Casos sin titulares XI: las gemelas.

Unas adolescentes gemelas, una aplicación que nunca debieron usar y un hombre que las marca para siempre.

En el día de hoy, una familia lleva a sus dos hijas a la consulta.

Es mejor que esperen fuera.

Los traumas que trata el Doctor requieren de sus especiales habilidades y de un espacio privado en el que puedan expresarse y hablar de temas que nunca se atreverían ante sus conocidos.

LAS GEMELAS

Lorena y Estela son dos hermanas gemelas.

Llegan a la consulta con los 18 años recién cumplidos. Morenas, con unos ojos de un azul impresionante y una estatura envidiable para su edad, casi el metro setenta.

Estela tiene una piel de un blanco inmaculado y el cabello suelto hasta la mitad de la espalda.

Su hermana, Lorena, tiene algo más de color en la piel y lo lleva recogido en un estilo que recuerda a la cola de un caballo.

La historia que me vienen a contar es brutal y demuestra lo peligrosas que son las aplicaciones de contactos para una juventud atrapada en la cuarentena inducida por la situación creada por la llegada del virus chino en unas jornadas que fueron casi como de puertas abiertas.

Pronto queda claro que Lorena es la rebelde de la familia, la que accedió a la aplicación, mientras su hermana es la sensata pero que, aun así, no informó a sus padres de lo que pasaba en esos días.

Todo empezó de la forma más tonta.

Por aburrimiento.

Lorena se descargó la aplicación y conoció al tatuador turolense.

Estuvieron hablando varios días, pese a que, cuando Estela se enteró, intentó disuadir a su hermana de mantener contacto con un hombre maduro, pero, como a Lorena le resultaba curioso y sólo hablaban de temas aparentemente neutrales, no hizo caso y su hermana la encubrió, como tantas otras veces, y no dijo nada a sus padres.

Conforme pasaba el tiempo, los padres de las gemelas tuvieron que regresar a sus respectivos trabajos, y las conversaciones se fueron ampliando y cambiaron los horarios.

Él parecía estar en el chat de la app permanentemente y en cuanto Lorena se conectaba la atrapaba en la conversación.

Madrid Teruel, Teruel Madrid, en segundos gracias a internet.

Poco a poco, a lo largo de todos esos días en que su confianza se iba ampliando, el tatuador fue logrando que Lorena le contase pequeños datos que no parecían tener ninguna importancia real, hasta que el hombre al otro lado de la pantalla supo más de lo que realmente hubiera querido contarle si la hubiera preguntado directamente.

Y así llegó el día en que todas las precauciones resultaron no ser tales cuando la suma de los detalles que se iban filtrando en sus conversaciones sumaron un cuadro completo.

Ese viernes el padre de las gemelas tenía una importante reunión, de la que llevaba hablando toda la semana, aunque nunca se le ocurrió que lo que podía ser un éxito en lo laboral pudiera terminar así.

Su madre se fue con él, pese a las restricciones, para aprovechar y que la acercase a su propio trabajo porque su coche se había estropeado y con los talleres cerrados no había forma de solucionarlo por ahora. Eso y que prefería evitar el transporte público.

Como siempre, Estela fue la primera en levantarse y se pegó una ducha rápida antes de bajar a comprar el pan.

La gustaba ir a primera hora porque no hacía tanto calor y no solía haber mucha cola.

Lorena se quedó durmiendo. Otra vez había pasado la noche chateando hasta las dos o las tres, ni se había fijado, con ese hombre que la atrapaba en la conversación.

Él y alguno más, de eso estaba segura Estela, pues su hermana se entretenía con el tatuador, pero eso no quitaba que siguiera ligando en internet con chavales de su edad o, de vez en cuando, algún universitario, cosa que la producía un morbo especial.

Hizo el mismo recorrido de todos los días, compró el pan y, como siempre, la hija de los dueños la regaló un colín tan largo como la propia barra.

Lorena siempre la picaba diciéndola que eso era porque quería ligar con ella y, al principio, el comentario la irritaba porque ella no era lesbiana y la hacía sentir incómoda, pero con el paso de los días dejó de molestarla cuando su hermana lo repetía y hasta la seguía la corriente.

