Casos sin titulares X: Radiopatio.

Durante la cuarentena se producen situaciones de todo tipo, pero radiopatio no deja de funcionar. Una joven comprobará en una noche el lado más oscuro del vecindario, sometida a los caprichos de un desalmado.

El encierro forzoso durante la crisis oscasionada por el virus genera numerosas dificultades.

Al Doctor le llega un caso muy particular:

RADIOPATIO

Nuria acababa de cumplir los 23 años y trabajaba en la secretaría de un instituto cuando llegó la crisis del virus chino.

Con su media melena de color caoba, su estatura de poco más de metro sesenta, unos senos rebeldes que insistían en ajustarse mal a los sujetadores y un rostro que la hacían parecer más joven, la hacía el blanco de las miradas de más de un estudiante y algún que otro profesor.

Acababa de romper con su novio después de ocho años y estaba mudándose al piso que sus abuelos le habían dejado cuando todo se paralizó al decretarse el confinamiento forzoso.

Y allí estaba ella, en el cuarto y último piso, con la mayoría de su ropa aún en su antigua casa y, básicamente, sin nada que hacer, así que pronto se aficionó al radiopatio.

No es que participase. Ella no era una cotilla. Pero aun así… tenía oídos… y era inevitable escuchar por las mañanas mientras ventilaba la casa a las vecinas de los pisos inferiores hablar de un lado al otro del patio, contándose cosas del día a día, comentando lo que pasaba a sus familias, criticando al vecino de uno u otro lado o quejándose de una cosa u otra.

El único que no parecía participar de ello era el vecino de enfrente.

Seguramente también debía de haberse mudado hacía poco.

Era un poco raro.

Debía de tener casi cuarenta tacos y evitaba cualquier contacto con el exterior por lo que ella veía.

No creía que saliera ni siquiera para comprar pan.

Al principio también parecía que intentaba esconderse incluso de ella, pero después de un par de días ya le daba igual que lo viese moverse por el piso de enfrente.

Y, un buen día, también empezó a abrir una de las ventanas que daban al patio interior.

Por debajo se escuchaba salir de vez en cuando a las vecinas de los pisos inferiores, a contar sus batallitas con sus maridos o a quejarse del teletrabajo o comentar esto o aquello de otra vecina con la que luego pondrían verde a esa otra vecina con la que antes habían estado poniendo verde a la otra… y así todo el rato, alternando cotilleos varios como si fuesen la información más importante del planeta en ese preciso instante.

Una voz sonó al otro lado del patio, cuando, por un momento, desaparecieron todas las cabezas del radiopatio, para ocuparse por un instante de otros quehaceres.

  • ¿Qué? –preguntó Nuria, que, aunque nunca participaba de radiopatio y le parecía una vulgaridad, en el fondo no podía evitar sentirse atraída por esos chismes y escucharlos era casi una forma de terapia en la situación de encarcelamiento residencial.

  • A eso lo llaman hacer vida social –repitió el vecino de enfrente, un poco más alto, asomándose ligeramente, lo suficiente para que ella lo escuchase pero no pudiera ser detectado por nadie más.

  • Bueno, sí, es… bueno… -no sabía explicarlo en ese momento, mientras hacía la cama cubierta por una de las camisetas de su ex que aún tenía en su poder y que, por su tamaño, hacía las veces de camisón para dormir.

  • Juan –se presentó.

  • Nuria –respondió ella.

  • ¿Y tu marido?.

  • ¿Qué?. Yo… ahhh… esto… no, es sólo que se le olvidó y yo… bueno…

  • El anillo –interrumpió sus explicaciones, que ella creía referidas a la camiseta.

  • Ahhh, no, no… es que me gusta y... vamos, que no estoy casada. Yo…

  • Bien –volvió a cortar, provocando que se ruborizase al interpretar esa palabra como una mezcla de interés y, a la vez, con un puntito de incomodidad.

Cerró la ventana apenas un segundo después, casi al mismo tiempo que una nueva cabeza asomaba al patio para saludar desde abajo a Nuria y preguntarla por la familia.

Ella podía ver al vecino mirándola fijamente.

Eso hizo que experimentase un momento incómodo, aunque, a la vez, precisamente el sentirse observada, la hacía sentir un puntillo de excitación y sabía que se estaría notando rápidamente porque sus pezones se marcaban enseguida, sobre todo porque prácticamente ya no usaba sujetador.

