Casos sin titulares V: un jacuzzi en el desierto.

Las relaciones siempre son difíciles. Pero algunas más que otras. Y, unas pocas, terminan en las manos (y el oído) del Doctor, sorprendiendo a veces situaciones en las que te puedes encontrar en pleno desierto un jacuzzi y unas atletas insomnes.

CASOS SIN TITULARES. EPISODIO V.

UN JACUZZI EN EL DESIERTO.

Le encantaba el deporte.

No es que lo practicara mucho, la verdad. Pero le encantaba.

Por eso, cuando pidieron voluntarios para viajar a un país musulmán y se enteró de que la misión consistiría en ir con una delegación deportiva y evitar incidencias con la población local, no lo dudó.

Y no porque pagaran más que en otros destinos, era por poder estar cerca de los deportistas, incluso en primera fila durante los entrenamientos y con una situación genial durante los encuentros.

Pero cuando llegó al hotel de concentración descubrió la otra razón de que no hubiera casi nadie.

Era una competición de… atletismo… y, encima, sub18… y, encima, femenina.

Nada más enterarse empezó a lamentar su decisión.

Iban a ser dos coñazo de semanas.

Se instaló en su habitación, que resultó ser también una mierda.

Un cuarto minúsculo con una cama que chirriaba todo el rato y un ventanuco casi a ras del suelo.

La mitad de las veces no podía ni abrirlo por el polvo y el calor que entraba, mayor incluso que el que ya hacía dentro del propio hotel.

El primer día maldijo su suerte.

El segundo se dio de cabezazos contra la pared de su baño por haberse creído tan listo, hasta que uno de los azulejos se desprendió y fue a caer de pico en la ducha.

Se había quedado sin ducha por una semana, le dijeron.

Aún cabreado, sobre todo por su propia estupidez, se despertó a mitad de la tercera noche y decidió que, ya que estaba allí y tenía acceso a las instalaciones, ¿por qué no aprovecharlas?.

A él le habían puesto una habitación de mierda, pero las deportistas podían usar sin límites el área deportiva, con su gimnasio y unos vestuarios que incluían un buen par de jacuzzis.

No se encontró con nadie por el camino.

Saludó al conserje por inercia, porque estaba roncando tras el mostrador y no se dio ni cuenta.

Las luces estaban encendidas. Todas.

Si algo les sobraba era dinero y la factura de la luz no era más que un mosquito que hacía ruido de fondo, así que ni de día ni de noche se apagaban los focos.

Era enorme.

Todo lleno de aparatos de gimnasia de todo tipo, clase y condición.

Y todos nuevos.

Aunque él no los usase, se daba cuenta sólo con verlos.

El dinero no es problema aquí.

Por un momento se miró la barriga que amenazaba constantemente con desbordar el cinturón.

Debería ponerse a dieta.

Debería hacer deporte, no sólo mirarlo y admirarlo.

Debería…

Pero siempre salía algo que retrasaba el momento de empezar.

En fin… contempló un rato más todos los aparatos y el circuito de atletismo del primer piso, que bordeaba como un anillo acristalado toda la instalación. Debían ser como 300 metros fácilmente.

Una pasada.

Su habitación una auténtica casa de pitufos y eso tan enorme.

Entonces lo escuchó.

Un par de voces que venían por detrás de él.

  • … y va… va y me dice que si soy virgen que paga a papá cien mil dólares y doscientas cabras el muy cabrón… -escucha decir a una.

  • ¿Y le entendiste?. Porque los que no hablan árabe es como un inglés de batidora… -respondió la otra chica, antes de empezar a reírse las dos.

Estas dos son aún más idiotas que yo, pensó él, no sólo porque bajasen a esas horas en las que no había nadie por el hotel y que tenían que avisar para ir acompañadas de alguien de la delegación fuera de los horarios generales, sino porque eran tan imbéciles como para no saber que había muchos empleados filipinos para las tareas más sucias y unos cuantos hablaban también español y las podían entender o, incluso, hacer de traductores. Él mismo lo había comprobado al llegar, porque de inglés no pasaba del básico.

Se fue retirando hacia la puerta que daba a los jacuzzis.

No deseaba que le fastidiaran la noche.

  • Jajaja… -seguía riéndose aún la primera cuando, entre risas, siguió hablando- ni una palabra… jajaja… pero había un tío del hotel que traducía… jajaja… y… y…

  • Jajaja… de verdad, que mierdas hay que tragarse… -contestó la segunda de las chicas.

Entraban por una puerta cuando él ya desaparecía por la otra, pero la curiosidad le pudo y se giró lo suficiente para verlas.

Y, lo primero que pensó, es que no estaban nada mal.

Dos chicas rubias, altas, con un tono de bronceado ideal, sin pasarse. Unos cuerpos atléticos y perfectos.

