Casos sin titulares XII: secuestro crítico 1.

Cinco chicas de familias acomodadas son secuestradas y pasarán una experiencia traumática que deberá desentrañar el Doctor en éste nuevo caso. La primera parte no incluye escenas sexuales, pero es necesaria para que cada uno pueda hacerse una idea de todo lo que pasaron a manos de un depravado.

Capítulo XII de los Casos sin Titulares: secuestro crítico. Primera parte.

  1. 1.Introducción

Un caso terrible.

La vida de cinco chicas iba a cambiar dramáticamente tras subirse al microbús que debería haberlas llevado sanas y salvas desde la urbanización donde residían con sus familias hasta el colegio privado en que estudiaban.

Pero ese día todo se torció.

  • Silvia *

Como cada viernes, Silvia se subió pensando más en lo que haría al salir de clases que prestando ni la más mínima atención a su entorno.

Y es que, ese iba a ser el día.

Y estaba super nerviosa.

Era la tercera vez que quedaba con Miguel y presentía que esta vez harían algo más que besarse en su coche.

Sus padres nunca lo entenderían porque Miguel era seis años mayor.

Se habían conocido en la pizzería donde trabajaba los fines de semana para ayudar a sus padres mientras se sacaba la carrera.

Al principio todo había sido un juego. Sus amigas la retaron a calentarle a ver qué sacaban.

Desde que la familia de Izaskun se mudó a la urbanización, todo había cambiado para el grupo de amigas del colegio.

Rápidamente se había convertido en la líder de la pandilla y estaba mostrándolas un camino nuevo y un poder que desconocían. El de sus cuerpos femeninos.

Las había enseñado que tonteando un poquito podían sacar casi cualquier cosa. Primero a los chicos de clase y, luego, ampliando a otros de más edad hasta lograr cosas tan variopintas como que las colasen en una discoteca, bebidas gratis y algún que otro regalo.

Era un juego peligroso en ocasiones, pero Izaskun parecía estar en todas partes a la vez y controlaba cualquier incidente.

Y, entre medias, Silvia había conocido a ese chico y se sentía un poco en una nube de felicidad, aunque también algo nerviosa porque creía que esa noche iba a ser la noche, que iban a hacerlo y que sería la primera en perder la virginidad.

Bueno, la segunda si se contaba a Izaskun, pero ella tenía un año más y no contaba.

Esos eran los pensamientos y problemas que rondaban la cabeza de la morena cuando subió los dos peldaños de acceso al microbús con su uniforme del instituto privado al que todas acudían.

  • Tania *

Una calle más allá Tania esperaba también el transporte.

Era la primera vez esa semana que no lo iba a perder, pero su padre ya la había dicho que el chófer de la empresa no podía estar siempre llevándola y que la tocaba madrugar.

Así que allí estaba ella, con su oscura cabellera rizada hasta los hombros.

Intentaba alisarla, pero sus pelos eran tozudos y se curvaban una y otra vez, impidiéndola adoptar el estilo de peinado que llevaba su actriz favorita en la serie juvenil de moda.

Cuando el microbús giró en la esquina apenas prestó atención, salvo para levantar el brazo no fuera que se olvidase de recogerla tras cuatro días seguidos sin usarlo.

Los cristales tintados la impedían ver el interior del vehículo.

Lo único que le llamó la atención fue el conductor.

No lo conocía de nada, lo cual de por sí no era nada sorprendente porque cada dos por tres los estaban rotando por algún motivo que a ella se le escapaba, y tampoco la importaba realmente.

Pero era muy mayor, o eso la pareció, y por eso se fijó en él incluso antes de subir, acostumbrada a conductores que estarían más bien cerca de la treintena.

También se dio cuenta de que lucía un tatuaje en su manaza derecha que parecían como tres lágrimas que formaran un círculo.

Eso la hizo pensar en que su padre siempre iba diciendo que toda la gente con tatuajes eran delincuentes o vagos, pero a ella había algunos tatuajes que la parecían bonitos.

Ese no.

No era feo, pero tampoco era bonito.

