Casos sin titulares VI: un San Valentín extremo 3.

La tercera fase de la historia lleva a la conclusión del fin de semana de San Valentín que iban a disfrutar Alba con su novio pero en el que la sed de venganza del jefe de la secretaria termina siendo el núcleo principal.

La historia llega a su conclusión.

El Doctor no puede evitar un escalofrío por la depravación del ser humano y de lo mucho que sufrió la pobre (casi) aparejadora.

UN SAN VALENTIN EXTREMO. TERCERA PARTE.

La pareció imposible por los dolores y la incomodidad de las posturas que lograba adoptar, pero, al final, se durmió de puro agotamiento.

No pasó frío gracias a un enorme calentador que estuvo funcionando toda la noche… o lo que debió de ser la noche, porque sin ventanas ni un reloj o el móvil no estaba ni tan siquiera segura ni de qué hora o día era.

De todas formas, sus sueños eran también pesadillas.

No las recordaba, pero apenas la permitían tener un sueño largo y se estuvo despertando varias veces antes de que regresaran.

No escuchó abrirse la puerta y la luz de la bombilla no era lo suficientemente fuerte como para incomodar a su subconsciente y despertarla.

Fue cuando los tuvo a su lado.

  • Vaya, por fin se despierta la bella durmiente –comenzó su jefe con una burla doble, aunque seguramente sin saberlo, puesto que esa película de animación era una de las favoritas de Alba-. ¿Qué, preparada para demostrarme lo lista que eres?. ¿O ya aprendiste a tener la boca cerrada y obedecer sin rechistar?.

No se atrevió a responderle por miedo a que cualquier cosa que dijese pudiera terminar en una nueva humillación, violación o tortura.

  • ¿Te comió la lengua el gato?. Cuando te pregunto algo quiero una respuesta, zorra de mierda –se enfadó, abofeteándola-. ¿Entendido, mierdecilla?.

  • Sí… sí… -respondió ella con un hilo de voz.

  • No-te-oigo-golfa –pronunció lentamente, palabra por palabra, a la vez que, agarrando a la vez los pezones de ambas tetas, se los retorcía con fuerza.

  • ¡Sí!. ¡Sí! –gritó ella, o lo intentó, porque con la garganta seca apenas pasaron por ser unos graznidos.

Soltó de golpe sus pezones, que quedaron enrojecidos y sumamente doloridos.

La propinó una nueva serie de bofetones en la cara, cada uno más fuerte que el anterior.

  • ¡Tan lista que eres y no sabes responder con la debida educación, puta guarra! –la gritaba, espumajeando por la boca y soltando gotas de saliva sobre el rostro de Alba-. Te lo volveré a preguntar, a ver si eres tan lista como te crees –siguió, ahora más calmado tras la serie de bofetones y sujetándola por la barbilla para obligar a su secretaria a que tuviera que mirarle a los ojos desde abajo, en una posición de inferioridad-. ¿Has aprendido a mantener la puta boca cerrada y obedecer sin más?. ¿Eh?. Vamos, responde, hija de la gran puta.

  • Sí… -empezó a responder, pero, al verlo levantar de nuevo el puño, decidió añadir algo más, aunque en el fondo no se lo mereciese- sí, señor.

  • ¿Ves? –gritó triunfal-. ¿Ves cómo no era tan difícil?. Si fueras tan lista como te crees lo habrías sabido desde el principio y no tendría que perder un fin de semana en educarte. ¿Verdad, zorra?.

  • Sí, señor –repitió Alba, algo más tranquila pensando que por fin había encontrado una forma de escapar a la espiral de sádicos castigos de Luis.

  • ¿Quieres desayunar, cerda? –la preguntó, sonriente.

  • Sí, señor –contestó ella tras unos segundos, los que se permitió pensar en si debía responder o no, o simplemente qué responder, especialmente después de lo sucedido ayer cuando la “alimentaron”, entregándola a un grupo de árabes liderados por el bestial Hassim.

  • Muy bien. Fenomenal. Yo también tengo hambre. ¿Unos cereales? –inquirió, acariciándola lentamente el cabello.

  • Sí, señor –siguió contestando la chica, intentando creer que al final había descubierto una forma de escapar de su tortura pero a la vez temiendo que fuese una trampa.

  • Tráenos el desayuno, que aquí la perra por fin está aprendiendo modales –ordenó al exnovio de la becaria, antes de dirigirse nuevamente a ella con una tremenda sonrisa y preguntar, o más bien, confirmar la nueva situación-. ¿Verdad que sí, perrita?.

  • Sí, señor –continuó respondiendo la joven, un poco más animada ante la perspectiva de que las cosas empezasen a mejorar e intentando ignorar el modo insultante con que la llamaba.