Iban con unos tops ajustados y unas mallas hasta medio muslo.

Se detuvo sólo un instante, viéndolas desfilar y ascender las escaleras al tramo superior donde estaba el circuito de atletismo mientras seguían diciendo tonterías.

Se fijó más y enseguida el archivo de su cabeza las identificó.

Verónica y Carlota, las hermanas.

Sus marcas no eran de las mejores, pero recordaba con claridad sus ojos de un azul intenso que había en sus fichas.

Lo segundo que pensó es en lo tontas que eran.

No se podía ir así por allí.

Y menos solas.

Tendrían que haber venido cubiertas como exigían los anfitriones, apenas visible el rostro y las manos, salvo durante las competiciones y en los entrenamientos controlados y aislados.

Si las hubiera visto alguien del servicio las podrían incluso denunciar.

Estúpidas.

Tendría que ir a buscarles algo de ropa para después, cuando quisieran regresar a sus dormitorios.

Qué mierda de trabajo.

Qué… y una mierda, que se fastidien. Yo me meto en mi jacuzzi y que se las apañen, que no saben que estoy aquí, eso fue lo tercero que pensó, y, dicho y hecho, mientras ellas daban vueltas a la pista, él se metió en el jacuzzi del fondo con un buen libro para disfrutar a solas.

Ni se dio cuenta de que se había quedado dormido, acunado por el relajante efecto del agua caliente del jacuzzi, hasta que se despertó de golpe.

Apenas se había leído un capítulo de su novela cuando la había dejado tan sólo un instante al borde para cerrar los ojos y centrarse un momento en el maravilloso y relajante efecto del estanque vivo donde se encontraba.

Sólo iba a cerrar los ojos un momento.

Y se quedó dormido.

Hasta ese instante.

Miró rápidamente a su alrededor, alarmado por la sensación de sentirse espiado.

Pero no había nadie.

Le habría resultado incómodo tener que explicar qué hacía él allí y a esas horas.

Entonces escuchó un sonido distinto al leve murmullo del equipamiento que calentaba el agua en la que estaba y le practicaba un masaje sin manos pero con numerosas burbujas.

Eran… creía que eran dos voces, aunque no entendía muy bien lo que decían.

Provenía de la zona de las duchas del vestuario y le pudo más la curiosidad que otra cosa.

En el fondo era un poco cotilla.

Se envolvió en una toalla y se acercó lo más silenciosamente que pudo, aunque cuando estaba a mitad de camino se dio cuenta de que estaba dejando huellas con sus pies mojados, así que al final le podían pillar igual, pero aun así no fue capaz de resistirse a descubrir el origen de esos ruidos que surgían de la zona de las duchas, entremezclados con el inconfundible sonido del agua al caer desde las alcachofas.

Ya en la esquina se detuvo, sin atreverse a mirar. Le parecía reconocer las voces, aunque lo único seguro es que eran de mujeres jóvenes.

  • … sí… sí… vamos… ahí… vamos… aaaaaahí… síiii… vamos…

  • Cállate cabrona, que nos van a oír…

  • Si no hayyyyy… nadie… síiiii… síiiii…

Poco a poco, fue estirando el cuello.

Lo primero que pudo ver fueron las regaderas metálicas que colgaban del techo con su forma cuadrada y amplia, que creaba una cascada de un metro cuadrado y que iba a caer sobre el suelo, creando una pequeña balsa en torno a los canales del centro del suelo.

Después las vio a ellas.

Estaban tiradas en el suelo, completamente desnudas, una sobre la otra.

Veía con claridad sus cuerpos húmedos y brillantes.

Veía cómo la humedad hacía que el cabello de la que estaba encima quedase pegado a su espalda de una forma que parecía casi de un cuadro del Renacimiento.

Las gotas de agua resbalaban por su cuerpo, dejando un rastro por su piel que era algo que sólo podía calificarse como de glorioso.

Sobre todo las que brillaban un instante en la punta de sus pezones antes de desprenderse y caer sobre su hermana.

Se besaban a ratos, pero sobre todo manejaba la mano con energía sobre el depilado coño de su hermana, metiendo a ratos varios dedos que desaparecían en el interior de ese cuerpo que se agitaba, dominado por esos momentos de tensión sexual previos al orgasmo.

Los gritos de la hermana pequeña cuando por fin alcanzó la gloria inundaron las duchas y rompieron el silencio de la noche de tal forma que le dio un vuelco el corazón y pensó que habían despertado a medio hotel.

Mientras Carlota se quedaba tirada, jadeante, sobre el suelo mojado, tras esa explosión de placer, Verónica sacó sus dedos empapados en algo que no era precisamente agua y los restregó por los muslos de su hermana pequeña.