De pronto, se encontró acercándose más a la zona de la casa que daba al patio y, cada vez que se pasaba, lo veía.

Parecía que, como ella, había llegado con la cantidad de ropa justa, porque parecía que siempre llevase lo mismo.

A veces lo veía haciendo flexiones o moviendo unas pequeñas pesas de mano, descamisado y mostrando unos pectorales bastante más marcados de lo que esperaba para su edad.

Otras veces lo veía viendo porno sin pudor alguno, con las persianas subidas y sin correr la cortina, y pajeándose.

Eso lo hacía desnudo.

Lo sabía porque, aunque estaba sentado dándola la espalda, cuando se levantaba para ir al lavabo podía verle de espaldas y su perfil cuando giraba para meterse en el cuarto de baño.

Y no sabía por qué, eso la excitaba.

Se estaba convirtiendo en una pequeña cotilla, algo que detestaba. Radiopatio era una absoluta vulgaridad, pero… bueno, realmente eso no contaba porque no se lo decía luego a las vecinas, ¿verdad?.

Empezó a coger la costumbre de tocarse también cuando le pillaba viendo porno.

No podía escuchar nada, pero no es que hiciera mucha falta.

Se dio cuenta de que ella también echaba de menos el sexo. No es que la gustase el porno o espiar al vecino o… pero es que hacía mucho y… bueno, tampoco era nada malo…

  • Nuria –afirmó una voz, a un volumen suficiente como para que ella captase el sentido de la palabra.

Se volvió.

La había vuelto a pillar haciendo la cama.

A saber cuánto tiempo había estado espiándola.

Se sintió a la par incómoda, imaginando que había estado un buen rato esperando para hablar y mirando el color de su braga asomando bajo el camisón , y, a la vez, un poco excitada, sin saber realmente muy bien por qué.

  • Buenos días, Juan.

  • Tú sí –contestó y Nuria se sintió un punto más incómoda, sintiéndose observada de una forma que, en parte no la gustaba y en parte, debía admitirlo, sí.

  • Yo… gracias.

  • Hace calor por la noche.

  • Ya… bueno… sí… -no sabía cómo interpretarlo.

  • Deja la ventana abierta.

  • ¿Qué?.

  • Bonitas bragas –cambió de tema.

Ella se sonrojó, acordándose de que, seguramente, antes de hablar la había estado mirando y espiando cuando se agachaba para mirar sus bragas.

Se lo imaginó tocándose como cuando veía el porno.

La dio asco… y un poco de morbo.

  • Recógelas –continuó él cuando Nuria estaba ya casi a punto de soltarle un corte por ser tan vulgar-. O te van a oler a cocina.

  • Ahhh… gracias… -respondió ella, dándose cuenta de que se refería a la ropa que tenía tendida en las cuerdas del patio- Ehhh... voy a por el cesto.

El corazón la latía desbocado mientras iba a buscar el cesto de las pinzas.

No sabía por qué estaba así.

Era verdad que estaba en esos días del mes, que tenía las tetas a punto de reventar y que se excitaba con mucha facilidad por cualquier roce, sobre todo después de haberse depilado el día anterior el coño después de hacía tanto tiempo, cosa que aún no sabía por qué lo hizo, porque lo del sexo era algo de lo que podía olvidarse en una buena temporada tal como estaban las cosas.

No supo ni que lo había hecho, hasta que lo hizo.

Regresó con el cesto para recoger pinzas, pero sin las bragas.

La excitaba la idea, no sabía por qué.

Ella no era una exhibicionista.

Bueno, no es que fuera a exhibirse, porque la camisola la cubría y salvo que lo hiciera a propósito o se inclinase mucho de espaldas, el vecino no podría ver nada.

Él seguía allí, esperándola junto a la ventana, pero sin asomarse.

  • Buena chica –le pareció escuchar que decía cuando se inclinó para empezar a recoger. Lo ignoró.

Por alguna razón el recoger así su ropa, sin las bragas, sabiendo que sus pezones se marcaban demasiado y que cada vez que se agachaba él la podía mirar el comienzo de las tetas por el agujero de ese holgado y falso camisón, la hicieron sentirse más excitada y, por un momento, se lo imaginó tocándose como cuando miraba el porno.