  • Te voy a soltar. Pero aún no sé si puedo confiar en ti, en tu fidelidad y compromiso, ¿lo entiendes, verdad? –dijo en cuanto Alberto salió por la puerta, cerrando detrás de él.

  • Puedes confiar en mí… -empezó a decir ella, loca por la idea de encontrarse libre y ya calculando cómo podría escapar.

La interrumpió un fuerte tortazo en la cara.

Cuando se recuperó y volvió a mirarle, con el rostro marcado y ardiéndole el pómulo, lo encontró tranquilo y sonriente, como si no hubiese sucedido nada que alterase su nuevo estado hacia ella.

Se agachó y la habló moviendo un dedo como si la estuviera dando una lección de párvulos.

  • Responde sólo a lo que te pregunte. Habla sólo cuando yo te lo pida. Contesta sólo a lo que yo te pida. Nada más. ¿Entendido, cerda?.

  • Sí, señor.

  • ¡Estupendo! –aclarado todo, o tal como él lo entendía, se volvió a poner de pie y empezó a pasear por el cuarto.

  • ¿Entiendes que no eres de confianza?.

  • Sí, señor.

  • Entonces comprenderás que tome precauciones, ¿verdad?.

  • Sí, señor.

  • Muy bien. Ahora sí que empiezas a parecer un poquitín lista.

Apareció con un par de una especie de esposas acolchadas. Las que tenían una mayor separación se las colocó en torno a los tobillos y las más cortas alrededor de sus muñecas. Luego, la soltó de sus ataduras a la columna.

  • Ven. Sígueme, perra.

La chica intentó levantarse y él la empujó con un gesto de desprecio en la cara.

  • Las perras van a cuatro patas. ¿Verdad?.

  • Sí… -confirmó ella, con rabia ante la nueva humillación, pero incapaz de decir nada más por temor a perder la nueva situación- señor.

  • Bien –aplaudió él, dándola unos cariñosos toques con la mano en su cabeza-. Ahora, sígueme.

Fueron hasta la esquina. Él andando y ella gateando como podía.

Allí su jefe abrió una mesa y silla plegable de camping, sentándose de forma que veía la puerta de acceso a esa especie de celda y a la propia Alba, que seguía a cuatro patas al otro lado de la mesita.

Estuvieron un rato así, sin decirse nada y escuchando sólo el sonido que emitían las tuberías metálicas al pasar por ellas líquidos a presión y el gotear constante de alguna fuga en un extremo de la sala, de lo que nadie parecía haberse dado cuenta antes.

Él miraba su móvil de vez en cuando, sonriendo a veces cuando encontraba algo que parecía divertirle, ella intentando valorar si todo era parte de una trampa o si de verdad lo peor había pasado o si… o, quizás, si aún podía encontrar la forma de escapar.

Las esposas que la impedían separar brazos y piernas, sujetándola por sus muñecas y tobillos respectivamente, no anulaban la posibilidad de fuga, aunque la harían algo muy lento, pero… algo es mejor que nada.

Empezó a pensar en cómo podría distraerle o si habría alguna opción de que su jefe también saliera y aprovechar entonces para… si justo alguien le llamase, entonces… quizás…

  • Sonríe –interrumpió sus pensamientos.

  • ¿Qué…? –fue algo tan rápido, una foto que la sacó desde el móvil, que no pudo reaccionar, distraída como estaba con sus pensamientos.

El rostro de Luis se endureció y se levantó.

  • Lo siento. Yo… -intentó disculparse apresuradamente, pero antes de que pudiera seguir, su jefe estaba a su lado y la abofeteaba repetidamente.

  • ¿Qué pasa?. ¿Tan rápido se te olvidan las cosas?. ¿Eres retrasada o qué? –dijo, con la boca pegada a su oído-. Que sea la última vez que desobedeces, ¿entendido, puta?.

  • Sí, señor –soltó entre dientes Alba, buscando desesperadamente la forma de no volver a la fase anterior de castigos físicos y sexuales.

  • Ahora quiero una bonita sonrisa. Con la lengua fuera. Ya sabes. Como la perra que eres –ordenó, separándose medio metro de ella y enfocándola con el móvil.

La becaria obedeció y le concedió a su jefe la pose que buscaba para el par de fotos que sacó.

Se aproximó a ella de nuevo y la enseñó las fotos.

Salía desnuda, a cuatro patas pero sin verse los extremos con las esposas inmovilizadoras, con sus tetas brillando por el sudor y una sonrisa tonta, con la lengua asomando en una estúpida imitación de un perro.

  • ¿Qué te parece, ideal para compartir, verdad, hija de puta?.

  • Sí, señor –le siguió la corriente.

