Casos sin titular XXVI: castigo a la sobrina.
Una joven adoptada sufre un desproporcionado e intenso castigo por parte de un amigo de la familia.
La consulta del Doctor para a veces, pues él también se toma algunos días libres, pero siempre encuentra nuevos casos que llaman su atención sobre la depravación de algunas personas.
Una sobrina adoptada
Luis no destacaba, nunca había sido especialmente popular entre el sexo contrario, tanto por un físico descuidado como por su forma de ser.
A lo largo de los años, lo mejor de su vida social lo constituía el grupo de amistades adquiridas, fundamentalmente en la universidad, con las que conserva una relación habitual, más o menos, porque la mayoría ya se han casado y formado familias.
Con 42 años, soltero, ha ido viendo crecer a los retoños del grupo, muchos de los cuales incluso lo tratan como si fuera un tío casi desde siempre, por lo que procura actuar como tal y ser un modelo cuando están cerca.
Uno de sus amigo, Adolfo, un año mayor, todo un Don Juan en su etapa universitaria... y después, terminó casándose con Eva y tuvieron problemas reproductivos, así que adoptaron a una niña keniata a la que, por similitud fonética, llamaron Lilith.
Quiso la casualidad, o lo que fuera, que hace tres años Eva se quedase embarazada de forma natural, inesperadamente, aunque, por el momento, el nuevo integrante de su familia les está dando bastantes sustos.
En alguna ocasión les ha tocado salir corriendo y Luis, en el papel de “tío”, en ocasiones se ha quedado con Lilith hasta que regresaban o, si era mucho tiempo, enviaban a los abuelos.
La joven negra había crecido bastante desde que la adoptaron siete años atrás, adaptándose por completo a su nueva familia y las costumbres del país, aunque ya está en plena fase rebelde, propia de la adolescencia.
A sus quince años mide ya 1’65, así que ya la sacaba poco.
Delgada, atlética, con unos pechos nada despreciables, y, para natural preocupación de sus padres, con cierto éxito entre los chicos.
En algunas ocasiones organizaban quedadas del grupo y toda la manada de chavales de distintas edades, así que buscaban casitas rurales no demasiado lejos para disfrutar al máximo de la estancia y la reunión, no de pasarse horas interminables en la carretera.
Esta vez el sitio elegido era un lugar a las afueras de Cercedilla, en la sierra madrileña, aunque, más que casa rural, era un chalet con piscina en medio de una zona de campo llena de pinares, ideal para hacer senderismo o, simplemente, descansar en la piscina o aprovechar para hacer una barbacoa.
Lilith destacó enseguida, no sólo por ser de las más altas sino porque se puso un bikini que enmarcaba su cuerpo de forma que era imposible no admirarlo, cosa que aprovechó para hacer a través del cristal de las gafas de sol, mientras otros niños alrededor hacían bombas y algunos padres iban gritando de un lado para otro para reducir el nivel de burradas que hacían, algo que era como predicar en el desierto a esas edades.
El tono amarillo del bikini destacaba contra su oscura piel de ébano, haciendo que la vista se fuera constantemente a sus curvas, sobre todo porque dejaba un buen trozo de carne de sus tetas a la vista y la manera en que se marcaban sus pezones contra la tela era como una diana para los ojos, que buscaban una y otra vez el punto en donde destacaban.
Claro que su culo no tenía nada que desmerecer, redondito y estrecho, toda una delicia y le hizo recordar alguna ocasión en que, medio en broma, cuando era pequeña, la había dado algún azote.
Como si supiera que estaba siendo objeto de una metódica inspección de su anatomía, la chavala se sentó con una de las toallas grandes junto a él cuando se aburrió de darse chapuzones, seguramente dándose cuenta del abultamiento de su paquete.
Por suerte, sus padres adoptivos estaban dentro de la casa, ayudando a preparar la comida, dejando a Luis como uno de los dos adultos a cargo de vigilar la piscina en esos momentos.
¿Qué tío, me pones un poco? -dijo ella, alzándose sobre los codos y mirándole con una gran sonrisa pícara.
¿Cómo... qué...? -se sorprendió, cortando de golpe sus pensamientos y haciendo que, inevitablemente se sonrojase ligeramente, creyéndose pillado en falta.
Que si me das leche -siguió jugando la cría, divirtiéndose con su azoramiento, antes de levantar la mano que su cuerpo ocultaba a la vista y mostrar un tubo de crema solar, riéndose de su incomodidad-... no quiero... quemarme -añadió, antes de remarcar-, tío.
Ya... ya... claro. Por supuesto -accedió él, aprovechando los instantes para que se relajase algo la dureza que tenía entre las piernas antes de coger el bote.
Ella se levantó de un salto y se desperezó con movimientos felinos, estirando los brazos para que fuera aún más imposible el dejar de admirar la forma de su cuerpo y sus bien formados pechos.
Por un momento las manos de Luis temblaron, imaginándose untando ese cuerpo con la leche solar, aprovechando para rozar la zona del bikini lo más cerca que pudiera y... y justo entonces ella se dejó caer de nuevo, boca abajo.
Giró la cabeza y guiñó un ojo, como sabiendo qué se le pasaba por la cabeza.