Lo que estaba claro es que esa vez no iba a jugar a adivinar el título de la canción como con el chófer de su papá, que era un poco ludópata y en una de esas había conseguido que la enseñase lo básico para conducir… claro que otro día fue ella la que perdió y él eligió comerla las tetas.

Nadie más lo sabía, porque la daba un poco de vergüenza, pero entre ella y el chófer maduro de su padre se había ido montando un juego con apuestas sin dinero que comenzó como un juego casi infantil al principio pero que se había ido ampliando y sus límites se habían ido desdibujando de forma que las últimas veces en que él ganaba, la había empezado a pedir que le dejase besarla donde él eligiera.

Tania hubiera podido negarse y cortarlo en cualquier momento, pero había algo en el propio juego, en la situación, en el hecho de que el chófer de su papá pidiera esas cosas… en que también contase algunas cosas sobre los negocios de su padre… que al final se había convertido en algo que la excitaba de una manera extraña, morbosa y casi… adictiva.

  • Alba *

En la siguiente parada, el microbús recogió a Alba, con su media melena castaña y su franca sonrisa en el rostro.

Como tantas otras veces, la asistenta doméstica la acompañó hasta la parada.

No es que existiera una parada señalizada como tal, pero a todos los efectos era lo que sucedía, el punto donde cada día la recogía el microbús escolar.

Y, como tantas otras veces, la asistenta se marchó en cuanto vio aparecer el vehículo al fondo de la calle, de regreso al chalet familiar, a su hora de planchado y de ver su culebrón favorito en la televisión.

Tampoco es que necesitase a nadie que la llevase de la manita. Ya tenía dieciséis años, era capaz de hacer muchas cosas por sí sola.

Pero su familia no lo veía así y a veces la hacían sentirse encerrada, por eso la gustaba salir con el resto del grupillo de chicas, la daba una sensación de libertad el rato que podía estar fuera de la vigilancia de su familia y ya había conseguido que el toque de queda se ampliase a la una los viernes (o sábados) que quedase con su grupillo. Eso sí, sólo un día, pero por algo se empezaba.

El liderazgo de Izaskun la ponía nerviosa.

De las cinco era la que menos explotaba su feminidad, pese a la insistencia de las otras y, especialmente, de la rubia que dirigía la pandilla.

Lo que sí habían conseguido era que probase el alcohol.

Muy poquito, eso sí, y sólo cuando estaban en algún botellón con universitarios.

Aún la incomodaba cuando algún chico se pasaba y la intentaba sobetear, pero aparte de algún pico la cosa no pasaba de ahí.

Eran culpa del alcohol y las hormonas… y de que era la que tenía más desarrolladas las tetas, cosa que Izaskun no dejaba de recordar cada dos por tres, así como de insistirla en que se liberase del sujetador de vez en cuando porque lograría más cosas de las que se podía imaginar.

También la ponía un poco nerviosa ella a veces.

En ocasiones, la descubría mirándola de una forma extraña, casi como algunos de los chicos más babosos de los botellones, y eso la hacía sentir incómoda, pero tampoco se atrevía a mencionarlo y la otra chica fingía que no pasaba nada, así que ella lo dejaba correr.

Y eso la recordó que hoy tenían examen de matemáticas.

Y que esta vez no pensaba dejarla copiar de su examen. Estaba decidido.

El microbús paró y subió pensando en cómo decírselo a ella, porque estaba harta de que hiciera trampas en clase.

Si no había estudiado, que suspendiera, no era culpa suya y no tenía por qué sacarla las castañas del fuego.

  • Lara *

Lara tenía flequillo y una media melena oscura.

De todas ellas era la que más rápido se había amoldado al cambio que había producido en el grupo la mudanza de la chica nueva, claro que para ella el coqueteo era algo que ya había empezado a explorar.

La combinación de su cabellera negra con unos ojos azules la convertían en la que más facilidad tenía para seducir a primera vista a los varones del lugar, junto con una tendencia al peloteo del profesorado, que solía culminar con un inflado de sus notas.

