Casos sin titulares VI: un San Valentín extremo 1.

El último San Valentín ha propiciado un terrible caso para el Doctor en el que se ven involucrados una pareja de novios y el jefe de la chica, una aparejadora que encontró su primer trabajo como secretaria. Una historia de venganzas. Incluye la primera fase.

Esta última semana el Doctor ha tenido una incorporación de urgencia.

Un caso terrible sufrido por una joven aparejadora de 23 años que le ha provocado un trauma intenso.

El caso es extenso, así que, para facilitar su comprensión, lo dividiremos en sus distintas etapas.

Ésta es la primera:

Un San Valentín extremo. Primera fase.

Había sido un día normal, ni mejor ni peor que los anteriores.

Pero, al menos, por fin era viernes y tenía un fin de semana para poder desconectar del trabajo.

Trabajo.

Por llamarlo de alguna forma.

Bueno, trabajo era al fin y al cabo. O, por lo menos, cobraba como si lo fuese.

Pero para ella no lo era.

Porque ella era otra cosa, no una simple secretaria.

Ella había estudiado.

Era aparejadora, no una secretaria.

Y, sin embargo, es lo que era. Una secretaria.

Cuando la llamaron para el puesto pensó que por fin iba a tener una oportunidad.

Llevaba meses sin nada que hacer desde que terminó la carrera y por fin llegaba su oportunidad en una de las constructoras más importantes de la región.

Cuando llegó a la entrevista lo bordó.

O eso la pareció.

Casi rompió el sofá de la casa de sus padres cuando la llamaron para decirla que el puesto era suyo de los brincos que dio.

Pero al día siguiente descubrió que sólo la ofrecían entrar como secretaria.

Secretaria.

Lo hubiera rechazado… pero no había nada más. No la había salido ni una sola oferta de nada relacionado con lo suyo en todo ese tiempo. Por lo menos estaría en una empresa del sector y, a lo mejor, después… a lo mejor la daban una oportunidad, ¿verdad?.

Pero lo peor para Alba no fue eso.

Lo peor fue encontrarse con que era la secretaria de Luis, el hijo de 35 años del dueño de la empresa.

Le conocía de la carrera.

Él llevaba años ya cuando ella empezó.

Se licenció sólo un año antes que ella, después de quince años para una carrera que se podía hacer en cuatro, como hizo Alba.

Era un rematado inútil.

Un absoluto cretino.

Llegaba tarde o no aparecía y la trataba como a una don nadie sólo porque su papaíto era el dueño del negocio.

Hasta que, un buen día de esa semana, Alba se tomó la revancha cuando, delante de su padre y uno de los socios, avisó de un error de novato tan obvio que se dio cuenta simplemente en el trayecto desde el coche de Luis, al que la mandó ir a recoger los planos de una nueva obra, hasta su despacho.

Casi estuvo a punto de no decir nada, al fin y al cabo era la secretaria del hijo del jefe, ni siquiera la habían contratado como becaria, y dejar que se estrellase, pero entonces Luis se volvió a pasar delante de los verdaderos propietarios de la empresa.

  • Anda, guapa, trae unos cafés que tenemos que hablar de cosas técnicas –la dijo, lanzándola una de esas miradas con las que la repasaba de arriba abajo como a un vulgar trozo de carne.

Ella no respondió en ese momento, pero puso con cuidado los planos encima de la mesa y soltó la primera bomba, como si nada.

  • Supongo que les explicarás –le tuteó, pese a que sabía que tenía que llamarle de usted en el trabajo, pero fue incapaz de contenerse, sobre todo por la otra cosa que se guardaba en la manga y que la había dado asco encontrar en el cochazo del hijo del jefe pero que tuvo la necesidad de cogerlo para su pequeña jugarreta- que duplicaste los alzados y que todo esto no sirve para nada y tendrás que volver a rehacer los planos, imprimirlos, encuadernarlos y hablar de nuevo con Urbanismo, ¿no? –y, volviéndose hacia el padre de Luis y su socio, sonrió y preguntó-. ¿Quieren el café sólo o con leche?.

No la respondieron.

Ambos se lanzaron sobre los planos, mientras Luis se quedaba más tieso que una estatua, incapaz de reaccionar, demostrándola nuevamente que no era más que un cero a la izquierda que sólo estaba allí por ser el hijo del jefe y nada más.

La segunda sorpresa cayó en el mismo momento en que empezaron a repasarlos.

Un condón usado apareció pegado en mitad de la documentación, un detallito añadido por Alba directamente desde el suelo del coche de lujo de Luis, cuyo rostro se puso más pálido que un folio en blanco.

La bronca de su padre fue monumental.

Primero la discusión con el socio para salvar el proyecto y asegurarle que él pondría el dinero que perderían por el retraso, porque el cliente era uno de esos “amarrateguis” que había incluido una cláusula por la que si no cumplían los plazos habría una penalización en la factura final.

Pero después, cuando se fue el socio, descargó toda su ira sobre su hijo.

  • ¿Cómo pretendes que te deje la empresa cuando me jubile?. Tu madre y yo teníamos planes, pero está claro que tampoco sirves para eso, ¿verdad?. Años perdidos en la universidad, dinero y más dinero y más dinero para que no te expulsasen y dejarte la empresa que tanto me ha costado levantar y ahora esto. ¿Se puede saber cómo una secretaria de mierda es capaz de darse cuenta de lo de los alzados?. Dios santo, esta metedura de pata no la comete ni un becario ciego, mudo y cojo…

  • Es que…

  • Ni es que ni leches. Si no te pasases las noches de juerga con putas o lo que sean esto no habría pasado. Tienes tres años para levantar cabeza hasta que me jubile o te vas a la puñetera calle y te buscas la vida, ¿entendido?.