Por detrás... tío... por la puerta de atrás -siguió picándolo-, que es a donde no llego.
Muy bien -accedió él, controlando el timbre de su voz, temiendo delatar los pensamientos ridículos que acababan de pasar por su mente.
Necesitaba urgentemente ponerse en circulación, era la única forma de dejar de tener esos momentos incómodos por culpa de esas peligrosas ideas.
Procuró extender el protector solar lo más rápidamente posible, sin pensar demasiado en el cuerpo femenino que estaba tocando.
Podía notar su respiración, que le pareció ligeramente agitada por momentos, mientras extendía el producto, sobre todo cuando deslizó las manos por los costados, rozando, aunque sin buscarlo realmente, los lados de los pechos adolescentes, y, sobre todo, cuando untó la zona del estilizado trasero de la chica, incluyendo sin poderlo evitar, los lados interiores donde la rajita se fundía con los muslos de la joven.
Gracias... tío -se empecinaba en remarcar el falso parentesco.
De nada, ha sido un placer -se atrevió a contraatacar.
Lo sé -respondió, descaradamente, guiñándole un ojo tan rápido que casi pensó que se lo había imaginado.
No fue capaz de olvidarse de ese rato, del tacto de sus manos embadurnadas en fotoprotector contra el tierno cuerpo de su falsa sobrina, y apenas lograba contener unas imágenes descabelladas que se le ocurrían.
Más tarde la cosa se complicaría.
Varios niños empezaron a tener molestias, fiebre y vómitos, así que se produjo una espantada general al hospital más cercano, quedando Luis al cargo de los que seguían aparentemente sanos.
Le llamarían unas horas después para avisarle de que había sido una intoxicación alimentaria y que regresarían en un par de horas, calculaban, así que, como ya había dado de cenar a los que quedaban unas pizzas, aunque no fuera la cena más sana y equilibrada del mundo, decidió mandarlos a la cama, momento en que se le organizó una pequeña rebelión, que logró aplacar poniéndoles una película de superhéroes, volviendo a ser su tío preferido.
La única que no se quedó a ver la película fue Lilith, alegando que tenía sueño, pese a que la pareció de todo menos somnolienta.
Era una película que se conocía al dedillo, no era la primera vez que la ponía, así que, a mitad del film empezó a aburrirse y, viendo que todos estaban como embobados con la acción, aprovechó para ir al lavabo y dar una vuelta.
Esa era su intención.
Hasta que vio luz en el cuarto de la keniata.
Se acercó intentando no hacer ruido, pensando que Lilith se habría quedado dormida con la luz encendida y no deseando despertarla, tan sólo abrir un instante para apagar la luz.
Lo que vio le dejó alucinado.
La adolescente estaba de espaldas a la puerta, apenas cubierta por un tanga, y se tocaba con descaro un seno mientras se enfocaba el cuerpo con el móvil sostenido en la otra mano, lanzando audibles besos a una audiencia al otro lado de la línea.
Luis volvió a cerrar, incapaz de decidir cómo actuar.
A lo mejor estaba hablando con algún novio o un amigo especial o... ¡qué coño!, en cualquier caso estaba mal, no se podían hacer esas cosas con todos los peligros que hay en la red, sobre todo para una joven de su edad.
Dudó.
Podía tomar la vía fácil. Esperar a que llegasen sus padres adoptivos y contarles lo visto, que ellos tomasen la decisión.
O podía actuar él, comportarse con el papel de tío que solían atribuirle, aunque no lo fuera de verdad pero que, en el fondo, agradecía porque lo hacía sentirse integrado de una forma especial.
Escuchó una serie de peculiares sonidos, como si fuera de un premio en una feria o algo así, o, al menos, es lo que se imaginó, justo antes de que la adolescente negra agradeciera a dos nombres, claramente inventados, algo que no llegaba a ser capaz de interpretar.
Eso le forzó a tomar la decisión.
Pero lo hizo de una forma distinta, intermedia, se podría decir, buscando no meter demasiado la pata, por si era algún tipo de código con algún desconocido novio.
Volvió a abrir la puerta despacio, sin hacer ruido, sin que ella, de nuevo, lo advirtiera, distraída con la pantalla de su teléfono, y apagó la luz, sobresaltándola, de modo que, ya en la oscuridad, se volvió y fue fácil agarrar su teléfono móvil y quitárselo.
Un vistazo rápido le hizo conocer la magnitud del problema que tenía entre manos y, con el móvil en una mano, encendió la luz de nuevo, extendiendo la otra mano hacia el interruptor y, valga la redundancia, interrumpiendo el intento de rescate del aparato electrónico por parte de la adolescente, que, viéndose descubierta, optó por dejarse caer en la cama y cubrirse los pechos con las manos.
Con que a esto te dedicas, ¿eh? -la recriminó Luis, exhibiendo la prueba del pecado en su mano.
Devuélvemelo -contestó Lilith, aunque en su tono de voz no había tanta confianza como pretendía aparentar, algo que su casi desnudez tampoco afianzaba su posición.
Con que te dedicas a hacer vídeos para que te den dinero, ¿eh?.