Además, su figura estilizada por el ballet y una natural predisposición, la hacían lanzarse a bailar casi cualquier cosa y no la importaba encontrarse un poco apretada en la pista.

De hecho, era rara la noche que salían y no terminaba bailando con dos chicos a la vez, contoneándose entre ellos lo justo para mantener su interés pero sin que la cosa pasara a otro nivel.

La encantaba eso, el baile.

La excitaba más el movimiento y el roce que la idea de ir más allá.

Aunque no despreciaba la oportunidad de morrearse con alguno de los varones con los que bailaba, a veces incluso sin música.

En una ocasión en que las colaron en una discoteca, hizo un baile provocativo con un grupo de hombres más cerca de los treinta que de los veinte cuando estaban en plena despedida de soltero y terminó sentada sobre las piernas de uno de ellos dándose el lote mientras no dejaban de caer invitaciones al resto del grupo.

Esa noche ninguna de las cinco chicas pagó nada, todo corrió a cuenta de los hombres de la despedida de soltero, que disfrutaron un par de horas de la compañía del grupo de chavalas.

Al día siguiente, Lara se despertó con su primera resaca y con el teléfono del padrino de bodas que había organizado la despedida de soltero apuntado con bolígrafo sobre una de sus tetas.

Obviamente no llamó. No había nada más que conseguir y, además, ni siquiera recordaba nada salvo su lengua dentro de su boca entre una copa y otra. Ahhhh bueno, y que no sabía bailar, pero sí frotar el paquete contra su culo y alguien que no sabe bailar, no tiene su clase social y nada que poder aportarla, no merecía la pena.

Era super práctica.

Si no podía conseguir algo, entonces no interesaba.

Y allí estaba ella, con sus gafas de sol para protegerse los ojos después de haberse pasado la mitad de la noche chateando con el profesor de matemáticas, deprimido tras su divorcio pero que había ido calentándose… bueno, mejor dicho, animándose, durante su conversación y, a lo mejor, se le habían escapado algunas cosillas del examen.

No lograba entender para qué la había pedido cierta prenda, pero como ni siquiera era en realidad suya la que le iba a dejar en su despacho, tampoco importaba, sólo el sobresaliente que estaba segura que iba a sacar.

Sonrió mientras las puertas del microbús chirriaban ligeramente al abrirse y se metió dentro, sin quitarse las gafas de sol ni percatarse en ése instante del silencio en el interior ni del olor tan curioso que se apreciaba levemente.

  • Izaskun *

La última en subirse ese día fue Izaskun.

Rubia, un año mayor que las demás, con un tono moreno en la piel obtenido artificialmente en la clínica a donde acompañaba a su madrastra para sus tratamientos estéticos.

También era la más alta y, sobre todo, la más echada pa’lante. Por ello, había conseguido con facilidad transformarse en líder del grupillo de chicas de la urbanización que compartían el centro privado de educación.

Era clasista, pero, ante todo, era tremendamente pragmática.

Disfrutaba con el control que ejercía sobre sus nuevas amigas y el poder que las estaba enseñando a emplear.

Además, la excitaba de una extraña forma pervertirlas, verlas esforzarse en complacerla y probar a seducir incautos que terminaban invitándolas a cosas a cambio tan sólo de una promesa que nunca llegaba a concretarse.

Bueno, casi nunca, que ella estaba allí precisamente para que no se cumplieran no fuera que alguna llegase a quedarse prendada de algún tío, como pasaba con Silvia, o que traspasase líneas que pudieran luego hacer sospechar a los padres, como Lara.

Sí, lo sabía.

Podían intentar disimular o creer que nadie se daba cuenta, pero ella sí. O ella o alguna de las otras se terminaba yendo de la lengua.

Ya tenía pensado cómo iba a sabotear a Silvia. No podía dejar que la cosa fuera a más con Miguel. Ese chico no era nadie. Ni siquiera su familia era pudiente. No era una relación rentable. Y un mensajito a tiempo podía evitar el desastre.

Además, un novio era un desastre. Cambiaría todo. Eso si es que no provocaba que alguna otra también pensase en tonterías romanticonas.