Él, en cambio, se encontraba acelerado.

Por un lado, esos gritos le habían pegado un susto de muerte, hasta que comprendió que nadie salvo ellos tres lo podían haber escuchado porque estaban en una zona muy bien aislada del resto del hotel precisamente para no molestar ni de día ni de noche al resto de clientes con los sonidos que salieran del gimnasio o del circuito acristalado que lo rodeaba en el primer piso.

Y, por el otro, se dio cuenta también de que estaba empalmado.

Hacía días que no se tocaba y muchísimos más aún desde que no tenía relaciones sexuales con una mujer y esas dos chicas habían conseguido en un momento dejarle con el miembro endurecido y grueso por algo que no era precisamente el exceso de grasas que le rellenaban el vientre.

  • Jajaja –sonó una risa justo a su lado. Era Verónica, que se había acercado a la esquina y lo miraba desde arriba, con una mano cubriéndose el pecho que asomaba por el lateral de la pared-… mira, hermanita, tenemos un puto pervertido… jajaja…

  • ¿Y está bueno por lo menos? –se escuchó decir al otro lado del muro a Carlota.

  • ¡Qué va!. ¡Es un puto gordo con una polla enana!. Jajaja… -siguió riéndose la mayor de las hermanas de él, que seguía en el suelo, con la espalda en la pared y con la erección desapareciendo rápidamente mientras la sangre se agolpaba ahora en su rostro por la vergüenza y la humillación.

  • Pues que se vaya a la mierda jajaja…

  • Eso, gordito, vete a la mierda… jajaja… oink oink… -siguió el chiste la mayor, imitando el sonido de un cerdo-. Y que no te vea cuando salgamos o te denunciamos, puto mirón de mierda.

El rostro de la atleta desapareció por la esquina, dejándolo sólo con una mezcla de humillación por haber sido sorprendido de esa manera por las dos niñatas y por haberse dejado menospreciar sin decir ni una palabra.

Eso lo cabreó.

Se enfadó consigo mismo al principio, y regresó hacia el jacuzzi con unas nubes negras rondándole la cabeza, hasta que pensó que él no había hecho nada malo, tan sólo había echado una mirada por curiosidad, sin malas intenciones.

Y lo habían tratado fatal.

Odiaba que lo despreciaran. Bastante tenía que soportar en el día a día para que esas dos niñatas malcriadas e irresponsables se rieran de él.

No lo pensaba consentir.

Tenía que darlas una lección que no pudieran olvidar.

Debía recuperar su dignidad y lograr que le respetasen como se merecía.

Las estaba esperando tranquilamente en el jacuzzi, tarareando tranquilamente mientras fingía leer.

Las escuchó antes de verlas.

Llegaron enfadadas, con caras de pocos amigos y con el cuerpo apenas cubierto por las toallas.

  • ¿Y la ropa, puto gordo de mierda? –lo insultó nada más verlo, Verónica.

  • Lo primero es un “hola”, ¿no os parece? –respondió, tranquilamente.

  • Sal de ahí y ya te daré yo, puta bola de grasa –siguió la mayor, pese a que Carlota la puso una mano en el brazo para intentar rebajar la tensión.

Él volvió a su libro, como si no hubiera habido ninguna interrupción, lo cual enfureció aún más a la mayor de las hermanas.

  • Gordo de mierda, te voy a denunciar a la Federación. Se te va a caer el pelo…

  • Por favor –interrumpió Carlota, claramente nerviosa-, dinos donde está la ropa y ya está, por favor.

Dejó a un lado el libro y las miró.

Durante un instante el silencio reinó en los vestuarios, salvo el que generaba el propio jacuzzi, y se miraron a los ojos.

Verónica con furia mirándolo directamente a la cara, Carlota sonrojada y la vista algo baja.

  • Si lo pides por favor, entonces te diré dónde encontrar ropa –ambas hermanas parecieron relajarse, y él aprovechó para plantear su juego-. Acércate y te lo diré al oído, porque tu hermana ha sido muy borde conmigo y tendrá que esperar.

Carlota se acercó despacio hasta donde estaba, cohibida de repente ante la situación que la hacía separarse de su dominante hermana.

  • Bueno, venga, tendrás que agacharte para que te pueda susurrar al oído, porque a tu hermanita no la gusta verme desnudo, ¿verdad, niñata? –picó a la mayor de las hermanas, que tuvo el aguante de no contestar, cosa que la costó un enorme esfuerzo por el tono colorado que llenó su rostro.

Carlota se agachó junto al jacuzzi y acercó su rostro al suyo.

Olía fenomenal.

Y de su piel emanaba una frescura fabulosa.

Se relamió los labios.

Ella cerró los ojos por un instante y él aprovechó para darla un beso rápido en el pómulo.

