Casos sin titular XXIIIf: una larga semana 3.

Las humillaciones y el sexo brutal se suceden en la semana en que Alicia queda presa de la manipulación del maduro jefe de su novio.

Los sucesos se aceleran en la desgarradora historia que Alicia cuenta al Doctor:

Esa semana... (parte 3)

Estaba hecha polvo, por dentro y por fuera.

Se sentía una mierda.

¿Cuándo se había torcido tanto su vida?.

Para empeorar todo, no podía hablar con nadie, no de verdad, no con alguien de su entorno y, mucho menos con su novio.

No había nadie con quien pudiese hablar, ninguna amiga o la familia.

No lo entenderían, seguro que luego la verían como a basura, como ella misma se sentía entonces.

Y había faltado al trabajo.

Por primera vez en su vida faltaba al trabajo por una mentira.

De hecho, ahora parecía que toda su vida se estaba convirtiendo en una gran mentira.

Pero no lograba salir, escapar del voraz apetito, vertiginoso, al que la conducía el jefe de su novio.

Había tenido que decir que se encontraba mal en el curro y, por suerte, aunque sabía que no las había gustado, sus compañeras la iban a cubrir, lo que ya no estaba tan segura es de qué imagen se estarían formando de ella, pues una, la que el día anterior la vio subirse al BMW de Eusebio, la había mandado ya varios mensajes que... bueno, no dejaban lugar a dudas sobre qué se imaginaba que había pasado realmente.

“Q callado te lo tenías, pillina”

“Me tienes q contar todo lo del semental”

“Llevas mucho con ese madurito?”

Intentó fingir que no tenía nada que ver y que era una coincidencia, que sólo era un conocido, pero era demasiado curiosa para dejar pasar un cotilleo de esos y estaba segura que cuando fuera el lunes a trabajar, insistiría para sacarla información.

Y luego estaba Francisco, que se había preocupado cuando no cogió el teléfono y, cuando recibió el mensaje con la misma excusa de no encontrarse bien, se preocupó, llegando a hablar de escaparse antes y volver, un gesto dulce que estuvo a punto de hacer que le rebelase todo.

Pero, al final, ella contestó que no hacía falta, aunque no se quedó muy convencido, claro que, también es cierto que no llegó a contactar con Eusebio para hablar de acortar su presencia laboral en el otro sitio o, al menos, el maduro negó que le hubiera contactado, así que Alicia se quedó con la duda también del tema de qué habría hecho realmente su novio si ella hubiera aceptado su propuesta de regresar antes, si habría vuelto con ella o si hubiera antepuesto su imagen ante su jefe.

Era todo una mierda.

Se movió para ponerse de costado y se la escapó un gemido por las molestias que aún sentía.

La había dado fuerte, la habían usado muy fuerte.

No recordaba en toda su vida haber estado nunca tan cansada, claro que nunca había hecho nada ni remotamente parecido a lo que había pasado todas esas horas en manos de esa gente.

Se detestaba profundamente y, de una forma incomprensible, había venido a su cabeza la palabra “pecadora”, pese a que ella no era precisamente muy religiosa.

También, por momentos, se sentía violada, ultrajada.

Tenía claro que la habían forzado, pero, a la vez, se sentía avergonzada, pensando que ella misma permitió que pasase cuando aceptó aparentar ser una escort, que, si no hubiera cedido ante Eusebio, nada de eso habría pasado.

Pero, por encima de todo, a lo que no paraba de darle vueltas era a que había convertido a su novio en un cornudo coronado como jamás habría imaginado que fuera posible, eso era, sin duda, lo peor de todo, lo que más asco la daba, el haberlo traicionado de esa manera.

Sonó la cisterna y sus pensamientos quedaron en suspenso.

Eusebio apareció en el cuarto, desnudo, con su pene arrugado a la vista, recogido, no como cuando se extendía como si de una gruesa lanza térmica se tratase.

Se dio cuenta de que lo estaba mirando y a sus labios asomó una sonrisa torcida.

  • ¿Qué, diablita, con ganas de más? –y se agarró con fuerza los huevos, como sopesándolos-. Aquí sobra para darte otra dosis si necesitas empezar el día con energía jajaja

Alicia fue incapaz de responderle, así que mantuvo silencio, apartando la vista del sexo del maduro, antes de que encontrase otra excusa para insultarla o volver a follársela.

Bastante había tenido ya.

Pero sabía que no se iba a conformar con eso, ya la había advertido de lo que tendría que hacer para complacerle, a cambio de concederla esa noche libre, como había suplicado para no llamar aún más la atención cancelando la cena del viernes con sus padres.

  • Bueno, me tengo que ir –seguía hablando el maduro, subiéndose los calzoncillos a un palmo de su rostro-. No llores viciosilla, que pronto nos vemos otra vez y podrás volver a demostrar para lo que de verdad vales jajaja

Cómo lo detestaba, cómo odiaba a ese hombre tan obsceno y asqueroso, tan despreciable… tan… tan…

Pero sabía que iría, que no podría negarse, por mucho que ahora mismo se sintiese una mierda y lo maldijera.

Había algo en ese maduro, algo en su machismo, en su forma animal de comportarse, en su sexualidad bárbara… algo que la atraía, como si de una llama se tratase, dispuesta a quemarla pero que, aun así, era incapaz de alejarse de ella.

Él se fue y la dejó tendida en la cama con sus fantasmas, con los recuerdos de toda una noche plagada de sexo, vejaciones, dolor y orgasmos.

La noche anterior

Todo empezó en ese lavabo.

Ella estaba tranquilamente orinando cuando alguien entró, supuso que otra de las pocas chicas que había visto en la sala.