No es que ella no lo hiciera.

Pero había que saber elegir bien. Muy bien.

No valía cualquiera.

Era por su bien. Ya se lo agradecería más adelante, cuando la explicase las cosas desde su punto de vista.

Y Lara. Esa chica era tonta. Si dabas demasiado a los hombres, al final perdías el poder sobre ellos.

Tendría que hablar con ella, pero no la preocupaba tanto como Silvia, que era la que podía romper su grupo con esa tontería de enamorarse de alguien inferior.

No es que la gente de clases menos pudientes no pudiese ofrecer algo… pero no había que mezclar el sentimentalismo con las posibilidades de lograr otras cosas.

Ella lo había aprendido cuando conoció a Peter, el profesor de inglés técnico que su padre contrató y que terminó en su cama dos años antes.

No es que se hubiera enamorado, pero había perdido su virginidad dejándose engatusar por un hombre que la duplicaba en edad y que luego usó unas fotos que tomó para obligarla a hacer unas visitas a las casas de unos vulgares desconocidos.

Eso la hizo cambiar su percepción de los hombres y, también, ver que a través de su cuerpo podía conseguir muchas cosas sin necesidad de esfuerzo.

Usar su cuerpo en su beneficio, no para beneficio de otros.

También fue como conoció a su tutora, cuando sus notas empeoraron y contó su secreto.

Ella la enseñó otras… opciones.

En cierto modo, también se aprovechó de ella, pero ahora todas esas experiencias la servían para saber cómo dirigir al grupillo de amigas en su propio beneficio.

Entró al microbús con la nota que mandaría a casa de Silvia ya redactada en su mente y apenas tuvo  tiempo de darse cuenta de que algo extraño pasaba.

Las vio un segundo antes de sentir la descarga y desvanecerse.

Las vio sentadas por separado y con cinta americana en sus bocas, muñecas y tobillos, inmovilizados contra los elementos metálicos de los asientos que las precedían.

Había un ligero olor a… a orina… y pudo ver en los ojos de Silvia y Tania un grito de advertencia silencioso, pues Alba y Lara estaban desmayadas en sus sitios.

Todo eso lo vio y se registró en su cabeza apenas un instante antes de que la puerta se cerrase a la vez que la alcanzaba una descarga y, luego, una extraña oscuridad.


  1. 2.¡Es un secuestro exprés!

  2. Silvia *

Silvia fue la primera en ser atrapada.

También fue la primera en despertar, atontada y con un intenso dolor en la cabeza y sus extremidades.

No entendía qué pasaba.

La cabeza la daba vueltas, se sentía mareada y con la mente dispersa, como la sensación que tienes cuando te levantas de la cama pero aún no está todo en marcha en la cabeza, que sigues como medio adormilada.

Era una sensación parecida… parecida, pero no exactamente igual.

Recordaba subir al microbús y luego… luego… era como si todo su cuerpo hubiera hervido de golpe, no sabía cómo expresarlo. Pero era algo parecido.

Era como si algo la hubiera cogido, zarandeado como un juguete sin control y luego todo se había apagado… no sabía cómo expresarlo. Y no paraba de repetirse, como en un bucle.

¿Y por qué no podía moverse?.

En ese momento empezó a ponerse nerviosa.

Su vista empezó a aclararse.

Estaba en uno de los últimos asientos del microbús, pero ahí terminaba todo lo normal.

No sólo no recordaba cómo había llegado allí. Es que lo peor era que estaba atada.

Una especie de cinta gruesa, como si fuese una especie de esparadrapo, la envolvía las muñecas y sujetaba sus manos a la barra metálica del asiento que la precedía.

Sus tobillos igual. Estaban atados por separado a los extremos metálicos que sujetaban los asientos al suelo del microbús.

De su boca apenas salían unos gemidos apagados.

No llegaba a emitir ningún sonido inteligible.

No, no era eso. Es que no podía.

No podía abrir la boca.

Supo que también llevaba esa especie de cinta en la boca.