Llegó a la puerta que cerraba el paso de peatones que iba al garaje y que usaba para acortar y no tener que dar la vuelta completa al edificio.

Un hombre, con una espalda ancha, estaba allí, con la bolsa deportiva en el suelo, buscando las llaves para entrar, o es lo que supuso Estela.

  • ¡Ya las tengo en la mano! –anunció ella.

Él se volvió a mirarla, pero no lo reconoció.

Incluso sin la máscara y las gafas oscuras, no le sonaba, pero había gente que tenía alquiladas plazas allí, no sólo los vecinos del edificio.

Ella abrió y él entró, sin darla las gracias ni decir una palabra.

Eso la enfadó. No la gustaba la gente desagradecida, pero estaba deseando subir a casa y siguió su camino a través del parking hacia la puerta que comunicaba con el ascensor.

La seguían unos pasos que resonaban por todo el lugar.

Se giró y vio al hombre que iba unos pasos por detrás con su gran bolsa de deporte.

No hizo caso y siguió caminando, aunque cuando estaba llegando a la mitad y él continuaba avanzando, aceleró el ritmo a la vez que comenzaba a sentirse nerviosa y la adrenalina se extendía por su cuerpo.

Tropezó a unos pasos de la puerta.

¡Joder!.

La mitad de las veces se tropezaba con ese desnivel por culpa del administrador, que había recomendado mantener encendidas sólo un tercio de las luces del parking para ahorrar dinero en la factura de la luz.

Hubiera podido dar al pulsador para iluminar todo durante el minuto que funcionaban todas conjuntamente, pero sin guantes no quería hacerlo.

Casi había llegado a la puerta, ya era sólo empujar y…

De pronto dejó de ver por completo.

Alguien la había cubierto la cabeza con una especie de saco que apestaba a cebollas.

Intentó revolverse, pero recibió un golpe y la cabeza empezó a darle vueltas. Sintió un extraño zumbido en los oídos antes de notar un pinchazo y desmayarse.

Cuando volvió en sí la pesadilla comenzó.

Se despertó y se encontró con un espectáculo dantesco.

Lorena se encontraba completamente desnuda, tendida sobre la mesa del salón, con una especie de bola rosa con agujeritos en su boca para impedir que la pudiera cerrar y que no hubiera podido escupir o lanzar fuera con la lengua porque estaba bien fijada con una correa que iba por detrás de su cabeza,

El hombre llevaba unos boxers, lo único que llevaba aparte de la mascarilla y las gafas de sol.

Tenía la mitad izquierda del cuerpo llena de tatuajes del cuello hasta el tobillo. El lado de la derecha aparecía completamente limpio.

También podía ver que llevaba una barba que su padre habría definido como descuidada al estilo de los extremistas afganos y una coleta trenzada que bajaba hasta los omóplatos.

Anchos hombros,  musculatura marcada por horas de gimnasio o anabolizantes y unas cuantas canas mezcladas entre la oscura pelambrera eran el resto de los rasgos que podía apreciar.

No paraba de moverse alrededor de su hermana, a la que iba lanzando golpes con una especie de fusta corta, similar a las de los caballos, mientras ella gemía, lloriqueaba y se retorcía, completamente inmovilizada sobre la mesa por unas cuerdas de colores como las que alguna vez habían visto en venta en la zona de equipación para escalada.

No sólo la tenía atada, sino que la mantenía con las piernas flexionadas por las rodillas y separadas de forma que quedaba completamente a la vista del captor la depilada intimidad de la chica.

Sólo entonces Estela se empezó a dar cuenta de que ella misma estaba también completamente desnuda.

Se encontraba sujeta a la silla de respaldo alto con ruedas y reposabrazos de su padre.

Una cuerda o algo similar la sujetaba por el cuello de forma que tenía que mirar de frente obligatoriamente.

Los brazos, ya medio adormecidos por la postura y las cuerdas, estaban fijos por los codos y muñecas a la silla.