  • Pero, pero…

  • Y ya puedes arreglar esta metedura de pata para ayer porque esto va a salir de tu bolsillo, no te creas que te voy a volver a cubrir. Esto ha sido la gota que colma el vaso. ¿O te crees que me chupo el dedo?. ¿Te crees que no sé que no apareces muchos días y que los demás vienes tarde o bebido?. Eso se ha acabado. O te comportas como un adulto responsable o te pongo de peón en una obra para que aprendas como lo hice yo, desde abajo.

  • Pero… pero…

  • Ni peros no leches. Si no fueses mi hijo te ponía de patitas en la calle y metía aquí a esa cría que por lo menos se fija en las cosas. De verdad… que una secretaria te tenga que salvar el culo, ¡manda huevos!.

Y así siguió el (casi) monólogo del padre hasta que también se marchó por fin.

El resto del día y de la semana fueron mucho más tranquilos de los que Alba se esperaba, pese a que en los ojos de Luis veía un rencor que, por un momento, la hizo lamentar haberlo puesto en ridículo. Pero sólo un momento.

Al final, el proyecto llegó a tiempo de presentarse antes del fin de semana, después de que Alba tuviera que hacerle mil fotocopias, usar el Revit One porque Luis no había ido al cursillo de actualización y pasaba de hacerlo cuando tenía a su secretaria pseudo becaria para mandarla en su lugar sin pagarla las horas extras por hacerlo fuera de su horario y sin figurar siquiera en ningún lado, y, por supuesto, encuadernar el proyecto reformado para que él pudiera llevarlo a Urbanismo a tiempo.

Claro que también ayudaba que el tipo de la concejalía fuera un buen amigo de la familia.

Pero ya era viernes y podía olvidarse de todo eso.

Sobre todo porque Alberto, el novio de Alba, la había preparado un fin de semana romántico para celebrar su segundo San Valentín.

Ni siquiera pasaría por casa, se había llevado una pequeña maleta esa mañana al salir de casa de sus padres para ir al trabajo y la había ido medio arrastrando, medio tirando después de que se la rompiera una de las ruedecillas a mitad de camino de la oficina y ya no iba a volver a casa.

Además, a su padre no le gustaba Alberto, se notaba un montón aunque ya no lo decía como al principio cuando tuvieron un par de discusiones porque le parecía que no era suficiente para su niña y que tenía pinta de vago y de no ir a nada en la vida.

Como siempre, su madre fue la negociadora que calmó las cosas, sobre todo porque sabía que ese mismo rechazo podía hacer que la relación con Alberto se reforzase en perjuicio de la que tenían con ella.

Así que cuando se rompió la rueda decidió tirar para adelante antes de volver y que su padre volviera a insistirla en saber a dónde iban y que les llamase todos los días o que su madre dijera algo de la mala suerte e insistiera en que lo dejase allí todo y que pasaran después a recogerlo antes de irse y, ya que estaban, subir a tomarse algo o cenar con ellos y…

Pero no quería hacerlo. Quería irse directamente y pasar un buen fin de semana y desconectar de todo.

Su novio estaba un poco raro cuando fue a buscarla con una docena de rosas.

Nervioso, seguramente por la sorpresa que pensaba darla.

Y menuda sorpresa.

Un fin de semana en un Balneario Spa.

Alberto se ocupó de todo, ni siquiera la dejó bajar del coche al llegar para conservar la sorpresa y ni pasó por recepción, sólo salió del coche para meterse en la habitación adosada del extremo del edificio, justo frente a la vista del valle que quedaba por debajo del Balneario Spa, con sus hileras de viñedos que le daban un aire un poco extraño al no tener aún nacidas las hojas.

Tenían un microondas y una neverita en la habitación, pero, por suerte, había un restaurante en las propias instalaciones.

Esa primera noche no lo usaron porque nada más registrarse, la llevó a una pizzería-tasca de un pueblo a media hora en coche.

No es que fuera el local más romántico del mundo, incluso era un sitio bastante vulgar, pero ya se debía de haber gastado casi todo su presupuesto en el Spa y seguro que tendría algún otro regalillo esperándola, así que no dijo nada y fingió que estaba más animada.

Cuando volvieron había una botella de agua mineral junto al microondas y una caja de té.

La gustaba el té.

Pero no que alguien hubiera estado allí con su maleta abierta, su ropa íntima expuesta y su pequeño escondite con dinero para emergencias al alcance de la mano.

  • Es un detalle de la Dirección del Spa, no le des más vueltas. No ha pasado nada –la contestó su novio cuando ella se quejó de esa violación de su intimidad.

Se enfadó con Alberto por su poca sensibilidad y se encerró en el lavabo.

Pero cuando salió ya no podía estar enfadada.

La había hecho un té y se acurrucaron bajo la manta mientras veían una de sus películas favoritas, “Ghost”.

Él la rodeó con el brazo y se empezaron a besar mientras los primeros sorbos del té bajaban por su garganta.

Estaba algo amargo, pero no iba a decírselo después del detalle de hacérselo.