Su corazón, ahora que ya estaba despierta, se la salía del pecho y latía a 100 por hora.

Miró a su alrededor y pudo ver que Tania y Alba también estaban como ella, inmovilizadas en asientos separados, con la ropa arrugada por las prisas de quien las había cogido e inmovilizado con esas… cosas.

Tania empezaba a mover la cabeza cuando Lara subió al microbús.

Giró hacia el pasillo central que lo atravesaba cuando el conductor se levantó y la señaló con una mano.

Algo saltó de esa mano y alcanzó por la espalda a la chica, que pegó un grito y empezó a temblar como si estuviera poseída como en las películas de miedo.

Vomitó de repente y se desmayó.

Casi estuvo a punto de golpearse la cabeza contra una de las barras de acero, pero el conductor la agarró a la altura del ombligo con su brazo y la caída fue gradual, sobre su propio vómito.

Ante la incredulidad y pánico de Silvia, ese hombre maduro agarró a Lara y la arrastró hasta uno de los asientos antes de coger un rollo gigante con el que fue sujetándola al asiento que tenía delante y, al final, pegando otro trozo sobre la boca.

Miró un momento su obra y, cuando comprobó que no podría soltarse, vació la mochila de la chica hasta encontrar su teléfono móvil, que se llevó.

Todo pasó muy rápido, aunque a Silvia le pareció que sucedía como a cámara lenta y que duraba una eternidad.

No podía dejar de pensar que tenía que ser una pesadilla y que en cualquier momento se iba a despertar.

Pero no lo era.

Tania la miró y Silvia pudo ver su propio rostro reflejado en las lágrimas de terror de su amiga.

  • Si os portáis bien y vuestras familias pagan, todo acabará muy pronto. Os lo prometo –sonó, como un látigo en mitad del silencio, apenas roto por los lloriqueos de Tania, la voz del hombre que las estaba secuestrando, porque era eso, un secuestro.

No necesitó volver a mirar a Tania para saber que el rostro de ambas se había vuelto lívido y que debía de estar temblando tanto como ella.

Un olor llegó hasta ella cuando el motor arrancó.

Y no era sólo el olor del vómito de Lara.

Era el del miedo.

Y se dio cuenta de que todas y cada una de ellas debían de haberse meado cuando las atacó con lo que fuese que usase ese hombre.

Sus cuerpos se habían anticipado a lo que su cerebro estaba descubriendo.

Su impotencia fue total cuando vio a Izaskun acercándose.

Mejor dicho, al revés.

Vio cómo el microbús se acercaba hasta donde estaba Izaskun.

Un instante duró su esperanza de que esa chica que había llegado y demostrado tanta habilidad e iniciativa, tanta… experiencia… vamos, que se imaginó que sabría que pasaba algo malo y no subiría, que las salvaría… que…

Pero no sucedió.

La rubia subió y Silvia no fue capaz de advertirla antes de que el cincuentón se apoderase de ella.

Y, como si la leyera el pensamiento, al ponerse de nuevo al volante, tras inmovilizar a la última de las chicas, dijo en voz alta:

  • Ya sois todas mías. Portaos como buenas niñas y todo saldrá bien.

  • Tania *

Se despertó, más o menos, cuando el microbús se detuvo para recoger a Lara.

No tuvo tiempo de analizar su entorno, ni de intentar siquiera moverse antes de darse cuenta de su inmovilización, pero puedo ver cómo ese hombre, ese desconocido que fingía ser el conductor del microbús del colegio, usaba una especie de táser contra Lara.

El chófer de su padre tenía uno.

Se lo había enseñado una vez.

Era para protegerles de la gente mala, como le gustaba decir.

Decía que a veces había gente que se enfadaba mucho con su padre y que eso les calmaba, pero que tenía que ser su secreto porque en realidad no debería de tener ese aparato.

Vio cómo Lara vomitaba antes de derrumbarse sobre su propio vómito.

También pudo oler cómo se la escapaba la orina al recibir la descarga.

Era algo que se esperaba, aunque no dejaba de ser asqueroso, porque el chófer se lo había contado entre risas.