  • Ummm… veamos, podemos publicarla en tu Facebook. Eso tendría gracia, ¿no crees, zorra? –empezó a enumerar, mientras regresaba a su asiento y Alba, sobresaltada y con el corazón latiendo acelerado, se daba cuenta de que era su propio móvil con el que había capturado las imágenes-. ¿O quizás la pongo en tu Linkedin?. Una imagen muyyyy profesional. O mejor al tinder, ¿no te parece?. Así todos sabrán lo que buscas. Por cierto, ¿tinder?. Vaya, no sé si eso lo sabrá tu novio –precisamente justo lo que a ella menos le importaba, después de conocer que se lo había montado con una de sus mejores amigas y, sobre todo, por cómo estaba ayudando a Luis a violarla, humillarla y torturarla-. Menuda cerda estás hecha. O… podría enviarlas a tus padres. Sí, eso. ¿Qué te parece?. Seguro que aún no saben lo hija de puta que eres. Y uffff tu madre está aún de muy buen ver. En la próxima fiesta me la tienes que presentar. Ya sabes lo que dicen. De tal palo, tal astilla –se reía de ella mientras la cara de la chica se encendía, congestionada por el odio y el asco y, a la vez, luchando por no decir todo lo que la habría gustado a ese cabrón-. Jajaja… bueno, después del desayuno me lo pensaré, ¿de acuerdo?.

En ese momento se abrió la puerta y se escuchó al exnovio entrar cargado con el famoso desayuno.

  • Dije que si de acuerdo. Responde, golfa –cambio Luis a un tono más agresivo, amenazador.

  • Sí –no tuvo más remedio que contestar la chica y, terminó, escupiendo el falso título entre dientes-, señor.

  • Así me gusta, mierdecilla, así me gusta. Y, ahora, a desayunar. Espero que te guste lo que te han preparado jajaja –se rio de un chiste que sólo él entendía en ese momento.

Alberto colocó un bol sobre la mesa y lo llenó con leche caliente y café, antes de ofrecer los cereales y unos croissants.

Luego puso otro bol, para Alba, en el suelo, a una distancia tal que se pudiera ver desde la mesa y lo llenó con el contenido de otra botella antes de añadir unos cereales bañados en chocolate.

  • Venga, vamos, no seas tímida, perra –la animó su jefe desde la silla-. Déjanos ver cómo comes.

La chica se acercó al bol.

Intentó cambiar de posición y ponerse de rodillas para cogerlo con las manos, pero el que fuera su novio la fustigó el trasero con una vara.

  • Las perras comen como las perras –aclaró, desde su silla, su jefe.

Esta vez Alba acercó el rostro al bol y pronto se dio cuenta de que había algo raro.

Esa leche olía muy rara.

Era un olor a la vez conocido pero mezclado con otro y eso le daba un toque que hacía que su nariz lo desaprobase.

Otro golpe, esta vez en la espalda, la hizo pegar un chillido.

  • Come –ordenó esta vez Alberto.

Ella obedeció.

Comprendió que no tenía alternativa.

Sólo esperaba que no la hubiesen drogado como el té.

Como pudo, sólo con la boca, empezó a cazar con la lengua y los labios los cereales antes de poder beberse el líquido blanquecino.

Todo tenía un sabor extraño.

Era una mezcla que no conseguía identificar.

A la vez extraña y, a la vez, conocida.

Se escuchaba a sí misma sorber como si fuese un animal, pero no la importaba.

Esa era la humillación más ligera a la que la habían sometido hasta ahora, que recordase.

Cuando se lo terminó todo se hizo un instante de silencio, justo hasta que ella levantó la cara del cuenco y giró el rostro hacia sus dos abusadores, y se dio cuenta de que apenas podían contener la risa.

Intentó hablar y se la escapó un eructo.

Entonces comenzaron a reírse sin parar.

A reírse de ella.

Estuvieron un rato así, hasta que, por fin, se aclaró lo que para ellos era el chiste.

  • ¿Te ha gustado el desayuno, cerda? –inquirió su jefe cuando logró parar de reír.

  • Sí, señor –contestó ella.

  • Ya le dije a tu noviete que eras una auténtica cerda y hemos apostado 5 eurillos. Él dijo que no serías capaz de terminarte el cuenco con la leche endulzada con el semen de los veinte sirios, iraquíes o lo que sean del local ese de refugiados. Yo dije que sí, que las marranas como tú adoran beber la puta lefa de cualquiera y he ganado. Por cierto, págame –terminó, abriendo la mano para recibir 5 euros arrugados del bolsillo de Alberto.

Ella sintió un asco tremendo.

Tuvo una arcada sólo de pensar en que se había tragado esa cantidad de semen de los mismos cerdos que la habían violado el culo y la boca la noche anterior.

Se puso a llorar, pero logró contenerse.

No quería que lo pudieran emplear como excusa.