Él empezó a besarla por el cuello mientras en la pantalla los protagonistas se volvían un poco borrosos.

Alba se empezaba a encontrar un poco atontada al beber otro sorbo cuando él la dijo que ya se ocupaba de todo y la empezó a desabrochar el pantalón y... y…

La pantalla frente a ella se nubló y su cabeza empezó a pesarla cada vez más.

No lograba pensar y casi no podía hablar.

Alguien, Alberto sería, la alzó el brazo para llevarla la taza a los labios y, por inercia, tragó más té.

Se desmayó.

Luego empezaron los flashes.

No lograba mantenerse despierta y apenas lograba balbucear.

Era como un sueño, bueno, no. No era un sueño, era como intentar despertarse sin poder hacerlo, sin que su cerebro lograra volver a conectar todas las clavijas que la otorgaban la libertad de la consciencia.

Ella seguía en el sofá.

Alberto estaba delante de ella.

No la dejaba ver la película.

¿Por qué estaba en medio?. ¡Quítate, que esa escena me encanta!.

Pero no podía decirlo.

No podía moverse ni articular sonidos.

Se empezó a poner nerviosa.

¿Y quién era el otro tío?.

¿Por qué estaba allí?.

¿Sería un doctor?.

¿La habría dado algo?.

¿Por qué no podía moverse?.

¿Qué estaba pasando?.

No podía enfocar.

Volvió a dormirse.

Alguien la ayudaba a levantarse.

No entendía nada.

¿Por qué no lograba enfocar?.

¿Por qué había tanto ruido?.

No lograba diferenciar las voces. No las entendía.

Alguien la bajó el pantalón.

Se volvió a quedar dormida.

Tenía frío.

Estaba desnuda.

Eso creía.

No podía pensar.

Estaba todo oscuro.

Unos pequeños puntos de luz bailaban alrededor.

No lograba aguantar despierta.

Notó algo caliente bajar por su pierna.

Se estaba meando.

Lo sabía, pero no podía parar.

Unas voces sonaron a su lado, a ambos lados.

La estaban arrastrando por los hombros.

Seguro que les molestaba que los pudiera salpicar con su orina, pero era incapaz de parar.

¿Y quiénes eran?.

No podía enfocar.

Intentó mirar a un lado.

Se durmió.

Que dura estaba la cama.

Y qué fría.

Abrió los ojos.

Había un espejo delante de ella.

¿Estaba en el suelo?.

¿Estaba desnuda en el suelo?.

¿Por qué se veía tan rara?.

¿Eso era un espejo?.

Parecía metal.

Parecía…

Un pie apareció delante de ella y ya no pudo seguir mirándose.

¡Qué cantidad de pelo!.

Se volvió a dormir.

Se despertó de nuevo angustiada.

No lograba mantenerse despierta.

No entendía qué pasaba.

No entendía por qué no podía hablar tampoco.

¿Dónde estaba?.

¿Qué pasaba?.

¿Por qué estaba desnuda en ese sitio?.

Porque no necesitaba mirarse, aunque tampoco podía, para saber con certeza que estaba completamente desnuda. El frío metal contra su cuerpo se lo demostraba.

¿Y dónde estaba?.

Estaba mirando un techo de… de… sabía cómo se llamaba, pero las palabras aún se la escapaban.

Una cabeza asomó por el borde.

¿Qué hacía él allí?.

¿Dónde estaba Alberto?.

Dijo unas palabras y la dio un bofetón.

El pómulo la empezó a arder después, pero por fin empezaba a sentir algo de nuevo.

Logró girar la cabeza.

Volvió a abofetearla.

La cabeza la daba vueltas y se empezó a encontrar mareada.

Una sensación de hormigueo se extendía por su cuerpo, superando la del frío por estar recostada en ese tubo metálico.

Detrás de él apareció su novio.

Quiso levantar los brazos y que la sacase de ese extraño sueño o lo que fuese.

Apenas logró moverse, pero ya era algo.

Él gritó algo y Alberto desapareció.

La dio un par de tortas más antes de que reapareciese su novio con una taza en la mano.

La ayudaron a incorporarse lo suficiente para poner la taza en sus labios.

No quería beber.

Casi no podía ni tragar saliva.

¿Y qué era eso?.

Ella no quería.

La obligaron a beber.

Él la hizo abrir la boca, separar los labios, mientras Alberto hacía deslizarse el líquido dentro.

Estaba ardiendo.

Se quemaba la lengua.

Él la movió el cuello de una forma rara y notó cómo el calor abrasador descendía por su garganta antes de dejarla caer de nuevo.

La escupió entre los ojos.

Volvió a quedarse dormida.

Algo húmedo se vertía sobre su rostro.

Luchó por abrir los ojos.

El chorro terminó de caer antes de que lograse separar sus párpados un poco, tan sólo una rendija.

¿Por qué estaba él ahí?.

Él no debería estar allí.

Esto tenía que ser un sueño, uno muy raro.

Pero nunca había soñado con él.

Unas gotas la salpicaron.

Escurrían de una masa que no lograba enfocar.

Algo que sostenía él con las manos, de pie sobre ella.

¡Cuánto pelo!.

Inclinó la cabeza sobre ella y algo blanco salió de su boca hacia el rostro de ella.

Se volvió a dormir.

Tenía la espalda helada.

Pero tenía calor.