Otras dos cuerdas cruzaban su pecho por encima y debajo de sus tetas, fijando su cuerpo contra el respaldo de la silla, mientras otras hacían lo propio con sus piernas, de forma que quedaba con el sexo expuesto a cualquier mirada, con la diferencia que no iba depilada.

Algo oprimía sus pezones, pero no lograba verlo, sólo sentía un dolor punzante en ambos.

Tampoco podía hablar, pero, a diferencia de su hermana, lo que la habían metido en la boca era de un tejido razonablemente suave y que ya estaba empapado con su saliva.

Intentó sacarlo de alguna forma, pero lo notaba fijado de alguna forma que oponía una gran resistencia y tuvo que desistir.

  • Vaya, vaya –habló, por primera vez, con una voz profunda, el asaltante, dejando de fustigar a Lorena para girarse y mirar a Estela, que pudo ver que también llevaba un piercing en el ombligo-, por fin te unes a nosotros. Pensé que me había pasado con la K, ¿sabes, pequeña zorrilla? –decía, acercándose hasta sujetarla el mentón con la mano-. ¿Tú qué crees, nos vamos a divertir mucho todos o sólo yo? –ella se veía reflejada en las gafas del hombre y captó la cinta que tapaba su boca y lo que parecían unas pinzas atrapando en sus garras sus sensibles pezones. Él siguió con su discurso, soltándola y dirigiéndose mientras de regreso hacia la mesa donde su hermana seguía gimiendo-. ¿Te puedes creer que, después de todo éste tiempo, la puta desagradecida de tu hermanita me obligó a venir hasta aquí para hacer mi trabajo y, encima, la tuve que sacar a rastras de la cama porque se asustó al verme y pedir el justo pago de mi esfuerzo y paciencia de todo éste tiempo?. Porque es mucho tiempo sin trabajar, sin ingresos y teniendo que pagar local, luz, agua y materiales, ¿lo sabías o te importaba una mierda?. Pues ya ves… -contaba, mientras recorría el desnudo cuerpo de Lorena con la fusta- los precios han subido y me encuentro con que no los podéis pagar y… bueno… alguien os tiene que dar una lección por hacerme perder el tiempo… ¿no te parece? –terminó, golpeando con energía la teta más cercana de Lorena, que estalló en un grito que amortiguó hasta poco más que un susurro la mordaza.

El tatuador que Lorena había conocido en la aplicación, eso saltaba a la vista, había pasado de ser un pasatiempo virtual o encontrarse allí, con ellas, completamente sometidas a su merced.

Mientras Lorena seguía gimoteando e intentando moverse a veces, cosa que las fuertes cuerdas inmovilizadoras apenas permitían, Estela hacía lo propio pero con el mismo resultado, salvo algún que otro vaivén que desequilibraba momentáneamente la silla.

El hombre parecía ignorarlas por completo y estaba desplegando sobre la mesa, por encima de la cabeza de Lorena, toda una colección de agujas, un par de jeringas, geles, instrumentos metálicos de aspecto siniestro, espuma y cuchillas de afeitar e, incluso, papel film transparente.

  • Bueno, es hora de depilarte –anunció, volviéndose hacia Estela con la espuma y las cuchillas de afeitar.

Estaba ya casi sobre ella cuando se detuvo, acordándose de algo.

  • Casi me olvido –anunció, chasqueando los dedos-. Vamos a ir adelantando primero con tu hermana, así luego no tendré que esperar –y, sin más explicaciones, dejó de nuevo todo en la mesa y agarró un bote de gel, extendiendo con guantes una generosa capa sobre la entrepierna de Lorena, antes de cubrir la zona con el papel film transparente-. Bueno, eso tardará una hora en actuar, cariño –y, añadió, con algo parecido a la sorna, aunque con el amortiguamiento de la máscara era complicado de interpretarlo-. Por cierto, sí que era verdad que tienes un coño de toma pan y moja, calientapollas.