Del susto, la chica casi se cae dentro del jacuzzi.

Su hermana dio un paso adelante y volvió a soltar su afilada lengua.

  • Pero serás cabrón, bastardo hijo de puta, ¿cómo te atreves a…?.

  • ¡Cierra el pico! –estalló él. Su grito cortó de raíz lo que iba a brotar de la boca de Verónica-. Y cómo vuelvas a insultarme no os digo nada y os apañáis, que seguro que cuando vengan los del hotel les hará mucha gracia –y, añadió el toque definitivo-. Y a los… otros…

No hizo falta añadir más.

No se disculpó, pero Verónica cerró la boca y retrocedió un paso.

Esta vez sí que le susurró una frase a Carlota y la hermana pequeña fue corriendo a dónde la había dicho.

Se quedó a solas con Verónica.

  • Anda, ven aquí, empecemos de cero –anunció con una sonrisa y, cuando la chica dio el primer par de pasos, algo más relajada, añadió-. Así no. A gatas, que…

  • Pero serás… y una mierda voy a…

  • ¡Cierra el pico! –repitió él, logrando de nuevo cortar a la mayor de las hermanas-. Es mi último aviso. O empiezas a comportarte o no os digo dónde está toda vuestra ropa y os arriesgáis con nuestros… comprensivos… anfitriones.

En eso regresó Carlota, llevando en la mano sus calcetines.

Al verlo, Verónica le dirigió una mirada envenenada y él supo que se consideraba timada y que todo su plan podría venirse debajo de golpe, así que se adelantó.

  • Ya veis que si seguís unas mínimas normas, todo se va solucionando poco a poco –y antes de que pudieran decir algo, añadió-, y prisa no tenéis, ¿verdad?. Por cierto, ¿a qué esperas Veroniquilla?. Ven a gatas a mi lado mientras tu hermanita busca la siguiente pieza, ¿o prefieres hacernos esperar para poder continuar?.

Casi inesperadamente, mucho mejor de lo que había siquiera imaginado, la mayor de las hermanas se puso a cuatro patas y empezó a gatear en su dirección.

Sonrió y se giró hacia Carlota para darla la segunda posición de su ropa, pero antes...

  • Bueno, ¿qué pasa, no te pones los calcetines?.

Ligeramente extrañada por la petición la atlética chica se los colocó en sus pies y avanzó para recibir la siguiente indicación.

  • Na na na… sólo los calcetines, lo demás no es ropa, ¿verdad?. Para irte vistiendo primero tienes que desprenderte de lo que no es ropa, ¿no te parece justo?.

  • Pe… pero…

  • Sin peros. Aquí todos somos adultos, ¿no?, y no tienes que avergonzarte de tu cuerpo… desde luego no te avergonzabas hace un momento mientras hacías cochinadas con tu hermanita en las duchas, ¿verdad?. Así que ya sabes. Un trato es un trato.

  • Bu… bu… bueno… pe… pero no mires… -dijo, sonrojándose tanto la chica que casi no pudo evitar reírse de ella.

  • Y una mierda… y tú –dijo, volviendo la mirada a Verónica, que estaba ya casi a su altura y tenía una mirada que indicaba claramente que estaba pensando hacer alguna tontería-, ya mismo estás dándome esa toalla que llevas, que yo la necesito más que tú, ¿entendido?.

  • Serás…

  • Shhhh… a callar que tengo el número de la centralita en marcación rápida y vienen en un momento –mintió, pero ellas no sabían que ni siquiera había llevado su móvil esa noche al salir de su cuarto.

Un instante después, las dos hermanas estaban completamente desnudas ante él.

Bueno, Carlota no, puesto que llevaba el par de calcetines que había encontrado con la primera pista.

Pero eso no era más que un detallito.

Dos auténticas preciosidades apenas a un palmo de él, con sus perfectos cuerpos atléticos, sus tetas de pezones erizados por la tensión, sus coños depilados completamente expuestos y unos culitos demasiado prietos, lo sabía sin siquiera hacerlas darse la vuelta.

  • En fin… -suspiró- creo que querrás otra pista para la próxima prenda, ¿no?.

  • Sí, claro –contestó Carlota, con algo más de confianza.

  • Pues… no sé, no sé… se me ocurre que podrías hacer algo por mí antes… ¿te parece?.

  • No sé, depende qué sea –contestó ella, sospechando que había gato encerrado y cubriéndose por inercia los pechos.

  • Quiero que le des un par de tortas bien dadas en el culo a tu hermana –respondió él, lanzándose definitivamente a una zona más loca de un plan de por sí bastante inconsistente y lleno de posibilidades de fallo.

  • Ahhh… bueno… si es porque lo pides… -y, desplazándose rápidamente, se situó detrás de su hermana y la dio dos buenas tortas en las nalgas, que resonaron más de lo que había esperado.