Aún no entendía que su jefe no necesitaba excusas. Ninguna excusa.

  • Ven aquí –volvió a cortarla los pensamientos-. Te falta el postre.

Lo vio sentarse, con la polla en la mano, saliendo de la cremallera del pantalón.

Se la masajeaba para ponerla dura.

Alberto tenía su móvil, el de Alba, en la mano, obviamente dispuesto para inmortalizar el acto.

No lo pudo aguantar más.

Se levantó como pudo e intentó correr hacia la salida.

No había dado tres pasos cuando la pusieron la zancadilla y cayó al suelo casi sin tiempo de adelantar las manos.

Una lluvia de latigazos recorrió su espalda y su culo, mientras ella suplicaba que parase.

Cuando su exnovio se cansó, el castigo terminó.

Entonces la agarró del cabello, tirando fuertemente, hasta que ella pensó que se lo iba a arrancar, y la obligó a levantarse y volver a adoptar la posición a cuatro patas.

La hizo girar y la enfrentó a su destino, guiándola con latigazos más suaves para que no dejase de avanzar.

  • Chupa –ordenó su jefe cuando su cabeza asomó bajo la mesa-. Y más te vale hacerlo muy bien o lo pagarás muy caro, golfa.

Por un instante pensó en morderle el rabo y a la mierda con las consecuencias, pero no lo hizo.

Empezó a lamerlo.

Tenía la esperanza de lograr que se corriera pronto.

A muchos les bastaba con un repaso de la lengua unas cuantas veces para soltar su carga de leche.

Lamió su tronco una y otra vez, repasándolo desde la base hasta la punta del pene.

Los pelos que cubrían los huevos de Luis se la pegaban cada vez que llegaba hasta la parte que asomaba por la cremallera.

En vez de temblar, el mástil de su secuestrador se mantenía firme, grueso y con un calor interno que empezaba a hacerla sentir un cosquilleo.

Al final no la iba a quedar otra opción.

Como pudo, se metió en la boca el rabo de su jefe, esa gruesa carne, hinchada y caliente.

Él la agarró por la cabeza y empezó a dirigirla.

Empezó a bombear dentro de su boca, mientras guiaba los tiempos y hacía que se tragase todo lo que podía y más.

Pero no dejaba que las arcadas creciesen.

Cuando pensaba que iba a vomitar, la dejaba respirar y sacaba su polla lo suficiente para que Alba lograse recuperarse.

Así una y otra vez, follándola la boca sin parar, profundamente y en silencio.

Sólo se escuchaba el sonido húmedo del pene entrando y saliendo, de la lengua de la chica y su garganta luchando por adaptarse y con arcadas a ratos.

Después de un rato se empezó a aburrir y se levantó, haciendo que ella tuviera que ponerse de rodillas en vez de seguir a cuatro patas.

Entonces empezó a bombear de verdad.

Fuerte y hasta el fondo, llenándola una y otra vez con todo el grosor de su tronco de carne, inundándola sin piedad, cada vez más fuerte y rápido.

Más fuerte.

Más rápido.

Más gorda, o eso la parecía a ella, que cada vez encontraba más difícil adaptarse al nuevo ritmo.

Más fuerte.

Más duro.

Más rápido.

Más fuerte.

Más duro.

Más rápido.

Más… hasta que empezó a convulsionar y se agarró a ella, acoplando su polla contra el fondo de su garganta, soltando chorro tras chorro de lefa a la vez que crecía en su interior la sensación del inevitable vómito.

Y pasó.

Según sacaba él la polla de su boca, Alba se dejó caer y empezó a vomitar todo.

  • Qué manera más estúpida y cerda de desaprovechar los lácteos de la dieta –escuchó que comentaba su jefe como si nada, mientras ella terminaba de vomitar y quedándose con un regusto sumamente asqueroso en la boca y la punta de la garganta. Luego vino la condena-. Trae las cuerdas. Si se comporta como una marrana, habrá que tratarla como a una puta cerda.

  • No –logró articular, con un hilo de voz-. No, por favor. He hecho todo lo que…

  • ¡A callar, perra! –cortó su súplica Luis, acompañando sus palabras de una patada que la hizo derrumbarse de lado en el suelo-. Aprende de una vez que quien manda aquí soy yo y nadie más. Lo único que quiero que salga de tus labios es obediencia y respeto. Estoy harto de tus quejas.

  • Por favor, no más, seré buena, por favor… -siguió suplicando la secretaria.

  • YO –recalcó, acercándose con una mordaza de bola rosa compacta- soy el único que toma aquí las decisiones, ¿entendido, puta?.