No podía ver bien la escena desde su posición, con las piernas flexionadas de su hermana entre medias, pero no le cupo duda, algo que luego confirmaría su hermana, de que, al quitarse el guante, la metió un par de dedos dentro del coño tras unos segundos de resistencia, humillándola en su indefensión.

  • Ahora a prepararte, princesita –sentenció el tatuador, recogiendo lo que antes soltase y llegando hasta la silla donde había atado y amordazado a Estela.

Sin poder evitarlo, el hombre maduro se puso de rodillas frente a ella y empezó a maniobrar con rapidez hasta eliminar por completo el vello púbico de la gemela sensata.

  • Listo, princesita –anunció, dándola unas tortas sobre el abdomen-. Ahora la cremita anestésica para prepararte como a la golfa de tu hermanita, ¿te parece?. Para que luego no os quejéis de mi profesionalidad, ¿vale, golfilla?.

Se levantó mientras decía esto y la propinó otro par de cachetes suaves en la cara, como riéndose de ella.

Al poco, también había aplicado una generosa capa del anestésico justo por encima del coño de la chica y cubría la zona con otro trozo del film transparente.

  • Bueno. A ver. ¿Y qué hacemos ahora con el tiempo que queda antes de ponerme manos a la obra?. ¡Ya sé!. Me iré cobrando un anticipo. No os importa, ¿verdad?. ¡Ya lo sabía yo! –preguntaba y se respondía a sí mismo.

Cogió otro bote de gel y las untó en cantidad los coños.

  • Al que inventó esto deberían darle una jodida medalla –afirmó, antes de pegar el primer lengüetazo en la entrepierna de Lorena-. Ummm… fresa, me encanta.

A partir de ese momento su cabeza desapareció un buen rato entre las piernas de la chica sometida sobre la mesa.

Se escuchaban sus gemidos, cada vez más alternados con jadeos y las lágrimas dieron paso a unos espasmos en las manos, que arañaban, o lo intentaban, la madera de la mesa, mientras ese hombre maduro que se había colado en su casa la comía el coño lubricado artificialmente al principio, pero que la naturaleza estaba empapando también desde dentro.

Estela no pudo evitar sentir una ligera excitación viendo a su hermana pasar de un extremo al otro, aunque se repetía a sí misma que lo que estaba ocurriendo era una violación, que ese maldito intruso estaba abusando de ellas y que de ninguna otra manera ni ella ni su hermana le habrían dejado hacer nada de todo eso… pero, aun así, una parte irracional de su interior estaba empezando a calentarse y sentía que su propia sexualidad empezaba a mojarse… un poquito, sólo un poquitín.

Cuando se levantó, Estela pudo ver la erección apenas contenida por el bóxer y no pudo apartar los ojos ni cuando él se rio de ella.

  • Seréis guarras. Las dos. Ya sabía yo que si una hermana es una furcia, su gemela también.

Dicho eso, se volvió a poner de rodillas entre las piernas de Estela y repitió la operación, lamiendo su coño hasta dejarla limpia del gel lubricante y que la humedad que ahora notaba proviniera de su interior.

Dejándola mojada, regresó a la mesa y se puso a preparar el instrumental de su oficio, aunque para ellas el aspecto era tan siniestro como si de una cámara de torturas se tratase.

Se cumplió la hora para Lorena y el hombre retiró con cuidado el film y limpió la zona con agua tibia antes de secarla y ponerse manos a la obra.

Apenas un cuarto de hora después había terminado.

Repitió la operación con Estela, que tenía la piel tan anestesiada que apenas notó algo parecido a unas picaduras muy suaves.

  • ¡Listo!. Ahora toca recoger –y, dicho y hecho, se puso a recoger todo y volver a meterlo en la bolsa, hasta que llegó el momento de las cuerdas y, entonces les dio la noticia-. Bueno, queda el temita del pago –chascó la lengua-. Ya sé que no lleváis nada encima, así que me lo cobraré de otra forma, ¿os parece?. ¿Sí, verdad?. Me gusta vuestra forma de pensar. Ya sabía yo que no os ibais a negar con lo zorras que sois las dos.