Verónica gruñó ante el inesperado castigo, a la vez que su hermana retrocedía un paso con una sonrisa que le daba a entender que había aprovechado la situación para obtener una pequeña satisfacción sobre su hermana después de tener que soportar su constante dominio en tantas ocasiones anteriores.

Estaba claro que la relación entre las hermanas no era tan idílica como pensó al verlas enrollarse antes, sino más bien algo parecido a una incapacidad de Carlota de enfrentarse a su hermana y decir que “no” de vez en cuando.

Estaba claro que Verónica estaba tan acostumbrada a llevar la voz cantante que ni se la ocurría pensar que su hermana quisiera otras cosas o que, sencillamente, no desease hacer lo que a ella le apeteciera.

La comunicación entre ellas distaba mucho de ser la ideal y ese era un punto de partida muy interesante.

O, al menos, así lo pensó él.

  • Acércate, que te voy a dar la próxima pista.

Cuando Carlota se agachó para escuchar sus nuevas indicaciones, él aprovechó para extender una mano y acariciarla una de las tetas.

Dejó un rastro de agua todo alrededor, así como sobre el seno de la joven Carlota, que no se resistió y apenas sí pego un respingo al notar el contacto de su húmeda mano.

En cuanto se marchó, centró su atención en la mayor de las hermanas, que lo miraba de una forma aún más hostil si cabe, posiblemente por las tortas recibidas por orden suya.

Le encantaba el contraste de esa melena rubia con el ligero tono bronceado de su piel y esos músculos definidos, pero que no restaban ni un ápice de hermosura a su cuerpo femenino.

  • ¿Y bien?.

  • ¿Y bien qué? –contestó ella.

  • ¿Quieres que empecemos de nuevo o prefieres quedarte ahí como una puta perra esperando que tu hermana te dé unos azotes que seguro mereces o que aparezca el conserje y piense que eres una furcia?.

  • Serás cabrón… -dijo entre dientes.

  • Cabrón voy a ser de verdad como sigas en ese plan, ¿me entiendes, niñata de mierda?. Que yo aquí seré el último mono, pero tú no eres ni eso como haga una llamada, ¿entendiste, tonta del culo?.

  • Sí.

  • ¿Sí qué?.

  • Que sí –aceptó a regañadientes-, que de acuerdo, cabronazo.

  • Y otra cosa…

  • ¿Qué?.

  • Que… que… -empezó a contestarla pensando en que no le gustaba nada que esa niñata lo insultase ni lo mirase de esa manera tan altiva y, de pronto, se le ocurrió que podía haber una forma de bajarla los humos y no perdía ya nada por probar, así que lo dijo, pese a que sabía que eso no era una película- … que te metas conmigo en el agua, que vamos a firmar la paz mientras tu hermana hace todo el trabajo, y hay mucho de lo que tratar…

Verónica se quedó un rato callada, mirándolo a los ojos como valorando la situación y luego mirando el jacuzzi.

Se encogió de hombros después de lo que parecieron minutos pero que apenas serían unos segundos, y gateó hasta el borde opuesto, metiéndose luego lentamente en el jacuzzi.

Lo hizo al principio con algo de reparo, pero en cuanto estuvo dentro el efecto del aparato realizó una mágica transformación en su rostro, que se relajó ligeramente.

Hasta que él la hizo señas para que se acercase.

  • Te quiero aquí. A mi lado.

  • Para hablar no hace falta –contraatacó ella.

  • Pero resulta que yo pongo las condiciones y digo que o vienes aquí ya o se fini.

Ella murmuró entre dientes, pero no alcanzó a entenderlo.

Luego, poco a poco, fue desplazándose por el jacuzzi de forma que sólo asomasen su cabeza y sus hombros, dejando sus pechos casi completamente sumergidos, hasta situarse a su lado, casi piel con piel.

No pudo evitar una sonrisa cuando alargó la mano para tocarla en el muslo y ella intentó fingir que no pasaba nada.

  • ¿Qué has dicho?.

  • ¿Decir?. Nada.

  • Te he visto murmurar antes. No soy ciego.

  • Nada.

  • Empezar ocultando cosas no es nada bueno en una negociación.

  • Joder tío. Vale. He dicho cabronazo. ¿Vale?. Y deja de tocarme.

  • Haré lo que me dé la gana –respondió él, apretando su mano contra su muslo y cerrando los dedos para presionarla. Ella se removió, pero no intentó moverse y no se quejó, aunque le lanzó una mirada desafiante-. Si antes no te hubieras pasado no estaríamos en esta situación y…

  • Serás…

  • ¡Que cierres el pico! –la gritó a la cara, dejando un rastro de gotas de saliva sobre su rostro-. Ahora es mi turno de hablar. Y estoy hasta las narices de tanta prepotencia y de tantos insultos, así que ahora es mi turno de poner las condiciones, ¿entendiste, hija puta?.