No es tan sencillo, tío, yo... -intentó defenderse,
Esto no son simples recargas del móvil, ¿verdad? -cuestionó.
No, yo...
Ya, te estás ganando un dinerillo. Te parecerá divertido el disgusto que les vas a dar a tus padres -la amenazó.
¡No!. Por favor, Luis -abandonó el falso parentesco por su nombre, buscando negociar-, no se lo digas, por favor.
Lo tengo que hacer y lo sabes -la sentenció-. Y el móvil me lo voy a quedar yo... ahhh... y ponte algo, que pareces... bueno, tú ponte algo y ya está.
Por favor, Luis, yo... -intentó una nueva súplica y, ante el indudable riesgo de ceder, agarró con fuerza el móvil y se marchó a su cuarto, dispuesto a guardarlo bajo llave hasta el retorno de Adolfo y Eva, que ya se encargarían del castigo que fuera necesario imponerle a su hija adoptiva.
Se fue a su habitación, tras pasar rápidamente y comprobar que seguían viendo la película sin haberse dado cuenta de nada, bendita inocencia y capacidad de quedarse obnubilados con el televisor.
Estaba demasiado nervioso, así que se encerró en su cuarto, aún con el móvil de Lilith en la mano, desbloqueado por la propia aplicación que había estado usando la adolescente.
No pudo contenerse y miró.
Estuvo dando vueltas por su cuarto, incapaz de decidir el curso de acción, aunque sabía, en el fondo, que lo que había dicho antes era lo correcto, que tendría que decírselo todo a Adolfo y Eva.
Pero no podía parar de darle vueltas al asunto, y, sobre todo, seguía con esa imagen grabada en la cabeza, la de la chica sorprendida y cubriéndose apenas los pechos con sus manos, azorada al ser descubierta y, sin embargo, sin poder contener una sensualidad innata, una belleza exótica que, no podía evitarlo, lo excitaba.
Se le pasaron ideas estúpidas, francamente estúpidas, por la mente, y se tuvo que recordar que, pese a lo crecida que estaba, no dejaba de ser una cría… una cría que jugaba a ser adulta mandando fotitos y vídeos a desconocidos.
Miró su aplicación.
Su Nick era “diablita_colegiala69”, todo un juego de palabras que ya de por sí buscaba precalentar a su audiencia.
La había desconectado del show en vivo, pero pudo ver que tenía varias decenas de fotografías subidas en distintas poses, muchas de ellas semi desnuda, cada una con un precio para los que estuvieran al otro lado de la línea, y un par de pequeños clips, uno grabado en la bañera de la casa familiar, cubriendo su sexo con la espuma.
Estaba claro que estaba traficando con su cuerpo a cambio de dinero, aunque ahí lo llamase “créditos”, pero que, estaba seguro, terminaban transformándose por una u otra vía en efectivo o regalos.
Nunca se lo habría imaginado.
Sabía que se había vuelto algo rebelde y que sus padres pensaban que era por algún chico, pero esto era bastante diferente, peor.
Lo otro, la posibilidad de un ligue, era algo natural, entraba dentro de una evolución razonable, pero esto… esto era peligroso y se tenía que acabar, no podía dejarlo pasar.
Aunque no fuera su sobrina de verdad, debía de hacer algo, y no podía ser a espaldas de sus padres, de su amigo y su mujer.
Tomada la decisión, sólo quedaba esperar a que regresasen.
Miró su propio móvil.
Cero mensajes aún.
Habían quedado en avisar cuando fueran a salir, así podría hacerse una idea de cuándo llegarían.
Por ahora nada, sin noticias.
Lo que estaba claro es que esa mierda de sushi no iba a volver a pisar una reunión en mucho tiempo, estaba claro que estaba en mal estado y había sido el desencadenante de la intoxicación.
Eso o alguna de las salsas que lo acompañaban.
Sonó un golpeteo en su puerta.
¿Sí?.
¿Puedo pasar? –respondió a su vez con otra pregunta una voz nerviosa, que intentaba no hablar alto, aunque él la identificó de inmediato.
Adelante –contestó, después de unos segundos sin decir nada, dejándola esperar, seguramente inquieta, al otro lado del a puerta, rato que aprovechó también para sentarse de forma que la mesilla de su cuarto ocultase el efecto que sus malos pensamientos habían estado teniendo en él.
Gracias, tío –dijo ella nada más entrar, con la cabeza agachada, humilde, cerrando con rapidez la puerta.
Se había puesto un pijama de corazoncitos rosas con alas blancas sobre un fondo azul claro.
Era corto, dejando a la vista buena parte de sus piernas desde sus muslos, pero, sobre todo, lo que más le llamó la atención inmediatamente, fue la forma en que se marcaban sus pechos, apretados por una talla demasiado ajustada, que permitía localizar con extrema facilidad sus pezones, bien marcados en la tela, luchando por romper la superficie.
Se los imaginó, no pudo evitarlo, sobre todo después de haber visto alguna de esas fotos en las que enseñaba demasiado, dejando no sólo intuir con una pose erótica, sino mostrando descaradamente su teta, con su areola de un tono más intenso con respecto al resto de su piel y, sobre todo, ese redondito y marcado pezón oscuro.