  • Pero… por favor… -intentó insistir ella, hasta que vio que la cara de su jefe se iba congestionando más y más y entendió que estaba a punto de golpearla de nuevo y claudicó, abriendo la boca al máximo para facilitar que le colocase la bola de la mordaza a la vez que no podía evitar que unas lágrimas se volviesen a deslizar por su rostro- sí, señor…

  • ¿Ves?. Todo es mejor cuando haces tú parte, perrita –dijo, premiándola con unas palmaditas en la cabeza, tras cerrar la correa de la mordaza para que no pudiera sacar la rosada esfera-. Ya verás cómo te va a gustar lo que viene, zorrilla.

En cuanto Alberto regresó con las cuerdas, empezaron entre los dos el proceso de colgarla boca abajo del techo y de cambiar la posición de sus manos esposadas a la espalda y también sujetadas del techo, de forma que al poco sus brazos empezaron a sufrir las consecuencias de la pérdida de riego al estar hacia arriba.

Sus piernas quedaron separadas un poco al principio, pero las fueron abriendo, estirando las cuerdas que iban hasta sus tobillos hasta lograr unos incómodos treinta grados o más, de forma que la cuerda que habían pasado alrededor de su cintura y la que marcaba la parte inferior de sus tetas conformaban el grueso de lo que la iba a sostener el peso para mantenerla colgada.

La punta de su cabello era lo único que rozaba el suelo.

Entonces fue cuando montaron la máquina.

Tardaron un buen rato, o eso la pareció a ella en su estado, con la sangre subiéndosela (o bajando) a la cabeza.

No podía darse la vuelta ni girar el rostro apenas.

Pero lo sintió cuando terminaron.

Echaron una especie de gel frío en su culo y, poco a poco, fueron introduciendo un dedo por el agujero de su ano, dilatándolo.

Entonces metieron algo.

No sabía qué era.

Sólo que era demasiado grueso para el hueco que habían preparado y la dolió mientras forzaban la entrada.

No es que les importase.

Y ella tampoco podía quejarse con la boca en esa situación y sus ojos casi sin poder abrirlos por la baba que iba resbalando desde las comisuras de su boca rumbo hacia el suelo tal y como mandaba la gravedad.

Por fin lograron insertarlo y, cuando se puso en marcha, supo que era una especie de consolador anal. Posiblemente con el aspecto de imitación de un pene, pero no podía estar completamente segura en base a las sensaciones que la transmitía su culo, en las que aún predominaban el dolor y la incomodidad, aunque ella misma sabía que pronto se verían superadas por las del placer que terminaría generando esa eléctrica maquinaria.

Sus secuestradores se colocaron ante ella, a su vista, y empezaron a beber agua de unos vasos enfrente.

Tenía sed.

Tenía la garganta seca y con un sabor asqueroso después de vomitar.

Y la saliva que se escapaba de su boca porque no la podía retener lo empeoraba todo.

Nunca la había parecido nada más deseable y apetecible que un buen vaso de agua, como el que se estaban bebiendo cada uno de ellos delante suyo, seguro que a propósito para fastidiarla.

  • La verdad es que es atractiva la muy cerda –decía, entre sorbo y sorbo, su jefe, mirándola allí, desnuda y colgada boca abajo, mientras la máquina proseguía su trabajo en el culo de Alba.

  • Sí –respondió mecánicamente Alberto.

  • Si no fuera tan respondona y golfa, me la podría tirar y ascenderla… a cerda de primera clase… jajaja… -se rio de su propio chiste y de la propia categoría que se había inventado para clasificar a la chica que estaban torturando, violando y humillando desde la noche del viernes.

Ni siquiera se terminó su vaso. Lo dejó en el suelo a un palmo del rostro congestionado de la becaria, como una forma más de suplicio.

  • Ahora vengo. Lávala un poco.

Se marchó, cerrando la puerta, y el novio de la secretaria, o deberíamos decir el exnovio, cogió un cubo con agua de la manguera y se lo lanzó con fuerza contra el abdomen, a la altura del ombligo y luego otra pequeña cantidad en su rajita, usando su propio vaso del agua, limpiándola con los dedos la entrada de su coño.

Mojadas, las cuerdas que la sujetaban se apretaron más, y la incomodidad y la presión aumentaron mientras la entraba un poco de frío, aunque sabía que duraría poco la sensación térmica frente a lo nuevo que la tuviesen preparada.

Esta vez Luis no tardó en regresar.

Le sintió antes de verle.

Cuando empezó a usar uno de los látigos de cola de caballo contra su espalda.

Sus ataduras la inmovilizaban prácticamente, pero, aun así, con cada golpe, Alba se retorcía y de su boca se escapaban pequeños sonidos junto a burbujas de su saliva, que escapaba dejando su boca y garganta tremendamente secas.