La verdad es que era algo que la había llamado la atención, pero tampoco pensó mucho en ello.

Quizás debería de haberse dado cuenta por el sonido del zapato al moverse o por el particular ritmo con el que se desplazaba, pero no lo hizo, aunque, seguramente, no habría supuesto una gran diferencia.

Al abrir la puerta se encontró con un traje.

Fue subiendo la vista y ese traje terminaba en el rostro de Arturo, el hombre de negocios con quien estaba compartiendo mesa con Eusebio, el mismo que prácticamente no la había dedicado ni una segunda mirada, aparentemente más centrado en sus negocios y las posibilidades económicas de la reunión que en otra cosa, a diferencia de otros comensales que sí que la habían estado lanzando miraditas, o un par de camareros, que tenía claro que la habían desnudado con la mirada mucho más descaradamente.

Pero allí estaba, y ese rostro no era el mismo, ya no era lo que pudiera llamarse como inexpresivo, sino todo lo contrario, bullía de emociones y mostraba una ansiedad brutal.

La empujó adentro y la hizo darse la vuelta mientras cerraba la portezuela.

  • Arturo, yo… -intentó detener el asalto, buscando la manera de conectar con él, de lograr que recuperase la cordura.

  • Cierra el pico, puta –la cortó, metiendo una mano bajo su vestido para, de un tirón, arrebatarla la única prenda que se interponía entre él y su volcánica entrepierna.

  • ¡No! –se atrevió a gritar, antes de bajar el volumen, intentando calmarse y calmarle, dispuesta a negociar lo que fuera-, por favor, yo…

  • ¡Dije que te calles, zorra! –la respondió levantando la voz y tirando con tremenda fuerza de su cabellera hacia atrás, haciéndola tanto daño que pensó que la iba a arrancar media cabellera.

  • Ahhhh –gritó Alicia sin poderlo remediar, que era lo que buscaba su asaltante, que aprovechó para introducirla su destrozada prenda íntima en la boca y acallar sus protestas.

  • No tengo tiempo para estupideces, niñata de mierda –la dijo al oído, aun con la cabeza echada hacia atrás, de forma que veía el rostro desencajado del hombre, del que brotaban gotas cuando hablaba como si fuera un aspersor, rociándola.

La soltó la cabellera de golpe, haciendo que su cuerpo rebotase hacia delante por inercia y se tuvo que sujetar a la parte superior del retrete para no golpearse con la aceleración del movimiento.

Tiró de ella agarrándola por la cintura, obligándola a desplazarse hacia atrás, pegándose todavía más a él, cuyo culo golpeaba contra la puerta, que tembló y crujió.

En esa posición inestable la hizo separar las piernas mientras la subía el vestido.

Se desabrochó el pantalón mientras ella resistía el impulso de revolverse, sabía que sería inútil, él la tenía atrapada y no la dejaría ponerse en vertical para poder girarse.

Además, estaba segura que eso era todo idea de Eusebio, tenía su marca de cabronazo.

Notó la endurecida polla de su asaltante entre las piernas, subiendo con rapidez hasta rozar su conchita.

De hecho, miró por un momento hacia abajo y vio asomar por un instante la bulbosa cabeza de húmedo aspecto que coronaba el extremo de la lanza de carne que Arturo había levantado contra ella.

Casi fue como si ese pene la mirase, como si se riera de ella, justo antes de desaparecer entre sus muslos y ponerse a rozarse contra los pliegues que rodeaban su incauto coño, sorprendido de nuevo por el asalto de otro ente masculino que no deseaba más que abrirla en dos y meterse en su interior.

Sintió la presión fuerte que ejerció esa vibrante barra de carne, encendida por dentro y por fuera, paseándose impúdicamente por lo más íntimo de su anatomía como si tuviera todo el derecho del mundo, casi como si en realidad fuera una obligación el tomarla de esa manera tan animal, tan desprovista de cualquier mínima compasión o amor.

Era sólo sexo, brutal y primitivo.

Arturo se pegó a ella, atrapándola con uno de sus brazos, que usó no solo para sujetarla sino para poder meter su mano por delante y alcanzar un objetivo completamente desprevenido, su clítoris.

La otra mano la usó para orientar su durísimo miembro viril, aburrido en unos segundos del juego de frotarse por fuera y decidido a quebrantarla, a perforarla como su fuera un juguete en manos de un odioso niño malcriado, acostumbrado tanto a hacer su santa voluntad que cualquier contratiempo le generaba impulsos violentos.

La invasión fue absoluta y bestial, clavando su polla con tanto ímpetu y fuerza que pareció una estocada hasta lo más profundo de su cuerpo, arrancándola un grito por la sensación desgarradora de esa lanza térmica moviéndose tan brutalmente por su interior, sin dejarla dilatar o acomodarse.

No le contentó su chillido.

Empezó a bombear fuerte, duro, sin piedad, haciendo que los gritos se sucedieran y un olor fuerte se extendiera por ese pequeño rincón del universo al ritmo en que esa endurecida virilidad la atravesaba, follándola como un poseso, sin dejarla un momento de respiro, sin concederla tregua.

A la vez, empezó a tocarla por delante, a jugar con su clítoris con energía, sin precaución, directamente a tope, no de un modo acariciante o juguetón, sino frotándolo fuerte, casi hubiera podido decir que apasionadamente, de no haber sido esas las circunstancias.

Los gritos fueron dando paso a los gemidos conforme el clítoris, su clítoris, la traicionaba y empezaba a emitir señales cada vez más intensas, en una cascada de hormonas y señales eléctricas que se la hacían insoportables de aguantar, haciendo que su cuerpo temblase, excitado por un lado, violado por el otro.