Antes de darse cuenta, el colín apareció en escena junto a una nueva dosis de otro lubricante distinto, sin sabor esta vez.

  • ¿Qué te parece, hasta dónde entrará? –retó a Estela a responder, sabiendo que no podía, mientras colocaba el colín que la habían regalado a la entrada del coño de su hermana.

Se detuvo antes de empezar y miró con detenimiento a la más sensata de las dos hermanas.

  • A lo mejor quieres ayudarme, ¿verdad, princesita?.

Intentó negar con la cabeza, pero fue en vano.

El hombre la arrastró con silla incorporada hasta donde estaba su hermana, frente a ella, justo entre medias de sus piernas.

Podía ver su coño completamente expuesto y la palabra tatuada justo por encima, a la altura de la línea del bikini.

Sin necesidad de intentar mirarse, supo que era la misma palabra que ahora ella también llevaba tatuada en el mismo sitio.

Sintió un asco tremendo.

Era una palabra tremendamente humillante.

  • Te voy a contar de qué va esto, ¿vale, princesita? –se puso a hablar el tatuador maduro-. Le voy a colocar a la calientapollas de tu hermanita la punta del colín en su puto coño y la otra parte irá en tu boca, ¿entiendes, princesita?. ¿Sí?. La cosa va a ser así, te iré moviendo despacito hacia delante y tú tienes que ir comiéndote esta mini barrita de la bollera que te tira los tejos, pero sin soltarla. Cuanto más te comas, menos le entrará a la puta de tu hermanita, ¿sí?. Si haces cualquier otra cosa o sueltas la mini barrita, se la meto enterita de golpe, ¿sí? –y, antes de retirar lo que tenía en la boca, añadió a su oído-. Y si intentas gritar, también pero a lo bestia, ¿comprendido, princesita?.

Quitó la cinta aislante de su boca de un tirón, haciéndola daño.

La escocía toda la zona cuando metió sus dedos para sacar lo que había tenido dentro de la boca.

Se lo enseñó.

Eran sus propias bragas.

Las tiró al suelo y colocó, como había dicho, un extremo del colín en la entrada hiperlubricada del coño de Lorena y el otro extremo entre los dientes de Estela.

El juego comenzó.

Juego para el tatuador, tortura para las dos hermanas.

Estela veía cómo el colín se iba hundiendo dentro del sexo de su hermana, que no paraba de quejarse y lanzar gemidos cada vez más altos, a la vez que ella intentaba no soltarlo y morder trozo a trozo esa fina masa de pan duro a la vez que el hombre iba impulsando despacio la silla hacia delante, acercándola a la mesa y al coño abierto de Lorena.

Las dos estaban llorando al cabo de unos segundos, incapaces de soportar la presión y de verse atrapadas en el juego de la penetración del coño de una de ellas con el bastoncillo de pan duro que la otra apenas lograba sostener en su boca.

Y, entonces, todo se detuvo.

La silla había llegado lo más cerca que podía de la mesa.

Y el colín apenas había entrado unos centímetros dentro de la vagina de Lorena.

El tatuador estalló en una risa cruel tras haber engañado a las dos hermanas, que pensaban que iba a metérselo entero y romper por dentro a Lorena.

Cuando por fin se calmó, aclaró la situación:

  • Veo que sois aún más tontas de lo que pensaba, además de furcias baratas. Tú –dijo, empujando la cabeza de Estela-, princesita –señaló con recochineo-, como te gustan las bolleras, ahora te toca demostrarme lo que sabes hacer. Te vas a terminar de comer el colín y luego vas a seguir con el puto coño de tu hermana, ¿sí?. Si no lo haces, os jodo como no te puedes imaginar, ¿sí?. Ya puedes empezar.

Mientras Estela iba mordiendo el colín, aún clavado unos centímetros en el interior de la vagina de Lorena, el tatuador se quitó el bóxer junto a ella.

Su endurecida polla asomó a su lado, pero ella resistió la tentación de mirar y siguió cumpliendo con sus órdenes.

Él rodeó la mesa para subirse un poco más adelante.

El crujido fue espantoso.