No lo entendía.

Algo caliente la estaba rozando, rodeándola.

Pero su espalda estaba apoyada sobre algo muy frío.

Temblaba.

No podía hablar.

De su boca sólo salía un gemido, o algo así.

No lograba enfocar.

No entendía lo que pasaba.

Los sonidos alrededor eran como un montón de cacharros de metal golpeándose.

Se volvió a dormir cuando apareció de nuevo él sobre ella, mirándola desde el borde de… de…

Estaba meándose.

Pero la escocía mucho.

Y no podía parar.

Ya no tenía frío.

Alrededor todo estaba caliente.

Era un calor que la envolvía, que iba subiendo alrededor suyo.

Sus orejas estaban húmedas.

Casi no podía oír.

Parecía estar en el mar.

Tumbada en el mar.

Rodeada de suaves olas.

Pero calientes.

Espesas.

¿Agua espesa?.

No.

¿Qué era?.

Intentó girar la cabeza.

Casi lo logró.

Su cerebro consciente volvió a desconectarse.

¡Se ahogaba!.

Algo la rodeaba.

Algo líquido.

Caliente.

Pegajoso.

No podía levantarse.

Boqueaba.

Casi no podía abrir los ojos, estaba rodeada de algo oscuro.

Él apareció por un lado.

No entendía qué decía.

Pero le veía reírse.

Reírse de ella.

Intentó levantarse de nuevo.

Se iba a ahogar.

El pánico la inundó.

Intentó darla fuerzas.

Su mano derecha tembló, un dedo se movió.

Se durmió.

La angustia la despertó.

Eso y que algo la sacó de debajo de ese líquido que casi no la dejaba respirar.

Boqueó como un pez fuera del agua.

Aire.

Necesitaba aire.

Se atragantó con lo que llenaba todos sus orificios.

La entró la tos.

Empezó a llorar sin poder contenerse.

Quien la sujetaba la dio un par de hostias y la volvió a meter bajo la superficie.

Ella intentó revolverse, pero casi no podía moverse.

No podía respirar.

No podía respirar.

Cada vez sentía más pánico.

No podía respirar.

Una de sus manos logró agarrarse al borde.

La golpearon la cabeza contra el fondo.

Se soltó.

No podía respirar.

La volvieron a sacar de esa masa del espeso líquido caliente.

Y, por fin, su lengua logró moverse.

  • Poorrrr faaaaa…

La dejaron caer de nuevo, pero esta vez no la detuvieron cuando su mano logró alcanzar el borde.

Poco a poco el miedo y el instinto de supervivencia la hicieron levantar la cabeza por encima del líquido que amenazaba con envolverla definitivamente y llenarla cada poro de su cuerpo.

Tosió durante un buen rato, boqueando a ratos mientras balbuceaba.

Alguien pasó una toalla por su rostro con brusquedad, frotando con fuerza.

Por fin podía ver algo.

Pero no lo entendía.

Su mente estaba confusa.

No podía pensar con claridad.

Pero, al menos, sus músculos comenzaban a responder, torpemente, pero algo era mejor que la nada, que esa sensación de total indefensión de… de… ¿desde cuándo?.

¿Y dónde estaba?.

¿Era una bañera de metal oxidado?.

¿Eso era chocolate?.

¿Estaba dentro de un montón de chocolate líquido?.

Giró el rostro un poco más y allí estaba él, a su lado, riéndose de ella.

Pero era una risa sin alegría, era como… como… no podía pensar con claridad, se le escapaba justo por un poco todo.

¿Por qué estaba desnuda en ese montón de chocolate caliente y por qué estaba él allí?.

¿Qué estaba pasando?.

Hablaba, pero la costaba seguir lo que decía.

  • … tu culpa… eres basura… voy a educarte… me faltaste al respeto… mi padre… ¿entendiste, furcia de mierda? –concluyó, sin que Alba lograse entender nada entre ese cúmulo de palabras sueltas entre medias de otro montón que su cerebro abotargado por culpa de algo que aún no alcanzaba a comprender no había llegado a traducir para darle forma de palabras dentro de su cabeza.

¿Y dónde estaba su novio?.

Seguía sintiéndose pesada y con ganas de dormirse de nuevo, pero cada vez menos, e intentó mantenerse lo más consciente que podía allí, desnuda y cubierta de chocolate caliente al lado de su jefe en esa especie de habitación oscura de ladrillo, con una sola puerta de metal y una sola bombilla incandescente por toda iluminación.

Una cañería de metal salía de una pared y dejaba caer despacio el chocolate caliente, aunque no demasiado, en ese tubo metálico donde estaba.

No era una bañera, no realmente, era uno de esos tubos que se usaban en la obra para… para… ¿por qué no lograba recordarlo?.

¿Por qué la dolía la cabeza sólo de intentarlo?.

¿Y dónde estaba Alberto?.

Un momento antes estaba en el sofá con su novio en un Spa para festejar San Valentín y ahora estaba encerrada en ese cuartucho con Luis, con su jefe que no dejaba de repetir una y otra vez cosas sobre el respeto, sobre que le había faltado al respeto o algo así.

No lograba concentrarse lo suficiente para comprender sus palabras.

Y eso parecía que lo enfurecía aún más.

Era una pesadilla. Tenía que serlo.

El bofetón llegó antes siquiera de que su mente interpretase el movimiento, aún funcionando como si estuviera bajo un encantamiento que volvía todo su cuerpo pesado y lento y su percepción de las cosas aún más torpe.