¿Qué quieres? -inquirió.
¿Podemos hablar? -preguntó ella a su vez.
Ya lo estamos haciendo -intentó usar una voz neutra.
Ya... yo... -se acercó más, sentándose al bode de la cama, junto a él.
No te he dado permiso para sentarte -soltó, seco, más por evitar que ella se fijara en el bulto de su pierna que realmente porque estuviera tan enfadado como pudo dar a entender lo cortante de sus palabras, que hicieron que la adolescente diera un respingo y se levantase como impulsada por un resorte para quedar en pie frente a él.
Lo siento -se disculpó la joven negra.
Disculpa, estoy cansado -intentó quitarle hierro a la situación, pero, a la vez, intentando acortar lo incómodo de la situación-. Tus padres llegarán enseguida, ¿qué quieres?. Sé breve.
Por favor, no les digas nada, tío -suplicó ella, más nerviosa aún al escuchar esa pequeña exageración sobre cuándo iban a llegar sus padres adoptivos.
Tengo que hacerlo. Enseñárselo -agitó el teléfono móvil que sostenía, dejando que los ojos de la joven lo siguieran como hipnotizados- y que ellos decidan tu castigo. Es muy grave lo que has hecho.
Por favor, tío... si me lo devuelves prometo no volver a hacerlo, pero no se lo digas, por favor -suplicó ella.
No puedo fiarme de tu palabra, lo siento. Esto no es una simple travesura infantil que pueda ocultar y que no pase nada. Lo que has hecho está mal. Prácticamente es prostituirse por... por... -perdió el hilo de la frase cuando ella se volvió a acercar a él, mirándole con ojitos y arrodillándose junto a sus piernas, posando una mano en su rodilla, provocando un escalofrío de placer que lo recorrió entero y al que su virilidad respondió con una agitación que ella vio claramente en el bulto de su pantalón, haciéndola sonreír con picardía.
Venga, tío... -le acarició la pierna- yo puedo... ser muy buena... ¿sabes?... yo podría... ayudarte con tu... problemilla...
¿De qué hablas? -tragó saliva, sin acertar a interrumpir el contacto porque, realmente, disfrutaba con esas caricias de las manos de la adolescente sobre sus piernas, moviéndose con soltura desde sus rodillas hasta casi su entrepierna, deslizándose tanto por encima como por el interior de sus muslos de una forma excitante, sobre todo por la postura de rodillas de la joven.
Hace mucho que no te veo con una... mujer... -dijo, guiñando un ojo, con un tono de voz insinuante- y yo... yo podría... hacerte un apaño... -subió una de las manos hasta tocarle el paquete, que se agitó bajo su presión, ligera, pero suficiente para despertarlo con fuerza, y se removió al endurecerse cada vez más- si me devuelves el móvil, tío... venga... sé bueno...
Chúpamela -dijo, casi sin ser consciente de que la palabra salía de sus labios, abandonando la seguridad de sus más sucios pensamientos para materializarse en voz alta, sorprendiéndole casi más a él que a ella, que, de golpe, paró el movimiento de sus manos, asustada, abriendo los ojos como platos, quedándose sin palabras-. ¿No decías que querías hacerme un apaño? -la retó, lanzándose una vez ya se le había escapado la primera palabra y, a partes iguales, excitado y cabreado porque esa jovencita se le estuviera insinuando solo para manipularle, como un juego que pensaba que carecía de peligro por ser él quien era, por conocerla de siempre, por ser el que les daba caprichos cada vez que hacían una quedada del grupo-. O me la chupas o te largas.
Pe... pero... yo... yo no decía... yo... -empezó a tartamudear, bloqueada, acostumbrada a tentar a los hombres desde la seguridad de la distancia con el móvil, sin que, realmente, la hicieran sentirse vulnerable, sino al contrario, fuerte por controlar ella el espectáculo seductor.
¿Pensabas que me iba a contentar con uno de tus putos vídeos? -la soltó, mostrando su enfado al haberla descubierto, al ponerlo al nivel de esos capullos que la pagaban por agitar sus fantasías. Estaba harto de las insinuaciones que no iban a ningún lado, que sólo buscaban sacarle algo pero sin ofrecerle nada realmente a cambio, que siempre le dejaban con la miel en los labios pero sin dárselo, era casi una falta de respeto-. O me la chupas o te largas con viento fresco.
Yo... yo... -siguió bloqueada, sin ser capaz de tomar ninguna decisión, todavía de rodillas a un palmo de él.
Luis se levantó de golpe y se bajó los pantalones, demasiado cansado de esas tonterías y tremendamente excitado después de lo visto en esas galerías y vídeos, sin olvidarse de cómo se había comportado la adolescente en la piscina antes y, sobre todo, de ese intento de seducción fingida, de cómo había intentado provocarlo pero sin ofrecerle nada real a cambio de la única prueba que tenía de a lo que se dedicaba a espaldas de sus padres.
No, esta vez no, esta vez no iba a dejarlo pasar.
Su polla se alzó como impulsada por un resorte, apuntando directamente a la cara de su sorprendida sobrina adoptiva.