  • Muy sexy –escuchó que decía mientras ella tenía en la mano uno de sus tangas de encaje.

  • Gracias –respondió, automáticamente.

  • Yo duermo desnudo.

  • Ahhh… bueno…

  • ¿Te molesta?.

  • No, que va, bueno, cada uno…

  • Me da igual –volvió a cortar su frase, bastante grosero. Luego soltó-. No me espíes cuando me toco.

  • Yo no… –se defendió la chica.

  • Tengo ojos –interrumpió de nuevo-. Y existen los espejos –señaló, inclinando la cabeza ligeramente hacia el espejo que revestía las puertas del armario junto al televisor donde solía poner sus vídeos porno.

  • Ahhh… bueno… yo…

  • ¿Lo sientes?. Me importa una mierda. No lo vuelvas a hacer, ¿entendido?.

  • Sí.

  • No hagas que me cabree.

  • Ya, ya…

  • ¿Llevas bragas? –volvió, de nuevo, a cortarla.

  • Yo… -iba a decir que qué más le daba, pero comprendió que casi sería lo mismo que admitir que no llevaba, y la conversación ya era bastante incómoda en ese momento y se atrevió a contraatacar-. No seas guarro.

  • No tienes ni puta idea de lo que soy, pervertida.

  • No soy una pervertida.

  • No vuelvas a espiarme –y cerró la ventana sin dejarla responder y, casi como si viera el futuro, un instante antes de que radiopatio se pusiera a funcionar a tope, con la mitad del edificio saliendo a comentar cotilleos en el patio.

La conversación le había dejado mal sabor de boca.

Cada día era más grosero.

Cerró su propia ventana, esquivando incómodas preguntas de radiopatio, y se puso a doblar la ropa sobre la cama.

Llevaba la mitad cuando se dio cuenta de que… Se giró y allí estaba él mirándola, sentado de forma que no veía lo que hacía con sus manos, pero se lo imaginó.

Seguro que había podido ver la rajita de su coño.

Era tonta, mira que quitarse las bragas antes.

Se marchó corriendo al cuarto de baño, sudando.

Después del susto inicial, tuvo que reconocer que estaba un poco, sólo un poquito, excitada.

¿Y qué la importaba lo que pensase ése?.

Empezó a tocarse.

Más que tocarse fue apenas una caricia, pero, por alguna razón, eso la ayudó a calmarse.

Se asomó y ya no estaba.

Respiró aliviada, al menos en parte.

Sin embargo, por alguna extraña razón, una parte de ella empezó a sentirse excitada por la idea de alguien tocándose mirándola, espiándola. Tenía su punto de morbo.

A la vez era asqueroso… pero… aun así…

Sin buscarlo, otra vez se estaba acariciando la raja. Había algo de excitante en ese morbo, aunque fuese algo tan… tan… tan rematadamente vulgar.

Tenía que ser la falta de sexo, porque cuando estaba con su chico casi podía contar con los dedos de la mano las veces que se había masturbado, pero lo estaba haciendo y… y, joder, cómo lo necesitaba.

Se sentó y ya no se acariciaba, ahora se estaba tocando con más energía, jugando con su sexo, excitándose más y más con cada movimiento de sus dedos, con cada roce eléctrico.

Notaba crecer el calor dentro y fuera de ella, su mano buscaba los espacios, las curvas de los labios vaginales, tocaba el clítoris, su vulva ardía y su coño pedía que buscase la forma de calmar la ansiedad que sentía.

Entornó los ojos mientras su mano seguía tocando su coño y, con la otra, se iba acariciando primero los muslos, para después subir lentamente, acariciando su abdomen y deslizando la camiseta hacia arriba en su camino hasta sus tetas hipersensibilizadas.

Se las acariciaba, primero una, luego la otra, y sentía la necesidad de aumentar la presión sobre su entrepierna, y su otra mano, la directora, comenzaba a meter los dedos, uno por uno, buscando el punto justo ya no fuera, sino dentro de la cueva de su coño, en lo más profundo de su vagina.

Escuchaba suspiros y algún que otro gemido, pero era como de otra persona, como de otro sitio… y, a la vez, era un sonido de fondo que también la resultaba excitante mientras seguía tocándose la entrepierna, masturbándose con una sensación de urgencia el coño, mientras su mano no dominante iba recorriendo su cuerpo de arriba abajo, desplazando esa prenda que ahora la incomodaba, buscando calmar la necesidad de cada palmo de su piel de sexo.