Sus cabellos se movieron por el suelo, como si de una escoba o mopa se tratase, recogiendo en sus extremos toda la suciedad del suelo, con cada movimiento automático con el que su cuerpo reaccionaba a este nuevo suplicio.

Durante ese tiempo casi se olvidó del consolador eléctrico que la inundaba el culo de sensaciones cada vez más intensas.

Si no hubiera estado recibiendo esa sesión de latigazos, casi lo habría podido disfrutar.

Casi, porque estar colgada boca abajo no era precisamente lo mejor del mundo para encontrarse con un juguete sexual clavado y vibrando a tope dentro del culo.

Y estaba a punto de terminar ese nuevo castigo cuando Alberto agarró el otro látigo y empezó a soltar descargas en golpes secos contra su coño y contra sus tetas.

Había algo en esa violencia y esos actos de sádica humillación que les excitaba, eso estaba claro.

Podía ver incluso desde su posición que los paquetes de ambos destacaban por las erecciones que ocultaban.

  • Vamos a ver cómo está el agujerito de la cerdita –anuncio su jefe, después de soltar su látigo en la mesa de camping.

El exnovio no soltó el suyo, sino que se aproximó por un lado, de forma que pudiera alcanzar tanto su espalda como la parte delantera del cuerpo de la chica.

Luis se inclinó de forma que su cabeza desapareció del ángulo de visión de Alba, entre sus piernas.

Sintió el primer lengüetazo como si de una descarga eléctrica se tratase, no sabía muy bien por qué.

Al poco, el ritmo de chuparla y lamerla la entrepierna se hizo más estable y la becaria descubrió que su jefe sabía cómo comer un coño en condiciones.

Eso, junto con la labor que estaba haciendo el consolador en su culo, la hicieron empezar a estremecerse de placer, de un impensable placer, un placer en parte culpable por tenerlo en esa situación, pero placer al fin y al cabo.

Cada vez que ella se retorcía un poco más de lo habitual, para Alberto era una señal de que estaba disfrutando, y lo cortaba con un latigazo rápido y brutal, ya fuera contra el trasero de la chica o en sus sufridoras tetas.

Siguieron un buen rato de esa manera.

Su jefe, comiéndola el coño como nunca antes se lo habían hecho, y el exnovio cortando cualquier indicio de disfrute de la chica con golpes empleando uno de los látigos tipo cola de caballo.

Pero ni la situación, ni su postura boca abajo, ni la sensación de hormigueo de sus pies y brazos por la falta de riego, pudieron evitar que, al final, la labor de la boca del jefe de la joven lograra su objetivo, que se corriese.

Alba arqueó la espalda como no hubiera pensado que fuese posible en esas circunstancias, pero el orgasmo que la había forzado a tener la lengua de su jefe logró ese nuevo hito.

Una vergüenza más que se llevaba.

Una humillación extra para la cuenta del fin de semana.

Se había corrido y, sobre todo, había disfrutado como nunca antes con la lengua que su torturador y violador había usado con una terrible eficacia en su coño.

  • Uffff qué cerda es… pero no está mal de sabor la muy guarra, como el jamón de los gorrinos jajaja –entonó, buscando el símil entre los cerdos y Alba-. Ciérrala y súbela.

  • Ok –confirmó la orden el exnovio de Alba, justo antes de tirar de las cuerdas para alzarla hasta que su rostro quedó a la altura de la entrepierna de Luis, que ni corto ni perezoso, retiró la mordaza de la boca de la joven.

  • Ha llegado la hora de que me devuelvas el favor, zorra, ¿no te parece?.

  • Sí…

  • ¿Sí qué, perra?.

  • Sí, señor –terminó de contestar, con odio en la mirada, la chica.

No necesitó que la dijese que esperaba de ella.

Abrió la boca y pronto recibió dentro la polla de su jefe, que volvió a comerla el coño.

Esta vez lo hizo por propia voluntad.

Se tragó su polla sin necesidad de que se lo ordenase de nuevo o que la castigara para forzarla a comerle el pene.

Cada uno comía al otro.

Luis comía el coño invertido de su secretaria y Alba se tragaba el trozo de carne hinchada y caliente de su jefe.

Ella nunca había pensado que hubiera alguien que manejase la lengua de esa manera, devorándola el coño y estimulando su clítoris como jamás nadie lo había hecho, salvo ella misma cuando se masturbaba.

Si no fuera tan cabrón ni hubiera ordenado toda esa larga serie de humillaciones y violaciones… y si su postura no fuese tan incómoda, con los brazos ya insensibilizados por la postura y su cuerpo dolorido por la postura que retiraba la sangre también de sus piernas extremadamente abiertas… si no fuese por todo eso, hasta habría admitido que, por increíble que pudiera parecer, Luis la había hecho el mejor sexo oral de su vida.