Se dio cuenta de que ella misma olía y que seguro que también se la había escapado un poco de pis cuando la capturó también.

Antes incluso de que terminase de maniatar a Lara supo que las estaban secuestrando.

Sintió pánico.

Terror.

En el fondo sabía que eso no era como en las películas y sintió un miedo que la inundó de arriba abajo y no pudo evitar ponerse a llorar.

Miró a Silvia, que estaba en diagonal una fila por detrás de ella, y vio su propia angustia en el rostro de su amiga.

  • Si os portáis bien y vuestras familias pagan, todo acabará muy pronto. Os lo prometo –anunció el hombre que las había secuestrado con un tono que la dejó helada.

Cuando atrapó a Izaskun, Tania se encontraba en estado de shock, completamente superada por el terror, que se extendía por todo su cuerpo en oleadas que la bloqueaban.

Lo que dijo el individuo después, fue como escuchar una condena.

  • Ya sois todas mías. Portaos como buenas niñas y todo saldrá bien.

Sabía, lo sabía, que no era verdad.

Nada iba a salir bien.

Lo sabía.

Siguió llorando en silencio, maldiciendo a su padre por no haber dejado que ese día también fuera en coche, atrapada en una pesadilla sobre ruedas y pese a, en el fondo, saber que allí el malo no era su padre, era el hombre que las había capturado.

  • Alba *

Fue muy curioso, pero lo primero que pensó al despertar fue que no iba a llegar a tiempo al examen de matemáticas.

Lo segundo que no recordaba haberse dormido en el microbús… en realidad nunca se había dormido en ningún viaje, porque la encantaba ir mirando por la ventana e imaginarse en algunos de esos sitios bonitos por donde algunas veces pasaban, haciendo cosas que las otras habrían pensado que eran muy infantiles para su edad.

Lo tercero fue darse cuenta de que estaban parados en mitad de una carretera mal asfaltada y llena de baches, como si hiciera años que no se usaba.

El conductor llevaba unas bolsas negras, como las de los cubos de basura, y se las iba poniendo en las cabezas a Izaskun y Lara, que parecían dormidas.

Sólo entonces se dio cuenta de que estaban sujetas con unas cintas que las inmovilizaban y también ella.

Por un momento pensó en gritar.

Luego le pareció una estupidez.

No iba a servir de nada.

Miró a su alrededor y descubrió que Tania también estaba allí, sentada en diagonal por detrás de ella.

No vio a Silvia, pero estaba segura de que si pudiera girar la cabeza más, la vería detrás un par de sitios más allá.

Lo que sí pudo ver fue el terror en el rostro de Tania.

Eso la hizo sentirse vulnerable por primera vez desde que despertó.

Y sintió miedo.

El hombre estaba junto a ella ya, con su extraño tatuaje en la mano diestra.

  • Tú turno, pequeña.

Cuando puso la bolsa sobre su cabeza el mundo volvió a ser negro, como durante su falso sueño, salvo que esta vez la sensación de angustia la iba llenando en vez del plácido olvido.

Lo que tampoco olvidaría sería cómo ese hombre la tocó una de las tetas sobre el uniforme escolar.

  • No tan… pequeña… -fue diciendo mientras amasaba su pecho, logrando que en su mente adolescente se mezclasen el miedo, la angustia y la humillación en esa indefensa situación.

El contacto fue breve, pero no tanto como para que ella no registrase cada milisegundo y sintiera unas sensaciones que la impotencia de su situación incrementó exponencialmente.

Unos minutos después, el microbús volvió a arrancar, destino a su desconocido, e invisible, destino.

  • Lara *

Cuando Lara despertó, todo estaba a oscuras a su alrededor.

No era la clásica oscuridad de la noche, pero, pese a tener los ojos abiertos, no lograba ver más allá de su nariz.

Literalmente.

De hecho, fue su nariz la primera en mostrarla que era algún tipo de plástico lo que la rodeaba la cabeza, y que se adhería a su rostro si inhalaba demasiado rápido o fuerte.