Su respiración se aceleraba, el calor aumentaba, el ritmo de sus dedos por dentro y por fuera de su coño no paraba de incrementarse… no podía pararlo ya, no quería pararlo ya… cada vez más rápido, cada vez más profunda su exploración, cada vez el clítoris más palpitante, cada vez… cada vez… y estalló… estalló con un gemido triunfal, gutural, muy animal y primario… una corriente de placer que la recorrió de arriba abajo mientras convulsionaba y se corría en sus manos, escurriéndose entre sus dedos y mezclándose con unas gotas de orín que no pudo contener después de tanto tiempo necesitándolo.

Poco a poco se fue calmando y una sonrisa se instaló en su rostro.

Abrió los ojos despacio, como no queriendo regresar, a la vez que sus dedos no paraban la exploración de su coño, acariciándolo y agradeciéndole ese momento tan delicioso.

Se limpió un poco y se ajustó la camiseta.

Según giraba para salir del cuarto de baño vio algo en una esquina del espejo del lavamanos, justo antes de abandonar el lavabo, y allí le tenía de nuevo, a su vecino, quieto y sentado en la habitación de enfrente, mirando fijamente hacia donde estaba ella.

La hizo sentirse incómoda.

Por un momento se lo pudo imaginar espiándola de alguna forma, como si tuviera rayos laser en los ojos o qué se yo, y pudiera atravesar las paredes y haberla visto masturbándose.

Se dio cuenta de que se había puesto colorada, como una cría a la que sus padres hubieran pillado haciendo algo malo, y se enfadó consigo misma.

Se marchó, cerrando la puerta y dejando la ropa a medias de doblar y a su grosero vecino de confinamiento al otro lado del patio.

Esa tarde, mientras algunos vecinos aplaudían y otros usaban las cacerolas, le volvió a ver tocándose, masturbándose frente al televisor con una nueva película porno en pantalla.

No es que le viera viera , pero era obvio lo que estaba sucediendo, porque ese tipo de películas no servían para nada más, ¿verdad?.

De repente, Juan cambió ligeramente de posición, moviendo apenas el ángulo de su cabeza, pero fue lo justo para que a Nuria se le saltase el corazón en el pecho y se marchase, asustada de un modo incomprensible porque pudiera volver a echarla la bronca por espiar.

Pero ella no le espiaba, no lo hacía, era sólo que… oye, ¿y para qué existían si no las persianas?.

Que esa era otra de las cosas raras del tipo, que nunca bajaba las persianas.

Esa noche intentó hacer un experimento en la cocina, un nuevo plato, cuando la llamaron al teléfono.

Ni se dio cuenta de cuánto estuvo colgada del móvil, pero cuando cortó la comunicación, la mitad de la casa se había llenado del olor quemado de algo que ya no había quien se pudiera comer.

Tocaba ventilar prácticamente la casa entera.

No la apetecía hacerse nada, así que, mientras desaparecía el olor, decidió aprovechar para darse un gustazo.

Abrió el grifo de la bañera, añadió su ingrediente secreto y se puso a ver cómo se llenaba de agua caliente, espuma y un ligero aroma cítrico.

Se desnudó lentamente, saboreando cada instante, y tocándose muy despacio.

La encantaba recorrer su cuerpo imaginándose que era su ex.

Últimamente pensaba mucho en él, aunque sabía que la cosa no tenía vuelta atrás, porque había visto su perfil y… bueno, no tenía sentido seguir haciéndolo, pero no podía evitarlo, era algo que… bueno, es que había sido mucho tiempo y…

Su móvil chilló, exigiendo carga.

Nuria se sobresaltó, ya con un par de dedos bien metidos en su coño hinchado.

  • Joder con el puto teléfono –soltó sin querer.

Si sus padres la hubieran escuchado ya la estarían reprendiendo y diciendo que no está bien decir tacos, pero estaba muy cansada, cansada del encierro forzoso, cansada de estar sola, cansada de que sus experimentos en la cocina se torcieran 9 de cada 10 veces y, sobre todo, fastidiada de que la hubiese cortado el rollo.

Salió afuera desnuda, con el móvil en la mano y con la única luz del baño como referencia, porque de noche apenas entraba algo de luz en la casa de fuera.