Los empujones no paraban, se sucedían rápidos, sádicos, brutales.

Se movía por su interior con fuerza, prácticamente sacando su polla, de la que apenas dejaba la cabeza dentro, antes de lanzar toda su fuerza para impulsar su barra de gruesa y caliente carne hacia arriba, golpeando contra su útero con cada nueva embestida, irritándola por dentro casi tanto como por fuera con los movimientos de su mano, que no se frenaba en el control de las sensaciones que generaba su traicionero clítoris.

Podía sentir esa gruesa verga arrasándolo todo a su paso, subiendo y bajando una y otra vez, una y otra vez, llenándola y saliéndose para, de nuevo, entrar a lo bestia, ascender y apuntalarse contra el extremo de su vagina, casi haciéndola sentir como que fuera a atravesarla y aparecer de un momento a otro por su ombligo, con tanta fuerza la sentía moverse en su interior.

Sin embargo, ya no eran los gritos lo predominante, eran los gemidos, más y más fuertes, más y más poderosos conforme su clítoris se encendía más y más, cada vez más y más, haciéndola sentir como si se estuviera derritiendo, incapaz de controlarse.

La temblaban las piernas, se tenía que mantener a duras penas de puntillas cada vez que Arturo la clavaba hasta el fondo su engrosada verga, una barra de carne tan hinchada y caliente que se sentía reventada cada vez que la metía hasta el fondo, logrando que su conchita se irritase más con cada impacto, también por culpa de los dientes de la cremallera del pantalón del maduro, que la rozaban y se clavaban en su sensibilizada entrepierna.

El bombeo era constante, imparable, innecesariamente brutal, como si, hasta entonces, el tiempo que gastaba en follarla no fuera más que otra pérdida de tiempo que le hacía perder dinero.

La violaba porque no tenía tiempo que perder, porque ella no importaba, solo vaciarse y pasar a otra cosa.

Alicia se sentía víctima por todas partes, por la violación a que la estaba sometiendo, por la violación de su vida que Eusebio había implantado, por la violación con que había quebrantado sus votos con su novio y, sobre todo, por la violación de su yo, de su anterior yo, destruido por todo ese submundo brutal que acompañaba al maduro jefe de su chico.

Y, pese a todo, tuvo un orgasmo, brutal, absurdo, demoledor.

En mitad de uno de esos empujones, su clítoris mandó la señal perfecta, alcanzó la combinación de la clave, esos dedos maduros lograron que ella se corriera, viéndose inundada de unas sensaciones que lo llenaban todo y casi la hacen caer.

Su asaltante fue lo único que la impidió caer, sujeta entre sus manos y su cuerpo, con la masa de carne hinchada llenándola el coño, atravesando su vagina, imponiendo su virilidad sobre su cuerpo.

Boqueando para recuperar aliento estaba desmadejada, completamente rendida a su disposición, perdida en un mar de hormonas mientras esa polla la seguía atravesando, sin parar, sin darla un respiro, clavándose una y otra vez, arrasando con todo, moviéndose dentro de su vagina adentro y afuera, una y otra vez, bombeando con furia renovada y con más facilidad que antes por la intensa humedad que ahora lubricaba el interior del sexo de la veinteañera, totalmente derrotada.

Bombeaba sin parar, incluso cuando pareció que alguien entraba al lavabo, sin detenerse ni un momento, arrancándola gemidos ahogados mientras tenía ahora sus manos apoyadas contra el suelo, con el cuerpo rendido, tendido sobre la taza del váter, los ojos apenas entreabiertos como si no quisieran grabar lo que estaba pasando, pese a que otras partes de su cuerpo sí que lo harían.

Arturo se agarraba ahora con ambas manos a las caderas de Alicia, impulsándose con energía, sin detenerse, sin parar el continuo mete-saca, buscando un solo objetivo, el suyo, ninguno más.

Alicia estaba a punto de explotar, no podía más, y volvió a pasar.

Otro orgasmo la llenó, la superó y la hizo chillar como una cerda, a la vez que él se apuntalaba y comenzaba a verter chorro tras chorro de un caliente y espeso semen, abundantes emisiones que la llenaban, marcándola muy profundamente, mucho más que lo que era una simple sesión de sexo.

A él no le importaba, pasaba de sus pensamientos y de sus sentimientos, siguió apretando, descargándose, aliviándose dentro de esa chica tan gratuitamente ofrecida, lanzando un par de bombeos extras para no derramar ni una gota fuera, ya más concentrado en no mancharse el traje al sacar su polla que en otra cosa.

Poco a poco terminó de salir su esperma, ya saciado, vaciado por completo dentro de la vagina de Alicia, y sacó despacio su polla, con mucho más cuidado que cuando se la insertó al principio, pero no por piedad o remordimientos, sino por no mancharse, eso lo tuvo claro ella sin necesidad de que nadie se lo dijera.

  • Bueno, ya está -dijo él, más para sí que para la chica, que escuchó cómo cogía un poco de papel higiénico para limpiarse y lo dejaba caer a su lado, antes de subirse la cremallera y marcharse como si nada.

Estaba temblando cuando empezó a incorporarse, agarrándose al retrete, pero poco la duró la libertad.

  • La propina -escuchó antes de que alguien la agarrase con fuerza del cabello, haciéndola chillar de dolor.

Estaban los dos camareros que habían atendido su mesa.

La sacaron a rastras para meterla... en el lavabo de caballeros.

  • ¡No, no! -gritaba como podía, con la garganta reseca por la brutal acometida anterior y una indudable sequedad, a la vez que se daba cuenta de que seguía con el vestido subido y toda su entrepierna a la vista, pero sus manos apenas acertaban a intentar acabar con su nuevo dolor, la manaza que estiraba de sus cabellos al máximo-. Por favor... piedad...