Intentó tranquilizarse y recordar, pero no había nada que recordar.

Había subido al microbús y luego era como si la hubiera golpeado un rayo.

Literalmente.

Estaba segura de haber vomitado.

No sólo por el olor dentro de la bolsa, sino por el regusto amargo en su boca y garganta.

Quería agua.

Necesitaba agua.

Pero no podía hablar, tenía algo pegado a la boca.

Y tampoco se podía mover.

Notaba una fuerte resistencia, pegajosa, alrededor de sus muñecas y tobillos.

Intentó soltarse un rato, pero fue incapaz.

Desistió.

Según su mente volvía a funcionar con normalidad, se dio cuenta de que estaba en un vehículo en movimiento. Y que iban por una carretera mala, llena de baches.

De fondo se escuchaba una melodía de radio, de quien quiera que fuese conduciendo, seguro.

De pronto, el vehículo giró y pegó un brinco al subirse a una acera o algo así, o eso la pareció.

No lo vio, pero notó que el calor sobre su piel descendía por un lado, imaginó que el de la ventanilla. Debían de haber entrado en algún lugar a cubierto. Un garaje, quizás.

El vehículo se detuvo y escuchó abrirse la puerta muy cerca de ella. Reconoció el sonido. El microbús.

Estaba en el microbús.

Alguien bajó canturreando, un hombre por el tono de voz, y empujó alguna especie de puerta corredera, tremendamente ruidosa, no debían de usarla mucho.

El hombre regresó a su puesto y el microbús volvió a ponerse en marcha, quizás durante treinta segundos o algo así.

El motor paró.

Él habló.

  • Os voy a llevar a un sitio. Si sois buenas, todo irá bien. Recordad que sois todas mías. Portaos como buenas niñas y todo saldrá bien. Pero si alguna se porta mal… entonces me enfadaré con todas. ¿De acuerdo?. Seguro que sí, ¿verdad?. Y si vuestras familias pagan pronto, mañana estaréis en vuestros palacetes, princesitas.

Lara no pudo evitar presentir que las cosas no iban a salir bien.

Y tuvo miedo.

Mucho miedo.

El secuestrador se desplazó por el microbús. Empezó a maniobrar con alguien muy cerca de ella, delante de ella.

Escuchó ruidos de rasgados mientras el hombre repetía en voz baja, como al oído de alguien, frases que buscaban tranquilizar pero que, a la vez, resultaban amenazantes de una forma que nunca antes había sentido.

La impotencia de la situación hizo que se pusiera a llorar.

El hombre se llevó a la otra persona, imaginó que otra chica, a lo mejor una de sus amigas, no podía saberlo, había estado tan distraída al subir que no se había fijado en nada.

Cuando volvió a por ella, pego un brinco del susto al notar contra la piel del brazo el frío contacto de una navaja.

  • Calma, pequeña. Si eres una buena niña todo irá bien, ¿verdad?. Tú quietecita y verás cómo todo se soluciona, ¿de acuerdo?. Ellos pagarán y tú… ya sabes. Vas a ser buena niña, ¿verdad? –Lara asintió, llorando en silencio y sin que nadie pudiera verla, completamente asustada mientras el hombre iba rasgando las cintas pegajosas que la habían tenido sujeta-. Así me gusta. Vas a ser muy obediente, ¿verdad?. Es mejor que nadie se enfade, ¿de acuerdo?. Muy bien –seguía, mientras ella asentía a todo lo que la susurraba-, ahora pon las manos juntitas. Muy bien. No te va a doler, pero no te muevas, ¿de acuerdo? –y con unos movimientos rápidos, enrolló con varias vueltas algo metálico y fino alrededor de sus muñecas, a modo de rudimentarias esposas- Sígueme.

La hizo levantarse y la fue guiando para bajar primero del microbús y luego unos peldaños rígidos, de cemento o algo así, hasta bajar un piso, o eso la pareció.

La llevó por un pasillo hasta un sitio mal ventilado, con un aire tremendamente viciado, y la hizo apoyarse contra la pared antes de obligarla a levantar los brazos y encajar el pequeño espacio entre sus muñecas a una especie de clavo o algo similar.