Lo puso a cargar en la mesilla y un pequeño escalofrío la recorrió, una sensación como si de que hubiera alguien más allí.

Se giró y miró alrededor.

Nada.

Todo estaba en silencio y no se apreciaba nada.

Los únicos sonidos llegaban amortiguados a través de la ventana del patio, de más abajo.

Por un momento miró enfrente, por si justo el vecino… pero no, no se veía a Juan y todo estaba a oscuras al otro lado del patio.

Regresó, sintiéndose tonta, como una niñita asustada de la oscuridad.

  • ¡Joder! –volvió a decir, en voz alta, y corrió hasta la bañera para cerrar el grifo antes de que el agua se desbordase-. ¡Mierda!.

Tuvo que esperar un rato hasta que bajó lo suficiente el nivel del agua para poder entrar sin inundar el baño, después se metió despacio en el agua caliente.

  • Ufffff –gimió, disfrutando con los ojos cerrados del calorcillo y de la sensación de relajación que siempre sentía en la bañera cuando disponía de tiempo y tranquilidad.

A los dos minutos se estaba volviendo a tocar, cerrando los ojos para concentrarse.

Disfrutaba enormemente de esos momentos.

Era lo único bueno de la situación.

Podía hacer eso casi cada día e irse a dormir así después, limpia y relajada… muy relajada… era toda una gozada.

  • ¡PUM!.

¡Menudo susto!. Casi la da algo. Una puerta se había cerrado de golpe. Qué mierda de corrientes.

La había cortado cuando estaba en lo mejor.

Se detuvo y escuchó.

El agua moviéndose hacía ruido, así que tuvo que esperar a que se calmase la superficie. Era un auténtico fastidio, pero aunque supiera que había sido la corriente, había algo siempre dentro de ella que la obligaba a parar y buscar ruidos extraños, a detectar si había alguien más, si podía haber otra razón para ese golpe o si era algo realmente fortuito, causado por una ráfaga de viento y el no haber puesto los topes a las puertas.

Estuvo un buen rato así, pero al final descartó otras posibilidades que su mente pudiera conjurar, y volvió a acariciarse.

No era igual, no podía serlo, después de ese segundo susto, pero no iba a permitir que eso le fastidiase su rato en la bañera.

Después de un rato, con todo en calma, la cosa fue mejorando.

Se olvidó del portazo y de todo lo demás y se concentró en sus dedos, en cómo se sentía por dentro, en cómo su clítoris volvía a excitarse, en cómo sus pechos respondían a las caricias de su otra mano, en cómo sus pezones despuntaban, en cómo su coño hinchado admitía en su interior a sus dedos.

Su respiración se aceleraba, el pulso se disparaba, notaba más calor ya dentro de su cuerpo que en el agua que la envolvía, sus dedos se movían con más energía que antes, cada vez más rápidos y más profundos, cada vez llevando a un punto más álgido la excitación, cada vez más cerca de explotar en otro orgasmo, cada vez…

Sintió una pequeña corriente en la piel, muy breve, casi anecdótica, pero estaba disfrutando tanto de esas sensaciones tan íntimas que ni abrió los ojos esta vez, concentrándose en el placer que sus manos la daban, en esa sensación que la inundaba.

Gemía sin poder evitarlo, lo sabía, pero no la importaba, y menos allí en ese momento.

Su mano se desplazaba de una a otra de sus tetas con precisión, en cuanto una empezaba a relajarse, la visitaba, amasándola y estimulando el pezón hasta que la otra le pidiera atención, a la vez que su mano dominante, la diestra, se empeñaba en llevar a su coño cada vez más cerca del orgasmo, moviéndose de fuera adentro, alrededor, por todas partes, desde los labios exteriores a lo más profundo de la vagina y rozando el clítoris para llevarlo al punto máximo de excitación animal.

  • Ahhhh… ahhhhh… Dios… Dios… ahhhh… joder… ahhhh… -empezó a dejar escapar entre medias de los gemidos cuando por fin la inundó el orgasmo, haciendo temblar todo su cuerpo y que el agua vibrase y se moviera como en plena marejada.

  • Joder con la puta –escuchó una voz masculina justo a un palmo de su oreja.