  • Pues no me insul…

  • O te callas o hago una llamada y a ver cómo explicáis esto a los de moralidad, tonta de los cojones –la amenazó, extendiendo el otro brazo hacia su toalla, como si realmente tuviera un teléfono debajo.

  • No, no, por favor, no hagas eso –suplicó ella.

  • Bien, pues a partir de ahora a ver si aprendes a obedecer y cumples lo que toca, ¿entendido?.

  • Ya. Joder…

  • Eso no es una respuesta.

  • Que sí, tío. Joder. Sí. ¿Vale?. Que sí.

  • Muy bien, vas mejorando. Aunque tú hermana es bastante más lista que tú para estas cosas.

Verónica no contestó a eso, dejándolo en el aire. Y, hablando de aire…

  • ¿Buceas?.

  • ¿Qué? –respondió con otra pregunta la mayor de las hermanas, sorprendida por el cambio de tema.

  • Que si sabes bucear. Es muy fácil. O sí o no.

  • Un poco –contestó con precaución.

  • Quiero que me la chupes.

  • No –volvió la fuerte personalidad de Verónica al primer plano por inercia.

  • En fin… entonces mejor llamo y cada uno por su lado… -lo dejó caer, levantando de nuevo la mano.

Sólo tardó un segundo en coger aire y meterse bajo el agua, tanteando con las manos hasta encontrar la endurecida polla del hombre.

Porque se le había vuelto a poner dura.

El espectáculo de tener esos dos cuerpos jóvenes tan cerca, completamente desnudas y con esas curvas era algo que se le hubiera levantado a cualquiera, y él no era una excepción pese a las circunstancias.

Bajo el agua Verónica empezó a chuparle la polla, aguantando la respiración y sujetándose con una mano al tronco fálico y con la otra apoyándose en una de sus peludas piernas.

Miró sólo un instante.

El trabajo que le estaba haciendo era la leche y no sabía si podría aguantar mucho después de tanto tiempo en dique seco y con esa hembra tan a mano, así que tragó saliva y levantó la cabeza hacia el techo intentando concentrarse en otras cosas para prolongar todo lo posible la situación.

En eso llegó de nuevo Carlota, con otra prenda en la mano.

Una zapatilla.

Él se lamió los labios, concentrándose en la recién llegada, a la vez que bajaba inconscientemente su diestra para acariciar el cabello de Verónica y, casi como si fuese algo natural, sujetarla por la cabellera en torno al cuello para obligarla a mantenerse bajo el agua con su tronco clavado más y más dentro de su boca.

Sintió que se retorcía un poco, pero la aguantó, sobre todo cuando vio que Carlota miraba y se daba cuenta de lo que estaba haciendo su hermana e, inmediatamente, fingir como si no pasase nada, pero a la vez traicionada por los vistazos rápidos que lanzaba y por el crecimiento de sus propios pezones.

  • La encon… encontré… pero… sólo había una y…

  • Vete rápido a la escalera –respondió él con urgencia, sabiendo que no podía tampoco pasarse reteniendo a Verónica bajo el agua y con su polla profundamente clavada en la garganta-. Pero la zapatilla déjala aquí. ¡Corre!.

  • Sí, sí… -acertó Carlota a decir antes de dar un último vistazo a su hermana y girarse para correr hacia las escaleras que llevaban al circuito de atletismo desde la zona de los aparatos de gimnasia.

En cuanto se giró, aflojó la presión sobre la otra hermana y al rato ésta sacaba su rostro congestionado a la superficie, boqueando en busca de aire.

Estaba seguro de que iba a reaccionar con enfado, así que tomó la iniciativa como si fuera de verdad el cabronazo que antes había insinuado ella.

La dio un sonoro bofetón y la agarró de la muñeca para impedir que se desequilibrase, justo antes de cruzarla la cara con otra bofetada en el otro lado de la cara.

  • ¿Qué?. ¿Ya mejor?.

  • Serás… serás… serás hijo de… -otro bofetón detuvo su lengua.

  • Me ha gustado cómo te la tragabas, se nota que tienes experiencia, ¿verdad?.

  • ¿Y qué? –respondió con evasivas.

  • ¿A quién se la chupas?. ¿Algún noviete?.

  • ¿Y a ti qué te importa, so ca…? –el cuarto bofetón fue aún más fuerte que los anteriores, pero esta vez ella se movió lo suficiente para recibirlo sólo en parte-. ¿Quieres parar?.

  • Pues contesta y déjate de tacos.

  • No.

  • ¿No qué?.