Era como estar atrapada en ese instante en que comienzas a despertar de un sueño pero aún no estás despierta y sigues viéndolo en tu mente.

El golpe la hizo tambalearse y perdió apoyo.

Volvió a caer, golpeándose con el fondo metálico, que ya no estaba helado gracias a todo ese chocolate relativamente caliente que lo iba rellenando y que ya superaba en profundidad su cabeza.

Esta vez no tardó tanto en lograr sacar la cabeza a la superficie, tosiendo y estornudando por el líquido que la había entrado por la boca y la nariz y que la atragantaban.

Se agarró temblando, pero esta vez no por frío, a los bordes metálicos, mientras su jefe volvía a frotar algo áspero contra su rostro para retirar la mayor parte del chocolate.

No podía ser un sueño, ¿verdad?.

Nunca había tenido uno así, tan… tan físico .

El chocolate la encantaba. Era uno de sus sabores preferidos para los batidos. Pero empezaba a sospechar que esto iba a hacer que le diera asco en el futuro.

Se echó a reír como una loca por ese estúpido pensamiento que se había colado en su atontado cerebro.

Cuando volvió a abrir los ojos allí estaba también su novio.

Entraba por la puerta.

Una puerta que, pese a su apariencia, no hizo ningún ruido, sino que se deslizó en un movimiento suave y silencioso.

Al verla levantada se quedó como petrificado, sosteniendo una taza humeante en la mano.

La misma taza que usó para ofrecerla el té apenas un rato antes, o eso era lo que aún calculaba el cerebro de Alba en ese estado de atontamiento.

  • Venga, pasa, que se escapa el gato –lo conminó Luis, que estaba cogiendo una cuerda del suelo y deslizándola entre sus manos hasta que reunió la longitud suficiente y la cortó con una navaja.

Alberto pasó en silencio, sin atreverse a mirar directamente a Alba, que se dio cuenta de que ya era capaz de traducir en palabras todos los sonidos que emitían, aunque aún la costaba entenderlo a un ritmo normal.

Y también empezaba a filtrarse la idea de que aquello no era un sueño ni una pesadilla, era algo real, sucedía de verdad y… y poco más, no era capaz de desarrollar pensamientos más allá de eso, aunque lo que notaba era que empezaba a ser dominada de nuevo por una oleada de pánico, sobre todo cuando la puerta se cerró.

  • ¿Qué, te apetece un poco de té o prefieres estar al cien por cien, hija puta? –preguntó Luis en un tono neutro, como quien habla del tiempo.

Alba le miró sin comprender.

¿De qué estaba hablando?.

Alberto acercó la taza con el líquido caliente y humeante.

  • ¿La preparaste como te dije? –inquirió el jefe de la chica.

  • Sí. La mitad de antes –respondió Alberto, algo más seguro al concentrarse en las instrucciones de quien llevaba la batuta.

  • ¿Y los perros?.

  • Los acaban de traer. Los están bajando ahora.

  • Bien. Dala de beber –ordenó Luis-, que no tengo toda la noche.

El novio se acercó a ella sosteniendo la taza y esquivando sus ojos.

La agarró por el cabello empapado en esa masa de chocolate que cubría casi la mitad desde el fondo el tubo metálico.

  • Bebe –dijo, colocándola el líquido contra los labios.

  • No. No quiero –intentó negarse Alba, moviendo la cabeza a los lados para evitar que la entrase el líquido que ya empezaba a sospechar que contenía algún tipo de droga.

  • O te lo bebes por las buenas o será por las malas –anunció Luis, que, aunque no estaba en su campo de visión, tenía una presencia que parecía llenar todo el cuarto, antes de añadir con malicia-. Y si es por mí, prefiero que sea por las malas por la hijoputada que me hiciste, niñata.

  • Vamos, bebe, no seas tonta –la insistió Alberto.

  • Déjame probar… por las buenas… -anunció Luis antes de que el novio de Alba se apartase para poder darla una fuerte hostia en toda la cara.

A esa primera la siguieron otra media docena que la dejaron con el rostro encendido y, creía, el labio partido.

Entonces la agarró por el cuello y se lo apretó, mientras con la otra mano la tapaba la nariz.

En cuanto abrió la boca para respirar, avisó al novio de la chica.

  • Vamos, imbécil, que ya quiere beber.

  • Voy, voy… -contestó rápidamente, llevando la taza hasta la boca abierta de Alba y derramando la mitad del líquido aún caliente sobre su rostro, cuello y barbilla, pero entrando lo suficiente para atragantarla.

Sólo entonces la soltó su jefe.

Alba tosió con fuerza a la vez que intentaba recuperar el resuello y luchaba por inercia contra el reflejo de vomitar.

Él se dio cuenta.

  • Como vomites te lo vuelves a tragar todo con vómito incluido –la amenazó.

Ella aguantó como pudo el líquido en su estómago y un instante después volvía a sentirse atontada y adormecida.

Casi vuelve a hundirse en el interior de la falsa bañera, pero sus secuestradores la sujetaron por los hombros y la sacaron hasta dejarla caer sobre el frío suelo.

La hicieron ponerse de rodillas.

Obedecía sin rechistar, anulada su voluntad por los efectos de lo que llevaba el té.

Casi no se enteraba de lo que pasaba.