No la dio tiempo ni a abrir los ojos o asustarse, bueno, eso sí, pero ni se dio cuenta en ese momento en que su corazón ya estaba hiperacelerado por el orgasmo, antes de que alguien, ese hombre, ese intruso, empujase su cabeza para meterla bajo el agua.

Chapoteó aterrorizada, por inercia, a la vez que sus manos buscaban los bordes desesperadamente.

El pánico la atenazó mientras una pierna se introducía en la bañera hasta pisarla en el ombligo, presionando.

Luchó contra el intruso, pero sus pulmones le ardían.

Sus manos buscaron ahora quitar la mano que sujetaba su cabeza, pero tampoco surtió efecto.

Un segundo pie se introdujo en la bañera y se aposentó también sobre su abdomen, colocándose ahora ambos pies alrededor de la zona del ombligo.

Sólo entonces la soltó y Nuria sacó la cabeza del agua, boqueando en busca del aire suficiente para llenar sus pulmones.

Él se puso a darla pisotones, pero apenas podía gritar mientras se afanaba en recuperar el control de los pulmones y del vital suministro de oxígeno.

  • Ya te avisé que no me espiaras, sucia zorra.

Era el vecino.

No podía aún mirarle, más concentrada en respirar que en abrir los ojos a la escena que se dibujaba ante ella.

Cuando lo logró, él estaba allí, desnudo, con sus pies sobre su abdomen, impidiendo que se pudiera levantar, oprimiendo su barriga.

  • Chúpamela –ordenó, con una mezcla entre desprecio y desgana.

Un segundo más tarde lanzaba un golpe contra el rostro de la chica.

  • Chú-pa-me-la –recalcó despacio la palabra, antes de gritar- ¡YA!.

Totalmente indefensa, no tuvo más remedio que obedecer.

Intentó agarrar el miembro erecto con una mano, pero el vecino lo rechazó, agarrando por la muñeca a Nuria y descargando sus talones con fuerza sobre el abdomen de la chica para remarcar la urgencia del momento.

La joven hizo lo que pudo en la complicada postura, estirando el cuello lo máximo que pudo para simplemente poder rozar con la punta de la lengua el extremo del capullo del pene de ese vecino que se había convertido en un asaltante nocturno.

Usó su lengua como jamás lo había hecho, pero no era suficiente, no llegaba, se esforzaba pero apenas llegaba con el extremo de la lengua a rozar la polla del cabrón.

  • No, no puedo, de verdad que no puedo… -logró articular, llorando mientras por el sentimiento de impotencia y humillación de la situación- ... no puedo… no llego…

  • ¿Te parece pequeña, verdad, hija de puta?. ¿Es eso lo que dices? –la decía el vecino, acercando su rostro a la cara de la chica, de forma que la caían los salivazos que brotaban de la boca de Juan.

  • No… yo no… -intentó defenderse, negar la acusación, porque sabía que criticar la hombría era algo que enfadaba a la mayoría.

  • Vas a ver, maldita hija de puta –interrumpió su vecino, dándola un puñetazo repentino en la cara, que rebotó contra el fondo de la bañera y la dejó aturdida.

Cuando quiso darse cuenta, la estaba sacando del baño y la lanzaba, empapada, sobre la cama sin deshacer, dejando un reguero de agua por todo el suelo a través del que la había arrastrado.

  • Te vas a enterar, puta zorra de mierda… -le escuchó murmurar, mientras se tumbaba sobre ella, aprisionándola bajo su peso.

La agarró por las muñecas, forzándola a colocar los brazos detrás de la espalda de manera que con una sola mano la sujetaba a la vez que con la otra la agarraba por el cuello, obligándola a mantener el rostro contra la cama y, así, ahogar sus sollozos y súplicas cuando notó cómo la punta del pene de su vecino se clavaba contra su ano.

Hubiera querido decirle que era virgen, suplicarle que no lo hiciera, que pensaba lo mucho que la iba a doler, pero… ¿qué le importaba a su violador?, porque estaba clarísimo lo que iba a pasar, incluso entre la bruma del dolor por el golpe en la cabeza.

El asaltante fue presionando más y más, luchando contra el cierre total que intentaba sostener Nuria, decidida a no dejarse sodomizar, pero al final su muro se derrumbó y su esfínter fue incapaz de sostener la lucha.

Notaba como, palmo a palmo, el cacho de carne de Juan penetraba en su interior, arrancándola una sensación dolorosa que la rompía, junto a la humillación que estaba sintiendo por la situación.