Tenía el miembro erecto, tremendamente endurecido, tanto que casi dolía, hinchado y con un calor interior que lo invitaba... o más bien lo obligaba, a aliviarlo, a liberar toda esa presión interior.
Lilith se asustó del tamaño de su pene y fue entonces cuando Luis se dio cuenta de que nunca había visto uno realmente, no en persona, que sólo los había visto por la pantalla de su móvil o del ordenador.
Eso le hizo sonreír esta vez a él, ante esa chiquilla descarada que, en el fondo, era una ingenua, que se hacía la interesante pero que, realmente, era una auténtica novata.
La negrita intentó escapar, levantándose para marcharse.
Ahhhh no, tú no te vas de aquí hasta que lo diga yo -sentenció Luis, agarrándola por su cabellera y tirando con fuerza hacia él, provocando que diera un pequeño grito-. Y más te vale cumplir, ¿entendido? -la abofeteó para sacarla del pánico que veía en sus ojos y que la podían hacer querer ponerse a chillar.
No, por favor, tío... por favor, de verdad... yo... -se puso a lloriquear al ver hasta dónde la habían llevado sus acciones.
De rodillas -ordenó, sin piedad, con toda la sangre concentrada en un punto que ya no razonaba.
Por fa... -volvió a intentar suplicar y escapar a su destino.
La abofeteó con fuerza, como jamás se lo habían hecho.
Calló y, esta vez, se dejó que, con una mano sobre su hombro, él la guiase hasta ponerse de nuevo de rodillas frente a su endurecida y gruesa verga.
Seguía asustada ante la virilidad del hombre, de ese hombre al que había intentado seducir para recuperar el móvil, pero sin creer jamás que sus actos pudieran tener consecuencias.
- Abre la puta boca -ordenó con un tono furioso.
Lilith obedeció, tímidamente.
- Más -instruyó, acercando la punta de su polla a la entrada de la boca de la adolescente y apoyándola entre sus labios-. Ahora saca la lengua y lame la puntita como haces con los chupachups.
La negrita lloriqueó, pero obedeció.
Eso le hizo sentir una sensación tremendamente agradable que llenó todo su cuerpo, excitándolo si cabe aún más.
La dejó hacerlo un rato, poniéndose más y más cachondo al sentir la lengua de la joven sobre la cabeza de su pene, tremendamente sensibilizada.
La sujetó con ambas manos y empezó a empujar.
Ella no sabía qué hacer y cedió a la presión.
Notó cómo su gruesa verga iba metiéndose en esa boquita, entrando con un pulso propio que la hacía palpitar con una energía que debía ser turbadora para la jovencita, y ese nuevo pensamiento lo excitó mucho más.
Empujó más, clavándosela sin piedad, harto de contenerse, él no estaba para enseñarla, sino para disfrutar, estaba harto de llevarse siempre las sobras, si es que caía algo, si es que alguna le concedía un momentito de pequeña visión del placer.
Sabía que no debería castigar a la adolescente por los agravios que otras mujeres le habían ocasionado, pero había perdido toda inhibición, era como una especie de borrachera, y siguió presionando hasta que la escuchó tener una arcada y sintió sus manitas apoyarse contra sus muslos, agitadas.
- Relaja la boca... relaja la garganta, putilla -la conminó, mirándola a los ojos, que ella alzaba desesperada, sin saber qué estaba pasando, completamente desbordada por los acontecimientos y por esa tremenda verga que tenía dentro de su boca, mientras babeaba y su saliva se derramaba sobre su pijama-. Te va a gustar -la avisó, aunque, realmente, lo que debería de haber dicho es “me va a gustar”, porque eso sí que lo tenía claro.
Teniéndola bien sujeta por la cabeza con sus manos para que no intentase sacarse su miembro viril, Luis empezó a bombear, a moverse dentro de su boca una y otra y otra vez, alcanzando su campanilla y superándola, golpeando con la lubricada puntita de su polla el fondo de su garganta.
Ese sonido de toses contenidas, de arcadas cuando la llenaba la boca por completo y alcanzaba la garganta, eran tremendos, demasiado excitantes en su vulgaridad para parar, así que incrementó la presión.
La verdad es que jamás había hecho algo así, tan profundo, siempre eran ellas las que se lo hacían y apenas había sido poco más que la punta lo que se habían metido, pero ahora no, ahora era él quien mandaba y se la metía todo lo que era capaz, una y otra y otra vez.
Veía sus lágrimas, el agobio en su rostro, la congestión de su cara, las babas cada vez más abundantes rebasando sus labios para derramarse por su pijama y todo a lo largo de su endurecido miembro.
Era una visión morbosa y cautivadora.
Presionó más y más, empujando con fuerza, sosteniéndola entre sus manos para profundizar al máximo la penetración de su cavidad bucal, alcanzando una y otra y otra vez el fondo de esa boquita, llenándola por completo, ocupándola con su gruesa barra de carne hasta ahogarla y provocarla arcadas por la intensidad de la felación.
Era una sensación brutal, y se comportaba de la misma manera, como un auténtico animal, empujando una y otra y otra vez, parando unos segundos cuando topaba contra la garganta, disfrutando del movimiento convulso de ese cuerpo juvenil que acababa con ese sonido tan cabrón.