Su jefe la ató implacablemente.

Ató sus tetas dando una vuelta alrededor de su base y luego entre ellas y hasta llegar a la espalda, como si de un diabólico sujetador se tratase. Uno que, si hubiera estado lúcida, la habría dolido por la fuerte compresión. Y si no estuvieran cubiertos de chocolate, sus pechos habrían adoptado un ligero tono violeta por la fuerza con que esas cuerdas presionaban el blando tejido.

También pasó un trozo de cuerda alrededor del cuello, enlazado al que usó para amarrar sus muñecas entre sí y a su espalda, de tal forma que si movía sus muñecas e intentaba soltarse, se estrangularía a sí misma.

Y todo el rato se reía de ella.

O eso creía, porque no estaba muy segura ya de nada.

Cuando terminó esa fase, llamó al novio y se pusieron a ambos lados de su rostro, mientras ella estaba tendida boca arriba en el suelo.

Podía enfocar un poco más, pero aún la costaba.

Las palabras llegaban a su oído, pero costaba entenderlas aún.

  • Abre la boca puta malnacida –dijo alguien.

No lo había entendido ni sabía por qué, pero lo debió de hacer, porque no se lo repitieron y porque debía de tenerla abierta o de lo contrario ese nuevo líquido que les salía no la estaría mojando la cara y la boca y bajando por su garganta, que luchaba por tragar para no ahogarse.

Ese líquido dorado que emitían desde la punta de sus miembros caía al principio con fuerza, pero luego fue perdiendo velocidad y al final sólo caían unas gotas.

Algo en su interior la decía que eso era asqueroso, pero su yo adormecido se veía incapaz de rechazarlo.

Se rieron de ella con más ganas aún.

Entre los dos la acercaron a una especie de tocón ancho.

La apoyaron las tetas allí, dejando la cabeza colgando del otro lado, mientras el resto de su cuerpo quedaba en la parte más cercana al centro de la sala.

Allí extendió más cuerdas a su alrededor para evitar que se pudiera levantar o moverse.

Las piernas quedaron separadas ligeramente, con las rodillas contra el suelo.

Él se sentó en una silla plegable de las de camping antiguas delante de ella, sonriendo, y graznó algún tipo de orden al novio de Alba, que corrió, saliendo del campo de visión limitada de la chica para salir por la puerta en busca de algo.

Con la puerta abierta apareció una lenta corriente de aire frío.

Y, aunque estaba medio atontada, Alba empezó a sentir el mordisco de las ráfagas que entraban limpiando la viciada atmósfera de la sala pero que, a la vez, la hacían temblar al bajar la temperatura.

A través de la niebla que parecía envolver su cerebro se fue filtrando la idea de gritar pidiendo auxilio, pero no lograba articular palabra.

Su cuerpo desnudo tiritaba, apenas cubierto ya, por así decirlo, con la fina capa de chocolate que se había adherido a su piel gracias a su propia viscosidad.

Entonces los oyó.

Escuchó sus respiraciones aceleradas saliendo de sus bocas de afilados dientes y lenguas sonrosadas antes incluso de oír sus patas desplazarse por el embaldosado suelo hasta la entrada del cuartucho.

Alberto los guiaba y luchaba contra la energía que mostraban, tirando con fuerza de sus correas buscando llegar los primeros al premio que se les prometía.

La puerta se cerró.

Nadie habló, pero los gimoteos y ladridos de los perros lograban incluso poner nerviosa a la chica pese a su cerebro abotargado. Despertando poco a poco, pero aún no del todo.

Antes de darse cuenta de qué pasaba, una lengua áspera y ancha empezó a lamer su piel con la ansiedad del hambriento.

Repasaba sin pausa cada palmo de sus muslos y culo, recorriéndolos una y otra vez sin cansarse mientras el resto de los perros elevaban al aire sus protestas por no poder estar también disfrutando de ese baño de chocolate.

El perro metía su cabeza entre las piernas de Alba, rozando con su hocico peludo las nalgas de la joven, provocándola una extraña sensación, sobre todo cuando comenzó a limpiarla del dulce la entrepierna.

Comenzó a lamer sin parar, con esa lengua ancha, una y otra vez dando lametones por toda su rajita.

En la niebla soporífera que tenía instalada en la cabeza notaba las descargas de adrenalina y de las hormonas sexuales, que hacían responder de forma totalmente autónoma a su cuerpo.

Sabía que se estaba mojando, que su coño se estaba inflamando y abriendo con cada lametazo del can, no podía evitarlo. Era algo innato, un instinto animal gobernado por hormonas.

Y el perro lo detectaba.

Lo podía oler.

Eso le volvía loco y hacía que sonase aún más animal, lo hacía asalvajarse.

Los otros también lo olían, era la gran ventaja de su potente sentido del olfato.

Olían su presa.

Y el primero se lanzó a montarla.

Torpemente.

Se subió sobre ella, sobre su espalda, con las patas arañándola, aunque apenas notaba molestias, y la polla canina buscaba desesperada la entrada de la vagina de la perra, para la mente del macho encelado.

Empezó a follarla con movimientos rápidos, solo que por fuera, no acertó a meterla al primer intento.

Si hubiera estado al cien por cien, Alba seguramente habría sentido una mezcla de asco y humillación por la situación, que divertía y excitaba a su jefe, al que no podía dejar de mirar mientras lo veía tocándose el paquete, acariciándose sobre la ropa.