Lo sentía como si alguien estuviera rompiendo un folio por la mitad… y ese folio eran las paredes de su culo, que estaba siendo sodomizado a la fuerza por la gruesa polla del asaltante nocturno.

  • Relájate y te dolerá menos, pequeña furcia –susurró en su oído.

Probó a hacerle caso, pero el alivio inicial fue una trampa.

El intruso era también un salvaje.

Aprovechó ese instante de debilidad de la chica para clavar de golpe toda la polla y empezar un duro e intenso mete saca que quebró las últimas resistencias del culo de Nuria, que se vio impotente ante la violación anal a la que la estaba sometiendo.

  • Joder, mi niña… ufff… joder, que apretadito lo tienes… ufff… joder, ya sabía yo que eras una puta zorra de mierda… ufff… qué rico… uffff… joder… uffff… qué buena estás… ufff… joder… uffff… eres toda una guarrilla… uffff… zorra… uffff… qué zorra eres… uffff… qué mojada estás… uffff… qué bien… ufff…

Aguantaba como podía las embestidas de ese animal, destrozándola el culo como una bestia, follándola sin parar aplicando toda la fuerza de su enorme peso y rompiéndola por dentro con la taladradora que llamaba polla, perforando cada tramo de su culo y sodomizándola de la forma más humillante que hubiera podido soñar.

Estuvo penetrándola un buen rato, o eso la pareció a ella en su estado, recibiendo los puyazos constantes del hombre, que no soltaba ni una palabra que no fuese un insulto o un desprecio.

Igual que había comenzado todo, paró.

Sacó de golpe la polla por completo del ano de Nuria, con un sonido final tremendamente asqueroso para la joven, y la obligó a girar y ponerse boca arriba, con el culo completamente abierto, lo podía notar, palpitando, dolorido e irritado y casi respirando por sí solo en ese inesperado descanso, luchando por recuperar la forma anatómica que la evolución había diseñado a lo largo de los siglos de la especie.

Se subió sobre ella, con las rodillas desplazándose a ambos lados de su cuerpo hasta que volvió a presentar su polla frente a su boca, esta vez frente a frente.

  • Límpiamela, pequeña furcia, para poder irme.

La esperanza la dejó sin palabras.

No le veía el rostro y apenas un juego de luces mostraba partes de su desnudez, pero, sobre todo, iluminaban la esperanza que suponía chuparle la polla.

No dijo nada, sólo abrió la boca y estiró el cuello para succionar el miembro de su violador.

Era asqueroso.

Sabía a mierda, pero no se quejó, no hubiera podido hacerlo, no con esa esperanza en mente.

Era más pequeña que la de su ex, pero bastante más gruesa, lo supo al instante.

No es que hubiese hecho una gran cantidad de mamadas, pero sí las suficientes para darse cuenta.

Él no hacía nada, estaba simplemente sobre ella, disfrutando, mirándola mientras ella se afanaba en repasar cada parte de la polla de Juan con cada parte de su boca, desde la entrada con los labios hasta su lengua.

Notó cómo había perdido un poco de tensión al salir de su culo y cómo recuperaba toda la energía y fuerza gracias a su mamada, notaba cómo emanaba calor y potencia y cómo cada vez la tenía más dura y ese calor interno era más intenso.

Pero ella no pensaba.

Y no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde.

Volvió a engañarla.

Sacó su tronco de la boca de Nuria con una sonrisa casi se podía decir que maligna, aunque sólo la mitad inferior de su rostro estaba iluminada y era algo engañoso de ver.

Antes de darse cuenta la abofeteó repetidamente y se deslizó con rapidez sobre ella hasta situar su polla entre las piernas de la chica.

  • No… por favor… dijiste que te irías… -suplicó una vez más.

  • Dentro de ti, hija de la gran puta –volvió a insultarla antes de agarrarla por los muslos y levantar sus piernas hasta que sus pies se apoyaron casi sobre su cabeza.

Así, indefensa, completamente expuesta, vio cómo situaba su polla en la abertura de su coño, que aún estaba enrojecido y brillaba tras el orgasmo conseguido hacía un siglo al menos en la mente de Nuria.

Con los brazos la sujetó las piernas para que no las moviera de la postura forzada en las que se las había colocado y apuntó su pene al centro de su coño, directamente al agujero de acceso a su vagina.