  • No tengo novio.

  • ¿Y a quién se la chupas?.

  • No importa.

  • Yo decido qué importa y qué no. ¿Entendido?.

  • Vale, vale…

  • ¿Y bien?.

  • Al entrenador –respondió, repentinamente con algo parecido a la vergüenza.

  • Bufff… pero si es tu tío, ¿verdad?.

  • Sí, joder, sí.

  • ¿Y tu hermana?.

  • También.

  • Ummm… ya me parecía a mí que erais un buen par de…

  • No lo digas –suplicó con un hilo de voz.

  • Está bien, para que veas que no soy mal tipo.

  • Pero serás… -se cortó antes de volver a soltar otro improperio.

  • Así que se la coméis a vuestro tío…

  • Sí.

  • Y a…

  • A unos amigos suyos –concedió con reticencia.

  • Bien. Lo imaginaba –mintió-. ¿Y lo de antes?.

  • No sé… -reconoció- es algo que me gusta hacer antes de correr. Me da suerte.

  • Ya, ya… pero eso no surge de la nada. ¿Y bien?.

  • La mujer de mi tío.

  • ¿Qué?. ¿Qué sabe que se la chupáis?.

  • Y también nos enseñó a… a… a eso de antes, ya sabes…

  • Vamos, que me parece a mí que si hay unos cabrones aquí son ellos, tu tío y tu tía, ¿no te parece?.

  • Sí –confirmó Verónica.

  • ¿Y tanto os gusta? –inquirió con morboso interés, que también lograba que su miembro mantuviera la erección bajo el agua. Como la chica negó con la cabeza, siguió indagando-. No os gusta, pero seguís con ellos. ¿Por qué?.

  • No sé. No sabríamos cómo explicarles a nuestros padres el cambiar ahora que vamos tan bien… y ellos no nos dejarían.

  • Ya… bueno, eso ya se verá más adelante. ¿Eres virgen? –y, como negó con la cabeza-. ¿Y Carlota? –otra nueva negación-. ¿Sólo por el coño o también por el culo?.

  • Las dos.

  • Buffff… vaya, vaya…

  • Pero no se lo digas a nadie –dijo, dándose cuenta de repente de todo lo que había confesado a un completo desconocido que, además, acababa de obligarla a chuparle la polla medio ahogándose en ese mismo jacuzzi.

  • Creo que podremos llegar a un acuerdo.

Carlota regresó jadeante.

Traía la otra zapatilla y, seguramente, la esperanza de ver a su hermana de nuevo en una posición incómoda con ese hombre del jacuzzi.

Se equivocó y se llevó una desilusión.

Se los encontró sencillamente hablando.

  • Está bien… Carlota lleva tres cosas y tú ninguna –resumió lo obvio-. Creo que es hora de que tú también busques algo, ¿no te parece?.

  • Supongo.

  • Pero antes te tendrás que secar.

  • Ya. Claro.

  • Carlota –llamó a la pequeña de las hermanas-. Acércate de rodillas.

Dicho y hecho.

Con ella no hacía falta insistir ni repetirse.

Dejó en el suelo la zapatilla junto a la que habría traído en primer lugar, se puso de rodillas y se acercó hasta donde estaban los dos en el jacuzzi.

  • Extiende los brazos –ordenó a Verónica que, por una vez, obedeció sin protestar, levantando sus extremidades superiores y provocando que sus tetas asomaran hasta el punto de que los pezones quedaron en el límite al que llegaba el agua-. Y tú, átaselos con la cuerda de mi bata –dijo a Carlota, señalando.

Al poco, la más joven de las hermanas tenía atada por las muñecas a la mayor.

Él se movió para poder susurrar al oído de la rubia que le acompañaba en el jacuzzi.

  • Pero antes te tienes que mojar por dentro.

Con cierta ayuda de las hermanas, sobre todo de la más joven, el cuerpo de Verónica quedó tendido sobre el suelo, con las piernas colgando dentro del jacuzzi.

  • Toca demostrarme lo mucho que quieres a tu hermanita. Carlota, siéntate como tú sabes –no hizo falta decirla más ni explicarla nada.

La chiquilla se puso sobre la cabeza de su hermana hasta que su coño quedó a la altura de la boca de Verónica.

  • Empezad –ordenó.

Verónica comenzó a lamer el sexo de su hermana, que poco a poco empezó a lanzar gemidos mientras se llevaba las manos alternativamente a su entrepierna y sus pechos o sus cabellos.

Era de lo más excitante.

Pero ésta vez no iba a usar su polla.

Se inclinó hacia delante, entre medias de las piernas de Verónica y acercó su rostro a su vibrante sexualidad.

El agujero que daba acceso a su vagina se veía más grande de lo que debería ser normal y todo alrededor emanaba un calor y un olor que indicaban claramente que ella también estaba excitada.