  • De aquí no te vas hasta que saquemos la propina -se jactó uno de ellos, el que la había acompañado tan caballerosamente un rato antes.

Las súplicas fueron en vano.

La metieron dentro del lavabo masculino y la tiraron al suelo, de rodillas, antes de cogerla los brazos y atárselos por las muñecas a la barra posterior de uno de los urinarios de la pared con el cinturón de uno de ellos.

Gimoteó sin poderlo evitar, sabedora de que pretendían hacerla.

Un tercer camarero apareció por la puerta y, nada más verla, sonrió con una lascivia animal.

  • Los lloriqueos de la puta molestan a la gente -anunció.

  • Habrá que hacerla callar -asintió uno de los que la habían atado allí, bajándose los pantalones y mostrando una intensa erección.

  • A ver cómo la chupas, zorra -se sumó el otro camarero, tapándola la nariz con una mano y agarrándola con fuerza del cuello con la otra.

El primero de los camareros se acercó con su endurecida masculinidad a la vista, sujetándosela con una mano y apuntando directamente a la boca de la joven, que, sin poder usar la nariz para respirar y medio ahogada por la presión en su cuello, no tuvo otro remedio que boquear para meter aire, instante que aprovechó, con una sonrisa siniestra en el rostro, el primero de los camareros, obligándola a tragarse su polla por completo, llenando su cavidad bucal hasta que alcanzó su campanilla y más allá, induciéndola una arcada angustiosa por la forma en que el segundo camarero la agarraba el cuello.

Estaba claro que los excitaba humillarla, vengarse de la manera en que se sentían tratados por su clientela abusando de la indefensa veinteañera, sobre todo porque, pensando que era una escort, suponían que no llegaría a decir nada nunca.

Empezó a empujar, a mover su endurecido miembro adelante y atrás, penetrando su boca con deliberada lentitud, medio asfixiándola por su volumen, que apenas dejaba espacio al paso de un poco de aire.

Cuando se la clavaba del todo, haciendo que permaneciese por completo dentro, contra su garganta, a ella se la escapaban las lágrimas de la angustia y se removía como podía, agitando desesperada las piernas, lo cual arrancaba alguna risa al tercero de los camareros.

Sentía que se iba a desmayar en cualquier momento por la falta de aire y, justo cuando creía que no aguantaría más, con la cara congestionada y el rostro cubierto de lágrimas y babas procedentes de los movimientos de penetración de esa primera tranca, el segundo camarero, el ejecutor de la parte más sádica, la soltó, liberando su nariz y garganta, permitiendo que cogiera una bocanada de aire revitalizador y ya solamente tuvo que preocuparse de aguantar las embestidas de esa barra de carne inflamada que la penetraba oralmente.

Con movimientos lentos, pero profundos, secos, invasivos, el miembro viril la llenaba por completo la boca, haciéndola sufrir arcadas, más cómodas, entre comillas, que antes, pero, aun así, agobiantes.

Una y otra vez se la iba clavando, haciendo que su cabeza quedase apoyada de forma que sentía que su cabellera se iba empapando de una humedad que la daba asco imaginar, pensando que era algo a medio camino entre los orines y el líquido desinfectante que se formaba al caer el agua en la pastillita azul que había visto en el fondo de esos inodoros de pared.

La follaba la boca de forma progresiva, angustiosa, brutal en su lentitud, en esa manera tan espaciada de coger ritmo, un estilo de bombear que la ponía nerviosa, donde la opresión del llenado por completo de su boca se mantenía, pero no la presión rápida clásica, que, al menos, hacía que fuera más corta la sensación de vergüenza y humillación de tener que practicar la felación a esos desconocidos.

El camarero seguía disfrutando de usarla despacio, llenándola su cavidad bucal con esa barra de carne con un ritmo que la hacía sentir muy nerviosa, casi hubiera deseado que fuera otro tipo de cabrón.

Podía sentir cada milímetro de esa gruesa verga paseándose por su boca, recorriendo el interior de su cavidad bucal, inundando todo el espacio e invadiendo el fondo hasta alcanzar la garganta, deteniéndose entonces para generarla esa arcada que parecía excitarlo y hacerle mantener la dureza de su miembro.

  • Venga, tío, que no tenemos toda la noche -terminó quejándose el segundo camarero.

  • Cierto, que hay que pensar en ir recogiendo y cobrando las otras propinas -terció el tercero.

  • Joder, que nenazas... -les recriminó ese primer camarero, dejando clavada hasta el fondo de la garganta de Alicia su polla, haciendo que empezase a retorcer las piernas intentando una imposible fuga del encadenamiento al que estaba sometida al retrete de pared-. Para una vez que puedo disfrutar de una golfa cara...

  • Déjate de tonterías y termina o hago yo tus mesas y me quedo tus propinas -le avisó el tercer camarero.

  • Joder, serás cabrón.

Y empezó a bombear fuerte, abandonando su sádica lentitud, moviéndose a golpes rápidos de cadera, clavando una y otra vez esa gruesa taladradora en la boquita de la joven, llenándosela una y otra vez hasta el fondo, haciendo que el ambiente se llenase de un sonido a chapoteo por la nueva velocidad que hacía que esa mezcla de babas y líquidos preseminales salieran disparados de entre los labios de Alicia, derramándose no solo por su rostro, sino también por su cuello y vestido, incluso algunas gotas las notó caer en sus piernas.

El sonido se hizo cada vez más intenso conforme aceleraba el ritmo, clavando con fuerza su tronco fálico dentro de esa cavidad bucal femenina, hasta que paró de golpe, dejando el extremo entre los labios de la chica, instante en que empezó a soltar su lechada a ráfagas, largas y abundantes, directamente hasta el fondo de su garganta y un par desviándose para golpear el paladar y resbalar por los lados.