Parecía que no iba a soportar el peso.

Pero lo hizo.

Y él se puso de espaldas a Estela, que le podía ver inclinándose sobre su hermana y quitándole de golpe la mordaza.

No vio lo siguiente, pero por el movimiento del cuerpo lo dedujo y se lo confirmarían después.

Ese hombre maduro obligó a Lorena a tragarse su polla.

Con el rostro congestionado, con lágrimas resbalándole por la cara y babas por toda la barbilla, el cuello y la mesa.

Pese a todo ello, no tuvo piedad de ella y, después de un par de guantazos disuasorios,  metió su grueso trozo de carne en la boca de la gemela y empezó a moverse arriba y abajo para ir follándose muy despacio la boca de la chica de ojos suplicantes.

De vez en cuando comentaba a Estela “ni se te ocurra parar, princesita”, sin mirarla siquiera, concentrado en obligar a la hermana a tragarse toda su endurecida y caliente polla.

La otra gemela, la más sensata, pero que había sido incapaz de detener a su hermana del peligroso juego de internet en el que se metió al descargar la aplicación, se terminó el colín e hizo lo que la pedían, le comió el coño a su hermana.

Nunca lo había hecho, pero lo había visto una y mil veces en internet.

Ser la más sensata no significaba que nunca hubiera visto porno.

Lo había hecho.

Y ahora aplicaba lo visto sobre su hermana, comiéndola el coño, devorándolo con sus labios y su lengua, acariciando su clítoris a ratos y otras mordisqueando sus labios vaginales.

Pronto su hermana, o, más bien, su cuerpo, reaccionó, porque ninguna de las dos sentía especial inclinación hacia el tema lésbico, aunque tampoco se habían negado a ver una o dos escenas a escondidas.

La humedad aumentó.

El calor que emanaba del coño se incrementó exponencialmente.

Un olor intenso, el mismo que producía su cuerpo cuando estaba excitada, llenó el ambiente y sus fosas nasales.

Por alguna extraña razón, eso la hacía sentirse excitada, pero sólo un poquito, y, mientras ese hombre maduro que las estaba asaltando seguía violando la boca de su hermana, ella la hacía ponerse cachonda con los esfuerzos de su boca y lengua.

Cuando la tuvo dura, muy dura, el hombre sacó su tronco masculino del interior de la babeante boca de Lorena y se dejó caer sobre la mesa, empujando con los pies a Estela, que no pudo evitar que la silla se inclinase y terminase contra la pared de detrás, quedando inclinada, pero pese a ello con una visión demasiado privilegiada de lo que estaba pasando.

Con bestial precisión, el hombre tatuado por la mitad, clavó su polla dentro del coño de Lorena, que no pudo evitar gritar, suplicando que no lo hiciera.

Una lluvia de tortas paró las quejas.

Empezó a bombear, agarrando por el cuello a Lorena con una mano y con la otra jugando y presionando en sus tetas, alternando golpes con amasados y besos con pellizcos y mordiscos en los pezones, todo ello sin detener las embestidas que hacían crujir e inclinarse peligrosamente la mesa.

Nada de eso le importaba y seguía violando con fuerza hasta el fondo lo más íntimo de la chica, clavando una y otra vez su polla dentro del inflamado coño de Lorena, que emitía unos sonidos que Estela era incapaz de identificar entre el caos de sonidos y los gruñidos que ese maduro tatuador aullaba entre medias de toda clase de insultos y desprecios.

La situación se prolongó más de lo que ninguna de las dos habría podido llegar a pensar con la imagen que se habían elaborado del hombre con el que Lorena había estado chateando sin ningún cuidado esos días.

Él embestía como un animal, golpeando con sus huevos contra los muslos de la chica con cada movimiento de penetración y su polla llegaba hasta lo más profundo de la vagina de Lorena, provocándola un intenso escozor y otros sentimientos que era incapaz de separar en mitad del asalto.

La descarga fue inesperada, pero sucedió.

