. Allá voy, puta.

Clavó los dedos en sus nalgas y empezó a apretar.

Por un instante le pareció que ella intentaba cerrar el esfínter anal, pero presionó más fuerte y traspasó con el glande el estrecho acceso.

Se sobresaltó al pensar que se estaba despertando de esa especie de estado catatónico y el corazón le saltó en el pecho, preparándose para la fuga, mientras su piel se erizaba y empezaba a sudar.

Pero no sucedió nada.

A lo mejor era un acto reflejo, porque notaba la presión del esfínter de su jefa apretando contra su polla, haciendo que sintiera con todo detalle cada milímetro que iba colonizando de su interior.

Eso le volvió a excitar y borró de su mente ese instante de miedo que hubiera precipitado su retirada.

Además, a ver cómo iba a explicarla si se despertase entonces el que estuviera desnuda.

Y, aunque le diera tiempo a vestirse, seguía teniendo una erección de la leche.

Es que, lo mirase por donde lo mirase, estaba jodido.

O lo hacía o no lo hacía, pero tenía que dejar de dudar.

A su tronco fálico le daba lo mismo.

Normalmente tanta paja mental le haría perder la erección, pero no, la pastillita era milagrosa no, lo siguiente.

No recordaba haberla tenido tan dura nunca.

O, a lo mejor, era un efecto psicológico del momento, de la propia tensión de lo que estaba haciendo, de esa venganza que estaba ejerciendo casi sin querer y que ni en sus sueños más burros habría pensado hacer, pero allí estaba y sólo había dos opciones.

Terminar o largarse.

Ganó la testosterona.

Poco a poco la fue clavando, avanzando con su propio cuerpo hasta pegarlo al de la mujer, hasta lograr meter toda su polla dentro de su culo.

Se asombró de que fuera capaz de metérsela entera.

Mejor dicho, de que a ella la cupiera.

  • Serás cerda, hija de la gran puta –exclamó, sin poder evitarlo.

Empezó a bombear.

  • Joder… joder… joder… -decía con cada movimiento, sin podérselo creer, mirando embelesado cómo iba saliendo y entrando su tronco fálico del interior del culo apretadito de su jefa.

Porque lo notaba super apretado, muy cerrado, haciendo que cada movimiento de penetración fuera extremadamente intenso.

Nunca habría imaginado que en ese estado de pelele inconsciente fuera posible eso.

Toda la situación era tan… tan surrealista.

Le sonó un tono en el móvil.

Casi se muere del susto.

Se paró a mitad de una embestida y contempló con recelo su teléfono.

¡Era un aviso de la aplicación de los transportes públicos!.

¡Joder, menudo susto!.

Se volvió a centrar.

Empezó a bombear con más fuerza, agarrándose a sus caderas y empezando a entonar una canción que se iba inventando sobre la marcha.

  • Hiiija de puta… eres una hiiija de puta… hiiiiiiija de puuuuta… cerda hiiija de puuuuta… hiiiija de puuuuta… so cerda hiiija de puuuta…

Cada vez se movía con más fuerza, lanzando toda su energía para romperla el culo, llenándola con su polla una y otra vez.

Hasta le pareció que empezaba a gemir.

Esta vez no paró para comprobarlo.

Siguió follándola cada vez más fuerte, atrapado en su propia excitación, escuchando el golpeteo de su escroto contra el trasero de la mujer, mientras su pene atravesaba una y otra vez el agujero anal, sin parar.

Sin pensarlo, la agarró con una mano del cabello, que, aunque era relativamente corto, se dejaba coger, y tiró de ella para tenerla medio alzada, buscando cambiar la posición para notar aumentar de nuevo la presión en su interior, de que el roce de cada movimiento de su polla fuera percibido aún más, si se podía.

Con la otra mano empezó a darla tortas al ritmo de cada embestida.

Volvió a escuchar los gemidos, pero no era capaz de parar, ya no, y no parecía haber ninguna otra reacción.

Clavó sin piedad una y otra vez su pene en el interior de la mujer, descargando toda su furia contenida por las injusticias percibidas.

Una y otra vez, una y otra vez… perforaba sin parar… una y otra vez… una y otra vez… la clavaba con fuerza, sin parar, a toda velocidad… una y otra vez… una y otra vez… ya casi estaba… una y otra vez… una y otra vez… ya… ya… yaaaaa…

Explotó con un último empujón dentro de ella.

Un segundo antes se había preguntado si no sería mejor, más seguro, hacerlo fuera.

No fue capaz de controlarse.

Ese último empujón fue el definitivo.

La metió hasta el fondo, lo más adentro posible, y notó cómo su polla vibraba en toda su longitud, acompañando el impulso que hacía viajar la lechada en oleadas desde su interior a través del tubo que llevaba su pene hasta rociar de forma espasmódica el interior del agujero anal de su jefa, vertiendo una y otra vez su esperma dentro hasta quedarse completamente agotado.

Lanzó un largo suspiro de alivio al descargarse.

Fue sacando poco a poco, lentamente, su pene del interior del culo de la mujer, mirando fijamente, con muchísima atención, cómo iba emergiendo, todavía tremendamente erecto y, a la vez, vacío.

Era una sensación extraña.

Normalmente después de correrse siempre empezaba a relajarse.

Ahora no.

Y empezó a temer que fuera a ser un problema.

Eso y que ahora la tenía que limpiar y vestir y…

Se dio cuenta según salía la punta de su polla.

Y el pánico le inundó de nuevo, paralizándolo, mientras ella se estiraba como una gata, levantando los dos brazos, como si despertase de una siesta.

A la vez, era incapaz de dejar de fijarse en el hilillo que escapaba de su ano y se deslizaba hacia abajo.

Un hilillo blanquecino, una sola gota que escapaba del interior de la mujer.

Ella terminó de darse la vuelta, con una sonrisa irónica instalada en la cara.

  • No ha estado mal –le dijo-. Pero espero que mejores.

Cogió su ropa y se dirigió al lavabo.

Justo antes de entrar, se dio la vuelta y lo volvió a mirar de arriba abajo, deteniéndose en su erecto miembro.

  • No está mal –repitió, consiguiendo esta vez que se sonrojase-. Pero eso –y le señaló la polla- te lo arreglas tú, que seré una cerda, pero no una chupa pollas, ¿entendido, gilipollas?.

  • Sí… sí, señora –respondió él por inercia ante el evidente enfado de ella.

  • Y espero que mejores, ¿entendido? –y se encerró sin esperar una respuesta.

Cuando se marchó no sabía muy bien qué pensar.

Ni qué iba a pasar al día siguiente.

Ni… ni… muchos ni y muy pocas respuestas.

Cuando subía al tren aún no sabía quién había usado a quién.