Sacó su polla después de esas descargas y la apoyó sobre la frente de la joven, apretando y dejando que salieran las últimas gotas, que resbalaron hasta caerla por la nariz y sobre uno de los ojos, que tuvo que cerrar para que no la entrase.

  • Buffff... buffff... no ha estado mal, zorrita... uffff... uffff... y si quieres más... -y, como si ella lo hubiese disfrutado y hubiera pedido más, él escribió con su bolígrafo un número de teléfono en una de las palmas de las manos de la chica, para luego mirarla, guiñando un ojo, y terminar diciendo antes de irse-. Llámame y papaíto te dará más.

No estaba salvada por la salida de ese camarero, el cual, en el colmo de la falta de higiene, se marchó sin lavarse ni siquiera las manos después de usarla y meterse la polla de nuevo entre los pantalones, recogiendo entre sus dedos una cierta humedad.

El segundo no había perdido el tiempo y se había estado masturbando casi todo el rato después de soltarla.

Allí estaba, frente a ella, con un pene bien grueso, que, en condiciones normales, ella habría considerado muy interesante, pese a la edad de su poseedor, seguramente más cerca de la cincuentena que de los cuarenta.

  • Pórtate bien y terminaremos rápido -la aseguró con malicia.

No tenía alternativa, era mejor complacerlos.

Se volvió a humillar y abrió la boca, mostrando aún restos de la anterior descarga, lo sabía por lo pastosa que se la notaba.

No pareció importarle, pues insertó su engrosado miembro con rapidez y violencia, comenzando un profundo e intenso mete saca.

Mientras su boca era nuevamente invadida, el tercero se acercó con su miembro también al aire, agarrándola por la cabeza y haciendo que se girase, sacando la otra polla para ocupar su sitio.

Era algo menos gorda, pero aun así se la clavó con violenta urgencia hasta el fondo, bombeando un rato, llenando su boca con su masculinidad profundamente, haciendo que sintiera asco del uso que la estaban dando.

Una y otra vez se la clavaba, la hacía resbalar sobre su lengua hasta alcanzar el fondo de la cavidad, impulsándose con una energía furiosa, potente.

La perforó la boca unas cuantas veces hasta que el segundo camarero tomó el relevo.

Nuevamente tuvo en su boca el pene del número dos, que no desaprovechó el rato que le tocaba y, sosteniéndola bien fuerte por detrás con una mano, empujaba y empujaba hasta llenarla de tal forma que las arcadas se sucedían, retroalimentando la excitación de los dos machos, que forzaban más y más los límites de la joven, que era un juguete en sus manos.

Volvieron a cambiar y de nuevo otra polla fresca se introdujo en su boca, follándosela bestialmente, clavándose bien profundamente, duro, con golpes secos de cadera, impidiendo que ella pudiera regular la penetración sujetándola la cabeza y ahogándola a pollazos.

Perdió la cuenta de cuántas veces intercambiaron la posición, solo sabía que su boca era usada una y otra vez por esas gruesas vergas y que más de una vez estuvo a punto de vomitar, pero se detenían justo a tiempo.

Una y otra vez la llevaron al límite, metiendo y sacando sus pollas, golpeándola en la cara cuando no era su turno con sus bulbosos extremos, rociándola de húmeda sexualidad por todo el rostro.

Una y otra vez.

Casi lloró de alivio cuando uno de ellos, no sabía cuál porque a esas alturas ya tenía los dos ojos cerrados para que no la entrase nada, empezó a gemir y soltar chorros de esperma en su garganta, al fondo, hasta vaciarse por completo.

Por lo menos logró que algo de humedad bajase por su garganta, porque la notaba extremadamente reseca entre que su saliva salía disparada de su boca con cada movimiento de avance y retroceso de sus pollas, y las arcadas que ascendían por todo su cuello.

No tuvo respiro.

La polla que no había descargado ocupó el lugar y siguió bombeando un rato, recorriendo con su endurecida virilidad una y otra vez su cavidad bucal, llenándola con esa palpitante y caliente masa de carne que la perforaba sin piedad.

Cada vez que creía que se había cansado, volvía a clavarla hasta el fondo y la provocaba una nueva arcada y era como si eso le diese más energía para seguir empitonándola, forzando su boca y su garganta con su engrosado miembro viril, caliente e hinchado a más no poder, al máximo de su capacidad.

Sentía como si se la fuera a desencajar la mandíbula de tanta polla que la perforaba, invadiendo de forma larga y antinatural su boca, llenando con una potencia bestial el comienzo de su tubo digestivo.

Una y otra vez la perforaba, la llenaba con su verga, con esa caliente e hinchada masa de carne que recorría moviéndose a golpes su boca.

Cuando empezó a correrse el tercer hombre, estuvo a punto de darle las gracias, mientras sentía cómo su esperma se derramaba por su boca, como si de un enjuague bucal se tratase, alcanzando los más recónditos espacios.

Fue una descarga abundante, muy abundante, y, cuando por fin pudo abrir los ojos, se dio cuenta de que una parte de esa lefa se había derramado fuera de su boca, por sus labios, por su mentón y... por buena parte del vestido, incluso metiéndose entre sus pechos.

La soltaron.

Se levantó como pudo.

Sus piernas casi no la sostenían por la forzada posición y la duración de las mamadas, sin contar con la debilidad que arrastraba de los orgasmos sufridos durante la penetración a la que la había sometido Arturo.

La agarraron entre los dos y la dejaron en el lavabo de mujeres de nuevo.