No había usado ningún profiláctico y se vació por completo dentro del empapado coño de la gemela, lanzando su cuerpo un par de veces más para asegurarse de dejar hasta la última gota de su semilla dentro de ella.

La dio un par de tortas cariñosas en la cara antes de bajarse de la mesa.

  • Esto es lo que les pasa a las calientapollas y a las niñitas malcriadas que no tienen con qué pagar, ¿sí?. Te ha encantado, ¿verdad furcia?. Ahora le toca a la bollera de tu hermana –dijo, volviéndose con la polla palpitante y soltando hilillos de semen por la punta hacia Estela.--. Aunque… a lo mejor se lo perdono si las dos hacéis algo por mí, ¿sí? –comentó, como pensativamente-. ¿Queréis hacer algo por mí o me lo tomo por las bravas? –y, como ninguna dijo nada, estando como estaban en shock, las gritó-. ¡¿Sí o no?!.

  • Sí –terminaron respondiendo las dos, Lorena con un hilo de voz, agotada tanto por la mamada como por la violación de su coño, y Estela un poco más alto.

  • Bien. Ya sabía yo que si una hermana es una puta calientapollas la otra, aunque sea una princesita no se queda atrás.

Explicó su visión con todo lujo de detalles antes de soltar a Estela.

La chica se tuvo que subir a la mesa y sentarse sobre el rostro de su hermana, encargada esta vez de comerle el coño.

Todo ello mientras desde el asiento que antes ocupara Estela, el maduro tatuador las observaba y se iba tocando el pene, masturbándose y poniéndoselo de nuevo duro.

Pese a que ninguna había tenido ese tipo de experiencias antes, Lorena fue tan o incluso más habilidosa que su hermana con la lengua, y, al poco, estaba logrando que el sexo de Estela se abriera a unas sensaciones que nunca había sentido de esa manera, sí tocándose ella misma, pero nunca habría pensado que la lengua de su propia hermana fuera capaz de algo así.

Fue tal el morbo de ese momento que, por un breve instante, Estela olvidó lo que sucedía a su alrededor y cerró los ojos movida por el deseo.

Se empezó a tocar y se quitó las pinzas que lastimaban sus pezones para poder acariciárselos ella misma.

Sentía hervir su sexo, lleno de una lujuria intensa y de la necesidad de… de algo que no quería en ese momento y…

La arrancó de su ensoñación el tipo, agarrándola de la cabellera y obligándola a bajar de la mesa.

La tumbó sobre su hermana, colocando sus bocas una frente a la otra.

  • Besaos o la rompo el culo, ¿sí?.

Lo hicieron.

Se empezaron a besar y él apuntó su polla al hueco entre las piernas de Estela, directamente a su húmedo coño abierto.

Entró sin problemas.

Clavó su pene, insertándolo hasta la mitad a la primera, antes de comenzar a bombear, agarrado a los hombros de la chica, que intentaba concentrarse en el beso que estaba dándose con su hermana y no en la polla que estaba reventándola por dentro ni las sensaciones húmedas que eso estaba despertando en ella.

Tardó menos en correrse esta vez, pero para ella fue algo muy muy largo, con esa polla gruesa y caliente, muy caliente, entrando y saliendo de su vagina una y otra vez, llenándola sin parar, dilatando su interior como nunca antes la había pasado y forzándola una y otra vez de una forma bestial y salvaje.

Cuando se corrió dentro, los chorros le pareció que salían hirviendo, como un chorro de vapor de agua saltando desde una olla a presión.

La llenó con su segunda dosis de lefa y no paró de clavar su pene hasta que, de nuevo, dejó hasta la última gota de su semen en el interior del inflamado coño de la segunda de las gemelas.

  • Ahora quietecitas o me enfadaré.

Fue lo último que escucharon antes de sentir las agujas en la piel.

Despertaron horas después, tiradas y desnudas en mitad del salón, con su madre chillando ante el espectáculo de la casa desordenada y sus hijas forzadas y tatuadas.

Aún no han conseguido que les borren la palabra que les impedirá usar bikini o ducharse con alguien en una buena temporada.

Un recuerdo de la humillación sufrida.