Él no era así, normalmente no era así, pero estaba demasiado excitado para contenerse y siguió forzando la boca de la adolescente una y otra y otra vez, metiéndola su gruesa y ardiente polla hasta el fondo una y otra y otra vez, haciendo que salivase continuamente y que tuviera empapado ya la mitad del pijama.
Paró lo justo para sacarla la parte de arriba.
Ella no se quejó, no dijo nada.
En realidad agradeció el respiro, el que tuviera que sacar su endurecido miembro de su boca para poder pasar la prenda por su cabeza y lanzarla contra la puerta.
La agarró por los hombros y la tiró sobre la cama.
Ella intentaba recuperar el resuello, lo cual, a su vez, hacía que sus pechos se movieran más y resultasen mucho más atractivos, especialmente porque pudo observar que tenía los pezones muy abultados.
De un tirón, la bajó el pantalón del pijama.
Al principio pensó que la muy guarra no llevaba bragas, hasta que se dio cuenta de que era él quien se las había quitado junto con el pantalón.
Lo que vio lo dejó más caliente aún.
En realidad, ya lo había podido ver en las fotos y vídeos de la aplicación, pero no era lo mismo a tenerlo delante.
Completamente depilada, tenía un coño que sobresalía, con una forma que recordaba a un mejillón, uno muy oscuro, aunque se intuía un puntillo rosado justo en donde estaba el agujero más deseado por cualquier hombre.
Por favor, tío, ya no más -suplicaba la chica, agotada, rendida.
Ya diré yo cuando termina tu castigo -dijo sin pensar.
Soy virgen -lloriqueó ella-. Por favor, tío, me vas a romper -había visto a dónde miraba y el pánico que sentía era máximo, aunque, también, se veía que no se atrevía a oponerse, enfrentada por una vez a alguien que no cedía, que imponía su voluntad sin ceder a sus encantos.
Cierra el puto pico, cerda -la dijo y, cogiendo lo primero que encontró, un calcetín de esa mañana que había dejado tirado por ahí, se lo metió en la boca, ahogando sus súplicas.
Sujetó sus brazos por sus muñecas, haciendo que los tuviera pegados paralelos al cuerpo, mientras él metía la cabeza entre las piernas de la joven, que hizo un amago de intento de patalear, que cesó de forma abrupta cuando él dio un lametazo rápido a su entrepierna, sorprendiéndola y desactivando ese principio de resistencia.
Estaba claro que no estaba preparada para eso.
A lo mejor había leído sobre ello o visto algún vídeo, pero no era para nada lo mismo.
Cuando volvió a pasear su lengua todo a lo largo de su rajita, con deliberada lentitud, pudo apreciar con absoluta claridad cómo la adolescente temblaba y se derretía sin poder evitarlo, reaccionando de forma automática su concha, como con vida propia, como si creciera y se hinchase tal cual lo haría un pavo real, mostrando aún mucho más sus encantos.
Era tierna, increíblemente tierna, una absoluta delicia.
No se intentó reprimir, estaba demasiado revolucionado para eso, pese a que siempre estaba esa vocecilla interior que pedía que parase y pensase bien lo que estaba haciendo.
La ignoró.
Acercó aún más su rostro al coño de la joven, notando cómo emanaba calor, un calor incitante, estimulante, acompañado de un aroma floreciente.
Respiró con fuerza, grabando ese olor, sabedor cómo lograr más, mucho más.
Con sus manos ocupadas en agarrar los brazos de Lilith por las muñecas, usó lo único que tenía a mano, sus propios labios, dientes y lengua.
Siguió paseando, cada vez más rápido y metiendo más profundamente, empujando con su musculosa y gruesa lengua, todo a lo largo de esa blanda y tierna rajita que cedía y se iba derritiendo, mostrando síntomas de empezar a mojarse desde dentro, no sólo con la humedad que su propia boca y lengua le proporcionaban.
Por ratos mostraba un lado tierno, besando algunas zonas de esa dulce concha, y, otros, se cebaba con fuerza en otras partes, mordisqueándolas y estirando los labios vaginales de la negrita entre sus dientes, lo que la provocaba que se agitara y que su cuerpo se removiera.
Su lengua continuaba, necesitada de devorar ese núcleo de sexualidad femenina, moviéndose ya no sólo a lo largo de esa rajita, sino explorando la entrada al acceso al volcán de la adolescente keniata, cada vez más húmedo y abierto, mostrando un intenso tono rosado que impactaba aún más comparado con la oscuridad de la piel exterior.
Encontró su clítoris y le dio caña, moviéndolo con la lengua, estirándolo entre sus labios y jugueteando con él una y otra vez, sabiendo que eso la estaba excitando de una manera animal, induciéndola a lubricar muchísimo más y más rápido el interior de su vagina, que lo llamaba cada vez con más fuerza.