Se aseó como pudo y se estiró el vestido.

De sus bragas nunca volvió a saber nada.

Se asomó avergonzada y cruzó una sala ya medio desierta hasta la mesa donde la esperaba Eusebio, que la miró con algo parecido al orgullo... o al sarcasmo, no habría sabido decirlo, al contemplar sus cabellos alborotados y el ensuciado vestido, lleno de manchas de distintas humedades, muchas de ellas restos de esperma.

Salieron despacio, pese a que ella habría querido largarse corriendo.

Sabía que él lo hacía para humillarla aún más.

Cuando llegaron a casa, a la suya, a la que compartía con su novio, no la de Eusebio, la tiró sobre la cama y se la folló por detrás hasta que se corrió.

Sólo entonces la dejó quitarse el vestido rojo de fiesta, completamente manchado por delante... y por dentro.

Viernes

Llegó en taxi al lugar de trabajo de su novio, de Francisco, a eso de las 13 horas, tal como había establecido Eusebio.

Jamás se le habría ni pasado por la cabeza hacer eso.

Bastante malo era ya que ese maduro, el jefe de su novio, la follase en su casa, pero peor aún era el tener que ir allí, al lugar donde estaban todos los compañeros de su chico.

No podía ni imaginarse qué excusa preparar o qué le diría cuando se enterase.

Estaba completamente bloqueada.

Eso sin contar con que al menos una de sus compañeras de trabajo ya empezaba a pensar que tenía una aventura con un maduro que conducía un BMW y, encima, esa chica conocía a Francisco, así que todo se estaba complicando cada vez más y más.

En realidad no sabía ni por qué lo hacía, por qué se sometía a esas vejaciones por parte de ese abusivo hombre, que ni siquiera la atraía ni física ni emocionalmente... no sabía por qué... bueno, una parte de su yo interior sí que lo sabía, pero se resistía a pensar que fuera por algo tan vulgar, tan primitivo.

Jamás habría imaginado ser de esas, siempre había tenido una imagen propia mucho más elevada, no como las mujeres de antes, pero sí que se comportaría con fidelidad con el chico con quien estuviera y, sin embargo, ahora... desde que había caído en las garras de Eusebio todo estaba fuera de control y se veía arrastrada a situaciones cada vez más angustiosas y denigrantes.

Subió a su despacho en el tercer piso y fue caminando con su minifalda de cuero negro abotonada por delante, sin medias, haciendo un ruido que resonaba escandalosamente en sus oídos por culpa de los tacones que ese hombre había insistido en que se pusiera.

Llevaba un top ajustado, azul oscuro, que realzaba la forma de sus pechos y en el que destacaban sus pezones, muy marcados al no llevar sujetador.

El cabello le caía suelto en cascada por su espalda y, de no ser por la situación, habría estado encantada de haber reproducido esa entrada, pero para ir a buscar  a su chico para tomar algo.

Ahora a saber si podría llegar a producirse eso alguna vez, sobre todo cuando la interrogase por la razón para acudir a la oficina cuando él estaba fuera y, encima, accediendo al despacho de Eusebio.

El ambiente en la oficina era frenético, cosa que la sorprendió doblemente, por un lado porque nunca se lo había imaginado así, tan agobiante, y, por otro, porque se dio cuenta de que prácticamente nadie prestaba atención a nada que no fuese sus propios quehaceres.

Casi estuvo a punto de echarse a llorar cuando alcanzó el despacho del jefe de su novio sin que nadie la llamase por su nombre, no podía creer la suerte que iba a tener.

El despacho era amplio, con un par de grandes sofás en un extremo junto a un televisor y un escritorio en el extremo opuesto.

Unos ventanales cubrían todo un lateral, dejando entrar los rayos del sol, y en la esquina del fondo veía una puerta abierta que daba a la sala de reuniones, con una mesa larga con, al menos, diez sillas a su alrededor y una gran pantalla plana en la pared.

Detrás del escritorio estaba Eusebio, imponente con su traje y corbata, mucho más que cuando la dejó tirada en la cama esa mañana.

Había algo en su forma de dominar el despacho desde su asiento y ese aura de poder que transmitía, de que todo lo que sucedía en esa empresa no era más que una extensión de su voluntad, que Alicia no pudo más que reprimir la sonrisa que asomaba a sus labios en contra de toda razón.

La miró con lujuria y deseo, pero, a la vez, con un destello frío y calculador, el del hombre controlador y dominante, el del empresario que gobernaba con mano de hierro su pequeño reino.

  • ¿Sabes? -empezó, al poco de que ella entrase-. Te veo de rodillas.

  • ¿De qué hablas? -se quedó paralizada junto a la entrada, a más de cinco metros del escritorio desde el que Eusebio controlaba su despacho.

  • No me hagas repetírtelo, ¿o prefieres que tengamos algún testigo?... ¿Javier, por ejemplo? -comentó, como si nada, levantando el auricular del teléfono en un gesto que suponía una velada amenaza, especialmente cuando Javier era uno de los mejores amigos de su novio del trabajo.

  • ¡Para, para! -suplicó, alzando una mano implorante.

Él mantuvo en alto el auricular y, tras unos segundos de duda, Alicia se arrodilló, humillándose en el suelo enmoquetado de esa parte del despacho.

  • Ven -ordenó, colgando el auricular, antes de definir su instrucción-. Gatea. Despacio, que te vea bien.

Fueron los metros más largos de su vida.

Se la hicieron eternos mientras se movía despacio por el suelo de ese despacho, imaginándose una y otra vez qué pasaría si, en ese momento, entrase algún compañero de su novio y la viera así, a cuatro patas, gateando por suelo rumbo a su jefe.