Alba no se quedaba corta. La indefensa becaria lamía y chupaba como podía el grueso tronco de carne de su jefe, que imponía un ritmo endiablado que ella apenas alcanzaba a seguir, comiéndole la polla en cada impulso que completaba en sus constantes embestidas gestadas en sus caderas.

Poco a poco la postura, el cansancio del largo fin de semana y el frenético ritmo que imponía el cerdo que tenía por jefe la hacían imposible devorar su pene de una forma que le agradase.

Y pronto se hizo patente que para él no era suficiente.

El momento lo marcó cuando sacó de golpe su polla del interior de la boca de Alba, a la que la unía un hilo de saliva, y la mordió el interior del muslo, justo al borde de sus delicados labios vaginales, a modo de recordatorio de quién mandaba allí y de que lo único que le importaba era su propio placer.

Ella chilló de dolor.

Y volvió a chillar cuando su exnovio descargó una nueva tanda de latigazos contra su culo y espalda en respuesta a una invisible señal… o al menos desde la posición de la chica.

Eso excitó a Luis, que se masturbó frente a ella mientras recibía el brutal castigo y descargó una intensa y espesa lechada sobre los pechos y el rostro de su víctima, de su propia secretaria.

No contento con ello, la escupió y golpeó directamente en el ombligo un par de puñetazos, dejándola sin aire y bamboleándose apenas contenida por las cuerdas que la sostenían en esa invertida posición.

  • Chupa –ordenó cuando ella dejó de quejarse y sus lágrimas cesaron de fluir.

  • No –se negó la becaria, de nuevo harta de todo lo que la estaba sucediendo en el que debería de haber sido un romántico fin de semana de San Valentín.

  • Límpiamela o me pondré serio de verdad –la amenazó.

Tardó unos segundos en pensárselo, pero no tenía alternativa.

No podía tomarse su amenaza a broma, después de todo lo pasado hasta entonces.

Abrió la boca.

Él acercó la punta de su polla y esperó.

Alba sacó la lengua y le empezó a repasar la punta del capullo, recogiendo los restos de semen que aún brotaban lentamente del extremo del pene de su jefe.

Cuando terminó, él estaba nuevamente excitado, se notaba por la dureza que había adquirido de nuevo el tronco de carne que palpitaba ante los ojos de la chica.

Sin mediar palabra, volvió a golpearla, esta vez directamente en la cara.

Y ya no vio nada más.

Se desmayó.

Al despertar se encontró tumbada sobre la mesa de camping, con los brazos extendidos hacia abajo atados a las patas de un lado de la mesa.

Sus piernas estaban igual, sujetas de forma que dejaban el acceso a su coño y su culo libres.

Vaya. Por fin se despertó la niñita de su siesta –la despreció su jefe, cuya voz sonaba detrás de ella. Por delante estaba Alberto, sin pantalones y con una erección poderosa-. Creo que ha llegado la hora de preñarla, ¿no te parece?.

  • Sí –fue la lacónica respuesta del exnovio.

  • ¿Y tú, zorrilla, qué piensas?. ¿Tienes algo que decir?.

  • Por favor… dejadme…

  • ¿Qué prefieres por el culo? –malinterpretó a propósito sus palabras y apoyó su polla contra el ano de la secretaria.

  • ¡No, no! –suplicó ella, recordando cómo el grupo de árabes dirigidos por Hassim la habían destrozado el culo, violándola una y otra vez hasta rompérselo.

  • Venga. Está bien. Para que luego no digas que no soy generoso –dijo Luis, moviéndola lentamente desde el ano hasta la entrada del coño y clavándosela de golpe, empujando con todas sus fuerzas hasta tener cada palmo de su gorda polla hirviente dentro de la vagina de su secretaria. A la vez, avisó a Alberto de su turno-. Y tú también. A por todas.

El ahora exnovio de Alba se acercó y la obligó a comerse su polla, metiéndosela hasta la campanilla, mientras Luis empezaba a bombear lentamente dentro del coño de la becaria.

Usó su culo como un tambor para llevar el ritmo.

La iba dando azotes alternando un glúteo con el otro, y con cada tortazo, los dos hombres empujaban sus hinchadas pollas dentro de los dos agujeros de la chica.

Una y otra vez clavaron sus miembros viriles dentro de su boca y vagina, llenándoselas con sus pollas desnudas, sin preservativo ni la menor gana de usarlos ni la menor preocupación por dejar sus fluidos biológicos dentro del cuerpo de la joven.

Estuvieron bombeando y follándola una eternidad, cada vez más rápido y profundo, sometiéndola a unas arcadas casi continuas y el terror de que pudieran dejarla embarazada de verdad.