Su polla estaba muy dura, demasiado dura, tremendamente caliente e hinchada, rozando por ratos los pies y la parte inferior de las piernas de la adolescente, y sabía que no podría contenerla mucho más, que necesitaba ser saciada, que tenía un hambre que nacía mucho más allá de la fábrica de sus huevos, que también notaba hinchados y tensos, muy tensos, dolorosamente tensos, con una presión interior que no paraba de crecer.
Siguió lamiendo el coño de la hija adoptiva de su mejor amigo, totalmente fuera de sí y sin tener conciencia más de la tremenda necesidad de comérsela enterita, de saciar un apetito que llevaba meses reprimiendo, apenas liberado en unas pajas diarias que nunca eran suficientes, no si se comparaba con ese dulce tesoro que tenía ante si.
El clítoris de Lilith parecía brincar agitado cuando paseaba su lengua por la zona, irremediablemente cargado, pero de otra manera a como lo estaba el propio Luis.
La jovencita empezó a sufrir espasmos intensos, retorciéndose de una forma que casi no podía controlar con sus manos y emitiendo un gemido ahogado que traspasaba incluso la improvisada mordaza.
Se estaba corriendo, estaba teniendo un orgasmo, una corriente interna y externa de placer.
Una oleada de humedad brotó del interior de la vagina de la adolescente, mojándole la cara que tenía pegada a su coño, mientras él no cejaba en lamerla y aspirar a la vez el excitante aroma del sexo de la joven.
Como una loca, apenas había tenido el primer orgasmo cuando la llegó otro mientras él seguía comiéndola el coño, ahora ayudado con sus manos, que abandonaron sus muñecas al comprender que la chica estaba completamente rendida, sometida a él por una debilidad que nadie había explotado antes, su propia sexualidad.
Usaba a partes iguales su boca, su lengua y sus dedos, explorando todo el coño de la chica por dentro y por fuera, notando esa pequeña resistencia en su interior que le permitió confirmar que era virgen y que, a una oscura parte de su interior no le importaba, al contrario, estaba deseando ser el primero en romper ese sello, en estrenarla, en ser, por fin, el primero, cosa que jamás había tenido antes.
El imaginarse disfrutando de esa virginidad le volvía loco, le ponía tan cachondo que apenas lograba contenerse para no perforarla ya mismo, pero, pese a esas tremendas ganas logró centrarse en demostrar que sus dedos también podían ser unos formidables exploradores, pese a ser algo gruesos, no delgados y estilizados como en su juventud.
Le fue metiendo poco a poco los dedos, tanto por dentro como por fuera, rozando y acariciando su coño y, sobre todo, su clítoris, acompañándolo de la labor de su lengua, hasta que ella no aguantó y tuvo ese segundo orgasmo que la dejó arrasada.
Fue entonces cuando no aguantó más él.
Su lado más salvaje, más animal, más masculino, derribó las últimas fronteras y le alzó hasta que su erecto miembro viril apuntó a la vibrante y húmeda entrada a ese volcán que era la vagina de Lilith.
En ese mismo acto, su cabeza se fue elevando, dejando que su lengua repasara el cuerpo de la adolescente, deslizándose por su piel hasta el ombligo, que pulsó como si de un botón se tratase, empujando con la lengua, como si de activar un resorte en esa jovencita se tratara.
Luego siguió hasta sus tetas, esas dos preciosidades que tanto le habían llamado la atención, y se apresuró a devorarlas.
Podía ver que tenía los pezones más grandes, más duros, más sobresalientes, mostrando una excitación que ella jamás admitiría.
Lamió sus tetas, las besó, mordió sus pezones, los atrapó entre sus dientes y los estiró al máximo antes de soltarlos y metérselos dentro de la boca con una buena porción de esos deliciosos senos.
Alzó las manos y se los agarró, amasando enérgicamente los pechos de la negrita, apoderándose de ellos y usándolos para obtener un placer extra, la guinda perfecta a lo que iba a hacer.
Empujó.
Empujó muy fuerte.
Empujó con toda la fuerza que pudo reunir en un sólo movimiento.
La reventó.
La penetró con toda la potencia que fue capaz, sin cortarse, notando con una claridad descomunal cómo la destrozaba, como rompía ese sello de su virginidad, derribando esa barrera y llegando hasta el fondo de su coño, llenando su vagina por completo con su verga endurecida e hinchada, palpitante con una vida propia, convocada para mantenerse erecta ante el objetivo del deseo de su virilidad, ocupando por completo toda la extensión de la volcánica vagina de la chavala, que se retorció por dentro y por fuera, con un grito mudo forzado al silencio por el calcetín usado que taponaba y amortiguaba prácticamente cualquier sonido que brotase de su garganta a través de su boca.
Ella se agitó con violencia bajo el peso de su cuerpo, incapaz de sacársela de su interior, adquiriendo completa conciencia de la barra de carne que la atravesaba, que acababa de destruir su más preciado tesoro, la virginidad de su coño.
Le hubiera arañado la espalda de no ser porque empezó a bombear con furia, fuerte, sin dejarla asumir lo que había pasado y sumiéndola en una nueva oleada de sensaciones potentes con cada embestida que lanzaba con su polla, metiéndose más y más dentro de su coño.