Dio un primer lametón.

Después otro.

Poco a poco los fue dando más seguidos, jugando con su lengua con el coño de Verónica, mientras ella lamía el de su hermana.

El ambiente se iba caldeando, llenándose de gemidos y de cuerpos retorciéndose, hasta que, al final, Carlota estalló sobre su hermana.

Verónica apenas lograba tragarse todo cuando Carlota también empezó a orinar sobre el rostro de su hermana mayor.

Apenas le dio tiempo a él para levantar un instante el rostro de entre las piernas de Verónica para animar a Carlota a humillar aún más a su hermana mayor.

  • Vamos… suéltalo todo… esa cerda se lo merece… empápala y cuando termines que te limpie como la puta cerda que es…

Si la mayor de las hermanas lo escuchó, no respondió ni alteró su postura.

La pequeña desde luego, porque no se levantó hasta terminar de soltarlo todo sobre la cara de su hermana mayor y después, volvió a presionar con su coño contra la boca de su hermana hasta que siguió lamiéndola para dejarla tan limpia como exigía su posición.

Él estaba cada vez más excitado y, mientras seguía mordisqueando, besando y lamiendo el coño de Verónica, con la mano libre se pajeaba bajo el agua, tratando de calmar la picazón que le causaba la profunda erección de su pene.

Pero después de un rato, la chica no pudo más y, pese a que sus chillidos sonaron amortiguados con el rostro metido entre las piernas de Carlota, su cuerpo retorciéndose y su flujo abundante y de un fuerte olor empaparon el rostro y llenaron la boca del hombre del jacuzzi.

Salió corriendo, mojando todo a su paso, y se situó sobre Verónica, empujando a Carlota para dejarla tendida sobre el suelo boca abajo, con el coño aún a la altura del rostro de su hermana.

Y, así, se la clavó.

Semi alzada sobre la cabeza de su hermana, empezó a recibir la embestida de la gruesa y caliente polla del hombre que acababa de salir del jacuzzi.

A pelo la penetró con fuerza y ansiedad, deseando descargarse.

Los brazos de Verónica quedaban atrapados debajo del cuerpo de Carlota, asomando apenas entre sus tetas, mientras que su lengua subía, buscando ahora lamer el tronco de carne que entraba y salía del coño de su hermanita pequeña.

Los huevos peludos del hombre del jacuzzi también recibían unos lametones rápidos mientras lanzaba toda su fuerza con cada embestida, llenando la lubricada vagina de Carlota con su inflamada polla.

Una y otra vez empujaba, forzando el camino con una polla que se había convertido en un taladro que perforaba adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás… llenando una y otra vez el coño juvenil de la más joven de las dos rubias.

Carlota gemía sin parar, diciendo palabras sin sentido y chillando a ratos mientras la follaba, y su hermana Verónica se retorcía por debajo, pataleando en el agua por momentos y usando su lengua para lubricar un poco más si cabe la polla del hombre del jacuzzi en su camino de penetración de la vagina de su hermanita.

Siguieron así un buen rato, hasta que no pudo más y notó que iba a soltar el chorro.

Quedaba sólo el prepucio cuando comenzó a salir la explosión de lefa.

El primer chorro quedó casi todo dentro del interior de Carlota, pero en su ruta de escape, el pene empapó todo el exterior del coño de la joven rubia y el resto empezó a salir en sacudidas sobre el ansioso rostro de la hermana mayor, que lamía todo lo que la entraba o caía cerca de su boca.

Tenía tal hambre que él no pudo resistirse a meter su polla, aún bastante endurecida, dentro de la boca de Verónica, que lo recibió como a un conquistador, besándolo al principio y después tragándose todo el tronco y lamiéndolo y relamiéndolo una vez en su interior, tragándose hasta la última gota que quedaba, hasta dejarle seco.

Cuando él se fue, estaba más cansado de lo que recordaba en mucho tiempo.

Se quedó dormido nada más llegar y se olvidó por completo de las dos hermanas a las que había dejado con unas ligeras indicaciones de dónde estaban el resto de sus pertenencias.

Las bragas no.

Esas no las podrían encontrar por mucho que buscasen.

Se las había quedado él de regalo.

Cuando los golpes sonaron en su puerta a las ocho, todo se le vino encima.

Los fuertes golpes continuaron hasta que abrió, con la mente ya puesta en lo que le iba a pasar por la estupidez de esa noche.

  • ¿Alguien ha llamado al servicio de habitaciones? –anunció con retintín Verónica, para luego añadir con una sonrisa-. Se nos olvidó darte las gracias.

Carlota estaba detrás de ella.

Las dos entraron y el resto… el resto fueron unos días muy interesantes.