La metió entera a la primera, llenándola con su polla, que, a diferencia de con su ano, aquí no encontró oposición a su entrada.

Ella quiso gritar, pedir ayuda a ese mismo patio en donde se habían conocido y donde cada día radiopatio emitía chismes sin parar.

Él lo supo y la amenazó con los ojos y con una sola frase.

  • Di algo y sabrás lo que es verme enfadado de verdad, puta golfa.

La violó a placer.

Forzó sin piedad el sexo de Nuria, follándola una y otra vez con su gruesa polla.

La posición hacía que lo sintiera todo mucho más y que no importase tanto que no fuese tan larga como la de su ex.

Una y otra vez se la metía, aplicando toda la potencia de sus caderas, llenándola con su tronco de carne hinchada y caliente, rozando las paredes de su vagina de una forma que hubiera podido ser excitante en un vídeo porno, pero que siendo ella la protagonista era un cúmulo de sensaciones humillantes y, a la vez, demasiado estimulantes.

Sólo buscaba su placer, eso estaba claro, pero ella no podía impedir que su cuerpo la traicionase, que la postura, la forma en que la follaba, el orgasmo que había tenido un rato antes y el clítoris estimulado la hacían que una parte de ella disfrutase y eso hacía que todo ello fuese doblemente humillante y que se sintiese doblemente sucia y despreciable por sentir eso mientras la violaba el vecino.

Él no parecía tener dudas existenciales, sólo la usaba como cuando veía las películas porno, sólo era algo en lo que descargarse.

Y lo hacía bestialmente, follándola si piedad y llenándola con su polla hinchada y caliente una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… ocupando su vagina y dilatándola, rozando su clítoris y golpeando su coño con sus huevos peludos, en un movimiento del escroto que podía imaginarse, aunque no deseaba hacerlo, pero lo hacía y no sabía por qué.

Su asaltante la rompía por dentro, destrozaba su vagina como había roto su culo y disfrutaba con ello.

Gozaba enormemente humillándola y sometiéndola, perforando sin parar el templo de su sexo, robándola su dignidad y reduciéndola a un trozo de carne con el que satisfacerse.

Sentía cada movimiento, cada deslizarse de su polla adentro y afuera, los giros que hacía a veces, las estocadas que lanzaba a ratos, aunque casi todo era un mecánico mete saca que inundaba su vagina con esa gruesa y venosa polla, que competía con su propia vagina en calor.

Supo que se iba a correr, seguramente incluso antes que él.

Las señales eran claras.

Notaba cómo la polla sufría espasmos cada vez más profundos y cortos, notaba cómo la humedad iba creciendo y cómo el calor subía sin parar.

Y no dijo nada.

No intentó suplicar.

Sabía que la ignoraría de todas formas.

Fue como una descarga, una inmensa corriente que estalló dentro de ella, un chorro que la inundó la vagina.

Bueno, uno no, uno tras otro era lo más exacto.

Brotó el esperma sin control de la polla del asaltante nocturno, ese intruso que ahora estaba llenándola con su semen, esparciendo su semilla por lo más profundo y sagrado de su anatomía.

No la sacó hasta que no se vació por completo.

Tenía que saber que eso era un error, pero sólo le importaba el animal que llevaba dentro.

Y el animal buscaba preñarla.

Sintió cómo se vaciaba muy dentro de ella, hasta que no dejó ni una gota dentro de su pene.

Sólo en ese momento sacó la polla del coño de Nuria.

  • Ahora ya sabes quién soy, zorra.

Fue lo último que escuchó.

Un puñetazo la dejó noqueada.

Cuando se despertó, seguía completamente desnuda, sobre una cama empapada del agua que su cuerpo había llevado desde la bañera hasta el lugar donde había sido violada y humillada.

Tenía frío.

La ventana estaba abierta, la ventana del patio.

Al otro lado todo era oscuridad.

Era como si jamás hubiera habido nadie al otro extremo de ese hueco del edificio.

No volvió a verle y nadie supo quién era el que había estado en el piso de enfrente, sólo que una tabla le había permitido a Juan, o quién quiera que fuese en realidad, pasar de un piso al otro esa noche.

Nota: el relato es absolutamente ficticio y puede que incluye algún laísmo por las prisas.