Alberto llegó un momento en que la agarró la cabeza con ambas manos para impulsarse con más fuerza, ignorando la súplica de sus ojos arrasados por las lágrimas, como si jamás les hubiera unido ninguna relación ni sentimiento, violándola doblemente, tanto físicamente como moralmente.

Luis no se quedaba atrás.

El jefe de Alba bombeaba con fuerza mientras la sentía retorcerse debajo de él y eso parecía provocarle aún más excitación y aún más ganas de someterla a su infame voluntad y su deseo de sucia venganza.

Fue el primero en correrse.

Cuando toda la longitud de su tronco vibraba, lo dejó profundamente clavado en lo más profundo del sexo de la chica, y lo dejó allí, quieto y bien adentro, mientras soltaba su carga de abundante y espesa lefa, inundando cada palmo del coño de Alba.

No necesitó ni mirar, aunque se hubiera dado la situación de que su exnovio se lo hubiera permitido, cosa que no hizo porque al contrario, incrementó el ritmo de sus embestidas contra su boca, pero supo claramente que cuando la polla de su jefe salió, un reguero de semen brotó del agujero que indicaba el inicio y fin de la mina de su tesoro más preciado.

Instantes después Alberto también estaba listo.

Pero no descargó en su cara.

Ni dentro de su boca.

No la hizo tragar.

Se fue corriendo alrededor de la mesa hasta ponerse detrás y clavar su polla en el mismo agujero que acababa de abandonar el jefe de la chica.

Descargó allí casi de inmediato.

Su semen se mezcló con el más espeso del hombre que gobernaba el pequeño reino de esa celda.

Cuando sacó su pene del interior del inflamado y rellenado sexo de Alba, ambos hombres se rieron.

De ella.

Se rieron de ella.

Y allí la dejaron, desnuda y atada a esa mesa de camping, mientras ellos se iban a lavar y ella debía de quedarse sintiendo cómo su coño hervía por las descargas recibidas y su boca la dolía por haber tenido que abrirse tanto y durante tanto rato para soportar sus penetraciones orales.

Casi estaba dormida cuando regresaron, de puro cansancio.

Alberto llevaba de nuevo una jarra con té y ella supo lo que iba a pasar.

  • No, por favor, no…

  • Cierra el pico, zorra. Encima de que tu noviete te ha preparado un té lo mínimo que puedes hacer es bebértelo.

  • No, no, no…

  • Y recuerda… o no… jajaja… depende de si ha echado suficiente… bueno, de eso… jajaja… pero espero que recuerdes que te espero mañana a primera hora en mi despacho para hablar de tus nuevas atribuciones, so guarrilla.

  • No, no, no…

  • Sí, sí, sí –la parodió su jefe.

  • ¿Por las buenas o por las malas? –inquirió Alberto, llenando un vaso con el té hirviendo.

  • No, no…

  • ¡Que sí, leche! –interrumpió sus negativas su jefe con un tortazo-. Y aprende a comportarte o empezamos de nuevo todo, ¿entendido, mierdecilla?.

  • Sí… sí…

  • No te oigo, mierdecilla.

  • Sí, señor… sí… -aceptó ella, rindiéndose a su destino.

  • Pregúntaselo de nuevo –reclamó Luis a Alberto.

  • ¿Quieres un té? –la preguntó directamente a los ojos su exnovio.

  • Sí… sí…

  • ¿Sí, qué? –resonó amenazante la voz del jefe de la chica.

  • Sí… ¿amor?... –propuso ella, buscando el modo de que todo terminase.

La ofreció el té.

Estaba ardiendo.

Pero no pudo negarse.

Él fue inclinando el vaso, haciendo que se tragase casi todo… lo que no caía fuera, resbalando por su mentón.

La fue dando vaso tras vaso mientras ella iba poco a poco quedándose adormilada y… y…

  • ¡NO, NO! –despertó, chillando.

  • ¿Qué pasa, cariño? –la intentó calmar Alberto, haciendo que volviera a tumbarse a su lado.

  • Yo… yo… no sé… yo… -empezó a contestar, confusa.

  • Descansa. Mañana tenemos que volver. Ahora duérmete que ha sido sólo una pesadilla –la consoló, besándola en la frente.

Alba se volvió a tumbar.

Había sido una pesadilla tan intensa, tan vívida que, que… pero no podía ser.

Estaba claro que no podía ser.

Estaba a salvo, con un novio que la quería y en un lugar de ensueño.

Todo estaba bien.

Se estaba quedando de nuevo dormida cuando, como por voluntad propia, una de sus manos se deslizó bajo el pijama y el tanga.

Tenía el coño empapado.

De semen.

Aterrada, descubrió que no había sido un sueño.

Que… que…

Se quedó dormida.

FIN

Nota: mi Musa ya sabe a quién va dedicado éste relato.

Nota 2: es ficción.