Podía verlo sonriente, con un gesto de superioridad en el rostro, disfrutando de la nueva humillación a la que la sometía.

Veía sus piernas bajo la mesa, en el hueco que había en el centro, y podía ver cómo llevaba una de sus manos a su entrepierna para acariciarse los huevos por encima del pantalón.

Algo en ese gesto vulgar despertó en ella vagos sentimientos de excitación,

  • Ven a por tu premio, gatita -la decía, a la vez que se bajaba la cremallera y sacaba su pene, endurecido por una intensa y monstruosa erección.

Ella no pudo por menos que asombrarse, como las otras veces, por la capacidad que tenía ese maduro de estar tan permanentemente caliente, tan preparado para acometer el sexo de una forma tan continua, sobre todo si lo comparaba con su chico, que apenas tonteaba con ella tres o, como mucho, cuatro días a la semana y casi nunca más de una vez en el mismo día.

No lograba entender esa capacidad en un hombre de esa edad cuando alguien mucho más joven era incapaz de querer follar a diario, ni siquiera cuando estaban de vacaciones.

Tuvo que admitir eso, la fuerte masculinidad de Eusebio, ese permanente estado de excitación que le hacía estar siempre preparado para el sexo.

Se estaba distrayendo de lo que realmente pasaba.

Y lo que sucedía es que ella estaba de nuevo en sus manos, bien jodida y humillada.

Se metió de frente, gateando, bajo la mesa del despacho y asomó su cabeza por entre las piernas abiertas del maduro, que la recibía sosteniéndose una barra de carne tiesa, caliente, endurecida.

No tuvo que explicarla lo que quería.

Ella acercó su rostro y, sacando la lengua, recorrió ese tronco de carne palpitante desde la velluda base que arrancaba en sus huevos, hasta lo más alto, donde el prepucio brillaba rosado, cubierto por una fina capa de humedad en la que se mezclaban los fluidos preseminales con un puntillo de sabor que no podía ser de otra cosa salvo orín.

Él se lo agradeció recogiendo entre sus dedos la cabellera de la joven veinteañera, tirando de ella a la segunda vez que hizo el recorrido por fuera, deslizándose por esa furiosa barra de carne erecta.

La llevó hasta la posición que deseaba, con la punta febril del prepucio apoyada contra sus labios.

Ella paseó la lengua, dándole vueltas, buscando incrementar la excitación, antes de metérsela dentro, casi como si la saborease, y atragantándose con el primer empujón hacia arriba que dio Eusebio, como recordatorio de quién mandaba allí en realidad.

Recuperada de la sorpresa, Alicia  abrió más la boca, aceptando profundizar la penetración de la gruesa verga del maduro dentro de su boca, algo que fue reforzado por el agarre de sus cabellos por parte de ese hombre, que aprovechó su ventaja para empujar hacia abajo la cabeza de la joven, dando paso a una arcada cuando esa caliente barra de carne alcanzó el fondo de su garganta al empalarse sobre ella.

La retuvo un instante en esa posición, con toda esa polla bien clavada en su interior, llenando por completo su boca e invadiendo su garganta, induciéndola no sólo una serie de arcadas, fruto de la presión y de la ansiedad del cuerpo por respirar, sino también una sensación de humillante indefensión, de sometimiento a la masculinidad del jefe de su novio, del hombre que la estaba marcando a cada instante como si fuera un objeto de su propiedad, dejando su rastro como si de un animal se tratase demostrando que es mucho más macho que el anterior que la poseyó.

Relajó la fuerza con la que la retenía y Alicia empezó, voluntariamente, aunque, de todas formas, no habría tenido alternativa, a subir y bajar la cabeza sobre la hinchada y venosa verga del dominante maduro.

Tenía un regusto fuerte, intenso, más allá de lo que era la propia e imponente presencia física de esa barra de carne atravesándola y llenando por completo a ratos su boca.

Él no hacía prácticamente nada, salvo recordarla por momentos su misión, empujando con fuerza su cabeza para que le penetración de su endurecido miembro fuera máxima, y era en esos instantes cuando ella se agobiaba, medio asfixiada y con unas arcadas que parecían excitarle de una forma casi sádica.

Ella siguió tragando su polla sin parar, lamiéndosela por momentos, otros tragándosela como podía y sin parar de babear en ningún momento, salvo que, esta vez, la ropa que se estaba mojando era la de Eusebio, cosa que la dio una pequeña satisfacción, casi como si de una pequeña y mínima victoria se tratase.

Sin embargo, el que allí estaba disfrutando era él.

Lo podía sentir, con esa poderosa barra de carne introducida en su boca, perforándola implacablemente, y lo podía oír, con esos gemidos que escapaban por momentos de la boca del jefe de su chico.

No sabía cuánto llevaban cuando le escuchó marcar con su móvil y, al poco, con el manos libres, escuchó una voz que la dejó helada.

La voz de su novio.

El cabrón de Eusebio había establecido una llamada con Francisco mientras ella le estaba chupando la polla.

Con la mano que no sostenía el teléfono móvil, el jefe de su chico la indicó sin palabras que debía seguir su misión, forzando a que insertase más profundamente su tronco dentro de su boquita, haciendo que tuviera un golpe de tos apenas acallado por el ruido ambiente del sitio donde estaba el novio de Alicia.

Debía de estar acostumbrado a ese tipo de situaciones, porque Francisco ignoró esa especie de balbuceo en que parecía traducirse el chapoteo de las clavadas que la verga de su jefe acometía dentro de la desprotegida boca de Alicia, que suplicaba con los ojos alzados, mirando a un indiferente Eusebio, que cesase esa vergonzosa conexión.