Al final lo logró, el perro acertó, y se la metió.

Era una polla extraña, no podía detectar en qué, pero sabía que era completamente diferente a todo lo que había entrado en su sexo antes.

Era más fina de lo habitual, pero entraba con un ritmo tan salvaje y rápido que nunca había sentido.

La notaba como anclada en su interior, como si se enganchase, y, a la vez, golpeando hasta el fondo de su vagina, llenándola de un calor y una excitación anormales.

No supo cuando empezó a llorar otra vez.

El perro la montaba sin parar y, antes de darse cuenta, la empezó a cubrir, soltando chorros en lo más profundo de su sexo.

Sus movimientos de convulsión cesaron apenas para ser sustituidos por otros que buscaban cumplir el destino animal de preñarla, porque para el cánido ella no era más que una perra con la que procrear.

Tardó un rato en poder desanclarse, con el novio de Alba tironeando de la correa y lanzando improperios al animal.

Ella no se daba cuenta.

Más bien no prestaba atención.

En parte estaba en shock.

En parte aún tenía una bruma instalada en la cabeza que la impedía darse cuenta de todo lo que la estaba sucediendo.

En parte no podía apartar la mirada de la polla de Luis.

Porque su jefe se la había sacado y se estaba masturbando ante ella, ante su rostro, con la punta del prepucio apenas a unos centímetros de sus ojos, disfrutando de la humillación que estaba padeciendo contra su voluntad y, a la vez, sin quejarse ni suplicar gracias al té que la preparase su novio.

A ese primer perro lo sustituyó un segundo que, en cuando Alberto lo liberó de donde estuvieran atados, salió corriendo hasta su presa y metió directamente su sonrosada lengua en el coño de Alba para excitárselo y abrírselo aún más y limpiar los restos que marcaban el paso de su predecesor.

Ella se iba despertando un poco más a cada momento que pasaba.

No es que estuviera dormida, pero como casi.

Para ella todo estaba sucediendo como en un sueño, una pesadilla muy real, pero con la diferencia de que sabía que era real.

Lo sabía, pero no lograba captar cada instante como debería, sino como fragmentos inconexos que no lograban formar la película completa y lineal que normalmente captaría su cerebro por lo que captaban cada uno de sus sentidos.

Empezó a montarla el segundo chucho, arrasando con su polla animal todo lo anterior, esparciéndolo involuntariamente por todo el interior de la humana, de esa perra sin pelos a la que montaba como el semental de cría que era, buscando preñarla por instinto.

Otra polla llenaba el campo de visión de Alba.

La de su jefe.

Nunca había visto tanto pelo.

No sabía por qué se fijaba en eso.

No sabía si era por ese olor animal que impregnaba ya hasta el último resquicio de su cuerpo y de sus fosas nasales, pero era como si lo que tenía ante ella también fuese un animal, un velludo animal.

La sorprendió un poco también su tamaño.

Al sentir esas pollas finas, largas pero finas, de los perros en lo más profundo de su coño, no pudo evitar sentir algo parecido a…a… ¿a la envidia?... ¿deseo?... al ver esa polla gruesa enmarcada por el pelo oscuro y rizado.

Se masturbaba delante de ella, rozándola por momentos con el extremo de su polla y mojando su rostro en distintos puntos.

Alba lograba mantener la boca lo más cerrada que podía, aunque las embestidas de los perros no la dejaban impasible y las oleadas de excitación que llegaban desde su coño la estaban haciendo gemir sin poderlo evitar.

Con el tercer perro no pudo evitarlo.

Sus gemidos eran tan intensos que superaban el ruido de los perros.

Estaba tan caliente y excitada que las últimas fases del sopor inducido por la mezcla que la había dado su novio se desvanecieron en una explosión orgásmica.

Sí, tuvo un orgasmo.

Los perros habían logrado que en su estado de semi-consciencia tuviera un potente orgasmo.

Sus caderas temblaban y sus rodillas flaquearon, pero las cuerdas que la ataban no la dejaban cambiar de posición.

Tampoco el perro, que aumentó la presión y el ritmo mientras ella se retorcía debajo de él y unas oleadas inmensas agitaban su interior, al que la polla canina se ancló sin parar el movimiento en ningún momento.

Luis se reía de ella en su propia cara, sin dejar de mover su mano a lo largo y ancho de su gruesa y humana polla ante el rostro de su humillada secretaria.

  • Jajaja… vaya con la furcia… jajaja… cómo está disfrutando… jajaja… ya sabía yo que era una puta perra, una puta mierdecilla… jajaja…

Alba estaba tan cansada, se sentía tan agotada y machacada, que no se sentía con fuerzas ni para contestar a sus insultos.

Pero lo intentó.

  • E… eres… eres… un… eres un… un… hijo… un hijo pu…

No terminó la frase.

Los chorros de gruesa y espesa lefa que brotaron de la polla de su jefe lo impidieron.

Golpeó directamente entre sus ojos, obligándola a cerrarlos.

El grueso de la descarga se derramó allí, sobre su nariz y sus ojos, pero cuando se levantó, esparció más restos de lefa por su frente y cabellos, mientras Alba notaba como bajaba y se escurría la primera parte de la descarga por sus pómulos y la punta de su nariz lentamente en el rumbo marcado por la gravedad hacia la parte inferior de su rostro.