Luego, puso algo alrededor de sus tobillos y descubrió que no podía moverse.

  • Lista –anunció el hombre, dándola unas palmaditas en la cabeza-. Buena niña. Ya verás cómo pronto todo termina bien, ¿verdad?.

Se marchó silbando otra melodía, para luego ir trayendo una a una al resto de sus cautivas.

  • Izaskun *

  • Os voy a llevar a un sitio. Si sois buenas, todo irá bien. Recordad que sois todas mías. Portaos como buenas niñas y todo saldrá bien. Pero si alguna se porta mal… entonces me enfadaré con todas. ¿De acuerdo?. Seguro que sí, ¿verdad?. Y si vuestras familias pagan pronto, mañana estaréis en vuestros palacetes, princesitas.

Fue lo primero que escuchó Izaskun al despertarse cuando alguien, posiblemente el hombre que hablaba, la empezó a cortar unas ataduras que no sabía que llevaba y que la habían estado inmovilizando.

Posiblemente… porque aún estaba atontada y su cerebro buscaba a marchas forzadas regresar a la normalidad, la de verdad, y tomar de nuevo el control de sí misma y, por ello, no había sido capaz de definir si esa voz era la de quien la manoseaba o no.

Pronto se aclaró, cuando, mientras seguía rompiendo con un metal tremendamente frío sus ataduras, pasó a hablarla casi al oído.

O lo más cerca posible de esa situación, porque llevaba una bolsa de basura en la cabeza que apestaba a lavanda.

  • Te voy a bajar la primera y espero que seas una buena niñita, princesa. No me gustan las tonterías, ¿de acuerdo?. No soy tu amiguito pero si te portas bien, te trataré bien, ¿de acuerdo?. Tú sé una buena chica, sé obediente, y todo irá bien. Quieres que todo vaya bien, ¿verdad? –mientras la decía eso, ataba sus muñecas con algún hilo metálico, moldeable como para que lo usase para rodear sus muñecas e inmovilizarlas, pero no tanto como para que ella lo pudiese romper estirando.

No necesitaba intentarlo para saberlo.

La bajó y arrastró a empujones por unos escalones y un pasillo hasta llegar a un sitio en el que la hizo ponerse contra una pared y la dejó colgada de un gancho o algo parecido de forma que sus brazos quedaban alzados.

Escuchó cómo sus pasos se dirigían de nuevo hacia fuera e intentó mover sus muñecas maniatadas hacia delante, pero él no había llegado a salir y regresó con pasos rápidos.

Izaskun notó el puñetazo directamente en su ombligo y se encogió como pudo.

  • No… no… por favor… lo siento… -se defendió de un posible segundo golpe, pero no llegó.

En su lugar, el secuestrador trajo algo que colocó sobre sus pies para que no pudiera escapar.

  • Eres mía, niñata –la espetó a un palmo de su cubierto rostro-. Todas sois mías –remarcó-. Acostúmbrate y, si todo va bien, en unas horas volvéis a casa, ¿de acuerdo?. Pórtate mal y… me enfadaré.

Izaskun notó cómo paseaba el cuchillo o la navaja o lo que fuera por la bolsa que cubría su cabeza y luego su cuello, donde notó el tacto frío del metal en su camino hasta la blusa del uniforme.

Cortó un trozo.

Escuchó el sonido terrorífico, doblemente por la impunidad con que se movía y la vulnerabilidad de la situación en que encontraba.

Sintió rabia, pero no dijo nada.

Señaló con la punta la piel de la chica por un instante y luego, tal como había empezado, la cosa terminó y se marchó, dejándola allí, sola con sus pensamientos más oscuros, pero dispuesta a sobrevivir.

Después fue trayendo a las demás.

Así supo que estaban las cinco allí y no tuvo ninguna duda de que eran todas sus amigas, las de su grupillo, y empezó… a pensar alternativas, porque tenía que sobrevivir y tenía que tener el control para sobrevivir.


Continuará…