Pero él disfrutaba con ello y estaba dispuesto a prolongarlo lo máximo posible, pasando olímpicamente de la expresión de esos ojillos que se alzaban desde el rostro de la joven que estaba comiéndose el rabo bajo la mesa de su despacho.

Alicia intentó retrasar el ritmo, pero, cada vez que lo hacía, Eusebio se removía en su asiento para lanzar una penetración con el impulso ascendente y otras era al revés, sin moverse, pero usando la mano sobre la cabeza de la veinteañera presionaba hasta forzar que se tragase por completo su polla hasta el lugar donde comenzaban sus huevos.

La mamada se la hizo eterna, escuchando a su novio al otro lado de la línea, ignorante de que era su chica la que le estaba comiendo el pene a su jefe e, incluso, riéndole los chistes machistas y obscenos que la dirigió indirectamente.

Hubiera respirado aliviada cuando colgó, pero sólo lo hizo para concentrarse en follarla la boca, cogiéndola entre sus dos manos a la altura de los oídos, e incrementando el ritmo y profundidad de la mamada, a la vez que, a ratos, se alzaba de la silla para clavarla hasta el fondo su durísima polla.

Casi no podía aguantar más cuando llegó la primera descarga, y luego otra y otra y otra, sin parar, saltando desde la punta de la polla, brotando para invadir hasta el último resquicio de su cavidad bucal, como si fuera un enjuague creado a base de esperma caliente.

La hizo tragar con su pene aún dentro de su boca, y lo logró, algo que la hizo sentir una pizca de orgullo, apenas un instante.

Él se levantó de golpe, con su miembro viril aún endurecido y goteando esa mezcla particular entre babas y semen.

Agarrándola con fuerza del cabello, la arrastró como si de un primitivo neandertal se tratase hasta la sala de reuniones, hasta esa especie de cueva de la masculinidad que se había construido adjunta a su despacho.

Allí la hizo levantarse, estirando de su melena mientras ella chillaba de dolor y lloriqueaba por ratos.

La dio un par de tortazos, acabando con sus protestas, y la hizo subirse a la mesa, sentándose directamente frente a él.

Desabrochó los botones de su falda y liberó a la vista el triángulo de sexo de la joven, antes de subirla el top hasta el cuello, mostrando sus tetas.

De un tirón arrancó su braga y la hizo tumbarse boca arriba en la mesa de reuniones.

Se inclinó sobre ella y empezó a besarla y mordisquearla con furia las tetas, especialmente los sensibilizados pezones, que atrapaba a ratos con las manos y otras entre sus dientes, estimulándoselos por momentos antes de mordérselos a ratos.

Se acercó mucho más a la mesa y, llegado el momento, tiró de ella para acercarla más al borde.

Entonces la clavó su polla, sedienta de sexo.

Comenzó a bombear sin piedad, invadiendo su vagina con esa endurecida masa de carne hinchada y palpitante, recorriéndola una y otra vez, pinchando hasta el fondo como si fuera el tercio de banderillas.

Se la metía con furia, como temiendo que hacerlo de otra forma lo rebajase al nivel de menor hombría en que estimaba al empleado sobre el que estaba creando toda una corona de cuernos.

Una y otra vez la atravesaba con su endurecido miembro, llenando por completo su sexo con ese tronco grueso y viril, que se movía con facilidad por la lubricación del interior de la chica, que se dio cuenta de que estaba mojada desde antes incluso de comenzar la mamada.

El maduro la comía las tetas, amasándoselas sin compasión y, a veces, soltando sonoros tortazos que las hacían temblar antes de que se decidiera a ratos por atrapar sus pezones y retorcérselos o pellizcarlos, eso cuando no se los mordía.

Otro tipo de mordisco era el que la estaba dando dentro de su coño, invadiéndolo con golpes secos y profundos de su gruesa polla, como si fuera la broca de una taladradora en modo de percusión.

No podía evitar excitarse, pese a lo desagradable del tipo y lo humillante de toda la situación, y sintió que un orgasmo se iba acercando con la aceleración del ritmo de las caderas de Eusebio, que, por momentos, iba siendo cada vez más intenso, más profundo y más duro en los empujones con los que insertaba su caliente polla dentro del inflamado coño de la veinteañera.

Casi se corrieron a la vez.

Esta vez, por muy poco, la corriente que anunciaba que iba a derramar su caliente y espesa lefa, se adelantó y empezó a verter su leche en lo más profundo de la vagina de Alicia, que, apenas unos segundos después, empezó a gritar y estremecerse al llegar al orgasmo, provocando una auténtica mezcla explosiva de los dos jugos, el masculino y el femenino.

La chica quedó tendida, completamente rendida, sobre la mesa, prácticamente desnuda, respirando agitadamente y sintiendo cómo chorreaba gotas de esperma del agujero de entrada a su coño.

Eusebio se recomponía como si nada, mostrando una sonrisa curiosa, torcida, como si hubiera algo gracioso, un chiste que sólo él conocía.

Estaba demasiado cansada, completamente agotada después de lo sucedido anoche y lo que acababa de pasar, para los juegos mentales del jefe de su novio, así que tuvo que preguntarlo.

  • ¿Qué, qué pasa? -a la vez, intentó incorporarse sobre sus codos.

  • Me va a encantar follarte con el vestido de novia, zorrita... porque de princesita no tienes nada -se jactó.

  • ¿Qué?. ¿De qué hablas? -se alarmó la joven.

  • Creo que eso mejor te lo responda vuestro casero, ¿no te parece, Higinio?.

Aterrada, la chica observó emerger de las sombras al casero del piso donde vivía con su novio, sabiendo que esa semana aún no había terminado y que traería una sorpresa desagradable.

Continuará...