El tercer cánido explotó apenas un segundo después, rellenando con una tercera oleada de semen perruno el interior de su vagina.

Ella empezó a sentirse mareada.

Hecha un asco.

Completamente humillada.

Sometida por su novio y su jefe.

Se desmayó.

La despertaron el frío y el dolor.

La fuerza del chorro de agua fría.

Helada.

La estaban limpiando con una manguera de la que salía un potente chorro de agua fría mientras ella estaba atada en el suelo con los brazos alzados hasta una especie de argolla.

Luis estaba apuntando directamente a su coño, totalmente expuesto al tener las piernas separadas al máximo, tanto que la dolía.

Alberto, su novio, era el que la estaba atando el segundo tobillo a una de las columnas para que no pudiera cerrar las piernas.

Aunque tenía claro que, en realidad, ya había dejado de ser su novio desde el momento en que la había traicionado y ayudado a su jefe a vejarla de esa sucia manera.

Luis se agachó y se acercó hasta meter la punta de la goma directamente en el agujero que conducía a la vagina de la chica, separando sus irritados labios vaginales sin cuidado.

El agua estaba tan fría que la picaba, era como tener hielitos golpeando con fuerza en todo su interior.

Gritaba y suplicaba que parasen, pero la ignoraban por completo.

Cuando consideró que estaba suficientemente limpia por dentro, su jefe siguió paseando la manguera por encima del cuerpo inmovilizado de la secretaria, dejando caer el chorro más tiempo sobre tus pezones y en su rostro.

Pero, al final, también esta particular forma de tortura terminó.

El grifo se cerró y el agua congelada dejó de fluir sobre el cuerpo de la chica.

  • Bueno, ya estás limpia. Al menos tu cuerpo –la decía su jefe, mirándola con desdén-, porque tu mente seguro que sigue siendo la de una sucia perra.

  • Serás hijo de pu…

  • ¡Cierra el pico! –la interrumpió a la vez que la daba una patada en el coño que la hizo retorcerse de dolor-. Aquí sólo hay una puta y eres tú. Y cuando termine contigo a lo mejor… a lo mejor… bueno, ya veremos qué haré contigo cuando aprendas un poco de respeto y decencia, puta cerda –y siguió humillándola verbalmente un rato más, aprovechando que Alba se mordió el labio para no contestarle y que volviera a pegarla-. Cuatro perros. Te has follado a cuatro perros y te has corrido como una perra. Eres una guarra de campeonato. Tendrías suerte si cuando terminemos te dejo que me lamas los zapatos porque eres una mierda –y, cambiando de tema, señaló al ex-. Cinco mil euros fueron suficientes para que él… sí, cinco mil euros es lo máximo que vales, puta zorra, pero para mí que no vales ni el diez por ciento. Eres una basura –y, volviéndose, ordenó a Alberto-. La secas y cuélgala un rato, que voy a dormir. Educar –terminó, mirando de reojo a su secretaria- a una mierdecilla como esta es agotador.

En cuanto se marchó, Alba intentó convencer a su ex para liberarla.

  • Vamos. Suéltame. Suéltame y no diré nada. Nos vamos y ya.

  • No.

  • ¿No?. No seas cabrón. Está loco. Venga, por favor. Tú sabes que…

  • ¡Qué no!. Y cállate de una vez o te callo yo.

  • Serás cabrón. Cuando se lo diga…

Se acercó corriendo a ella y la dio un bofetón.

  • ¡Abre la boca! –la ordenó, mostrando un trozo de tela blanco apelotonado en la mano.

Alba hizo lo contrario. Cerró su boca lo más fuerte que pudo cuando él intentó meter por la fuerza la pelota de tela.

La empezó a retorcer un pezón hasta que no pudo más y gritó.

  • Aaaaahhh hijo de pu…

No terminó la frase.

En cuanto pudo, la embutió el trozo de tela.

Intentó escupirlo, pero tenía cerca una de las cuerdas con las que la habían atado antes y se la aseguró alrededor de la cabeza para que no pudiera quitarse la mordaza improvisada.

  • Calladita estás mucho mejor. Lo único que sabes hacer es quejarte y quejarte. Eres inaguantable. Tienes un polvazo –admitió-, pero prefiero los cinco mil, que eso compra muchas cosas. Incluyendo polvazos… aunque Rakel los da gratis –se le ocurre comentar al final, mencionando a una de las amigas íntimas de Alba.

Después la desató las piernas y ella intentó darle una patada, pero su posición no la permitía mucho juego y él burlaba sus intentos con facilidad.

La desató de la argolla y la arrastró a medias tirando de la cuerda, a medias de su larga cabellera.

Intentó resistirse, pero él siempre había sido más fuerte.

Volvió a atarla, esta vez a un saliente del techo que la hacía estar casi de puntillas cuando estiró la cuerda.

Esquivando sus pataleos, terminó atándola las piernas de nuevo, pegadas entre sí, y quedó colgada, apenas apoyada contra una columna.

Salió y volvió al poco con unas toallas y la secó por encima, aunque no pudo llegar ni a la entrepierna ni al interior de los muslos, que se quedaron húmedos.

Luego acercó un ladrillo para que pudiera poner los pies.

  • Para que veas que, en el fondo, te aprecio, tonta de los cojones.

Él también se marchó, apagando la luz y dejándola allí colgada y amordazada, dando por terminada la primera parte de ese San Valentín.

Continuará…