La humedad de los dos orgasmos era el perfecto lubricante, permitiendo que su pene se deslizase con una facilidad pasmosa, entrando y saliendo del coño de la jovencita sin parar, a la vez que la boca y manos del maduro se cernían sobre sus tetas, comiéndoselas, sobándolas y amasándolas con brutal eficacia.
Por dentro de ella, él seguía metiendo su polla, penetrándola una y otra vez, clavando su verga profundamente, insertando su pene hasta lo más hondo del sexo de la adolescente antes de sacarlo tan sólo para poder volver a metérselo de nuevo con un fuerte empujón.
Podía oír ese característico sonido húmedo del movimiento de su pene entrando y saliendo de la concha de la jovencita, a la vez que sus huevos golpeteaban contra la parte exterior con el típico vaivén que acompañaba al ritmo del intenso mete-saca que estaba generando, desplazando su polla una y otra vez por dentro de la vagina de la negrita, una y otra vez metiéndosela hasta el fondo para luego sacársela antes de apuntalarla de nuevo hasta lo más profundo, hasta que notase el impacto como de un martillo contra su útero una y otra y otra vez.
Mientras la follaba, su boca no paraba de lamer sus tetas, sus deliciosas y espléndidas tetas, primero una, luego la otra.
Se las comía, pero también las estrujaba, las amasaba con fuerza entre sus manos, tanto su las estaba chupeteando como si las besaba o se metía los pezones dentro de la boca para juguetear con su lengua en ellos o, simplemente, estirándolos al máximo entre sus dientes.
Disfrutaba enormemente de esos senos, casi tanto como de joder a la jovencita con toda la fuerza que era capaz de reunir, empujando una y otra y otra vez, clavando su polla todo lo que podía y más, abriendo ese coño con su barra de carne palpitante, recubierta por sus flujos y un poco de sangre por la disfrutada, por él cuando menos, pérdida de virginidad de la chavala, atrapada bajo el peso de su masculinidad.
Luis bombeaba con fuerza, sin parar, jodiéndola bien duro, perforándola como si tratase de taladrarla, lanzando a veces con tanta potencia su pene que se imaginaba que alcanzaba su ombligo por dentro.
Seguía follándola duro, fuerte, intensamente, clavando una y otra vez su endurecida polla, bramando de gusto cuando no se estaba comiendo las tetas de la negrita, olvidada por completo su faceta de “tío” para centrarse en la de hombre, en la del macho que la estaba montando.
Una y otra vez clavaba su polla, insertaba su barra de ardiente carne hasta lo más profundo e íntimo de la sexualidad de la adolescente, arrasando con todo, llenando u vagina una y otra y otra vez sin parar.
Sintió cómo la presión aumentaba más y más, desde sus huevos hasta el extremo de su pene, pero fue incapaz de detenerse, no quería hacerlo, y siguió follándola sin parar, perforándola con su endurecido miembro viril, inundándola de un calor que la abrasaba de muchas formas.
No pudo contenerse.
De la punta de su polla empezaron a brotar oleada tras oleada de esperma, de caliente y espeso semen que empapó hasta el más recóndito pliegue del interior de la vagina de Lilith, de la desvirgada hembra que tenía atravesada por su masculino falo.
Apretó y apretó y no dejó de apretar hasta que supo a ciencia cierta que había vertido hasta la última gota de su lefa en el interior del coño de la chica, que ahora estaba marcada con su olor, con esa especie de leche que había emitido sin contenerse lo más mínimo, disfrutando de abonar el sexo de la negrita con su semilla.
Castigo completado -anunció, sacándola el calcetín, empapado, de su boca-. Espero que no se repita... o volverás a saber de mi... diablita colegiala 69... ¿entendido?.
Sí... tío... -aseguró ella, medio llorando, cubriéndose como pudo el abusado cuerpo, humillada y sintiéndose tremendamente sucia.
Te devuelvo el móvil -se lo tendió, sentándose a un lado, desnudo, con su pene todavía erecto, sucio de esa mezcla de jugos y unas gotas de sangre difuminadas en toda esa suma de fluidos- y espero no tener que contarles a tus padres lo que has hecho para que no les diga nada, ¿entiendes, putilla?.
Sí... sí... tío... no diré nada... gracias -aceptó guardar silencio de lo sucedido.
Pero... -dijo él cuando Lilith ya tenía la mano en el pomo de la puerta- si vuelves a sentir que vas a volver a ser una niña mala... recuerda que aún hay un agujerito que no he castigado -soltó, amenazando ese otro tipo de virginidad en el que normalmente no se piensa, el del recinto anal, pero ella lo entendió y palideció, marchándose rápidamente a su dormitorio.
Luis se vistió y, ya con la película terminada, mandó al resto a dormir poco antes de que el resto de adultos regresase de la expedición a urgencias.
Estaba durmiéndose cuando empezó a sentir la culpabilidad ocupando el vacío dejado por el placer animal que había llenado su mente antes y estuvo a punto de levantarse para ir de nuevo al cuarto de Lilith a disculparse, pero no lo hizo y el sueño lo venció, con unas extrañas visiones y el insistente sonido del golpeteo de unos nudillos a su puerta.
Nota: dedicado a esa persona que a veces viene, otras no, pero que siempre destaca.